"Prometo seros fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, y así amaros y respetaros todos los días de mi vida".
Hasta que la muerte nos separe.
Se repetía aquellas palabras mentalmente, sintiendo grilletes en su alma y el peso de lo que conllevaba esa promesa sofocando su corazón. No sabía que la situación del reino fuese tan mala, o más bien, siempre le hicieron creer que todo estaba bien, que podría llevar su vida en armonía y quizá pudiese contraer nupcias con un hombre respetable que ella misma eligiera.
Pero ahora se hallaba frente al espejo de su habitación, sosteniendo el vestido blanco que un par de horas atrás había sido terminado. Cuando se enteró pensó que tendría más tiempo, que quizá al final cuando llegará el momento ya no sería necesario que le casaran, o que algo se le ocurriría. ¡Pero por X-Hall!, ¿tres días?
Alguien llamo a su puerta, interrumpiendo sus pensamientos, y seguidamente, un joven entro con una reverencia mientras la princesa palidecía. ¿Por qué tenía que ser justamente él?
— Princesa, – el joven levanto la vista — su padre me envía a llamaros. – Al ver el vestido, sus ojos azules perdieron el brillo—. Le espera en el gran salón.
— Roy…
— Disculpadme, pero aún tengo asuntos por atender. – Respondió de un modo frío, ignorando que ella le llamaba.
Ignorando el sonido de sus corazones rompiéndose.
— No…– su voz se apagó cuando Roy cerró la puerta.
Su padre lo había enviado intencionalmente, eso lo sabía; así como sabía lo que ella sentía por él: simplemente lo amaba.
Dejo el vestido sobre la cama y salió de sus aposentos.
De pie en el pulido suelo de madera, el príncipe de Gotham charlaba con el rey de Tamaran.
— No es la cantidad de soldados, sino la preparación.
— Eso decís ahora, hijo, pero si alguna vez vuestro reino se viera amenazado, os aseguro que no considerareis suficientes soldados para defenderos.
— De cualquier modo, con vuestra alianza no veo algún ataque enemigo a futuro. Ni para vuestro reino, ni para el de mi padre.
En tres días su libertad sería mermada, y tendría que compartir su vida con una joven que seguro estaba mimada y que en aquella unión solo vería la oportunidad de ser adorada por sus súbditos.
— ¡Salud! Por vuestra pronta unión con mi hija.
— ¡Salud! – respondió con un rastro amargo y le dio un sorbo a la copa de vino que llevaba en la mano.
Las cortinas moradas de la entrada del salón se movieron levemente, y un soldado de la guardia real entro.
— Alteza, la princesa está en camino.
Cuando el rey le envió a llamar a su hija no había deparado en el joven que recién había llegado, pero en ese momento, lo escudriño con la mirada. No era más alto que él, ni tampoco se veía muy fuerte pero si en forma. Su cabello negro no era muy largo y estaba despeinado, quizá por el viaje a caballo, y sus ojos eran de un azul más profundo que el suyo. Definitivamente, no confiaba en él.
El rey frunció el ceño. — ¿Por qué no habéis acompañando mi hija? – Pregunto con molestia.
— Lo siento padre, – repuso la joven al entrar al salón — pero yo le pedí que me dejase venir sola. – No quería que Roy se metiera en problemas por sus impulsos.
Al entrar, no supo inmediatamente quien era el muchacho que acompañaba a su padre, pero le pareció curioso, aunque su perfecta pose, y el uniforme que llevaba, lo hacían ver engreído.
A él le pareció bella. Tenía una larga melena roja, que acentuaba su piel trigueña, y el flequillo sobre sus grandes ojos verdes le confería un aspecto inocente. El vestido verde oscuro que llevaba, resaltaba la claridad de su mirada. Pero sabía que no podría ser feliz a su lado.
— Os he dicho muchas veces, no debéis confiaros. Aunque estéis en el castillo… – Comenzó el rey con molestia.
— Padre, por favor. Nadie en vuestro reino sería capaz… – Replicó la joven.
— Sois muy ingenua hija mía. – Acuso.
— Siempre he apreciado a las personas que son capaces de ver la bondad en los demás. – Interrumpió el invitado mientras se acercaba a la princesa.
El guardia se tensó y miro con un desprecio imperceptible al príncipe, cuando tomaba la mano de la hija del rey, y la besaba mientras se presentaba ante ella.
— Disculpadme por no haberme presentado antes. Dick Grayson, príncipe de Gotham.
La princesa volvió a palidecer mientras un ligero y rápido temblor la dominó. Frente a ella se hallaba su condena. Un completo desconocido al que le debería respeto, cuando nunca antes había hecho nada por ella.
Pero todo era por su pueblo, un pueblo del que su padre desconfiaba.
El labio inferior le tembló al presentarse. — Mi nombre es Korian, – al decir aquello le soltó la mano e hizo una reverencia. — princesa de Tamaran.
Roy pudo ver el nerviosismo de Korian. En ese momento se dio cuenta que ella tampoco había estado al tanto de la próxima boda; se sintió idiota por haberle hablado de un modo tan frío y porque ahora también la había metido en problemas con su padre al dejarse llevar por un impulso sin escuchar explicaciones.
Dick se retiró un poco, también noto el leve temblor. — Vuestro padre y yo brindábamos, ¿os gustaría unirse a la celebración?
La princesa dirigió su mirada al rey.
— Haced lo que mejor os parezca, ya que ni siquiera os importa vuestra seguridad. – Dijo con irritación.
Korian bajo la mirada con amargura y Roy apretó los puños. El rey no lo sabía, pero su hija valía mucho más de lo que pensaba. Por su parte, Dick resoplo con fastidio internamente, le desagradaban las personas sumisas, pero le molestaba aún más aquellos que eran culpables de la sumisión.
— Espero no ofenderlo alteza. ¡Mozo, traed una copa para la princesa! – Ordeno, y esperaba que con aquel gesto, la joven viera que por lo menos él, no le haría a un lado.
Al rey le agrado el gesto, porque para él significaba que ese hombre también decidiría por su hija, tomaría las riendas de su vida sin titubear. Ella levanto la vista y sostuvo una mirada interrogativa con el príncipe. ¿Qué se proponía?
Le pareció divisar una chispa de rebeldía en los azules ojos de él.
Cuando su hija hubo tenido una copa en la mano, el rey levanto la suya — ¡Por vuestra próxima unión!
Los dos jóvenes también levantaron sus copas y mientras el rey vaciaba el contenido de un trago, ellos dieron un sorbo al dulce vino que sabían, les traería un futuro amargo.
