Cuando el frío y la soledad de la noche lo invadieron, no tuvo otro remedio más que salir a penar por su condición.

El ruido lo rodeaba, pero el silencio yacía en su ser. Había miles de almas cerca, pero ninguna la indicada. ¿Qué necesitaba para llenar un vacío que no tenía pieza que le encajara? Probablemente, buscar hasta llegar al fin del universo.

Con pasos torpes y la mirada baja, se encontró a él mismo, deseando hallar una señal que le indicara hacia dónde avanzar. Miró el cielo y el azul de sus ojos resplandeció con intensidad, perdiéndose en la inmensa oscuridad nocturna.

Su destino era incierto y él era el único encargado de escribir la historia que formaría parte de su vida. Sin embargo, la inspiración para hacerlo aún no había llegado. Necesitaba una musa que despertara sus instintos y pusiera a vibrar cada una de las fibras de su ser.

Regresó a su realidad para seguir dando batalla a cada uno de los demonios que lo atormentaban día con día. Pero en medio del profundo mar en el que se situaba a la deriva, la vio a ella; tan esplendorosa, reflejando su inocencia a la luz de la luna.