Voy a aclarar las cosas bien para evitar malos entendidos en un futuro. Levi es gay, versátil (puede ser activo o pasivo) Eren es heterosexual (por ahora) y puede ser ERERI y RIREN *La mitad de los lectores huyen tras leer esto* Bien, para los que se queden les aviso que no habrá sexo explícito con otras personas (en tal caso avisaría antes para que lo pudieran obviar) pero se dará a entender que tienen otras relaciones *Segunda estampida* Espero que les guste.
Advertencia: Esta historia está registrada como original con otros personajes, solo yo puedo adaptarla para mis fics, cualquier otro estaría cometiendo plagio. No copiar ni adaptar a otros fandoms.
Disclaimer: Estos personajes pertenecen a Hajime Isayama.
—Venga, Eren. Va siendo hora de ir a casa —digo mientras retiro la copa vacía de sus reticentes dedos.
Cuando ya pienso que he conseguido despegarlo de la barra, da un silbido para llamar la atención del bartender. El muy idiota le está indicado con su otra mano que nos ponga otra ronda, dos copas que serán para él, igual que las anteriores. ¿Por qué? ¿Por qué mierda me empeño en ser su consuelo? ¿Por qué cedo mi hombro para que pueda ahogar las lágrimas que le ha producido otro desamor? ¿Por qué soy tan idiota?
Otra vez le pusieron los cuernos. Otra vez me toca a mi rescatar ese corazón que acaban de dejar hecho añicos, para recomponerlo y esperar a que venga otra zorra a despedazarlo de nuevo.
—Sssolo una más, Levi —dice arrastrando las palabras—. La noche esss joven.
—No, capullo. Estamos a martes y mañana tenemos que ir a la universidad. Vamos, te llevo a tu casa.
Le hago una señal de complicidad al bartender para que no sirva esa última ronda y me cobre lo que hemos consumido. Más bien lo que ha consumido.
Mientras sostengo a Eren con un brazo, extiendo un billete que no esperaba gastar tan pronto. Eren no para de murmurar que me lo devolverá en cuanto pueda porque no encuentra su cartera. La tengo yo, junto con sus llaves y su móvil, pero no pienso devolvérselo todavía, la última vez lo perdió por el camino.
Lo saco del bar sin desequilibrarme, ya que apenas es capaz de sostenerse sobre sus piernas. Al menos esta vez he conseguido que no termine inconsciente en el establecimiento. Avanzamos en zigzag a través de la avenida hacia la parada de taxi que hay a unos cien metros de distancia.
Son las dos de la madrugada y hace tanto frío que se me están congelando las pelotas. Salí de casa sin abrigo en cuanto escuché a Eren medio borracho a través del auricular. Ni siquiera me paré a considerar la temperatura que hacía fuera, tan solo corrí hacia el lugar que me había indicado antes de que se fuera a otra parte.
—¿Sabes Levi? Si fuera maricón —dice a duras penas—. Saldría con alguien como tú. Saldría contigo. Tú me comprendes. No sé cómo no tienes novio.
Hijo de puta. Si ya de por si me apetece comerle la boca cada vez que lo tengo delante, después de esa declaración me casaría con él. Es una mierda, una auténtica mierda sentir que conoces al tipo con el que podrías tenerlo todo y descubrir que no puedes tener nada.
Bueno, nada tampoco. Somos amigos, más o menos. En realidad nos conocemos desde hace casi un año. Erwin lo invitó al apartamento que compartimos cuando le hizo la fiesta sorpresa a Armin por su cumpleaños. Yo tenía pensado desaparecer ese día, ya que habíamos discutido bastante por ese asunto. Odio las fiestas y más aún si se celebran en nuestra casa. Además, llevaban poco tiempo saliendo juntos, me parecía innecesario que metiera en nuestro apartamento a un puñado de desconocidos.
Al final conseguí que solo invitara a unos pocos amigos del muchacho, entre ellos estaba Eren. Al principio chocamos de forma irremediable, él era demasiado entusiasta, incluso llegué a pensar que se había drogado antes de ir, hablaba de forma atropellada y quería ser el centro de atención. Yo intentaba pasar desapercibido y fui bastante cortante con él.
