Estoy fuera de mi casa, de vacaciones, así que lo único que llevo para escribir es un iPod mal cuidado, aún así me esforcé para traer esto ante ustedes. Gracias a Mariel por ser tan sensual y ayudarme, te amo, no tanto como a Shiki, muajajajaja (?)
Por cierto, en un principio esto era un one-shot, pero el capítulo resultaba enorme y deseaba cambiar un par de cosas, aunque si les gusta hasta aquí también pueden decirlo, en especial la ex-cumpleañera.
· Dedicado: A ProngsKJ por su cumpleaños muy atrasado y a esta pareja por San Valentín.
· Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Himaruya Hidekaz y no hago esto por fines de lucro, sólo por entretención mía y de los lectores.
· Pareja: Alfred F. Jones/Arthur Kirkland - (Estados Unidos/Inglaterra).
· Advertencia: Futuro lemon y AU cardverse.
No han pasado más de tres meses en los que Arthur Kirkland se hospedaba en la nueva casa del Tío Drek, un viejo aficionado a la caza y a los lugares abiertos donde nadie más respire o hable que no sea un conejo o uno que otro pájaro. Ese anciano testarudo llegaba a ser hasta extrovertido en multitudes, pero con su pequeño entorno familiar era un animado viejo lleno de pasados soberbios que está más que dispuesto a relatar bajo la gran chimenea escocesa de los Kirkland.
El anglosajón de veintiún años atravesaba por el asunto del divorcio de sus padres pasando unas cuantas semanas más allí. A esas alturas ya se sabía una y mil historias antiguas e irreales de duendes y caballeros, de reinos, de una chica llamada Jean de cabello hecho de plata fina forjado por la fortuna de su padre, de una orquesta danzante de variados sonidos que tocan antiguamente en aquel pueblito sin ningún músico.
Al anglosajón simplemente le encantaba el olor al barniz viejo de la casa, el rechinar de las tablas y el sonido de los frondosos árboles que se remueven con el viento.A pesar de tener un trabajo de medio día por sus vacaciones pasaba gran parte de su tiempo allí, mirando como Tío Drek trataba de arreglar inútilmente la pata de una mecedora durante horas.
Le vino a la memoria aquel verano cuando él y sus hermanos se la regalaron, "Eso es de ancianas cojas con menopausia" exclamaba con ímpetu mirando la inocente silla como la reencarnación del anticristo hecho madera chirriante. Ahora, en cambio, trata de hacer funcionar a la vieja Betty que fue la mejor amiga de esos huesos cansados y llenos de artritis por la mala ingesta de alimentos en sus años mozos.
—¡Scott ya está casi listo, baja en diez minutos a cenar!—suspiraba y gritaba el viejo haciendo sonar las ollas con el cucharón de plata.
—¡Que no es Scott joder, soy yo tío Drek, Arthur, Arthur Kirkland!
—Oh, Arthur...—se le escuchó desde abajo, el inglés sonrió al ver que el viejo escocés le reconocía.— El enano de la familia, Arthur.—repitió con una risilla traviesa.
El inglés se golpeó contra la madera con brutalidad, cómo se nota que la familia le ama con la intensidad de cuatro gaitas desafinadas. Aunque esta vez no culparía a su tío por tener de favorito a esa bestia inhumana que poseía la desgraciada suerte de compartir sangre... y cejas... y ojos… En fin, Scott era el preferido del abuelo, aunque era de esperarse, el pelirrojo venía a esa casa todas las vacaciones desde que apenas contaba con cinco años, siendo el más escocés de todos los Kirkland. Arthur salió menos vikingo guerrero con pelos en las piernas, él era un caballero (aunque en su casa, claro, aquello era sinónimo de ser una mujer menstruando, delicada y bipolar). Suspiró prolongadamente, su familia era un encanto acaramelado, al menos ese lugar le brindaba algo de paz.
Cuando estaba a pasos de bajar a comer por las escaleras fijó la mirada sobre ese cuadro del angosto pasillo de arriba.
Ese mismo cuadro antiguo de bordes en espirales y marco color chocolate pintado en óleo, de ese óleo que demora atardeceres enteros en secar. Arthur Kirkland reconocía enseguida ese cuadro de todos los demás hombres y mujeres pintados con difuminado sepia que le gustaba coleccionar al Tío Drek. Después de todo, ese extraño escocés le había contado trece veces la historia que envolvía a ese sujeto adornado de figuras en forma de picas.
