1. EL PRÍNCIPE EXTRANJERO
Vivir al límite era el placer de aquellos a los que todo les importaba muy poco.
Tiempo atrás había decidido, de forma bastante arbitraria, que aquel sería su lema en la vida; al verse incapaz de aspirar a otro.
El corazón aún le martilleaba con fuerza dentro de su pecho cuando cerró la pesada puerta detrás de él y se permitió exhalar un profundo suspiro, expulsando también el miedo que le daba la posibilidad de haber sido observado. No tardó en volver a ponerse en alerta cuando sus oídos captaron un grupo de voces al otro lado de la puerta, pero estas pasaron de largo sin siquiera detenerse. Su pellejo estaba a salvo por el momento.
Una maldición escapó de su boca seca al tiempo que se apartaba bruscamente de la puerta. Solo entonces sus ojos verdes se encontraron con la enorme tina, ya preparada en el centro de la habitación, entre la pared y la cama. De sus aguas salían unas volutas de humo que se hacían ver ante el haz de luz que entraba por la ventana. Yuri dedujo que su baño aún estaba caliente, pero no tanto como a él le gustaría.
«Tú te lo buscaste —le habría dicho su hermana con burla—, por no estar en tu habitación antes de la media mañana.»
Entre bufidos exasperados, procedió a quitarse la ropa, empezando por la gruesa túnica de lana, a la que le siguieron la camisa blanca que llevaba debajo, los pantalones y las calcetas. Las botas, totalmente embarradas, las había dejado en las cocinas, por donde ingresó al castillo. Al quedar completamente desnudo, introdujo un pie en la tina para tantear el agua, haciendo una mueca de desagrado al ver que, efectivamente, ya estaba tibia. En las latitudes donde se encontraban las tierras moscovitas, a principios de septiembre empezaba ya a hacer mucho frío.
Con el descontento estampado en el rostro, terminó por sumergirse en el agua y empezó a lavarse.
Su baño se estaba enfriando, porque Yuri había llegado demasiado tarde. Muy probablemente, su hermano mayor se habría cansado de esperarlo y procedió a ordenarle a su criado que preparara el agua.
Para su familia, y para la corte entera, el día en que su hermana conocería a su prometido era un gran día; para él, bien podía pasar por uno ordinario. Se había levantado al despuntar el alba, y no dudó un segundo en vestirse e ir en busca de su caballo para pasar la mañana entera en el inmenso bosque de abedules que rodeaba al castillo, cabalgando en libertad, sin ser consciente del paso del tiempo. Decidió regresar recién cuando el sol alcanzó su apogeo en el cielo, casi al mediodía. Y apenas ingresó a las estancias privadas de la familia, le bastó con ver la mirada de desaprobación que le lanzó la esposa de su hermano para saber que tenía que correr; muy rápido.
—Oh, vaya, parece que alguien se quedó dormido...
De repente, ya no estaba solo en la habitación. Frente a él, se alzaba la imponente figura de su hermano mayor. Había tenido, al menos, suficientes modales como para cerrar la puerta tras de sí al entrar. Estaba reclinado contra la pesada puerta de roble, y no parecía importarle demasiado la privacidad de su hermano pequeño. No necesitaba permiso, ya que Viktor era nada más ni nada menos que el futuro rey de Rusia. Tenía veintisiete años y era el arquetipo de príncipe ejemplar: un excelente jinete y caballero con unos cuantos torneos ganados; y un hábil estratega y diplomático.
Como si eso fuera poco, Viktor era un hombre muy atractivo: era alto, esbelto, de piel pálida y unos ojos azules capaces de robarle el aliento a cualquiera. No era como si Yuri no fuera apuesto también, pero las personas tendían a considerarlo no más que un chiquillo que se pasaba demasiado tiempo frunciendo el ceño. Viktor, al contrario, poseía una galantería inigualable. Todo el mundo lo adoraba. Aquel día en especial se veía increíble, ataviado con una túnica de brocado color marfil, una capa escarlata y la delicada corona de príncipe heredero que reposaba sobre sus cabellos plateados como si se trata de una extensión de su cuerpo; en verdad, Viktor había nacido para llevarla.
—¿Puedes decirme... qué diablos estás haciendo aquí, Viktor? —siseó Yuri, incorporándose en la tina— ¡Vete! —Hizo el intento vano de arrojarle agua, que fue esquivado inmediatamente por el otro, temeroso de arruinar su atuendo.
—Deberías estar terminando de vestirte —le reprochó, esbozando una sonrisa encantadora que escondía su altanería.
—¡Lo haré en un instante!
—No querrás arruinar el día especial de Mila, ¿verdad? —Frunció levemente el ceño, pero ni siquiera eso parecía una mueca en el rostro risueño y atractivo de su hermano—. Tampoco avergonzar a nuestra familia frente a nuestros futuros aliados. —Le sonrió, pero era una de esas sonrisas que buscaban dejar en claro que era mejor no contradecirlo. Viktor era un brillante manipulador.
