Bueno, aquí me tenéis, llena de ilusión y fantasía, con un nuevo homenaje al mundo maravilloso que creó J. K. Rowling. Este relato pretende narrar los sucesos acaecidos nueve años después de la muerte de Voldemort, y cómo no, Harry y Ginny van a ser sus protagonistas principales, aunque si lo seguís hasta el final os reencontraréis con viejos conocidos, y también conoceréis a algunos nuevos, jeje. He pretendido ser lo más fiel posible al universo de Rowling, aunque no sé si al leerlo sentiréis que lo estoy consiguiendo. Eso sí, os prometo intriga, acción y aventura a raudales. Y cómo no... mucho amor.

El fic lo dedico al Cirze, mi amiga del alma, mi fan incondicional (tanto si lo merezco como si no), y en este caso también mi inspiración, porque parte de la trama, sobre todo la relacionada con los "malos" la he desarrollado gracias a sus insuperables ideas. También a snitch-bcn (Lía), quien conocía el proyecto y me ha dado sus magníficas opiniones, prometiéndome acompañarme hasta el final (por cierto, la escena de Harry y Teddy es expresamente para ti, a ver cuándo te decides a publicar tu genial relato). A Jor, mi gran amiga, mi cielo, para animarla a que nos regale millones y millones de capítulos de sus fics maravillosos, asegurándole que siempre la acompañaré en su camino como escritora y como amiga. Y a Hikariuzumakipotter, Krisy Weasley y YaniitaPotter, quienes siempre están a mi lado y me animan con sus súper interesantes relatos, mensajes privados y sus reviews, estos últimos que tantísimo agradezco. Y cómo no, a todos los que estáis leyendo esto, por darme una nueva oportunidad de intentar contagiaros la felicidad que siento con mis locuras literarias.

Por favor, dejadme vuestras opiniones, son importantísimas para mí.

Capítulo 1: Tiempos sombríos.

Kingsley Shacklebolt apareció tranquilamente ante las reverentes miradas de los dos aurores. El Jefe del Cuartel General de Aurores los había dejado de guardia ante lo poco que quedaba de la pequeña casa, que había ardido hasta los cimientos en medio del bosque. Precisamente estaban esperándole. El Ministro de Magia los saludó con una amable sonrisa mientras miraba de reojo la escalofriante escena del crimen, preso de una ansiedad casi incontrolable por sentirse de nuevo dentro de la acción. Sin embargo, mantuvo la compostura digna de su insigne cargo a la espera de que ambos hombres le indicasen hacia dónde proseguir. Pero eso sí, en aquel momento sintió una envidia monumental de su joven amigo y protegido en otros tiempos, siempre en primera fila allí donde hubiese algo turbio que investigar, algo por lo que luchar… allí donde hubiese emociones fuertes, se confesó a sí mismo sonriendo disimuladamente. No pudo evitar sentirse joven de nuevo.

- Continúe hacia la izquierda. Encontrará al Jefe a unos doscientos metros en línea recta. No tiene pérdida: cuando empiece a ver señales de otro incendio devastador, ha llegado. Él le está esperando allí – le indicó uno de los aurores amablemente.

Él asintió, agradeciéndoles su ayuda, y se encaminó sin dilación al encuentro del otro peso pesado del Ministerio de Magia, quien tan discretamente había solicitado su presencia allí. Le había indicado que no llevase la escolta que le había sido asignado por el Wicengamot, a pesar de que esta formaba parte de sus propios hombres, saltándose todas las normas básicas de protocolo y seguridad, pero él no había hecho preguntas. Al fin y al cabo, él mismo había sido Jefe del Cuartel General de Aurores durante mucho tiempo y por otro lado, iba a estar protegido por toda una leyenda. Sonrió sin poder evitarlo, más excitado e intrigado por momentos.

Anduvo deprisa, casi corrió, sintiendo que el paso de los años y la vida acomodaticia que llevaba desde hace demasiado tiempo le estaban pasando factura: notó que le faltaba el resuello, pero no le importó en absoluto. Pronto el verde exuberante de la baja vegetación comenzó a tornarse de un marrón apagado e inmediatamente después las primeras señales de matorral bajo calcinado y troncos de árboles chamuscados le indicaron que estaba llegando al final de su camino. Tan sólo unos pasos más y la muerte y la ceniza se convirtieron en su única compañía.

Por fin se detuvo, mirando a su alrededor, desolado, a sabiendas de que el Jefe no debía hallarse lejos. Toda aquella destrucción le encogió el alma de tristeza: donde hacía tan sólo unas horas casi no llegaba el sol debido a la recia y exuberante vida de árboles milenarios, cargados de magia y leyenda, ahora tan sólo reinaba la ceniza como dueña indiscutible de un suelo yermo y baldío. Ni siquiera podían apreciarse restos de árboles a medio quemar, tampoco piedras ennegrecidas, ni tocones humeantes… Simplemente no había quedado nada. Sin duda el fuego que lo había arrasado todo se hubo generado a través de la magia. El silencio era abrumador.

De pronto sintió cómo una mano presionaba su hombro izquierdo y dio un respingo, tanta soledad le había creado cierta paranoia. Se giró raudo, desempolvando sus instintos combativos de auror, de perro viejo, como decía de forma tan acertada el Primer Ministro muggle, para toparse de frente con una sonrisa amable pero preocupada.

- No te he oído llegar- dijo, sonriéndole también, de forma suspicaz.

Sus palabras causaron orgullo en el otro, quien lo observó aparentemente divertido.

