Bienvenidas sean todas a esta nueva aventura.

Gracias a las de siempre y a las lectoras nuevas que se sumarán a esta locura que está recién comenzando y que espero con todo mi corazón les guste.

Gracias a Maritza Lobos, Jenny Arias y Manu de Marte por el apoyo invaluable.

No se diga más! A leer!

Más comentarios al final del capítulo


PRÓLOGO.

Después de abandonar el pueblo de Valle Escondido, esto hace un poco más de tres años, Edward Masen regresaba una vez al año y se dirigía directo hacia el campo santo. Caminaba entre las viejas sepulturas hasta dar con la que él buscaba y frente a la cual se sentaba para hablar como si en realidad estuviera dialogando en cuerpo presente con el hombre cuyos restos mortuorios descansaban bajo la tierra del cementerio.

Solo Dios sabía lo mucho que lo extrañaba, sobre todo en ese momento de profunda confusión que parecía estará a punto de volverlo loco.

―Anoche meditaba sobre los deseos que concedían los genios de las lámparas a quienes los liberaban de su encierro ―comenzó diciendo Edward, sosteniendo sus codos sobre sus rodillas y entrelazando sus dedos. ―Jamie estaba oyendo el cuento de Aladino, ¿y sabes lo que dijo cuando le pregunté qué deseo le pediría al genio de la lámpara? Me dijo: "yo le pediría que te concediera todo lo que tú quisieras…"

Entonces pensaba, ¿qué pediría yo? ―hizo una pausa, alcanzando un trozo de madera del suelo con el que jugueteó distraídamente mientras seguía con su soliloquio. ―Un día contigo, solo un día… ¡Dios! Siento que hay tanto que no te dije… y hay tanto que desearía que vieras, aunque ya lo creo que sabes todo lo que pasa por aquí, pero me gustaría ver tu rostro, tu reacción. Por ejemplo sobre cómo reaccionarias con el reencuentro con Michael; o si hubieras llorado como lo hice yo cuando Jamie dijo su primera frase de corrido, y tantas otras cosas... Sobre todo, hubiera deseado que me dijeras qué demonios tengo que hacer justo en este momento que me siento perdido, y destrozado.

Me siento incapaz de tomar una decisión con la cabeza fría, porque… porque los sentimientos del amor que siempre deseé experimentar, están haciéndome dudar sobre lo que debo hacer… Estoy tan confundido…

Tiró el trozo de madera lejos y contempló a su alrededor las viejas y solitarias sepulturas de cemento y granito que se amontonaban sin un orden, levantando a continuación su vista al cielo gris y amenazante que se extendía sobre su cabeza buscando alguna señal que lo iluminara, pero lo único que vio y no precisamente en el cielo, fue la silueta de una mujer que cuando se vio descubierta intentó esconderse tras el grueso tronco de un árbol. Edward automáticamente se puso de pie al ver esta figura enfundada en un abrigo negro que miraba a hurtadillas e interrumpía ese momento íntimo que el joven compartía.

Caminó con enfado hacia donde sabía ella se escondía y cuando estuvo cerca la tomó fuertemente por el antebrazo y la obligó a mirarle a la cara.

― ¿Qué demonios haces aquí? ―le preguntó con la quijada tensa de rabia ― ¿Has venido a ver lo que provocaste?

La chica torció su cabeza y lo miró con esos ojos color topacio a los que él escribió más de algún poema, ojos que en ese mismo momento hubiese deseado olvidar de una vez y para siempre.

―Edward, por favor…

Él cerró los ojos, como si la voz tenue de la mujer acariciando su nombre le provocara un dolor que apenas podía aguantar, soltándola al instante como si el roce con ella lo quemara.

―Vete de aquí… ―le indicó, levantando la mano hacia donde se encontraba la salida, evitando su mirada de súplica ― échate a correr lejos de mi antes que me arrepienta y te meta a la cárcel por haber matado a James…

―Edward, yo no…

― ¡Lárgate! ―gritó a todo pulmón, oyéndose el eco de su furia entre las sepulturas.

Ella se abrazó a su menudo cuerpo, se dio la vuelta y echó a correr como si la persiguiera el demonio, mientras él caminaba derrotado de regreso a la tumba de su hermano y se sentaba frente a la lápida que llevaba su nombre con la fecha de su muerte, cerrando los ojos y sintiendo el ardor de las lágrimas a punto de abandonar sus ojos, mirando de reojo el lugar por donde se había echado a correr la mujer, la única mujer a la que él le había profesado profundo amor... y un hondo repudio después de saber que le había arrebatado la vida al ser a quien él más quería sobre esta tierra.


Capítulo 1

Empujó el pesado portón de entrada al viejo gimnasio, cuyos más acérrimos socios del lugar intentaban a toda costa mantener con vida, sacándole provecho a la historia que ponía al nombre del pueblo en los anales de la historia deportiva, cuando oriundo de ese lugar salió hacía más de diez años Alex Lutz, quien se coronara campeón de peso mosca en la disciplina del boxeo, deporte predominante por ahí.

Todos los muchachos de Valle Escondido querían ser uno más que engalanara al pueblo con dicho título llegando a ese gimnasio con la intensión de entrenar para aprender el arte del golpe, de la mano del maestro y abuelo del Rocky Balboa de por ahí, el viejo Phill Lutz, abuelo de Alex el campeón, que a sus noventa años poco fuerza le quedaba para enseñar pues apenas levantaba los pies y que con dificultad recordaba su propio nombre. Probablemente por eso la mayoría de los muchachos descartaba la disciplina el primer día, todos a excepción de Alec Norris, un rubio y flacuchento muchacho que soñaba con alzar el cinturón de campeones en medio de aplausos y vítores de sus fanáticos y seguidores ―los que honestamente no eran muchos―. Apenas había ganado un par de combates, mientras que otros lo habían dejado knockout, tirado e inconsciente en la lona del cuadrilátero que para él era como su segundo hogar.

Todos querían imitar el entusiasmo del chico de dieciocho años que parecía ser el único que de la nueva generación que lograría sacar la cara por el pueblo, y con mucho esfuerzo… todos, menos Edward Masen, para quien no existía la menor posibilidad de practicar eso que el resto llamaba deporte, pero que para él era un duelo a golpes sin sentido. Prefería usar su tiempo en escribir y escribir, viajar a lo más recóndito de su alma y expresar sentimientos sin nombres a través de su poesía, con la que había conquistado y entusiasmado a más de una chica, y cuyo entusiasmo era el aliciente del poeta amateur para seguir escribiendo.

Alec, el mejor amigo del poeta, estaba concentrado practicando sus golpes sobre el ring cuando la figura cabizbaja de su amigo sentándose en lo más alto de las graderías de madera llamó su atención.

―¡Ey, poeta! ―le gritó, levantando su mano derecha enguantada ―¿No quieres venir a darme de golpes?

Edward sonrió con tristeza y dejando el sobre a su lado, dejó caer la cabeza contra las manos, pensando en qué iba a ser de su vida de ahí en adelante. Suspiró profundo y cerró los ojos, recordando la "reunión" que lo había dejado con ese estado de ánimo.

Levantó la cabeza cuando sintió al boxeador ubicarse a su lado, mientras se desataba los guantes y los dejaba caer a sus pies.

―Generalmente cuando vienes, lo haces para burlarte de mí, por eso supuse que algo pasaba… ―dijo el rubio muchacho, pasándose las manos por su húmedo cabello.

