«Entre sus brazos, como estaba, ella susurró suavemente: — Tú, hombre tonto, tal vez no pueda igualar a una guerrera de tu raza, pero pelearía por ti con todas mis fuerzas —él la miró con una expresión impenetrable; sin embargo Bulma había aprendido a leer sus enigmáticos ojos oscuros. Con la mirada iluminada y una enorme sonrisa, ella continuó—: Tranquilo, guerrero. Tu secreto está a salvo conmigo.»

Bulma paseó su mirada distraídamente por su laboratorio mientras ahogaba un bostezo. Últimamente se sentía desganada y aburrida. Ninguna de sus ideas para nuevos inventos la convencía en lo absoluto. Hacía meses que su rutina era la misma: levantarse temprano, desayunar con sus padres y su nuevo inquilino —o cual se resumía en escuchar a su madre parlotear, a su padre sonriendo y a su invitado gruñendo—, ir a su laboratorio donde pasaba el resto de su día construyendo, desarmando y reparando cosas; picar apenas algo para el almuerzo, luego la cena con sus padres y el saiyayin —en las mismas condiciones que el desayuno— y, finalmente, la parte más relajante de su día que consistía en sumergirse en su bañera llena de burbujas escuchando su música favorita.

Y eventualmente reparar la cámara de gravedad, se dijo con una mueca, recordando los gritos de ese salvaje.

Jugando con el bolígrafo encima de sus labios y balanceándose en la silla pensó que necesitaba algo más de aventura en su vida. Aun cuando la perspectiva de que dentro de 3 años todo acabara terriblemente como lo predijo el joven del futuro, y que todos sus amigos estuvieran haciendo todo lo posible para que eso no pasara, sentía que debía vivir ese tiempo como si realmente fuera el último. Ella era una genio, pero todo genio necesitaba de inspiración para crear. Y en eso es en lo que estaba fallando.

Si vida necesitaba desesperadamente aventura. Algo emocionante, excitante y divertido.

Frunció la nariz, rememorando lo sucedido el último tiempo. Hacía ya 2 meses que había terminado definitivamente su relación con Yamcha, cansada de él y de todo lo que lo rodeaba. No es que no soportara su éxito, como le había plantado en cara él ese día de su última discusión, sino que estaba aburrida de ser un cero a la izquierda para el hombre que decía amarla con locura y pasión. No estaba dispuesta a llevar una absurda batalla con otras miles de mujeres por la atención y afecto de ese hombre que hacía años se autoproclamaba como suyo sin serlo realmente. Y, extrañamente, a pesar de los años que habían pasado juntos, no le dolió tanto como imaginó su ruptura, pero sí dolía el que Yamcha no la hubiera buscado ni una vez en todo ese tiempo porque, quitando todo lo malo de su relación, siempre se habían divertido mucho juntos; él había sido el primero en muchos aspectos de su vida y era algo que le agradecía infinitamente. Pero extrañaba a su amigo y confidente tan profundamente que pensó en que sería bueno que ella diera el paso para una amistad. Idea que desechó en segundos; no sería ella la que se rebaje a eso cuando el único que había dicho y hecho cosas terribles había sido él y nada más que él.

Frunció el ceño con enojo. Que la Tierra se pudriera y llenara de gusanos gigantes antes de que ella diera el brazo a torcer sin que el idiota de Yamcha se arrastrara debidamente.

—Mujer… Mujer… ¡MUJER!—Bulma saltó de su asiento, cayendo dolorosamente al suelo. Acariciando su trasero, observó con confusión a su alrededor hasta que sus ojos se toparon con una figura apoyada arrogantemente en el marco de la puerta que ella, estaba segura, había cerrado con seguro para no ser molestada.

Se levantó del suelo con toda la dignidad que fue capaz, poniendo sus manos en las caderas.

—Oye, tú —se acercó a él, pinchándolo con un dedo en en pecho—. ¿Quién te crees para ir por mi casa, repito, MI casa, gritando libremente?

Sus ojos oscuros la recorrieron como si fuera un ser repugnante. ¡Cómo detestaba esa mirada!

—Mujer —y ahí estaba ese tono machista que desbordaba superioridad—. Si no estuvieses tan sorda no tendría que levantar la voz. Vengo llamándote hace un buen rato —una mueca que de asemejaba a una sonrisa se dibujó en sus finos labios—. Tal vez si no perdieras el tiempo haciendo extrañas muecas con tu horrible rostro podrías haber prestado más atención.