- No olvides que he aprendido del mejor – respondió con sinceridad.

Los dos hombres se abrazaron con fuerza, lejos de miradas reprobadoras, de protocolos y zarandajas. En ese sentido ambos eran iguales, valerosos, arrojados, decididos… pero sencillos, y su cariño venía de muy lejos ya.

- Harry, chiquillo… - Kingsley no pudo evitar sentirse emocionado. El otro le palmeó la espalda de forma cariñosa – Los puñeteros guardaespaldas que me has proporcionado no se despegan de mí ni por un momento, y ese chinche de secretario, Sikes, no me permite salirme del protocolo ni siquiera un segundo. ¿Crees que incluso no puedo ir a hacerte una visita a tu despacho si no está programada en la agenda del día? - Se lamentó. Harry amplió su sonrisa, jovial - Te echo de menos, eres con diferencia quien mejor me conoce, mi alumno prodigio, mi amigo… Al final los mandaré a todos a tomar viento, ya verás – continuó rezongando, decidido.

- Aguanta un poco, Kingsley, no corren buenos tiempos. Creo que el Wizengamot hizo bien asignándote escolta y programando tus comparecencias, y me siento más tranquilo sabiendo que estás protegido. Pero sabes bien que no fui yo quien eligió a tus guardaespaldas. A pesar de formar parte de mis hombres, no son de mi entera confianza. Por eso te he pedido que vengas solo hoy aquí. Lo que no puedo imaginar es cómo has conseguido burlar su compañía para poder escaparte, aunque jamás dudé que lo conseguirías.

- No pienso revelarte los pocos trucos que me quedan, joven Potter. Eres extraordinario, aprendiste de mí todo lo que pude enseñarte y mucho más, absorbiste mis enseñanzas como una esponja y finalmente te quedaste con mi puesto; no querrás también desnudar mi alma – se mostró falsamente ofendido.

- Lo dices como si yo te hubiese robado – se burló adoptando una pose sarcástica e incrédula, pero extremadamente afable – Tú estabas destinado para ser Ministro de Magia, y lo sabes, antes o después tenía que pasar. Y recuerdo perfectamente cómo has luchado para que yo te sustituya al frente del Cuartel General de Aurores. Has peleado contra la inmensa mayoría del Wizengamot para conseguirlo, quienes reconocían mi valía pero argumentaban mi cortísima edad y mi poca experiencia como gran peso en mi contra. No me vengas ahora con ofensas, que a mí no me la das.

- Si lo he hecho ha sido porque no puedo imaginar a nadie con más agallas y aptitudes que tú para velar por la seguridad de todos los magos, muchacho. ¿Tengo que recordarte porqué?

Harry negó tristemente con la cabeza.

- Bueno, Jefe, ¿por qué me has hecho venir con tanto secretismo? ¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa, Harry? – la seriedad se adueñó de sus palabras.

- No te he pedido que vinieras por los sucesos en sí, sino porque el chivatazo de lo ocurrido me llegó a través de alguien del Ministerio. – Kingsley no pudo disimular la sorpresa - Podrían haber pasado años antes de que nadie se enterase de lo que ha sucedido hoy aquí. Como ves, el fuego ha sido muy localizado, tan sólo ha chamuscado ambas escenas de los crímenes y nada más, y el bosque profundo lo sigue rodeando todo a su alrededor. Pero alguien lo sabía ya, y estoy seguro de que ese alguien tiene acceso al Ministerio por la forma en que me ha llegado la nota anónima alertándome de todo esto. Lo que no me cuadra es que esa misma nota incluye un aviso contra una persona que tú y yo tenemos en el centro de la sospecha desde hace mucho tiempo.

Al escucharle, su antiguo jefe escrutó su mirada aún más sorprendido, ahora totalmente interesado en sus palabras.

- ¿Me estás hablando de… él? – preguntó, a sabiendas de que el otro le entendería a la perfección.

- ¿De quién si no?

- Lo sé, pero… también soy consciente de que cada vez que él sale a relucir ante ti en cualquier asunto o conversación, tú sufres.

El joven asintió.

- Tan sólo tú y un puñado de personas más me conocéis tan bien como para saber cuanta amargura me queda en el corazón todavía por la muerte de Sirius. Y que ahora él le haga esto a través de mí… Siento que su traición no tiene límites. Sé que no es trigo limpio, por eso me extraña que sus enemigos sean también los nuestros.

- Ay… muchacho… ¿Por qué siempre has de ser tú quien cargue a cuestas con tanta responsabilidad? – se lamentó con tristeza.

- No lo sé – Harry negó con la cabeza – Hace años que me lo pregunto, pero tan sólo sé que esa responsabilidad es mía y que no la puedo ni la debo delegar. Lo siento así.

Ambos permanecieron en silencio durante unos segundos.

- He decidido que voy a hacerlo, Kingsley. Te he hecho venir aquí porque quiero tu aprobación, la necesito.

- Lo suponía – afirmó el otro sencillamente, después de haberse tomado su tiempo para responder – Y sé que es una idea tan descabellada como inteligente. Pienso que estás loco, pero que tu locura es brillante.

Kingsley miró al suelo por unos momentos, intentando deshacerse de la soledad que el bosque arrasado transmitía a su corazón, pero al hacerlo se encontró con la grisácea y omnipresente ceniza, lo que aún le hizo sentir peor. De forma inesperada, pateó el suelo con rabia y levantó la mirada para encararla de nuevo con la de Harry, quien aún lo observaba, aguardando con paciencia.

