Este Fics nació como un One-Shot, pero cuando lo terminé consideré que más de 40 páginas era demasiado en un solo capitulo, por lo que lo corté y dividí en dos capítulos. El próximo Martes subiré el final, así que no tendrán que esperar tanto. Está terminado y no merece la pena torturar a nadie por tardarme en subir.


Meyer los creó, a ella le pertenecen. Yo sólo los robo un ratito y me divierto con ellos esperando que ustedes también se diviertan.


Mil Gracias a Our Paradise, por ser mi maravillosa Beta, y apoyarme siempre con mis Fics. ¡Te Quiero, Sol!


Never Too Late


No estaba muy segura de entender cómo hacía Edward para verse tan endemoniadamente guapo cuando bajaba de su moto, elevando una pierna de forma rápida y elegante, para luego quitarse el casco, dejándolo enganchado en el manubrio de la moto, y sonreírme torcidamente logrando que mi corazón hiperventilara. Había visto a unos pocos chicos en el instituto bajarse de sus motos y no me habían parecido ni la mitad de sexys.

También era probable que fuera porque cualquier cosa que Edward hiciera me parecía sexy y me derretía por completo.

— ¿Cómo lo haces? —le dije después de que me besara a modo de saludo.

— ¿Qué cosa? —pareció desconcertado.

—Ser tan sexy —le dije sin poder ocultar mis pensamientos. Estaba deslumbrada y jamás podía omitir nada cuando él me miraba con intensidad y amor.

Se carcajeó mientras entrábamos en mi casa y siguió riéndose todavía cuando estuvimos acomodados en el sillón de la pequeña salita, causando que me cruzara de brazos y le mirara enojada.

—No te enojes —movió mis brazos tratando de que los descruzara—. Pero no creo que sea ni la mitad de sexy que tú.

— Ya —hice ademán de pararme, pero él me cogió por el codo y me jaló, con un poco más de fuerza de la necesaria, hasta dejarme sentada en sus rodillas—. ¡Ay! Eres un bruto —le pegué en el hombro.

—Lo siento —sus brazos crearon una trampa ineludible y resignada a dejar pasar mi enojo me apoyé sobre su pecho—, mi chica sexy.

—Deja de decir eso —me quejé, sintiéndome profundamente avergonzada.

— ¿Por qué? —No le contesté y me encogí de hombros—. Definitivamente no te ves a ti misma con claridad —apartó unos cuantos mechones de mi frente y me obligó a mirarlo a los ojos—. Eres hermosa, y muy, muy, muy sexy —me estremecí con el tono que le dio a su afirmación—. ¿Recuerdas cuando aún no nos conocíamos? —Asentí con la cabeza gacha—. Te veía desde lejos, y aún en ese tiempo me parecías sexy —levantó mi cara poniendo sus dedos debajo de mi mentón—. Y ahora eres aun más sexy.

—Me has corrompido, Edward Cullen —dije dramáticamente, mirando el techo con gesto inocente—. Era una niña buena antes de conocerte, y mírame ahora, usando una chaqueta de cuero, y botas militares —levanté los pies mostrándole mis botas y mis piernas cubiertas solo por unas medias de red artísticamente rotas y una falda de jeans.

—Uhm —miró mis piernas más tiempo del necesario, antes de que sus ojos verdes capturaran los míos.

No pude decir nada, pues las palabras sarcásticas se atoraron en mi garganta ante su intensa mirada. Me sonrojé furiosamente y traté de bajar la falda para que cubriera mis muslos un poco más, pero no logré mucho.

Sus manos recorrieron mi rostro con lentitud, pasando por mis mejillas hasta posarse en mi cuello, donde emprendieron el camino hasta mi hombro, en el cual se detuvo unos segundos, antes de volver a subir hasta mi cuello, esta vez no sólo lo rozó con dulzura, acariciándolo y enviando olas de electricidad por todas mis terminaciones nerviosas, sino que con cuidado me sostuvo y su rostro se acercó al mío, hasta dejar sus labios a sólo unos centímetros de los míos.

Nos besamos con lentitud, disfrutando cada roce de nuestros labios unidos. Su lengua perfiló mi labio inferior y le di total acceso a mi boca. El beso se tornó algo más hambriento, desesperado. Mi respiración estaba convertida en un jadeo inconstante y cuando nos separamos descubrí que no era la única a la que le faltaba el aire.

—Definitivamente muy, muy sexy —susurró.

Me mordí el labio inferior con fuerza, al tiempo que él bajaba la vista, liberándome de la prisión de sus ardientes ojos y una de sus manos comenzó a acariciar lentamente mi rodilla, para lentamente ir subiendo hasta mi muslo, donde se detuvo y me acarició suavemente, haciendo que sintiera un cosquilleo en el bajo vientre.

—Edward —cuando sus ojos encontraron nuevamente los míos vi reflejado en ellos el mismo sentimiento que me recorría.

Deseo.

Tragué en seco y me levanté de sus piernas. Él malinterpretó mi gesto, y abrió la boca con intensiones de hablar y seguramente disculparse, por lo que me apresuré a sentarme a horcajadas sobre él. Mi falda quedó recogida en mis muslos. Sus manos se posaron en mis piernas instintivamente.

—Bella… —estaba sorprendido y eso me envalentonó. No era muy común ver a Edward así.

Me incliné poniendo mis brazos en torno a su cuello y rocé mis labios con los suyos, él levantó el rostro en busca de mis labios. Sólo bastó ese movimiento para que la pasión se encendiera y desatara con fiereza.

Nos besamos con pasión, casi con furia. Jamás nos habíamos besado así, con tal urgencia y deseo. Nos separamos en varias ocasiones para tomar aire pero, sin decir ninguna palabra, volvíamos a unir nuestros labios en besos menos violentos, pero sí más apasionados, más íntimos.

— ¿Quieres hacerme perder la cordura, verdad? —sus manos vagaban por mi espalda, bajo la camiseta que llevaba, consiguiendo que varios escalofríos recorrieran mi espalda. Mi chaqueta estaba tirada en el suelo junto a la de él, ambas prendas olvidadas por completo. Ni siquiera podía recordar en qué momento me había desecho de ellas… ¿O había sido él?