Al oirlo casi se sintió avergonzada de haber sido descubierta en un momento donde tenía las defensas bajas. Casi.

Un TIC nervioso atacó la ceja derecha de Bulma. ¿Horrible rostro? Si claro. Decidió dejarlo pasar esta vez, no tenía ganas de iniciar una pelea inútil. La indiferencia era la mejor arma, ¿no? O eso creía.

—¿Qué es lo que quieres?

Vegeta la miró como si le hubiese hablado en una lengua extraña, aunque como su expresión ni siquiera se movió, Bulma temió haber comenzado a imaginar cosas.

—La cámara de gravedad —contestó secamente —. Repárala.

—Por favor. Gracias. De nada. Oh, vamos hombre, no pensé que le temieras a las palabras mágicas —Bulma se golpeó mentalmente por no seguir su propia decisión de "no pelear". Suspiró y antes de que él dijera algo, añadió—: Le diré a mi padre que se ocupe.

—Se fue esta mañana —informó el saiyayin con una ceja alzada—. Junto con la mujer loca.

Bulma abrió su boca como si no pudiera darle crédito a sus palabras. ¿Cómo sabía este tipo lo que hacían sus padres y no ella? ¿Cómo tenía la cara de decirle a su madre loca? Aunque ella lo pensara también pero...

Sacudió fuertemente su cabeza para aclarar las ideas. Odiaba que sus pensamientos se fueran por las ramas. Obviamente, no iba a preguntarle a él cómo sabía aquello ya que eso la dejaba como una idiota. Observó de reojo el calendario colgado en una pared para poder deducir algo de a dónde habían ido sus padres, pero nada parecía iluminarla. Hasta que recordó brevemente la conversación de su madre hace unos días en el desayuno, mientras ella jugaba con sus hotcakes, distraídamente pensando que su vida era aburrida. Se habían ido a un crucero, o eso creía recordar.

Por un breve instante se sintió terrible al darse cuenta que ese arrogante Guerrero escuchaba más a sus padres que ella.

Carraspeó, tratando de disimular su olvidó y contestó con su mejor fingida sonrisa:

—Cierto. Apenas me desocupe iré a echarle un vistazo —se dio la vuelta, dando por zanjado el asunto y gimió internamente. Ella no quería ir, no quería. Ya era casi infantil su debate interno, pero realmente no deseaba estar cerca de Vegeta más de lo necesario. Sabía que había sido ella quien se ofreció a hospedarlo, pero su motivo fue el saber que no tendría a dónde ir y siempre tuvo esa necesidad de rescatar cachorros abandonados. El asunto es que ese hombre no sólo no era ningún cachorro, sino que era un lobo. Y no cualquier lobo, sino el maldito lobo del Infierno. La volvía loca y era demasiado agotador discutir todo el tiempo con él —aunque admitía que las primeras veces habían sido divertidas—, por lo cuál había llegado al acuerdo con su padre de que todo lo relacionado a atender a Vegeta y sus destrozos quedaba a su cargo, mientras ella se ocupaba de los diseños y nuevos proyectos para la compañía. Su padre, al ser completamente opuesto a ella, aceptó gustoso de poder serle útil a su invitado. Y, seguramente, al tener a una persona dispuesta día y noche a atender sus demandas, Vegeta no puso resistencia. Ahora no tendría escapatoria.

—Me niego —la profunda voz de Vegeta la sacó de sus lamentaciones—. Tiene que ser ahora. Debo seguir con mis entrenamientos. En este instante.

El temperamento de Bulma se incendió. Volvió a dar la vuelta para encararlo con una sonrisa siniestra hasta que algo cruzó su mente. Automáticamente su sonrisa pasó a destilar tanta dulzura que, por un instante, creyó ver temor en los ojos oscuros de su invitado.

—Por supuesto, Vegeta. Vamos.

Pasó por delante suyo, viendo como la súper reforzada puerta de su laboratorio había sido abollada hacia un lado sin el mínimo indicio de esfuerzo. Seguramente así había entrado ese individuo. Ya se las cobraría. Oh, sí. Ya podía saborearlo.

