¡Hola a todos! ¿Cómo han estado, mi bella gente?
Ok, aquí les caigo con un fic para el fandom de South Park; es algo extraño, ¿saben? Digo, este drabble - one shot surgió de la nada, surgió de un simple impulso de querer meterme una vez más en el personaje de Butters y preguntarme qué sentiría él al ver la ocasión de huir, de irse a donde él quisiera sin que nada ni nadie le detuviera... Y fue así como surgió este relato un tanto extraño, el cuál será de unos dos o tres capítulos...
En fin, sin más que decirles, excepto que SOUTH PARK NO ME PERTENECE. ES DE MATT Y TREY, les dejo con la siguiente historia...
¡Saludos!
Vicka.
Huida.
I.
Deprisa…
Empaco todo lo primero que mis manos agarran del clóset; con una prisa desconocida, revuelvo mi armario y busco mi alcancía donde tenía dinero guardado. No tenía tiempo para contar nada de ese dinero.
Lo único que quería era irme. Era fugarme, largarme de ese lugar lo que me urgía ahora mismo.
¿La razón? Son miles, casi una letanía entera.
Con mochila al hombro, bajo corriendo por las escaleras y me dirijo hacia la puerta. Me detengo abruptamente sólo para escuchar mi pesada respiración y el corazón latir a mil por hora.
Dios mío… ¿A dónde iré?
Tengo una lucha interna entre irme y quedarme, entre abrir la puerta y salir ó darme la vuelta y regresar a mi habitación para fingir una vez más que nada sucedió.
Malditas luchas internas, siempre salen cuando ya he tomado una decisión. Sin embargo, algo dentro de mí me pide que me vaya, que abra la puerta, que ignore a mi conciencia y que me largara de esa casa antes de que esos monstruos volvieran.
No importa a donde tenga que ir, pero regresar a esta casa, a esta jaula de oro supondría un suicidio, y yo no quiero llegar a eso.
- ¡Al carajo! ¡Al carajo! ¡Al carajo!
Abrí la puerta y salí a paso apresurado.
No cerré la puerta, pero eso a mí ni me iba ni me venía, ya que no era mi problema. Ya no desde que tomé esta decisión luego de reflexionar y darme cuenta de que aquí no soy bienvenido, de que todos me ignoran y de que nadie me quiere.
Corrí. Corrí lo que mis piernas podían alcanzar hasta la parada de autobuses foráneas; por suerte había logrado atrapar el que se iba a Denver. Tras pagar el pasaje al abordar, me senté en un lugar y observé todo por la ventana.
Mis lágrimas adornaban mi rostro.
No tenía opción… No existía ninguna opción. No tenía la posibilidad de entablar una conversación con nadie sin salir herido emocionalmente. Me he arriesgado demasiado para darme cuenta de la gravedad de mi situación muy tarde, pero sé que he tomado la decisión correcta de irme.
Mi celular suena.
Sacándolo del bolsillo de mi pantalón, leo en la pantalla el número de mi padre.
Pobre bastardo hijo de perra. Creo que él y mi madre ya descubrieron que me había ido.
- No más…
Oprimí el botón de rechazar la llamada y apagué el celular.
Suspirando hondamente, empecé a pensar en mi siguiente paso en esta recién iniciada aventura por la vida: O era irme a la frontera canadiense y cruzarla de ilegal, ó irme a la frontera con México y hacer lo mismo.
Bueno, lo que mi corazón y mis pies decidieran, con eso basta.
Abro los ojos y me vuelvo hacia la ventana; había llegado justamente a mi destino: La ciudad de Denver. De esa ciudad, ¿a dónde partiré? ¿A dónde iré? ¿Qué lugar será mi refugio? No tengo ni la más remota idea y no me importa.
Encendiendo nuevamente el celular, voy descubriendo que muchas personas me habían enviado varios mensajes de texto; los de mi padre parecían decirme que estoy castigado, los de los chicos del Cuarteto me preguntaban en donde estaba, y hasta los de los bullies me indicaban que regresara a casa.
Sentándome en uno de los tantos asientos de la estación de autobuses, me llevo una mano al rostro. Un paso importante estaba a punto de dar; un paso importante que me daba miedo e incertidumbre, un paso arriesgado, puesto que soy menor de edad, prácticamente los 17 años.
Pero este paso importante era ante todo el impulso de librarme de la atadura de ser hijo de familia.
Mi celular suena de nuevo; esta vez decidí contestar con tal de despedirme.
- ¿Diga?
- ¡¿Butters?! – escuché una voz exclamando en la otra línea.
Era Kenny McCormick, el chico más pobre del pueblo.
- ¡Oh! ¡H-hola, Kenny!
- ¡Butters, ¿en dónde estás?!
Titubeé.
No… No podía decirle.
No podía. No quería.
No quería hacerlo.
- ¿Butters?, ¿Butters, estás bien?
Miré el reloj atentamente.
Eran las 11 de la mañana, justamente a diez minutos de abordar el tren con destino a Boston, Massachussets. Mi corazón empezó a latir con fuerza a medida que avanzaban esos minutos preciosos.
Fue ahí, en ese momento, que decidí hacer lo que mis impulsos me pedían que hiciera.
- Estoy en North Park – mentí -. En veinte minutos estaré de vuelta.
- ¿En North Park? ¿Y qué diantres haces en North Park?
Colgué.
Apagando el celular, abrí la tapa del aparato, saqué la batería y el chip; este último objeto lo tiré al bote de basura cercano. Volviendo a reconstruir mi teléfono, me dirigí hacia el andén.
Con un pie en el tren, me volví hacia atrás.
Algo en mí había cambiado. Algo en mí logró lo que en años no había hecho...