- Hazlo. Yo te apoyaré hasta el final. Esto no puede repetirse – afirmó, rotundo, refiriéndose a los crímenes perpetrados en aquel lugar - Y presiento que lo peor está todavía por llegar. Quiero ver con mis propios ojos lo que ha sucedido.

- También para eso te he traído aquí. Hallarás ciertos indicios muy reveladores. Acompáñame.

Los dos hombres caminaron con paso firme hacia el centro de la devastación.

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Hermione corría sin prestar la más mínima atención a los magos y brujas que se cruzaban en su camino hacia la heladería Florean Fortescue. Esta ahora la regentaba el hijo mayor del propietario original después de la triste desaparición de su padre durante la Segunda Guerra. Llegaba tarde, pero su trabajo en el Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, en el Ministerio de Magia, la había mantenido aquel día tan ocupada que cuando se dio cuenta por la tarde de la hora que era, ya hacía mucho tiempo que estaba haciendo esperar a Ginny. Después de lo que le había contado Ron a través de una lechuza mensajera, sabía perfectamente que la pelirroja estaría poseída por los demonios, así que corrió y corrió sin importarle quién se tuviese que apartar de su camino a la desesperada, para que su mejor amiga no la tomase con ella. Estaba llegando a la heladería cuando ya pudo entrever a la novia más popular del mundo mágico, sentada en la terracita del local con aire de pocos amigos. Ginny la vio también y su semblante aún se endureció más. Cuando Hermione se sentó a su lado con la respiración entrecortada por la carrera, la otra no dijo nada, se limitó a mirarla con enfado.

- Lo siento, Ginny. No imaginas cuánto trabajo estoy teniendo esta semana. El Ministerio de Magia hierve de actividad últimamente – le mostró una sonrisa nerviosa y acelerada.

- Ya lo he notado – su voz sonó sarcástica al responder – Bueno, al menos tú has venido, no como otros.

- ¿Harry no te ha enviado una lechuza para avisarte de que al final no podría venir? – Se extrañó la castaña – Ron sí que me la ha mandado a mí. Hace poco que he leído el mensaje.

- Sí que me ha enviado una nota, otra de tantas. La verdad es que en el fondo ya me lo esperaba – respondió con resentimiento.

Hermione suspiró, comprensiva. También ella estaba disfrutando bien poco últimamente de la compañía de su novio. Desde que Harry se había convertido en el Jefe del Cuartel General de Aurores y había elegido a Ron como su mano derecha, ambos pasaban casi todo su tiempo en el Ministerio, o en misiones cada vez más lejanas y arriesgadas, y entonces transcurrían días enteros sin dejarse ver. Tampoco a ella le hacía demasiado feliz la situación.

- Bueno, por lo menos han tenido el detalle de avisarnos – trató de bromear, pero tan sólo consiguió que Ginny se enfureciese más todavía.

- Estoy harta, Hermione, muy harta. Tan sólo faltan dos meses para que Harry y yo nos casemos. Sabes perfectamente la repercusión mediática que está teniendo esta boda, desde mucho antes de producirse: El Profeta nos acosa, no sé cómo se ha montado un enlace con cientos de invitados a la mayoría de los cuales no conozco ni espero conocer nunca, la ceremonia va a ser a lo grande, fastuosa, carísima… Todo el mundo quiere felicitar a Harry Potter, todo el mundo quiere asistir a su matrimonio para después poder afirmar que estuvo allí y jactarse de ello… Y como el gran protagonista se muestra inaccesible, soy yo, la tonta de su prometida, quien se ha visto obligada a encargarse de organizarlo todo y de contentarlos a todos. Y ya no puedo más, Herms, todo esto me supera… Y para colmo, él me ha abandonado cuando más lo necesito… - suspiró hondamente, agotada.

- La verdad es que el ascenso de Harry se ha producido en mal momento para vosotros.

- Ambos sabíamos que llegaría y no nos ha tomado por sorpresa. Yo le apoyé en todo momento, estaba segura de que conseguirlo era lo mejor para él, para mí… para todos. Pero entonces no imaginé de qué forma me afectaría a mí todo esto, y tampoco pude imaginar que él desaparecería de mi lado de la noche a la mañana de este modo…

- Él no ha desaparecido, Ginny, sigue apoyándote, amándote… más que nunca, si cabe – le reprochó su amiga.

- Ya… pero yo también necesito como nunca que me lo demuestre. No sé si voy a poder seguir con esto sola.

Hermione la miró con la alarma reflejando en el semblante. El rostro de su amiga, el tono de voz que esta había empleado, le hicieron pensar por un momento que se estaba planteando cometer alguna locura. Rápidamente la tomó de la mano y fijó sus ojos en los de ella, intentando dar un tono lógico y contundente a sus palabras.

- ¿Por qué no hablas con él de todo esto, Ginny? ¿Por qué no se lo cuentas?

- ¿Cuándo? – bufó la otra - ¡Nunca tiene tiempo para mí! ¡Últimamente nuestros besos son casi robados! ¡Lo veo menos a él que a mi hermano Charlie, que vive tan lejos de aquí!

- Sí… la verdad es que a mí me pasa lo mismo con Ron, pero al menos yo no estoy organizando sola la boda del siglo – le apretó el brazo de forma impetuosa - Esta noche cenaremos con ellos en La Madriguera. Como amiga, te aconsejo que después de cenar lo cojas de la oreja, te lo lleves a solas y le dejes bien claro qué es lo que sucede, cómo te sientes, y sobre todo dile que le necesitas. Estoy segura de que él tampoco lo está pasando bien con esta situación y de que también necesita tu apoyo. Y ahora vamos a dar buena cuenta de una gran copa de helado con caramelo y olvidemos por un rato a ese par de insensibles.

