¿Qué tal? MIAU Reportándose yo con un nuevo fic (creo que he empezado a dejar de ser una principiante… ó/ò Uy! Me sonrojo…) ¡Pero como sea! Espero que disfruten con lo que escribí y ¡a leer! ;D

LA SERIE/MANGA DE BLEACH LE PERTENECE AL GRANDITZIMO TITE KUBO

Capitulo 1: Por los viejos tiempos

El sol hizo su habitual aparición.

Los cálidos rayos mañaneros se colaron por una formidable ventana de una igual a aún más, formidable habitación. En el interior de ésta, una pareja intentaba en vano conciliar el sueño otra vez, pretendiendo prolongar lo mayor posible su estadía en la tibia y mullida cama.

Los quejidos de ella hicieron su habitual aparición, mientras él, prudente como era su naturaleza, se levantó despacio con la intención de dirigirse puntual a su trabajo.

Cruzó la habitación con tan solo la ropa interior puesta, encaminándose al baño para darse una refrescante ducha.

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Después del merecido baño y ya casi completamente vestido, regresó a la habitación. Donde el cuerpo desnudo de su mujer lo esperaba en la cama, negándose a levantarse, como se les había hecho habitual desde hacía ya cuatro años.

–Es tu turno de ir a dejar a Rukia, Yoruichi.

Tan sólo fueron necesarias esas palabras para que la morena abriera los ojos como platos, despertándose completamente y casi saltando afuera de la cama.

– ¿Por qué no me lo dijiste antes, Byakuya? –dijo un tanto enfadada, mientras comenzaba a buscar ropa en uno de los cajones y se encaminaba hacia el baño.

–La verdad es que preferiría no habértelo dicho… –la mujer lo miró extrañada.

–Así podría haberte contemplado dormir un poco más.

Y todo su enfado se esfumó. Sus ojos se dirigieron a los grises de él, que siempre graves, se encontraban cerrados. Frustrados a causa de no poder anudarse la corbata. Una sonrisa torcida se formó en los labios de Yoruichi.

Fue la primera en arreglarse, a pesar de haber sido la última en levantarse. Con un vestido casual pero elegante que le acentuaba de manera suave su esculpido cuerpo. Aunque claro, ésa figura no era la que ella deseaba tener precisamente.

Se subió a la cama y arrodillándose en frente de su esposo, armó en un santiamén lo que a él tanto tiempo le tomó. Dobló hacia abajo el cuello de la blanca camisa y besó suavemente sus labios al acabar. Ante el gesto, él le correspondió de buena gana, siendo febril y apasionado. Aquella faceta suya que muy pocas personas le conocían, con Yoruichi se le daba fácilmente.

Sus besos bajaron hasta el cuello de la mujer y ella lo abrazó por la cintura. Disfrutando a medias cada caricia. No porque ella las refutara, sino porque cada mañana algo ocupaba un lugar especial en su cabeza. Ahogándola siempre con el mismo pensamiento.

–Hoy iré al doctor –le dijo sin rodeos.

Byakuya se detuvo, lentamente sujetó los hombros de Yoruichi y la contempló con una mezcla de seriedad y tristeza.

–Sería la segunda vez en el mes, Yoruichi.

Ella desvió la vista hacia el piso, Byakuya tenía razón. Sin embargo, se había despertado con una sensación diferente ésta mañana. Una sensación llenadora y tierna. Su instinto le decía que al fin lo habían logrado.

–Lo sé… –se limitó a contestarle.

El rostro de Byakuya se tornó afligido, como siempre que hablaban del tema. Sabía que la impaciencia de su mujer podría jugarles en contra, pero a la vez no quería romper el ya tan dañado corazón de Yoruichi.

Suspiró y le dedicó una de esas sonrisas que tan pocas veces dejaba escapar.

–Haz lo que creas mejor.

El rostro de la morena se iluminó de nuevo y volvió a llenar de besos a su esposo, como cada vez que la consentía en sus pequeños grandes caprichos.

Estaban en eso, cuando el sonido de dos golpes contra la puerta sacó a la pareja de su festín de caricias.

