Sobra decir que es un AU del Aladdín de Disney.
La Rata y La Princesa
En alguna parte del mundo, justo en ese punto en el que el clima seco y el comienzo de la viva vegetación competían por adueñarse del terreno, se extendía el reino de Hollywood, y en su seno estaba la ciudad de Arts. Arts era la próspera capital de un próspero país, con toda la majestuosidad que eso significaba. Sus muros se extendían con gracia y belleza, recortando el paisaje casi árido que la rodeaba, y entre esas paredes bullía la vida y la gente de esa gran ciudad. Su mercado, su situación y sus aliados comerciales la convertían en una de las más respetadas y codiciadas de todo el continente, lo que le daba un gran poder, y a la vez una gran ocupación.
Pero no todo era bello y boyante dentro de sus muros, como en todas las grandes ciudades de aquella época, las riquezas estaban mal repartidas, y mientras unos sonreían cuando tiraban las sobras de sus platos llenos había niños que rebuscaban entre los restos de basura que ya habían sido saqueados por los perros.
Por eso Jade y Beck corrían esa tarde, delante de un puñado de guardias con los escudos de Hollywood, con una barra de pan bajo el brazo y un par de manzanas en cada mano. La diferencia era que ellos, mientras huían despavoridos para salvar la vida, sonreían con alegría mientras discutían el porqué de su suerte.
-Te dije que no debíamos ir a por las manzanas- le reprochó la chica-. La avaricia rompe el saco.
-¿Qué avaricia puede tener quien no tiene nada, Jade? Además, a ti te encantan las manzanas- se defendió con una radiante sonrisa-. Lo hice por ti.
-Sí, y yo voy a acabar en prisión o con una mano menos por ti como nos cojan.
Por suerte para ambos, las armas de fuego no habían sido inventadas todavía, aunque en algún punto de oriente ya estaban comenzando a experimentar con la pólvora, así que mientras siguieran siendo lo suficientemente rápidos como para mantenerse fuera del alcance de sus afilados sables saldrían victoriosos de esta. Y los años en la calle los habían hecho muy rápidos.
El gracioso mono mascota que habían rescatado de un feriante destartalado cuando era poco más que un bebé, trepó sobre uno de los pósteres que sostenían el puesto que tenían delante y rompió la fina cuerda con los dientes, justo a tiempo para que ellos dos pasaran antes de que la amplia tela callera sobre los guardias, dándoles el tiempo justo para despistarlos.
-¡Bien hecho, Robbie!- felicitó Beck a simio que había saltado sobre su hombro.
-¡Uh-ah!- respondió este.
-¡Nos separamos aquí! ¡Es más fácil escabullirse entre la gente!- dijo Jade.
-¡Buena idea!
Y fue buena idea, funcionó casi a la perfección. Casi, porque después se tropezó con un idiota al que alguna otra vez le había tomado algo "prestado de forma permanente" y antes de darse cuenta volvía a tener a otro montón de hombres vestidos con sobrevestas de color blanco y lila y grandes sables blandidos al viento. Maldiciendo su mala pata y a todos los idiotas que alguna vez se dedicaron a amargarle la vida se adentró entre estrechos callejones conectados en ángulos que la ocultaban de la vista hasta creer estar lo suficientemente lejos de ellos, hasta que se topó de frente con la empalizada que separaba el palacio del rey del resto de la ciudad. Escuchó de nuevo a su espalda las voces de los hombres, miró a un lado y a otro de la calle y sacó un ancho pañuelo de su bolsillo. Envolvió con apresurado cuidado los alimentos que portaba, los escondió a un lado y usó las ramas de la enredadera que trepaba los muros. Nadie la buscaría allí dentro, aunque si lo hacían más que una mano de menos le esperaba una muerte segura.