Ginny sonrió por fin, asintiendo, y las dos amigas desviaron la conversación hacia otros derroteros muchos más agradables, tales como la próxima prueba del vestido de novia y del vestido especial de la primera dama de honor que, cómo no, iba a ser la misma Hermione.

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El olor a carne chamuscada los golpeó con fuerza nada más se hubieron acercado al centro del claro. Harry continuó caminando con determinación, pero Kingsley se vio obligado a detenerse hasta haber conseguido extraer un pañuelo de uno de los bolsillos de su chaqueta y colocárselo en la boca a modo de mascarilla. El edor era insoportable y él mantuvo la cabeza agachada para intentar no marearse al inhalarlo. Segundos después, el Ministro de Magia alcanzó a su compañero y fue entonces cuando se permitió distraer sus sentidos hacia algo que no fuese el aroma nauseabundo que reinaba a su alrededor, pero no tuvo tiempo de arrepentirse: fuertes arcadas atravesaron su estómago rápidamente y en un visto y no visto el hombre hubo vomitado lo poco que llevaba en el estómago. La escena que se mostró ante ellos era macabra. Los ardientes rayos del moribundo sol crepuscular se cebaban en un amasijo de carne y huesos carbonizados, aún suspendido de una inmensa cruz de madera, que se empeñaba en insuflarle una vida cruelmente segada hacía ya varias horas. Desde lo más alto, un cráneo todavía humeante les sonrería con insistencia.

- No soy capaz de entender cómo no te afecta – sentenció Kingsley, observando a Harry, quien no despegaba la vista de la cruz a medio quemar.

- Yo llevo bastante tiempo en este lugar. He vomitado nada más verlo la primera vez, al igual que tú.

- Merlín todopoderoso… ¿Qué ha pasado aquí?

- Ese cuerpo pertenece a Mareil Bagshot.

- Ese nombre… ¿Ella era maga? – se sorprendió el otro.

- Lo era. Casada con un muggle. Con dos hijos muggles. Su marido y sus hijos han sido asesinados dentro de la casa ante la que has aparecido, aparentemente debido a la maldición Cruciatus. La casa ha ardido después sin que el fuego haya tocada los cadáveres – le explicó – En cambio ella ha sido quemada en una hoguera muggle, rodeada de un fuego mágico que no ha llegado a tocarla. ¿Qué conclusiones extraes de todo esto?

- Una maga que se casa con un muggle y muere de forma muggle, y un muggle que se casa con una maga y muere de forma mágica… El amor los ha matado.

- Joder, Kingsley, menudo humor nos traemos hoy. Lo has explicado de un modo bastante cínico, pero eso es exactamente lo que ha sucedido. Quien ha cometido esta atrocidad pretendía dar a entender que el castigo merecido por un mago que se casa con un muggle es una muerte muggle. El caso es el contrario para un muggle que se casa con un mago. Y así se lo ha hecho pagar a ambos. Los hijos eran la triste consecuencia de ese pecado, no podía dejarlos vivir.

- ¿Sangre pura? – preguntó, sin más.

- Sangre pura. Mortífagos, sin duda. Pero jamás se habían ensañado en una muerte con tanta crueldad como lo han hecho con estas cuatro, sobre todo con la de ella. Eso me lleva a pensar que alguien nuevo está al frente de la maldita organización. Pero aún no lo has visto todo.

Hizo que el otro caminase con él rodeando la cruz, hasta la parte trasera de la misma, y le indicó con la mano que fijase su vista en ella. El hombre tuvo que acercarse con asco para poder leer el mensaje ennegrecido que la surcaba en su poste más largo: "La muerte es sólo el principio". Kingsley exhaló aire debido a la impresión.

- ¿Voldemort?

- Eso pretenden hacernos creer para que, si la crueldad de los asesinatos no nos ha impresionado lo suficiente, el mensaje sí lo haga. Pero tú y yo sabemos perfectamente que Voldemort ha desaparecido para siempre. No puede existir un cuerpo sin alma, y su alma fue destruida. Por eso creo que es un viejo conocido con cara nueva.

- Pero, ¿quién? – se extrañó el otro.

- Ese es el siguiente paso: averiguar quién narices se ha metido de lleno en esta cruzada de nuevo. Por cierto, y hablando de averiguaciones. Ron se está encargando de indagar en el pasado del tipo ese: quiero saber qué hay de verdad en todo lo que me ha contado. Sospecho que su vida es más falsa que la mentira que casi consiguió colarme para intentar ganarse mi amistad. Me he propuesto demostrar que está manipulando al Wicengamot para intentar arrebatarte el Ministerio y sé que lo conseguiré. Pero mientras tanto, te ruego que te cuides de él: mantente alejado al máximo de todo lo relacionado con él y con su círculo de amistades. Y no se te ocurra seguirle el juego.

- ¿Tan peligroso crees que puede llegar a ser?

- Si estuviese de acuerdo con tus ideas y tu forma de gobernar, ¿crees que intentaría arrebatarte el puesto?

- Seguramente, no – tuvo que reconocer.

- Pues tan sólo por eso ya tenemos suficientes motivos para estar alerta. Y sigo pensando que el percance que sufriste la semana pasada puede ser muchas cosas, pero no un accidente, por mucho que lo parezca. Hazme caso y cuídate.

Kingsley lo miró fijamente de forma pensativa.