¿Cómo acabamos siendo amigos? ¿Cómo acabé enamorándome de él? Supongo que todo forma parte de la magia que tiene Eren Jaeger.
Abro la puerta trasera del primer taxi de la fila y Eren se golpea la frente al intentar meterse. Ruedo mis ojos y coloco una de mis manos sobre su cabeza cuando veo que va a hacer su segundo intento. Me rozo la piel, pero al menos consigo que no se golpee de nuevo. Me siento a su lado y cierro la puerta indicándole la dirección del campus universitario.
—No quiero estar solo, Levi —suelta mientras se apoya sobre mi hombro—. Todo me recuerda a ella. Tengo cosas suyas en la habitación.
Fantástico.
Hablo de nuevo con el taxista para darle mi dirección. Al cabo de unos segundos siento que la cabeza de Eren pesa cada vez más y que libera algún que otro ronquido a través de sus labios. Joder, incluso en estas circunstancias me parece adorable.
Llegamos a mi barrio y termino de gastar el dinero que llevaba encima. Saco a Eren a base de empujones y consigo que se despierte lo suficiente para caminar hasta mi portal. Agradezco que mi edificio tenga ascensor, porque de no ser así lo dejaría con una manta en el primer escalón. Tengo fuerza, pero este tío me saca más de veinte centímetros y vivo en un octavo piso.
Abro la puerta de mi apartamento con cuidado, Erwin debe de estar durmiendo desde hace horas. Siento a Eren en la mesa de la cocina y le doy unos cereales para que se entretenga un poco y deje de tirar la mitad de mi decoración al suelo. Me dirijo a mi dormitorio para buscar sábanas limpias con la intención de acomodarlo en el sofá del salón.
Cuando termino, me lo encuentro en mi dormitorio, sentado en la cama con una bola blanca y peluda en su regazo.
—Me encanta Ratatouille, llevaba tiempo sin verla —dice contento.
Suspiro y coloco la rata sobre mi hombro, su lugar predilecto.
—Ya jugarás con ella mañana —le digo con evidente cansancio en mi voz—. Voy a por un vaso de agua y te vas al salón.
De camino a la cocina noto que Ratatouille mordisquea uno de los mechones de mi pelo.
—Empieza a estar largo, ¿verdad? —murmuro mientras la aparto con delicadeza—. Mañana lo arreglo.
Cuando regreso a mi habitación, me encuentro a Eren tirado de cualquier forma sobre mi cama, abrazando una de mis almohadas mientras de su boca sale un reguero de saliva que empapa la tela. Que asco, joder. Y cómo envidio a mi estúpida almohada en estos momentos.
—Oye —lo zarandeo con poca delicadeza—. Oye, no, Eren. Te acabo de preparar el sofá. Levanta, no jodas.
No puedo con un metro ochenta y tres de peso muerto con el cansancio que tengo encima.
Ratatouille libera un suave chillido cerca de mi oído.
—Tú no te rías tanto —suspiro con fastidio y la coloco en la jaula que usa para dormir.
Observo de nuevo a Eren. Tiene una expresión de serenidad en su rostro y eso es lo que me disuade de intentar despertarlo como hice en el taxi. Hundo mis hombros y meneo la cabeza, resignándome a pasar la noche como si fuera un invitado en mi propia casa. Abro mi armario para colocarme una camiseta holgada y guardo los jeans con rotos que llevaba puestos. Casi toda mi ropa es oscura y suelo llevar un look más bien rockero.
A veces incluso llevo a Ratatouille a la facultad. Tiene un compartimento especial en una de mis mochilas, es muy obediente.
Muerdo mi labio mientras intento desatar con cuidado los cordones de sus zapatos, no quiero que manche mis sábanas con toda la mierda que trae de la calle. Pienso con ironía en la cantidad de veces que he fantaseado con empezar a desatar esos cordones y terminar con... el resto.