– ¿Quién es? –preguntó un poco enfadado Byakuya, mientras Yoruichi prácticamente le devoraba el cuello.

–So-soy Hanataro, señor. La señorita Rukia está retrasada…

Antes de que pudiera decir algo más, Yoruichi se separó de Byakuya y abrió la puerta de golpe, pasando a llevar al mismo tiempo al pobre empleado.

Acelerada, como era su costumbre, corrió escaleras abajo y se encontró en el umbral de la puerta, con Rukia.

–Bue-

–No hay tiempo para saludos, llegarás tarde a la escuela.

Y en dos minutos, ambas ya se encontraban en el convertible abrochándose los cinturones.

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–Ay… –se quejó Hanataro, sobándose la nariz y poniéndose de pie.

Byakuya salió de la habitación despacio y con calma, como siempre. Sin ni si quera percatarse del accidente que había sufrido el muchacho.

Bajó con elegancia las escaleras y se sentó a desayunar tranquilamente, después de todo hoy era el día en el que entraba más tarde a la oficina.

Mientras Kiyone le servía su café, un pensamiento fugaz se le cruzó por la mente. Sin embargo, lo desechó de inmediato. No lo consiguieron ninguna de las anteriores veces ¿Qué había de diferencia con ésta? Las posibilidades eran nulas…

Se remendó a sí mismo por ese pensamiento. Si fuera por la felicidad de Yoruichi, lo volvería a intentar las veces que fueran necesarias.

Aunque en el fondo, había perdido las esperanzas hace tiempo.

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–Yoruichi-dono…

La aludida no respondió, sólo se concentró en el camino. El auto dobló a gran velocidad en una esquina, justo antes de que el semáforo cambiara a rojo.

–Yoruichi-dono…

Ninguna respuesta. Pisó aún más el acelerador, como si andar a 100 kilómetros por hora en una zona de 40 fuera de lo más normal.

–Yoruichi-dono…

Rukia se afirmó al borde del asiento. Tenía que admitir que su cuñada conducía excelente, aunque demasiado veloz para su gusto. Jamás entendió como alguien, en el fondo tan sobreprotector como su hermano, la enviaba a la escuela con la adicta a la velocidad de Yoruichi.

– ¡Yoruichi-dono, por favor más despacio!

Gritó una horrorizada Rukia.

Eso fue el detonante para que la aludida frenara de golpe, haciendo que la pelinegra casi se golpeara en la frente con la parte delantera del auto.

–Ya te he dicho que me llames sin sufijos, Rukia.

–Pero es que…

– ¿Hm? –los ojos dorados observaron a los violetas de manera desafiante, los últimos lo único que atinaron a hacer fue a mirar hacia un costado. Esquivando cualquier regaño.

Yoruichi suspiró, resignada. Ya tenía suficiente con el trabajo, en donde sólo por el hecho de ser la esposa del millonario empresario, Kuchiki Byakuya, la tildaban de "Yoruichi-dono" o peor, de "Yoruichi-sama" ¿Acaso era tan difícil sólo llamarla por su nombre? Incluso aceptaría un cariñoso "Yoruichi-san". En el mejor de los casos la citaban "Señora Kuchiki", aunque muy pocos sabían que no había renunciado a su apellido de soltera.

Levantó la vista al rostro de Rukia y distinguió su incomodidad. No podía culparla, después de todo era adoptaba y le tenía demasiado respeto a ella y a Byakuya como para llamarlos por sus nombres de pila. Aún así, Yoruichi no se rendía y a Byakuya esto le era indiferente.

– ¡Está bien! –Se rindió al fin– Llámame como-

Antes de que Yoruichi pudiera continuar, una motocicleta se paro justo al lado del coche. A simple vista, sin santas intenciones.

– ¿Qué tal, bonitas? –las saludó un tipo rubio, mostrando una perfecta hilera de dientes, cual piano– Bonito coche, eh… Especialmente el parachoques… –añadió con un acento marcadamente seductor y observando, sin una mísera pizca de pudor, los dotes de la atractiva mujer que conducía el aludido carro.