Pero Jade no le tenía miedo a nada, ni siquiera a la muerte, así que en cuestión de segundos, y tras comprobar que el arbusto crecía también por el otro lado, descendía hacia los jardines de palacio. Se escondió detrás de las espesas hojas de alguna exótica planta que la realeza había mandado traer hasta allí, apretando la espalda contra la pared mientras recuperaba el aliento.
-¡Uf! Eso ha estado cerca.
Sólo tenía que dejar pasar el tiempo, asegurarse de no ser vista y podría volver a su refugio sana y salva. Esperaba que el idiota de Beck hubiera conseguido también salirse con la suya. Pero sus pensamientos y preocupaciones se vieron interrumpidos de golpe por una melodía armoniosa que llegó a sus oídos, atravesando los jardines y llamándola como el seductor canto de una sirena que atrae a los hombres a su perdición, y Jade acudió a su reclamo avanzando a escondidas entre las ramas y los arbustos como un espíritu errante que vaga embaucado por los designios de un invocador maestro, sin saber que iba a encontrarse con su perdición. Porque aquella dulce y cálida voz era la más hermosa que jamás había oído.
Parada detrás de un matojo que no conocía pero que brillaba con delicadas flores púrpuras, vio también la visión más hermosa que sus ojos habían apreciado jamás. Sentada en los bordes de una inmensa fuente de mármol blanco que escupía con fuerza el agua al aire, veía recortada la figura de la mujer vestida de suaves telas de tonos celestes y aguamarina que esculpían su perfecta figura. La muchacha, que cantaba ajena y despreocupada mientras hundía los dedos entre las ondas del líquido que arrullaba su melodía, le mostraba también un brillante hombro cincelado sobre bronce, con dos pecas traviesas que resaltaban sobre el cálido moreno de su piel, acompañadas por los suaves bucles de cabello oscuro que se escurrían por su espalda.
Jade no podía respirar, no sabía cuántas veces Beck le había hablado de aquella sensación que los dos habían desconocido hasta ahora, esa en la que ella se había negado a creer y por la que se había burlado del chico, por su tonta fe ciega en algo que sólo ocurría en las historias para niños, pero que en ese momento supo que existía de verdad. Desde ese preciso instante, mirando con la boca abierta a la muchacha cuya belleza estaba envuelta y enmarcada por aquel hermoso jardín y los cálidos reflejos del sol, supo que se había enamorado.
Los rugidos lastimeros de un animal que no había visto hasta ese momento, enajenada por la visión de aquella deidad, rompieron la magia. La tigresa de la princesa Tori, había escuchado hablar de esa bestia. Jade tragó saliva entonces, porque aquello significaba que la mujer de la que se había enamorado a primera vista no era otra que la princesa Tori Vega de Hollywood. No había guardado ninguna esperanza desde el principio, pero aquello, por algún motivo, hizo el golpe todavía más duro.
-¡Oh, Trina!- rio el objeto de su inmediata adoración, y su risa era tan hermosa como ella.
Jade resistió el impulso de golpearse la cara. ¿Desde cuándo era ella tan cursi? En cuestión de segundos sus pensamientos se habían tornado idiotas y empalagosos, de esa forma que tanto le reprochaba a Beck.
Otra risa le llegó a los oídos y, de la misma forma que sus ojos habían obviado la presencia de la bestia, la figura de Tori había eclipsado por completo la presencia de la muchacha cuyos cabellos rojos la hacían destacar en el paisaje.
-Siempre hace lo mismo- se quejó-. Nunca puedo escucharte cantar el final de una canción.
-No es culpa mía si mi pequeña cachorrilla tiene aspiraciones de diva- bromeó la princesa rascando el mentón del animal que había dejado de gruñir para ronronear a su contacto.
-De diva frustrada- se burló la pelirroja, y Jade habría jurado que la tigresa la miró mal.
Escondida todavía sintió la necesidad de estar más cerca y, movida por un impulso que no sabía que tiraba de ella, dio dos pasos temblorosos hacia delante y una rama se quebró bajo sus pies. Al instante siguiente unas afiladas garras se enterraban en sus hombros, mientras el peso de al menos cuatro sacos de grano le oprimía el pecho.
