Disclaimer: El Potterverso pertenece a J. K. Rowling.
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Este fic participa en el reto "Heridas de Guerra" del Foro "La Sala de los Menesteres", si tienen curiosidad pueden leer de qué se trata en el mismo. Iré subiendo los tres capítulos seguidos, uno por día. Cualquier opinión y/o crítica constructiva que pueda ayudarme a mejorar es más que bienvenida =). Espero les guste. ¡Nos vemos y besitos!
Siempre
I
"Nunca"
Nunca pudo dejarla ir.
"—¿Lily? ¿Después de todo este tiempo?"
"—Siempre."
Nunca.
Sin importar cuánto lo hubiera intentado, cuánto hubiera tratado -cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, del resto de su vacía y miserable vida-, porque ella estaba y había estado hecha del material que no se olvida. Ella había estado allí, siempre, y aún después de todos aquellos año, aún lo estaba. Allí. Sin importar cuánto hubiera intentado olvidarla. Y lo había hecho, por Merlín que lo había hecho. Después de todo, no era por falta de hacerlo que no lo había logrado. Pero Lily siempre retornaba a su cabeza, aún en tiempos en que no debería permitir que su cabeza vagara por esos caminos, porque ni sus propios pensamientos le pertenecían ya. Porque todo había terminado resultando tan jodidamente mal que Severus aún no podía comprender las magnitudes de las decisiones que había tomado todos esos años atrás, cuando aún había estado resguardado en las seguras paredes del castillo de Hogwarts, cuando había decidido que había cosas más valiosas en el mundo (muchos más valiosas) que cosas triviales de ingenuos como el amor. Entonces, se había creído mejor. Mejor que ese idiota, insensible y puerco de Potter con sus igualmente inútiles amiguitos y sus humos por las nubes. Había jurado ser mejor. Mejor que esos cuatro. Más grande. Para que ya no pudieran molestarlo, herirlo, tocarlo. Para que Lily pudiera verlo a él, y no a San Potter, verlo bajo una nueva luz. Verlo por primera vez.
El amor era para tontos.
—Sev, por favor. No te pongas así. No es... realmente no... —pero él no era tonto y definitivamente no era Potter. No. Podía verlo, las tenues manchas rosadas en sus redondeadas y usualmente pálidas mejillas pecosas. El brillo casi imperceptible en esos ojos verdes que tanto amaba. Sí, podía verlos. Porque él la conocía mejor que nadie. Mejor que nadie en el mundo; incluidos sus padres muggles y esa hermana muggle desagradable que la esperaban siempre en casa. Y en ese momento, en ese exacto momento, era una completa extraña.
Su voz salió más fría de lo que realmente lo había pretendido —Lo amas —y a duras penas las palabras escaparon de su boca, supo que la había herido. Pero, por una vez, una única vez, los sentimientos de Lily Evans no le importaban. Ella, no le importaba, si aquello era en lo que se estaba convirtiendo—. A Potter.
—Sev, no es tan así... —esa era una mentira, Severus lo sabía. Llevaba demasiado tiempo observándola como para no notarlo. Para no notar la forma en que Lily se iba ablandando poco a poco a las tonterías de Potter. Cómo su cabeza lo buscaba cuando creía que nadie la estaba viendo. Cómo sus ojos verdes –que habían solido mirarlo a él con tanta amabilidad y afecto- miraban ahora a Potter por un segundo más del estrictamente necesario.
Pero esta vez, esta vez, la estaba ignorando. No podía creerlo. No de ella, de todas las personas. No quería hacerlo —¿Tan así? ¿Acaso tú también encuentras divertido que cuelguen a la gente de los pies?
Lily se ruborizó —¡Claro que no! No puedo creer que pienses que yo...
