— Serán un euro con diez, señorita.
Una pequeña se encontraba comprando un delicioso helado con sabor chocolate. Era verano y hacía un calor espantoso. La dependiente le tendió el refrescante tentempié y ella le pagó con su dinero.
— ¡Gracias, vuelva pronto!
Salió de la tienda. El sol pegaba fuertemente en su piel, haciendo que ardiera. Jadeó por culpa del calor y comenzó a comer su helado.
Su espalda sudaba tanto que parecía un río. Pasó una mano por su frente, y decidió caminar.
Miraba hacia todas las direcciones posibles, pero solo veía las solitarias calles y tiendas cerradas de su modesta ciudad. ¿A quién se le ocurría salir a las 5 de la tarde en pleno verano? A ella.
Se detuvo por un momento, en medio de la avenida. Su helado se terminó.
Últimamente sentía como algunas cosas estaban cambiando alrededor. Y eran cosas inexplicables. Veía cosas que los demás no veían, o cuando su estado de humor variaba una fuerza interior la hacía sentirse viva. Alguna vez pilló a algún que otro hombre mirándola a escondidas mientras paseaba por la calle o cuando se asomaba por la puerta de su cuarto. Era todo tan extraño.
— Tan… yo— Murmuró con un fino hilo de voz.
Se puso en marcha de nuevo hasta llegar a un parque. El césped estaba prácticamente destrozado, no había ni una pizca de brizna verde. El tobogán tenía un color marrón cobrizo: signo de estar oxidado. Ahora quemaría por el intenso sol. El balancín no se le diferenciaba demasiado. Lo único aceptable eran los columpios.
Se fue a sentar en uno, de espaldas al sol. Tomó una coleta que se acomodaba en su tobillo y se amarró el pelo en una desecha cola de caballo.
Cerró sus ojos negros intentando concentrarse. Agachó su cabeza, haciendo que su coleta se alzara hacia delante.
No había estado más extraña en su vida. Sentía energía fluir por sus castas venas. Sonrió satisfecha y abrió sus ojos delicadamente, como consecuencia del potente sol. Se encontró con una chica delante de ella.
— Hola— Saludó con una sonrisa— ¿Has conseguido algo?
— Estaba a punto.
— Muéstramelo entonces.
La chica alzó su mano y frunció el ceño. Miró el balancín, y con su mano lo movió, haciendo que se balanceara bruscamente y, además, varias veces. La segunda chica aplaudió con la boca abierta.
— ¡Vaya! Es como si fueras bruja o algo así— La halagó. Se sentó en el columpio al lado de ella
— No soy bruja, Ruth. Más quisiera— Soltó una risotada acompañada de su amiga.
Sopló un viento furioso, cargado de calor. Ambas tosieron, se había levantado algo de tierra.
— He estado viendo cosas últimamente— Habló la primera chica— Antes me daba miedo, pero ya me he acostumbrado a ellas.
— ¿Qué cosas?
— Sombras, personas que visten extrañas… Parecen sacadas de un cuento. Además cada vez veo más claros a los fantasmas de mi casa.
— Te va a resultar extraño, pero… Yo también los veo.
Otro soplo de viento llegó. La primera chica se quedó con la boca abierta y se levantó rápidamente del columpio.
— ¿¡En serio!? ¡Entonces, eres como yo! — Exclamó feliz, dando un par de saltos.
— ¡Nazareth, calma! — Gritó asustada al ver que el columpio se movía bruscamente, y que el viento se empezaba a intensificar.
— Oh, sí, lo siento. Será mejor que me vaya a mi casa. Nos vemos después.
Las dos se despidieron y quedaron verse un par de horas más tardes en el mismo parque. Eran muy buenas amigas y se contaban todo. Cuando Nazareth empezó a experimentar esa especie de poder, lo primero que hizo fue coger el teléfono y decírselo a Ruth.
Nazareth era una chica muy alta, algo entrada en carnes, pero no gorda. Tenía el pelo muy largo, negro y ondulado, y unos ojos tan grandes y negros como la misma noche. Tenía once años.
Ruth, en cambio, era todo lo contrario. Era bajita, bastante delgada y su pelo era largo y liso. Sus ojos eran de tamaño normal y de color miel, o verdes si se les miraba con la luz adecuada. Tenía once años, al igual que la otra chiquilla.
Ambas eran muy guapitas y simpáticas. Siempre que alguien pidiese su ayuda ellas lo harían encantadas.
Nazareth por fin llegó a su casa. La puerta estaba abierta, y al fondo en la cocina estaba su madre. Rodó los ojos y se fue silenciosamente a su cuarto.
— ¡NAZARETH! — Graznó una mujer desde abajo. La recién llamada se giró y fue a la cocina, sería mejor no enfadar a esa fiera.
— ¿Qué pasa? — Preguntó lo más buenamente que podía. Su madre la miró de arriba abajo.
— Recoge tu cuarto y date una ducha, estás asquerosa— Le ordenó.
"La asquerosa eres tú…" Pensó frustrada. No había ser más detestable que su madre, o eso pensaba ella. Subió corriendo por las escaleras hasta llegar a su habitación. Tenía una cama alta, un armario que le hacía juego, un escritorio y al lado había un teclado eléctrico. La verdad es que el cuarto estaba bastante desordenado.
Empezó a recoger y a hacer su cuarto. Abrió la ventana, para que se ventilase un poco. Observó la ventana de su vecino. Estaba abierta de par en par y no había nadie. Se encogió de hombros y siguió a lo suyo.
Una vez terminado el trabajo se duchó con agua templada. Salió, y casi se mata en la ducha, pero pudo sostenerse a tiempo.
Recién entraba la noche y se sentó en el sofá de su salón a ver la televisión acompañada de su mascota, un pequeño perro blanco.
Un graznido de algún pájaro hizo que apartase la vista de la tele. Miró a la ventana que daba a un pequeño patio. Había una lechuza de color marrón y los ojos amarillos mirándola. Emitió otro graznido y se fue volando.
Nazareth no podía tener las cejas más alzadas. Se levantó y pegó su rostro al cristal, viendo como la lechuza desaparecía entre la noche.
— Pero qué…— Dijo todavía con la cara en la ventana. Miró hacia el patio. En uno de los geranios de su madre, reposaba una carta color paja.
Abrió los ojos lo más buenamente que podía y corrió hasta el patio, para coger la carta. La mano le temblaba considerablemente. Leyó lo que ponía en su dorso:
Srta N. Babiano Rondán.
Habitación de en medio.
C. Magallanes núm. 15
España.
Con emoción comenzó a abrir el sobre, pero unas manos grandes y morenas se la quitaron.
— ¿Qué es esto? — Preguntó aquél hombre. Agitó la carta, como intentando descifrar su contenido.
— ¡Si no sabes lo que es, devuélvemela! — Gruñó intentando recuperar la carta.
— Tómalo, enana— Le dijo con una media sonrisa. Ella frunció el ceño, su hermano había estropeado el momento. Abrió por fin el sobre, sacando la carta que aguardaba. Comenzó a leerla en voz alta:
Colegio Hogwarts de Magia
Director: Albus Dumbeldore
(Orden de Merlín, Primera Clase,
Gran Hechicero, Jefe de Magos,
Jefe Supremo, Confederación
Internacional de Magos).
Querida señorita Babiano:
Querida señorita Babiano:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el Colegio Howgarts de Magia. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios.
Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.
Muy cordialmente, Minerva McGonagall
Directora adjunta.
Una gota de sangre cayó sobre la carta.
Nazareth no podía elegir mejor momento para que le sangrase la nariz.
