Capitulo I


Está oscuro. Esas rejas se cerraron hace demasiado tiempo. Las cerré yo misma. Lleva oscuro mucho tiempo, y no sé qué tanto llevo encerrada aquí. Siglos, creo. Hace mucho que perdí a mis vírgenes, tanto que no puedo recordar el sabor de su sangre. Elizabeth, Rosemary, Catherine, Shirley, Lara, Lucy, Chris... ¿Qué sería de ellas? Me pregunto qué sentirán allá donde estén, al otro lado. ¿Estarán en paz? ¿Es la muerte tan dulce como parece? Él decía que sí, solía confesarme que a veces la deseaba más que ninguna otra cosa. Más que a mí, incluso. ¿Lo conseguiría? Le echo de menos... Tal vez ahora tenga una familia y varios críos, y todos salgan a cazar con la luz de la luna. Y yo no estoy en ese cuadro. Realmente nunca lo estuve y no sé si querría estarlo ahora. La verdad es que desearía saber si encajaría en él, aunque fuera como amiga.

También me pregunto cómo será mi cara ahora. ¿Habré envejecido? Por mucho que me toco no encuentro arrugas; sólo piel fina y cadavérica. Si tuviera un poco de sangre... o fuerzas... quizá pudiera acercarme al espejo. Pero no... imposible.

Los crujidos de esta casa me acompañan desde 1900 exactamente, junto a mis fantasmas, cuando decidí crearme esta burbuja lejos del mundo. Cerré las verjas y no volví abrirlas, me prometí no volver a abrirlas.

Chirrian, se oyen sus pasos por los pasillos que levanté para hacer nuestra vida más fácil, nuestro hogar, nuestro refugio. Porque era eso al principio; una casita de madera en medio de un bosque, un refugio para mí. Y construí esta mansión, este... palacio, para ellas. Y ellas me abandonaron.

No quiero volver. ¿Para qué? Ellos no me quieren, nunca me quisieron, ellas tampoco lo hicieron. Y él... él prefirió seguir su camino.

Era el verano de 1802 cuando las cosas empezaron a cambiar. Todo era perfecto, matabamos, mi tienda estaba siempre llena y estabamos cada vez más cerca de matar al Juez y recuperar a su protegida. Yo miraba por la ventana y le veía bajar. Me sonreía. Era mi mejor amigo, y yo la suya. Nos lo confiabamos todo y nos aprovechabamos de los rumores para aumentar la clientela. Y Tobías era un chico de unos dieciocho que me ayudaba en la tienda, había crecido mucho desde que lo adopté. ¡No podía irnos mejor! Era feliz, ¡feliz de verdad! No necesitaba nada, nada más. Lo tenía todo.

Él solía sugerirme que encontrara a alguien, que me enamorara y formara una familia, que saliera de la ciudad y me fuera lejos de allí. Pero yo no me sentía bien abandonándole, no me gustaba esa idea. Yo le quería a él, no quería separarme ni olvidarle. Era mi mejor amigo, mi único amigo. Hacía tiempo que había renunciado al amor.

Aquella tarde se torció, y bostecé aburrida. Iba a llover, ¡volvíamos a las lluvias! ¿¡Es que el cielo no tenía suficiente! ¡Había llovido casi todo el mes! Para un día bueno que salía...

Suspiré. Encima no sabía a qué hora iba a volver, así que no sabía si empezar a hacer la cena o simplemente echarme unos solitarios solitariamente junto a la ventana. Me parecía tan triste estar en la única compañía de una baraja de cartas y un vaso de ginebra que casi prefería hacer la cena.

"¿Qué hace?" preguntó Tobías saliendo del pasillo con una chaqueta de cuero.

"¿Y dónde se cree que va usted, jovencito?" cuestioné dándome la vuelta, brazos en jarra. ¡Si se iba no tendría a nadie con quien estar!

"He quedado."

"¿Con quién, si puede saberse?"

"Con unos chavales del barrio" me contestó extrañado. Claro, él no sospechaba lo que yo estaba tramando, ni jamás lo sabría, porque cuando vi al Sr. Todd aparecer cabizbajo al otro lado de la calle le mandé fuera en un tris.