—Um... Tal vez —balbuceé distraída, estaba demasiado ocupada besando su mentón y la línea fuerte de su mandíbula. Él rió divertido, y pude notar como se estremecía ligeramente.

Sin previo aviso Edward se levantó conmigo entre sus brazos. Le rodeé la cintura con las piernas firmemente. Una de sus manos se posó sobre mi trasero y la otra me rodeó la cintura, pegándome a su cuerpo por completo.

Subió a trompicones los dos tramos de escaleras, parándose más de una vez, para presionar mi cuerpo contra las paredes y besarme con algo más que simple entusiasmo. Para cuando llegamos a mi habitación, y nuevamente mi espalda dio con una superficie sólida, ambos estábamos excitados y jadeantes.

— ¿Estás segura? —preguntó alejándose de mis labios sólo unos milímetros. Sus palabras estaban cargadas de nerviosismo y me di cuenta que de verdad me estaba dando la opción de arrepentirme—. Puedo esperar, Bella.

Sus ojos estaban cargados de deseo y lujuria. Excitados en un color más oscuro que el esmeralda al que estaba acostumbrada. Fue en ese momento cuando supe que ya nada podría detenernos. Que no dejaría que nada nos detuviera.

—Yo no puedo, Edward —él me regaló una sonrisa que paralizó mi corazón.

Mi cuerpo se arqueó contra él cuando volvió a unir nuestros labios en un beso demandante y fogoso. Mi sexo se rozó suavemente contra el suyo y noté lo endurecida que estaba su entrepierna, logrando que jadeara de la sorpresa y el secreto orgullo que me causaba poder excitarlo.

Movió su cuerpo contra el mío, ahora de forma deliberada. La fricción que resultó de sus movimientos, nos hizo temblar y gemir al unísono ante las intensas sensaciones.

Después de un gemido especialmente fuerte, me dejó sobre mis pies y no comprendí su actitud hasta que desabrochó mi falda y la bajó, dejándome sólo con las medias de red, las cuales me bajé con impaciencia. Edward sonrió al ver como las pateaba lejos, junto con mis botas y me envolvió entre sus brazos con firmeza.

Me deshice de su camisa negra, no sin más de algún problema con los botones, lo que hizo a Edward reír contra mis labios. Por supuesto, para él todo fue más fácil al quitar mi simple camiseta, pero cuando llegó al sostén se demoró un poco más de lo necesario y ese fue mi turno de reír.

—No es gracioso, Bella —me gruñó. Le di un suave beso en la mejilla con el objetivo de suavizar su ánimo y al parecer lo conseguí.

Posó sus manos en mis hombros desnudos, y apartó los tirantes dejándolos caer por mis brazos, me encogí de hombros para ayudarlo a quitar la molesta prenda. Lo hizo con rapidez, y cuando la tuvo entre sus manos, la lanzó hacia un costado de la habitación. Sólo en ese momento sus ojos se detuvieron a mirarme y no pude evitar el sonrojo ante su escrutinio.

—Tu piel es tan suave —sus dedos recorrieron desde mi clavícula hasta mis pechos, donde se dedicó a rozar muy delicadamente con la palma de su mano mis pezones—. Perfecta.

Sus labios trazaron un camino de besos húmedos sobre mi cuello y traté de concentrarme en quitarle su pantalón, cosa que no fue nada fácil pues de vez en cuando succionaba la piel de mi hombro o cuello y mis sentidos se nublaban a causa del deseo.

Edward volvió a tomarme en brazos para luego dejarme recostada en la cama, con él sobre mi cuerpo, regando besos sobre la sensible piel de mis pechos, los cuales cubrió con su boca, besando y lamiendo con devoción.

Mis manos volaron hasta enterrarse en sus cabellos, y de mis labios escaparon susurrantes peticiones de que no se apartara. No quería que jamás se detuviera.

Recorrí con mis manos su espalda, lo suficientemente musculosa y fuerte como para volverme loca con su perfección. Mis manos subieron y bajaron, arañando su piel un poco, hasta llegar al lugar donde la espalda pierde su nombre. Di un lento rodeo por su cadera, hasta el hueso que sobresalía de éstas y bajé mis manos hasta su miembro. Lo acaricié sobre la tela de su boxer negro. Él gruñó y me mordí el labio inferior, mientras sonreía, satisfecha de haber logrado algún efecto con mis inexpertas caricias.

— ¿Te… te gusta esto? —inquirí con timidez.

—Sigue… fue su lacónica respuesta.

Moví mi mano de arriba abajo, y tratando de no temblar por los nervios, aparté un poco la prenda que lo cubría para colar mi mano. El primer toque hizo que se tensara ligeramente, enterrando su cara en cuello. Su reacción me gustó y me excitó a partes iguales.

—Basta, Bella —retiró mi mano de su miembro y la dejó sobre mi cabeza.

—Lo siento… yo…

—Shhh… No te disculpes —besó mis labios—. No tienes idea de cómo se sentía eso… Cómo me gusta lo que hacías… es sólo que… que…

— ¿Avergonzando, Cullen? —traté de bromear.

—Excitado, es la palabra —contestó con ojos entrecerrados.

Edward llevó sus manos mis costados donde trazó dibujos descendentes, sin patrón alguno, hasta llegar a mis bragas las que quitó lentamente. Sus dedos recorrieron mi intimidad, deteniéndose en cada pliegue, hasta dar con mi punto más sensible. Sus dedos eran expertos y realizaban movimientos que enviaban corrientes eléctricas por mis venas.

Gemí y moví mis caderas contra su mano. Las sábanas estaban arrugadas, retorcidas en mis puños cerrados.

—Gime, mi amor —susurró en mi oído—. Di mi nombre.

—Edward… — ¿Quién podía resistirse a su voz? Yo, por supuesto no.

Un último movimiento rápido y circular sobre mi clítoris y una ola de placer me dejó jadeante y sin fuerzas.

