Disclaimer: Los personajes de Los Juegos del Hambre son propiedad de Suzanne Collins.


Advertencia: AU.


1

Los Tributos

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Apenas abro los ojos me doy cuenta que el sol ya había salido hacía rato.

Salgo de la cama con movimientos lentos. No me apetece apresurar éste día, el día de la Cosecha; así que me visto con verdadera parsimonia. Uno de los sirvientes había dejado un bonito vestido nuevo de color blanco para mí sobre la cama, por lo que asumo que será mi nueva ropa de la cosecha. Lo reconozco. Mi madre lo encargó al Capitolio hace meses.

Nunca deja de molestarme la forma en que el Capitolio nos hace usar nuestra mejor ropa para afrontar nuestra posible muerte inminente.

Peino mi cabello con un lazo y antes de salir de mi habitación me detengo a observar el joyero que mi madre me obsequió cuando era pequeña. Las joyas no me enloquecen, pero decido usar un pequeño prendedor que había pertenecido a algún familiar como adorno. No sé la historia, pero, francamente, no me interesa en un día como hoy.

Bajo a desayunar, pero no hay nadie que me acompañe. Mi padre debe estar demasiado ocupado preparando cada detalle para la llegada de la gente del Capitolio, y mamá… bueno, ella debe estar donde siempre, postrada en su cama. La escena no me resulta desconocida. Todos los años es igual; todos los años acabo sola en la mesa. Pero no los culpo, sé lo doloroso que es para mi familia pensar que hoy podría ser el día en que me perdieran. Incluso los empleados de la casa me miran con empatía.

La compasión reflejada en sus miradas huidizas realmente me enferma. Quisiera poder gritarles, golpearlos y arrojar todo al suelo, pero sé que ellos no tienen la culpa. Siempre me aterró el día de la Cosecha, pero hoy me atemoriza más que nunca. No sé por qué, pero tengo un mal presentimiento. Aun así, no soy alguien que crea en esas cosas.

Alzo mi taza de té y propongo un brindis a una audiencia invisible.

—Felices Juegos del Hambre…— murmuro a la nada— y que la suerte esté siempre de mi lado.

Sé que varios de los empleados me oyen, pero no les doy importancia. Tal vez éste sería mi último desayuno en mi casa del Distrito 12, así que intento disfrutarlo a mi manera. Después, acabo mi comida en silencio y me retiro a la biblioteca, en donde me quedo hasta que veo a alguien acercándose a casa por la ventana, entonces tomo el dinero que papá siempre aparta para sus fresas en el estudio y corro hacia la puerta trasera.

Reconozco a Katniss Everdeen al instante, pues estamos en la misma clase en la escuela.

Ella pertenece a la Veta, la parte más pobre del Distrito 12. Me agrada Katniss; es reservada, igual que yo. Como ninguna de las dos tiene un grupo de amigos, parece que casi siempre acabamos juntas en clase. Durante la comida, en las reuniones, cuando se hacen grupos para las actividades deportivas... Apenas hablamos, lo que nos va bien a las dos.

La gente en nuestro distrito muere de hambre todo el tiempo, pero Katniss, a pesar de ser tan pobre, ha logrado mantenerse a ella y a su madre y hermana cazando todos los días tras la valla que rodea nuestro hogar. Aunque entrar en los bosques es ilegal y la caza furtiva tiene el peor de los castigos, sé que habría más gente que se arriesgaría si tuviera armas. El problema es que hay pocos lo bastante valientes para aventurarse armados con un cuchillo. No sé como Katniss lo hace, pero lo cierto es que siempre la he admirado por eso. Mi padre suele comprar las fresas que recoge el la Pradera. Así es como llamamos al lugar que se encuentra más allá de la valla.

Hoy ha cambiado su gastado uniforme escolar por unas sucias botas de caza y una enorme chaqueta. Con ella estaba Gale Hawthorne. No sé mucho sobre él, sólo que es mayor que Katniss y que yo, y que ellos son muy amigos. Ah, y, también sé que, por alguna razón, él me detesta.

—Bonito vestido— dice Gale. Lo miro fijamente, mientras intento averiguar si se trata de un cumplido de verdad o de una ironía. En realidad, el vestido es bonito, aunque nunca lo habría llevado un día normal. No lo sé con certeza, pero intuyó que, las personas como Gale, me detestan por no tener carencias como ellos. ¿Qué podía hacer yo para evitarlo? Soy consciente de que soy muy privilegiada por ser la hija del alcalde, pero la mirada de las personas como él a veces me hace desear que no fuera así. Aprieto los labios y sonrío.