―Vengo de casa de Irina… ―susurró con voz de ultratumba, mirándose los dedos que entrelazaba nerviosamente.

― ¿Pasa algo con Jamie?

¿Qué si pasaba algo con Jamie? No sabía cómo responder a esa pregunta, aunque honestamente si a alguien le pasaba algo, era a él.

Irina y él fueron novios desde el segundo año de la preparatoria. Edward creyó que había encontrado al amor de su vida en esta chica de cabello rubio y luminoso que caía en bucles por su larga espalda hasta rozar su cintura, perdiéndose en sus grandes ojos azules y sus labios rojos como las cerezas. Ella le sonreía y pestañeaba coquetamente cuando él le leía sus mejores poemas de amor, y suspiraba profundamente como una niña enamorada cuando se los dedicaba. Pero ese amor casto de adolecentes desapareció cuando las hormonas quemaron el cuerpo de ambos, haciéndose la pasión incontrolable, pasando de los puros besos a las caricias prohibidas, y de ahí a develar la desnudez de ambos en el cuarto rosa de la chica, donde ambos perdieron su virginidad… y donde concibieron al pequeño Jamie, nombre que Irina eligió para su hijo en honor a un actor que le chiflaba.

― ¡¿Y no usaste condón?! ―le preguntó a Edward su hermano, cuando le contó lo del embarazo de Irina.

― "El deseo crepitante de las hormonas adolecentes es desmedido y arrollador, que pasa por alto cualquier tipo de protección…" ―fue lo que Edward respondió, provocando que su hermano bufara y rodara los ojos, incrédulo por la respuesta de su hermano.

Por lo que este par de niños, tuvo que hacerse cargo a su vez de otro niño que dependería de ellos para siempre, cuestión que a Edward no le costó asimilar, pues cuando pusieron al recién nacido en sus brazos, supo que ese pequeño sería su cable a tierra, su ancla, y por quien sería capaz de dar la vida. Lamentablemente, y tal parecía, Irina no pensaba lo mismo.

―Qué pasó con Irina entonces…

―Había recibido una beca para ir a estudiarse a alguna parte de Europa donde viven familiares suyos, beca que perdió cuando quedó embarazada.

―Ya veo… ―respondió Alec a la explicación de Edward, que a continuación agregó:

―La beca volvieron a ofrecérsela hace unos meses y aceptó. Hizo todos los trámites para cederme la custodia total de Jamie, y me llamó ayer para reunirnos hoy, porque obviamente no se llevará al niño con ella ―explicó, ante lo que Alec soltó una risa llena de ironía. ―Pensé que se trataba de otra cosa, no se me ocurrió imaginar que me entregaría un sobre donde prácticamente se deshace de toda responsabilidad sobre su hijo…

―¿Cuál sobre?

―Estas sentado sobre él.

―Oh… ―el boxeador levantó su trasero y sacó el sobre café, desde donde extrajo el poder notarial que decía lo que Edward resumió para él. ―Honestamente, sabías que tarde o temprano iba a pasar esto. Irina no ha sido la mejor madre y que haga esto comprueba eso.

―¡Pero es su hijo también, y apenas tiene siete meses! ¡Necesita a su mamá! ―pasó las manos por su espesa cabellera rubia oscura, pensando en lo que se le venía encima, y no por el hecho de saber que tendría que ponerse manos a la obra con otro trabajo a tiempo completo fuera del que ya tenía, sino por el hecho de que su hijo iba a tener que compartir espacio y tiempo en su casa, donde él convivía con Sue.

Alec, que conocía bien a su amigo, sabía que la preocupación de su amigo iba por ese lado, por la simple idea de imaginarse la reacción de la quería tía Sue cuando supiera que habría un nuevo integrante de tiempo completo en la familia a la que se vio obligada a cargar.

―Si no viviera todavía con mis padres, tendrías un lugar ahí…

―Lo sé…

― ¿Pero sabes una cosa? Jamie, James y tú, harán un frente unido como siempre lo han hecho. Ella no puede echarlos de ahí, esa es tu casa también…

Edward trató de sonreír pensando en eso del frente unido al que su amigo hacia mención. Fuera de su hijo amado, este joven de dieciocho años apenas egresado de la secundaria, Edward tenía como gran apoyo a su hermano James: un joven tres años mayor que él, noble y soñador, que soñaba con irse de ese pueblo para abrirse paso en el mundo de la fotografía. Anhelaba reunir la cantidad de dinero suficiente para entrar a la mejor universidad y aprender de la mano de los mejores, aunque sabía que con el modesto sueldo que recibía en la librería su sueño se le haría cuesta arriba. Pero nada en la vida de este joven de cabello largo había sido fácil, sobre todo cuando reconoció a grito en cuello su condición sexual frente a su tía, que movida por el alcohol como era costumbre, lo increpó y lo molestó hasta que él se lo confirmó:

― ¡Sí, maldita sea, soy gay, soy gay!

Ese día James se ganó el repudio de su tía, que cada vez que tenía la oportunidad le restregaba su sucia condición y lo enfermo que debía de estar como para pensar en follar con personas de su mismo sexo… pero James era lo suficientemente valiente como para enfrentarla, responderle y encararla, no solo defendiéndose a sí mismo, sino que defendiendo a Edward y a su sobrino cuando era necesario. Por eso fue bueno que Alec le recordara a Edward que no estaba solo y que seguro iba a poder salir adelante con su hijo.

―Supongo que no descartarás eso de ir a la universidad…

―No, no… ―negó inmediatamente Edward, alcanzando y tomando los guantes de boxeo que su amigo había dejado caer. Apretó el material esponjoso entre sus manos mientras pensaba en voz alta sobre su fututo académico. ―Si estoy pensando en el bienestar de mi hijo a largo plazo, no puedo descartar la idea de ir a la universidad. Tengo que tener una carrera, no puedo quedarme aquí trabajando en la tienda del señor Larson para siempre, por muy buena persona que él sea conmigo. Además ahora necesitaré otro trabajo…

―Puedo decirle a mi papá que te vea un trabajo en la fábrica donde trabaja. Ya sabes que a veces yo trabajo de guardia ahí, y trabajar ahí en eso precisamente es demasiado, pues no hay movimiento…

―Un trabajo de ese tipo me vendría bien. ―Respondió Edward al ofrecimiento de su amigo, el que siempre había estado para él.

―Hablaré con él esta misma tarde.

―Gracias Alec. ―agradeció Edward sinceramente. Se quedaron en silencio por unos segundos hasta que Edward comentó algo que había visto el día anterior y que podría interesarle a su amigo el deportista ―Por cierto, ¿no has ido al hospital? Ayer Tanya y James estuvieron hablando mucho en el patio, incluso ella creo que lloró…

―¿Lloró? ―preguntó el rubio muchacho, arrugando su frente profusamente por la preocupación ―¿Y tu hermano no te dijo por qué?

―Oh, sí ―respondió Edward con ironía, poniéndose de pie, arrebatándole los papeles a Alec, que lo miraba expectante. ―Me contó el lujo del detalle… ¡Sabes que no lo hizo! ¿Por qué no vas donde ella y se lo preguntas?

Alec suspiró y se puso de pie también, tomando sus guantes y golpeando en el estómago a Edward a modo de juego… o no tanto, pues el jovencito trastabilló hacia atrás, lanzándole una mirada de reproche al boxeador.

―Cuando la tengo en frente no hago más que tartamudear… y tú pretendes que le pregunte qué la hizo llorar.