Estoy a punto de salir por la puerta cuando recuerdo que no llevé ninguna almohada al sofá. Suelo tener dos en mi cama para evitar golpearme con la esquina de la mesita mientras duermo. Mi habitación es la menos espaciosa de la vivienda.
Me inclino encima del cuerpo de Eren, ayudándome de mis brazos para evitar caer encima. Agarro una de las almohadas y antes de retroceder contemplo su rostro una vez más desde una distancia mucho más cercana. Continúa con una respiración regular, después de todo lo que ha bebido no me extraña que no lo despierte ni una explosión. Muerdo mi labio de forma vacilante, esto no es bueno, tenerlo así de vulnerable sobre mi cama no es nada bueno.
Suspiro apenado y recuerdo las palabras que me dijo antes de subir al taxi. Antes de darme cuenta, una de mis manos está tratando de ordenar esa maraña de cabellos castaños para despejar sus ojos. Esos hermosos ojos que lucen hinchados tras tanto llanto.
—Si fueras gay —digo en voz baja—. No te dejaría escapar, Eren Jaeger.
Mi mirada se desvía hacia sus labios entreabiertos. La tentación está ahí. Puedo sentir el impulso nacer desde lo más profundo de mis entrañas. Sin embargo, no estaría bien. Así no, yo no hago ese tipo de cosas.
Aunque soy consciente de que si existe una mínima posibilidad de besarlo es justo en este momento. Mi pulgar pasea por esos labios, son tan suaves, tan cálidos, tan carnosos.
Meneo la cabeza y acaricio por última vez su pelo antes de incorporarme con cuidado para no molestarlo. Cierro la puerta de mi habitación y me dirijo hecho polvo hacia la cama que he improvisado en el sofá. Me acomodo como puedo, aunque la estructura es demasiado rígida, para un borracho sería viable, pero estoy seguro de que voy a amanecer con la espalda hecha una mierda. Doy varias vueltas, recolocando los cojines; tirando de la manta; descartándola después; sacando un pie; un brazo; boca arriba; boca abajo... Joder, no hay manera. La última vez que contemplo la ventana ya soy capaz de distinguir los primeros rayos del amanecer.
Parpadeo al sentir un cosquilleo en mi nuca. Me despierto desorientado, rodeado de una luz fulgurante que daña mis pupilas. La caricia se repite de nuevo y pienso que estoy más dormido que despierto. Imagino esas grandes manos, tan cálidas, de piel ligeramente bronceada, despertándome de una forma tan dulce.
Me revuelvo un poco pero el contacto vuelve a repetirse, demasiado tangible para tratarse de la sensación de un sueño.
Abro de nuevo los ojos e intento girar mi dolorido cuerpo hacia el origen de esas caricias. Mi corazón se acelera al distinguir el desvencijado sofá y al recordar al invitado que hacía unas horas yacía despatarrado en mi cama.
Me encuentro un par de ojos relucientes y una aviesa sonrisa.
—¿Decepcionado? —pregunta Erwin con falsa inocencia.
Lo aparto de un empellón y me incorporo de forma torpe. Joder, no sé cómo lo he hecho, pero tengo la sábana tan enredada en el cuerpo que podría haberme estrangulado con ella.
—Imbécil —murmuro mientras le lanzo la almohada a la cara y me dirijo al baño.
—Buenos días a ti también —escucho que contesta a mis espaldas.
Abro el grifo y remojo mi rostro con agua bastante fría. Después, contemplo mi imagen en el espejo. Siempre tengo ojeras, duerma lo que duerma, que suele ser bien poco. Sin embargo, en esta ocasión parezco un enfermo terminal a punto de expirar su último aliento. El tirón que siento en la zona lumbar al enderezarme no colabora en absoluto.
—Ugh —murmuro con un quejido.
Me dirijo al inodoro y comienzo a descargar mi hinchada vejiga. Tengo tanto sueño que sería capaz de dormirme de nuevo mientras hago pis. Casi estoy entrecerrando los ojos cuando algo parecido a un vendaval entra por la puerta.
Giro mi rostro sin variar mi postura.
