Primera parte: Confinado

Prólogo- Consciencia

Dolor. Eso era lo único en lo que podía pensar, lo que gritaba todo su ser. Desde los rasguños más superficiales hasta la angustiosa sensación de que su corazón estuviese a punto de explotar en pedazos, pasando por las tres espadas que atravesaban su cuerpo, sólo notaba dolor, más del que creía posible soportar. Apretó los dientes y cerró los ojos, rogando por que aquella agonía terminase de una vez y al mismo tiempo aterrorizado ante la idea de desaparecer. La muerte nunca le había seducido, siempre se había agarrado a la vida como una garrapata, pero en aquellos momentos no sabía si la deseaba o la temía.

En cualquier caso, poco importaba lo que sintiese. La vida lo abandonaba irremediablemente. Pero antes de que la muerte cerrase para siempre sus ojos verdes, se esforzó en dedicar su último pensamiento a aquel por el que había muerto, aquel que le había robado todo, ese niño en el cuerpo de un joven destinado a cargar con la responsabilidad de salvar al mundo sobre sus hombros.

"Sobrevive, réplica."

Justo después, su corazón se detuvo.

Una fría y cegadora luz blanca lo inundaba todo. La luz siempre había estado allí, estaba seguro de ello. El elemento extraño que flotaba en medio del brillante vacío era él, algo apenas consciente de su propia existencia.

¿Cuánto tiempo llevaba allí, en medio de ninguna parte? No lo sabía. Ni siquiera era capaz de precisar quién o qué era, ni si existía realmente. Bien podría ser un espejismo, algo que parece que está ahí pero que en realidad no es nada.

"¿Sabe un espejismo que en realidad no existe?"

La idea le resultó divertida, de alguna absurda y retorcida manera.

"Una pregunta sin respuesta. Igual que quién soy."

Aunque esa última pregunta no le hacía tanta gracia. De hecho, cuantas más vueltas le daba, más seguro estaba de que en realidad sí existía. Era algo. No, algo no, alguien. Pero no podía recordar quién, y la luz no ofrecía ninguna respuesta.

De pronto, sin motivo aparente, la luz desapareció y una densa oscuridad la reemplazó. Pero ya no era vacío lo que le rodeaba, sino algo cálido y casi tangible (¿acaso tenía una piel con la que tocar?), como una manta de negrura que lo arropase. Y entre la oscuridad consiguió vislumbrar (¿o lo oyó?, no estaba seguro) una palabra. Un nombre.

Asch.

Su nombre. Se aferró a él como al borde de un precipicio, hasta que un hilillo de imágenes empezó a filtrarse en su conciencia. El primero fue una promesa en lo alto de un acantilado, a una niña de cabellos rubios y enormes ojos verdes con vetas castañas. El segundo, un combate con otro niño rubio bastante más mayor que la niña con espadas de madera. El tercero, de nuevo un combate, esta vez con un hombre castaño más mayor y con espadas de verdad.

"Natalia. Guy. Van."

El hilo se convirtió de repente en un torrente desenfrenado, una rápida sucesión de imágenes de las que no podía apartar la mirada. Toda una vida desfiló de nuevo dentro de su mente, cada vez más rápido, hasta que la última de las imágenes llegó de la mano de un ramalazo de dolor. Era él, muriendo. Y por alguna razón, aquella última memoria fue la más real de todas.

Asch se incorporó de golpe, jadeando, y miró a su alrededor. Estaba en su vieja habitación de la mansión Fabre, y a juzgar por la escasa luz que bañaba el cuarto, debía de ser noche cerrada. Respiró hondo, intentando calmarse, y se dejó caer de nuevo sobre el lecho.

-Otra vez...- oyó murmurar una voz familiar, una voz que sonaba sospechosamente parecida a la suya pero no lo era del todo-. Ya van tres en la misma semana.

Quiso preguntar quién andaba ahí, incorporarse de nuevo a buscar al intruso, pero de repente comprobó que su cuerpo no le obedecía. Ni siquiera su corazón se aceleraba ante el pánico que empezaba a crecer en su interior.

"¿Qué está pasando aquí?" intentó gritar, pero sus labios, en lugar de eso, soltaron un suspiro.

Notó cómo se levantaba de la cama. Sus piernas lo llevaron contra su voluntad junto a una de las ventanas, donde vio su brazo apoyarse en el cristal sin que él se lo ordenase y notó su frente descansar sobre la fría y lisa superficie transparente.

-¿Por qué ahora, después de tanto tiempo?- Otra vez aquella voz. Y esta vez lo notó claramente: eran sus propios labios los que formulaban las palabras que oía.

Siguiendo una corazonada que no estaba seguro de querer confirmar, se esforzó por fijarse en el cristal que tenía ante sí. Al otro lado estaban los jardines de los Fabre, con sus flores y sus arbustos meciéndose en la brisa nocturna. Pero no era el paisaje lo que le interesaba, sino el cristal en sí, o más bien la imagen que se reflejaba en él. La imagen de un chico joven de gesto cansado, penetrantes ojos verde esmeralda y largo y revuelto cabello carmesí. Un rostro idéntico al que recordaba como suyo...

… salvo por un detalle. Que aquel rostro no era el suyo, de la misma forma que el cuerpo que sentía apoyado contra la ventana tampoco lo era.

Estaba mirando a través de los ojos de Luke. Y esta vez, algo era distinto de las otras veces que lo había hecho, porque no podía notar el hilo invisible que lo unía a su propio cuerpo.

Luke bostezó, sacudió la cabeza y volvió a la cama. Asch intentó gritar, sacudirle, llamar su atención de cualquier forma posible, incluso soltando una retahíla de insultos, pero fue inútil. Luke cerró los ojos y volvió a dormirse, hundiéndolos a ambos en la cálida oscuridad de nuevo.

Asch volvió a buscar el camino de vuelta a su propio cuerpo, negándose a darse por vencido, antes de comprender de golpe la situación. El último recuerdo que había recuperado. La pesadilla que había despertado a Luke. Su muerte.

Pues claro. No había ningún camino, porque no tenía un cuerpo al que volver. Estaba atrapado dentro de su réplica.

Y no tenía ninguna forma de hacérselo saber.