Edward torció la boca mientras miraba a su ahora compungido amigo, que desde siempre había estado enamorado de la enfermera jefa del único centro de atención médica primaria, que era un poco mayor que ellos. Una tierna chica a la que Edward conocía bien, pues era la mejor amiga de su hermano, la que alguna vez se hizo pasar por la novia de éste para aparentar frente a su tía, a la que seguramente Edward iba a tener que hacerle frente apenas llegar a la casa.

**oo**

Se puso el sobre bajo el brazo y pasó las manos por sus muslos sobre los jeans gastados que vestía. Estaba mirando su casa desde la vereda del frente, inspirando y preparándose para lo que se venía. Podía sentir desde esa distancia la mala vibra de su tía Sue que chocaba con la fuerza de su hermano y la nobleza de su hijo, quien en ese momento debía de estar jugando con James en la habitación, si es que claro, Sue se había mantenido apartada y no había aparecido gritando por cualquier cosa y provocando el llanto del niño que ella atribuía simplemente a mañanas de mocoso malcriado.

Subió la cremallera de su chaqueta hasta el cuello cuando sintió un viento helado típico del mes de julio, que le arremolinó el cabello e hizo caer un mechón sobre su frente. Siguió contemplando la casa de dos pisos blanca con una verja de madera que según cuenta la historia, había construido su padre, Anthony. Torció la boca con pena pensando en lo felices que podrían haber sido en esa casa si él o su madre Laura hubieran sobrevivido al accidente que acabó con sus vidas, cuando él era un chiquillo de once años.

También pensaba que si tío Billy no hubiese abandonado a su tía Sue, podría haber sido una vida familiar aceptable, pero el hombre no pudo con el descontrol etílico de Sue, decidiendo marcharse de su lado. Era un buen hombre que los estimaba profundamente y al que de vez en cuando, Edward extrañaba…como extrañaba también a Michael, persona "non gratan", nombre del todo vetado en esa casa, sobre todo frente a Sue, a quien parecía salirle el demonio desde el pecho cuando James o él mismo hablaban del hijo mayor de su padre, "el bastardo" como Sue se refería a él. Hirvió en cólera cuando supo de la existencia de este hijo que el estúpido de su cuñado tuvo antes de conocer y casarse con su hermana y que llegó a vivir con ellos cuando nació James.

Se sacudió la cabeza cuando sintió el móvil vibrar en el bolsillo trasero de su pantalón, el que sacó para leer el mensaje de su hermano James, que le preguntaba dónde demonios estaba.

"Entrando a casa" respondió rápidamente antes de atravesar la calle, abrir la puerta de la cerca y acercarse a la entrada principal de la casa. Abrió y cerró la puerta de madera con cuidado y caminó derecho hacia la escalera, pasando por la sala donde vio a su tía roncando producto del sueño profundo que la dominó, seguro porque se tomó media botella de vino o algún otro licor fuerte.

Subió con cuidado y entró al cuarto que compartía con su hermano y sonrió cuando su hijo lo miró y alzó sus bracitos regordetes hacia él en señal de bienvenida. Dejó el sobre y tomó a su niño entre los brazos, levantándolo alto sobre su cabeza a la vez que el niño se reía con sincera diversión.

― ¿Hay que llevar a este granuja a casa de su madre?

―Me temo que no ―respondió Edward, mirando a su hijo.

Lo bajó y besó su mejilla sonoramente justo antes de dejarlo de regreso en su cama con sus juguetes favoritos. Se sentó junto a él y miró a su hermano quien ya estaba leyendo los documentos que sacó desde el sobre.

―¿Esto... esto es lo que creo que es? ―preguntó, indicando los documentos. Entonces Edward movió los hombros y le explicó lo de su reunión con Irina y la decisión que ella había tomado. ―Pero… ¡Pero es su hijo, por vida de Dios! ¿Cómo va a abandonarlo cuando apenas tiene siete meses?

―Dice que no tiene el instinto materno que se necesita para criar a su hijo, y que si se queda aquí acabará por odiarlo, porque reflejará en Jamie su frustración académica.

—Niñita estúpida ―masculló, deseando dedicarle improperios más fuertes que eso ― ¿Y qué dicen sus padres?

―Que puedo llevarlo de vez en cuando para que los visite, pero que desde la próxima semana yo tendré que hacerme cargo. Sus padres me harán llegar una cantidad mensual para ayudar con los gastos del niños, pero…

James soltó la sarta de improperios contra Irina y su familia que se contuvo de decir hace un rato, mientras Edward contemplaba a Jamie que jugaba con su caballito de peluche, ajeno a todo lo que estaba pasando a su alrededor. Estiró el joven la mano y acarició la cabeza de hijo, pidiéndole disculpas por tener que verse obligado a someterlo a una vida lejos de los privilegios que un niño como él se merecía.

―Y cuando Sue se entere…

Edward tragó grueso y puso cara de quien ha digerido algo de mal sabor. Estaba pensando en la idea de agarrar sus cosas y a su hijo con tal de evitar ese mal rato que sabía se avecinaba cuando su tía supiera, ¿pero dónde iría? El sueldo que recibía en la tienda de abarrotes donde trabajaba no le permitía independizarse, a no ser que fuera a vivir a una habitación de un metro cuadrado o bajo el puente.

Miró la muralla de frente a la cama y vio el logo de la Universidad de Arte del Estado que pegó ahí para no olvidar su motivación de llegar a ese lugar para labrarse un futuro auspicioso, futuro que veía cada vez más lejano. Debía presentar pruebas de admisión dentro de poco, además de cancelar el monto por dichas pruebas y por la matrícula en el caso de aceptarlo, siempre y cuando hubiera becas que le permitirán estudiar allí.

Suspiró con pesar y se preguntó si honestamente habría una oportunidad para él en esta vida, para salir adelante, o al menos salir de esa casa que a veces era similar al infierno, cuando Sue salía del letargo alcohólico y se hacía notar, como en ese momento cuando sobre los peldaños de madera de la escala se oyeron pisadas fuertes y atronadoras, mirándose él y su hermano automáticamente, levantándose de un salto de la cama a ponerle cerrojo a la puerta para evitar que ella entrara. No estaba en condiciones de enfrentarla.

El niño se sobresaltó cuando dos golpes secos y fuertes retumbaron en la puerta minutos más tarde, oyéndose los gritos de Sue del otro lado, exigiéndose que le abrieran.

― ¿A caso me tienen miedo? ―gritaba la mujer. James se apresuró a tomar al niño en brazos y sentarlo frente a su viejo ordenador portátil, colocando sobre sus orejas los audífonos conectados al ordenador, antes de buscar un video en YouTube que lo distrajera. ― ¡Abran la puerta, malditos parásitos!

James apretó los dientes al igual que sus manos que se convirtieron en puños, mirando hacia la puerta donde caminó con decisión.

―A mí nadie me llama parásito. Que no olvide que está aquí prácticamente por caridad, a diferencia de nosotros que nos corresponde por derecho. ―Abrió la puerta y la cerró detrás de él, evitando que Jamie y Edward vieran el enfrentamiento.

Sue lo miró y se carcajeó con burla, mirando de pies a cabeza al delgado y furioso muchacho de cabello largo y rubio que se presentó ante ella. James la pasaba en estatura más de veinte centímetros, lo mismo que su hermano con quien compartían el metro ochenta y cinco de estatura contra el metro sesenta de Sue, esta mujer de cuarenta y cinco años, de negra y larga cabellera, ojos oscuros e inyectados de sangre, y rostro marcado más que por el paso del tiempo, por la desmedida ingesta de alcohol.