—¡Perdona! Pensé que no había nadie —Eren parece a punto de colapsar delante de mis narices—. ¿Qué hora es? ¿Por qué me dejaste beber tanto?
Pienso que se va a marchar, pero veo que permanece con la mano en el pomo de la puerta, murmurando cosas ininteligibles y con la mirada perdida.
—Oye —digo con voz enronquecida—. ¿Te importa?
Eren enmudece y hace una rápida evaluación de mi situación con la mirada. Carraspea algo incómodo y asiente al tiempo que cierra la puerta con delicadeza. Ruedo mis ojos mientras siento que el calor invade mis mejillas. Por supuesto que no tengo nada de lo que avergonzarme, ni es la primera vez que coincido con alguien en un baño público, pero cada uno se centra en lo suyo, siempre. No se mira así Eren, joder.
No está en su mejor momento.
Siento que espabila un poco al pensar en el de ojos verdes.
—Ahora no —digo entre dientes.
Salgo del baño y me dirijo a la cocina para encontrarme a Erwin desayunando mientras observa de reojo a Eren. El castaño se ha sentado a su lado, con el rostro pálido, la mirada perdida y un vaso de agua en sus manos.
—El baño es todo tuyo —le indico mientras abro uno de los estantes para preparar mi desayuno.
—Levi —murmura con voz de ultratumba—. ¿Tienes mis cosas?
Recuerdo que todavía no le he devuelto sus pertenencias.
—Si, las tengo —contesto mientras exprimo unas naranjas—. Oye, date una ducha, das asco. Te prepararé algo ligero para desayunar.
Veo que suspira aliviado y compone una mueca antes de levantarse de forma torpe para asearse.
—Joder, podría hacer de extra en The Walking Dead —murmura Erwin mientras da un sorbo de su humeante café.
—Si, por poco no se termina todo el Whisky del bar —contesto.
—¿Pagaste de nuevo? —pregunta sin dejar de observarme.
No contesto.
—¿Se lo vas a recordar esta vez? —insiste.
Coloco mi desayuno en la mesa y me siento enfrente sin contestar su segunda pregunta. Bebo de forma distraída mi té negro, mientras fijo mi mirada en un azulejo de la pared que presenta una grieta considerable.
—Ya, lo imaginaba —murmura—. Como también me imagino que no le habrás dicho nada.
—No era el momento —contesto con rapidez.
—Nunca lo es —sentencia poniendo los ojos en blanco.
Libero un suspiro, si seguimos con esta conversación se me va a indigestar el desayuno. Siempre como huevos fritos, los cereales me dan energía pero al cabo de un rato vuelvo a tener hambre. Erwin se dedica a leer las noticias desde su móvil, dejándome terminar tranquilo.
Al cabo de unos minutos, me incorporo para prepararle algo a mi resacoso invitado. Dudo de que su estómago acepte un desayuno como el mío, de modo que selecciono un poco de fruta y la troceo en un bol. Después, coloco una botella de Aquarius en la mesa y me dispongo a fregar todo lo que he ensuciado.
Erwin me contempla con una expresión divertida.
—A mi no me cuidas tanto.
Chasqueo mi lengua e ignoro su comentario, veo que se ha levantado con ganas de tocarme los huevos.
No tardo en escuchar a Eren regresando a la cocina. Mi rostro se crispa cuando arrastra la silla para sentarse, liberando un sonido estridente.
—Gracias —murmura de forma casi inaudible.
Sonrío a pesar de que continúo dándole la espalda y termino de limpiar a conciencia la sartén.
En cuanto termino, me dirijo a mi habitación para buscar en los bolsillos de la chaqueta que llevaba la noche anterior. Ahí están la cartera, las llaves y el móvil de Eren.
Regreso a la cocina y coloco las cosas encima de la mesa mientras me siento a su lado. No hay rastro de Erwin ni de lo que quedaba de su café.
—¿Cómo te encuentras? —pregunto con seriedad.
Eren casi ha terminado de devorar su desayuno. No pensé que se terminaría todo el contenido del bol.
—Mejor —dice mientras me dedica una mirada decaída—. Dormiste en el sofá.
