Océano Pacífico-1954
Mi vida era tranquila.
No había mucho que me preocupara; sólo buscar comida. Y los peces abundaban en mi territorio.
A veces, incluso podía tumbarme en la arena y disfrutar de la luz del círculo brillante arriba, que me daba un pequeño y cómodo calor dentro. Podía dejarme menos hambriento, pero siempre tenía que ir por peces.
Me gustaba nadar; desde flotar justo debajo del límite entre los mundos hasta ir a lugares tan profundos que el agua aplastaba con fuerza y la luz del círculo brillante en el cielo no llegaba.
Vivía en un grupo de pequeñas tierras que salían del agua, llenas de troncos con hojas verdes y muchos seres en ellas.
Pero no había nadie como yo en ellas.
Recuerdo que había otros; hace mucho tiempo tuve una madre y hermanos. Un par eran de un nido anterior, y más viejos que el resto; pero para mí no eran diferentes que los tres que habían salido del mismo nido que yo. Nos encantaba jugar y correr, pelear y cazar; eran momentos divertidos.
A veces los hermanos más viejos preguntaban por alguien llamado padre, pero nuestra madre no sabía que decir. Nunca supe quién era.
Después crecimos; las peleas dejaban de ser un juego y se volvían más violentas. Algunos de mis hermanos incluso atacaban a nuestra madre, y ella respondía con una ferocidad que asustaba. Después de recuperarse de las heridas y el dolor, ellos se iban.
Al final, quedamos tres: EspinaGris, uno de mis hermanos más viejo, nuestra madre y yo.
Mi hermano, a diferencia de los otros, no peleó. Trajo una comida grande como agradeciendo todo lo que habíamos pasado juntos, todo lo que nuestra madre hizo por él. Al terminar de comer, se despidió con felicidad, y se fue.
El círculo brillante arriba y la oscuridad llena de puntos luminosos cambiaron de lugar muchas veces hasta que decidí buscar mi propio lugar. Me despedí de madre acariciándola en el cuello y gruñendo suavemente. Podía sentir su tristeza.
"¿Triste?"
Ella apoyó sus brazos en mi cabeza.
"Triste. Pero feliz. Creciste. No perderte en ira, como los otros. Ir por tu lugar, Mequetrefe."
Después de salir de mi nido, nadé muy lejos, por lugares que nunca había visto, en buscar de dónde vivir.
Encontré uno, donde no había quien me desafiara.
Y desde entonces, éste ha sido mi lugar.
Nunca volví a ver a mi madre; unas cuantas veces fui a buscarla, pero no pude encontrarla. De todos mis hermanos, sólo encontré uno: EspinaGris. A veces nos vemos y nadamos juntos, y volvemos a tener la diversión que teníamos cuando compartíamos un nido.
Pero mi lugar estaba lleno de seres. De todas formas y tamaños, muchos eran pequeños; sólo los troncos más grandes eran más altos que yo. Y ninguno podía vivir tan fácil en ambos mundos como yo; aunque podían pasar entre ellos, tenían que volver o morían.
Yo no tenía ese problema; lo que me molestaba eran los pequeños coloridos.
Un grupo grande llegó un día, usando troncos para ir sobre el agua. Llegaron a mis tierras y no quisieron irse.
Eran cosas raras; no tenían mucho pelo, no tenían escamas, y hablaban mucho con sonidos. Yo prefería usar sensaciones, pero todo ser que no era como yo se asustaba cuando hablaba. Resultaba molesto.
Pero los pequeños corrían gritando y moviéndose de forma tan graciosa, que era divertido verlos. Y a veces sólo tenía que aparecer y gritaban.
Algunos me atacaban por miedo; molesto, solía escupirles mi agua blanca explosiva. Quien me atacaba no volvía a hacer nada más.
Después de varios pases del disco brillante y escupidas, dejaron de atacarme. Caían al suelo al verme, gritando y moviéndose raro.
Podía sentir que me llamaban "Dios de la Destrucción"; nunca entendí algunos de los nombres que daban a otros seres, o incluso a lugares. Me ofrecían ricos pescados e incluso otros pequeños para comer; era algo diferente, pero no lo bastante rico para comerlos a todos de una vez. Aún así, no tenía problema en comer a un pequeño si me lo ofrecían.
Lo que más me llamaba la atención, es que podían tomar troncos y piedras y volverlos otras cosas. Incluso se cubrían con hojas, probablemente para esconderse. Pero lo hacían tan mal...
Yo deseaba cambiar las cosas como ellos; pero por lo que veía usaban sus garras sin filo para hacerlo. Mis brazos eran muy pequeños y mis garras no eran tan buenas. Así que sólo podía observar.
No me molestaba ese grupo; los otros que a veces llegaban y los atacaban (o a mí) se enfrentaban a mis dientes, mis garras, mi cola y mi agua explosiva.
Los pequeños en mis tierras me temían, pero también me querían; mientras estuvieran en mi lugar, no tendrían qué temer.
Los troncos grises eran algo nuevo.