― ¿Tú te me vas a enfrentar, mariquita? ―se burló Sue, tambaleándose y riéndose de James, que la miró con desprecio y profundo rencor.

―Soy gay, no mariquita, así que deja de provocarme o te sacaré de aquí y te pondré patitas en la calle.

― ¡¿Tú a mí?! No puedes hacer eso, niñita, esta casa me pertenece tanto como a ti…

Por un extraña disposición legal, cuando murieron Laura y Anthony Masen, Sue como hermana de la difunta pasó a ser propietaria del cincuenta por ciento de la propiedad además de concedérsele la custodia legal de los hijos del matrimonio y el poder para administrar el dinero que la aseguradora le entregó y que ella malgastó pese a Billy, su entonces esposo, intentó evitarlo. La mujer era astuta y el dinero que llegaba a sus manos se le iba como agua entre los dedos.

―Tú y el otro parásito no me han dado dinero para comida hoy. No hay nada que cocinar.

James la miró con asco, de pies a cabeza.

―Nunca te hemos dado dinero para que compres alimentos, desde que te lo gastas alcohol.

― ¡Dame dinero para comida! ―lo empujó por el pecho sin conseguir que la figura de James se moviera de su sitio ― ¡Tengo hambre!

Él le dedicó su peor cara y se cruzó de brazo, mirándola desde su metro ochenta y cinco de estatura. Por él, que la mujer esa se muriera de hambre.

― ¡Pues me vale que tengas hambre! Eso podrías haberlo pensando cuando estabas gastándote el dinero en licor.

― ¡Tu no me dices en qué gastar mi dinero o en que no! ―Lo apuntó con el dedo índice, estrechándole sus ojos oscuros recíprocos a su resentimiento ― ¡Dame dinero para comida o no tendrán nada que comer tú y el inútil de tu hermano!

―Ni te preocupes por nosotros. Iremos a cenar a otro lado… ―se acercó a ella y esbozó una mueca amenazante ―Ahora apártate de esta puerta que estás asustando a Jamie.

― ¿Ese mocosito sigue aquí? ―preguntó ella, poniendo sus manos como jarras sobre sus caderas ― ¡Como si estuviéramos para alojar a más gente!

―Pues tendrás que acostumbrarte, porque él es parte de esta familia…

Desde adentro, Edward tenía sentado a su hijo sobre sus piernas mientras el pequeño veía muy concentrado sus animaciones favoritas en YouTube. El joven de dieciocho años oía como su hermano se enfrentaba a su tía mientras él prefería hacerse el sordo o ignorarla derechamente, porque según lo que creía, nada sacaría discutiendo con una mujer que no tiene sentido común y con la que vive prácticamente empujado por la necesidad, igual que su hermano que de haber sido otro, ya se hubiera largado a hacer su vida propia lejos de allí, pero ahí estaba cumpliendo la promesa que le hizo de no dejarlo solo en ese infierno en la tierra hasta que ambos estuvieran del todo preparados.

―Tenemos que salir de aquí ―dijo en voz alta, besando la cabecita rubia de su hijo, quien no hacía caso de mundo.

En medio de los gritos de protesta de Sue, Edward, su hijo y su hermano salieron de casa rumbo al pequeño apartamento de Tanya, la bondadosa mejor amiga de James que los recibió con la mejor de sus sonrisas, extendiendo sus brazos para tomar al pequeño Jamie que balbuceó encantado con la rubia chica. Esta enfermera menuda y de grandes ojos verdes era una de las mujeres más hermosas de Valle Escondido, tanto que tenía a más de alguno detrás de ella intentando conquistarla, entre quienes se encontraba Alec, el joven prospecto de boxeador de veinte años.

Era mayor que James por cuatro años, pero en realidad parecía una chiquilla de dieciocho, tanto así que cuando atendía en el consultorio del pueblo, las personas le preguntaban cuántos años tenía para asegurarse que no era una adolecente quien les atendía.

― ¿Qué tal el trabajo? ―preguntó Edward a Tanya sentándose junto a ella, que cargaba con el niño entre los brazos, mientras James se ponía manos a la obra en la cocina.

―Nada de otro mundo: cortes, quemaduras, desmayos. ―Le sonrió al niño y acarició su nariz ― ¿Y tú? ¿Disfrutaste hoy de tu día libre? ¿Este galán te mantuvo muy ocupado?

Edward sonrió, acariciando el cabello rubio de su hijo, que jugueteaba con un colgante que la chica llevaba alrededor del cuello.

―No, estuve estudiando para el examen de admisión a la universidad y en la tarde tuve una reunión con Irina…

― ¿Una reunión con Irina? ―repitió.

Entonces Edward le explicó de qué iba esa reunión y lo que la madre de su hijo decidió. Tanya mientras oía a Edward, abría los ojos y no se explicaba como una chica con un hijo a cuestas pudiera pasar por alto ese "detallito" para irse lejos sin ningún tipo de remordimiento. Hablaron un rato de los temores de Edward sobre no poder suplir sin ayuda las necesidades de su hijo y al mismo tiempo estudiar en la universidad.

―Has sido un padre ejemplar. Muchos otros hombres con más experiencia que tú no se preocupan de sus hijos, en cambio tú, con dieciocho años, eres francamente un ejemplo a seguir…

—Todo lo que hago lo hago por Jamie. ―explicó Edward, que para él era lo más obvio. ―Pienso en estudiar para ser alguien con preparación en la vida, pero… ¿y si no puedo? Si tengo que dejar de lado la universidad por mi hijo, lo haré…

― ¡No será necesario! ―gritó James desde la primera cocina. Se asomó por el pequeño espacio de la puerta, con un cuchillo y una cebolla en la mano. ―Conseguirás la dichosa beca, postularás a un trabajo en la universidad y te darán alojamiento. Eres un chico con buenas calificaciones y tu situación económica es baja, no tienes por qué no recibir la ayuda. Así que preocúpate de prepararte para el examen, ¿entendido? Además no te irás solo, somos un equipo…

―James tiene razón, tienes todo para salir adelante. ―La chica extendió su mano y la puso sobre el brazo de Edward, dándole un apretón reconfortante.

―Gracias Tanya.

James golpeó contra el marco de madera con el mango del cuchillo, llamando la atención del resto, incluso de su sobrinito. Sonrió y apuntó con el filo del adminiculo de cocina a uno y a otro.

―Bueno, vinimos aquí para distraernos, comer algo delicioso y… ¡Planear mi fiesta de cumpleaños!

Tanya y Edward se miraron y se rieron cuando Jamie lanzó un gritito que parecía en concordancia con el entusiasmo de su tío, quien celebró su apoyo.

James había ahorrado durante meses en su trabajo en la librería precisamente para celebrar su cumpleaños número veintiuno. Tenía todo planeado en su cabeza y quería que su mejor amiga y su hermano lo ayudaran a definir los detalles.

Al menos esa cena ayudó a estos hermanos a distender su ánimo, sobre todo el de Edward, quien pareció encontrar la ayuda que necesitaba. Al día siguiente, el joven de dieciocho años se dirigió como todas las mañanas al minimarket donde trabajaba con el señor Ben Larson, dueño del negocio. El hombre desde siempre había sido muy bueno con Edward, primero por la amistad que lo unió al padre del muchacho, y segundo porque se trataba de un chico respetuoso y responsable, por eso nunca dudó en tenderle una mano cuando lo necesitó.