«Esta obra se conoce como "El Rey de Espadas". Se dice que el último monarca que reinó en aquella tierra de riquezas y fuerza inimaginable fue el hombre que cuelga en tu cabeza. Un Rey poderoso y tenaz de cabellos dorados y mirada cielo bendecido por los mares que rodeaban el reino. Poderoso, soberbio y con el tiempo a base de mano dura se convirtió en un ser responsable y autoritario. Mas éste Rey nunca supo qué significaba amar, jamás encontró a la Reina que se le prometía en los antiguos escritos y falleció a causa de una enfermedad mundana cuando ya era bastante viejo… por eso la mirada melancólica con la sutil sonrisa. Él creía que algún día su Reina aparecería ante sus ojos, pero ésta no llegó nunca y el reino se derrumbó en el ocaso de la sexta década sin gobernante. Ese Rey, Alfred como le decían sus cercanos… era poderoso, pero ya no tenía las energías ni el valor para continuar solo, básicamente…esa es la historia de este cuadro, Arthur».
—Eres raro…— rió mirando el cuadro con una sonrisa.
A pesar de la historia, del drama y sentimentalismo de aquella imagen, le parecía que la pose melodramática del cuadro era demasiado sobreactuada. Sólo faltaba que le cayera un rayo de luz y se llevara la mano derecha sobre la frente mientras el viento agitara sus lágrimas cristalinas como la luna llena. Más risa que pena le daba el pobre cuadro. Peor aún, cada vez que pasaba por él, éste le sacaba una sonrisa. ¡Con razón no conseguía una esposa con esa cara! Quizás hasta fuera del otro lado, dícese gay.
Le miró de cerca unos segundos más con una sonrisa pequeña directo al efecto alucinante que hacían sus ojos de un azul cristalino y por un momento sintió que el cuadro le sonrió. Sintió que el cuadro le frunció el entrecejo… que el cuadro se acercaba, el cuadro estaba literalmente saliendo del marco…que cosa tan normal…
¡JODER NO! ¡Eso no era normal! Algo andaba mal ahí, no podía estar alucinando todo eso, creyó que iba a tropezar con el barandal del pasillo hasta que un brazo le sujetó de una manera inquietante. Oh no… eso era hilarante, el cuadro… o sea… la cosa saliendo dentro del cuadro le estaba tomando de la mano, la "cosa" sonrió y a Kirkland se le escapó un estremecimiento que le hacía sentir el cuerpo congelado, tenía que apartarse, el cuadro lo quería matar.
El joven de ojos azules ya tenía parte del torso afuera y le sujetaba con más fuerza mientras trataba de defenderse. Un quejido de ayuda a tío Drek trató de salir de su garganta en la que sentía un suave cosquilleo de angustia que le impedía modular frases coherentes sin susurrarlas. La figura pintada en óleo pareció adquirir una forma más definida, y esa mano fría y áspera de pintura seca le empezó a parecer suave y tibia, con vida.
El chiquillo de la obra de arte sonrió con suavidad y le tomó del mentón acercando sus rostros con un dominio increíble y con una sensualidad sólo corroída por la desquiciada y aterradora situación paranormal que vivía el inglés. Los ojos se abrieron sutilmente y las imágenes de la casa se hicieron borrosas con la figura antropomorfa sonriendo alegre. De seguro estaba dentro de una pesadilla, pero todo era malditamente real. Esa respiración chocándole los labios y esos dedos con la agilidad de un pianista deslizándose por sus cabellos eran increíblemente nítidos. Abrió los ojos y exclamó un jadeo que aquel Rey tapó con su dedo índice depositando sus labios cercanos a su oído para expirar unas cuantas palabras como si fuera su último aliento.
—Por fin… por fin te encuentro… mi Reina.
Arthur no modulaba del todo bien, su cuerpo simplemente parecía el de alguien más. No responde, siente que las manos se vuelven ásperas y sus dedos adelgazan de una forma horrorosa mientras el cuadro lo traga. Viene el miedo, la desesperación, la quijada apretada y los labios sangrantes. El Rey cierra los ojos con algo de pena pidiéndole calma, no puede, una que otra lágrima desesperada salen de sus ojos, ya no puede decir nada… y no, ésta no es la manera, no quería acabar su vida de esta manera.