Yuri bufó y pasó una mano por sus empapados cabellos rubios.
—El Rey Erasyl Altin y nuestro padre solían ser amigos en su infancia, jamás se sentiría ofendido por nuestra familia.
—Tal vez él pueda conocernos a todos nosotros, Yuri. Pero es su hijo, el príncipe Otabek, quién vendrá hoy a sellar la alianza. Es él quien, en última instancia, debe aceptar la mano de nuestra hermana; y también a todos nosotros.
Mientras lo escuchaba, apoyó el mentón en uno de los costados de la tina y esbozó una sonrisa de lado, cargada de arrogancia juvenil.
—No voy a jugar a lamerle el culo al príncipe Otabek solo para que tenga una buena impresión de mí. No me importa.
—¡Yuri! ¿Qué es ese vocabulario? —chilló Viktor, otorgando un dramatismo excesivo a los malos modales de su hermanito pequeño.
A sus quince años, Yuri podía ser considerado prácticamente un adulto, pero sus hermanos jamás dejaban escapar la oportunidad de tratarlo como un niño, hacerlo enfadar y tirar de sus mejillas.
—Quiero decir, que no somos los únicos que necesitamos esta alianza, Viktor. También ellos están aterrados por la reciente unión del rey de Helvecia con la hermana del rey de Acadia. —Hizo una mueca mientras escurría su cabello. Mojado, le llegaba hasta un poco por debajo de los hombros—. Además, no están en su mejor momento económico. Los kazajos viven del ganado, si no me equivoco. El invierno no es nada bueno para las cabras y ovejas —dijo con sorna.
—Así es.
—Como sea, los Altin son una familia antigua, pero no son lo suficientemente ricos como para mantener su independencia si se desata una guerra con Acadia. Nos necesitan, incluso en mayor medida que nosotros a ellos.
—Sí, eso es cierto —respondió Viktor—. Pero son y siempre fueron un reino neutral. Si herimos su orgullo puede que se unan a nuestros enemigos. Recuerda que Jean-Jacques Leroy es el nuevo rey, un hombre joven que no dudará un segundo en recibir con los brazos abiertos a los nuevos enemigos de sus enemigos.
—El enemigo de tu enemigo, es tu amigo —recitó Yuri con su imborrable sonrisa sarcástica—. ¿Quieres pasarme el paño para secarme? —Señaló hacia su cama.
—¿Acaso soy yo tu sirviente? —se quejó Viktor.
—No, pero ya le he dicho que no quería tenerlo en la habitación cuando me diera un baño. Maldita sea, Viktor, ¡pásamelo de una buena vez!
El paño de lino aterrizó deliberadamente en su cara y Yuri maldijo por lo bajo mientras se ponía de pie para desplegarlo y cubrirse el cuerpo. Se preguntó, entonces, por qué su hermano seguía allí.
—Me han dicho que Otabek es un chico muy serio y no creo que se tome demasiado bien ese tipo de ofensas. No quieres eso, ¿verdad, Yuri? —Otra vez Viktor volvía al ataque, aparentemente deseoso de verlo enfadado.
Yuri se preguntó qué tan arrogante tendría que ser un hombre para considerar la demora de un miembro poco relevante de la familia real como una ofensa personal. Si Yuri deseara ofender al tal Otabek, no tendría problema en insultarlo en su cara.
—Déjame solo, entonces.
—Está bien. Pero baja ya. Iré por el pequeño Andréi. —Dicho eso, Viktor se retiró.
De nuevo en la soledad, Yuri procedió a vestirse con un atuendo elegante, adecuado para recibir a un príncipe extranjero. Por encima de la camisa interior de seda, llevaba una túnica de brocado color verde esmeralda —a juego con sus ojos— y detalles confeccionados con hilo de oro. Le llegaba hasta la pantorrilla, y las mangas anchas dejaban al descubierto la elegante camisa. Para ceñir la túnica a su cuerpo, utilizó un sencillo cinturón de cuero.
Apenas terminó de sujetar su cabello en una pulcra coleta, estuvo listo para presentarse en la sala del trono. Salió de su habitación y bajó lentamente por la escalera caracol de la torre. Lo recibió la fresca brisa del exterior, augurio del largo y frío invierno que se avecinaba. Apuró el paso al cruzar el patio, hasta introducirse por la enorme puerta central por donde solían ingresar todos los invitados.
La sala del trono era amplia y de techos altos, con piso de piedra y una alfombra de terciopelo que llegaba hasta la plataforma donde estaban los tronos del rey y de la reina, este último vacante hacía casi veinte años. Cuando Yuri entró, el ruido de sus botas hizo eco en la amplia estancia, haciendo que todas las miradas se dirigieran a su persona.
