Disclaimer: Los personajes no son míos. Son de Rumiko Takahashi. La historia sí.
Comentarios al final.
Solitude
By P. Black
El frío le caló el cuerpo mientras caminaba por el sendero del parque después de colegio. Su madre ya sabía dónde estaba y no haría preguntas. Cada tarde después de la preparatoria caminaba un rato por el parque; no quería volver a casa porque cada vez que subía las escaleras del templo se topaba con las ramas del Árbol Sagrado y eso le deprimía. Además, los turistas seguían yendo al templo emocionados por la sacerdotisa que habitaba el templo Higurashi y la leyenda del gran Árbol del Tiempo y la misteriosa Perla de Shikon.
Suspiró entristecida al recordar la manera en que fue traída a su tiempo de repente y sin avisos. La voluntad de la perla la habían mandado allí sin preguntarle nada. Había intentando regresar incontables veces, pero después de un montón de intentos fallidos simplemente lo dejó. Kagome se estremeció, dolida y pensó, "no me dejaron despedirme de nadie". Y había llorado cada vez que lo recordaba; le dolía tanto no haberse despedido ni haberle confesado a Inuyasha cuanto lo amaba.
La joven mujer miró el camino bajo sus pies, concentrándose en dejar de sentir aquel frío que le calaba el cuerpo. Recordaba también que al regresar se había refugiado en los estudios y sus prácticas de sacerdotisa, por lo que sus poderes espirituales habían avanzado notoriamente. Se había volcado tanto en su papel de sacerdotisa y estudiante, que poco tiempo le quedaba para socializar. No obstante, se obligaba a estar bien; se decía constantemente que no necesitaba socializar mucho. Sus amigas de secundaria habían tomado caminos separados y ella lo había aceptado sin reclamar.
Sin embargo, sentía que aquella soledad fría y húmeda la estaba consumiendo, poco a poco, momento a momento. Durante un par de meses había pensado que no podía vivir sin Inuyasha, era insoportable no saber cómo debía continuar con su día a día cuando los viajes en el tiempo y la aventura de la Shikon le habían cambiado la perspectiva de su propio mundo.
- Esta no es mi vida..., no pertenezco a este lugar –dijo en voz alta y apretó los puños, dejando resbalar por su mejilla una lágrima.
- No llores, ¿estás bien? -–una voz grave y algo áspera se escuchó detrás de ella.
Kagome inmediatamente se volteó sorprendida encontrándose con un hombre bastante bien parecido; era atractivo, tenía un aire de imponencia rodeándolo. Su cabello estaba amarrado en una coleta baja, su color era blanco rayando en platinado. La chica dio unos cuantos pasos hacia atrás.
- ¿Q-quién eres? –Dijo ella algo temerosa. Sus ojos estaban tras unos lentes oscuros y no le permitía ver el color de los mismos.
- Disculpa el haberte asustado, pequeña –dijo él-. Pareces muy triste, gaviota (1).
- M-mi nombre –Kagome cada vez estaba más asustada, dio otros pasos hacia atrás hasta sentir la banca tras ella y se dejó caer.
- ¡Kagome es tu nombre! –Dijo el muchacho sentándose en la misma banca-. No lo sabía, pequeña, tu expresión de soledad era como la de un ave dolida.
La chica se acomodó en su lugar. ¿Quién era aquel hombre que le hablaba con tanta familiaridad? ¿Por qué de repente ya no sentía miedo ante su presencia? Era como si algo dentro de ella lo reconociera. Aspiró el aire frío profundamente y le percibió el aura de aquel hombre; era una presencia antigua y llena de soledad, frío y tristeza.
- ¿Quién eres? Tu presencia está mezclada entre misterio y antigüedad –Preguntó en voz alta, mirándole fijamente a aquel hombre.
- ¿Tienes poderes espirituales, quizás? –Le preguntó tranquilo, como si hablaran del clima y ella se sobresaltó.
- ¿Cómo sabes de…? –Cuestionó ella, extrañada.
