1. Los búhos entregan las cartas en mano.

A diferencia de los otros meses, el mes de agosto era, para Elva, el peor mes de todos. Se acababa el verano, tendría que volver a esa estúpida escuela. Sus compañeros de clase la tenían como motivo de burla debido a que ella hacía lo posible por sacar las mejores notas de la escuela. ¿Sabéis lo difícil que era para ella tener que aguantar cada día a esas personas que, si bien parecían tener once años como ella, bien no así de edad mental? Realmente eran idiotas.

Agosto resultaba ser el final de la mejor época del año para Elva. Sus notas, para más inri, habían bajado un poco el curso anterior y sus padres nuevamente empezaban a discutir con ella. No es que no la quisieran, pero en ese sentido, eran muy estrictos, sobre todo su padre, cuyo pequeño cerebro, según Elva, no alcanzaba a comprender que unas notas algo reducidas durante un año no aceleraban la caída hacia el mundo de la mendicidad. Por si todo aquello fuera poco, Elva no había terminado los deberes asignados para el comienzo del siguiente curso. A pesar de ser una niña muy inteligente, solía dejarlo todo para el final. Consecuencias: su bajada de notas el curso pasado.

Elva se recostó en su cama. Estaba pensando en cuándo haría los deberes. Había prometido a su madre hacerlos antes de la celebración de su cumpleaños, pero en el último momento había surgido lo que ella concluyó como un "evento inesperado": Le regalaron un libro nuevo. A Elva le apasionaba leer. Desde que tenía tres años ya su madre le leía cuentos de pequeñita. El traje del Emperador, la Cenicienta... a Elva le encantaban esos relatos cortos en los que, además de divertirse, aprendía. De memoria se sabía el libro de Peter Pan, hasta hace un par de años, cuando la memoria que guardaba ese relato comenzó a ser un estorbo para el aprendizaje de las clases de Conocimiento Natural. Detestaba, por lo pronto, esa asignatura. No soportaba poder agenciar argumentos tan precisos y lógicos hacia el mundo. Su imaginación la transportaba más allá que lo que el simple mecanismo de fotosíntesis de las plantas le explicaba, algo que no habían dado, pero ella, que intentaba convertirse siempre en una alumna modelo de cara a sus profesores y compañeros, cuando debía estar estudiando, leía y se informaba sobre anécdotas, escritos e información tal que su cerebro de once años pobremente alcanzaba a comprender.

A pesar de todo, aprobaba y lo lograba con las notas más altas. Cuando preguntaban en clase, ella levantaba la mano y si no preguntaban, también lo hacía. Posiblemente Elva era la chica más aplicada y curiosa de cuantos había en aquél colegio.

Aquí se da por concluído el parte informativo sobre la vida cotidiana de Elva. Ahora comienza la verdadera historia. Porque da la casualidad de que Elva no es una niña normal y corriente. Sus aires de grandeza la han llevado, en diferentes ocasiones a creerse diferente a los demás. Genuina, tal vez. Tal era su arrebato de grandeza que una vez, durante una conferencia en el parque de Bringston, ese donde descansa en el centro un busto de Sir Allen, un caballero de gran importancia durante Las Cruzadas, el conferenciante realizó una pregunta y ella, que sólo tenía nueve años, se sabía la respuesta, lo que ella pensaba mejor que nadie, y alzó la mano. Pero el conferenciante no se percató de su movimiento y fue a responder él mismo. En ese momento, se oyó la voz de Elva, unas diez veces amplificada, explicando y argumentando la respuesta. En todo el pueblo, la voz de Elva sonó alta y clara. Y quizás un poco más allá. Los padres quedaron impresionados mientras ella los miraba, tan sorprendida como todo el pueblo, y estuvieron discutiendo sobre aquél tema durante mucho tiempo.

Sin embargo, esa tarde sin lluvias, tal día como un dieciocho de octubre de 1990, no fue la única muestra de genuinidad de Elva. En muchísimas otras ocasiones sucedían extraños acontecimientos o "eventos inesperados" cuya mente razonable y lógica no llegaba a comprender. Más de una vez, el cristal de un escaparate desapareció ante sus ojos por querer tener en sus manos cierto libro o cierta golosina cuya atención había sido atraída con gran fuerza. Si ella no alcanzaba a comprender la gravedad de aquellas situaciones extrañas, sus padres aún menos y empezaban a preguntarse cuál había sido el motivo por el que ese ente superior les había traído a la paz de su matrimonio a un especímen de niña tan extraña. Exagerando, puesto que la querían lo suficiente como para no faltarle al respeto de esa manera.