—Te ves hermosa cuando tienes un orgasmo —sus dientes mordieron suavemente mi hombro mientras decía esas palabras. Me sonrojé furiosamente y simplemente mi voz quedó olvidada en alguna parte de mi garganta, porque fui incapaz de contestar, limitándome a besarlo.

Cuando las caricias íntimas y lujuriosas no fueron suficientes para aplacar nuestro deseo, sino que se convirtieron en el combustible de nuestra pasión, lo sentí posicionarse entre mis piernas.

—Bella… —mi nombre pareció casi una oración en sus labios. Miré directamente sus ojos verdes como esmeraldas que parecían asustados, como pidiéndome permiso.

Asentí en silencio, acariciando su mejilla. Mi cuerpo ardía de deseo por él.

Sentí que su miembro rozaba mi intimidad y jadeé. Temblaba de deseo, un deseo que pareció intensificarse cuando pude sentí como lentamente, torturándome, entraba en mí.

Si sentí dolor no me importó, y pronto todo se convirtió en placer, placer y más placer.

Una abrumadora cantidad de emociones me embargaban mientras mis caderas comenzaban a moverse a un ritmo lento y desesperante. El ritmo que marcaba él y que parecía no aumentar.

—Edward… rápido… —gruñí cuando sus labios atacaron mi cuello, pero sus embestidas seguían siendo desquiciantemente lentas—. Más… más…

—Te haré daño —me aferré a sus brazos, que temblaban por el esfuerzo de controlarse y a la vez de sostener todo su peso para no aplastarme.

Deslicé mis dedos por sus brazos hasta su pecho y le empujé. No supo que hacer, por lo que me permitió llevar a mi el control de la situación, dejándome sobre su cuerpo con cuidado, como si fuera una delicada muñeca de porcelana y pudiera romperme.

—Tú nunca me harías daño —dije entre gemidos, al tiempo que comenzaba a moverme sobre su cuerpo.

Sus dedos se enterraron en mis caderas y se movió con más velocidad. Me sentía muy avergonzaba por estar sobre su cuerpo. Podía sentir la sangre en mis mejillas a causa del calor y el bochorno de estar comportándome así, pero el placer que se extendía por mi cuerpo, me hacía olvidarme de toda vergüenza, pues estaba recorriendo mis venas como algún tipo de compuesto químico del cual me estaba haciendo adicta.

Me sentí temblar entre los brazos de Edward, que me habían apresado entre su pecho y la cama nuevamente, embistiendo con más fuerza y rapidez contra mi cuerpo, pero sin llegar jamás a ser brusco.

Lo único que se oía en la habitación eran nuestros gemidos y el movimiento de nuestros cuerpos, así como las ocasionales palabras susurradas en medio de los jadeos…

Estaba sumergida en medio de miles de sensaciones que jamás había experimentado. Sentía cada terminación nerviosa temblar y cada gemido era un paso más hasta la locura del éxtasis… un clímax que cada vez se veía más y más cercano.

Estaba tan cerca de tocar el cielo, casi podía ver la estrellas.

Me estremecí una y otra vez sintiendo los movimientos de Edward contra mi cuerpo. Sus caderas chocaban contra las mías velozmente, en perfecta armonía. Su respiración en mi oído, cada vez más acelerada, al mismo ritmo que la mía. Sus manos en mis caderas, guiándome, sintiéndome, haciéndome sentir. Mis manos aferradas a su cintura, atrayéndolo hacia mí, no queriendo que el momento se acabara nunca.

Estaba emborrachada en él, con él…

De pronto algo me impactó en el rostro y todo se desvaneció ante mis ojos.

Mis brazos abrazaban la nada. Mis labios besaban el aire.

Había sido un sueño. Todo era un sueño.

Abrí los ojos de golpe ante ese pensamiento y me quité el cojín que tenía sobre el rostro lazándolo contra el suelo. Una risa que rayaba en la histeria llegó a mis oídos y siseé de furia.

— ¡Bree! —grité enfurecida.

Me senté en la cama y busqué por el sonido la figura de mi amiga, hasta hallarla sentada a los pies de mi cama, con las piernas cruzadas y un cojín entre sus brazos. La miré un largo rato, evaluando la mejor forma de botarla de mi cama. Su cabello estaba cortado en una melena de color castaño, y se agitaba con las carcajadas que llenaban mis oídos. Sus ojos pardos me miraban con diversión.

—Lo siento, Bells —se encogió de hombros—. Pero oírte gemir en sueños no es mi mejor panorama mañanero.

— ¿Gemir? ¡Yo no estaba gimiendo! —mentí. Lo más seguro es que hubiera estado vociferando el nombre del dueño de todos mis sueños, pero no es algo que admitiría con facilidad.

Me incliné y la empujé logrando que cayera al suelo. Ella sólo se puso a reír más fuerte. Observé la ropa que llevaba puesta y me reí con ella. Tenía puesto un pantalón de cuero negro, pero en la parte de arriba aun estaba en pijama, el cual tenía un conejito en la parte delantera. Antes de que pudiera lanzar un comentario burlesco ella comenzó a hablar nuevamente.

—En serio, Bells, voy a grabarte y morirás de la vergüenza —entrecerré los ojos y le tiré la almohada. Ella la esquivó con maestría y mucha más elegancia de la que yo podría soñar—. Deberías buscarte un novio, seguro a él no le importa que gimas todas las noches…

— ¡Bree, por favor! —le reclamé poniendo completamente roja.

—Claro, al menos que le digas el nombre de otro —siguió hablando como si yo jamás hubiera interrumpido sus palabras—. ¡Oh, Edward! ¡Sí, así Edward! ¡Me encanta eso que haces con la lengua, Edward!

— ¡Por Dios! —Me tapé los oídos con las manos y vi como ella comenzaba a reírse hasta que se cayó de la cama—. Yo jamás diría esas cosas.

—No, es verdad —se había cruzado de piernas en el suelo mirándome divertida—. Me pregunto qué tan bueno habrá sido ese tal Edward en la cama para que después de diez años sigas soñando con él. Debe de haber sido un semental.

—No estoy para esta conversación, Bree —desvié la mirada y apreté los dientes. No estaría para esa conversación nunca.