El príncipe extranjero aún no había llegado, pero allí ya estaba toda su familia: su abuelo, Viktor con su esposa Yuriko y su hijo; su hermana y su madre, Lady Tanya. Esta última era la segunda esposa del padre de Yuri, el príncipe Alekséi, y por ende, únicamente madre de Mila y Yuri. La madre de Viktor había muerto al dar a luz a su hijo, pero sin duda, se decía que fue una madre más cariñosa y atenta que Tanya.
La princesa Mila tenía la suerte de ser una chica bonita. Había heredado de su padre los mismos ojos que tenía Viktor, y el cabello rojo sangre de su madre. Al contrario de Yuri, que tenía el cabello rubio de su padre y los ojos verdes y afilados de su madre Tanya. Aquel día la chica llevaba un vestido confeccionado para la ocasión por los sastres reales. Era sencillo, del color del océano en un día soleado, adornado con detalles de hilo de plata en la cintura y en el cuello. Mila parecía tranquila y resuelta a primera vista, pero se le notaba el nerviosismo en las manos que no dejaba de mover debajo de las mangas que le llegaban al suelo. Solía ser amigable con todo el mundo y no tenía demasiados problemas al conocer gente nueva, pero tratándose de su prometido, un hombre al que no conocía, la situación cambiaba radicalmente. En el fondo, Yuri sentía algo de compasión por ella. De estar él en esa situación, habría levantado un escándalo atroz y obligado a su abuelo a cancelar la boda.
Yuri avanzó hasta subir los tres escalones y ocupar su lugar entre Mila y su madre. Era también el lugar que le correspondía según la jerarquía familiar. Mila era mujer, pero era mayor y su función era forjar alianzas con otros reinos. Yuri no tenía demasiada utilidad estratégica, más que no avergonzar a la familia en situaciones como aquella.
—¡Tío Yuri! —Una voz de niño rompió con el silencio de la sala, y su sobrino Andréi se zafó del agarre de su padre para correr hacia él y abrazarlo por las piernas. Lo miró desde abajo, con sus ojitos azules, idénticos a los de Viktor, desbordando emoción. Yuri le dedicó una media sonrisa, de esas que se reservaba para pocos—. Hoy practicaremos también, ¿verdad?
Yuri revolvió sus cabellos negros de forma cariñosa. Desde hacía más o menos un año le estaba enseñando a Andréi a manejar una espada, por alguna razón el niño quería que fuera él quién lo hiciera y no Yakov, el maestro de armas real, que le había enseñado a Yuri y a Viktor antes que a él. Los dos eran excelentes espadachines, pero mientras Viktor tenía más facilidad para la caballería, Yuri se destacaba en su rapidez con el manejo de la espada.
—Por supuesto. Te lo prometí, ¿verdad? —No le importaba si su familia le exigía estar pendiente de su invitado aquel día, porque amaba a su sobrino.
—Andréi, ¡ven aquí! —Yuriko parecía nerviosa al llamar a su hijo para que se comportara. Yuri podía notar que aún le costaba adecuarse al hecho de que pronto sería reina. La mujer no pertenecía a una familia real, sino más bien a una rica y poderosa familia noble vasalla, de un próspero Imperio del Lejano Oriente.
El niño hizo caso a su madre y regresó junto a ella. Fue en ese momento que las puertas se abrieron y entró el mensajero de la corte junto con un hombre que portaba un estandarte extranjero: un sol y un águila dorados sobre azul. Yuri dedujo que se trataba de un mensajero de Kazajistán, señal de que ya estaban allí.
—El príncipe Otabek ya está aquí —anunció el mensajero real, mirando al rey y a Viktor.
Viktor intercambió una fugaz mirada con su abuelo y este asintió.
—Hazlo pasar a él y a su séquito. Serán recibidos aquí, en la sala del trono —declaró el príncipe heredero, con una galante sonrisa.
—El príncipe estará aquí cuando termine de desensillar y atender a su caballo —le respondió el hombre, con una seriedad que, para Yuri, no concordaba con lo que estaba diciendo.
El muchacho alzó una ceja, un gesto que pasó desapercibido para los demás. Se preguntaba cómo era posible que aquel hombre misterioso pudiese hacer esperar tanto al mismísimo rey por atender a su caballo; ¿Qué no tenía sirvientes que hicieran ese trabajo? Ya empezaba a desagradarle, y más si pensaba que se quedaría por unas cuantas semanas para definir los términos de la alianza. Durante ese tiempo, Yuri y sus hermanos tendrían que bailar a su alrededor si querían complacer a su abuelo. Serían las peores semanas de su vida.
No supo cuánto tiempo los hizo esperar, pero cuando las pesadas puertas de madera por fin se abrieron, sus pies estaban entumecidos dentro de sus botas por permanecer tanto tiempo de pie y recto.
Los primeros en entrar fueron los portaestandartes de la familia Altin, seguidos del que parecía ser un embajador del reino de Kazajistán, un hombre bajito de cabellos grises. Detrás, inconfundible por su noble porte y su forma de caminar, iba el príncipe Otabek, vistiendo ropas de viaje oscuras, pero aun así muy elegantes, dignas de alguien de su alcurnia.