- Provengo de una familia rica en tradiciones y leyendas japonesas –dijo y sonrió tiernamente-, lo asumí por la manera en que te expresaste –replicó.
- Me llamo Taishou Seiki, gusto en conocerte –dijo él ante la mirada estupefacta de Kagome y descansó su espalda en la banca. ¿Taishou? Así o más involucrado con el Sengoku Jidai, pensó ella.
- Higurashi Kagome –Kagome se rindió ante la cantidad de coincidencias y sonrió.
El chico ladeó la cabeza mirando la tierna sonrisa que se dibujaba en el rostro de la bella chica. No la conocía en realidad, pero al verla caminar sola tan ensimismada en sus pensamientos y a punto de romper el llanto no pudo reprimir el impulso de acercarse y tratar al menos de quitar aquella tristeza. No mentía al decir que su familia provenía de una larga línea de tradiciones y leyendas japonesas, por lo que estaba familiarizado con cosas algo sobrenaturales. El también podía sentir en cierta medida el alma de las personas y se sentía sumamente conectado a ella por alguna razón aún no tácita.
Para él, Kagome se sentía como una muchachita buena, responsable y demasiado solitaria para su gusto. Aún no entendía bien el motivo por el cual se había acercado a ella, solamente sabía por instinto propio que debía hacerlo porque quizás aquel encuentro era parte del destino. Un destino que su familia protegía. Aquella muchacha desprendía paz y armonía, además de todos aquellos sentimientos de tristeza y dolor.
- ¡Papá! –El grito de una pequeña niña acercándose los sobresaltó. La pequeña no tendría más de 6 años, su cabello castaño oscuro y sus ojos doraditos brillaban de la emoción.
¿Así sería Inuyasha?, se preguntó. Con cabello de plata y ojos dorados.
- ¡Princesa! –Dijo él abrazándola para luego sentarla en sus rodillas-. Aki, te presento a Kagome –le dijo mientras la pequeña observaba a la joven.
- Gusto en conocerte, Kagome-san –la niña tendió la mano y Kagome la recibió sonriente.
- Mucho gusto, Aki-chan –saludó la joven.
- ¿Dónde está tu tío? –La pequeña bajó la cabeza y susurró algo muy bajito, como apenada-. ¿Cómo, cariño?
- Tío Ikki no sabe que vine a buscarte.
- Cariño, tu tío se va asustar –le reprendió su padre.
- Es que estaba tan cabizbajo, papi –chilló ella-, no me gusta ver a mí tío tan triste –la niña hizo un mohín.
- A mí tampoco, corazón, a mí tampoco –el hombre suspiró y luego cayó en cuenta que Kagome seguía con ellos y los observaba con intriga. – Discúlpame, Kagome, te debes estar aburriendo.
- Al contrario –dijo ella-, creo que me hace falta compañía.
Seiki sonrió de forma resignada al pensar en su hermano menor que cada vez se veía más deprimido y ya no encontraba la manera de hacer que se abriera a él. Cuando su esposa –Kahori- había fallecido dejándole a Aki muy pequeña, Ikki había padecido la pérdida de su madre y en seguida su relación amorosa había fracasado sumiéndolo en una fase de tristeza y desesperación que después se convirtió en rebeldía y arrogancia.
Fue entonces que Seiki lo invitó a vivir con él y con la niña, ya que su padre estaba desesperado. Al principio eso pareció ayudarle a su hermano, pero aquel muchacho era tan volátil y complicado; a veces no decía nada de lo que pensaba o sentía y otras veces, no encontraba la manera de callarle aquella boca grande y grosera, era temperamental y rudo. No obstante, su hermanito estaba en una etapa tranquila, demasiado tranquila para su gusto. Seiki se esforzaba por incorporarlo a su vida familiar, pero simplemente no se dejaba.
- Taishou-san… –Kagome se levantó.
- Por favor, Kagome, llámame Seiki, me haces sentir demasiado viejo –el hombre se rió.
- Está bien, Seiki –inclinó la cabeza-, debo irme.