—¿Se te ocurre por qué? —pregunto con aspereza.
Sus ojos están enrojecidos, provocando que sus iris contrasten aún más que de costumbre. Joder, no puedo dejar de mirarlos.
—Lo siento —baja la mirada avergonzado—. Se te ve cansado.
Me siento un poco culpable. No puedo evitarlo, no suelo tener tacto diciendo las cosas.
—Oye, déjalo ya. Además, tu tienes peor aspecto —suelto en un intento de arreglarlo.
Eren menea la cabeza y sonríe mientras se guarda en los bolsillos sus cosas. Se incorpora con poca delicadeza, arrastrando de nuevo la silla y agarrando la botella de Aquarius para llevarla consigo. Joder, ¿tanto cuesta evitar ese sonido tan molesto?
—Será mejor que me vaya —dice con expresión taciturna—. Gracias por todo, Levi. Siento que hayas tenido que verme otra vez así.
Me levanto en silencio y lo acompaño hacia la puerta. No me gusta mucho tener huéspedes en mi casa, me incomoda, siento que invaden mi espacio. Sin embargo, una parte de mi no quiere que Eren se marche todavía, menos aún sabiendo que está tan desanimado y que es probable que ni siquiera acuda a la facultad.
—Oye —su mano ya está sobre el pomo de la puerta—. Si quieres me paso por tu casa cuando termine las clases. Llevaré a Ratatouille.
Su mirada se ilumina por un instante y me regala una sonrisa más real. Intento ocultar lo mucho que me desarma con ese gesto, la sensación incómoda que me hace sentir en el estómago.
Sé, a través de Erwin, que Armin aún no ha regresado del viaje que organizó con algunos compañeros de su facultad para visitar una reserva marina. De modo que Eren estará solo con ese ánimo depresivo que tiene encima.
De repente, acorta la distancia y me da un abrazo que me deja sin aire, sin cordura y con ganas de retenerlo un poco más a mi lado. A pesar de que se trata de Eren, no puedo evitar dar un respingo ante el repentino contacto. Mi corazón se acelera y temo que me delate, que eche por tierra el constante esfuerzo que realizo para que no se percate de lo que provoca en mí.
Suelo ser bastante inexpresivo, de modo que tampoco es un esfuerzo titánico, pero con él tengo que estar alerta.
Entrecierro los ojos, tratando de relajarme y sintiendo su calor contra mi cuerpo, sus fuertes manos en mi espalda y su cabello húmedo mojando mi mejilla. Justo cuando estoy empezando a dejarme llevar, se separa de mí.
—Gracias por todo, Levi —dice con voz sosegada—. Eres un gran amigo.
Y así es como un imbécil enamorado hasta los huesos entra de cabeza a la friendzone. Ya sé que no jugamos en la misma liga, pero duele de todas formas que proclame tan abiertamente su amistad.
Frunzo el ceño una vez que cierra la puerta a sus espaldas. Apoyo mi frente contra la superficie de madera mientras intento ordenar todo el torrente de sentimientos que sacude mi mente. Joder, me arrepiento de ese beso que no robé y que sé que nunca vendrá.
Jamás me había sucedido algo así, estar tan loco por alguien que sé que jamás va a corresponderme. Duele, debería alejarme, ser práctico, olvidarlo por completo.
Pero que sea un experto disimulando lo que siento no me da poder sobre esos sentimientos.
Me quedaré a su lado escuchando sus líos con otras chicas, sus equivocadas elecciones de pareja, sus dudas y miedos acerca de un futuro junto a alguien que no sea yo. Me quedaré hasta que sea insoportable o hasta que sea capaz de convencerme de una vez de que solo debo sentir amistad hacia este chico.
—No te entiendo —escucho a mis espaldas.
Erwin me observa con el hombro apoyado contra la pared, con sus brazos cruzados sobre el pecho y una de sus pobladas cejas enarcada.
—Cállate —murmuro mientras paso a su lado para dirigirme al salón—. No digas ni una sola palabra.
Escucho sus zancadas detrás de las mías.
—Díselo de una vez —sugiere con hastío.