Otabek estaba pronto a cumplir los dieciocho años, por lo que era unos meses menor que Mila. No obstante, aparentaba un poco más debido a su apariencia estoica, su actitud cordial y su cuerpo firme. Cuando estuvo de pie frente al trono, el embajador se inclinó ante la familia y se retiró a un lado, dejando a Otabek delante de ellos. El chico hizo una esmerada reverencia también, como correspondía a alguien del mismo rango que él estando de visita en su reino.
—Bienvenido, príncipe Otabek —saludó el rey con una cálida sonrisa—. Has crecido mucho. La última vez que te vi eras un niño.
—Lo recuerdo —respondió el chico con suma educación.
—Supongo que recuerdas a mi nieta, Mila, tu prometida; a Viktor y al pequeño Yuri. También ha crecido mucho. —Extendió una mano hacia sus tres nietos. Tenía una clara predilección por el menor, y nunca desperdiciaba la ocasión para mostrar a los demás el cariño que sentía por él.
Yuri hizo un esfuerzo por encontrar a aquel chico en algún recoveco de su memoria, pero todo intento fue en vano. Era como si jamás en su vida lo hubiese visto, porque Yuri bien sabía que se trataba de una persona con aspecto memorable. El príncipe Otabek era muy apuesto, de estatura media y de una imagen pulcra. Sus cabellos, cortos y oscuros, enmarcaban un rostro poco expresivo, que contrastaba visiblemente con sus penetrantes ojos negros, ligeramente rasgados, que vagaban entre los presentes; siempre deteniéndose donde estaban los tres nietos del rey. Su estoicidad quedaba reafirmada por una mandíbula cuadrada y las cejas rectas, que a pesar de no estar frunciendo el ceño, le daban un aspecto severo e inexorable. A juzgar por las ropas que llevaba, parecía alguien austero, desacostumbrado a los lujos, como buen heredero de una cultura de nómades a caballo. Definitivamente, no recordaba haberlo visto con anterioridad; aquella era la primera impresión que tenía de él.
—Un placer volverlos a ver. —Otabek volvió a hacer una reverencia para la princesa y los príncipes. A continuación, y como si estuviese siguiendo un guión practicado ya cientos de veces, se acercó a Mila y tomó su mano para besarla con delicadeza.
Ella, notablemente deleitada, ladeó su cabeza y lo miró de reojo, esbozando una sonrisa cargada de coquetería. Nadie, a excepción de Yuri, pareció notar la incomodidad que desbordaba el rostro estoico del muchacho; sus ojos, oscurecidos de repente, y la boca apretada en una gruesa línea. En cuanto se hubo presentado ante Mila como su deber lo demandaba, se apartó de ella de inmediato, con evidente desinterés.
De los labios de Yuri escapó una risa sofocada, discreta y apenas audible. Otabek pareció darse cuenta, porque lo miró con el ceño fruncido, una mirada inquisidora. Sus ojos se encontraron por un brevísimo instante, pero suficiente para que Yuri sintiera su cuerpo entero arder. Desvió la mirada con brusquedad, y, cuando volvió a mirar, Otabek también había apartado su mirada, y no parecía enfadado, sino más bien un tanto turbado. Yuri comprendió que a pesar de su aspecto adusto y duro podía ser alguien un tanto retraído con aquellos que no conocía. No era más que un hombre introvertido... con ojos de fuego.
—¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? —Afortunadamente, el Rey interrumpió aquel incómodo juego de miradas. Estaba aún sentado sobre el trono, algo que, a su avanzada edad, difícilmente podía considerarse como irrespetuoso.
—Mi padre me ha dicho que me quedara un par de meses para discutir sobre cuestiones diplomáticas, conocer a la princesa y participar en los preparativos de la boda. —El príncipe respondió de inmediato, con aquella extrema cortesía que a ojos de Yuri empezaba a caracterizarlo.
Fue entonces que se percató de que la boda se realizaría en Rusia. Yuri no lo comprendía del todo, porque tradicionalmente, la boda se realizaba en la tierra del hombre, bajo sus costumbres ancestrales. Eso no era más que otro indicio de que la familia Altin necesitaba esa alianza mucho más que ellos, tanto, que habían enviado a su príncipe a buscar a su esposa. Yuri se preguntó para qué necesitaban entonces una alianza que no pudiese brindarles recursos en el caso de una guerra; para eso tenían a la familia de Yuriko, cuyo padre podía pagar lo que fuera por tener a su hija como reina en una tierra lejana. ¿Por qué su abuelo ofrecería la mano de su única nieta para una alianza poco provechosa?
—Yuri. —Su abuelo lo sacó de sus pensamientos— ¿Podrías mostrarle a Otabek sus aposentos? De seguro estará cansado del viaje y querrá darse un baño, y descansar un poco antes del banquete de esta noche.