—Bueno, tengo que lucir bonita por si acabo en el Capitolio, ¿no?

Ahora es Gale el que está desconcertado, incluso yo me sorprendo: ¿lo dije en serio o estoy tomándole el pelo? No tengo idea.

—Tú no irás al Capitolio— responde con frialdad. Sus ojos se posan en el pequeño adorno circular que llevo en el vestido; es de oro puro, de bella factura; sé que serviría para dar de comer a una familia entera durante varios meses. ¿Cuántas inscripciones puedes tener? ¿Cinco? Yo ya tenía seis con sólo doce años.

—No es culpa suya— interviene Katniss.

—No, no es culpa de nadie. Las cosas son como son— apostilla Gale.

—Buena suerte, Katniss— digo al fin, con rostro inexpresivo, poniéndole el dinero de las fresas en la mano.

—Lo mismo digo— responde ella, y cierro la puerta.

Me tomo un segundo para procesar lo que acaba de suceder. Siempre supe que Gale me odia, y cada vez que venía a casa hacia comentarios ácidos como ése, pero hoy, sus palabras en verdad me han herido.

Soy hija única. No tengo hermanos ni a nadie más que a mis padres. Nadie por quién preocuparme, nadie que dependa de mí, como ellos. Incluso siendo la única hija de mis padres siempre hemos llevado una relación más bien un poco distante.

El Distrito 12 es el distrito más pobre de todo el país de Panem. Personas como Gale y Katniss mueren de hambre en las calles todos los días, o, en su defecto, en las minas de carbón, como lo habían hecho sus respectivos padres. Sé que nade de eso es mi culpa. Las cosas son como son, y punto; pero eso no quita la culpa de mi pecho, y la culpa abre paso a la vergüenza. Vergüenza por no saber lo que es la necesidad en un distrito donde la mayoría no tiene qué comer; vergüenza por dedicarme todas las tardes a repasar aburridas escalas en el piano mientras muchas personas trabajan en las minas o rebuscan la forma de subsistir en una sociedad completamente injusta.

Es tonto, pero no puedo evitar sentirme así, en especial cuando gente como Gale Hawthorne me recuerda lo afortunada que soy.

Papá me acompaña a almorzar, pero ninguno tiene mucho apetito. Ninguno de los dos dice nada, y él se retira antes para ir a la estación a esperar a Effie Trinket, la acompañante del Capitolio. Los sirvientes guardan el cerdo. Supongo que celebraremos con él en la noche.

Me despido de mamá y salgo de casa con algo de tiempo, antes que ella y su enfermera. La asistencia es obligatoria, a no ser que estés a las puertas de la muerte. Esta noche los funcionarios recorrerán las casas para comprobarlo. Si alguien ha mentido, lo meterán en la cárcel.

Es una verdadera pena que la ceremonia de la cosecha se celebre en la plaza, uno de los pocos lugares agradables del Distrito 12. La plaza está rodeada de tiendas y, en los días de mercado, sobre todo si hace buen tiempo, parece que es fiesta. Sin embargo, hoy, a pesar de los banderines de colores que cuelgan de los edificios, se respira un ambiente de tristeza. Las cámaras de televisión, encaramadas como águilas ratoneras en los tejados, sólo sirven para acentuar la sensación.

La gente entra en silencio y ficha; la cosecha también es la oportunidad perfecta para que el Capitolio lleve la cuenta de la población. Conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas delimitadas con cuerdas y divididas por edades, con los mayores delante y los más jóvenes detrás. Los familiares se ponen en fila alrededor del perímetro, todos tomados con fuerza de la mano. También hay otros, los que no tienen a nadie que perder o ya no les importa, que se cuelan entre la multitud para apostar por quiénes serán los dos chicos elegidos. Se apuesta por la edad que tendrán, por si serán de la Veta o hijos de comerciantes, o por si se derrumbarán y se echarán a llorar. La mayoría se niega a hacer tratos con ellos, salvo con mucha precaución; esas mismas personas suelen ser informantes, y ¿quién no ha infringido la ley alguna vez? Podrían pegarle un tiro a Katniss todos los días por dedicarse a la caza furtiva, pero los apetitos de los que están al mando, como mi padre, la protegen; no todos pueden decir lo mismo.