- ¿Tan pronto, Kagome-san? –Aki se colgó de su mano, Seiki sonrió ante aquella muestra de afecto-. ¡Vamos a jugar!
- Al parecer no soy el único a quien le caes bien –dijo refiriéndose a la niña. Kagome se rió nerviosa y luego se agachó hasta la altura de la niña.
- ¿Qué te parece si nos volvemos a ver mañana? Aquí mismo, en el parque, en esta banca –la niña sonrió.
- ¿Me dejarías papi? –Aki volteó a ver a su padre con los ojos enormes de emoción. – Sí, papi, ¿sí?
- Tendrá que traerte tu tío –le dijo el hombre-, sabes de sobra que trabajo y hoy te he traído sólo porque insististe mucho –le dijo señalándola con el dedo. Y porque necesitaba sacar a mi hermano un rato del encierro, pensó.
- Entonces te veré mañana –Kagome se despidió con la mano y se alejó rumbo hacia el templo.
Seiki se quedó mirándola hasta que su figura desapareció. Aki se acercó a su padre y se subió a sus piernas. Aunque pequeña era bastante suspicaz y de todo se daba cuenta; Seiki se quitó sus lentes oscuros dejando ver unos hermosos ojos dorados, algo opacos. Aki pasó su manita por el rostro de su padre y éste sonrió ante su muestra de afecto.
- Mi tío se pondrá bien, papi... –dijo ella-, no te preocupes tanto. –Seiki sonrió divertido.
- A veces me olvido que sólo tienes 6 años y que no debo preocuparme de más –dijo él abrazándola y comenzando a hacerle cosquillas.
- ¡Sei! –La voz preocupada de su hermano lo sobresaltó y el hombre miró a su hija reprobatoriamente.
- Aquí vamos, pequeña –le dijo con los ojos entrecerrados-: ¡Estamos por aquí! –Agitó la mano.
No quería admitirlo, pero la compañía de Ikki en casa le había hecho más sencilla la vida sin su esposa, y el cuidado de una niña tan pequeña. La figura de su hermano se acercó corriendo, con el rostro desencajado y totalmente sudado. De seguro llevaba rato buscándolos.
- ¡Por todos los Dioses, Aki, me asustaste! –Dijo cuando se detuvo frente a ellos y luego la tomó entre sus brazos y la abrazó-. Jamás me hagas esto, Aki..., nunca.
- Lo siento –dijo ella rodeando su cuello con sus cortos brazos-. Vine a buscar a papá y no me hacías caso –la mirada desvalida de la niña terminó por derrotarlo.
- Tienes razón, cariño, discúlpame tú a mí –le dijo él dándole un beso en la frente.
- No cabe duda que te tiene amarrado a su dedo –apuntó el mayor y sonrió de forma burlona.
El menor lo miró de manera cortante y algo fría. No se odiaban, pero su relación familiar era tan poca que a veces se desconocían. Ikki era un muchacho de 21 años, de cabello largo y negro como la noche, igual que el de su madre; sin embargo había heredado el carácter fuerte y temperamental de su padre. Aparentemente sus ojos si eran idénticos a los de su hermano mayor, y por consiguiente su sobrina los había heredado también. Estudiaba la carrera de Derecho en Todai, la universidad más reconocida de Tokio, estaba en el club de kendo y artes marciales donde era uno de los mejores.
Seiki quería ver a su hermano como antes, cuando eran niños Ikki solía ser juguetón y risueño, era enérgico y fuerte; más de una vez les habían sacado dolores de cabeza. No quería a aquel hermano taciturno y desconfiado, quería al hermano enérgico y engreído, aquel con el que peleaba constantemente. Ikki parecía falto de vida muy similar a lo que sentía con la chica que acababa de conocer. De cierta manera se parecían un poco.
- ¿Aniki? –El hombre levantó el rostro hasta su hermano y le sonrió tranquilizadoramente.
- Vamos a casa, Ikki –le dijo antes-, Aki debe terminar sus deberes.