En el castillo, hasta el último de los criados sabía cuales habitaciones estaban reservadas para el príncipe Otabek; y por supuesto, Viktor se había encargado de que Yuri también lo supiera.
—¿Qué? —No pudo evitar mostrarse un tanto molesto, pero logró camuflar ese enojo en la sorpresa de alguien distraído al que llaman la atención de repente. Abrió nuevamente la boca para preguntar si no había sirvientes que pudiesen hacer eso, pero notó que Viktor negaba levemente con la cabeza, recordándole que no podía permitirse ser grosero—. Bien, yo lo escoltaré.
«Y que no se le ocurra volver a mirarme con tal hostilidad, porque no llegará nunca a sus habitaciones.»
Hizo un gesto con la cabeza para que el otro lo siguiera y Otabek inmediatamente se puso en marcha detrás de él. Apenas salieron de la imponente sala del trono, el extranjero apuró el paso para quedar a su lado. Ese accionar sorprendió un poco a Yuri, ya mentalizado para un momento incómodo en el que ninguno de los dos le dirigiría la palabra al otro.
—Tu nombre es Yuri, ¿verdad? —preguntó con su voz grave y poco expresiva, sin siquiera esforzarse por parecer un tanto más amistoso.
«Por supuesto que sí, ¿o acaso eres sordo, idiota?», pensó Yuri, caminando a paso rápido, deseoso de llegar pronto a las dependencias privadas de la familia, donde estaba la habitación.
—Sí, ese soy yo. —La mirada de Yuri estaba fija en el pasillo. No le desagradaba del todo Otabek; de hecho, apreciaba que no fuera un charlatán como su hermano, pero Yuri ya sentía que había hecho tambalear cualquier posibilidad de volverse su amigo. Tampoco le importaba demasiado—. No nos conocíamos de antes, ¿verdad? —preguntó con el único propósito de mantener aquella conversación cortés hasta que estuvieran frente a la puerta de la habitación.
—Yo… creo que sí. —No parecía muy seguro, o más bien un tanto tímido—. Yo te recuerdo. Sólo tenía trece años cuando vine aquí, pero recuerdo haberte visto. Mi padre me trajo con él a un torneo porque allí, en mi tierra, no se hacen jamás. Era, además, mi primer viaje largo a caballo —le explicó, como si a Yuri todo eso le interesara.
Estaba equivocado. El rubio no sabía por qué aquel chico prácticamente desconocido con apariencia de introvertido le estaba contando todo eso. Tal vez sólo quería mostrarse cortés con el hermano de su futura esposa, pero ¿Por qué con el menor de la familia y no con Viktor? ¿En verdad podía haber alguien tan poco interesado y sincero? Yuri no lo comprendía, por lo que decidió no bajar la guardia.
—Te gusta mucho montar, ¿verdad? —respondió, con la voz teñida de sarcasmo—. Te llevarías tan bien con mi hermano... él es un buen caballero —se apresuró a decir mientras giraba por uno de los fríos pasillos del castillo, el que llevaba a las habitaciones del ala oeste. Su abuelo le había contado una vez que los kazajos eran los mejores jinetes del mundo conocido, con la única excepción de los clanes nómades de las estepas orientales, de los cuales los kazajos habían sido parte alguna vez.
—¿Tú no? Me gustaría verte a ti, ya he visto a tu hermano —le espetó casi como si estuviera molesto—. Apostaría todos los caballos que quieras a que tú también eres bueno montando.
El rubio no pudo evitar soltar un pequeño bufido. No, no lo era. El ganador de torneos era su hermano, no él. Cierto era que Yuri aún no había participado en un torneo formal, siendo que aún era muy joven para ser caballero, pero Viktor se había consolidado como ganador incluso antes de que Yuri cumpliera los diez años.
—Prefiero el combate singular —respondió secamente. Se detuvo entonces frente a una puerta de madera de roble, que llevaba a una amplia habitación—. Esta es la habitación. Siéntete como en tu casa. Ahora debo irme.
Otabek lo despidió con suma educación, un simple "te veo luego, en el banquete", y Yuri se dio media vuelta para empezar a caminar velozmente por el pasillo. Le había prometido a Andréi que practicarían esgrima esa tarde, y quería dedicarle un rato largo, antes de que empezara a caer el sol.
De vuelta en su habitación, se despojó de sus ropas de seda para vestirse con unos pantalones gruesos, su jubón de lana y unas botas de montar. Cogió la espada de madera que usaba para practicar con Andréi y una pequeña, también de madera, para el niño.
Aquella tarde el sol brillaba alto en el cielo azul claro. En Rusia, septiembre era uno de los últimos meses con días tan soleados; no obstante, podía percibirse ya la fría ventisca que llegaba del nordeste, anunciando el pronto invierno. El pequeño lo esperaba ya en el patio de armas principal y empezaba a hacer pucheros cuando Yuri llegó, creyendo que el rubio había incumplido su promesa. Estaba ya vestido con sus ropitas de práctica. Yuri se acercó por detrás y se puso frente a él, tendiéndole la espada pequeña.