-¡Detente, Trina!- escuchó gritar a la princesa.
Y entonces se dio cuenta de lo horripilantemente cerca que estaban los belfos del animal de su rostro, mientras le echaba encima su húmedo y agobiante aliento. Tal vez sí le tuviera algo de miedo a la muerte.
-¡Apártate, Trina!- dijo Tori mientras tiraba del elegante collar de la tigresa para apartarla de ella.- Ven aquí. ¡Atrás!
Jade notó los agudos pinchazos quedarse sobre su clavícula cuando el cuerpo de la bestia se retiró del suyo. Tori la mantenía retenida, con cierta dificultad y miró a la extraña con un gesto amenazante pero a la vez curioso.
-¿Quién eres tú y qué haces aquí? Estos jardines son privados y estar aquí puede acarrearte muchos problemas.
-L-l-l-lo, lo, lo sé…- levantó las manos y maldijo su lengua por atragantarse entre sus dientes-Y-y-yo, uhm, oh…
-Habla- pidió la princesa con cierta exigencia.
-Sí, s-sí, sí… uh.
Entonces la tercera chica comenzó a reírse de nuevo.
-¿No ves que la estás intimidando, Tori? Es sólo una pobre muchacha que acaba de ser sorprendida husmeando por los jardines de palacio por un enorme tigre y está siendo interrogada por la princesa.
Tori pareció mirarla con incredulidad un momento, luego bajó la vista hacia la intrusa y después a su tigresa que todavía tiraba un poco de ella para volver a cernirse sobre su presa. Levantó las cejas sorprendida, le dio un tirón más fuerte a Trina para que se quedara quieta y se dirigió a la chica que apenas se había incorporado sobre los codos y sobre cuyos hombros comenzaba a intuirse un fino rastro rojo dónde las zarpas de su mascota se habían posado.
-Tienes razón, Cat. Lo siento mucho, muchacha, mi intención no es delatarte pero te exijo explicar qué hacías detrás de estos arbustos.
Jade suspiró, se tragó el nudo que enmudecía su respuesta y se recordó que ella jamás se dejaba intimidar por nada ni por nadie. Ni siquiera cuando la mujer más hermosa del mundo se estuviera dirigiendo a ella.
-Puedo…- se aclaró la voz con enfado antes de intentarlo de nuevo-. Puedo explicároslo, princesa, pero temo que acabaría en la misma situación a si me delatarais directamente en este mismo instante.
-¡Oh, descuida, muchacha!- volvió a reír Cat, y a Jade comenzaba a irritarle aquello.- Tal vez te interesaría saber que nuestra princesa aquí presente siente un cierto desdén por acatar las normas.
Tori sonrió.
-No te preocupes, muchacha, prometo que si no has matado a nadie no voy a delatarte.
Jade tragó saliva, porque su sonrisa también tenía ese efecto enmudecedor en ella, y porque estaba cansada ya de comportarse como una completa idiota.
-Uhm, lo explicaré- dijo poniéndose en pie para recuperar algo de dignidad-. Estaba huyendo de los guardias cuando llegué a los muros del palacio. Si no hubiera trepado por ellos hubiera perdido al menos una mano. Siento haberos importunado, no era mi intención, y juro que no pretendía más que esperar a que pasaran de largo y volver a salir por donde había entrado. Pero entonces vuestro canto me distrajo, y no me di cuenta del pasar del tiempo, porque la vuestra es la voz más hermosa que jamás he tenido el placer de escuchar.
Las mejillas de la princesa enrojecieron aún debajo de su piel morena, y un pequeño tironcillo de regocijo y orgullo le pinchó el pecho a la ladrona. Al menos había conseguido causar en la muchacha un poco de ese mismo efecto que tenía esta sobre ella.