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Siguió a esa vulgar mujer todo el camino hacia la cámara de gravedad.

Humana insolente, mujer estúpida, ¿cómo se atrevía a comportarse arrogante cuando él, el gran Príncipe de los Saiyayins tuvo que rebajarse a buscarla?

No podía lamentar más la partida del viejo que acudía a él como máxima prioridad. Había humanos que sí sabían lo que les convenía, quienes entendían su lugar. Pero esa terrícola no era uno de ellos. Evidentemente era estúpida. Atentaba contra su propio orgullo el necesitarla momentáneamente, pero no podía hacer nada al respecto. Cuando todo acabara, mataría a Kakaroto, le daría su merecido a esa indigna y se iría de ese mugroso planeta.

A pesar de no soportarla, no podía negar cierta curiosidad hacia sus reacciones. Eran tan extrañas que no podía explicarlas. No era que quisiera entenderla de todos modos; ¿quién busca comprender a una cucaracha? Sin embargo esa mujer lo desconcertaba. No le tenía ni un poco de miedo aún cuando él había asesinado a sus amigos a sangre fría y lo batallaba verbalmente como ningún otro ser se había atrevido anteriormente. Lo peor del asunto es que la mantenía con vida.

Sólo por ahora, se repitió por décima octava vez.

Pero hacía ya un tiempo que casi no la veía si no fuera para la hora de comer. La mujer se la pasaba encerrada en ese lugar y no salía hasta la noche. Al principio, cuando apenas había llegado a esa casa, ella se la pasaba metiendo sus narices donde nadie la llamaba, y no se quedaba quieta, iba de un lugar a otro. Pero luego, simplemente dejó de hacerlo, encerrándose en lo que ella llamaba su laboratorio. No es que él fuera detallista, pero el cambio había sido radical. Casualmente, eso comenzó a suceder luego de la pelea entre ella y el otro débil insecto al que había matado una vez. De por sí, sus sentidos eran súper desarrollados y no ayudaba estar a tan sólo dos puertas de distancia de la recámara de esa mujer. Había escuchado, aún a su pesar, toda la absurda discusión bien entrada la noche. No llegó a comprender exactamente cuál era el problema de que el humano viera a otras mujeres. En su raza era muy común que ambos pudieran tener múltiples parejas, tanto hombres como mujeres, pero eso no era su asunto. Por algún motivo, que no se pudo explicar a sí mismo, no los interrumpió para exigir silencio sino que los dejó que terminaran con su riña. Y esperó con la poca paciencia que era capaz, que la disputa terminara. Unos minutos después escuchó el portazo de la puerta principal y... Grande fue su asombro, no podía negarlo, que el más sólido de los silencios envolviera a la humana. No era de extrañar que algo así le asombrara ya que ella de por sí era escandalosa. Y esto, definitivamente, era algo nuevo.

Pasó su mirada por su espalda aún a pesar del traje azul que traía puesto, era pequeña. Su cintura podría rodearla con tan sólo ambas manos y pulverizarla con apenas un apretón. Se veía frágil e insignificante.

Como cada maldito ser de este planeta, se dijo con una sonrisa torcida. Pero lo único bueno de ese lugar era que, aunque estuviera rodeado de chiflados, tenían una mente brillante que él podía usar a gusto y beneficio.

Cuando llegaron a la sala de control de la cámara de gravedad, todo estaba a oscuras; pero, al tener sentidos más desarrollados, el guerrero podía ver todo con claridad. La mirada de la mujer se volvió analítica, como si estuviera pensando en dónde estaría el problema. Tomó una caja de herramientas y se acostó en la camilla deslizable para reparar el motor principal.

Vegeta inspeccionaba todo con los brazos cruzados, recostado contra la pared. La terrícola trabajó rápidamente, y en tal sólo unos minutos, la luz había vuelto a toda la instalación.

Sin decir una palabra, al ver todo en perfecto funcionamiento, Vegeta se alejó hacia su lugar de entrenamiento ignorando totalmente la sonrisa maliciosa que Bulma esbozó a sus espaldas.

De nada, maldito bastardo, se dijo ella.

Ojeó su reloj de pulsera y calculó rápidamente el tiempo que le quedaba antes de que estallara la bomba. Literalmente.