El rostro del niño se iluminó de repente, y extendió su corto brazo con la espada; estaba listo para pelear. Yuri quitó su arma del cinto y se agachó un poco para estar a la altura del niño. Su espada salió al encuentro de la de Andréi, frenando la ciega estocada del niño.
—Más suave. El filo es igual de efectivo y tu espada lo será más.
—Pero esta no tiene filo —se quejó Andréi. Seis años era la edad en que los niños son muy pequeños para usar una espada de verdad, pero lo suficientemente inteligentes para saber que las espadas de verdad no son de madera, sino de acero.
—Imagina que lo tiene, porque algún día usarás una espada de verdad. Como yo, como tu padre.
El pequeño esbozó una sonrisa, y los hoyuelos se marcaron en sus pálidas mejillas. Alzó la espada de madera sobre su cabeza para blandirla con fuerza hacia abajo, y luego hacia adelante, hacia Yuri, que esquivó hábilmente la estocada y la detuvo con su espada.
—Más suave, Andréi —reiteró un tanto exasperado, no porque el niño no fuera del todo bueno, sino porque logró descubrir a Yuri con la guardia baja y estuvo a punto de golpearle.
Andréi empezaba a sentirse frustrado, como siempre que Yuri lo corregía. En un rapto de ira infantil, arrojó la espada al suelo y la miró con todo el odio que sus ojos dulces podían expresar. Yuri soltó un suspiro y se detuvo para levantarla. Hincando una rodilla en el suelo para quedar a su altura, se la entregó cogiéndola por el filo.
—Te dije que serás tan bueno como tu padre o como yo cuando aprendas. Déjame enseñarte —le dijo con voz más suave, apoyando una mano en su hombro. Sólo se comportaba con tal paciencia si se trataba de su sobrino.
Pasaron un rato largo practicando casi sin interrupciones. Yuri conseguía frenar todos los golpes de Andréi y tuvo que corregirlo unas cuantas veces para que no fuera tan fuerte, pero con cada día que pasaba, podía darse cuenta que el chico poco a poco iba aprendiendo lo que se le enseñaba. Era inteligente y tenía buenos reflejos. Yuri sólo esperaba que recordara quién le había enseñado a luchar cuando fuera rey.
—Ah, mira. Aquí están.
Yuri volteó a mirar en la dirección de la que llegaba la voz y vio a Viktor junto a Mila y Otabek, de pie junto a ella. El príncipe había tenido oportunidad de asearse y cambiar sus ropas de viaje por una túnica azul oscuro ceñida por un cinturón dorado; los colores de la familia Altin. Los cabellos oscuros, aún húmedos, le caían sobre la frente y le daban un aspecto un tanto más juvenil.
Andréi empezaba a impacientarse y golpeaba suavemente la bota de Yuri con su espada miniatura.
—Al parecer está ansioso —observó Viktor, riendo enternecido ante los arrebatos de furia de su retoño. Ingresó en el patio de armas y cogió a su hijo en brazos, en contra de la voluntad de este último—. Lamento decirte que tienes que ir a prepararte para el banquete, Andruska —le dijo al pequeño mientras besaba su rostro, que exhibía una graciosa mueca de enojo: mejillas infladas y labios fruncidos con fuerza—. Mira, Yuri, ¡se parece a ti! —exclamó Viktor, ganándose otro bufido por parte de su hermano.
No esperaba que Viktor se llevara tan pronto al niño, de forma inoportuna y sin darle a este la posibilidad de elegir entre quedarse y darse un baño. Yuri detestaba que lo interrumpiera de esa forma, porque si de él dependiera, se hubiese quedado un tiempo más entrenando con Andréi. Su mirada viajó fugazmente hacia donde estaban Mila y Otabek, y sus ojos verdes captaron los negros del chico. Una vez más lo estaba observando.
Chasqueó la lengua y frunció el ceño, sosteniéndole la mirada. ¿Qué mierda le pasaba? ¿Le parecía divertido que usara una espada de madera? ¿Acaso quería retarlo a un duelo? Si lo hacía, desde luego que Yuri no usaría su espada de madera, y le ganaría. Sus ojos verdes brillaron un poco al pensar eso, y fue entonces cuando Otabek apartó la mirada, esbozando lo que parecía ser la sombra de una sonrisa. Parecía como si estuviera burlándose de él, y Yuri no pensaba dejárselo pasar.
