Nota de autor: Después de haber aprovechado el verano para ver las tres temporadas de Spartacus, no he podido evitar sentirme altamente inspirada para escribir algo relacionado con la serie, pero con los personajes de Glee, ¡por supuesto! No voy a seguir las líneas argumentales de Spartacus ni nada parecido, así que no necesitáis haber visto la serie para poder entender este fic, y para los que sí que la hayáis visto, esta es una historia completamente libre de spoilers ;)

Por otro lado, mis conocimientos de historia en lo que al Imperio Romano respecta son muy limitados, así que probablemente os encontréis con bastantes incoherencias, ciudades que no existen y algún disparate más necesario para que esta historia tenga sentido. Así que lo dicho, no os toméis los acontecimientos que aquí sucedan como históricamente correctos xD

Sin mucho más que añadir, ¡espero que os guste este primer capítulo!


Capítulo 1: Juntos


Un fuerte golpe en la cabeza despertó a la muchacha del sueño ligero, fruto del agotamiento, en el que estaba sumida. Soltó un pequeño gruñido entre dientes, abriendo los ojos pesadamente. Tardó varios segundos hasta que finalmente pudo observar su alrededor con claridad, obteniendo una imagen más o menos nítida. Un nuevo golpe la devolvió completamente a la realidad.

—Por fin despiertas, ¿estás bien?—una voz masculina preguntó. Sin embargo, la muchacha aún estaba desorientada, por lo que tardó en poder enfocar su mirada en el joven que se había dirigido a ella— ¿Brittany? ¿Estás bien?—insistió, con un tono de voz que demostraba mayor preocupación.

Brittany se incorporó levemente, mirando de nuevo a su alrededor y recordando los acontecimientos de las últimas horas. Su aldea, un pequeño asentamiento fronterizo con los territorios romanos, había sido arrasada por las tropas del Imperio. Los pocos supervivientes de la batalla habían sido tomados como prisioneros, metidos en jaulas y enviados a la ciudad de Lima para su venta como esclavos. Por si no hubiese sido suficiente con perder a sus familias y seres queridos, también iban a perder su libertad.

El carro en el que estaban siendo transportados volvió a temblar debido a las irregularidades del camino, haciendo que la rubia volviese a golpearse la cabeza una vez más contra los barrotes de su prisión. Acababa de descubrir el motivo por el que se había despertado de una manera tan abrupta.

—Estoy bien Sam, no te preocupes—habló finalmente la rubia, tranquilizando los nervios del otro muchacho.

Samuel y Brittany habían sido amigos desde niños, habiéndose criado prácticamente como hermanos. Después de haberlo perdido todo en combate, tan solo se tenían el uno al otro y la incertidumbre de qué iba a pasar con ellos una vez que llegasen a la ciudad. Por suerte, habían logrado no separarse, siendo transportados en el mismo carro. Apenas podían moverse o respirar, ya que el reducido espacio de la jaula era ocupado, además de por ellos dos, por unas diez o quince personas más, hacinados como animales.

—Estamos a punto de llegar—indicó Sam, ya que a través de los barrotes podía observar las primeras viviendas de las afueras de la ciudad, que no tardarían mucho en dar paso a las calles y al resto de edificios.

—Tengo miedo—susurró Brittany, buscando a su compañero con la mirada, dejando que sus temerosos ojos azules se cruzasen con los de él. El muchacho permaneció en silencio, ya que aunque quisiera mantenerse fuerte por su amiga, no podía evitar sentir un gran temor.

Realizaron el trayecto restante sin pronunciar ni una sola palabra más, escuchando las respiraciones del resto de los prisioneros y los ruidos propios del carro, el camino y la ciudad. Ni Brittany ni Sam apartaron sus miradas del exterior, observando con atención las casas, las calles y las personas que por ellas transitaban. La llegada de esclavos siempre despertaba gran curiosidad entre los habitantes de Lima, así que para cuando la comitiva detuvo finalmente su marcha al llegar a su destino, la plaza de la ciudad estaba abarrotada de gente. Algunos de ellos posibles compradores, simples curiosos la mayoría. Uno de los soldados que los custodiaban abrió la puerta, sacando a todos los prisioneros de manera violenta y haciéndolos formar en fila. A continuación, procedió a separar hombres de mujeres, para facilitar su posterior venta.

En cuanto el soldado puso sus manos sobre Brittany, Sam trató de abalanzarse sobre él, gritando y tratando de atacarle para que no tocase a su amiga. Otro soldado se acercó inmediatamente para tratar de poner al rubio bajo control, pero Sam se deshizo de él con una facilidad pasmante. Dos soldados más se aproximaron, recibiendo el mismo tratamiento que el anterior, bajo la mirada atónita de todos los presentes, francamente impresionados por el hecho de que un esclavo desarmado y desnutrido hubiera podido con tres soldados romanos. Finalmente, el hombre que estaba custodiando a Brittany decidió plantarle cara al rubio, y tras un violento forcejeo, logró golpear a Sam con el mango de su espada en la cabeza y aturdirle. Justo cuando se disponía a atravesarle el pecho con la afilada hoja de su arma, una voz detuvo el enfrentamiento.

—Yo que tú no haría eso, soldado—una mujer rubia se hizo paso entre la multitud seguida de un hombre de aspecto hindú, visiblemente interesada tras haber presenciado el encuentro.

El soldado envainó su espada, reconociendo a la mujer y dibujando una pequeña sonrisa de fastidio en su rostro. Le habría encantado rematar al muchacho y ella se lo había impedido. Mientras tanto, Brittany corrió a auxiliar a Sam, ayudándole a levantarse del suelo.

