Ninguno de los personajes me pertenece, son obra de Rumiko Takahashi.
En el crujir del fuego y en las figuras danzantes de las llamas; en la caricia de la tierra, los tributos que te alimentan; en el agua que limpia y calma tu cuerpo; en el viento que te susurra las pistas para las decisiones difíciles; o, donde pierdes tu mirada cuando necesitas ayuda. Estamos ahí, sin pedir nada a cambio.
Elemental
La mano detrás de la caricia del viento
Un universitario a pocos meses de graduarse tiene suficientes problemas en su vida para preocuparse por los demás, incluso si es un alumno con un claro nivel de inteligencia superior al de sus demás compañeros, tendrá la agenda repleta por culpa de la escuela. Pero no importa si todos te temen o respetan, si la mujer de la que heredaste gran parte de tus atributos se empeña en algo, lo logrará.
Hermanos menores. Él ya tenía un hermano menor antes de la niña a la que debía acompañar a hacer su tarea. S in embargo, era deshonroso considerarlo su familia. Inuyasha era sólo la mitad de su sangre y desmerecía el apellido paterno que compartían. Pero esa niña… Ella era digna y no lograba entender la razón. No compartían sangre porque ella había nacido en una cuna lo suficientemente miserable para haber acabado a tutela del gobierno, pero desde hacía tres años que su madre la había adoptado, logró meterse en su coraza.
Era su hermana y sólo por eso la acompañaba al bosque al que había elegido ir. No confiaba en nadie más para cuidarla, quizá únicamente en su asistente, pero él estaba enfermo y fuera de cualquier jugada por un buen rato.
Se dio tiempo para observar el paisaje que tanto parecía fascinar a la niña a pocos metros de distancia de él: un bosque que había sido nombrado reserva natural desde varios años antes de que él naciera. Además, un lugar sagrado lleno de leyendas y cuentos, a su parecer, bobos. El aroma era agradable a pesar de que él no era ningún fanático de los perfumes. Una mezcla de tierra mojada y flores que le parecía mejor que la esencia que salía de una botella.
La luz del sol brillaba espléndida entre las ramas espesas que podrían contar más historia que un libro hecho de su madera, y los tonos verdosos proliferaban debido a la calurosa época del año.
Devolvió la mirada a su protegida, quien estaba tirada de panza al suelo con su cuaderno lleno de notas y dibujos rápidos, intentando contener la respiración para no ahuyentar a la mariposa que había encontrado en la pequeña frente de la niña, un lugar cómodo para descansar. Al final ella no pudo evitar moverse y vio partir con una sonrisa emocionada, a la mariposa.
Estaba aburrido. Se sentó en una banca en la que consideró sería el mejor punto de observación. Su cabello empezó a mecerse y jalonearse gracias a la fuerte ventisca que se había formado cerca de él. Los mechones plateados de su cabello se revolvían a pesar de ser cortos, logrando con eso que se molestara ligeramente. Pero decidió simplemente dejarlo pasar e ignorarlo, ya que había aprendido a la mala que no podía tener control sobre todo y ahora algo tan simple como un poco de viento no lo iba a incomodar.
Sintió a la pequeña presencia de su hermana correr con alegría hacia él, pero permaneció indiferente hasta que ella estuvo a su lado. Ya podían retirarse del lugar, la pequeña había terminado sus deberes. Se puso de pie e inició la marcha hasta la salida de la reserva en la que estaba estacionado su auto.
No tenía que decirle algo, ella ya sabía bien cómo debía actuar y hasta donde llegaban sus permisos. Aun así, de vez en cuando se quedaba entretenida en algo, como en ese momento unas flores llamaron su atención y se detuvo a darles un vistazo, quedando absorta por los colores.
—Rin—. Usó un tono firme como con todo lo que salía de su boca, pero era ligero, sólo un llamado pues no necesitaría más. Él continúo su camino a paso lento.
La aludida se tomó su tiempo para terminar de mirar, pero acudió al llamado con rapidez. Corriendo y saltando cada que encontraba algo para jugar hasta que tuvo de frente el par de ojos dorados de su hermano, observándolo durante unos segundos para después seguir su diversión.