Todos esos acontecimientos extraños cobrarían lógica en el momento en que Elva se levantara de la cama aquella mañana. Sus pensamientos sobre cuándo podría llegar a terminar sus deberes se cortaron al instante. Giró su cuello para admirar el paisaje tras su ventana y se encontró con que afuera, donde hacía un calor incesante, a la altura de su ventana, un pájaro, no más grande que un búho, la miraba con los ojos verdes casi desorbitados. Elva procuró no gritar, mas la propia aparición de aquél búho blanco de ojos saltones la sorprendió tanto como el descubrir que el animal poseía una carta, entre las garras. Elva se apresuró a abrir la ventana. Estaba convencida de que aquella carta era para ella. En cuanto el pájaro pudo entrar, dejó la carta sobre la cama, a los pies de Elva y desapareció por donde había entrado. Elva sólo tenía ojos para aquella carta. Sus ojos, esta vez grises, no quitaron la vista de la carta hasta que, poco a poco y detenidamente, iba acercando sus manos hacia ella. La comprobó. No tenía rasguños ni indicios de haber sido transportada por un búho. Sería una carta normal y corriente de no ser por aquellas letras extrañas y de color verde muy claro que parpadeaban casi, a los ojos de Elva, cada vez más salidos de sus órbitas.

La carta, de papel antiguo o reciclado según pudo imaginarse era eternamente gorda. Sus papilas gustativas se perdieron en el fondo de su boca al tragar mientras leía lo que había sido escrito con aquellas letras plagadas de florituras:

Elva Singer

Nº16 Little Bringston

Habitación pegada a la escalera

Tragó de nuevo. La imaginación la llevaba a pensar que aquél búho quería ser su amigo y que la llevaba observando durante mucho tiempo y, al no saber hablar el idioma de los humanos, decidió escribirle una carta a Elva. Esta idea le desapareció en cuanto se percató de que, según la lógica, ni los búhos pueden escribir ni aquél búho había esperado a que ella abriera la carta. Había desaparecido sin más, volando cielo arriba.

Elva estuvo tentada a abrir aquella carta, pero en el último momento, cuando ya había empezado a romper el sello que resguardaba la carta, su madre la llamó desde la cocina, en el piso de abajo. Elva bajó corriendo las escaleras y se plantó frente a la puerta de la cocina.

- Mamá, ha llegado una carta...

Su madre, agobiada porque se había levantado temprano y, nada más hacerlo, había empezado a limpiar toda la casa y a hacer la comida para el mediodía, le habló con brusquedad.

- ¿Pero qué dices hija? ¿Tú no ves que hoy es domingo? No me agobies más de lo que estoy. Prepara la mesa que dentro de nada tu padre volverá del partido y querrá que todo esté preparado. Casi es la hora del comer.

- Pero mamá, un búho ha entrado en mi habitación y...

- Vamos, hija, deja los cuentos, te lo pido por favor, y durante unos instantes sé una persona racional y pon la mesa antes de que llegue tu padre...

Elva se resignó a hacer más comentarios sobre la carta hasta bien acabado el almuerzo. Sin embargo, cuando de nuevo se dispuso a proseguir con el tema, sus padres tuvieron que abandonar la casa. Casualmente la tía de Elva, la hermana de su madre, Devia, había tenido un accidente con el coche. Tuvieron que salir, raudos y veloces, al encuentro con Devia en el hospital y prohibieron tajantemente a Elva, salir de la casa bajo ningún concepto. Se marcharon dejándola sola. Elva, que ya estaba cansada de que nadie hiciera caso de la carta, se enfureció y uno de los marcos sin foto aún, que colgaban al lado de la puerta principal, cayó al suelo rompiéndose en varios pedazos. Elva procuró que para cuando sus padres volvieran, el estropicio hubiera sido subsanado.

La niña los esperó durante todo el día en el rellano de la casa, con la carta en la mano, sin abrirla aún. Sus padres no volvieron hasta bien entrada la noche. Elva, ya por esas horas, se había metido en la cama.