―Lamento que dentro de poco ya no te tenga trabajando conmigo, pero si es por algo mejor… ―comentó don Ben, guardando unas facturas. Miró entonces al futuro estudiante universitario y palmeó su hombro ― ¡Y qué mejor que los estudios! Solo prométeme que cuando vengas de visita, pasarás por aquí y me contarás como te va en la vida.

―No lo dude. Jamás me olvidaría de lo mucho que ha hecho por mí, señor Larson.

Ben Larson se fue y Edward tomó su lugar detrás de la caja registradora, mientras los otros trabajadores tomaban sus puestos de atención. La mañana pasó rápido en el movimiento de la tienda a la que la mayor parte de los habitantes de ese pueblo llegaban a hacer sus compras, ir y venir de las personas que ayudó a distraer al joven literato de sus preocupaciones, a quien continuamente le preguntaban sobre su pequeño hijo y de paso por su tía, la que no dialogaba con nadie porque con todos había hecho enemistades.

La noche anterior, Tanya insistió que dejaran al niño con ella, comprometiendo a cuidarlo al día siguiente aprovechando que era su día libre y mientras Edward ponía en orden su cabeza sobre cómo iba apagar los cuidados del niño mientras él trabajaba, pues ni loco lo dejaba en casa a cargo de su tía.

Alec, mejor amigo del joven padre, llegó al trabajo de Edward en compañía de su madre, quien se dedicó a hacer las compras mientras su hijo se quedaba a acompañar a Edward.

―Anoche estuvimos en casa de Tanya ―dijo Edward, llamando automáticamente la atención de su amigo, que hojeaba una revista. ―Habrá fiesta.

― ¿Fiesta? ―preguntó con los ojos llenos de ilusión, pues las fiestas no eran algo habitual en ese pueblo donde el grueso de la población eran ya adultos mayores.

―El cumpleaños de James… ―explicó Edward, dando a entender lo que se venía.

Alec soltó la revista y se frotó las manos, esbozando una sonrisa amplia que partió su cara en dos.

―Juro por Dios que ese día me voy a armar de valor y le diré a esa mujer lo que siento por ella…

―Ya va siendo hora, ¿no crees? ―comentó Edward burlonamente, llevándose un golpe en el brazo por parte de Alec, que pese a la broma seguía sonriendo.

Cuando el momento llegó y Julio marcó su día quince, James festejó con bombos y platillos su cumpleaños, porque decir que la celebración fue algo discreto sería faltar a la verdad. En Valle Escondido eventos como esos no pasaban desapercibidos, mucho menos cuando el festejado era amigo de medio pueblo, por lo que toda la juventud llegó al lugar. Cuando el festejado hizo la lista supo que necesitaría un lugar más amplio que el apartamento de su mejor amiga, por lo que tuvo que pedir prestada la sede deportiva del pueblo, donde sin dificultad metería a las cincuenta y tres personas que llegaron a celebrar con ponche de durazno, de frutilla, cerveza y variada comida chatarra, el cumpleaños del querido James Masen.

Música electrónica, luces estroboscópicas, las mesas llenas de comestible y bebestible pegadas a los muros para dejar espacio a la pista de baile al centro del salón que siempre estuvo llena de chicos y chicas que se movían al ritmo de la música envasada que el mismo cumpleañero eligió con detalle para su celebración.

— ¡Esta cosa está que arde! ―le gritó Alec a Edward, que miraban afirmados a la muralla a las personas bailar, buscando el joven boxeador a una chica en particular que acababa de salir a bailar con otro chico que parecía estar demasiado cerca, incomodándola.

Armándose de valor y sin decir nada Alec se movió y caminó hacia la pista en dirección donde se encontraba su doncella en apuros. Edward se lo quedó mirando con su botella de cerveza en la mano, alegrándose de ese arranque de valentía de su amigo, que esperara le durase para que pudiera declararse con la enfermera.

En el ir y venir de los invitados, Jessica Larson, hija de dueño de la tienda donde trabajaba Edward, se acercó al muchacho que había quedado solo en un costado de la sala. Se arregló su cabello rojo a base de tintura y pasó su mano por el vestidito negro que llevaba puesto antes de presentarse ante el poeta, de quien siempre estuvo flechada.

― ¡Tu hermano sí que sabe de hacer fiestas! ―comentó la muchacha por sobre la música, pegándose a Edward con el pretexto de hacer que la escuchara. El chico simplemente asintió y sonrió, haciendo caso omiso de lo obvio de las intenciones de la chica. ― ¿Y dejaste a Jamie con Irina? Lo digo porque no la veo por aquí…

―No… ella está de viaje. La madre de Alec se ofreció a cuidarlo esta noche.

―Oh… ¿o sea que entre tú y ella no hay nada?

―Bueno, hay un hijo… es la única relación que nos une.

―Me alegro… quiero decir que… bueno, ya sabes…

―Está bien, sobre todo ahora que estoy por marcharme a la universidad…

La conversación con Jessica llegó hasta allí, cuando se dio cuenta de un altercado en la entrada del salón. Automáticamente, caminó hacia allí pensando que ebrios visitantes de paso se habían colado en la fiesta, cosa que no era del todo cierto pues quien llegó ebria a la fiesta fue Sue, que con voz en cuello llegó preguntando por su sobrino, el mariquita.

― ¡Lárgate, ahora! ―le gritó Edward.

― ¡Para hacer fiestas tienen dinero, pero para dar de comer a su tía, no! ―le recriminó la mujer, pasando por alto el enojo de Edward y la curiosidad de algunos que se habían quedado cerca, mientras ella miraba por sobre el hombro de Edward la mesa llena de botellas y comida. ―Encima no me invitan, con lo que me gustan las fiestas…

― ¿Qué mierda haces aquí! ―exclamó James, bloqueándole el paso a Sue, que se había soltado del agarre de Edward cuando intento detenerla.

― ¡Vine a celebrar tu cumpleaños!

― ¡Lárgate, ahora! No estás invitada, no eres bienvenida…

― ¡¿Qué no estoy invitada, dices?! ¡Pues yo tampoco te invité a ti y a tu hermano a vivir a mi casa, y aún están ahí como dos parásitos!

A esas alturas, el grueso de los invitados había dejado de lado el baile y la conversación, y estaba poniendo atención al altercado entre Sue y sus sobrinos, lo que no le importó a James cuando la tomó con violencia por el brazo, empujándola hacia el exterior, pero ella se defendía como gato furioso, golpeándolo como podía con la botella vacía que tenía en sus manos. Le dio con ésta en el estómago, empujándolo hacia atrás, saliendo Edward en ayuda de su hermano, al igual que Alec que lo sujetó del otro lado. Alguien con la intención de ver cómo se encontraba el festejado, encendió la luz y la música se detuvo, momento que Sue aprovechó para hacerse notar:

― ¡Apostaría mi cabellera a que tus amigos no saben que te gustan los hombres! ―miró a su alrededor, tambaleándose mientras giraba sobre sus pies ― ¡¿A caso no sabían que están celebrando el cumpleaños de un maricón?!

― ¡Es suficiente! ―exclamó Edward, que entre el murmullo de los asistentes, volvió a tomar a la mujer y poniendo toda su fuerza la empujó hacia el exterior, donde la empujó haciéndola caer sobre la tierra húmeda.

― ¡Maldito parásito! ¡No me trates así!