—Nunca estás para una conversación sobre sexo, Oh puritana, Bella.

— ¡Uy! Recuérdame por qué soy tu amiga —me levanté de la cama y comencé a vagar por mi cuarto buscando mi neceser y un cambio de ropa.

—Porque fuimos a la misma universidad y a ti te dio pena que nadie tomara en cuenta a la pequeña y desadaptada Bree —rodé los ojos y le saqué la lengua. Como siempre, me ignoró—. Y luego cuando me desheredaron por dejar la Universidad y poner con el dinero de las mensualidades mi maravillosa tienda de tatuajes, tú te apiadaste de la pobre y maravillosa Bree.

—Uf, soy una tonta —le di un beso en la mejilla y ella me sonrió—. Te quiero, pequeña loca.

—Gracias —me dio una nalgada y yo le tiré el pelo. Jamás nos cansaríamos de comportarnos como dos niñas pequeñas—. Que disfrutes masturbándote… digo, de tu baño.

— ¡Deja de meterte con mi vida sexual!

—O la falta de ella —canturreó. Le tiré la toalla con toda la fuerza que pude, pero ella ya había salido corriendo de mi habitación, por lo que se estrelló contra la puerta cerrada.

Después de recoger del suelo alfombrado mi toalla blanca, me encaminé hasta el baño, encerrándome en él. Abrí el grifo del agua caliente casi completamente y el del agua fría sólo un poco, luego me desnudé y me metí bajo el chorro de relajante agua tibia cerrando los ojos, tratando de alejar los recuerdos.

El sueño que había estado teniendo aquella mañana se repetía siempre, o por lo menos una vez a la semana, a veces más. Aunque más que un sueño, era un recuerdo, un recuerdo muy vívido de mi vida como adolescente de dieciocho años, en Forks. Aquel pequeño, húmedo y nuboso pueblo en el que viví desde pequeña.

Sabía que no era para nada maduro estar aún aferrada a los recuerdos de un pasado que definitivamente no iba a volver, pero no podía evitarlo. Mi corazón seguía latiendo gracias a esos recuerdos, que a pesar de ser dolorosos, me recordaban que el amor sí existía, aunque a veces, en vez de hacernos caminar en nubes de felicidad nos hunde en los espirales de la tristeza y la desesperanza.

Mientras vertía un poco de shampoo en mis manos y masajeaba mi cuero cabelludo, dejé que los recuerdos me empaparan por completo.

Mi sueño había dejado mi mente situada en el momento exacto en el que las cosas entre Edward y yo habían comenzado a ir cuesta abajo.

Charlie había llegado más temprano de lo que me había anunciado en aquella mañana, encontrándonos a Edward y a mí dormidos, ambos desnudos aún, bajo las mantas de mi angosta cama. Estábamos abrazados firmemente, sosteniéndonos lo más cerca posible, después de nuestro acto.

Me enjuagué el cabello mientras recordaba como Charlie había sacado a Edward a arrastras de la cama, mientras vociferaba sin parar contra él, amenazándolo. Si no hubiera estado tan asustada y sorprendida, hubiera quedado deslumbrada por la visión de su cuerpo completamente desnudo.

La cara de Charlie había estado casi púrpura de la rabia y las venas de su frente y cuello parecían querer estallar, mientras gritaba y empujaba a Edward fuera mi habitación, sin darle tiempo de recoger su ropa. Por un momento creí que iba a dispararle, pero por fortuna su pistola yacía colgada en la entrada de la casa.

¡Sale de mi casa, vándalo abusador! —habían sido las palabras de Charlie mientras arrastraba a Edward, que se había puesto sus boxer negros al revés, hasta el primer piso.

— ¡Papá, Edward no es ningún abusador! —Le había replicado yo, mientras enrollaba una sábana en torno a mi cuerpo y recogía la ropa de Edward—. ¡No me obligó a nada! ¡Ambos lo deseábamos!

Por supuesto, había estado castigada todo el verano gracias a mi desfachatez, pero eso no me hubiera importado nada si Edward hubiera dado alguna señal de vida en todo ese tiempo, pero no fue así. Lo llamé insistentemente, siempre a escondidas de mi padre, pero no contestaba su celular. Cuando telefoneaba a su casa siempre me decían lo mismo, que había salido, y yo pedía que le dijeran que me buscara, pero jamás recibí una llamada de vuelta. Ni siquiera un mensaje de texto, una carta o una nota. Nada. Hasta que no aguanté su silencio y fui a buscarlo. Carlisle, su padre, me recibió dándome la noticia de que Edward había partido a Harvard y no quería saber nada de mí.

Contuve un sollozo a duras penas y elevé el rostro para que el agua me diera directo en el rostro, evitando así el llanto. Ya había derramado la suficiente cantidad de lágrimas por él y me había prometido a mí misma no derramar ni una más. Cerré las llaves de la ducha y me cubrí con una toalla mientras salía y me secaba.

No me hacía nada bien recordar a Edward y el dolor que me había causado su inesperada partida. Aún dolía, en el fondo de mi alma, que me hubiera dejado de esa forma, sin una explicación por su repentino alejamiento.

Me vestí con una blusa negra y un traje de dos piezas, pantalón y chaqueta color azul oscuro. Peiné mi cabello en una coleta alta, después de darme por vencida a la hora de tratar de alisar un poco mis rebeldes rizos.

— ¡Adiós, Bree! —grité mientras salía del departamento, sin haber tomado nada de desayuno.

— ¡Hasta prontito, Bella! —dijo asomando la cabeza desde su cuarto, con el cabello mojado y estilando.

Bajé en el ascensor mirando la hora en mi celular, era temprano e iba a llegar con buen tiempo al trabajo si alcanzaba un taxi en unos diez minutos. Cuando llegué al primer piso, salí, saludé con un gesto al portero y salí al exterior. Hacía algo de frío, pero estaba lo suficientemente abrigada. Caminé lentamente, teniendo cuidado de no tropezar con alguna imperfección en la calle. Mis zapatos tenían tacones y a pesar de llevar usándolos cinco años aún perdía el equilibrio con facilidad.