Estaba pálido y tenía los ojos inyectados en sangre, como si hubiera estado llorando mucho. Pero cuando él lloraba nunca se ponía tan blanco, eso lo sabía de sobra. Y me ignoró, ¡él nunca me ignoraba!

Esperé a que se calmara mientras le preparaba un té calentito y subidor de ánimos, y no tardé en llevárselo con unas pastas recién hechas, de esas que le animaban.

"Aquí tiene, querido" se lo dejé en la mesita cariñosamente y me acerqué a él corriendo. "Cuénteme, ¿qué le ha puesto tan triste?"

"... nada. Márchese, por favor" me pidió con tanta aspereza que me resultó ofensivo.

"¿Por qué se comporta así?" era extraño. Él nunca me hablaba así, siempre era cálido. A veces se impacientaba, sí, pero su voz jamás contuvo tanta rabia.

"¡QUE SE VAYA!" pegué un respingo y salí corriendo asustada.

Lo mejor sería no molestarle... por el momento.

Pasaron unos días. Mi cabeza daba vueltas tratando de imaginar qué podría haberle pasado, pero no escuchaba. Él pasaba de mí, parecía que me hubieran borrado de la faz de la Tierra. ¡Incluso llegué a pensar que sólo era producto de su imaginación! Sino fuera porque Toby me recordaba mi existencia cada día...

Supongo que tendré que acostumbrarme a su nueva forma de ser, suspiré por enésima vez una mañana, escuchando ahora su irritante caminar encima de mi cabeza.

Era frustrante. De repente no más juez, no más matar, no más nada. Mataba, sí, pero no hablaba de ello constantemente, no me contaba sus ideas. Las mías, sin embargo, estaban todo el día alrededor de él.

Estuve tentada de amenazarle, o incluso de buscar dónde había estado para haber vuelto de aquella forma.

"De nada, eh" le reproché cuando me tiró a la cara y sin cuidado varias de sus camisas sucias. Me gruñó.

¡Me gruñó!

Como respuesta se las tiré a la cara, enfadada.

"No soy su criada."

Al darse la vuelta sus ojos relucían cono el fulgor de la muerte que tantas veces hubiera visto en ellos, y se acercó. Temblé, temblé y todo se volvió negro.

Algo me sacudió suavemente para devolverme a la realidad, poco a poco y con grandes secuelas, dolorosas secuelas.

"Sra. Lovett. Sra. Lovett, ¿se encuentra bien?" me susurró Toby cerca de la cara y noté que estaba sujetándome entre sus fuertes manos. Traté de incorporarme y enfocarle, pero no me dejó. Lo que sí noté es que estaba muy oscuro. "La he encontrado en el suelo" me contó al ver mi confusión. "Lleva bastante rato así, está muy fría. Deje que la lleve al sofá" me llevó en volandas, ciertamente. "¿Ha perdido mucha sangre?"

"¿Pero de qué hablas, niño?" cuestioné enfurruñada. Yo jamás me había caído y jamás me caería por cansancio. Además, no recordaba lo que había pasado.

"Tiene la cara llena de sangre..."

Me hizo levantarme e ir al espejo a mirar. Encontré en mi mejilla un gran moretón oscuro y una brecha en mi frente, en el lado contrario.

"¿Qué ocurrió?" consultó una voz grave en la puerta y nos dimos la vuelta. No parecía para nada interesado.

"La Sra. Lovett se desmayó. Auch" gimió al notar mi codazo en las costillas.

"Tonterías. Tuve un resbalón" pero le estaba atravesando con la mirada. Su interés nulo me estaba pudriéndo. En ese momento me hubiese gustado atravesarle con mi machete, por bastardo. ¡Cómo se había atrevido a pegarme!

Si sólo entonces hubiera sabido todo lo que estaba por venir, cómo iba a terminar, en esta oscura habitación en el fondo de la más alejada torre, me lo hubiese pensado dos veces antes de negarme a hacerle la colada. Quizá así todo hubiera sido más fácil. Tal vez me hubiese enamorado y hubiera formado una familia. Puede que hubiera muerto feliz rodeada de biznietos. Pero no, me negué, y mírame ahora.