Aquella era la tercera vez en la semana que Potter y sus amigos usaban el Levicorpus, hechizo que él mismo había inventado, contra su persona —¿O debería esperar que seas tú la próxima en hacerlo? —y Severus no podía tolerarlo más. La próxima vez, la próxima que siquiera osaran intentar volver a usarlo con él, se aseguraría de que fuera la última.
—Yo jamás te haría algo así, Sev. Y lo sabes —susurró, casi implorando, aferrándose los libros firmemente contra el pecho.
Pero Severus no lo hacía. No entonces —Y supongo que pronto te nombrarán merodeador honorífico, también ¿verdad? Así es como se hacen llamar en éstos días. Para luego unirse a sus bromas que consideras tan graciosas —sus palabras impregnadas del más ácido veneno. Estaba perdiendo el temperamento, lo sabía. Y, por encima de todo, estaba perdiéndolo frente a ella. Pero no podía evitarlo.
Las mejillas de Lily enrojecieron aún más. Solo que esta vez, esta nueva vez, no era por la mención de Potter o su supuesto afecto por él. No. Ésta vez, era de indignación —¿Y qué me dices de tus amigos?
Snape entrecerró sus mezquinos ojos negros —¿Qué con ellos?
—¿Cómo se hacen llamar en estos días, eh? ¡Mortífagos! ¿Y qué me dices de sus bromas? ¡Usan magia negra, Sev! ¡Eso no es gracioso!
—Son solo bromas —gruñó Snape—, no parece importarte que Potter las haga.
—Ellos no emplean magia negra, Sev —insistió, indignada.
Severus apretó sus labios —Veo que ya has elegido.
—¿Elegir? ¿De qué hablas, Sev? Yo nunca elegiría...
—Está bien —dijo, resignado, con frialdad tanto en los ojos negros como en la siseante voz—, vuelve con Potter y su grupito.
Lily se mordió el labio inferior. Había lágrimas sin derramar en sus ojos verdes, usualmente brillantes, y ahora opacos, como si hubieran perdido el brillo —Bien, lo haré. Y tú vuelve con Mulciber y Avery. Estoy segura de que tienen muchas cosas que hacer, antes de poder convertirse en Mortífagos oficiales.
—Bien —y, sin más, dio media vuelta y se marchó, dándole la espalda, con la túnica negra ondeándole a la altura de los tobillos.
Oyendo, a medida que se alejaba, la voz de Mary MacDonald intentando consolar a Lily —Lily, Lily, ¿qué pasa? No llores… —pero por una vez, una única vez, Severus no volvería. No esta vez, no corriendo, como siempre lo hacía porque simplemente no podía tolerar las lágrimas de ella o la simple idea de Lily llorando. No más.
Excepto... que siempre volvía —Lo siento —no podía evitarlo. No con ella. No podía perderla. No a Lily.
—No me interesan tus disculpas —le dijo ella fríamente y Severus se detuvo en seco, mirándola como si lo hubiera abofeteado.
—¡Lo siento! —repitió, ahora desesperado. No había querido decirlo. No había querido decirle aquellas palabras. No a ella, de todas las personas. No a Lily. "—¿Tiene mucha importancia que seas hijo de muggles?" "—No, no tiene ninguna importancia". Y aunque sabía que eso lo hacía un hipócrita, por profesar algo y mirar al otro lado cuando le convenía, no podía evitar serlo. No con ella. Lily era su excepción, una que cualquier persona debería poder permitirse, sin tener que rendir cuentas a nadie.
—Puedes ahorrártelas. Si salí fue porque Mary me dijo que amenazabas con quedarte a dormir aquí —volvió a decirle fríamente. No lo dijo, pero Severus pudo verlo en sus ojos. Estaba cansada –oh tan terriblemente cansada de pelear- y ya no podía más. Aquella era Lily dejándolo ir a él, soltándolo, porque simplemente ya no podía más. Aquella era Lily resignándolo. Y la sola idea lo hacía querer morir.