No es nadie en este mundo, absolutamente nadie. Apenas es alguien reconocible en su familia y acabará colgado en la pared de su Tío, su cuerpo ha entrado por completo al cuadro, el interior es de color azul, como si estuviera sumergido en el mar, la figura del cuadro le abraza, se siente real y aterrador, el ambiente es devastadoramente cálido, los brazos le sujetan la cadera con anhelo mientras flotan en esa extraña nebulosa que irradia luz de vez en cuando, le abrazan como si realmente fuera necesario.
El cuadro le devora, quizás necesitaba una especie de sacrificio, ya no puede luchar más, los ojos le pesan y relaja su cuerpo, todo queda negro… pero esa voz sigue allí. Esa encantadora y masculina voz que le retuerce los huesos y le saca un pequeño latido a ese corazón que se está deteniendo como si fuera el fondo del mar y Arthur se ha resignado a morir ahogado y a ser devorado por la bestia que habita en la oscuridad.
Oscuridad… muerte.
Por unos segundos más en ese irreal y monótono mundo llegó a pensar que sí estaba en un sueño, pronto despertaría, lo haría, y allí estaría Tío Drek cambiándole el nombre por un tal Juanito Gonzales de Cancún, quizás cuando despertara podría hacer las cosas bien o ser un poco más importante para el resto, quizás pudiera serlo.
El inglés se sintió un poco anestesiado cuando trató de abrir los ojos, la cama era sumamente blanda y reconfortante, las sábanas que rozaban su piel con el cobijo de una madre parecían de seda. Nunca pensó que su Tío fuera tan elegante para dormir, más bien se lo imaginaba con una cama a base de lijas y un cubrecamas de piedras pegadas junto a una que otra anguila eléctrica con serpientes en la noche para "relajarse". Se asustó por la decaída repentina que padeció, no le gustaba preocupar al viejo Tío después de la edad avanzada en la que se encontraba. Abrió suavemente los ojos que le presentaban un sin número de colores inimaginables.
—Wh-What the hell am I doing here? —Arthur empezó a retroceder ensombrecido por los acogedores pero relucientes colores hasta golpearse con la cabecera de la enorme cama.
Podía ver un telón sobre su cabeza con los bordes dorados como aquellos de cuentos de hadas donde estaba la bella durmiente pero sin todo el rosado y él por suerte sin un estúpido vestido a juego y una coronita con incrustados de diamantes.
— ¿Esa es la boca de mi futura Reina? ¡Increíblemente imagine una educación aristócrata de tan bello rostro! Aunque… Una Reina fiera tampoco estará mal en mis aposentos reales... ¡Eres sorprendente! —sonrió un sujeto al lado de él.
En realidad pegado a él… casi arriba de él. Está bien, ni tan cerca, pero estaba con una banca al lado de su cama… estaba… tomando su mano. Oh dios, la mano se le hubiera incinerado si un hombre lo tocara así y si aquello no fuera tan anormalmente raro. Miró hacia los lados, nunca había tenido un sueño tan extraño como ese, ni siquiera había vuelto a ver la bella durmiente, bueno, no hace tan poco, hace ya cinco meses que no la ve ¡Lo jura, lo jura! ¿Qué demonios le pasa a su retorcida mente para imaginar aquel escenario?
—¿Q-Qué hago aquí? —repitió con la voz temblorosa, el chico de los ojos azules le sonríe con elegancia mientras afila los ojos en una mirada sigilosa y coqueta para frotar el dedo pulgar sobre la mano nívea.
El inglés tiene un estremecimiento raro con esa intensa mirada sobre su cuerpo.
—Estás donde perteneces, tú eres mi Reina…
—¿R-Reina? —y es cuando se fija en el hombre, en el cabello de trigo fresco, en ese traje azulado extraño de épocas antiguas con increíbles pliegues, en esos ojos... en esa mirada fascinante posándose sobre su anatomía con una inquietud estremecedora. Fue cuando reconoció a ese sujeto del que su Tío le solía hablar una y otra vez, y también fue cuando supo que era el sueño más demente o la aventura más desenfrenada en la que nunca quiso emprender marcha. — ¿Eres… eres Alfred?
El supuesto monarca sonrió levemente y el anglosajón sintió que se iba a desvanecer en sus ojos cielo.
—Es increíble... estamos tan destinados a estar juntos que hasta sabes, sin previo conocimiento, pronunciar mi nombre con exactitud.
