Cuatro guardias lo escoltaban por aquellos pasillos. Las luces de neón parpadeaban de forma molesta, provocando que el cirujano entrecerrara los ojos. Trafalgar Law gruñó ante la gran cantidad de luz. Él, acostumbrado a espacios oscuros, no soportaba este tipo de ambientes.
Llevaban mucho tiempo caminando, y por la cantidad de escaleras que descendían intuyó que se dirigían a las celdas.
Tras el último escalón Law se encontró frente a un oscuro pasillo donde había tres celdas, incomunicadas las unas de las otras. Al pasar por ellas, pudo divisar que las dos primeras tenían tres y cuatro ocupantes.
-Lo dejaremos en la celda 3- ordenó el que se encontraba a la derecha del moreno.
-Pero... esa celda está reservada solo para...- discrepó otro de ellos, pero calló al ver la fulminante mirada del superior.
-Las otras celdas están llenas. Además, ella estará inconsciente, últimamente está horas de más conectada- justificó.
Law puso atención a sus palabras. ¿Reservada? ¿Inconsciente? ¿Conectada? ¿De qué hablaban aquellos hombres? Como respuesta a sus preguntas, la puerta de la celda se abrió y con un brusco y nada amable empujón lo introdujeron dentro para cerrar segundos después la puerta.
Una pequeña bombilla daba luz a la habitación. Esta no era muy grande, y estaba equipada nada más que por una cama destartalada y una minúscula ventana. Las paredes estaban viejas y un horrible olor a humedad impregnaba el ambiente. Gracias a aquel escaneo de la estancia, Law pudo distinguir una silueta en el suelo. Por su postura parecía que la habían dejado caer de mala manera, sin cuidado alguno, y por su figura y largo pelo rizado pudo averiguar que se trataba de una mujer.
Con cierto recelo se acercó poco a poco, pero la mujer no se movió. Cuando ya se encontraba a su lado, se agachó hasta quedar de cuclillas y movió el cuerpo de forma que pudiera verle la cara.
Se trataba de una mujer, como ya había sospechado, de entre dieciocho y veinte años, de piel bronceada y rasgos exóticos. Su cabello estaba desperdigado por el suelo en perfectos rizos rojos. Toda ella gritaba belleza, excepto las grandes bolsas moradas bajo sus ojos, la enfermiza palidez de su piel y las marcas de heridas y moratones en sus piernas y brazos. La joven iba cubierta simplemente por una camiseta, que en su momento debió de ser blanca, pero que ahora estaba amarillenta por su uso y poco lavado, y la ropa interior.
Law puso una mueca de horror. ¿Qué le habían hecho?
Por mucho que su instinto le gritara que la dejara, su ética como doctor se lo impidió. Muy a regañadientes decidió hacer un chequeo para comprobar que no tuviera heridas infectadas o contusiones graves.
Empezó por la cabeza. Elevándola con cuidado se aseguró de que no había golpes o heridas y también abrió sus ojos para comprobar la reacción a estímulos. Ante aquel contacto tan directo con la luz, los verdes ojos de la chica se cerraron rápidamente. Un casi inexistente gruñido escapó de los labios de la joven. Law aquello lo tomó como una buena señal.
-¿Puedes escucharme?- preguntó, esperando a que ella se levantara. Pero aquello no ocurrió.
La pequeña mano de la pelirroja se deslizó lentamente hasta enrollarse en la muñeca del cirujano, apretando muy, pero que muy, débilmente. Law, comprendiendo que su estado de debilidad era peor del que pensaba, pasando sus brazos bajo las rodillas y la espalda de la joven, la elevó del suelo para colocarla en la pequeña cama que tenía el lugar. Un simple montón de muelles y un colchón roído.
La acomodó en él y continuó con el chequeo.
-Voy a revisar que no tengas heridas graves o contusiones. Me sería de gran ayuda si me indicaras si te duele algo y dónde- le habló el cirujano. Sabía que ella no podría hablarle con claridad, pero confiaba en que sí pudiera indicarle los puntos donde sintiera dolor.
La pelirroja comenzaba a recobrar la consciencia lentamente, como si una espesa bruma se disipara de sus pensamientos, aportando claridad y lucidez a su cabeza. Apenas sentía las manos del desconocido sobre su piel, y sus palabras le sonaban lentas y poco claras. Su cabeza dolía a horrores, pero lo peor de todo era su cuerpo. Sentía su cuerpo arder, sentía cada parte de él tenso y adolorido, no podía mover ni un dedo sin que una dolorosa descarga la sacudiera entera.
Intentó levantar la cabeza, en un intento por observar bien al hombre que la atendía, pero aquel simple movimiento logró que un ronco grito de dolor se escapara de sus labios. Law, que no esperaba aquello por parte de la mujer, dejó de inspeccionarla para dirigirse de nuevo a su cabeza. Podía ver las lágrimas descender lentamente por las mejillas de la joven, incluso notar como apretaba su mandíbula, por ello se alarmó, pensando que él había provocado dicho estado en ella.
-¿Qué ocurre? ¿Te he hecho daño?- preguntó con una calma que no sentía.
Ella negó con la cabeza, pero pareció que aquel gesto empeoró su estado.
-Vale, está bien, hagamos algo más simple. Parece ser que el movimiento solo empeora tu estado- empezó a decir Law. No comprendía la razón de su malestar, ya que físicamente a parte de los rasguños no había nada que pudiera provocar tal dolor, ni signos de hemorragias o heridas internas. -¿Puedes hablar?- preguntó.
La mujer intentó contestar que sí, pero de su garganta solo salió un sonido ronco. Hacía demasiado tiempo que no hablaba, y sus cuerdas vocales no estaban por la labor. Law, que comprendió aquello, probó con otra forma para poder comunicarse con ella.
-No te esfuerces, mejor probemos a...- las palabras del moreno fueron interrumpidas por los hombres que abrieron la puerta de la celda, entrando por ella dos guardias diferentes de los que antes habían trasladado allí al joven y otro tercero, vestido con la vestimenta típica de un doctor; larga bata blanca, y sujetaba una carpeta donde revisaba algo.
Al levanta la mirada de su lectura y ver los ojos abiertos de la mujer sonrió.
-Oh, veo que por fin despiertas- comenzó el doctor. Tenía un brillo en su mirada que no gustó ni un pelo al cirujano.- Realizar las pruebas mientras estabas inconsciente no era tan divertido, pero ahora que ya no lo estás, será más fácil deducir los estados- los soldados se acercaron a los jóvenes y cogieron a la pelirroja, cuyos ojos desprendían un sentimiento de terror puro.
Como acto reflejo, el moreno dio un empujón a uno de los hombres para impedir que se llevaran a la mujer, pero lo único que consiguió fue que su compañero lo golpeara fuertemente en el estómago, haciéndolo caer al suelo.
Los guardias arrastraron el cuerpo de la joven fuera de la celda, haciendo que Law la perdiera de vista, pero, a pesar de haberse ido aquellos dos, el otro continuaba allí, observándolo fijamente.
-No busques salvarla chico, esa mujer es nuestra, y solo le espera la muerte- fue lo único que dijo el doctor antes de desaparecer de allí, cerrando la puerta de la celda y dejando al cirujano solo.