―Esto fue el colmo, Sue ―le dijo él a la mujer, que todavía estaba sentada sobre la tierra, pegándole al suelo con sus manos. ―No entiendo qué pretendes…

— ¡Arruinarles la vida como me arruinaron la mía! Mi marido se fue por culpa de ustedes, porque nunca le pude dar hijos propios, porque tuve que hacerme cargo de ustedes, mocosos de mierda…

―Billy no se fue por nuestra culpa, y lo sabes. ―Contratacó Edward, recordando el día que Bill explotó y se fue de la casa. ―Tus excesos con el alcohol lo alejaron de ti. No fue nuestra culpa…

― ¡Cállate! ¡Tú no sabes nada!

―Es mejor que te vayas. Déjanos en paz…

Podría haberse quedado discutiendo con ella, ¿pero qué caso tenia? Estaba ebria, nada raro en ella, y aunque no lo estuviera, nunca sacaba nada bueno de esas peleas, por lo que se giró y cerró el portón de metal de la entrada, bloqueándolo con la cerradura, dirigiéndose hacia el interior, donde al acercarse por el pasillo, sintió que la música había vuelto a sonar. Al ingresar al salón, las luces se habían apagado, dejando el brillo de las luces de fiesta que habían arrendado para la ocasión, luz que fue suficiente para que viera a su hermano, cabizbajo, sentado en una silla al costado alejado, con Tanya y Alec haciéndole compañía.

―No tienes nada de qué avergonzarte ―le estaba diciendo Tanya cuando Edward llegó hasta ellos. —Todos en este pueblo saben cómo es de venenosa Sue, y además te conocen. Tu condición sexual no determina el tipo de persona que eres…

―Lo sé… ―murmuró, mirándose la punta de sus nuevas y flamantes Converse rojas ―Solo que no esperaba que ella llegara a burlarse de mi frente a los demás. ¿Acaso no te diste cuenta que más de uno me miró como si… como si fuera el objeto de burla de aquí?

―Estás siendo paranoico, James ―apuntó Alec, golpeándole el hombro al afligido cumpleaños.

―Esto… ¿me pueden dejar a solas con James? ―les pidió Edward a Alec y a Tanya, mirando por un poco más de tiempo a esta última cuando agregó ― Supongo que Alec ya te invitó a bailar… lleva planteándoselo toda la noche….

Alec tomó la mano de la chica y la sacó dándole una mirada de reproche a Edward, quien no la tomó en cuenta pues más preocupado estaba de su hermano. Se sentó junto a él y chocó su hombro con el suyo, devolviéndole el gesto como cuando eran pequeños.

― ¿Estás bien?

―No sé…

―No dejes que Sue te arruine la celebración, no le des ese poder. Además, lo que dijo no es algo que tú hayas estado escondiendo…

―Tampoco voy gritándolo en público, menos en un pueblo como este…

―Lo entiendo, y me refiero a que es algo que te compete a ti y de lo que tus cercanos están al tanto. Nos vas a dejar de ser quien eres para las personas que están aquí, ¿o ves a alguien que esté burlándose ahora mismo de ti?

James alzó el rostro y paseó sus ojos por el lugar, y vio que las parejas seguían moviéndose al ritmo de la animada melodía, mientras que otros grupitos hablaban aparentemente de otra cosa. Afirmó su espalda en el respaldo de la silla de madera y miró al techo, soltando aire sonoramente,

―Estoy harto de esa mujer…

―Cálmate, que no falta mucho para que la dejemos atrás. Iré a dar mis exámenes esta semana y a fin de mes estaremos diciéndole adiós a Valle Escondido. Las cosas están jugando a nuestro favor, ¿no eres tú el que dice eso?

―Es cierto. Además, admitieron mi traslado de trabajo a la capital, por lo que tengo trabajo seguro allá…

― ¡Oye, no me habías contado eso!

―El señor Clark me lo dijo esta mañana ―comentó James, recordando que el dueño de la librería había conseguido que el grupo editorial dueño del lugar donde ambos trabajaban, lo admitiera en el negocio central de la capital. ―Me dijo que me daba la noticia como regalo de cumpleaños.

―Las cosas para nosotros van a seguir saliendo bien…

―Y cuando lleguemos a la capital nos pondremos en contacto con Michael… tengo tantas ganas de verlo… ―dijo, recordando al hermano mayor de ambos a quien dejaron de ver cuando éste recibió una beca para irse a estudiar al extranjero, hacía más de un año.

Por lo que calculaban y por el último correo electrónico que les envió, estaba en el proceso final de sus estudios, por lo que pronto regresaría al país. Estaría desconectado por un viaje que haría a una selva, pero en cuanto tuviera tecnología a la mano, se pondría en contacto con ellos. Seguro que él, como hermano mayor y primer desterrado de la casa, estaría feliz de verlos en la capital.

James respiró hondo y trató de olvidar el altercado con Sue, intentando divertirse en la que era su fiesta de cumpleaños, ignorando las miradas y los susurros que sabía provocaba en algunos de los asistentes, aunque Edward intentara hacerle creer lo contrario. Además, le gustó que su hermano viera expectativas buenas para el viaje migratorio de ambos. Él había escuchado por ahí que para que las cosas salieran bien en la vida, se trataba de desearlas y de decretarlas, por lo que decretó que lo que restaba de fiesta lo iba a disfrutar, arrebatándole la acompañante de baile a Alec y se poniéndose a bailar animadamente al son de la música electrónica.

**oo**

Es el día clave para Edward. Aquella mañana se levantó temprano, se duchó, se vistió con ropa semi formal y se tomó el desayuno que James le llevó al dormitorio: jugo de zanahoria y naranja, tostadas con mermelada de naranja y café muy cargado.

― ¿No usarás corbata para presentarte a dar el examen?

―La corbata no es necesaria ―dijo, pasándose la mano por la camisa blanca a juego con el pantalón de vestir negro que compró en conjunto la semana anterior y exclusivamente para la ocasión. ― ¿Por qué?

―Porque es un examen nada menos que en la Universidad de Arte del Estado, la más prestigiosa del territorio nacional…

―Mira, llevaré una corbata en el bolso por si es necesario.

―Es una buena decisión. Y no estaría de más que te peinaras…

Se despidió de su hijo con un sonoro beso en la mejilla, abrazó a su hermano con fuerza y salió de la casa con la seguridad de que todo iba a ir bien. Había estado estudiando los tópicos de materia que serían evaluados ese día y se sentía muy bien preparado… la literatura era lo suyo y devoraba libros sin esfuerzo, fuera de escribir de cualquier cosa, por pequeña que sea, que moviera algo en su interior.

Llegó a la estación de metro del pueblo que conectaba con la capital cuyo trayecto demoraba media hora. Se sentó en medio del gentío a leer un viejo libro de Walt Whitman donde leyó una y otra vez el poema "No te detengas", cuyas letras abrigó en su pecho y que llevó como estandarte, como lema de la que sería su vida en adelante.

"Disfruta del pánico que te provoca

Tener la vida por delante…"

Estaba en eso cuando una anciana le pidió el lugar para sentarse, concediéndose él sin mostrar problemas. Se paró en medio del gentío que como él esperaba la llegada del vagón, cuando el arribo del tren que iba hacia el norte, un poblado a kilómetros del Valle Escondido se detuvo en las líneas férreas contrarias, Edward miró sin interés a los viajeros, interés que crepitó en su pecho cuando unos ojos almendrados chocaron con los suyos.