—Ni una palabra, Erwin. No estoy de humor.
—Levi, es tan absurdo —argumenta preocupado—. Me duele verte así.
Suspiro y me giro para enfrentarme a un discurso que conozco demasiado bien.
—Estoy bien —digo con voz monótona.
—A mi no me engañas —menea la cabeza—. Solo díselo de una vez. El no ya lo tienes.
—Claro —contesto con ironía—. Tan fácil. Por cierto, Eren, no solo soy maricón, sino que me he enamorado de ti y fantaseo con la posibilidad de que la siguiente persona que te lleves a la cama sea yo.
—Joder, Levi —murmura mi mejor amigo mientras pellizca el puente de su nariz—. Con un poco de mano izquierda estoy seguro que no se lo tomará tan mal.
—Yo no tengo de eso —respondo con simpleza—. La culpa es tuya por invitarlo.
Erwin suspira y pone los ojos en blanco.
—Claro, Levi —contesta con sarcasmo—. Pensé, ¿cómo puedo putear a mi compañero de piso? ¿Y si invito a un tipo que no he visto en mi vida para que se enamore de él?
Lo fulmino con la mirada mientras retiro con brusquedad las sábanas del sofá.
—Levi, díselo de una vez. Antes de que empiece a salir con otra, hazte ese favor. Hazme ese favor —añade con tono suplicante.
—No.
—Entonces llama a Hange y vete de fiesta con ella a esos locales de ambiente que tanto le gustan —sugiere—. No soy de los que aconsejan líos de una noche, pero te podría venir bien la distracción.
—No me gustan esos sitios —respondo con cabezonería—. Odio las multitudes, la música que pinchan y sentir que me quedo pegado al suelo de toda la mierda que han derramado encima. Bastantes años trabajé en el de mi tío Kenny para costearme los estudios, estoy saturado.
Mientras hablo, hago un intento de doblar la sábana, pero no consigo que cuadren bien los extremos. Vuelvo a repetir el proceso unas cuantas veces hasta que queda como a mi me gusta. Erwin permanece de pie en medio del salón, observándome con interés.
—Es cierto, tu etapa de barman. No sueles hablar mucho de ello, supongo que verías historias similares a las de Eren.
Asiento con la cabeza.
—Todas las putas noches.
—Con lo pulcro que eres aún me fascina que estuvieras metido en un antro de esos.
—No imaginas lo cerda que es la gente. Me pasaba más horas limpiando al cierre que sirviendo copas, y ese tiempo extra no me lo pagaba.
—Solo sugiero que deberías despejarte un poco de todo este asunto —añade a los pocos segundos.
Las conversaciones con Erwin son así, puede parecer que nos desviamos del tema unos segundos, pero siempre acaba llevándolo todo a su terreno.
Me giro para encararlo, con las sábanas y la almohada plegadas entre mis brazos.
—No voy a irme de fiesta, ni a utilizar aplicaciones para ligar, ni ninguna otra opción de mierda que se te esté ocurriendo en estos momentos —declaro con firmeza.
—Como quieras. Eres mayorcito para saber lo que haces, solo era un consejo. Me fastidia verte mal —mira hacia la ventana mientras paso a su lado cargando con todas mis cosas—. Por cierto, ya me enteré de que Farlan regresa de Roma a pasar unos días.
Me freno en seco antes de internarme en el pasillo y cierro mis ojos con la esperanza de que no añada nada más.
—¿Seguro que estarás bien? —pregunta.
—Claro —contesto con voz monótona, dándole la espalda.
Avanzo hasta llegar a la seguridad de mi habitación. Por un lado, me molesta que Erwin se meta tanto en mis relaciones personales, pero por otro, entiendo que solo se preocupa por mi. Nos conocemos desde hace tres años y pocas veces desarrollo una confianza tan profunda con alguien, es como si nos hubiéramos criado juntos.
Cierro la puerta y coloco lo que llevo en las manos en su sitio. Suspiro y saludo a mi querida mascota, mientras preparo la mochila con lo que necesito para ir a la facultad. Casi de forma inconsciente, abro el cajón de mi escritorio, apartando el contenido hasta palpar un sobre que hay en el fondo.