Suspiré con pesadez mientras esperaba un taxi que no viniera lleno y me crucé de brazos. Odiaba la monotonía en la que se había convertido mi vida. Me levantaba en las mañanas, me duchaba y me iba al trabajo. Una y otra vez los días se iban pareciendo cada vez más al anterior y yo no hacía nada por cambiarlo.

Vagué mis ojos por las personas que caminaban por la acera apresuradamente. ¿Ellos le tendrían tanto miedo al mañana como yo? Me avergonzaba confesar que le tenía pánico a romper la rutina y no saber qué es lo que sucedería al día siguiente.

Cuando vivía en Forks había sido exactamente lo mismo. Sólo Edward —costaba pronunciar su nombre a veces— había logrado sacarme de mi monotonía, segura, cómoda y aburrida, pero tan desesperante que…

Me quedé en la mitad de mis cavilaciones cuando mis ojos dieron con una foto, una foto en una revista. Una fotografía que mostraba a un hombre de cabellos cobrizos y ojos verdes, vestido de manera formal y elegante. Era una foto paparazzi, pues se le veía entrando a un hospital maletín en mano. Al lado de esa foto, estaba la de una mujer rubia de ojos azules, que me era sumamente conocida.

Sin darme cuenta de lo que hacía caminé hasta el kiosco donde estaba la revista que había captado mi atención y sin pensarlo siquiera la saqué del montón de revistas apiladas en unos pequeños atriles.

Examiné la foto con ojos clínico y acaricié el rostro, el rostro de Edward, impreso en la portada.

¿Qué hacía Edward en una revista de farándula?

Busqué desesperadamente las páginas que justificaran su aparición en aquella publicación de prensa amarillista, hasta que di con la página que buscaba y mi corazón pareció quebrarse un poquito más mientras comenzaba a leer.

¡La boda del siglo!

La famosa actriz de Hollywood, Tanya Denali, que ha estado grabando hace dos meses su nueva película que se estrenará a finales de este año, ha anunciado su compromiso con un cirujano de alto renombre entre sus colegas.

Se preguntarán quién es el afortunado que llevará a la señorita Denali por segunda vez ante el altar. La respuesta es: un guapo médico de Seattle y antiguo novio de secundaria. ¿Su nombre? Edward Cullen. Un completo desconocido para la farándula, pero muy reconocido en el ambiente médico, según nuestras exhaustivas averiguaciones.

Según fuentes cercanas ambos volvieron a estar en contacto cuando la señorita Denali decidió hacerse una cirugía para aumentar su busto, y desde ese día el amor resurgió entre ambos.

Las últimas informaciones nos aseguran que el señor Cullen, le pidió ser su esposa en un conocido restaurante de la ciudad de Seattle, con champaña y una orquesta de violines, al más puro estilo romántico.

"Estoy tan contenta de haber recuperado a Edward. Él ha sido el amor de mi vida desde que era una niña" Declaró la señorita Denali que ha estado mostrando su anillo a cuanto evento social ha asistido, seguro muy feliz de haber vuelto a encontrar la felicidad, como dejó entrever con sus siguiente palabras: "Después de mi ruptura con James, no puedo estar más agradecida de haber encontrado a Edward nuevamente, nos dimos cuenta de que nos amamos y terminamos por simples confusiones adolescentes que ya no vale la pena mencionar."

Dejé de leer, sintiendo un nudo en mi garganta.

¿Simples confusiones adolescentes? ¿Yo había sido para Edward una simple confusión adolescente?

Apreté la revista entre mis manos, tratando de evitar los recuerdos pero estos vinieron a mi mente de todas formas.

Caminaba distraídamente por el borde de la carretera, saltando entre la acera y la huella del transito, chapoteando entre las pequeñas charcas que se habían hecho con la llovizna matutina.

Los audífonos cantaban canciones de Rock en mis oídos y yo seguía la letra a media voz.

Sentía un poco de frío, a pesar del sol que brillaba en lo alto del cielo. Pero eso no me preocupaba, estaba más concentrada en mis pensamientos, que rondaban en torno a una persona en especial, que en las condiciones meteorológicas.

Solté un suspiro al tiempo que golpeaba con mi pie una poza de agua salpicando en todas direcciones diminutas gotitas que me hicieron sonreír. Me habían recordado increíblemente a las gotas de rocío que había estado viendo embobadamente en un cabello cobrizo aquella misma mañana, aquel cabello que me hacía perder la razón.

Pero la sonrisa se borró de mi rostro cuando recordé que aquellas gotitas de agua no habían sido quitadas por mis torpes manos, sino que por unas manos de elegantes dedos y uñas barnizadas en tonos rosa.

Me dejé caer en la orilla de la acera, al borde de la carretera, pensando seriamente en la posibilidad de arrojarme al medio cuando apareciera algún auto. No merecía la pena seguir viviendo así, con el dolor en el pecho, justo a la altura del corazón, y las lágrimas que siempre acompañaban a esa sensación de angustia e impotencia que me recorría el cuerpo cuando lo veía a él junto a ella.

¿Era posible sentirme más celosa? Suponía que no.

Me estremecí de frío y mi nariz se heló un poco más de lo que ya estaba. En esos momentos sería genial tener otra chaqueta, quizás una de cuero. No pude evitar hacer una mueca con este pensamiento, sabía perfectamente qué chaqueta de cuero me gustaría que se posara sobre mis hombros, y mejor aún, cual sería el abrazo que acompañaría a esa chaqueta.

Contemplé mis botas de combate, de estilo militar y volví a soltar un suspiro. No eran muy cómodas, pero eran abrigadas y me habían terminado gustando más que cualquier zapato de tacón que Alice, mi mejor amiga, tratara de hacerme comprar.

No sé cuanto tiempo estuve ensimismada en mis pensamientos, cantando suavemente, pero de pronto sentí un peso sobre mis hombros y cuando levanté la vista mis ojos dieron con un par de orbes verdes que me miraban con ternura. Me quité los audífonos de un tirón, y estos golpearon contra el suelo. Seguro estarían rotos pronto, pero eso no me importó cuando oí el sonido de su voz.

