Culpa mía

Era el verano del 2019. Draco Malfoy se encontraba en su mansión, sentado con incomodidad a los pies de una cama de inmensas dimensiones, como llevaba haciendo desde hace unas semanas. No podría decir que habían sido las peores semanas de su vida, pero se acercaban. Había mandado a Scorpius con sus abuelos, en lo que este entraba a clases; no soportaría si él...no, se había prohibido pensar en ello. Apenas y había logrado dormir en las últimas cinco noches, por lo que unas oscuras ojeras adornaban su cara de finos rasgos.

Si tan sólo Astoria no fuera tan terca...

Un sonido ronco le sacó abruptamente de sus pensamientos. Astoria había despertado. El rubio se incorporó con premura, aunque sin perder ápice de elegancia, claro. Se arrodilló en el suelo, para estar a la altura de la castaña. Esta también llevaba un par de ojeras, sólo que parecía que estaban un poco menos marcadas, al ser levemente más morena que Draco. Al verle, las comisuras de la boca se elevaron tímidamente, formando una pequeñísima sonrisa.

—Te ves terrible...—Dijo, con una voz sumamente rasposa y baja. Todo lo contrario a como solía ser; dulce, llena de un aire de jovialidad. La luz de Astoria se apagaba, con calma, pero sin interrupción.

— Tú tampoco luces mucho mejor...—Contestó Draco. Joder...su esposa se veía tan demacrada...aun así, el verla sonreír, por poco que fuera, le devolvía la poca esperanza que le quedaba.

Le había explicado millones de veces que no podían tener otro hijo...

Astoria no tenía la suficiente energía como para soltar una pequeña carcajada, por lo que un sonido gutural fue todo lo que salió de su garganta. Atinó a entrelazar sus manos con las del patriarca de los Malfoy, aunque el agarre no fuese tan fuerte de parte de ella. Parecía una flor que estuviera marchitándose, viéndose cada vez más frágil, sin perder del todo su belleza. Porque sí, Astoria era preciosa. Los ondulados cabellos castaños le caían con gracia sobre los hombros, mientras que su tez semejaba al café con leche, en color y textura. Ella le seguía sonriendo a Draco. Después de todo, no podían decir que no se querían. Y qué decir decir de Scorpius. A él lo amaba mucho más que a su propia vida; de la misma forma que hubiera amado al pequeño retoño que hace par de días había perdido. Aún seguía deprimida por ello.

Porque había una maldición en la familia Greengrass, sería peligroso...

— ¿Cuándo estaré bien? — Aún con todo, sonaba como una niña pequeña, que se está recuperando de una gripa. A Draco nunca antes le había costado mentir, pero esta vez fue muy diferente. Su estómago se contrajo, y un nudo se instaló con toda confianza en su garganta. Y mintió. ¿Qué más podría hacer?

— Pronto, ya verás. Todo estará bien. Lo prometo. — Acarició con el pulgar las manos contrarias, con tanto cuidado como si pudiera romperlas con la fricción. Así duraron un poco de tiempo, contemplándose un rato. A Draco le gustaban los ojos de la chica, ya que se encontraban entre el color verde y el gris, muy fieles a su casa. Porque aunque Astoria tenía un corazón muy grande, tenía un carácter de temerse. Le hacía honor a la casa de slytherin, y no sólo por sus ojos. Ojalá y esta vez también obtuviera lo que quería, como siempre.

Pero no le había querido escuchar...Y él cedió. Todo era su culpa.

Al final, los párpados de la castaña terminaron flaqueando ante morfeo, aunque aún mantenía su diestra unida a la mano contraria. Draco siguió en esa posición, hasta que decidió que era tiempo de irse a dormir un rato, al fin. Sí, hoy había habido una mejora en la salud de Astoria. Quizás y sí que saldrían de esto. Se creyó su mentira. Soltó su mano, y se retiró de la habitación, creyendo que al día siguiente volvería a verla. Pensó que entraría de nuevo a la recámara, y ella tendría quizás algo de fiebre, pero que le dedicaría una sonrisa, y preguntaría por Scorp, como siempre hacía. Pobre iluso. Esta vez, ella no se salió con la suya.