En la cubierta de un gran buque pirata, se encontraba, en el timón, su capitán. Dirigiendo al navío, lejos de la aldea que acababa de saquear, y de la que había sacado una gran fortuna. Tenía una sonrisa ladina en el rostro que causaba tanto miedo en los demás, como sus ojos verdes carentes de sentimientos. Su rostro algo manchado y su pelo rubio despeinado contrastaban perfectamente con su camisa blanca de holanes, algo abierta, sus muchos cinturones, sus botas y su imponente abrigo rojo sobre puesto por los hombros junto con el sombrero, que reposaba en su cabeza, para demostrar a todos quien era el capitán del barco.
Sentía la agradable brisa marina golpeándole en el rostro, el clima era perfecto. Cerró los ojos y se relajo unos momentos, hasta que llegase uno de sus hombres a arruinarle el momento.

-¿Qué hacemos con el prisionero, capitán?-Arthur no le dijo nada por haber interrumpido su estado de relajación, puesto que le había recordado su agradable premio que había sacado de aquella aldea. Que por unos instantes había dejado sin cuidado.

-Yo me encargo.-Su sonrisa se amplió al momento de dejar el timón y bajar hasta donde se encontraba la celda. Imponente a su paso, abrió la vieja puerta de madera, haciendo que rechinara un poco y dejase entrar luz al pequeño cuarto, que no tenía grandes cosas, solo cadenas y unas cuantas cajas apiladas por toda la habitación. Camino firme hasta el otro, que se encontraba encadenado contra la pared, con ambas manos por sobre su cabeza y de rodillas en el piso.

El japonés apenas si alzo la vista cuando escucho a alguien entrar, y automáticamente la volvió a bajar. Se volvió a quedar inerte. Por fin miraba a alguien desde el saqueo de su aldea, solo que, también se trababa de un pirata. El mismo que le había arrebatado de su familia y obligarle a irse con ellos. No recordaba haber hecho algo malo para merecer lo que le estaba sucediendo en ese momento, era una buena persona. Y ahora se encontraba a bordo de un navío pirata, solo él y su maltratado kimono azul. Intento hacerse para atrás inútilmente, ya que la pared le impedía, cuando el inglés se puso en cuclillas frente a él y le tomo de la barbilla, obligando a mirarle. Solo hay pudo notar la sonrisa de autoridad y prepotencia que tenia el otro. Y sintió miedo.


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