—Te estaba buscando, Bella —se sentó al lado mío y pasó un brazo por mis hombros, tal y como yo sabía que haría—. Estás helada. ¿Cuánto tiempo has estado aquí?

—No lo sé, Edward —me incliné contra él, apoyando mi mejilla contra su hombro. Se sentía tan cálido y familiar—. ¿Para qué me buscabas?

—Sólo te echaba de menos y quería verte —sus dedos apartaron unos cuantos mechones rebeldes, que se habían escapado de la coleta desprolija que me había hecho, y me tapaban los ojos.

—De pronto sientes necesidad de ver a tu mejor amiga y dejar a tu novia botada, ¿no? —intenté con todas mis fuerzas que mi tono no reflejara la amargura y se viera teñido del sarcasmo normal utilizado por mí.

— ¿Qué novia? —me separó un poco de él y me miró frunciendo el ceño, pero pude atisbar una chispa de humor en el fondo de sus pupilas.

— ¿Tan rápido olvidas a la mujer que te calienta la cama? —aparté su mano de mi rostro. Me había enojado en serio su comentario. Era como si se burlara de mi dolor, aunque el mismo no lo supiera.

— ¡Vaya! ¿Por qué tan enojada? —me envolvió entre sus brazos mientras decía esas palabras. Traté de soltarme, pero era más fuerte que yo y bastó con que ejerciera un poco más de presión para dejarme soldada a su pecho y sin posibilidad de escapar—. Creí que era lo que querías, que me alejara de ella, que la olvidara.

— ¿Qué?

—Lo dijiste la otra noche, ¿No lo recuerdas? —tragué en seco. Claro que recordaba mis palabras, a pesar de estar completamente ebria aún podía recordar mis confesiones y sus besos. Lo que nunca pensé es que él fuera capaz de acordarse de aquello, sobre todo porque estaba igual o más borracho que yo.

—Yo… yo… —él me apartó y me miró con una sonrisa torcida, que hacía que mi corazón se paralizara y luego reanudara su marcha a toda velocidad.

—No estábamos tan ebrios, sólo bebimos cerveza —su mano acarició mi mejilla desde la sien hasta el mentón—. Recuerdo todo —cerré los ojos esperando que me dijera que ya no me quería ver, que ya no era su amiga y que me alejara de él—. Recuerdo tus palabras en medio de los besos. Recuerdo que me dijiste que dejara a Tanya, que me querías y que no soportabas que tuviera a una rubia tonta de novia.

—Suficiente, ya basta —me paré como pude y me quité de los hombros su chaqueta para luego lanzársela—. Entendí el mensaje, quieres que te deje en paz y no lidiar con una tonta niña enamorada.

Comencé a caminar conteniendo los sollozos, pero no las lágrimas que salían de mis ojos sin control. Apenas veía el camino por lo que me veía obligada a secar las lágrimas con la manga de mi camiseta.

— ¿A dónde crees que vas? —los brazos de Edward se ciñeron en torno a mi cintura con fuerza y sentí su mentón descansar contra mi hombro. Me agité en un sollozo y él rió suavemente aunque no había alegría en él sino frustración. Era alarmante la forma en la que lo conocía, me asustaba estar tan pendiente de él—. Nunca me dejas terminar de hablar y mírate, estás llorando y sabes que odio verte llorar.

No dije nada. Simplemente quería que me dejara seguir avanzando para perderme en mi dolor y en los recuerdos de aquella noche en la que le había confesado todo lo que sentía y él se había burlado de mí besándome y acariciándome entre promesas de amor que yo sabía que jamás podría cumplir.

—Parece que eres tú la que no quiere lidiar con un tonto enamorado —sentí sus labios rozar mi mejillas llevándose mis lágrimas—. Todo lo que te dije esa noche es verdad. Te dije que te quería, que me estaba enamorando de ti, que Tanya en comparación contigo era aburrida y sin gracia, predecible hasta el hastío. En cambio tú, siempre me sorprendes y eso me fascina. Te has metido en problemas con tu padre sólo por seguirme el juego, y tu faceta de chica rebelde es muy sexy —me sonrojé, sentía mis mejillas arder, las lágrimas seguían cayendo y mojando mi cara—. Deja de llorar, Bella, por favor.

— ¿No me estás mintiendo, verdad? —me giré lentamente, encarnándolo. Sus palabras me parecían tan irreales, tan fantásticas.

—Dios, hasta llorando eres linda —le miré ignorando sus palabras y esperando que me contestara. Él simplemente se inclinó y depositó un suave beso sobre mis labios, tan corto que apenas logré saborearlo. A pesar de la distracción de sus labios sobre los míos seguí esperando su respuesta—. Claro que no te estoy mintiendo. Creo que estoy enamorado de ti. ¿Tú lo estás?

— Sí —suspiré incapaz de negar mis sentimientos—. Creo que también lo estoy.

Lentamente me puse de puntillas y afirmándome de sus hombros alcancé sus labios. Él terminó de acortar la distancia, envolviendo mi cintura con uno de sus brazos, y sosteniendo mi rostro con su otra mano. Cuando al fin mi boca fue cubierta por la suya, un millón de mariposas volaron en mi estomago y una pequeña corriente de felicidad me recorrió el cuerpo. El roce tibio y placentero de sus labios contra los míos era la mejor sensación del mundo, y ahora que estaba completamente sobria, era capaz de saborear cada segundo de sus besos, cada aliento en mi boca, cada movimiento de sus dulces labios contra los míos.

— ¡Señorita, debe pagar esa revista! —volví a la realidad de golpe y miré al hombre que chasqueaba sus dedos enfurecido delante de mis ojos.

—Lo siento, ¿Cuánto es? —rebusqué en mi bolso hasta dar con la billetera y dejar un billete en la mano del hombre que relajó su expresión y me tendió el vuelto, el cual guardé en mi bolso distraídamente.

Cuando llegué a mi trabajo, con más de veinte minutos de retraso, estaba agradecida de que este día no tuviera que estar parada frente a un montón de adolescentes, explicándoles sobre los diversos procesos de análisis literario, pues mi mente estaba en otra parte.