- ¿Y qué vamos a hacer ahora?

- Por supuesto, alertar al Wizengamot. Y el resto es decisión tuya. Aunque yo te aconsejo que ordenes mantener este asunto en secreto. No podemos alertar a la comunidad mágica sin ser capaces de dar explicaciones, cundiría el pánico. Y aún no podemos darlas porque todavía no las tenemos.

- Estoy totalmente de acuerdo contigo. Vámonos de aquí. Ya he tenido suficiente por hoy.

Los dos se apresuraron a abandonar el lugar.

&&&&&&&

Cuando Harry y Ron aparecieron saliendo de la chimenea, su cara era toda una oda a la preocupación y al cansancio: no podían mostrarse más serios y agotados. Ya los Sres. Weasley, George, Angelina, Hermione y Ginny los estaban esperando sentados a la mesa para comenzar a cenar en cuanto ellos llegasen. Nada más verlos, Molly se levantó de su silla para ir a darles un cálido abrazo y un beso en la mejilla, al que ellos correspondieron con una sonrisa.

- Buenas noches a todos. Sentimos haberos hecho esperar – se disculpó Harry.

- Tranquilo, ya estamos acostumbrados a que llegues tarde… o nunca – respondió Ginny secamente.

Él la miró, dolido, no sólo por el ataque de ella y su incomprensión, sino porque sentía que la chica tenía gran parte de razón, y que él no podía evitar lo que estaba sucediendo.

- No os preocupéis, hijos, sabemos perfectamente lo ocupados que estáis – se apresuró a asegurar el Sr. Weasley amablemente, sonriendo con mal disimulado orgullo de padre.

Harry sonrió también, agradecido, e inmediatamente después se acercó a Ginny para inclinarse sobre ella y darle un dulce beso en los labios.

- Te he echado de menos, preciosa – le susurró al oído – Siento no haber podido reunirme con vosotras esta tarde.

- Otra vez – recalcó ella, sin bajar la guardia.

- Otra vez – asintió él, apenado.

A pesar de sentirse enfadada con él, Ginny no pudo evitar devolverle el beso con ternura, la mirada perdida en sus profundos ojos verdes. Pero pronto toda su frustración volvió a abalanzarse sin piedad sobre su maltrecho ánimo.

Ron también besó a Hermione y en cuanto los dos chicos se hubieron lavado las manos, todos comenzaron a cenar.

- En el Ministerio no hacen otra cosa que palmearme la espalda para felicitarme por el ascenso de mi flamante próximo yerno – Arthur comenzó la conversación con una amplia sonrisa.

Harry sonrió con cansancio, pero no dijo nada.

- Pues a mí, los demás aurores me observan de reojo y cuchichean a mis espaldas cuando creen que yo no puedo darme cuenta – se quejó Ron – Eso de ser el cuñado del gran Jefe ha creado ciertas suspicacias con respecto al motivo por el que yo me he convertido en su mano derecha.

- Tonterías, Ron – Harry tomó parte en la conversación – Ya sabías que esto iba a pasar. Hay gente que no es capaz de aceptar la valía aunque se la pongan ante las narices, a no ser que sea la suya propia. Si antes tú y yo formábamos uno de los mejores equipos del Cuartel General, no entiendo porqué ahora no podamos seguirlo siendo.

- Ya, pero las cosas…

- Las cosas serán como tú quieras que sean, Ron. Te necesito a mi lado porque eres el mejor, esa es la única verdad para mí – el moreno fijó su mirada en su mejor amigo con decisión.

- Harry tiene razón – opinó Hermione – Además, si la envidia fuera spattergroit, algunos en el Ministerio tendrían un gran problema.

Todos rieron, divertidos.

- ¿Y qué tal el día por aquí? – se interesó Harry.

- Tu mujercita ha estado muy atareada abriendo regalos de boda – dijo George en tono burlón, a lo que su hermana lo taladró con la mirada, pero él no hizo caso alguno y continuó – No veas cómo están todas: que si cómo será el vestido, que si qué pelo me haré, que si esto, que si lo otro… Quién fuera ellas.

- Cállate – le ordenó Ginny de forma tajante.

- No me gusta el cariz que está tomando este asunto – intervino Harry - Ginny y yo deseábamos una boda sencilla, familiar, pero el Ministerio no hace más que presionar para que sea todo un baño de multitudes. No me siento cómodo – confesó con seriedad.

- ¡No puedo creerlo! – le respondió la pelirroja de forma exaltada - ¡Pues dímelo a mí!

- ¿Qué pasa, Gin? – quiso saber él, comenzando a estar más que harto de sus provocaciones.

- Hija… - trató de intervenir Molly intentando que Ginny no dijese nada de lo que luego tuviese que arrepentirse. Conocía a la perfección a su hija y su fuerte carácter.

- Pasa que estoy hasta las narices de esta puñetera boda que a todos os hace tanta ilusión– se adelantó Ginny, sin que su madre pudiese evitarlo.

Harry palideció al escucharla.

- ¿Qué pretendes decir con eso? – la encaró, levantándose de la silla con deliberada lentitud, sin dejar de observarla.

- Nada más que lo que he dicho – respondió ella secamente. Se sentía demasiado cansada, frustrada y furiosa como para intentar suavizar sus palabras. – Tú eres la gran estrella de esta boda, el señor importante, por quien se está montando todo este tinglado, pero en cambio te has desentendido de él, obligándome a mí incluso a abandonar mi trabajo para poder preparar tu gran día como mereces. Y encima no te sientes cómodo.