Al anochecer, se encontraba por segunda vez en el día ataviado con delicadas ropas de seda y con instrucciones específicas para seguir. Esa noche, se celebraba un banquete en honor al heredero de la familia Altin. Yuri se miró al espejo e intentó relajar la expresión, siendo consciente de que tal vez había sido un tanto grosero por la tarde. Pero no podía evitarlo: siempre había disfrutado más de la soledad y los deberes reales lo sofocaban, aun siendo consciente de que ni de cerca superaban a los de Viktor. Aun así, el hermano menor se llevaba siempre la peor parte, teniendo que esforzarse sin conseguir nada a cambio.
Bajó las escaleras que lo llevaban a la sala principal a paso lento, dejando en claro ante el mundo que, en verdad, él no quería estar allí. Ya podía oír la música y el ruido que provenía de la sala de banquetes. Cuando un heraldo anunció su nombre al entrar, Yuri caminó hacia el fondo, hacia una plataforma con una mesa aparte donde se sentaba toda su familia junto al invitado de honor.
El rey estaba sentado en el centro de la mesa, con Viktor a un lado y Mila junto a Otabek, en el otro. El único lugar que estaba vacío era el que estaba junto a Otabek, a dos puestos del rey. Al parecer, un príncipe real era ahora menos importante que un extranjero. Se sentó junto al moreno, saludándolo con un gesto muy leve, pero sin emitir sonido alguno. Estaba dispuesto a compensar su actitud de la tarde por el bien de su imagen personal, pero no dejaría pasar la forma en que Otabek lo había mirado.
Otabek desvió la atención de su tranquila conversación con Mila y lo miró a él. Yuri notó que ya le habían entregado una jarra de hidromiel, y ya había vaciado la mitad.
—Está bueno, ¿verdad? —le dijo Yuri, al tiempo que alzaba su jarra para que algún criado se la llenara—. ¿Beben de esto allí en tu tierra?
—La que viene de Rusia... la miel no es un producto local de Kazajistán.
Era una bebida fabricada principalmente con miel, producto abundante en los bosques del norte, que no estaba presente en muchos otros lugares del mundo. En cambio, los kazajos eran ricos en sedas, al estar más cerca de las rutas que llegaban del Lejano Oriente.
—¿Qué beben entonces? Cuando no hay miel, quiero decir...
—Vino, se fabrica en el sur, y en las costas. También bebemos kumis.
—¿Qué es eso? —cuestionó Yuri, haciendo una mueca.
—Leche de yegua fermentada, aunque no creas que puedes ponerte ebrio con eso. —Otabek esbozó una tenue sonrisa que a Yuri lo hizo estremecer.
—Eso suena asqueroso —le dijo con total sinceridad.
—Me gustaría probarlo —intervino Mila, que estaba sentada junto a Otabek. Le lanzó a Yuri una mirada de reproche, rogándole que no fuera tan grosero con su invitado.
—Mila me estaba hablando de la situación actual en occidente —dijo Otabek a Yuri, ignorando por completo aquel pequeño percance. Yuri no supo si lo hacía por cortesía, o si de verdad no le importaba.
—Oh, si —replicó el chico—. Deja que te explique. Acadia, al oeste, nos ha estado jodiendo por décadas. La familia Leroy nos odia, y por supuesto, nosotros a ellos.
—¿Por qué se convirtieron en una amenaza recién ahora?
—La amenaza se ha vuelto más latente... —corrigió Yuri—. Deberías de saber que el rey Alain ha muerto hace unos meses.
—Sí. Estaba al tanto de eso.
Fue entonces que un criado se acercó para llenarle la jarra de hidromiel, y Yuri bebió un trago largo antes de continuar.
—Su hijo, Jean-Jacques, es una verdadera amenaza. No porque sea mejor que cualquiera de nosotros, sino porque... es impulsivo. Mi abuelo no le ha informado de esto a tu padre, pero una de sus hermanas menores, ha desposado al rey de Helvecia, Christophe Giacometti. Su primera esposa había muerto antes de que naciera su primer hijo, por lo que imagino que se tratará de una alianza poderosa —dedujo, deteniéndose para beber un poco más.
Yuri no conocía personalmente a Christophe, pero sí a Jean-Jacques. El rey Alain había viajado un par de veces a Rusia para tratar problemas de frontera. La frontera sur se trataba de una tierra muy fértil que ambos codiciaban, y que más bien valía la pena repartir con cuidado. El joven Jean-Jacques era un chico arrogante y carismático. Había pasado tiempo, pero Yuri no dudaba que aquellos odiosos rasgos de niñito se habían desarrollado hasta el punto de convertirlo en un hombre belicoso, capaz de asegurarse un gran contingente de tropas por parte de todos sus vasallos, y atacar a sus vecinos. Cuando en un reino cambiaba de rey, en general solía encontrarse débil e impotente para organizar una campaña militar o incluso defenderse de una, pero no era el caso para los Leroy.
—Una alianza... eso no pinta nada bien —señaló Otabek.
—Es por esto que mi abuelo recurrió a tu familia —le informó Yuri. Sin embargo, al chico le inquietaba pensar que dos poderosos reinos occidentales eran una gran amenaza para Rusia, que poseía como únicos aliados a los señores de los caballos y el ganado.