Lily no podía estar eligiendo dejarlo atrás... Él la amaba, dormiría en la puerta del retrato de la dama gorda por ella. Demonios, dormiría en las aguas heladas del lago negro por ella. Con tal de que lo perdonara. Y tenía que hacerlo, ¿verdad?, ¿perdonarlo? Después de todo, aquella era Lily. Su Lily. La niña amable que nunca se había burlado de él. Que nunca lo había tratado como a un raro, que nunca lo había menospreciado como otros tanto lo habían hecho (incluido su propio padre). Aquella era Lily, de eterna capacidad para perdonar. Excepto... Excepto que no lo era, ¿verdad? Por primera vez, lo estaba descubriendo. Que quizá, solo quizá, la había empujado finalmente hasta su límite. Un límite que jamás habría creído que existiera, para empezar.
—Es verdad. Pensaba hacerlo. No quería llamarte "sangre impura", pero se...
—¿Se te escapó? —y entonces lo comprendió. Lo vio. No había en Lily una pizca de compasión ya, no para él. No para sus excusas. No para más discusiones. No habría más discusiones. Ni siquiera las inocuas sobre exámenes y sus respectivos futuros después de Hogwarts. No habría nada más. Ella no estaría en su futuro y él no estaría en el de ella, porque ella lo estaba borrando de éste como si fuera un mero manchón de tinta en un viejo pergamino—. Es demasiado tarde. Llevo años justificando tu actitud. Mis amigos no entienden siquiera que te dirija la palabra. Tú y tus valiosísimos amigos Mortífagos... ¿Lo ves? ¡Ni siquiera lo niegas! ¡Ni siquiera niegas que eso es lo que todos aspiran a ser! Están deseando unirse al Innombrable, ¿verdad? —quiso decirle algo, negarlo, refutarlo completamente, pero sería mentirle y Severus no podía mentirle. No a ella. Y decir lo contrario sería una mentira.
Lily asintió —No puedo seguir fingiendo. Tú has elegido tu camino, y yo he elegido el mío.
El alma se le cayó a los pies. Pálido y sudando frío, balbuceó —No... Espera, yo no quería...
—¿No querías llamarme "sangre impura"? Pero si llamas así a todos los que son como yo, Severus. ¿Dónde está la diferencia?
"—¿Tiene mucha importancia que seas hijo de muggles?" "—No, no tiene ninguna importancia" —Yo... —y quiso decirle, quiso hacerlo, decirle que era diferente. Que ella era diferente, para él. Que su estatus de sangre no le importaba, porque él ya era bastante hipócrita por los dos –siendo un sangre impura y todo eso él mismo-, y que era diferente porque a ella la amaba. Sí, quiso hacerlo, pero las palabras no salieron.
—Buenas noches, Severus —así que simplemente la vio desaparecer por el agujero del retrato, desaparecer de su vida, para siempre. Y no supo cuándo, o cómo, pero unas gruesas gotas calientes empezaron a caer por su cetrino rostro y por su ganchuda nariz, hasta desprenderse de su mentón para caer y estrellarse contra el suelo del vacío corredor. Cuando volvió a su sala común, esa noche, arrojó los libros a un rincón –malhumorado- (ignoró con un mero gruñido de disculpa a Avery y a Mulciber, ambos llamándolo desde los sofás junto al fuego) y se fue a dormir directamente. Por esa noche, esa horrible noche, no tenía deseos de discutir nada relacionado al señor tenebroso.
—¿Dónde has estado, Severus? —la voz siseante, fría, de su amo lo sacó de su estado de ensimismamiento. Inconscientemente, cerró su mente como si se tratara de una almeja a la que intentaban arrebatarle la perla descansando en su interior. Si Voldemort lo anotició o no, no dijo nada.
—Recolectando información, mi señor —mintió, inclinando la cabeza, de modo que su negro cabello largo le cubrió los ojos.