—Sue Sylvester—dijo el soldado— ¿Qué te trae por aquí?

—Decidí acercarme a comprobar si había algo interesante entre toda la porquería que generalmente sueles traer—replicó la mujer, soltando veneno en cada una de sus palabras, aparentemente amables—y cual es mi sorpresa al descubrir que de no ser por mí habrías acabado con lo único que parece tener algo de valor entre tanta mierda—añadió, señalando con la cabeza a un aturdido Sam, que poco a poco comenzaba a recuperarse del golpe entre los brazos de Brittany.

— ¿Te interesa el germano?—inquirió el soldado con cierta sorpresa, ya que Sue nunca solía realizar sus adquisiciones entre los prisioneros de guerra.

Susan "Sue" Sylvester, la lanista más conocida de Lima, famosa por la calidad de los gladiadores salidos de su ludus. Mientras que otros lanistas surtían sus escuelas de gladiadores con esclavos, los luchadores del ludus de Sue solían ser hombres completamente libres que decidían someterse voluntariamente en busca de gloria, debido al prestigio que suponía llevar en el brazo la marca de la Casa Sylvester, o si eran obligados, su dueña nunca solía comprarlos en la plaza de Lima, donde no solía verse nada bueno. Sin embargo, Sam había sido la excepción.

—Te doy 200 monedas por él—ofreció la mujer, lanzándole un pequeño saco al soldado. El hombre no pareció necesitar pensarlo demasiado antes de acceder, cansado por la cantidad de problemas que el rubio le había ocasionado.

—Todo tuyo.

— ¡No!—exclamó Sam rápidamente—No me iré sin ella—añadió, rodeando a Brittany con un brazo de manera protectora. Sue rodó los ojos hacia un lado resoplando dramáticamente, sin poderse creer que el joven fuese tan estúpido como para tentar su suerte de esa manera. Pero Sue sabía ver el talento, y definitivamente Sam lo tenía, así que estaba dispuesta hacer una pequeña concesión con tal de asegurar que el muchacho pasase a ser de su propiedad.

— ¿Cuánto quieres por la chica?—inquirió, mirando al soldado.

—Un ejemplar tan bello como ella se vendería por al menos 100 monedas, eso sin tener en cuenta la posibilidad de que aún no haya yacido con ningún hombre... de ser así aumentaría considerablemente su valor.

—Te doy 150 monedas.

El soldado pareció reflexionar algo más en esta ocasión, ya que si bien había estado deseando deshacerse de Sam, Brittany era un caso completamente distinto. Era una muchacha joven, rubia, esbelta, de ojos azules y piel inmaculada. Todo un reclamo para ser vendida como esclava a un buen precio. Si al examinar a la chica se comprobaba que aún seguía siendo virgen, ese precio podría duplicarse con facilidad.

—200 monedas—pidió finalmente el soldado.

—175—replicó Sue con tono firme y tranquilo.

—Trato hecho.

Con un leve gesto de la mano por parte de su superior, dos soldados encadenaron por las muñecas a Brittany y a Sam, separándolos del grupo y entregándoselos a continuación a su nueva dueña. Sue dibujó una sonrisa altiva en su rostro, ya que aunque había terminado pagando un precio superior al que ella había imaginado en un principio, estaba bastante conforme con la transacción.

A continuación, la mujer dio media vuelta, poniendo dirección al ludus. El hombre indio que la acompañaba agarró las cadenas que unían a Sam y a Brittany, arrastrándoles tras su dueña. Aunque su destino era incierto, ambos rubios intercambiaron una mirada tranquila y calmada, ya que estaban convencidos de que mientras siguieran juntos nada malo podría pasarles.

El ludus estaba situado a las afueras de la ciudad, a unos quince minutos de camino si se andaba a buen paso. Era un complejo imponente, compuesto por dos edificios visiblemente diferenciados, conectados entre sí por un pequeño jardín y un camino empedrado. Sue parecía estar bastante orgullosa, ya que no pudo evitar que una sonrisa complacida se dibujase en su rostro cuando vio la expresión sorprendida de Sam y Brittany al contemplar el complejo.

—Bienvenidos a la Casa Sylvester, hogar de los mejores campeones que la arena haya proporcionado jamás—presentó la mujer.

— ¿Arena?—murmuró Brittany sin comprender muy bien lo que estaba pasando.

—Gladiadores, niñita—respondió el hombre indio, que había estado en silencio hasta este momento—los mejores luchadores de Roma se forjan aquí, bajo el mando de domina Sylvester.

A continuación Sue siguió caminando hacia el interior de la villa. Cuando vio que ambos rubios se habían quedado parados en el sitio, el hombre indio dio un fuerte tirón de la cadena que aprisionaba sus muñecas, forzándoles a andar de nuevo.

La joven rubia se había quedado blanca, mirando a su amigo con auténtico pánico. Gladiadores. Hombres que se mataban entre ellos y morían en el circo de las maneras más macabras para diversión del pueblo romano. ¿Ese iba a ser su destino? ¿Para eso habían sobrevivido a la batalla? Sin embargo, Sam le devolvió una mirada tranquila, calmada, tratando de recordarle una vez más que iban a estar bien, que una vez más la suerte iba a estar de su lado y nada iba a pasarles.

Mientras que estemos juntos, podremos seguir luchando.


Ludus: Escuela de gladiadores. Los luchadores viven allí, donde pasan la mayor parte del día entrenando para poder luchar en el circo.

Lanista: Persona dueña del ludus, encargada de presentar los gladiadores en los juegos para que combatan con los luchadores de otros ludus.

Domina: Forma en la que los esclavos deben referirse a su dueña.