En los ojos de su novio se reflejaron la sorpresa y la indignación.

- Tú me dijiste que abandonar durante un tiempo tu trabajo de corresponsal deportivo para El Profeta había sido una decisión propia – argumentó este, comenzando a enfadarse.

- ¿Y qué iba a decirte?

- ¿La verdad, quizá? – dijo él, alterado.

- ¡Sí, claro que fue una decisión propia! ¿Pero por qué crees que fue motivada? ¡Me sentía agobiada hasta la saciedad! – le reprochó, ahora gritando.

- Ginny, por favor… – trató de tranquilizarla su padre.

- No, papá, que el señor importante y súper ocupado sepa que los demás también hacemos sacrificios. Para que luego nos vaya abandonando siempre que tiene oportunidad de hacerlo.

Si su intención había sido herirlo, lo consiguió con creces.

- ¿Abandonarte? ¿Crees que si últimamente casi no te veo es porque no lo deseo con locura? ¿Crees que no me estoy volviendo loco por no poder darte todo lo que mereces? ¿Por no poder tratarte como a una reina? ¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un sacrificio? – respondió Harry con despecho - ¡Tranquila, ya no vas a preocuparte más por esta puñetera boda, porque no se va a celebrar! ¡Bastantes responsabilidades tengo ya como para tener que cargar a la espalda también con la culpa de que tú te tengas que sacrificar por mí!

Lanzó la silla hacia atrás con ímpetu y caminó a zancadas hacia la entrada de La Madriguera.

- ¡Harry! – gritó Hermione - ¡Detente, Harry! ¡Por favor!

- ¡Hijo, espera! – gritó también Molly, angustiada.

Pero el chico abrió la puerta con fuerza y salió como un tornado, dando un gran portazo tras él. Cuando los demás consiguieron salir también, ya él había desaparecido. Seguramente se había transportado muy lejos de allí.

Todos quedaron en silencio con el corazón hecho un nudo. De pronto Ginny estalló en llanto y se marchó corriendo hacia su habitación. Hermione y Angelina la siguieron.

- Yo tan sólo bromeaba – dijo George por fin, afligido.

- Tranquilo, hijo, todo esto no ha sido culpa tuya. Harry y tu hermana están atravesando una etapa muy complicada en sus vidas – se lamentó – Los dos tienen mucho carácter y en esta ocasión no han podido evitar enfrentarse. Sólo espero que sean capaces de recapacitar – palmeó suavemente el hombro de su hijo y regresó a la casa con aires de derrota. Molly se abrazó a él y comenzó a llorar también.

- Me voy en su busca – dijo Ron.

- No, no hay forma de saber a dónde ha ido. Además, ahora más que nunca necesita estar solo.

- No, papá, los problemas de pareja no se resuelven en soledad – negó él con la cabeza – He de hacerle volver para que hable con Ginny y ambos puedan solucionarlos juntos. Ginny no puede ni imaginar la fuerte presión a la que Harry se está viendo sometido.

- Y él, enfrentado como está a sus propios problemas, no se había dado cuenta de la presión a la que se está viendo sometida ella. No te metas de por medio, hijo. Ella es tu hermana y él, tu mejor amigo.

- ¡Por eso tengo que hacer algo para solucionar esto! – gritó, frustrado.

- Algo haremos, pero tenemos que pensar muy bien el qué, no vayamos a empeorar más las cosas – le aseguró su padre – Ahora entra en casa y vete a dormir. Mañana os espera otro día duro.

&&&&&&&

Harry apareció ante la casa limpiamente, en silencio. Miró con discreción en todas direcciones, comprobando la probabilidad de haber sido detectado, pero a aquellas horas de la noche y en un barrio tan tranquilo como ese, esta era casi inexistente. De todos modos evitó hacer sonar el timbre y en cambio hizo que sus nudillos golpeasen la puerta con cierta firmeza, la justa para asegurarse de que sería escuchado.

Pronto oyó unos pasos rápidos acercándose a él desde el otro lado, y esperó. Segundos después, la puerta fue abierta y unos ojos vivarachos, poco acordes con las maduras arrugas que los enmarcaban, le sonrieron nada más reconocerle.

- Mi niño… ¡Qué alegría verte! – la mujer, bien entrada en años, abrazó y besó al chico en la mejilla con infinito cariño.

- Buenas noches, Andrómeda – él le devolvió el abrazo y el beso del mismo modo – Ya sé que estas no son horas para hacer visitas, y menos a un niño, pero necesitaba verle, aunque fuese dormido.

- Tú no tienes porqué darme explicaciones, esta es tu casa y puedes venir a ella cuando quieras y a la hora que quieras. Pasa, hijo, pasa.

Harry entró en el hogar de la Sra. Tonks y ella, después de cerrar la puerta tras él, lo condujo hacia el cuarto de Teddy sin más comentarios. Al llegar allí, abrió la puerta suavemente y la habitación donde dormía el niño quedó bañada por la suave luz que brillaba desde el pasillo. Emocionado, como siempre que veía a su ahijado, Harry alcanzó la cama del pequeño con pasos cuidadosos y quedó frente a él, embelesado, mirándolo dormir con candidez.

Pero Teddy, quizá sintiéndose vigilado, abrió los ojos lentamente, y parpadeando varias veces para acostumbrarse a la claridad proveniente del pasillo, enfocó la vista hacia el frente y se encontró a Harry observándolo con ternura. Sonrió, excitado como tan sólo un niño puede estarlo.

- ¡Padrino! - gritó, y de un salto se abalanzó sobre él, abrazándolo con fuerza.

