Los días se vuelven tediosos en la oficina, todo el tiempo corriendo de aquí para haya. Soy la asistente del dueño del lugar (una empresa de publicidad). Mi trabajo es sencillo hasta cierto punto; tomar notas, hacer llamadas, recibir mensajes, cosas así. Mi jefe es joven y muy, muy guapo. El tiene treinta años y yo estoy deslumbrada por el, casi desde el primer día en que llegue ahí.

—Isabella… —Decía Emmett mientras agitaba su mano frente a mí.

—¿Mande?

—¿Dónde estas mujer? Te he perdido durante un momento. —Sonrío con esa perfecta sonrisa que siempre me impresiona.

—Lo siento no era mi intención, ¿En donde estábamos?

—Estábamos…

Y se volvió a enfrascar en esa ardua tarea que debíamos realizar. Una vez más mire el cristal. Desde aquí se veían las personas como pequeñas hormiguitas, me gustaba observarlas y perderme pensado cosas vagas.

Emmett estaba acostado en el sillón lanzando una pelota. Eso era una de las cosas que me gustan de el: siempre relajado, con ideas innovadoras y además de todo carismático.

—Eso seria todo. Ya puedes irte a tu casa, iré al medico y de ahí iré directo a mi casa.

—Sr. Cullen, ¿Se encuentra bien? —Sentí una repentina opresión en el pecho. ¿Qué iba mal?

—Estoy bien, gracias. Es solo ese chequeo habitual, mi medico quiere sacarme de la ciudad dice que me hace daño y que un tiempo fuera me vendrían bien.

—¿Y que le dijo usted?

—Pues que estaba loco. ¡¿Como voy a dejar todo?! Pero supongo que todo dependerá del chequeo de hoy.

—Vaya, espero y tenga buenos resultados.

—Gracias. Bueno ya me voy, puede retirarse cuando quiera.

Desde que trabajo aquí he sabido que Emmett es muy enfermizo, ha pasado días en cama, en el hospital o en casa de su madre, más de una vez el doctor le ha dicho que debe dejar la ciudad por algún tiempo. La respuesta de Emmett siempre es un rotundo no. No imagina ni por un momento la idea de dejar su preciosa empresa para pasar algunas semanas en la hacienda que comparte con su hermano.

Toda la tarde estuve revisando cajas en el sótano. Recién empezaba a usar la casa que mi fallecido padre me había dejado. El día que leyeron su testamento me negué a ir a vivir ahí, era una sensación de: quiero y no quiero. Quiero: Porque ahí esta toda mi infancia, los recuerdos de una padre sonriente y atlético, un padre emprendedor y capaz de realizar un millón de cosas; mi padre el superhéroe. El no quiero, por otro lado, se debía que el había pasado los últimos meses de su vida postrado en su cama, sufriendo la impotencia de no poder levantarse para nada, porque esa maldita enfermedad le estaba dañando los huesos.

Volví a la sala y limpie el par de lámparas que me encontré. Sacudí y moví mas muebles, para que la casa quedara completamente impecable, tal y como le gustaba a mi papá.

Mi celular, que estaba en la cocina, empezó a sonar y me lance a la carrera por el. El identificador decía: Emmett Cullen. Sorprendida respondí.

—¿Se…señor? —Dije torpemente.

—Isssssabella… —Marco la 'S' de una manera poco común en el. —¿Podría usted bella dama… hacerme el grandísimo favor de venir por mi?

—Señor Cullen, ¿Esta usted bien? ¿Dónde esta?

—Oh claro que estoy bien, aunque debo cambiar algunas cosas y blablabla… —No decía mas.

—¿Señor? ¿Sigue ahí?

—¡SEÑOR! —Soltó una estruendosa carcajada. —Estoy en el Blue House. Venga por mí.

—Esta bien. No se mueva de su lugar y en 20 minutos estoy ahí.

La línea se corto. Salte del taburete en que estaba sentada. Me enfunde en un pantalón de mezclilla y me puse tenis. Agarre las llaves de mi viejo Beetle y salí a la oscura noche de Seattle.

Aparque el coche y corrí al Blue House. Pregunte por Emmett y ahí lo vi. Con el rostro pegado a la mesa y con una expresión indescifrable, se veía perdido y cansado. Algo que no le pasaba con frecuencia.

Me acerque a el y cuando me miro se enderezo sonriendo. Volvía a ser el, pero no del todo.

—¡Isssssabella estas aquí!.

—Claro que si. Venga vámonos.

Como me fue posible lo ayude a caminar. Gracias al cielo no se estaba cayendo de borracho ni nada por el estilo, podía mantenerse perfectamente en pie.

Murmuraba muchas cosas de las cuales solo entendía frases o palabras cortas: «Iré.» «No… quiero.» «¿Por qué?».

Duramos un rato parados junto a mi coche porque el se rehusaba a dejar que lo llevara, alegaba que se encontraba en perfecto estado como para manejar a su casa sin causar ningún daño ni a él ni a nadie.

—¡Por favor señor suba al coche! —Mas que una petición sonó como una orden.

—¿Gritándole al jefe Srita. Swan? —Se burlo. A pesar de su borrachera sentí que me ponía roja como un tomate, dios quiera y el hombre no lo recuerde mañana.

—Claro que no señor —me apresure a decir y una parte de mi se quería reír de la situación —por favor suba al coche.

Con un suspiro pesado accedió al fin. Emmett sabe que yo lo cuido, que puede llamarme a la hora que quiera y puede pedir lo que quiera, pero nunca en estos 4 años, recién cumplidos, que tengo trabajando con él lo había visto así. Pero de igual manera es mi deber sacarlo de su apuro y sabe que cuenta con mi discreción.

Ahora la pregunta esta ¿Qué lo puso tan mal? ¿El medico le abra dicho algo malo? Los latidos de mi corazón se aceleraron, este pobre hombre que se ha esforzado demasiado, que ha trabajado tan duro desde que su padre esta delicado del corazón, no merece estar enfermo. Quiero preguntar, necesito saber que no es nada grabe que lo superara como a superado otras cosas.

—Señor…

—Isssssabella… —Interrumpió. —¿Me llevas a mi casa?

—Si, señor. Vamos camino a su casa no se preocupe.

—Tengo miedo Isabella. —Su voz dejo de sonar graciosa, ahora sonó seria y sombría.

—¿De que? —Y realmente me daba miedo saber la respuesta.

—Estoy muriendo.

Detuve el coche en seco. ¡¿Muriendo?! En ese momento lo abrace, por la cosa esa del "aquí y ahora" y porque de alguna manera su vida se le iba de las manos.

Hace como mil millones de años (?) que no escribía nada de nada, pero en estos últimos días me he medio inspirada para crear mi primer novela aquí en fanfiction :33 ¡Espero que les guste! :)'