-Tienes que admitir que es encantadora, Tori- chilló con alegría Cat.
Tori se aclaró sonoramente la garganta y puso la espalda recta para recuperar su porte noble.
-¿Y por qué tenías que huir de los guardias si puede saberse?
-No todos en el reino tenemos la oportunidad de trabajar. Siempre he sido huérfana y las gentes no suelen mostrarse muy confiados con nosotros, cuando vives en las calles tienes que hacer cualquier cosa para sobrevivir, y cuando haces eso sueles tener muy mala reputación con los demás.
La princesa apenas había abandonado los muros de palacio, y toda su educación social, comercial, diplomática y política solía siempre obviar la situación de los estratos más humildes de la sociedad, y en lo tocante al tema de bandidos y ladrones los referían sólo como vagos y maleantes que envenenaban la prosperidad de los reinos, nunca nadie se planteaba si había algún motivo más humano detrás de sus comportamientos reprobables. Cat, por el contrario, había podido disfrutar de más visitas al bazar y los barrios artesanos, con menos compañía, aislamiento y protección que la otra muchacha, así que estaba bastante más familiarizada con toda la desgracia a la que Jade se refería.
-Tiene razón. Poca gente da oportunidades a los extraños, se dejan llevar por las habladurías.
-Lo siento mucho- se disculpó Tori recuperándose un poco de la sorpresa-. Tal vez he sido yo quien ha acabado importunándote.
-Estoy bastante acostumbrada. No debes preocuparte.
Jade le sonrío de verdad, con confianza, por primera vez, y la princesa le devolvió el gesto, con cierta malicia detrás de sus ojos achocolatados.
-¿Tori?- advirtió Cat la mirada de su amiga.
-Te ofrezco un trato…
-¡Oh!- enrojeció de vergüenza al darse cuenta de que había obviado presentarse.- ¡Jade! Me llamo Jade.
-Bien, Jade. No voy a delatarte, pero a cambio voy a pedirte algo.
La chica la miró desconfiada, preguntándose qué podía ofrecerle ella a una princesa.
-Claro. Si está en mi mano.
-¡Oh, lo está! Sabes entrar y salir sin ser vista. ¡Enséñame!
-¿Disculpa?
-¡Tori!
Hasta Trina pareció gruñirle algo, pero la chica las calló levantando una mano.
-Sácame de aquí, Jade. Sólo un día y prometo no decir nada de tu presencia y recompensarte por ello.
Ahora sí que estaba hablando su idioma, pero a quién iba a engañar, hubiera hecho todo lo que le pidiera por tenerla el mayor tiempo posible a su lado, aunque sabía que si las pillaban ella estaría condenada a muerte mientras que a la princesa sólo le cayera un buen rapapolvo.
-Tori, no…
-¡Vamos, Cat!- le pidió sosteniéndole las manos.- Sabes cuánto ansío poder salir sin toda esa parafernalia. Ser sólo una persona normal en el bazar y ver todo aquello que me ocultan. Ver como es todo en realidad. Por favor, por favor, por favor. Necesito que me cubras.
Cat cedió. Jade sabía que iba a hacerlo. Ella habría hecho lo mismo.
Le enseñó todas las partes de la ciudad que estaba segura que jamás había visto la princesa, sin acercarla demasiado a las zonas más peligrosas. No necesitaba ponerla en peligro para mostrarle la realidad que clamaba. Tori seguía sorprendiéndola a cada segundo que pasaba a su lado. Su ingenio, su dulzura, su amabilidad, su peligrosa curiosidad por lo que la rodeaba. Incluso se las había ingeniado para meterlas en líos cuando le había gritado a un tendero por amenazar a un niño en el bazar, y antes de saber bien cómo habían llegado a ello estaban corriendo de nuevo delante de los guardias. El brillo del sudor resplandeciente sobre el abdomen desnudo de la princesa, que había dejado al descubierto al apartar la capa oscura que la camuflaba también la sorprendió, y la sorprendió también en algún punto de su bajo vientre.