Arthur se ahorró un comentario, ya que literalmente lo que hubiera salido de sus finos labios sería "Eres un puto cuadro colgado en la pared, de allí te conozco fenómeno", eso diría. Sin embargo, los guardias de enormes espadas en su cinturón adornados en signos de picas con ceño fruncido le hacían dudar de usar su venenosa lengua. Le devolvió recatadamente la vista recibiendo mordazmente una sonrisa inquisitiva y atrevida que le corroía hasta el alma, Arthur trataba de descifrar a qué quería llegar ese tipo.
Un fuerte remezón retumbó sobre la puerta y un elegante pelirrojo con un traje de sirviente se presentó con una sonrisa soberbia junto a otro sujeto que apenas levantaba el rostro. A Arthur pareció dislocársele la mandíbula... alguien, quien sea... ¿Le podía decir qué coño hacía el estúpido Scott en su sueño? ¿Y con esa pinta? Aunque su molesta sonrisa era idéntica a la que conocía.
Trató de no lucir horrendamente sorprendido, el intento le pareció inútil con la boca abierta hasta abajo y las cejas conmocionadas hacia arriba.
—Su majestad...—susurró con cierta molestia e ironía el sujeto que era el gemelo perdido de la víbora que tenía como hermano.— El rey de Diamantes le espera en la recepción.
—No recuerdo haber acordado ninguna reunión con él...— El Rey pareció molesto mientras sujetaba con más determinación la mano del confundido joven.
—Al-Alfred...— Intentó un joven casi idéntico al Rey pero sin expresión segura, incluso hasta algo tambaleante. Poseía una cabellera más larga y ondulada con un extraño rizo delgado que formaba una circunferencia al final.— Él ha dicho que pasaba por aquí por la inspección de armamento ilegal de este año en nuestras fuerzas y llegó al palacio al enterarse de la noticia.
—¿La noticia?— Alfred parecía serio y afiló los ojos apretando los dientes con rencor.
—Que habías encontrado a una Reina al fin.
—¡Maldita sea, de seguro me la intentará robar! ¡No le basta al muy enfermo sexual con las veintisiete sirvientas y ocho sirvientes que de seguro se sirve como plato de fondo a escondidas de su Reina! ¡Él es sólo mío! ¿Se lo has hecho saber maldición?—decía mientras señalaba descaradamente en la cara al de ojos verdes.
Kirkland le miró perplejo.
—Excuse me?— Soltó ofendido.
—No te preocupes, mi exquisita Reina, no dejaré que nadie te toque... menos ese pervertido que no le basta con la pobre Li. ¿Cómo demonios se enteró?—Rugió con autoridad.
—Cosas de la vida, su majestad...— Soltó el pelirrojo con una leve reverencia.
Arthur le miró fijo. Pudo ver esa sonrisa, no en los labios del escocés, sino en sus ojos y en la manera intensa en la que se regocijaba por la desesperación del Rey. El inglés pudo haberlo jurado, ese sujeto... incluso en su sueño le conocía como a ninguno, ese hijo de puta le había contado al Rey de Diamantes sobre su existencia.
—Su majestad...—insistió malvadamente el sirviente, era un desgraciado.
—Oh god Scotty, está bien, iré a verle.— Suspiró molesto apresando la mano de Arthur un instante más mientras le daba una mirada suplicante.—Vendré a verte enseguida mi hermosa Reina... Sólo espera.— Resopló. — Matthew, ven a ver la seguridad de mi otra mitad, sírvele en todo, menos en escapar del cuarto.
—Por supuesto mi señor. — Asintió con una reverencia sutil y una sonrisa extrovertida mientras se dirigía a paso audaz hacia el inglés.
El personaje ficticio del cuadro agachaba la cabeza en un especie de puchero mientras su sirviente le daba un empujón con las manos en la espalda. Debían estar en confianza para tratar con tanta familiaridad a un Rey. Suspiró, en unas cuantas horas más despertaría, en unas cuantas más lo haría. El chico tímido le hizo una reverencia mientras yacía en la cama y fue hasta un perchero cercano a un pequeño velador, traía ropas extrañas, con vuelos y adornos de picas, todo parecía estar tallado de esa forma.