Me siento con las piernas cruzadas sobre la mesa y abro la jaula para que Ratatouille trepe por uno de mis brazos hasta acomodarse en el hueco de mi cuello. Abro el sobre y busco la cuarta fotografía.
La contemplo con el ceño fruncido, satisfecho de sentir una fuerte nostalgia pero nada más. En la imagen estoy abrazando a Farlan por la espalda, sentado sobre un muro mientras él tiene el rostro girado besando mis labios. De fondo se yergue imponente y majestuosa la Fontana Di Trevi, con las luces indirectas que encienden durante la noche. Un recuerdo de mi última visita a Roma.
—A él no lo conoces —le murmuro a mi mascota—. Te caería bien.
Si, soy de esos que le cuenta su vida a su rata y me importa una mierda que piensen que estoy loco. Puedo asegurar que es más inteligente que muchos de mis compañeros de la facultad. Hace solo seis meses que la tengo y mi relación con Farlan terminó hace casi dos años.
Sin embargo, recuerdo ese viaje como si hubiera sucedido ayer. Fueron siete días inolvidables, siete días que pude disfrutar a su lado tras todo un verano de intenso trabajo en el bar. En aquel momento pensábamos que podríamos con la distancia, que se nos ocurriría la manera de sortear lo inevitable.
Pero no fue así.
—Te caería bien —repito mientras vuelvo a colocar el sobre en su sitio.
Fue doloroso, tremendamente doloroso decir adiós después de cinco años de relación. Fue desgarrador ver morir cada día un poco más lo que habíamos cuidado durante tanto tiempo, agonizando entre discusiones, malas interpretaciones, malentendidos e impaciencia.
Hasta que fuimos conscientes de que el tiempo jugaba en nuestra contra. Su nueva vida estaba en Italia y yo acababa de empezar mis estudios después de tantos años de esfuerzo para ahorrar. No podía dejarlo a medias para irme con él, pensábamos que aguantaríamos cuatro años.
Apenas pasamos el primero.
Farlan viene cada vez con menos frecuencia para visitar a su familia. La última vez que vino ya no estábamos juntos, pero la ruptura era reciente y ambos seguíamos enamorados. Pasamos una noche juntos y la despedida fue aún más dolorosa que la anterior. Después de eso, decidimos evitar tener tanto contacto, necesitábamos tiempo antes de reducir tanto amor a una amistad.
—Quizás lo conozcas —digo sin mucho convencimiento.
No voy a negar que estoy nervioso. Quiero verlo. Quiero hablar con él y comprobar que está bien. Aunque al mismo tiempo temo que mis sentimientos me traicionen y resurjan cuando pienso que ya no tienen la misma intensidad que antes.
Este reencuentro es la prueba de fuego.
Coloco a Ratatouille en una zona que tengo habilitada para que se ejercite. Observo el reloj y compruebo el horario que tengo previsto para hoy. Por fortuna, los miércoles entro un poco más tarde, por lo que aún tengo tiempo para arreglarme con calma.
Me dejo caer sobre la cama y no tarda en envolverme el aroma que ha quedado impregnado en las sábanas. Es una mezcla extraña, restos del perfume de Eren junto con ese olor a bar. Ese olor rancio mezcla de alcohol, sudor y tabaco. El mismo que olí en su pelo cuando se apoyó sobre mi hombro en el taxi.
Cierro los ojos y trato de concentrarme solo en la parte agradable, mientras imagino que es su cuerpo el que está ahí. Es patético.
Libero un resoplido y meneo la cabeza ante esos pensamientos tan cursis. Me incorporo y retiro las sábanas con poca delicadeza, haciendo una pelota con ellas antes de dirigirme a la cocina para meterlas en la lavadora.
Después, dedico un buen rato a cortarme el pelo y darme una ducha de agua fría que despeje mi mente. Una hora más tarde, ya estoy esperando el autobús que me llevará al campus universitario, con mi mascota en la mochila y un nudo en el estómago.