-¡Dioses, princesa! Jamás habría pensado que tendría la oportunidad de verte correr delante de tus propios guardias.
-Si los detenía me habría descubierto, y no soy tan tonta como todos esos estúpidos príncipes parecen creer, sé que corres un gran riesgo estando aquí conmigo.
-¿Príncipes?- preguntó extrañada Jade, comenzando a caminar de nuevo cuando lo creyó seguro.
-Sí. Todos esos pretendientes mentecatos que me busca mi padre. Ya sabes, normas y leyes estúpidas- le restó importancia con un ademán despreocupado, siguiéndola también.
Jade abrió el pañuelo con los alimentos que había estado cargando, sacando una manzana y ofreciéndosela. Tori se dio cuenta entonces del tiempo que llevaban fuera y que la carrera, además, le había abierto un amplio agujero en el estómago. Con las mejillas sonrosadas, la mirada en el suelo polvoriento y algo de culpabilidad por tomar algo de la chica que no tenía prácticamente nada asintió con la cabeza.
-Sólo media- dijo para mitigar un poco los remordimientos.
Jade, con sorprendente habilidad, partió la pieza de fruta en dos y le tendió una mitad antes de darse el gusto con la otra.
-La ciudad es hermosa. Aunque también triste- dijo la princesa ajustando la capucha sobre sus cabellos mientras daba cuenta de la comida.
-La vida en sí es hermosa y triste- se encogió de hombros-. No es culpa de nadie, pero tampoco nadie hace nada por intentar remediar los males. ¿Puedo preguntarte algo, Tori? ¿Por qué deseabas salir del palacio?
-Precisamente por eso- contestó imitando su gesto-. No puedes intentar remediar las cosas que desconoces. Mi padre no entiende que aislarme de los males del mundo no me ayudará a regir el reino cuando la carga de la corona pese sobre mis hombros. Y me mata que continúen tratándome como una niña.
-¿Qué edad tienes?- le picó la curiosidad, aunque tenía la sensación de que debía de saber la respuesta ya, seguramente más de la mitad del reino la supiera.
-Dieciséis.
No era una niña. No en esa época, esa cultura ni ese reino. La verdad es que muchas de las hijas de la ciudad estaban ya desposadas a esa edad. Pero le quedaba un largo camino por delante.
-¿Y tú?
-¿Uh?- murmuró con la boca abierta y tomada por sorpresa, perdida en sus divagaciones.- Diecinueve.
Tori levantó una ceja. Quería preguntar más cosas pero no creía que fuera demasiado acertado, después de todo apenas se conocían.
-¿Qué?- preguntó Jade con desconfianza.
-¿Qué?- repitió Tori sorprendida.
-¿A qué ha venido eso?
-¿El qué?
-¿Esa expresión en tu rostro? ¿A qué venía?
-¿Qué expresión? No venía a nada, sólo…
Un ruido sordo las distrajo. Miraron al lugar del que procedía, la entrada de una callejuela más estrecha en la cual se encontraban dos niños pequeños, una muchachita de unos diez años como mucho y otro que debía ser su hermano por su parecido, de al menos cuatro o cinco veranos menos. El corazón de la princesa se detuvo al ver como rebuscaban entre los desperdicios de alguna familia en busca de algo que llevarse a la boca. Jade suspiró a su lado antes de ir hacia ellos con paso calmado, para no asustarlos demasiado. Aun así la niña tomó al menor de la mano y lo abrazó con fuerza, intentando protegerlo de la desconocida y mirándola con miedo y desconfianza.