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Sonreía divertida mientras daba un largo sorbo a su café helado. Su nueva pulsera de coloridos abalorios de helados, donas, pasteles y galletas tintineaba sin parar mientras ella movía sus dedos al ritmo de la música de fondo de la cafetería. A sus pies, el cúmulo de bolsas abultadas y llamativas evidenciaba una tarde de compras que, como mujer, necesitaba desesperadamente.

Una pequeña risilla se escapó de sus labios. Sus oídos habían grabado a la perfección ese bramido de furia bestial del Saiyayin cuando, afortunadamente, había salido de su casa. Y es que, probablemente, su "MUJEEEEER" se habría escuchado a 4 kilómetros a la redonda.

Se felicitaba a sí misma por su aguda inteligencia, había calculado el tiempo justo para que la pequeña bomba cacera que había fabricado con tan sólo una batería y un par de cables explotara, dejándole el tiempo suficiente para bañarse, cambiarse de ropa y salir. Ahí tenía su pequeña venganza, por más infantil que fuera. Lo bueno del asunto es que no había destrozado nada, sino que solamente habría causado una confusión en el sistema que, con tan solo unos ajustes, volvería a la normalidad. Era tan simple como eso; con ello su inquilino debería aprender a esperar.

Una duda cruzó por su cabeza y frunció el ceño. Él no la mataría, ¿o sí? Sabía que estaría desmedidamente enfadado y fuera de sus cabales, pero no creía que fuera tan lejos como para lastimarla. Después de todo ella era la única en el planeta con la que podía contar y él no parecía tan tonto. Además ella, gracias a su mente brillante, había dejado programados a los robots para hacer grandes cantidades de comida. Al menos lo tendría ocupado comiendo; enfadado pero con el estómago lleno. Esa era casi la receta para atrapar el corazón de un hombre.

Y hablando de hombres... Bulma suspiró cuando sus pensamientos se enfocaron en Yamcha. No podría negárselo por mucho más tiempo: lo extrañaba y lo extrañaba horrores. Ya no sabía en título de qué, pero añoraba demasiado su sonrisa fácil y sentido del humor. Era la única persona que podía hacerla enojar y reír al mismo tiempo.

Sorbió un poco más de su bebida sin mucho interés, mientras miraba su colorida pulsera. No solía usar esas cosas tan llamativas y llenas de cosas incómodas, solía ser más práctica pero apenas la vio, no pudo evitar comprarla. Se veía divertida, un accesorio que usaría una joven para salir con sus amigas, algo bonito y tierno que atraería la atención de otras personas. Y es que, viéndose como estaba ahora, sola y aburrida en medio de la cafetería del centro comercial, se sentía miserable.

Las risas en una mesa cercana atrajeron su atención. Era un grupo de chicas entre los 20 y 25 hablando animadamente. Parecía tan divertido que casi sintió envidia.

La realidad es que nunca había tenido muchos amigos. Bueno, obviando a sus amigos expertos en Artes marciales a los que no veía acompañándola a un centro comercial. De las pocas amigas que había conservado de la escuela, antes de abandonarla, se había distanciado por diversas cuestiones de la vida.

Apoyando la mejilla en la palma de su mano se preguntó qué era lo que estaba mal con ella. Ya no podía obviar ese sentimiento de soledad y desasosiego que parecía invadirla poco a poco. Era como si el malestar se fuera abriendo camino en su corazón. Y es que casi a sus 28 años no se había casado y ni mucho menos tenido hijos. Estaba incumpliendo desastrosamente la línea de vida que había ideado cuando era pequeña. Desde el vamos, lo había arruinado cuando no pudo completar la primera y más importante misión: casarse a los 24 con un maravilloso Príncipe.

Agotada, comenzó a juntar sus cosas para emprender el camino a su casa. Ya era lo suficientemente tarde como para que su célebre invitado haya ido a dormir a su recámara. Mañana lidiaría con él, cuando hubiera recobrado sus energías y la luz de un nuevo día le entibiara un poco su deprimido corazón.

Vaya, ya estaba pasando de telenovela a los lamentos de la llorona. Bueno, el lado bueno de todo esto es que si sobrevivía a la furia del saiyayin podría considerar que le dieron una nueva oportunidad para vivir, ¿eh?

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Llegó a su casa pasada la medianoche. Mirando atentamente hacia todos lados, dejó sus cosas en el rincón de las escaleras y subió a su habitación en absoluto silencio. Temía que el ruido de las bolsas le advirtiera a Vegeta su llegada.