—¿Es eso cierto? No le mentirías a tu amo, ¿verdad, Severus?
Snape negó con la cabeza, calmamente —Mi señor, sabe que solo estoy para servirle. Jamás le mentiría, mi señor.
—No... Por supuesto —dijo Voldemort, deslizando sus largos dedos blancos por la extensión de Nagini, que estaba en aquellos momentos irguiéndose y mirando con sus amenazantes ojos amarillos a Snape—. Y has sido hasta ahora un buen sirviente, Severus. Dime, ¿qué has recolectado?
—Caradoc Dearborn se ha estado escondiendo en una casa cerca de Londres, mi señor. Y tengo la ubicación de Dorcas Meadowes. Si quiere, puedo deshacerme de él.
—No... —siseó Voldemort— yo mismo iré, Severus. Gracias. ¿Y de los demás miembros? ¿Los Longbotton? ¿Los Potter?
—Me temo que aún no se nada, mi señor —mintió.
Una desagradable sonrisa se dibujó en el rostro casi sin facciones de Voldemort, mostrando sus dientes blancos —¿Aún, Severus?
—Eso me temo, mi señor —aseguró, volviendo a inclinar la cabeza levemente de modo que el cabello negro volvió a cubrirle los ojos como si se tratara de una cortina.
—Bien... Puedes retirarte... —siseó, perdiendo el interés en él definitivamente y volviendo sus ojos al fuego.
—Sí, mi señor —y, sin más, salió de allí. Recordándose una y otra y otra vez que finalmente había obtenido lo que tanto había deseado. Finalmente era alguien, parte de algo mayor a él, pero no lograba sentirse del todo complacido. No cuando volvía a pensar en ella.
Y lo hacía seguido.
—Lil- —le había dicho a la semana, al verla pasar, con una tímida sonrisa, pero ella solo le había volteado el rostro y seguido caminando como si nada. Mary MacDonald se había volteado a verlo, susurrándole algo a su amiga al oído, pero Lily no lo había hecho. No le había dedicado siquiera un segundo miramiento. Se le encogió el estómago.
Por haber estado mirándola, no se percató por dónde iba y chocó con alguien —¿Qué haces Quejicus? —Snape giró la cabeza bruscamente. Sus ojos negros clavándose con desdén en Potter y en Black. Era culpa de ellos, después de todo, el que Lily ya no le hablara más.
Sirius miró por encima del hombro del moreno y entonces comprendió qué era lo que el Slytherin había estado mirando. En sus labios se dibujó una amplia sonrisa de satisfacción —¿No tienes orgullo, Quejicus?
—Lily ya dejó perfectamente en claro que no quiere ver tu grasienta cara cerca suyo —terció James, también sonriendo ufano.
Sirius sonrió aún más ampliamente —Sí, no quiere su túnica toda llena de manchas de grasa. Me atrevería a decir que le das asco, Quejicus.
Mirando con profundo odio a los dos, sacó su varita a toda velocidad pero Black y Potter fueron más rápidos y ambos dijeron al mismo tiempo —¡Levicorpus! —y todo se dio vuelta, como otras tantas veces. Con la diferencia de que esta vez, esta vez, Lily no vendría a interferir por él. No vendría a defenderlo. Ya no más...
Apresurando el paso, se alejó lo que más pudo de la habitación en la que se hallaba el señor Tenebroso. Siguió y siguió, hasta que estuvo lo suficientemente lejos de él. Solo entonces, y solo una vez hubo asegurado sus propios recuerdos y pensamientos en el interior de su cabeza con Oclumancia, osó meter la mano en el bolsillo interior de su túnica y remover de éste lo que traía consigo tan celosamente oculto. Era una carta, una carta y algo más...
Querida Tuney:
Espero que estés bien. Que tú y Vernon lo estén. Escucha, sé que hemos tenido nuestras diferencias, y que las cosas con Vernon y James no resultaron muy bien... En ambas ocasiones, especialmente en tu boda. Y lo lamento mucho, Tuney, en verdad. James prometió disculparse con Vernon, si a él aún le interesa enmendar las cosas y volver a empezar de cero.