Al no recibir contestación, el sujeto se marchó. Aunque claro, las consecuencias de su "alago" las recibiría muy pronto…

Una sombra inundó la frente de Yoruichi. La verdad, es que la mayoría de las veces era ella misma quien se aludía, con un tono bromista que siempre soltaba una carcajada o una mueca de nerviosismo por parte de los demás. Pero, soportar las impertinencias de un pervertido era una de las cosas que más la frustraban desde que unió su vida con un Kuchiki. Y más, con uno como Byakuya.

-Yoru-

Antes de que Rukia pudiera terminar de nombrar a Yoruichi, la última presionó el acelerador a más no poder. La motocicleta ya había avanzado cinco cuadras para entonces, pero la ira hiso a la morena alcanzar al degenerado en un santiamén.

El auto rozó la motocicleta, sorprendiendo a su portador y haciéndolo soltar un grito de horror. Entonces la mujer, llena del éxtasis que se tiene al sentir una victoria acercándose, dobló en medio de la calle. Logrando así que el rubio cayera de la moto en una pose estúpida y degradante. Las ruedas del auto rechinaron contra el pavimento al frenar.

– ¿¡Estás loca, mujer!?

– ¡Vaya! ¡Pero qué motocicleta más grotesca! –Comenzó Yoruichi, ignorando lo dicho por el tipo– Especialmente… –los ojos dorados observaron de pies a cabeza al hombre que yacía en el suelo, con las piernas abiertas y cara de pánico– el conductor.

Dijo con desprecio, antes de doblar y alejarse a gran velocidad.

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–Ey, Rukia. Ya llegamos.

La aludida abrió los ojos despacio. Observando primero el interior carmesí de sus parpados y luego los colores del exterior, un poco más brillantes de lo normal por el largo período en que tuvo los ojos cerrados.

Al fin, cuando ya se hubo acostumbrado a la luz otra vez, Rukia desenterró las uñas del borde del asiento y se desabrochó el cinturón.

–Nos vemos en la tarde, Yoruichi-dono –dijo mientras bajaba del auto–. Hoy salgo a las siete ¿Puede venir a recogerme o prefiere que-?

–Pasaré por ti. Y si no, Byakuya lo hará.

La morena le guiñó un ojo a la joven y luego se marchó, esta vez con más prudencia, puesto que los autos se iban acoplando de a poco por las calles.

–No me digas, ¿otra vez la Diosa de la Velocidad? –Rukia se dio la vuelta y contempló al dueño de ésas palabras. Se trataba de Renji, su amigo de la infancia– No es asunto mío, pero Yoruichi-san debería conducir más despacio.

Rukia no le respondió, sólo se quedó contemplando al pelirrojo, que a su vez observaba al convertible alejarse. El muchacho, al notar la vista de la pelinegra puesta fijamente sobre él, no hiso más que sonrojarse.

– ¿¡Q-qué ocurre!?

Hubo unos segundos de silencio.

–Nada.

Fue lo único que recibió como respuesta.

Rukia se encaminó a la entrada de la escuela. La verdad era que se había quedado unos momentos pensando en que hasta sus amigos trataban de una manera más cercana a sus parientes que ella misma. Era un poco contradictorio sin duda.

No había avanzado ni dos metros cuando otra voz conocida la interrumpió.

– ¡Kuchiki-san! ¡Abarai-kun! –Los aludidos dieron media vuelta y se toparon con el rostro de Inoue, sonriente como siempre– ¡Buenos días! –Les dijo de manera amable, como era su costumbre.

–Buenos días, Inoue. –Saludó Rukia.

– ¿Qué tal? –Respondió a su vez Renji.

Antes de que recibiera alguna respuesta, el timbre y los alumnos acoplándose alrededor de la entrada los interrumpió.

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El semáforo cambió a rojo. Perfecto, justo a tiempo.

Yoruichi estiró el brazo hasta el asiento de atrás, buscando algo que ya le era familiar al tacto. Palpó la suave superficie del asiento y después de algunos segundos dio con el tan anhelado objeto.

Tomó de un cordel y se llevó a las manos su estuche de maquillaje.

Siempre dormía demás y fue por esa razón que un día decidió llevar siempre consigo un estuche con lo necesario para presentarse de manera decente en la oficina.