Una vez en su habitación, haciendo uso de sus dotes de ladrón silencioso al abrir y cerrar la puerta —herencia que le había quedado cuando en su adolescencia se escapaba para verlo a Yamcha—, comenzó a desvestirse en la oscuridad. El único leve sonido que se escuchaba era el tintineo de su pulsera. Avanzó hacia su cama, tirando descuidadamente su camisa de seda, pero mientras comenzaba a desprender su falda, la luz de su mesita de noche se encendió. Su boca dibujó una perfecta "o" mientras sus ojos se encontraban con unos rabiosos orbes negros. Allí apoyado en la pared con el cuerpo en absoluta tensión se encontraba el último hombre que hubiese querido cruzarse a última hora de su día.

Se golpeó internamente, recriminándose por millonésima vez el haber sido tan bocazas al invitar a ese individuo nada más y nada menos que a su casa. Ahora la esperaba en su habitación, faltaba solamente que lo invitara a su cama y ahí podría ganarse algún premio.

Vegeta avanzó hacia ella como un depredador hambriento, dispuesto no sólo a alimentarse, sino a divertirse con su presa.

—Mujer —Bulma casi saltó por el grave tono de su voz, pero haciendo acopio de su valentía y orgullo, logró evitarlo—. ¿A dónde diablos te habías metido?

—Fui de compras —replicó naturalmente e inocentemente, añadió —: ¿Por qué? ¿Necesitabas algo?

Vio con sádica diversión como se expandían los orificios de su nariz. Se preguntó si en algún momento saldría humo de ellos.

—La maldita chatarra dejó de funcionar un minuto luego de ser reparada. Y tú no estabas para volver a arreglarla.

Bulma quiso corregirlo, fueron una hora y doce minutos. Sin embargo no creyó inteligente mencionar aquello, por lo que adoptó una pose pensativa para luego golpear su cabeza.

—Oh, diablos. ¡No puedo creerlo! Creo que tendremos que esperar que vuelva mi padre... No tengo idea de lo que pueda ser...

Se interrumpió al sentirse acorralada en menos de un segundo por Vegeta. Había puesto sus brazos a los costados de su cabeza y apenas unos centímetros separaban sus cuerpos.

Él acercó su rostro al suyo, y ella involuntariamente cerró los ojos haciendo la cara a un lado. Lo escuchó mascullar con ira:

—No juegues conmigo, estúpida mujer.

En lugar de sentirse asustada, Bulma enfrentó su mirada con enfado. ¡Quién se creía ese hombre de las cavernas para tratarla de esa manera!

Sintió que sus narices casi se tocaban. Y ella, ni corta ni perezosa, puso sus manos en el duro pecho masculino para separarlo. Aunque no lo movió ni un ápice, eso no le importó. Ya estaba claro que él tenía las de ganar si hablaban de una pelea cuerpo a cuerpo.

—No eres nadie para insultarme. Ni para decirme lo que tengo o no que hacer. Tampoco eres nadie para meterte en MI habitación y hacerme reclamos —vio que una vena comenzaba a palpitarle en la frente y lo interrumpió, para rabiarlo—. Y antes de que me amenaces una vez más de muerte, déjame decirte que soy la única persona en el planeta... Qué planeta, en todo el universo que te ayudaría. No eres nada tonto, así que ahórranos tiempo a los dos y vete a tu habitación porque estoy muy cansada para seguir teniendo esta absurda discusión sin sentido. Te prometo que mañana antes de que te levantes tendrás reparada la cámara de gravedad.

La vena de Vegeta se hinchó aún más sabiendo que todo lo que ella decía era cierto. Él le gruñó en el rostro, dándole a entender que si las cosas hubiesen sido diferentes, ahora ella sería tan sólo un saco de piel y huesos.

Se separó de ella a duras penas, con el cuerpo temblando de ira y se fue dando un portazo.

Una vez sola, Bulma se dejó caer al suelo, sintiendo a su corazón latir desbocado.

Ciertamente no se esperaba ese recibimiento. Mucho menos sentirse tan insignificante delante de ese hombre, pero ahí estaba, con las energías agotadas y... ¡Semidesnuda!