Jade tenía fama, entre la gente que la conocía de ser fría, huraña e hiriente, pero recordaba con demasiada claridad cómo era estar al otro lado de esa callejuela y abrazar a Beck mientras el mundo le parecía demasiado grande y aterrador. Sacó el pañuelo y lo abrió delante de ellos, ofreciéndole todo su contenido. La barra de pan y las tres manzanas que todavía quedaban. El corazón de Tori volvió a latir, pero esta vez henchido de una sensación caliente y dulce que le estremeció el alma al ver a la mujer darle todo lo que tenía a dos niños hambrientos.
-Jade…
-No digas nada, Tori- la cortó guardando el pañuelo vacío en su bolsillo.
Así que Tori se limitó a tomarla del brazo y apretarse contra su cuerpo mientras seguían caminando.
-Quiero enseñarte algo.
-¿Es aquí donde vives?- dijo Tori dejando caer la capucha a su espalda.
La mujer asintió. Allí, en la parte de arriba de un edificio abandonado y medio caído, cuya pared exterior estaba abierta, de forma que permitía ver con claridad los tejados de los edificios de Arts extenderse delante y, recortado en el fondo, la silueta del enorme palacio real de Hollywood, mientras el sol se ponía a su espalda, hundiendo de naranja el suelo.
-¡Jade!- gritó una voz a su lado- ¡Por los dioses, pedazo de idiota egoísta! ¿Cómo se te ocurre tardar tanto en regresar? Pensaba que te habían pillado.
-Nadie puede pillarme, Beck- respondió con arrogancia-. Este es Beck, es casi mi hermano y ese mono estúpido de allí es Robbie.
Robbie bajó sobre ella, ofreciéndole una diminuta mano y profiriéndole agudos chilliditos como saludo. Tori la tomó con una enorme sonrisa.
-Es un placer, Robbie.
-¡Oh! Encantado, señorita, ¿a quién le debo el placer?- saludó Beck tomando y besando el dorso de su mano.
-Tori- respondió ella al notar que Jade estaba dudando qué decir.
-¿Tori? ¿Cómo la princesa Tori?
-La misma- concedió con un rubor avergonzado.
Los ojos del muchacho se abrieron más de lo que jamás lo habían hecho, o, al menos, de lo que Jade recordaba.
-Cierra la boca, Beck, no vaya a caérsete- se burló.
-¿Cómo…?
-Digamos que Tori me salvó de ser pillada.
-Mejor digamos que Jade se coló en el palacio y prácticamente nos calló encima.
-¡Oh, no! ¡Fue tu tigre el que me cayó encima! Literalmente.
La princesa bajó la vista algo cohibida al recordarlo, recordando las marcas rojizas que lucían ahora en la camisa de la muchacha.
-Yo… lo siento. Trina está entrenada para defenderme.
-¡Ey!- llamó su atención Jade levantándole el mentón con un cariño inusitado en ella.- No te preocupes. Me alegro de saber que al menos estarás siempre a salvo. Oh, uh- boqueó enrojeciendo también-, quiero decir, que mi princesa estará a salvo. ¡Nuestra princesa! Nuestra.
Desvió la vista y Beck dejó relucir una sonrisa envidiable y cómplice mientras reía internamente por la forma tan poco característica con la que su amiga trataba a la chica. Conocía muy bien a su amiga, así que supo detectar fácilmente el momento en el que comenzó a sobrar.
-Yo… eh. Me tengo que ir. Vuelvo en un rato. ¡Vamos, Robbie!- se excusó tendiéndole el brazo al mono que saltó sobre él.
Jade le miró con extrañeza, o, al menos, a su espalada en retirada.
-¿Crees que lo he intimidado?- preguntó Tori preocupada.
-Es lo más probable- decidió responder en lugar de lo que creía que verdaderamente estaba haciendo el chico.
El lugar, cubierto de alfombras y mantas viejas, salpicado de cojines y con algunas ropas y artilugios que los chicos habían ido recolectando, parecía más acogedor de lo que alguien hubiera pensado de un edificio en ruinas. Tori pudo ver que la cortina abierta que colgaba de un lado del agujero en la pared estaba preparada para taparlo por entero por las noches. Se acercó a él, sentándose en el borde sin miedo alguno y mirando el atardecer sobre su ciudad.