Deslizó la bragueta y sacó un pintalabios junto con un espejo de mano. Tenía un completo set de maquillaje allí dentro pero con solamente esas dos cosas ella quedaba perfecta. Sacó la tapa del pequeño objeto y rápidamente se dio dos pasadas. Luego tomó una coleta, se sujetó el cabello y volvió a dejar todo en su lugar. Ya estaba lista. Nunca había necesitado arreglarse mucho para quedar hermosa y ahí había otra razón por la cual se daba el lujo de dormir demás.

El semáforo cambió a verde y el auto avanzó.

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El bullicio de los alumnos cesó al momento en que entró a la sala de clases el profesor Aizen, encargado de dar las clases de historia. Con su sonrisa, tenía cautivada a más de alguna joven estudiante, entre ellas había una en especial:

–Oe, no te quedes pegada mirándolo como estúpida.

A la aludida le recorrió un escalofrío por la espalda que casi la hiso saltar de su asiento.

– ¡Baja la voz, Shiro-chan! –Le dijo en un susurro urgente– ¿Qué pasaría si te escuchara?

– ¿Escuchar qué, Hinamori-kun? –de pronto una amable y tibia voz le habló de muy de cerca a la pobre muchacha. Al reconocer ella a quien pertenecía, no pudo hacer menos que sonrojarse, mientras las risas de sus compañeros iban en aumento– Si se podría saber…

– ¡N-nada, Aizen Sensei! C-con mi compañero solo estábamos… estábamos… esto…

–Que no te den nervios –le dijo de manera cordial, mientras depositaba una de sus manos en la cabeza de Hinamori–. ¿Enserio luzco tan frío como para que te cohíbas al responderme?

La joven abrió grande los ojos, mientras todos sus sentimientos se le acoplaban de manera rápida y brusca en la boca del estómago.

– ¡N-no quise decir eso, Aizen Sensei! ¡De ninguna manera! ¡Usted no es frío! ¡Al contrario! Usted es muy… –a la muchacha no se le ocurría nada que responder– muy… ¡caliente!

Dijo sin pensar y las risas volvieron a estallar.

Pasaron varios minutos antes de que los alumnos dejaran sus exuberantes carcajadas. El rostro de Hinamori no paraba de enrojecer y el profesor Aizen ya había retirado la mano de su cabeza. Limitándose a observarla fijamente, casi disfrutando de su vergüenza.

Cuando las risas hubieron cesado un poco, Aizen dejó de observar a la enrojecida muchacha y avanzó unos pasos hacia el final de la sala.

–Supongo que debo tomar eso como un alago.

Dijo simpáticamente, haciendo estallar nuevas risas y logrando que a la avergonzada se le aclararan algo las mejillas.

–Bueno, comencemos la clase –continuó después, encaminándose hacia el pizarrón.

–Aizen Sensei… –murmuró para sí la joven, mientras inconscientemente se le formaba una sonrisa.

Aunque lo dijo sólo para que ella se escuchara, alguien más oyó sus susurros de enamorada.

Los ojos de un peliblanco se llenaron de amargura.

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Con paso firme y ligeramente felino, una mujer caminaba por los largos pasillos de una oficina, encaminándose hacia su despacho con un vaso de café en la mano.

–Buenos días, Yoruichi-dono.

–Buenos días.

–Buenos días, Señora Kuchiki.

–Buenos días.

–Buenos días, Yoruichi-sama.

–Buenos días, Soi Fong. ¿Qué me tienes hoy?

–Los de la editorial desean hablar con usted. La junta es en media hora.

–Entendido.

Y abriendo una puerta, la exitosa mujer entró en su despacho.

Al cerrar dio un largo suspiro, ligeramente emocionada y con las mejillas de un peculiar tono rosado. Sonrió para sí, dejando recorrer a sus fantasías por todo su cerebro.

Tomó asiento en una formidable silla color azabache, en frente de un escritorio del mismo color.

Dejo la taza de café a un lado y apoyando la cabeza en ambas manos, cerró los ojos. Su corazón se aceleró de pronto.