La pequeña agradeció que su hermano no la interrogara. Era consciente de que debía decir la verdad, pero si le contaba lo que la había distraído sabía que la respuesta sería que veía cosas. ¿Pero era posible que su hermano no hubiera visto a las pequeñas criaturas ocultas en las flores? ¿Ni a la mujer escondida tras la brisa que jugaba con su cabello? También era probable que lo ignorara porque así era él. Por eso no le tomó importancia.
Por alguna razón, hacía un tiempo que a Sesshomaru parecía perseguirlo la desgracia. Aunque, como hombre previsor, inteligente y calculador que era, lograba sortearla con una facilidad admirable. Sus hojas y documentos salían volando desde su mesa hasta la puerta del estudio. El café caliente siempre se tambaleaba en sus manos y amenazaba con manchar su camisa. Se iba la luz en su calle debido a los fuertes vientos que movían el cableado y muchos eventos curiosos que eran similares entre sí.
Sin embargo, no importaba cuanto se esforzara ella, el hombre parecía tranquilo e inmutable. No lograba arrancarle más que un ligero fruncido de cejas o una mueca de hartazgo. Era totalmente diferente a los otros blancos de sus travesuras, tanto, que al pasar de los meses había dejado de intentar hacerlo rabiar y pasar a ser una simple observadora.
Y entonces descubrió que Sesshomaru era, en efecto, totalmente distinto a los demás humanos. Era frío, aislado y con grandes defectos que saltaban inmediatamente a la luz más tenue, pero no sólo su peculiar tono de cabello o su atractivo físico llamaba la atención de las féminas a su alrededor. Tenía una personalidad fuerte, una capacidad de liderazgo envidiable y un código de honor personal que parecía inquebrantable. No parecía tener ataduras —no como las de ella, que sólo podía salir por poco tiempo de su hogar— . Eran pocas cosas las que le interesaban, pero cuando las consideraba dignas les prestaba la atención debida, y a su forma, se entregaba a ello. La más clara muestra era la niña a la que cuidaba con tanto empeño como si fuera su propia hija, y no su hermana.
Pero aquel hombre de ojos dorados estaba comenzando a sospechar que estaba siendo observado. Tenía la capacidad de fijarse en los detalles más mínimos y como toda persona podía sentir la mirada insistente de alguien más sobre él. Para fortuna de ella, no creía en lo sobrenatural y se había tomado a sí mismo como paranoico.
Sonrió, pero su rostro transparente era apenas una silueta que se perdía en la inmensidad del bosque. Había regresado de su misión de espionaje y sentía un cosquilleo recorrerla. Era la emoción de ir y venir a su antojo, aunque fuera sólo por un rato.
—Más te vale no estarte acercando demasiado a los humanos—. Y ahí estaba, la sola voz de Naraku la hacía juntar las cejas, molesta. Prestó un poco de atención y pudo identificar el origen del sonido que parecía nunca irla a dejar en paz. Estaba en el hueco de su árbol —¡qué novedad!—, sombrío y húmedo, tal y como a él le gustaba. Pronto pudo ver lo que para otros podría haber sido una silueta que pasara desapercibida. Una cabeza se asomó de aquel hueco, con el cabello encrespado, largo y negro cayendo por lo poco que sobresalía de sus hombros, los ojos rojos y una sonrisa burlona adornando sus facciones con aires de malicia. —Como tu guardián, debo encargarme de tu bienestar, Kagura querida, ¿qué haría yo si algo te pasara?
Cada palabra estaba llena de sarcasmo mal disimulado. Le dejaba una sensación agria en cada rincón de su ser. Le recordaba que nunca sería libre, que estaba atada a él y a ese maldito bosque desde mucho tiempo atrás. Realmente no odiaba a los humanos por reducir su vida a eso, pero sí odiaba al esperpento que resultaba ser su autoproclamado guardián, su hermano.