No podía creer que Edward después de todo se fuera a casar con Tanya. No podía creer que él me considerara un error, una confusión adolescente. Sabía que él me había abandonado, que había preferido sus estudios de medicina, pero una parte de mí había estado siempre aferrada a la idea de que a él también le había dolido el dejarme atrás, no tanto como a mí me dolió que después de hacerme el amor me dejara tirada en Forks, sintiéndome usada por él.

—Tonta, tonta, tonta —me repetí mientras veía la fotografía del hermoso y sofisticado anillo que lucía Tanya en su dedo anular. Ese anillo ni siquiera era del estilo de Edward, seguro ella lo había elegido.

—Maldita, perra —pensé con odio. Al final, ella había ganado. Se había quedado con el amor de mi vida y encima existían miles de revistas que me lo recordarían por meses.

Tiré la revista contra la puerta y sollocé liberando al fin las lágrimas que a duras penas había contenido. Yo no conocía a Edward realmente, quizás ese tipo de anillos caros y modernos sí eran de su estilo, no como el tatuaje que nos habíamos hecho para simbolizar nuestro supuesto amor.

Enfurecida me quité el anillo de plata que siempre llevaba puesto en el dedo anular de mi mano izquierda y lo tiré contra la puerta también, dejando ante mi vista el pequeño y simple tatuaje que había sido mi karma por años.

— ¡No me haré un tatuaje, Edward! —Dije riendo contra su pecho—. ¿Te das cuenta de lo ridículo que sería?

—No es ridículo —frunció el ceño—. No es como si te estuviera pidiendo que te tatúes mi nombre en el trasero.

—Créeme, jamás lo haría, por mucho que te ame —besé su pecho, sobre la camiseta negra que llevaba, que hacía que sus músculos se marcaran y seguí riendo—. Además, ¿Qué quieres que me tatúe? ¿Un corazón con tu nombre?

—No, quiero que nos tatuemos el signo del infinito (1) en el dedo anular.

— ¿Qué? —Pregunté después de un minuto en silencio—. ¿Estás hablando en serio?

—Sé que es un poco cursi, pero tengo claro que te quiero en mi vida para siempre. Es como sellar ese compromiso y no dejarte escapar nunca.

Ante sus palabras no pude decir nada, por lo que en dos horas: el tiempo que nos llevó llegar en moto, y estando dando vueltas en Seattle buscando un lugar que pareciera lo medianamente seguro e higiénico donde hacernos el dichoso tatuaje, que causaba en mí una secreta ilusión.

Entramos a un pequeño local, que parecía ser el más higiénico y Edward se encargó de preguntar el valor y explicarle a hombre que atendía el diseño del tatuaje.

Por mi parte, me dediqué a observar el lugar. Era pequeño y las paredes estaban pintadas de color azul oscuro. En la pared izquierda, justo al lado de la entrada, había un centenar de fotografías de tatuajes hechos en el lugar. Todos eran muy lindos y se notaba que estaban bien hechos, con profesionalismo. Justo al lado derecho, detrás del mostrador donde Edward estaba charlando, había un biombo detrás del cual se oía un sonido zumbante y mecánico. Seguro estaban tatuando a alguien.

—Bella, amor —me llamó Edward—. Henry aquí —le tendí la mano al chico de unos veinte años, que había estado conversando con Edward y parecía ser el dueño del lugar. Sus brazos estaban llenos de tatuajes. Calaveras, rostros, espinas, fueron algunos de los motivos que alcancé a admirar—, nos tatuará en cuanto termine con unos piercing de los chicos de allá —me señaló a una pareja de chicos vestidos de negro.

Media hora más tarde, mi dedo estaba desinfectado. Edward estaba sosteniendo mi mano derecha con la suya. Él ya tenía el tatuaje hecho y su dedo se veía algo rojizo, pero el signo del infinito estaba claro en el interior de su dedo.

— ¿Me dolerá mucho? —Me mordí el labio inferior—. Le tengo pánico a las agujas, Edward.

—Tranquila, Bella —suspiró y me dio un beso en la frente—, ¿Dónde está mi chica mala?

—Uf, haciendo una locura de la que no puede escapar.

Cuando la aguja tocó mi piel por primera vez, sentí como mi carne era raspada poco a poco y siseé por el dolor. No era gran cosa, pero ardía un poco. Aun así, todo terminó muy rápido, pues era un dibujo simple.

Edward pagó a Henry y ambos nos despedimos con un gesto, después de recibir las instrucciones sobre el cuidado que teníamos que tener para que no se infectara.

Una vez fuera del local, Edward no tardó en apresarme contra su cuerpo, con un poco más de ímpetu del adecuado estando en publico.

—Ahora siempre tendrás un recordatorio de mí —ronroneó en mi oído.

Besó mis dedos y después se inclinó para besarme en la boca.

—Tú siempre estás en mis pensamientos. No necesito recordatorios —le murmuré antes de que sus labios chocaran contra los míos.

Tres toques en mi puerta me hicieron volver al presente.

No quería recibir a nadie en este momento, por lo que bajé la vista fijándola en mis manos, lo cual fue una mala idea. Ver aquel tatuaje no me hacía bien, por eso siempre lo cubría con aquel anillo que ahora estaba tirado en el piso lejos de mí.

Ver ese tatuaje era una tortura…

Tres nuevos golpes me hicieron levantar la vista.

—Adelante —dije con voz contenida.

— ¿Bella, estás bien? —mi secretaria se asomó por la puerta y vio la revista y mi anillo en el suelo, por lo que se inclinó para recoger todo—. Creo que se cayó esto.

—Estoy bien, gracias —vi como dejaba la revista en mi escritorio—. Gracias nuevamente, estoy un poco descuidada hoy.

— ¿Necesitas algo? —me sequé las lágrimas al notar su inspección.

—No, nada. Solo me duele un poco la cabeza, y quiero terminar pronto mi jornada e ir a descansar.

—De acuerdo, si viene algún alumno le diré que no estás disponible, o en una reunión. ¿Te parece bien?

—Sí, sería maravilloso —le dediqué una sonrisa y ella se retiró.