La cómoda de adelante era hermosa, de un barniz soberbio y refinado y con el mismo símbolo sobre los costados y las perillas donde se jalaban cada uno de los espaciosos cajones. A la derecha del gran inmueble podía observar un piano grande seguramente lujoso, sin ninguna mancha y con un banco de cuero para sentarse con un paño de seda tapando las teclas. En la cabecera de la cama, en los dos extremos después del telón que cubría la cama colgaban candelabros y para finalizar arriba una ostentosa lámpara llena de brillos exquisitos. Esa pieza era una obra de arte, tenía unos cuantos cuadros, pero el que más le llamó la atención y hasta le sacó un quejido profundo fue el de su izquierda...
Un cuadro de unas escaleras viejas y una baranda con varios cuadros dentro de la imagen, esa perspectiva... era aterrador, pero era idéntica al segundo piso del cuarto del Tío Drek.
—E-Eso es...—el muchacho junto a él sonrió.
—Sí Reina, lo es. Es de donde le trajo nuestra majestad. La verdad, muchos de nosotros pensábamos que nuestro monarca había caído en la demencia. Decía que había encontrado al destinado... a quien jamás podría cambiar, que lo veía a través del cuadro, que era perfecto, de una belleza irreal y a veces monocromática, inmóvil...y cuando uno de nosotros venía a verlo el chico desaparecía como si nada dejando el cuarto de la imagen vacío, incluso pidió que trajeran la obra de arte a la habitación real, nuestra nación estuvo casi en crisis por dudar del régimen del Rey Alfred. ¡Pero aquí está usted!, es real, él no se equivocaba, usted lo es.— Sonrió el chiquillo que Arthur podría jurar poseía un acento canadiense.
—No puedo creerlo...—susurraba angustiado. El sueño era muy largo y detallado, se asustaba de su propia imaginación. Quería despertar.
Maldita sea, quiere hacerlo.
— ¿Se va a cambiar Reina?
—No soy ninguna Reina...—Susurró frunciendo un poco el ceño. — ¿Y de qué ropa hablas?— Abrió los ojos con sorpresa observando una camisa larga y holgada en su cuerpo que nunca se colocó, el muchacho se sonrojó un poco.
Sabía lo que aquel ser de ojos verdes trataba de descifrar.
—No nos dejó tocarlo señor. El Rey Alfred le bañó y le cambió de ropa...
El anglosajón casi tuvo un ataque de asma, la última persona que lo vio con las nalgas blancuchas a la luz del día fue su madre hace ya más de trece años, y quizás Ryan, cuando lo encontró borracho después de la fiesta de año nuevo.
—¿Me b-bañó?— esa pobre mandíbula amenazaba con escapar de su rostro en cualquier segundo.
—No podíamos negarle la petición, usted aún no ha sido coronado Reina, por lo tanto es como un prisionero de guerra, el Rey puede hacer lo que se le antoje con su cuerpo si no está marcado con el signo de otro Reino o el de Espadas...
—Debo salir de aquí...— Estaba un tanto preocupado, la palabra "lo que sea" no termina de convencerlo, sonaba espantosamente gay.— Esto es tan raro...— Comenzó a reírse lunáticamente y a apretar los ojos para intentar caer al vacío o alguna laguna mental para despertar.
—¿Se encuentra bien?— Preguntó el sujeto de lentes de nuevo con timidez.
—N-No, no del todo... Dime... ¿Cómo se llama el sujeto que iba junto al Rey?
—Scott Kirkland, señor.— El inglés tragó grueso, por un momento esperó que fuera otro, un tal Ricardo de la Paz extrañamente pelirrojo. —Me... ¿Hablarías de él?
—Es el mayordomo de cabecera de la familia real, el principal, un hombre bastante respetado, aunque su actual trabajo es por una destitución.
—¿Destitución?
—Así es, los Kirkland son una familia importante, por lo tanto, el cargo que tuviera el primogénito tenía que serlo igualmente. Fue designado como general de la armada del norte... tuvo "cierto accidente" que fue en contra de las reglas del reino por una venganza personal y su majestad lo destituyó a lo que es ahora... ¿No se nota lo poco feliz que es?
—Créeme que se nota, por poco y escupe en el suelo.
—Scott nunca ha sido alguien fácil de controlar.— Rió sutilmente el chico contagiándole una sonrisa al inglés. —Incluso planearon hacerlo la Reina de Espadas, desistieron al ver que intentó suicidarse cuatro veces después de la fatídica noticia.
—¿Su Rey no estuvo en contra?