En realidad, te escribía para contarte que James y yo decidimos casarnos. Sé que parece una locura, en especial en estos tiempos... (ya sabes, las cosas no han estado bien en el mundo mágico) Pero es por eso exactamente que decidimos hacerlo. No haremos nada grande, obviamente, pero nos encantaría que Vernon y tú vinieran. Por eso, adjunta a la carta les envío la tarjeta, con esperanzas de verlos por aquí. Especialmente a ti, Tuney. Sé que no hemos estado muy unidas en mucho tiempo, pero extraño a mi hermana mayor y me gustaría verla una vez, en caso de que... Bueno, ya sabes. James es optimista, dice que estaremos bien. Que el mundo mágico estará bien. Yo quiero creerle.
En fin, lamento haberte contado todas estas cosas de mi mundo. Sé que no te interesan y lamento haberlas mencionado en primer lugar. James y yo estamos bien. Esperamos su respuesta.
Con cariño,
Lily.
Pasando sus codiciosos pequeños ojos negros por el contenido, releyó por enésima vez la carta, atesorando cada trazo delicado y cada pequeño firulete en las ges que Lily siempre había sabido dibujar de manera tan particular. Atesorando las escasas letras que conformaban su nombre, trazado por ella misma a puño y letra, con su cálida mano que seguramente habría rozado aquel papel. Y un enorme deseo contradictorio de conservarla y romperla en mil pedazos lo invadió. Después de todo, aquel era el pedazo de papel que confirmaba lo que Severus había temido por mucho tiempo. Lily había elegido a ese... ese... Potter y ahora oficializaría esa elección delante de personas que ella consideraba importantes en su vida, y él no estaba entre ellas. No. Él no existía más. No para Lily. Ni siquiera era digno de la menor mención. Y eso... Por más que odiara admitirlo, porque Severus se esforzaba día a día en sentir menos y menos, dolía. Aún después de tanto tiempo. Aún después de ambos haber dejado atrás los seguros muros de piedra de Hogwarts.
—Sev, siempre seremos amigos, ¿verdad? Tú y yo ¿Aún cuando vayamos a Hogwarts y tú conozcas nuevas personas?
—¡Claro que sí! —un pequeño rubor se extendió por sus cetrinas mejillas, y se distrajo arrancando dientes de león de entre la hierba, consciente de que Lily le sonreía suavemente—. Yo no necesito más amigos...
Abollando la tarjeta de invitación, que la mugrosa muggle esa había arrojado a la basura escandalizada, junto con la carta, la hizo arder con un movimiento de su varita y se guardó lo demás. Decidiendo que podía ignorar el contenido con tal de tener algo a qué aferrarse. Algo que le recordara que Lily había existido, que él y Lily habían existido, antes de que empezara a creer que todo había sido producto de su imaginación. En noches, noches largas de aquella guerra sin fin que no había resultado ser lo que él había pensado o querido, lo hacía. Creerlo, eso era: Que Lily había sido un mero fingimiento de su imaginación. Pero entonces la recordaba, con su flameante y largo cabello rojo ondeado enmarcándole el bonito rostro y su amable sonrisa llena de pecas y sus brillantes ojos verdes y no podía evitar preguntarse si todo aquello habría valido la pena. Si la guerra valía la pena. Pero empezaba a perder esperanzas en ello. Empezaba a creer que nada de aquello valía la pena.
Nada. Especialmente el precio a pagar: El haber renunciado a ella.
Y ahora comprendía, por primera vez en mucho tiempo, que jamás lo había hecho.
Renunciar a ella, eso era. Dejarla ir.
Y empezaba a temer que jamás podría tampoco.
Dejarla ir...
...nunca.