La plaza se va llenando, y se vuelve más claustrofóbica conforme llega la gente. A pesar de su tamaño, no es lo bastante grande para dar cabida a toda la población del Distrito 12, que es de unos ocho mil habitantes. Los que llegan los últimos tienen que quedarse en las calles adyacentes, desde donde podrán ver el acontecimiento en las pantallas, ya que el Estado lo televisa en directo.

Me encuentro de pie, en un grupo de chicos de dieciséis años de la ciudad. Intercambiamos saludos con la cabeza y centramos nuestra atención en el escenario provisional que han construido delante del Edificio de Justicia. Allí hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas redondas de cristal, una para los chicos y otra para las chicas. Me quedo mirando los trozos de papel de la bola de las chicas: cinco de ellos tienen escrito con sumo cuidado el nombre de Madge Undersee.

Dos de las tres sillas están ocupadas por mi padre, el alcalde, y Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. Los dos murmuran entre sí y miran con preocupación el asiento vacío.

Justo cuando el reloj da las dos, mi padre sube al podio y empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.

No presto demasiada atención al discurso; casi me lo sé de memoria, pero me quedo con algunas cosas, como: para que resulte humillante además de una tortura, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hambre como una festividad, un acontecimiento deportivo en el que los distritos compiten entre sí. Al último tributo vivo, de los veinticuatro que enviarán al estadio, se le recompensa con una vida fácil, y su distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceite al distrito ganador durante todo el año, e incluso algunos manjares como azúcar, mientras el resto de los distritos, como el nuestro, lucha por no morir de hambre.

—Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias— recita mi padre. Puras mentiras. Sé que no cree en eso.

Después lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años hemos tenido exactamente dos, y sólo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando algo ininteligible, se tambalea en el escenario y se deja caer sobre la tercera silla. Está borracho, y mucho. La multitud responde con su aplauso protocolario, pero el hombre está aturdido e intenta darle un gran abrazo a Effie Trinket, que apenas consigue zafarse.

Mi padre parece angustiado. Como todo se televisa en directo, ahora mismo el Distrito 12 es el hazmerreír de Panem, y él lo sabe. Intenta devolver rápidamente la atención a la cosecha presentando a Effie Trinket.

La mujer, tan alegre y vivaracha como siempre, sube a trote ligero al podio y saluda con su habitual:

— ¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de su lado!

Seguro que su pelo rosa es una peluca, porque tiene los rizos algo torcidos después de su encuentro con Haymitch. Empieza a hablar sobre el honor que supone estar allí, aunque todos saben lo mucho que desea una promoción a un distrito mejor, con ganadores de verdad, en vez de borrachos que te acosan delante de todo el país.

Localizo a Katniss entre la multitud, pero ella no me devuelve la mirada; parecía concentrada buscando a otra persona. Estoy casi segura de que a Gale, o a su hermanita menor, Prim.

«No te preocupes, hay mil papeletas», desearía poder decirle.

Ha llegado el momento del sorteo. Effie Trinket dice lo de siempre, «¡las damas primero!», y se acerca a la urna de cristal con los nombres de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento, se podría oír un alfiler caer, y yo empiezo a sentir náuseas y a desear desesperadamente que no sea yo.

Effie Trinket vuelve al podio, alisa el trozo de papel y lee el nombre con voz clara; y no soy yo.

Es Primrose Everdeen.

De inmediato regreso la mirada a Katniss. Se ve confusa y aterrada, pero parece que realmente no estuviera allí.

Siento una gran opresión en el corazón. Conozco a Primrose; es una chica muy dulce y frágil y Katniss, su hermana, es, probablemente, mi mejor y única amiga en todo el mundo. Ver el dolor en su rostro es como un detonante. De pronto, me encuentro recordando las palabras de Gale:

«Tú no irás al Capitolio», entonces, la culpa regresa.

No es justo.

No es justo, la familia de Katniss ya ha sufrido demasiado; en cambio yo…

— ¡Soy voluntaria!— grito con todas mis fuerzas, antes de poder caer en cuenta de lo que hago.

La conmoción es tal que Effie Trinket trastabilla en sus costosos zapatos de tacón y tira la urna de los chicos por su torpeza. Mi padre me mira, como si no creyera lo que acabo de hacer, y deduzco que yo estoy igual, porque, por un segundo, todo me parece irreal. Aun así, alzo el mentón tanto como puedo y camino hacia el escenario.

— ¡Madge, no!— grita mi padre, pero no insiste. Sabe que ya es inútil. Katniss suelta un momento a Prim y me abraza con fuerza antes de que dos agentes de la paz nos separen.