Iban por el agua tan rápido como yo, y eran muy grandes. Y los pequeños coloridos que llevaban eran los más raros que había visto. Sus pieles no estaban tan oscuras; las hojas más grandes, raras y de colores más extraños que había visto los cubrían.
De lejos, sin mostrarme, vi cómo juntaban a mis pequeños, y sentí como pedían usar mi lugar para algo; pero tendrían que irse de ahí y no regresar.
Mis pequeños estaban indecisos; les ofrecían un lugar bueno y nuevo, y cosas que podrían ayudarlos mucho; pero algunos temían lo que iba a pasar. Les advertían a los recién llegados que yo aparecería y los aplastaría si no tenían cuidado. Pero se encontraron con risas, ya que no les creían que yo existía. Sentí como uno de ellos me llamaba a gritos, burlándose; fue gracioso como uno de mis pequeños lo atacaba por "insultarme".
Cuando la oscuridad cubrió el cielo, salí del agua lejos de los nidos de los pequeños; unos pocos me esperaban con peces. Los dejaron sobre la arena y retrocedieron mientras los comía.
- Gojira, necesitamos de tu guía- dijeron una vez que terminé.
"Los otros pequeños, los que vinieron en los troncos grises." Algunos se sorprendieron ante mis palabras, el resto dijo que sí.
"Ofrecer mejor lugar, mejor vida. Si los pequeños querer irse, no me opongo."
-No entendemos lo que quieren hacer, y no quieren decirnos mucho – dijo uno de los más jóvenes - . ¿Y si dañan la tierra? ¿O a ti?
Me erguí mientras soltaba un gruñido. "Ningún pequeño puede vencerme. Si ellos dañar la tierra, las aguas, si ellos tratar de dañarme, los atacaré."
Dicho eso, di la vuelta y volví a las aguas.
Mis pequeños discutieron entre ellos después de eso y, con la aceptación de algunos y la insistencia de los recién llegados, decidieron irse.
Estaba un poco triste; me gustaba su compañía, a pesar de que vivían y morían rápido. Pero otros siempre van y vienen; nunca se quedan.
Me quedé en las aguas, curioso de estos nuevos pequeños; sabía que se asustarían si aparecía, y quería ver qué era lo que querían hacer. Los emocionaba tanto como los asustaba, pero no podía entender qué era. Tenía que esperar.
Los troncos de metal y sus pequeños se quedaron varios pases del círculo brillante; para luego irse. Pero no se fueron lejos; podían sentirlos, a tan sólo un corto nado de distancia.
Volví a mi tierra, cerca de dónde habían estado cambiando cosas. Pero todo lo que había era una roca redonda, sostenida por palos de metal. Estaba algo lejos de ella, con mis pies todavía en el agua, pero no tenía problemas en verla. No sabía lo que era.
Alcancé a sentir la emoción lejana de los pequeños; antes de que siquiera dejara de mirar la roca y averiguar por qué, ésta explotó.
Mucho más brillante que el círculo en el cielo.
¡La luz me golpeó, y como el fuego me quemó!
El viento me empujó muy lejos sobre las aguas; éstas también retrocedían frente a su fuerza.
Me hundí mientras viento, agua y luz tiraban de mí en todas direcciones. Pero el dolor...
¡DUELE!
¡DUELE!
¡NO PUEDO PENSAR!
¡NO PUEDO HUIR!
¡NO PUEDO PELEAR!
El dolor se transformó en un fuego que no dejaba de arder; me quemaba y me daba fuerza al mismo tiempo.
Mi cuerpo se retorcía bajo este fuego; me rompía como yo había roto a tantas comidas antes. Pero no moría.
¿O sí? ¿Estoy muerto?
¡Estar vivo no dolía tanto!
Desperté en la tierra bajo el agua, muy abajo. ¿Cuándo había ido a dormir?
Seguía ardiendo; no tanto como antes, pero sufría. Este dolor, este fuego, era horrible.
Pero mi cuerpo... Era diferente. O las rocas y plantas abajo eran más pequeñas, o yo era más grande. Y me movía lentamente; me sentía tan pesado…
Me costó, pero nadé hacia arriba, para ver qué había pasado. No lo hacía bien; parecía que mi cola y mis pies eran rocas.
Cuando salí al mundo de arriba, vi que mis tierras habían cambiado; todas las plantas y animales habían desaparecido; todo lo que quedaba eran cenizas y piedras brillantes.
Y fuera del agua, mi fuego ardía más. Y podía sentir más de ese fuego invisible a mi alrededor, entrando en mí.
Volví abajo; el agua debilitaba el fuego, pero no paraba de doler.
¿Qué había pasado?
¿Acaso los pequeños...?
¡Los pequeños!
Desde aquí podía sentir su sorpresa, su miedo a lo que mis tierras se habían vuelto. Su emoción al lograr lo que querían.
Ellos...
Ellos...
Los pequeños empezaron a sentir mi dolor y mi confusión; no sabían qué pasaba.
¡Ellos!
¡Ellos!
Temblaron de miedo al sentir mi ira crecer tan grande como mi dolor.
¡ELLOS ME HICIERON ESTO!