- ¿Qué pasa, coleguita? – lo estrechó entre sus brazos y le revolvió el pelo, sonriendo – Siento haberte despertado.

- No, padrino. Siempre que vengas, siempre, debo verte, y si estoy dormido como hoy, debes despertarme. O me enfadaré mucho.

- Pero tienes que descansar bien. Recuerda que queda poco tiempo para que comiences tus estudios en Hogwarts, y debes haber aprendido muchas cosas para entonces.

- Aún quedan casi dos años para eso – rezongó el niño con fastidio – El tiempo pasa demasiado despacio.

Harry sonrió.

- No tanto, pequeñajo, no tanto. Te prometo que si estudias mucho y te portas bien, yo mismo te acompañaré al andén nueve y tres cuartos el día de tu primer viaje en el expreso de Hogwarts.

- ¿Seguro? – preguntó con los ojos chispeantes por la emoción.

- Seguro. Y después te presentaré a Hagrid, el guarda bosques del colegio. Ya verás qué bien lo vas a pasar allí.

- ¡Bien! – gritó.

- Ah, ah… Eso tan sólo será si te portas bien. Ahora, a dormir.

- Lo que tú quieras, padrino – volvió a abrazarlo con todas sus ganas y después se acostó de nuevo.

Harry lo arropó con mimo y le besó la frente.

- Buenas noches – susurró.

Andrómeda y él salieron del cuarto en silencio.

Ambos bajaron tranquilamente las escaleras que los conducirían a la planta baja y ella le indicó que pasase a la sala de estar. Una vez los dos se hubieron acomodado en el sofá, la anciana le ofreció una taza de té.

- Como ves, no me había acostado todavía. A los viejos nos cuesta dormir – sonrió con sencillez – Teddy te adora, se desvive por ti – afirmó después sin dejar de sonreír, observando al joven.

- Cada vez que estoy con él siento que soy pequeño de nuevo, y he de confesar que a menudo me embarga la tristeza. Él es un niño huérfano, como lo fui yo – dijo con amargura.

- Pero jamás olvides que él no es como tú y que nunca lo será, porque él te tiene a ti… y a mí. Jamás tendrá que pasar por lo que tú pasaste con aquellos muggles, nunca.

- Eso puedo jurarlo – afirmó con rotundidad – mientras yo viva, él será feliz.

Ella amplió su todavía bella sonrisa.

- Y también la tiene a ella, aunque la chica últimamente haya perdido su camino – volvió a hablar, ahora escrutando la reacción del apuesto joven.

- Voy a serle franco, Andrómeda. Mientras ella siga con la obsesión de venganza que encoge su corazón, no voy a permitir que se acerque a Teddy, por muy tía suya que sea. Él es demasiado joven como para aprender a amargarse con sentimientos de ese tipo – sentenció él con contundencia.

- Estoy de acuerdo, pero… ¿Crees en serio que ella puede tener razón?

- ¿Sobre su afirmación de que Kristopher Yates es en realidad Antonin Dolohov, quien mató a su tío? No, no lo creo. Es una idea descabellada. A pesar de que usted sabe perfectamente que no trago a ese hipócrita, por mucho que me toque fingir, no voy a obcecarme con un odio irracional – ella asintió, conforme – Pero eso no quita que haga todo lo posible para ayudarla a averiguar la verdad. Le di mi palabra y la cumpliré. Pero las cosas se harán a mi manera, con la ley por delante. Sobrina de Remus o no, si ella trata de asesinarlo, lo consiga o falle en su intento, acabará en Azkabán, y punto.

De nuevo la otra asintió, sin dejar de fijar su seria mirada en los verdes ojos de Harry.

- Pero no me negarás que la chica es inteligente – reflexionó, con una sonrisa que mostraba una pizca de orgullo.

- ¿Que si lo es? ¡Condenada chiquilla! ¡Usted no puede imaginar cuánto! – Alzó la voz sin darse cuenta y enseguida recuperó la compostura para no despertar a Teddy nuevamente – Por eso he de tenerla bien controlada. Al contrario que Remus y que el mismo Teddy, mucho más tranquilos y sosegados, ella es un volcán en erupción, y si le añadimos sus increíbles aptitudes mágicas, no tengo que esforzarme por explicarle qué puede resultar de todo ello.

- Entonces no lo hagas – apretó el brazo de él de forma amable – Sólo vela por ella.

- Eso intento. Pero no me está resultando fácil hacerlo. No puedo revelar su existencia ante el mundo, no todavía, lo que limita demasiado mis posibles estrategias para protegerla. Y ella no colabora absolutamente nada con su actitud rebelde. "¡Soy una mujer de acción!", no para de repetir. ¡Y yo también! – Añadió él, exasperado- ¡Pero no voy por ahí intentando conseguir que me maten!

- Ten paciencia, hijo. Todo se arreglará. Palabra de vieja.

- Así lo espero – suspiró.

- ¿Quieres quedarte a dormir? – Ella preguntó sin más, a lo que Harry la miró con sorpresa – No sé porqué, pero intuyo que el joven Potter no desea ser hallado esta noche. Esa melancolía que has traído contigo no muestra nada bueno – él quiso decir algo, pero no halló palabras para hacerlo – Tranquilo, sabes que yo no soy curiosa y como bien he dicho antes, esta es tu casa.

- Se lo agradezco infinitamente. Hoy más que nunca necesito recibir cariño sin preguntas ni reproches.