Ella el viento y él la tierra. Estaban destinados a acompañarse toda la eternidad, hasta que alguien matara el árbol al que también estaban unidos. Porque ella era la brisa que cuidaba la polinización de sus frutos, que mudaba las hojas, que lo mantenía húmedo en tiempos calurosos llevándole un poco de agua aunque fuera a cuentagotas y también lo golpeaba inclemente para tirar el follaje que ya no era útil. Y él era el cuerpo que daba fuerza, que enterraba las raíces en la tierra y sustraía agua y alimento de las inmundicias, de lo que ya no tenía vida. Una máquina bien estructurada.
Era tan irónico, nacer de viento pero con un reglamento que estaba escrito en el cielo y que le impedía volar a su antojo. Cuanto habría deseado nacer como otras de sus hermanas, que viajaban a través del mundo y aunque seguían también lineamientos, no tenía nada que les impidiera hacer alguno que otro destrozo.
—Déjame en paz—. No tenía planeado permanecer más tiempo escuchando sus reclamos. Era consciente de que él tenía la capacidad de bajar sus ánimos y hacerla sentir miserable. Ya lo había hecho durante mucho tiempo. Aun ejercía cierto control sobre ella como si le hubiera arrebatado una parte. Nunca entendería en que momento lo había permitido.
Pero ya no quería que siguiera siendo así.
—El que no pueda moverme de aquí —dijo Naraku—, no quiere decir que no esté siempre contigo, lo sabes. Nunca podrás quitarme de tu mente. Eres parte de mí y eso no podrás cambiarlo—. Poco a poco la figura espectral fue desapareciendo hacia el tronco de donde había salido, dejando a la dama de viento con un sentimiento de enojo clavado en lo más profundo.
Necesitaba despejarse, estaba anocheciendo y ahora sólo le apetecía estar lejos de aquello que bien sabía, nunca podría dejar realmente.
No era la primera vez que hacía caso a sus instintos. Después de todo, su árbol y Naraku podían valerse por sí mismos por un par de días. Pero esta vez había terminado en la casa del hombre que logró llamar su atención y eso la hacía sentir libre. Eligió ir ahí, con él. Cuanto deseaba poder ser tan libre como él, por lo menos por unos días o segundos.
Y podía hacerlo. No sería la primera vez que tomaba una forma palpable, humana, para divertirse con un chico que le parecía atractivo. Después de todo, las cosas no eran tan malas en su mundo y tenía permitido juegos como ese. La interacción con los humanos no estaba prohibida. Le regalaban un cuerpo humano, un contenedor para moverse entre los mortales.
Esperó al amanecer para ver partir al hombre de mirada dorada a su rutina diaria. Lo siguió a paso tranquilo, como viento matutino, divirtiéndose de como los sentidos de Sesshomaru le advertían de la presencia de alguien más cerca de él. Se le adelantó al ver que se acercaba a un parque, era el momento de presentarse.
No había nadie, sólo un borracho dormido que poco le importaba. Pudo sentir de a poco como piel iba cubriendo su cuerpo, al tiempo que el elemento del que era parte le erizaba el vello. Tenía frío, estaba desnuda. Por suerte, el universo era amable de vez en cuando con ella y una bolsa con ropa y unas sandalias había sido olvidada por alguna chica apurada la noche anterior. La ropa era de su gusto y de su talla; se vistió tan rápido como pudo, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo para dejarse ver.
Cuando hubo terminado la tarea y dejó de pelear con la blusa rosa en la que no encontraba derecho o revés, se apresuró a volver al camino, encontrándose justamente con el hombre de cabello plateado al que deseaba ver. Salió de forma sensual, sin dejar de lado la elegancia que la caracterizaba, esperando llamar la atención de él lo suficiente para que detuviera su camino. No llevaba ropa interior, no la encontraba importante y menos en esa ocasión.