No tardaron en llegar nuevamente los sirvientes que distribuyeron el vino y la carne de cerdo para todos los comensales. Yuri se limitó a comer y beber, sin dejar de mirar de forma despectiva a los músicos y bardos que se presentaban frente a ellos. Había veces en que la música le molestaba y prefería estar sólo en su habitación o practicando esgrima en el patio, escuchando la canción de las espadas.
Pasado un buen rato, su abuelo se puso de pie, pidiendo silencio sin pronunciar una sola palabra. Viktor lo secundó, y le hizo un fugaz gesto a Yuri para que también lo hiciera. Y así lo hizo, al igual que su hermana.
—Estamos aquí para celebrar formalmente el compromiso de la princesa Mila y el príncipe Otabek —dijo con una cálida sonrisa, poniéndose serio al instante—. Pero más importante que eso, la unión formal entre la familia Plisetsky y la familia Altin. Hemos mantenido relaciones estrechas por décadas, pero nunca se han unido de esta forma nuestras Casas. ¿Qué mejor forma de forjar una alianza que con una boda? A todos les gustan las bodas.
Todos los presentes aplaudieron el breve discurso del rey, un discurso sencillo y esperanzador que sólo podría dejar conforme a un idiota o un ignorante de la situación actual del reino de Rusia.
Pero Yuri no era ni idiota, ni ignorante. Le intrigaban los planes de su abuelo, y quería saber qué pretendía conseguir aliándose con la familia Altin. El rey era, y siempre había sido, un hombre inteligente y sensato. Quería entonces saber por qué su abuelo había decidido aliarse con una familia empobrecida, de un reino más pequeño, cuando las amenazas que tenían encima eran verdaderamente algo preocupante. No obstante, se dedicó a aplaudir como todos los demás, pero sin borrar de su cara aquella pequeña mueca en los labios y el ceño fruncido.
Por el rabillo del ojo, pudo ver que Viktor también estaba aplaudiendo como el resto, pero cuando sus miradas se cruzaron, su semblante se tornó serio, devolviéndole a su hermano menor una mirada de complicidad.
NOTA DE LA AUTORA:
*En primer lugar, la historia se desarrolla en un mundo ficticio. Le di muchísimas vueltas al tema, sobre como nombrar a los reinos de los protagonistas dado que en la historia de nuestro mundo ninguno de estos países fue un "reino" propiamente dicho, ni durante la edad media ni nunca (Rusia fue un zarato -equivalente a reino- recién en el siglo XVI y un Imperio en el siglo XVIII, en la edad media era una confederación de principados que unían y desunían según las circunstancias; y Kazajistán como entidad política independiente surgió recién en 1991, durante la edad media en ese territorio estaban los mongoles, y luego de ellos diversos kanatos nómades). Me costó mucho tomar la decisión pero lo único que tiene estos reinos del país es el nombre y alguna que otra referencia geográfica, histórica o cultural.
*En segundo lugar: Yo siempre digo que una historia situada en la edad media donde no esté presente la guerra, la traición, las enfermedades y las muertes prematuras, y la Iglesia Católica no es la edad media. Por eso necesito hacer otra aclaración: este es un mundo ficticio que tiene muchos elementos de la edad media (por algo es un medieval!au), pero he decidido no incluir a la iglesia. No para simplificar la trama ni mucho menos, me hubiese encantado incluirla, pero otra vez; a pesar de que los reinos no son los países reales, me hubiese costado más cometer un terrible anacronismo que omitirlo directamente. Lo cierto es que ninguno de los territorios involucrados fue católico durante la edad media ni hubo el tipo de reino que yo estoy utilizando. El tipo de reino centralizado (no tanto, ya verán) que uso está tomado de las historias de fantasía medieval, me atrevería a decir que sólo existió algo parecido en Inglaterra antes de que se implantara el feudalismo o tal vez en España en la temprana edad media, porque lo que describo en esta historia no es el feudalismo del siglo XI, el más puro (menciono la presencia de nobles pero en el feudalismo clásico –el francés- el rey es como "un señor más" pero con más tierra y poder, y en este caso no, está claramente por encima de ellos). Me atrevería a decir que es un feudalismo de los siglos XIII o XIV, monarquías más centralizadas, pero de hecho, para la historia me estoy basando en esos dos siglos principalmente.
Tal vez sean detalles que no hagan a la historia en sí, pero sólo quería aclarar que NO es un fic histórico, sino que combiné diferentes elementos de forma que fuera funcional a la historia, porque en este caso la historia es más importante que el mundo en sí y es difícil adaptar una historia que transcurre en el siglo XXI a una situación 100% histórica de la edad media (tal vez si fueran de Europa Occidental y la historia fuera el siglo XIX sería mucho más fácil jaja).
Me disculpo por una nota tan larga, gracias por leer hasta aquí~