-Tienes unas vistas preciosas.
-Algo bueno tenía que tener en mi vida- dijo sentándose junto a ella.
-Bueno. También tienes a Beck y a Robbie.
-Tienes razón- asintió con una sonrisa discreta-. Y ahí tienes tu magnífico hogar. El palacio. Beck y yo solíamos mirarlo e imaginar que vivíamos en él cuando éramos pequeños.
Prefirió no contarle que todavía hoy seguían haciéndolo, imaginando que un día conseguirían vivir en un sitio así.
-No es tan fantástico como todo el mundo piensa. Todo el mundo tiene tu vida decidida desde el momento en el que naces, y tú no tienes ninguna opinión al respecto.
-Es mejor que vivir en la calle, no tener dónde cobijarte en invierno o tener que robar para poder llevarte algo a la boca.
-En el palacio todos se empeñan en protegerte, en ocultarte del resto del mundo. Pospones tu vida a esperas de un futuro que no llegará, y si llega no será el que en el fondo deseas.
-Todo el mundo se cree por encima de ti, y tú también acabas creyéndotelo.
-Todos creen que nadie es lo suficientemente bueno para ti.
-Te arrinconan y te separan del resto, te repudian. Es como si te encerraran en una…
-Te protegen, te alejan del mundo, te aíslan. Es como estar en una…
-¡Jaula!- dijeron a la vez.
Se miraron con una sonrisa sincera, sintiendo entre ellas un vínculo que sólo habían experimentado antes con Beck y Cat. Era extraño sentirse de la misma manera con alguien a quien acababas de conocer que con el único amigo que habías tenido toda tu vida. Tenía que ser algo especial, algo mágico, único. Jade sabía que al menos para ella lo era.
Tori bajó la mirada a sus labios, y la ladrona sintió que se quedaba sin aliento, la princesa no podía estar recortando la distancia. Tenía que ser ella, pero por algún motivo el espacio que las separaba seguía siendo cada vez más pequeño. Estaba segura de que la suave brisa cálida que le azotó la barbilla era el aliento de Tori. Hasta que un ruido rompió la magia y se separaron con tanta rapidez que acabó cada una al lado opuesto del hueco.
-¡Yo, eh! Estaba…- explicó Beck levantando los brazos con culpabilidad- Me había olvidado… yo… uhm, lo siento, me voy. Me voy
-Ahm…-se aclaró la garganta Tori.- Creo que se está haciendo tarde. Debería volver ya.
-Sí- se apresuró Jade-. Sí.
Esa noche, acurrucada entre sus mantas y almohadas, con los suaves ronquidos de Beck al otro lado de la habitación y los murmullos apagados de Robbie dormido sobre su hamaca, Jade miraba al techo sin poder conciliar el sueño. Recordando a la muchacha con la que había pasado la tarde, la princesa. Beck llevaba años convenciéndola de que algún día le llegaría ese momento, y cuando por fin se había enamorado lo había hecho de un imposible. Pero en ese momento le daba igual porque, mientras yacía entre sus mantas y almohadas, sólo podía pensar en la forma en la que los labios de la morena se habían posado sobre su comisura al besar su mejilla como despedida.
-Muchas gracias, Jade- le había susurrado al pie de la muralla del palacio-. Este ha sido el mejor día de mi vida.
-No has tenido muchos con los que compararlo entonces- había bromeado ella.
-Oh, créeme- sonrió la princesa con confianza y picardía-, los he tenido.
Pero se había enamorado de un imposible, porque Tori era una princesa y ella una simple rata callejera.
Quería escribir algo ligero y sencillo y de alguna forma salió esta idea que rompe un poco con lo que suelo escribir.
Espero que les haya gustado este comienzo aunque sea poco más que un prólogo.
ZR