Kagome caminaba hacia su templo; el encuentro con aquel hombre había sido de lo más extraño y sin embargo le parecía tan normal; aunque su vida en ningún punto había sido normal. ¿Por qué había tanto misterio en su mirada? ¿Por qué parecía serle tan familiar?
Se parece un poco a Sesshomaru, se dijo y la sobresaltó. ¿Acaso por eso le era tan familiar su rostro? Es tan alto como él, su cabello es plateado y esa sensación de antigüedad e imponencia nadie más lo tiene. Pero no había visto sus ojos, por lo que no estaba cien por ciento segura de que aquel pensamiento extraño fuera real. ¡Tch! Tronó la lengua en la boca y desechó más pensamientos de ese tipo. Odiaba pensar en aquello, pero al mismo tiempo le era imposible no reconocer en ciertas personas algunas actitudes y rasgos de la gente que había conocido. Las personas que había dejado atrás sin siquiera poder decir adiós.
- Tadaima –alzó la voz levemente para que su madre, su abuelo y su hermano la escucharan.
- Okaeri, Kagome, estamos esperándote para comer –su madre le sonrió desde el comedor.
Kagome se sentó a la mesa y luego de una breve oración comió en silencio. Souta hacía conversación pero su hermana no contestaba muy seguido ni muy prolongado, solamente lo mínimo necesario.
- Nee, hoy conocí a alguien –dijo lentamente.
- ¿Sí? –Dijo su madre interesándose en que Kagome hablaba-. ¿A quién?
- Un hombre, Seiki y a su hija, Aki –siguió ella.
- ¡Un hombre casado, Kagome, qué escándalo! –Exclamó su abuelo-. Kagome, te prohíbo rotun...
- ¡Papá! –Espetó la sra. Higurashi-. Kagome no ha dicho nada más, déjala que hable.
- No sé si es casado, supongo que sí –Kagome sonrió de lado-, sabes que soy muy despistada. Mañana veré a la niña en el parque..., supongo que puedo llegar tarde, ¿verdad mamá?
- Claro, cariño –dijo la mujer.
La señora Higurashi tenía en su mente los recuerdos frescos de Kagome hacía 2 años y medio. Siempre de arriba para abajo entre los dos tiempos, llevando alimentos, Inuyasha entrando de imprevisto al templo, a Inuyasha apurando a Kagome, a Kagome castigando al hanyou. Suspiró internamente. De verdad que aquellos tiempos habían sido unos de los mejores, que, a pesar del peligro que Kagome corría, ella sabía que Inuyasha la cuidaría hasta con su vida. Eso se notaba.
Sin embargo todo se le había derrumbado en unos instantes. Kagome había reaparecido en su tiempo, e inmediatamente se había echado a llorar. Nadie le dijo que al completar la perla la sacarían del lugar así, de esa manera. Durante una semana entera, Kagome se la pasó llorando en su habitación hasta que un día simplemente ella salió del cuarto y comenzó a ir al colegio de nuevo. Sus notas subieron significativamente, terminó la secundaria y ahora ya estaba por terminar su tercer año de preparatoria. Pero la Kagome sonriente y alegre jamás volvió a pisar aquella casa, se volvió callada y ausente.
- Mamá... –le llamó su hija sacándola de sus ensoñaciones.
- ¿Sí, cariño? –Dijo mirándola.
- Te ayudo con los platos.
- No te preocupes hija, tan sólo ve a hacer los deberes y a estudiar –dijo la señora amablemente-. Anda, ve a tu cuarto.
- Bueno, con permiso.
Kagome subió las escaleras pensando en el hombre "antiguo" que había encontrado en su camino. Volvió a estudiar en su memoria las facciones de aquel hombre y de la niña, Aki era preciosa y sus ojitos dorados le hablaban de que quizás su padre también los tenía. Entró a su habitación y se sentó sobre la cama con sus libretas para hacer lo poco que tenía de tarea, había adelantado mucho durante la semana que para el viernes ya estaba libre. Sonrió al recordar a Aki, la niña desprendía tanta armonía y le gustaba eso, hacía mucho que no sentía armonía con su alrededor.