Sin embargo Sesshomaru a penas la miró de reojo y continúo caminando. Se sintió ofendida, pero debía seguir su plan con naturalidad, porque después de todo lo había elegido por ser diferente a otras víctimas de sus travesuras. Dejó que sus pies se acostumbraran a dar pasos en ese cuerpo y continuó por el sendero que reconocía de tantas ocasiones mirando de lejos a aquel hombre. Contenía la risa, era claro que él se sentía perseguido, pero notaba que su mente se había tranquilizado al notar una presencia "humana". Aceleró el paso gradualmente hasta que rebasó a Sesshomaru y estuvo en la entrada de la universidad. No la dejarían pasar porque no llevaba identificación alguna y menos de ese recinto. Sin embargo, no necesitaba baratijas como esas. Asegurándose de que no hubiera ninguna mirada curiosa, tomó su forma natural y pasó sobre los muros de la escuela, colocándose de forma casi inmediata en la entrada, aparentando entrar de forma normal por si alguna cámara la veía.
A los pocos minutos, Sesshomaru también entró en el recinto. Al ver a Kagura hizo un ligero gesto de desagrado. Por más que forzaba a su mente no lograba reconocerla. No es que recordara a cada alumno en su escuela, porque eso sería imposible. Pero sí podía reconocer sus caras y para qué negarlo, le eran fácil reconocer rostros femeninos por lo mucho que sus compañeras solían seguirlo. Por eso, era increíble no reconocer a alguien que parecía tener interés en él.
Kagura se le acercó lentamente hasta que estuvieron lado a lado. Sesshomaru se detuvo en seco, esa actitud lo estaba cansando, y últimamente se sentía menos tolerante
—¿Qué quieres, mujer?—. Fue directo y tajante. La miraba directamente a los ojos, con la mano que no sostenía su maletín apretaba ligeramente el puño.
Kagura le sonrió, sin dejarse amedrentar por la mirada penetrante que se clavaba en sus ojos color escarlata
—Quería preguntarte la hora.
Mentía y era descarada. No pensaba seguirla tolerando. La ignoró y siguió el camino hacia una banca, ya que por desgracia, a diferencia de él, su profesor de la mañana no tenía la costumbre de llegar temprano.
Tal parecía que la mujer de cabello negro y mirada peculiar no quería dejarlo en paz tan fácil, pues tuvo el descaro de sentarse a su lado. La examinó con detenimiento. Llevaba el cabello suelto y el rostro sin maquillaje. Lucía como si hubiera salido de bañarse hace poco, pero su cabello estaba seco y el viento movía a capricho sus mechones negros dándole un aura bastante extraña. Después Sesshomaru recordó que su tono de cabellera era plateada, sus ojos dorados y en su cara había marcas extrañas, que de no ser por su personalidad imponente, le habrían dado varios disgustos durante su vida. No era quién para llamar rara a la apariencia de alguien.
Kagura se fingía despreocupada de él. En el fondo lo estaba. El simple hecho de estar descansando lejos de sus ataduras la hacía sentir libre y con esperanzas. Miró a la copa del árbol bajo la que estaba colocada la banca y pudo divisar a una de sus hermanas sonriéndole juguetona. Su hermana tenía alas y era pequeña, pero fuerte. Le guiñó un ojo a Kagura y arrojó sobre ella una bellota. La dama de viento aprovechó la oportunidad y se inclinó hacia Sesshomaru, fingiendo buscar protección de un inminente golpe.
Sus reflejos eran rápidos, y estaba acostumbrado a ese tipo de incidentes, ya que tenía tiempo que cosas así le sucedían. Atrapó la bellota en el aire, pero la mujer loca ya se había abalanzado a protegerse contra él. La alejó sin disimular su molestia pero ella se limitó a tomar la bellota entre sus manos y observarla con detenimiento.
—¿Sabías que dicen que las bellotas representan resistencia, fuerza, perseverancia y paciencia? Hay quienes incluso la asocian a la inmortalidad.
Y por lo visto, la mujer no iba a dejarlo en paz en un buen rato.
Editado, ya con la corrección de mi Beta.
Quiero agradecer a dos personas muy especiales:
A mi preciosa Beta: Rhett Sosui por apoyarme y ayudarme a corregir esta locura.
Y a mi bella amiga: Yumipon, porque, linda, tú me das muchos ánimos, siempre me das el visto bueno y me apoyas a seguir escribiendo.
Espero que ambas encuentren esto agradable.
Y luego, quiero decir que si te ha gustado esta historia, antes de agregar a favoritos e irte, por favor dejes un review. Me harías muy feliz.