Estuvo así diez minutos, hasta que el toque de la puerta rompió el hilo de sus pensamientos.

–Yoruichi-sama –comenzó la voz de Soi Fong desde afuera–, la reunión se ha adelantado.

–Entra, Soi Fong.

La mujer entró de inmediato.

–Te he dicho que odio que hagas eso –continuó Yoruichi–, cuando quieras decirme algo entra y dilo. No lo hagas detrás de la puerta, no es que vaya a morderte…

–Sí, Yoruichi-sama.

–Ahora vayamos a esa reunión.

Y ambas se encaminaron hacia donde se realizaría la junta. Una con un semblante peculiarmente feliz, extraño para una reunión.

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El timbre de salida sonó y los alumnos salieron, casi corriendo, de sus respectivos salones de clase.

Entre el atropello de gente, destacaba una cabeza de las demás, de un brillante color naranja que avanzaba en contra de la corriente.

Maldición… –pensó para sí el joven– Urahara-san me dijo que fuera al toque de salida a su despacho ¿Cómo se supone que podré salir de aquí?

Mientras meditaba sobre eso, una voz conocida se escuchó a su espalda.

– ¡Avanza, idiota! ¡Algunos tenemos prisa!

Esa voz le era inconfundible.

– ¿Rukia? –Ichigo giró la cabeza y pudo verla por detrás de su hombro.

– ¿Ichigo? –Ella también lo observó sorprendida por unos segundos, pero luego su tono volvió a ser el de antes– ¿Qué me miras tanto, eh? ¡Avanza!

En otro tiempo le habría respondido algo como: "¡¿Cómo pretendes que avance con todo este gentío que no me deja?! ¡¿Estás ciega acaso?!" y luego de que ella le hubiese respondido de la misma forma, él le diría: "¡Suficiente! Sólo intenta no perderte, con lo enana que eres…" Y la discusión hubiera seguido hasta que toda la muchedumbre se hubiera esfumado.

Pero no.

Ichigo tan solo la miró una vez y luego siguió su camino, con una sombra cubriendo sus ojos.

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Mientras tanto, en las oficinas del profesorado, un profesor del departamento de ciencias hacia una llamada telefónica.

¿Diga? –contestaron desde la otra línea.

–Soy yo.

Oh, claro… Casi lo olvido –la voz sonó fría y con desprecio. Se escucharon unos ruidos, como si estuviese la otra persona hojeando unos papeles– Pasa por ella en media hora.

–Allí estaré.

De acuerdo.

Y la llamada se acabó.

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La hora de trabajo al fin había terminado. Yoruichi tenía pensado ir a buscar a Rukia antes de ir a la clínica, pero su impaciencia fue mucho más fuerte. Así que, sacó su teléfono celular y marcó el número de Byakuya.

El pitido sonó varias veces antes de que contestaran:

¿Diga? –Dijeron desde la otra línea.

–Soy yo, Yoruichi.

¿Qué sucede?

– ¿Estás muy ocupado? –Yoruichi era una experta en persuadir.

Tengo una reunión en 5 minutos. –Con eso lo dijo todo y las intenciones de Yoruichi se fueron por el drenaje.

–Ya veo… Entonces nos vemos en casa.

Y colgó sin más.

Suspiró interiormente, mientras salía de su despacho. Al final sus propósitos tendrían que esperar un poco.

Abrió la puerta y se encontró con su secretaria Soi Fong, que al parecer acababa de colgar el teléfono. Yoruichi hiso una sonrisa torcida mientras se le acercaba por la espalda.

– ¿Llamando a tu enamorado, Soi Fong? –Le dijo al oído.

La última dio un salto del susto que su jefa le había dado.

– ¡No me asuste así, Yoruichi-sama! –Le dijo mientras se daba la vuelta para quedar frente a ella. La morena solo atinó a reír.

– ¿Por qué no me habías dicho que tenías novio, Soi Fong? –Siguió con tono burlón Yoruichi– No seas tímida, en el fondo presentía que tenías algún romance…

– ¡No es nada de eso, Yoruichi-sama! ¡Yo solo-! –Yoruichi la interrumpió con otra carcajada.