—Tenía nueve años en ese entonces y Scott era cercano, así que no había problema para él. Hasta ese momento pensaba que su Reina sólo sería como un hermano más.
—Esto es absurdo... ¿Qué demonios hago aquí?—susurró con una risa frustrada, todo eso debía ser un sueño, el más bizarro que había tenido.
El de acento canadiense bajó la mirada arreglándose el pañuelo blanco que tenía en el cuello con un leve rubor.
—Cosas de protocolo, no se habla de la intimidad del Rey y de la Reina, hay reyes que ni siquiera se han tocado, sólo reinan en armonía para que...
— ¿Qué planea Alfred conmigo?—alzó la voz con más fuerza.
—Est-o...protocolo... ya sab-sabes, el convencional de parejas del mismo sexo... el de...
—Convencional y una mierda, dime de qué consta ese protocolo...—Arthur le miró fijamente.
El chiquillo se sintió intimidado. —Ya sabes... intimidad marital, bodas... luna de miel, transferencia de fluidos, sexo anal...
—Oh no, oh no... Tengo que despertar antes de esa porquería. — Decía más que cabreado, apretando las sábanas y pálido, no quería que este fuera su primer sueño gay.
Mucho menos siendo una Reina de un país sacado casi de la imaginación de Tim Burton llena de gente rarita con mayordomos malvados y escoceses junto a reyes homosexuales que se enamoran de ti, qué horror.
Tenía que escapar, apretó las sábanas con fuerza cuando sintió la voz del Rey volver después de unos cuantos minutos, al mismo tiempo que intentaba ponerse la ropa nueva con dignidad mientras Matthew (que era el nombre del muchacho)le daba su tan ansiada privacidad. Sí, esa dignidad que se fue apenas Alfred entró de una patada a la habitación. Arthur se sumergió como pez bajo del agua sobre las sábanas tratando de no verse apresurado y patético. Estúpido sueño, definitivamente parecía no tener el control de éste, ni siquiera piedad.
Alfred le miró desde lejos. Arthur apenas le devolvía la mirada, más ensimismado en sus propios pensamientos. Pero la mirada de Alfred era penetrante y sumamente soñadora, le hizo subir la vista cuando ese extraño muchacho se acercaba acechándolo en esa habitación, podía parecer elegante y maduro, pero ahora parecía salvaje y depredador, como si el lobo se hubiera cansado de esperar. Sobre su hombro reposaba una extraña mariposa, el anglosajón miraba como ya estaba frente de él. Lo pudo ver a través de sus ojos, eran convicción lo que movía su corazón, Arthur no conocía del todo a ese Rey posesivo y caprichoso, no sabía que realmente tendría un gran porcentaje de caer para siempre en su encanto y en ese sueño.
—¿Por qué... por qué estoy aquí?
El Rey se acercó a la cama apoyando su antebrazo sobre la cabeza del inglés, haciendo que sus ojos chocaran y sus respiraciones estuvieron una sobre la otra entrecerrando los ojos y respondiendo como si la interrogante fuera obvia.
—Estás aquí para ser mío, estás aquí para enamorarte de mí, mi amada Reina, estás aquí para tener un final feliz para siempre a mi lado...—Le sonrió con una dulzura aplastante y elegancia que se confundía con sensualidad tomándole el mentón, los brazos llevados sobre su cabeza cuidadosamente para depositarle en la cama mientras las mejillas de ambos se teñían.
—Esto... no está pasando.— Se seguía repitiendo ilusamente el anglosajón.
—Te he esperado toda mi vida Arthur, no recibiré un "No" como respuesta. —nunca lo esperaría.
El Rey había encontrado a su Reina, no importaba lo que pensara de esto Kirkland, el destino estaba decidiendo por él. Y el destino presagiaba que sería de ese extraño sujeto fuera un sueño o no.
Próximo capítulo: Anunciada una Reina.
Hasta aquí, si se preguntan dónde está la actualización de Killer love la pondré cuando regrese a mi casa ya que en el iPod no estaba. Espero que hayan tenido un día lindo tanto si están solteros o con pareja o quizás simplemente celebren esto como el día de la amistad.
Buenos deseos para todos, cualquier crítica sirve, soy totalmente nueva en este universo, y si quieren continuación claro, Alfred como Rey... o al menos el de este AU será muy osado con el coqueteo al pobre Arthur. Buenas noches y adiós.