Si creía haber salvado algo de su dignidad con su arranque de ira, ya podía ir considerándose una fracasada en potencia. Tenía que darse algo de crédito, ya que ¿qué ser vivo fue capaz de intercambiar unas palabras acaloradas con un saiyayin en apenas ropa interior y vivir para contarlo?

...

Cuando Vegeta fue al día siguiente por la madrugada a la cámara de gravedad para aumentar su rabia hacia esa mujer y ver si finalmente se decidía a apretar ese blanco y esbelto cuello hasta romperlo, con sorpresa descubrió que todo funcionaba perfectamente.

Tal y como la hembra prometió.

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Bueno, nuevamente me embarco en otra historia. Tengo otras que espero realmente terminar, pero mi inspiración es así y el poco tiempo no me ayuda. Creo que no es la única vez que comento que me gusta mucho más leer que escribir. Pero a veces al no encontrar exactamente lo que yo quiero leer, las cosas que me gustarían que pasaran y todo lo demás, no me queda más que mostrar mi versión de la historia.

¿Que puedo decir? Nunca pensé que escribiría algo de este par, pero acá estoy, nunca digas nunca. Recientemente volví a ver DBZ con mi marido mientras cenábamos y me volví a enganchar. Pude comprender mejor muchas cosas que, en su momento, cuando tenía 10 años no llegaba a captar. Recordé mil cosas divertidas e increíbles que no hubiese imaginado (como gran parte del comportamiento de Vegeta en muchas ocasiones, sobre todo en Dragon Ball Super). Si lo hubiera leído, diría que era un terrible ooc de personaje, pero no. Ahí va Vegeta y hace mil cosas divertidas que me hacen querer ver más de este personaje. Y por eso la última semana estuve leyendo historias. Muchas me agradaron, aunque repetitivas, fueron entretenidas. Otras no tanto al hacer a Bulma tan melodramática. Pero que no se malentienda, Bulma ES originalmente melodramática, pero lo suyo es divertido. Es una mujer, a mis ojos, absolutamente divertida, alocada y arrogante, a la vez que se preocupa por los demás demostrándolo con enojo. Y esa es la Bulma que quiero en mi historia; una mujer fuerte, segura y decidida. No alguien que llore por los rincones por algún amor no correspondido o por cosas que no se pueden remediar.

En cuanto a Vegeta, es un hombre atormentado, un animal salvaje que, poco a poco, a su manera, va siendo domado por la bella princesa de armas a tomar. Pero no es una sumisión absoluta, sino una que promete días de guerra salvaje, fría, tormentosa y pasional.

Es un hombre atormentado por un pasado que dice no importarle. Esclavo del destructor de su paneta al que debía tratar como su amo. Nunca ligado a nada ni a nadie. No pretendo un Vegeta cariñoso abiertamente. Pero si uno que, al menos, sepa reconocerse las cosas a sí mismo como un valiente Guerrero. Para bien o para mal. Tengan en cuenta que, ya de por si, los saiyayins eran una raza guerrera casi carente de amor (es mi opinión). No dudo que habría pasión, pasión a toneladas y torrentes incontrolables pero no eran una raza que se dejara sondar por sentimientos que ninguno conoce. Las mujeres y los niños eran considerados fuertes, así que tampoco podría considerarse que se sintieran protectores en algún momento. Lo principal era ser más fuertes y preservar su especie. Por ello, considero que la evolución de Vegeta sería lenta pero progresiva donde decidirá por sus propios medios quedarse finalmente en un solo lugar al que considerará su hogar, con una mujer que, a sus palabras, es débil y vulgar. De ahí que Bulma le demostrará lo contrario.

Y acá viene la cuestión, todo lo que planeo escribir va a ser refrescante y divertido. No habrá dolor ni sufrimiento (no mucho, ya que alguna cuotita puede que haya), pero si habrá pasión a borbotones porque, vamos, lo primero que me imagino al pensar en guerreros es que, cuando vuelven de la batalla desean una cama cómoda y un cálido cuerpo para descargar toda la adrenalina acumulada. A eso hay que sumarle que Bulma es una mujer muy orgullosa que no se dejará amilanar, sino que pretenderá batallar a la par.

Si, decididamente es una mezcla explosiva.

En fin, espero que los haya atrapado este primer capítulo y nos seguimos leyendo.

S.M.B.