–Está bien. No seas gruñona, Soi Fong –le dijo para tranquilizarla–. Ven, vayamos por otro café antes de irnos.

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Una pelinegra y un pelinaranjo caminaban por los ya vacíos pasillos de la escuela. Uno delante del otro, como si no quisieran caminar juntos. O más bien, como si sus lazos estuvieran demasiado debilitados para eso.

–Oye, Ichigo –ella fue quien decidió romper el silencio.

–Dime.

– ¿Te ha llamado Urahara?

–Así es. Supongo que a ti también ¿no?

–Ajá.

Desgraciado… Me las pagará, ya verá –Pensó Ichigo, mientras intentaba calmar sus nervios poniéndose las manos en los bolsillos– Esto solo pudo haber sido obra de Urahara-san

Solo tuvieron que caminar un par de metros más para llegar a la oficina de quien los había citado.

Se encontraron con la puerta marrón e Ichigo golpeó con fuerza, de lejos se le notaba su tan habitual ceño fruncido. Rukia se limitó a cruzarse de brazos.

Pasaban los segundos y nadie respondía ¿qué le pasaba a ese Urahara?

Esperaron hasta que la paciencia del pelinaranjo se hubo agotado, entonces, fue ella quien abrió la puerta con fuerza, haciéndola chocar con la pared y haciendo también que el docente sentado frente a su escritorio en el interior de la oficina saltara del susto.

El último rápidamente guardo algo en un cajón. Al parecer un Mp3 y algo más, pero Ichigo y Rukia no lograron diferenciar qué.

– ¿Nos llamas y en vez de estar esperándonos como es debido, te pones a escuchar música? –Lo remendó el muchacho.

El hombre le dedicó una de sus típicas sonrisas, mientras apoyaba una de sus manos en la nuca, dejando escapar una risa nerviosa.

–Lo siento. Como no llegaban me distraje un poco…

– ¿Cómo no nos retrasaríamos? El colegio es una jauría al salir de clases. –Continuó retándolo Ichigo.

Al fin Rukia decidió intervenir antes de que se formara una pelea, lo más probable era que Urahara terminara burlándose de Ichigo y éste, furioso lo golpearía.

– ¿Y bien? –Comenzó Rukia– ¿Para qué nos has llamado?

El rostro de Urahara se iluminó un poco, algo extraño en él. Ambos jóvenes se quedaron pensativos unos momentos, esa expresión no era de buenas pintas.

–Bueno… se acerca el baile de primavera y pues-

–¡Me niego!

Gritaron ambos jóvenes al unísono.

– ¡Por favor! El club de artesanías dijo que este año no se haría cargo de la decoración si el club deportivo no desalojaba el gimnasio. Y aunque insistí, se negaron y ya no hay ni sede ni decorado.

–Ese no es mi problema –reclamó Ichigo–, además estoy seguro de que sabes que jamás he sido bueno con la artesanía y esas cosas ¿Por qué de toda la escuela me has escogido a mí, eh? No tiene ningún sentido. No seré víctima de tus juegos, Urahara-san.

– ¿Are? ¿Víctima de mis juegos? ¿Por qué dices eso, Kurosaki-san?

Ante la pregunta, una venita comenzó a palpitarle en la cabeza a Ichigo.

– ¿¡No te has enterado!? ¡Siempre me sucede algo malo cuando estás tú involucrado!

–Eso no es verdad… –Le respondió de manera misteriosa, con una sonrisa torcida y mirando de reojo a Rukia. Un ligero sonrojo se apoderó de las mejillas de Ichigo mientras la pelinegra a su lado no se enteraba de nada– ¡Vamos! –Continuó el docente– Podrías pedirle ayuda a Yuzu-chan, estoy seguro de que estará encantada de hacerlo –sus ojos se fueron a los de Rukia–. Y por tu parte, Kuchiki-san, apuesto a que tú casa es muy grande ¿no? –Ichigo sintió una punzada en el estómago al escuchar eso– Por favor, no es que pueda pedirle algo así a cualquiera. He hablado con Ishida y con Inoue-san, pero han dicho que no traicionarán al club. Incluso con Sado-san, pero es lo mismo, no engañará al equipo de fútbol.

