"No fui educado para ser un héroe y, por lo tanto, no estoy seguro que estoy haciendo lo correcto"
—Shail.
[Manigoldo x Albafica]
Respuesta Equivocada.
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A la poca de la luz del extinto brillo de las estrellas, había sentido como una caricia se depositaba en su mejilla, de una manera tan delicada que podría haberla comparado con una alusión fantasmagórica de las voces que habitaban en su cabeza. Se despertó con un nombre desmoronándose en sus labios, cuando ladeó la cabeza y se encontró con los brazos del único amistar que consolidaba con él, días enteros.
Su mano se fue a su rostro, rozando con delicadeza el lugar donde había sentido como un calor se había esparcido, y a pesar del invierno de su cuerpo, esa zona gozó de un vicio que él no tenía derecho a patentizar como suyo.
Los acordes de su memoria permanecieron silenciosos, mientras hilaban aquella escena que había vivido en la antesala del inframundo. En como, después de iniciar una disputa, terminaron en aquel tártaro para contender las últimas formas de hacerle entender del porqué no admitía la cercanía. Le había cuestionado su falta de ética y profesionalismo al arrancarlo de manera tan brusca de su cuerpo, y a cambio, sólo obtuvo carcajadas con ascendentes volúmenes.
Y, si ese no fuera el peor de los casos, no le fue suficiente manifestar su descontento con los labios fruncidos, cuando la pregunta del millón de ese hombre le abofeteó el rostro. Después de eso, se había repetido las mismas palabras varias veces en la cabeza, cuando no había conseguido las palabras concretas para responderla más que conformarlas con un sencillo "No puedo".
Esas dos palabras que habían abierto un campo extenso de preguntas que buscaban darle el tiro por la culata. Y a pesar de las infinitas persecuciones, su respuesta no cambió, hasta la noche anterior.
—Manigoldo, en esta tierra de vivos, no puedo.
Sólo con eso, había declarado la derroca total de su trono de imparcialidad.
—¿Y en la de los muertos?
Pasmado con esa respuesta estuvo tentado a retractarse, a modificar esas líneas y flanquearlas de muros para que Manigoldo no las traspasara, sin embargo, sólo observó como los dobladillos de las comisuras de Manigoldo se habían extendido arqueando sus cejas. Retrocedió un paso con un grado de ponderación circunspecta, reflexionando sus propias palabras encontrando la grieta que ya sólo con la mirada que tenía en frente, se estaba expandiendo hasta dejar un agujero.
No bastó con recordarle su vetada sangre, para cuando ya se resbalaba por las barreras que lo protegían y besarle ligeramente en la mejilla en un primer contacto, que lo abrumó por completo. Sintió como todo su cuerpo pareció helarse cuando la cercanía lo había envuelto como una marea.
Se mantuvo quieto, sin apartar los ojos de él, y permaneció inmóvil como si estuviera petrificado, mientras el asombro, en el fondo de sus ojos, adoptaba una pensativa gravedad. La realidad le dio de lleno en el pecho, cuando el pulso se le disparó a retumbarle en los oídos y antes de zanjarse de esa predestinación prohibida, Manigoldo empezó a retroceder con pasos campantes.
—Con eso me basta —Ensanchó la última sonrisa, para darse vuelta para irse y dando un último giro a su vista, se despidió—: Nos vemos en el infierno, Albafica, allí te estaré esperando.
Sí, todo un problema.
Inesperadamente, en la conformidad de su almohada, recordando todo el peso que llevaba esa proposición, Albafica relució una sonrisa, enseñándosela al propio silencio que le dio repentino descanso.
La muerte tenía muchos sabores y, sólo esperaba la suya, para probar la que le había negado la vida.
Sólo debía esperar.
Sólo los muertos podían ser libres.
FIN.