Cuando llego junto a Effie, ella me sonríe con su siniestra sonrisa blanca y me da unas palmaditas, eufórica.

— ¡Ése es el espíritu de los Juegos!— exclama— ¡La hija de un alcalde es voluntaria! ¡Que gran honor! ¿Cómo te llamas, linda?

Hasta ese momento, creo que no fui capaz de entender lo que pasaba a mí alrededor.

—Madge Undersee.

— ¡Estupendo!— Chilla Effie—. Creo que podemos pasarnos la parte de pedir voluntarios, ¿no es así, alcalde?— mi padre no responde, pero en sus ojos reconozco el dolor que mi acción le provocó— ¡Perfecto! Entonces, ¡vamos a darle un aplauso a nuestra voluntaria!

Silencio.

Sé que la gente del Distrito no me conoce, por lo que no tiene razones para apreciarme. Aun así, todos guardan un respetuoso silencio. Entonces pasa algo inesperado; al menos, yo no lo espero, porque no creo que el Distrito 12 sea un lugar que se preocupe por mí. Sin embargo, algo ha cambiado desde que subí al escenario para ocupar el lugar de Prim, y ahora parece que me he convertido en alguien amado. Primero Katniss, después su madre y Prim y, al final, casi todos los que se encuentran en la multitud se llevan los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después me señalan con ellos. Es un gesto antiguo (y rara vez usado) de nuestro distrito que a veces se ve en los funerales; es un gesto de dar gracias, de admiración, de despedida a un ser querido.

No quería llorar, pero ahora sí corro el peligro de hacerlo, pero, por suerte, Haymitch escoge este preciso momento para acercarse dando traspiés por el escenario y felicitarme.

— ¡Mírenla, mírenla bien!— brama, pasándome un brazo sobre los hombros. Tiene una fuerza sorprendente para estar tan hecho pedazos. ¡Me gusta!— El aliento le huele a licor y hace bastante tiempo que no se baña. Mucho...— No le sale la palabra durante un rato. ¡Coraje!— exclama al fin, triunfal. ¡Más que ustedes!— Me suelta y se dirige a la parte delantera del escenario—. ¡Más que todos ustedes!— grita, señalando directamente a la cámara.

¿Se refiere a la audiencia o está tan borracho que es capaz de meterse con el Capitolio? Nunca lo sabré, porque, justo cuando abre la boca para seguir, Haymitch se cae del escenario y pierde la conciencia.

No lo conozco en persona, aunque siempre me pareció un hombre muy desagradable, pero me siento agradecida porque, con todas las cámaras fijas en él, tengo el tiempo suficiente para dejar escapar el ruidito ahogado que me bloquea la garganta y recuperarme. Pongo las manos detrás de la espalda y miro hacia adelante. Veo las colinas a lo lejos del distrito y recuerdo a Katniss, mi única amiga. Entonces, sé que hice lo correcto, porque, si yo no lo hacia, estoy segura de ella hubiera tomado el lugar de Prim. Me sentí feliz porque, por primera vez en mi vida, he hecho algo bueno por alguien más: ahora Katniss y su hermana podrán continuar con sus vidas en el Distrito 12. Tal vez no vidas felices, pero sanas y salvas.

A Haymitch se lo llevan en una camilla y Effie Trinket intenta volver a poner el espectáculo en marcha.

— ¡Qué día tan emocionante!— exclama, mientras manosea su peluca para ponerla en su sitio, ya que se ha torcido notablemente hacia la derecha—. ¡Pero todavía queda más emoción! ¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro tributo masculino!— Con la clara intención de contener la precaria situación de su cabello, avanza hacia la bola de los chicos con una mano en la cabeza; dos agentes de paz habían vuelto a colocarla en su sitio mientras ella hablaba. Effie mete la mano en la urna y yo la observo, dándome cuenta de algo sorprendente: una papeleta había quedado fuera de la urna, escondida bajo uno de sus puntiagudos zapatos. Contengo una risa. Puede que algún otro afortunado se salvara hoy. Effie Trinket toma la primera papeleta que se encuentra, vuelve rápidamente al podio y yo ni siquiera tengo tiempo para volver a alzar la mirada cuando la escucho exclamar:

— ¡Gale Hawthorne!

Mi respiración se detiene, y mi corazón se acelera al máximo.

«Oh, no— pienso. Él no.»


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Primera vez que incursiono en éste fandom.

Qué tal les pareció?

Espero sus reseñas!

H.S.