Rostro blanco, mejillas sonrojadas, cabello oscuro, negro quizás, fue lo que alcanzó a ver de la chica que torció su boca y le sonrió. Quizás fueron dos o tres minutos a lo más, pero fue lo suficiente para que este joven con alma de poeta supiera finalmente le pusiera un rostro a su musa inspiradora. Sabía que ella, la chica desconocida con la que cruzó miradas por dos segundos en la estación de tren, inspiraría poemas y cartas de amor, además de los más dulces sueños.

Miró el recorrido que el tren donde la chica iba y que desapareció hacia su derecha, preguntándose cómo se llamaba esa mujer y cuál sería su nombre. Si vivía en el pueblo del norte o si iba de paso por esa localidad, y lo más importante si alguna vez el destino permitiría que se cruzaran en el camino, oportunidad que de darse, no desaprovecharía.

Se sobresaltó cuando la gente a su alrededor lo empujó para acercarse al lugar de acceso para tomar el vagón que él estaba esperando. Si no hubiera sido por ellos, seguro se hubiera quedado mirando como un bobo y se le hubiera pasado el tren, más de una vez.

Llegó a la universidad a rendir el examen de admisión, con otros setenta chicos y chicas, que como él, buscaban que uno de los cincuenta cupos fuera suyo y todo dependía del resultado de esa prueba, la que rindió dentro del tiempo exigido y sin complicaciones. Salió seguro comentando con otros dos chicos sobre los resultados de la evaluación, esperando volver a encontrarse cuando el año escolar comenzara al cabo de dos meses.

Regresó al pueblo comiéndose un sándwich de jamón y queso y se fue directo al trabajo de su hermano en la librería. Le encantaba ese lugar y si no le debiera tanta fidelidad al señor Larson, hubiese pedido trabajo en ese lugar que para él era como el paraíso terrenal, rodeado de libros desde los clásicos de la literatura hasta las novedades de los últimos escritores que estaban en boga.

― ¿Cómo te fue? ―preguntó James con toda ansiedad, poniendo las manos sobre un alto de libros. Se relajó al ver el rostro luminoso de Edward y su sonrisa para saber que las cosas en con el examen de admisión habían salido bien.

―Eso estuvo bien, pero no fue todo lo que me pasó…

― ¿Y qué más te pasó? ―preguntó con curiosidad, cruzando sus brazos sobre el pecho y alzando una ceja graciosamente.

―Conocí a alguien… o más bien vi a alguien que me dejó… ―trató de buscar la palabra exacta ―deslumbrado…

―Ya estamos… ―comentó James, rodando sus ojos. Edward hizo caso omiso del tono de su hermano y le contó sobre la mujer que había hecho crepitar su corazón.

―La vi en el vagón del tren que iba hacia el pueblo del norte… ¡Era tan lida! Como un ángel, sabes…

― ¿Y le hablaste?

―No… ―torció la boca con pena ―te digo que iba en el vagón en dirección contraria a la capital. De haber sido al revés, la hubiera seguido y le hubiera preguntando su nombre, quizás la hubiera acompañado y nos hubiéramos conocido mejor…

―Ay, Edward… ―dijo James, torciendo la boca y en tono desaprobatorio. El enamoradizo chico alzó las manos, haciendo notar su punto.

―No pierdo las esperanzas de volver a verla. Quizás haga viajes en el metro tren más seguido… ¡O quizás me la encuentre en la capital! A lo mejor vendría desde allí…

― ¿Y los resultados? ―intervino el hermano mayor ― ¡Eso es lo importante, Edward! ¡Céntrate, por Dios!

Edward asintió y tomó uno de los libros que era la novedad del último mes en la librería, respondiendo relajadamente.

―Oh, bueno, los tendré en dos semanas más. Enviarán una carta a la dirección que dejé en el registro…

―Me alegro que hayas dejado la dirección de Tanya, porque de lo contrario, Sue sería capaz de quemarla o romperla, como lo hacía con la correspondencia de Michael.

―Es cierto. ―Cerró la tapa del libro empastado de golpe y lo dejó en su lugar ―Pero no hablemos de Sue en este momento, cuando todavía me siento pisando las nubes…

James no pudo hacer otra cosa que reír ante su soñador hermano, que suspiraba y miraba hacia ninguna parte en especial, seguro recordando a la muchacha que lo tenía en ese estado. Su hermano Edward le había contagiado el buen humor, lo que al menos para él significaba que las cosas en adelante para ellos, saldrían a pedir de boca. No hallaba la hora de salir de ese pueblo, aunque sabía que extrañaría horrores a su amiga Tanya e incluso a Alec, pero debía salir de ese agujero y vivir su vida, superarse y buscar su destino. Y eso lo conseguiría en el mundo que se le ofrecía fuera de esas cuatro paredes que Valle Escondido significaban para él. Pero es bien sabido que las cosas no salen como a veces se esperan. La vida da giros drásticos que hacen replantear el futuro. O de plano desistir de ese destino.

Una noche, pocos días después que Edward rindiera su prueba de admisión, James cerró la librería como los días que su turno le exigía y se dirigió a casa de su jefe, el que vivía en lo alto de una colina, donde se encontraban las viviendas más acomodadas del pueblo. Decidió prescindir de tomar un taxi y caminó hacia allí por un camino de tierra que iba en paralelo al lago que rodeaba el pueblo.

El camino estaba iluminado por faros de luz amarilla que alumbraba lo suficientemente bien como para advertir su figura caminando por el costado del camino. Iba pensando en lo poco que faltaba para dar inicio a su nueva vida mientras contemplaba el oscuro lago donde se reflejaba la luna llena que se divisaba en el firmamento, cuando de pronto oye a sus espaldas el sonido de un motor que sonaba estruendosamente. Al parecer se trataba de un vehículo antiguo cuya carrocería pudo ver James que era roja, advirtiendo incluso la marca del auto: un viejo Daihatsun Charade. Se acercó un poco más al costado apartándose del camino, un poco asustado por la forma en que el vehículo venia serpenteando, abriendo ampliamente sus ojos y su boca cuando vio el coche encima suyo y momentos después cuando en un abrir y cerrar de ojos, éste coche arremetió contra él, elevándolo y haciéndolo caer contra el parabrisas y luego sobre la tierra húmeda, donde quedó tirado, solo, sin que nadie le prestase ayuda, pues el coche aceleró y se dio a la fuga.

Se quejó y cerró los ojos haciéndolo frente al dolor que atravesó cada hueso de su cuerpo, rogando en silencio a que la vida le diera la oportunidad de salir de esa…

Lo malo de ese camino era que poca gente transitaba por allí, fuera de los habitantes de las casas del sector de las lomas que era donde James se dirigía. Sintió ganas de llorar al verse solo, al saber que iba a morir en ese lugar sin que nadie pudiera llevarlo donde su hermano… porque si iba a morir, Dios debía de concederle el último deseo…

"Hazme aguantar hasta ver a Edward… tengo que decirle que no se rinda, que siga adelante… y que lo amo como a nadie en este mundo… Dios mío, por favor…"

Entonces el último milagro se hizo para James, que cerró los ojos y emitió un sollozo lastimero cuando un vehículo negro alcanzó a verlo, deteniéndose y bajándose el conductor para ayudarlo, el que emitió un grito de espanto cuando se dio cuenta de quién era.

― ¡Oh, por Dios! ¡James! ―gritó Alan, el hijo del patrón de James.

Se arrodilló junto a él y lo miró sin saber bien qué hacer. Los nervios lo paralizaron por unos segundos mientras miraba al mal herido, atinando a sacar su teléfono y llamar a urgencias, por una ambulancia que lo socorriera. Podría haberlo llevado él pero a la larga eso podría haber sido peor.