- Quizás ella sea una salvación más para mí –dijo en voz alta, y empezó a escribir sobre la libreta.
En casa de los Taishou, Aki estaba terminando de hacer sus deberes, mientras que Ikki la observaba desde la cocina. Seiki estaba tras él, ya que había optado por no regresar al trabajo; de todos modos él era el propietario del despacho Taishou Inc. Por lo que podía darse el lujo de no ir a trabajar un día.
- No debió alejarse así, no debía –repetía Ikki.
- Ikki, qué querías que la niña hiciera si no le prestabas atención –le reprochó su hermano.
- Mira quien habla –dijo Ikki enfadado.
- No es lo mismo, hermano –Seiki suspiró abatido y se sentó en el banco alto del desayunador con la cara entre las manos-, es cierto quizás trabajo mucho, pero..., Ikki, la niña tiene 6 años y siempre te ve triste –el mayor le miró preocupado-. Odio verte así, hermano, lo odio.
Ikki no respondió de inmediato, sino que se quedó pensando en lo que el hombre ahí sentado le decía. A él tampoco le gustaba sentirse tan desolado, pero siempre terminaba en el mismo estado. Aki era una gran luz en su vida, de verdad que la niña había hecho maravillas, sin embargo él aún se sentía solo, olvidado. Y estaba esperando por salir de ese estado, o que alguien lo sacara.
- ¡Keh! A mí tampoco me gusta, Sei –murmuró hacia su hermano, un tanto avergonzado de darse cuenta de lo que decía-, es un mecanismo de defensa.
- Hallaremos la manera, Ikki –le dijo el mayor-, la encontraremos.
El menor suspiró abatido. Realmente quería terminar con todo, pero no sabía como. Pasó sus manos por el cabello suelto y luego volteó a ver a Seiki. Ikki movió su boca en forma de una sonrisa, quizás no tan sincera como él hubiera querido, pero Seiki se quedó aliviado con ella. Esa sonrisa lo decía todo: Ikki deseaba salir adelante, llenar el vacío que tenía y estaba pidiéndole ayuda. Ayuda, que sería dada sin pedirla siquiera.
(1) Según tengo entendido Kagome significa Gaviota.
Bien, como verán estoy editando el fic porque tengo casi 2 años de no seguir. El motivo es que estoy súper atareada con trabajo y la verdad pensé que había perdido mi información del fic pero gracias a Dios lo encontré.
Este capítulo trata un poco de los sentimientos de Kagome hacia cierta circunstancia, creo que a cualquiera le dolería no poderse despedir de alguien a quien quieres mucho (experiencia propia).
Hablamos también de Ikki, un poco de la hostilidad con la que vivía diariamente, los sentimientos de soledad y de depresión que le rodean. Quizás la mayoría sepa de quien hablamos, sobre todo por lo obstinado que podría ser. Es un personaje temperamental no quiero hacerlo muy oscuro, solamente gris; es bastante silencioso, introvertido, muy x el contrario de lo que solía ser. Ya veremos como se desarrolla en la historia.
Seiki es un personaje que también es conocido, le tengo planes a él con su pequeña niña y alguien más. Yo sé que adorarán a Aki, es como un link entre Seiki, Ikki y Kagome; es un amor de niña, con la inocencia que debe caracterizar a un niño de 6 años que ve sufrir a su familia.
Ya para no alargarles más el cuento pues..., ¿hacia dónde vamos con la historia? Pues creo que hablaremos más de Ikki, y la transición por la que pasa cuando Kagome aparece en sus vidas (¿o ellos aparecieron en la suya?) También veremos cierta transformación en la vida de los dos, en Seiki quien es un personaje x demás solitario (aunq tenga a su hija), pero que le hace falta amar a alguien, a su igual. Tengo un adelanto del siguiente capítulo, ya han pasado algunos meses desde que Kagome conoce a esta peculiar familia y ella se siente a gusto con ellos.
¿Qué pasará?
Saludos a todos. Cuídense mucho y ya que están por aquí, pásense un review ¿no?
P. Black