Jamás me había sentido más contenta de poder salir de mi trabajo. No había hecho casi nada, sólo me dediqué a revisar unos cuantos trabajos pero sin prestar demasiada atención, mis ojos se desviaban constantemente hacia la revista sobre mi escritorio.

Casi corrí hasta la salida cuando fue la hora del almuerzo. Tomé un taxi, le indiqué la dirección del local de Bree al chofer y esperé los quince minutos de viaje aguantando las ganas de lanzarme a llorar como una niña pequeña.

Cuando vi el cartel del "Sin City Tattoo" (2), el local de tatuajes de Bree, me sentí algo más tranquila y entré presurosamente. Fotografías de un centenar de tatuajes de diferentes diseños y tañamos me dieron la bienvenida.

Bree era una tatuadora realmente buena. Una artista, según muchos de sus clientes y la verdad es que no podía negarlo. Tenía talento con la aguja y las tintas en la piel.

— ¡Bree! —grité entrando—. ¡Dime que estás desocupada, por favor!

— ¿Bells? —Su voz se oyó desde el fondo y de pronto la vi aparecer corriendo, aunque se detuvo a medio camino con las cejas casi juntas—. ¿Estás bien?

—Se va a casar —escupí cada palabra sin poder contener más los sollozos y mis ojos derramaron las lágrimas que ya no podía aguantar ni un minuto más—. ¡Se va a casar con la maldita de Tanya!

— ¿Quién? No entiendo, amiga —sus abrazos me rodearon y recargué mi cabeza contra su hombro, sollozando—. Suéltalo, vamos.

—Edward Cullen —me separé y rebusqué en mi bolso hasta que di con la revista. Se la tendí—. El muy mal nacido le regaló un anillo de diamantes y todo, ¿Y qué tengo yo de él? ¡Un maldito tatuaje que me recuerda que me prometió hasta las estrellas y luego se fue!

La furia y la pena se mezclaban en mi corazón y ya no tenía idea si estaba llorando porque había perdido a Edward definitivamente o porque se casaría con Tanya, la mujer que más había odiado en mi juventud.

Bree me apretó un poco más fuerte, con sus delgados brazos adornados con algunos artísticos tatuajes, tratando en vano de calmar mi tristeza.

—Yo te borro ese tatuaje, o te hago otro encima, lo transformo completamente, pero deja de llorar, por favor —acarició mis cabellos tratando de tranquilizarme—. Se te correrá todo el maquillaje y me veré obligada a maquillarte yo, con mis sombras negras y labial rojo sangre —sonreí un poco en medio del llanto.

— ¡No, gracias! Ya me maquillo yo solita —me limpié el rímel que seguro manchaba mis mejillas—. Ya he tenido experiencias con tu forma de maquillar.

Nos reímos, aunque de mis ojos seguían saliendo lágrimas sin control. Estuvimos unos segundos en silencio. Bree examinaba la portada de la revista meditabundamente.

— ¡Se me ha ocurrido una idea! ¿Qué tal si averiguo su dirección, lo secuestro, lo amarro y lo amordazo y le tatúo en su pene tu nombre? ¡Le dolerá como si estuviera en el infierno! Podría filmar cada segundo para ti —murmuró refinando su plan—. Y cada vez que tenga una erección, se acordará de ti.

— ¿Harías eso por mí? —comencé a reírme con sus ocurrencias.

— ¡Claro! ¡Eres mi mejor amiga y nadie hace llorar a mi mejor amiga! —al ver que estaba medio riendo medio llorando, me llevó hasta las sillas negras de un costado y nos sentamos. Ya no tenía que consolarme tan arduamente.

— ¿Ya estás más calmada? —asentí. Me sonrió y comenzó hojear la revista, mirando las páginas con un gesto extraño en la boca—. No hay fotos de ellos dos juntos.

—Eso no me dice nada —me tapé la cara con las manos—. Se casará, tendrán hermosos hijos de ojos verdes y cabello rubio, serán felices por siempre y yo siempre seré la idiota que sólo lo confundió en su adolescencia, maldita sea —me enfurecí de pronto—. Maldita sea esa perra, maldito sea él.

—Ve a hablar con él —me aconsejó—. Mira, hay una foto del hospital donde trabaja —me señaló la fotografía con su dedo índice—. Ve habla con él, grítale, golpéalo, dile que es un asno, idiota, patán y cabrón y que no quieres verlo más en tu vida.

— ¿Después de diez años? ¡Va a creer que estoy loca! —dije desanimada, al tiempo que se escuchaba la campanilla que anunciaba un nuevo cliente. Bajé la voz hasta convertirla en un susurro en la siguiente frase. No necesitaba que algún desconocido supiera mis intimidades—. De hecho, estoy loca por seguir pensando en él y soñando con él y queriéndolo de esa manera tan…

—O tal vez no tengas que ir hasta donde trabaja —me interrumpió mi mejor amiga de pronto.

— ¿De qué estás hablando? —levanté la vista y vi que sus ojos estaban fijos en la puerta, iba a darme la vuelta para mirar cuando una voz cantarina y una risa frustrada y seca llenaron mis oídos.

Oh, no.

Esto no podía estar pasándome a mí.

No.

Dios no podía odiarme tanto.

—No puedes apostar contra mí, Edward —esa era la voz de Alice, mi ex mejor amiga, perfectamente clara.

—Lo sé, por eso estoy aquí. Cumpliré la maldita apuesta, enana —esa risa otra vez. No la risa de felicidad, sino la que utilizaba cuando estaba frustrado.

—Edward —musité. Tragué en seco, sin atreverme a mover un solo músculo.


(1) Signo del infinito: Lo pasan en Matemáticas (Y te torturan con eso en los conjuntos). Es como un ocho acostado. En el fics traté de darle el significado de eternidad.

(2) Nombre de la primera tienda de tatuajes de Katerine Von Drachenberg, me gustó el nombre y lo tomé para el Fics. (Me encanta esa mujer, adoraría que me hiciera un tatuaje)


Eso es todo. Espero sinceramente que les guste el fics y hayan disfrutado de la lectura.

¿Review's?