- Pues has venido al lugar indicado. Para mí, tú no eres mucho mayor que él – señaló hacia las escaleras – Y no os acabaréis todo mi cariño entre ambos por muchos años que yo pueda vivir. Voy a prepararte la cama.

Andrómeda se levantó demostrando buena parte de la agilidad que la caracterizó antaño y caminó a buen ritmo hacia el piso superior. Cuando hubo desaparecido de su vista, Harry se cubrió el rostro con las manos, desesperado.

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La mujer no cesaba de observarse, dando medias vueltas lentamente sobre su figura, siempre con la mirada fija en un espejo de cuerpo entero que tenía frente a ella. Decididamente, no era capaz de reconocerse a sí misma en la mujer que tenía delante, pero sabía a la perfección que así era, que aquella rubia a la que quiso y despreció casi a partes iguales era ella, sin más. Acarició su trigueño cabello, echando infinitamente de menos los largos rizos negros como la noche que antes habían enmarcado su angulosa cara, ahora mucho más redondeada, quizá mucho menos Black, aunque indudablemente lo siguiese siendo. Por lo menos, pensó, su esbelto tipo no había cambiado tanto, en eso había tenido suerte, ya que Narcisa y ella eran bastante parecidas en ese aspecto. No obstante, se veía más baja también.

Continuaba abstraída en la imagen del espejo cuando sintió que unos brazos fuertes y anhelantes rodeaban su fino talle por la espalda, y que un cálido aliento rozaba su cuello cual suave brisa. Todo su cuerpo se estremeció de pérfido deseo, de sádica pasión, pero ella, fría como el hielo, ardiente como un volcán, tan sólo detuvo su obsesiva danza, nada más.

- Sigues siendo la Bella de siempre, pasional hasta la locura pero a la vez tan fría, tan distante… - sus labios rozaron el cuello de ella con un leve susurro – Me has hecho tanta falta…

- Y tú sigues siendo tan sentimental – ella respondió con aspereza, pero deslizó sus manos hasta alcanzar las de él y las hizo suyas, apretándolas con fuerza – He de deshacerme de este maldito peinado y este color de pelo que no me pega nada. Cuando salga de aquí, será lo primero que haga – cambió de tema, mostrando desagrado.

- Nada me gustaría más, pero sabes perfectamente que no puedes hacerlo todavía. Si pretendes mantener tu resurrección en el más absoluto secreto hasta que estemos preparados para asestar el golpe decisivo al Ministerio de Magia, no debes hacer nada que pueda revelar tu identidad. Ya lo hemos hablado una y mil veces – le explicó con cansancio – La mejor opción para que no te veas obligada a esconderte entre estas cuatro paredes es que retomes la vida de tu hermana como si tú fueses ella – A pesar de no ir dirigido a él, el odio de la mujer lo traspasó con su mirada – Nos serás más útil a ambos si te infiltras entre los Malfoy y estás al tanto de todo lo que sucede en el mundo donde se mueven. No olvides que, a pesar de lo que intenten aparentar y hacer creer a todos los demás, siguen siendo mortífagos. Ese sentimiento no es algo de lo que poder deshacerse con tanta facilidad, se lleva en la sangre, en esa sangre pura que les obsesiona tanto como a nosotros.

- Lucius me da asco, es un pusilánime, un fracasado, un traidor… y lo mismo digo de su adorado hijito, otro bueno para nada. Debieron haber muerto ellos, todos ellos, incluida mi hermana, en vez de hacerlo el Señor Oscuro – su rabia no hallaba fin.

- No puedo estar más de acuerdo contigo, pero lo único cierto es que el Señor Oscuro murió y que yo no he sido capaz de devolverlo a la vida. Pero en cambio a ti, sí. Gracias a que tu querida hermanita aún seguía estando aquí, he podido traer tu espíritu al mundo de los vivos. Su cuerpo ha resultado ser un receptáculo perfecto para ti – la apretó con más fuerza, pegándola aún más a sí mismo.

- ¿Esto, perfecto? – Se señaló, desdeñosa – Yo era perfecta. Esto tan sólo es una burda copia de lo que debería ser.

- Deja de quejarte, Bella. Cuando acabe todo este asunto y nos hayamos desecho absolutamente de todos aquellos que se oponen a nuestros deseos, podrás moldearlo a tu antojo… para mí. Y ahora sé buena e interpreta el papel de esposa y madre como tantas veces le viste hacerlo a ella.

- ¿Todo el papel? – le preguntó con una maldad insinuante.

Él la giró con brusquedad y la arrastró hacia su cuerpo. Intentó besarla, pero ella clavó sus afiladas uñas en los brazos masculinos, haciéndole morderse los labios para no gritar. Después, cuando la mujer se sintió dueña y señora de aquel hombre de nuevo, lo besó con vehemencia, entregándose a la pasión. Poco a poco la loca entrega fue convirtiéndose en un ronroneante deseo y consiguieron separarse. Entonces ella fijó su felina mirada en los ojos de él, desnudándolo por dentro.

- Ya te perdí una vez ante el maldito Rodolphus Lestrange, también viviste por y para el Señor Oscuro… No, esta vez serás mía, sólo mía. Mataré a quien se interponga en nuestro camino, sea quien sea.

Bellatrix soltó una fuerte carcajada, divertida por sus palabras, pero calló abruptamente.

- Kris.

- ¿Qué? – tan sólo respondió él, sin amedrentarse.

- Sigues siendo el mismo.

Él sonrió. Sabía que ese sería siempre el mayor halago que podría recibir de aquella pétrea mujer, por ser también el único.