– ¿Y qué? ¿Acaso somos los únicos alumnos de toda la escuela? –Le recriminó Rukia.

–Los de último año están ocupados con sus proyectos y ustedes son el curso que les sigue. No puedo encargarle esto a los cursos menores.

Ambos jóvenes guardaron silencio. Aunque los argumentos de Urahara eran muy buenos, no estaban convencidos por completo. Y Rukia, que no estaba muy segura de si podría dar su brazo a torcer, tomó la palabra:

–Lo siento, Urahara. Pero no estoy segura de si Nii-sama acepte que preste la casa para algo así.

Urahara supo que era hora de su táctica-súper-efectiva de convencimiento. A pesar de que ambos jóvenes ya la conocían de antemano, aún conservaba la esperanza de que cayeran:

Una sombra deprimida se posó en los ojos de Urahara, que había cambiado esa sonrisa torcida suya por una ligera mueca de tristeza.

– ¿Así que esa es su decisión…? –Ambos jóvenes miraron al hombre con una marcada mueca de eterna paciencia– Y yo que pensaba que les gustaría tener la oportunidad de… ¡Comer muchos dulces! –Dijo sacando seis paletas de un cajón.

– ¡Ya no somos unos críos!

Gritaron Rukia e Ichigo al unísono ¿Ese hombre nunca cambiaría? Aunque el que usara esa táctica con ellos les dio mucha nostalgia.

Ichigo fue el primero en hacer ademán de irse, a lo que Rukia lo siguió, encaminándose ambos hacia la puerta.

Ahí fue cuando Urahara decidió actuar en serio esta vez:

– ¡Vamos, chicos! ¿Por los viejos tiempos?

A ambos jóvenes les recorrió un escalofrío, al tiempo que se detenían súbitamente. El pelinaranjo lo único que deseaba era golpear a ese sujeto, pero desistió en parte por miedo a ofender a Rukia. Los "viejos tiempos" era algo que ambos apreciaban demasiado para refutarlo así como así.

Con paso algo tambaleante Ichigo se acerco a Urahara y, con un movimiento brusco y algo infantil, le arrebató de un tirón las paletas.

Media sonrisa se formó en los labios del docente mientras observaba como el par de jóvenes salía de su despacho.

–La táctica-súper-efectiva de convencimiento jamás falla, Kurosaki-san.

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Rukia fue la que se encargó de cerrar la puerta a sus espaldas.

En otro tiempo se habría enojado con Ichigo por lo que acababa de hacer. Responder y aceptar algo sin tomar en cuenta lo que ella pensaba y comprometerla con asuntos que ni si quiera estaba segura de que podría cumplir.

Sin embargo ahora no.

Al contrario, le agradecía que hubiera hecho eso. En el fondo no quería negarse, pero simplemente no podía aceptar. Que él diera el empujón por ambos le quitó, indirectamente, un gran peso de encima. Al final Ichigo hiso por ella lo que no se hubiera atrevido a hacer.

Caminaba cabizbaja, pensando en cómo convencería a Nii-sama de que aceptara prestar la casa como sede del baile de primavera.

De pronto, los zapatos de Ichigo cruzándose en su vista la hicieron levantar la mirada. La contemplaba con el ceño fruncido y con una paleta en la boca.

–Toma –le dijo extendiéndole tres de los dulces–, la mitad del soborno es tuyo.

Rukia alzó la vista, para encontrarse con un par de ojos marrones que la observaban como la hubieran observado esos mismos ojos años atrás. Como si nada hubiese cambiado durante el tiempo en que estuvieron separados.

–Hm –articuló mientras tomaba los caramelos.

Los lazos perdidos pueden ser forjados de nuevo… ¿No, Ichigo?

Notas: ¡Lo terminé! :D Espero que les haya gustado y no tengan ganas de tirarme una zanahoria kamikaze.

He estado escuchando mi repertorio más cursi para inspirarme a escribir este fic, así que quizás en los caps. de más adelante tengan una canción así como "de fondo" o "representativa". Y bueno, no se me ocurre que más escribir así que ¡Nos leemos y gracias por leer! C: