Oscar. Oh Oscar, siempre tan bella, una mujer única entre millones, mujer que capturó mi mirada con tu forma única de ser. Aún eres la mujer que yo deseo más que a nada, quiero tenerte en mis brazos y que seas sólo mía. Eres una mujer de noble cuna a la cual jamás seré digno de desposar, mujer que rechaza las miradas de los hombres con gran frialdad y jamás aceptarías a alguno, debo conformarme con desearte desde la distancia.

Siempre fuimos de bandos distintos, tú comandante de la guardia imperial y yo uno de los intelectuales de la revolución. Te conocí cuando aún era un joven estudiante y di el discurso en la coronación del rey Luis XIV y la reina María Antonieta, tú estabas con tu impecable uniforme comprobando que todo saliera bien. Pudiste engañar a muchos con tus vestimentas de hombre, pero no a mí, eras demasiado bella para ser un hombre. Nos encontramos de nuevo en un restaurante, tú llegaste con tu siervo, portabas ropajes finos, dignos de la nobleza francesa, pero no valían nada en comparación con tu inigualable belleza. Me retiré luego de una pequeña charla, en la cual por fin había escuchado tu fina y aterciopelada voz, corroboré entonces que eras una mujer, bellísima mujer, incluso más que la mismísima reina de Francia.

Al crecer, cada vez te hacías más irresistible para mí, tu belleza angelical se volvía la belleza de un mujer madura, llena de valentía y convicción, siempre luchando por lo que era correcto, incluso si eso significaba oponerse a la familia nobleza, justo como lo hiciste en la asamblea de representante, tratando a los representantes de pueblo como iguales. Esa era la actitud que me hacía ansiar tenerte solamente para mí. Siempre estuve pretendiendo rivalizar contigo cuando mi verdadero deseo era hacerte mi mujer.

Ahora te veo enfrentarte en batalla a diario por el bien del pueblo, a pesar de que eso va en contra de la familia real. Quiero que vivas, Oscar, esta es una batalla que terminará con muchas muertes y no puedo permitir que mueras. Aún si mueres, yo nunca dejaré de amarte y anhelarte.

Atte. Maximilien Robespierre.