Al cabo de diez eternos minutos se oyó la sincera de la ambulancia, mientras que Alan se quedó al lado de James pidiéndole que no cerrara los ojos y que aguantara hasta llegar al hospital. Que ahí lo curarían y que todo estaría bien.

James cerraba los ojos y asentía, deseando con todo su corazón que eso ocurriera de la manera que Alan lo decía, aunque en el fondo de su corazón sabía que ese era el final para él.

Lo entablillaron y entre cuatro lo subieron a la ambulancia sobre la camilla, recorriendo el camino de regreso hasta el centro hospitalario. El doctor de turno lo atendió y trató de ser optimista ante los ojos cansados de James, que solo quería que llamaran a su hermano.

De pronto la cortina que dividía al box de atención se abrió y apareció Tanya, la que se cubrió la boca ahogando un sollozo, acercándose inmediatamente a su amigo, tomándole la mano y olvidando que ella estaba ahí como enfermera y que por eso mismo debía mantener sus emociones a raya, lo que no podía hacer porque se traba de James, su mejor amigo, prácticamente su hermano el que estaba allí.

―Dios, James… qué ocurrió…

Pero James no tenía tiempo para responder.

―Edward… llámalo… ahora…

Tanya asintió vehemente, y con el rostro lleno de lágrimas salió del box, sacando su teléfono del bolsillo para comunicarse con Edward. Cuando él contestó, Tanya cubrió su boca y trató de tranquilizarse.

― ¿Tanya? ¿Estás ahí?

―Ed… Edward… ―Tanya cerró los ojos y se limpiaba las lágrimas que caían incansables por sus mejillas.

― ¿Qué te pasa, Tanya? ¿Por qué estás llorando?

―Edward… ―inhaló profundo y dio la noticia de un tirón ―Tienes que venir ahora al hospital. James tuvo un accidente…

― ¿Accidente? ¡Pero cómo está! ¿Hace cuánto llegó? ¿Accidente de qué tipo?

―Edward, vente ya… antes que sea muy tarde…

Edward cortó la llamada y se quedó mirando a su hijo dormido, con una angustia en el pecho nunca antes experimentada. Atinando a moverse, envió un texto urgente a Alec, que le pedía estuviera en su casa en cinco minutos con el coche de su padre. Su amigo le contestó enseguida con un "Ok", acercándose Edward a su hijo al que levantó con cuidado y envolvió en un grueso enredón, dejándolo otra vez sobre la cama mientras metía en un bolso algunas de las cosas que el niño fuera a necesitar, como muda de ropa, pañales, su biberón y su león de peluche favorito. Él en tanto, se puso una chaqueta y se acercó a la venta a esperar la llegada de su amigo, quien apareció derrapando frente a la casa. Tomó Edward al niño y salió de la habitación, pasando por la sala donde Sue miraba una vieja película. Él deseaba que su tía no se diera cuenta de su presencia, pues no estaba de ánimos para discutir, pero la mujer en cuanto lo vio aparecer con el niño en brazos le exigió saber dónde iba, dejándola el joven con la palabra en a boca, pues salió rápido de la casa y se montón en el coche de su amigo.

― ¿Qué sucedió, Edward? ―preguntó Alec ― ¿Peleaste con Sue?

—James… tuvo un accidente.

― ¿Accidente? ―Alec encendió el motor del coche y se dirigió al hospital mientras Edward le explicaba la llamada de Tanya y el escaso detalle que le había dado al respecto.

Cuando llegaron a urgencias, Alec se quedó con el niño en brazos sentado en la sala de espera, mientras Tanya llevaba a Edward hacia el interior, donde afuera del box lo esperaba el médico de turno.

― ¿Qué pasó con mi hermano, doctor?

―Un coche lo atropelló en el camino del lago. ―explicó el médico de estatura baja y tez oscura ― Lo arrollaron y lo dejaron en el piso, eso al menos logró decirnos y fue lo que corroboró Alan cuando lo trajo. Estaba consiente…

Edward apretó los dientes y apuñó sus manos, deseando de repente golpear a alguien con violencia.

― ¿Se va a recuperar?

Bastó que el medico torciera la boca para que Edward supiera la respuesta.

―Quizás si lo hubieran socorrido y lo hubiesen traído de inmediato… tiene traumatismos internos graves… hemos hecho lo que se ha podido.

― ¿Y llevarlo a la capital? ―preguntó ansioso, buscando una solución ―Llegó consciente, no debe ser tan grave…

―Lo siento, Edward ―lo detuvo el doctor poniendo una mano en su hombro. Ese gesto que los médicos tenían con los familiares de sus pacientes, parecía decirlo todo. ―Pasa a verlo, está preguntando por ti.

Tanya tomó la mano de Edward y lo llevó casi a la rastras hacia el otro lado de la cortina, donde se encontraba James tendido sobre la camilla, pálido, respirando con dificultad. Estaba vestido con la bata del hospital y cubierto con una sábana amarillenta hasta su pecho. Tenía los ojos cerrados, y arrugaba el entrecejo y se quejaba cuando intentaba moverse, pero se olvidó de su dolor cuando sintió una mano tomar la suya, abriendo sus ojos y sonriendo como pudo cuando vio el rostro de su hermano que lo miraba con dolor y como si en verdad él estuviera padeciendo sus mismas dolencias.

―Edward… ―susurró James.

―No hables ―le pidió Edward, poniendo una manos sobre su pecho sin ejercer presión. ―Te pondrás bien cuando te trasladen al hospital de la capital, ya verás…

―Edward, escúchame…

―James ―protestó Edward, sin que su hermano le hiciera caso.

―No hay tiempo… ―cerró los ojos y se quejó cuando torció involuntariamente. Cuando los abrió, sus ojos estaban dilatados y llenos de lágrimas. ―Sigue adelante con los planes. Ve a la capital, cumple tus sueños. Busca a Michael y supérate como sé que eres capaz de hacerlo…

―No… no lo haré sin ti…

―Eso no pasará. Yo siempre estaré contigo, donde quiera que me encuentre ―cerró los ojos y se concentró en respirar, poniendo todo de su esfuerzo, mientras Edward lloraba como un niño pequeño sin saber qué decir ni qué hacer para salvar a su hermano. Su llanto se hizo aún más fuerte cuando James lo miró y sonrió de esa manera en que siempre lo hacía, lleno de ternura que incluso sus ojos demostraban el afecto que sentía por él. ―Todo saldrá bien…

Entonces se convulsionó, a la vez que una tos incontrolable lo sacudía y lo ahogaba. Sacaron a Edward casi a la fuerza y lo dejaron en la sala de espera llorando y haciendo caso omiso al resto de las personas que lo miraba con curiosidad, apenas consciente de Alec y Alan que se habían ganado junto a él.

Se desplomó en la silla cuando Tanya salió llorando desconsolada, abrazándose a él para decirle que James había muerto producto de fallas internas provocadas por las hemorragias. La soltó y se dejó caer al sentir que sus rodillas no respondieron, enterrando el rostro bañado en lágrimas entre sus manos y sintiendo deseos de gritar de dolor, aullar y rasgarse la ropa de la pura desesperación.

Había perdido a su hermano por culpa de unos irresponsables sin corazón que lo atropellaron y lo dejaron tirado como un perro sin prestarle ayuda. ¿Cómo iba a poder seguir adelante?


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