Este fic participa en el reto "Solsticio de invierno" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black..

Disclamer: Todo el mundo de HP pertenece a JK R. Yo solo lo utilizo para dejar volar mi imaginación.

Nota de autora abajo.

Besos y saludos

AJ


I

An it harm none, do what ye will


Draco terminó de decorar su árbol de Yule. Hizo levitar con la varita la última de las pequeñas figuras que adornarían, un año más, aquel enorme pino que presidía la sala de estar de Malfoy Manor.

El Abeto marcado siempre de verde está, para representar la inmortalidad.

Compuso una extraña mueca, similar a una sonrisa al rememorar las palabras de aquel poema y contempló en silencio su obra. Recordó, sin poder evitarlo, aquellos años previos al regreso del Lord Tenebroso, cuando sus padres eran simplemente sus padres y él era tan solo Draco. Un niño mimado y consentido, que reía jubiloso, mientras Lucius elevaba por el aire al elfo doméstico de turno, para que pusiera los adornos que el niño elegía. A veces le dejaba su pequeña escoba y, bajo la atenta y vigilante mirada de su madre, ascendía hasta la mismísima punta del abeto, dispuesto a colgar una a una aquellas figuras familiares que adornarían su árbol.

Después se juntaban los tres y quemaban el tronco del pino anterior. Lucius lo echaba dentro de la chimenea y con un elegante giro de varita le prendía fuego mientras daba pequeños sorbos a su vino especiado y los tres, en silencio, contemplaban como la madera crepitaba, lanzando pequeñas llamaradas sinuosas que lamian la rugosidad de la madera, envolviéndola y quemándola despacio.

Cuando a Yule la rueda ha señalado, se enciende el tronco y reina el astado.

Ahora que el mundo había girado era él quien bebía lentamente de su copa, mirando el salón decorado con guirnaldas verdes y plateadas, aquel lugar frío y solitario en el que se había convertido su hogar.

Con su padre en Azkaban y su madre encerrada en su habitación, negándose a aceptar en su casa a la impura que se había convertido en la única amiga de Draco, estaba abocado a pasar solo las fiestas... Aunque ¿Qué importaba? Hacía mucho que se sentía completamente solo, no habría demasiada diferencia si sus padres estuvieran ahí, junto a él.

En los últimos meses, tras la caída de Voldemort y los juicios de los que, gracias a Potter y Granger, tanto él como su madre habían salido exculpados, todo había cambiado mucho.

Regresó a Hogwarts, al igual que Hermione y, sorprendentemente se habían hecho amigos.

Al principio fue algo incómodo, el mayor detonante acabó siendo el que ambos fueran Premios Anuales, Granger por méritos propios y Draco porque los profesores consideraban peligroso que regresara a las mazmorras, donde la gran mayoría de sus compañeros de casa le veían como un traidor, algo que, a decir verdad a nadie extrañaba, ya que la mayoría de ellos tenían a sus padres enterrados en cementerios familiares o presos en Azkaban, mientras que los Malfoy se habían librado de casi todo con sorprendente facilidad, teniendo en cuenta el peso que tuvieron en la guerra.

Les adjudicaron una torre conjunta y bastantes deberes a los que hacer frente como una unidad. Aquel hecho les obligaba a pasar mucho tiempo juntos, el que los amigos de ella no hubieran regresado y los de él simplemente fueran inexistentes, les hacía pasar a ambos muchas horas en la sala común. Empezaron respetando sus espacios y silencios hasta que un día se pusieron a hablar. Tres meses después habían descubierto que las similitudes entre ellos eran mayores a sus diferencias y terminaron inmersos en una precaria amistad, que se afianzaba poco a poco haciendo equilibrios en el fino abismo que hay entre la naciente confianza y el antiguo rencor.

Pero aquellas Navidades ambos habían vuelto a casa y Draco no era capaz de enfrentarse solo a sus fantasmas.

Cuando el viento del Oeste oigas suspirar, todos los corazones encontrarán descanso y paz

Nadie podía saber lo que habían sido para él aquellos últimos años, nadie menos Granger. En ella había volcado toda su desesperación, se abrió completamente, dejó que viera a la persona que se escondía tras el miedo, la vergüenza, el despotismo y la arrogancia. Con ella era simplemente quien quería ser y no quien se esperaba que fuera y eso era algo que ni todo el dinero de Gringotts podía pagar.

Le pidió que fuera con él a Malfoy Manor a pasar las fiestas y ella, tras unos minutos del más opresivo silencio, accedió.

Pero no contaron con que en aquel enorme lugar Narcissa era la reina, aún con la deslustrada corona y un "castillo" que no era más que el recuerdo de otros tiempos de mayor grandeza.

Seguían teniendo su apellido y su linaje. Sus riquezas, pese a haberse visto diezmadas, seguían siendo mayores que las de cualquier otra familia de magos de Londres. Sus inversiones eran prósperas gracias ahora a Draco y su nivel de vida no se había visto alterado.

Aun así, la mansión Malfoy no había cambiado desde el día que el Lord Tenebroso la invadió, erigiéndose como monarca de un reino caído en deshonor.

Para Draco aquel día fue la verdadera caída de los Malfoy. No cuando Lucius falló en el Ministerio, no cuando él no realizó su misión de matar a Dumbledore. Ni siquiera cuando Narcissa mintió a Voldemort sin parpadear para salvar la vida de su único hijo.

No.

La caída en desgracia de su familia aconteció en el momento que aquel ser despiadado y cruel se hizo con la casa y con sus vidas, marcando cada rincón del que fue su hogar, ensuciándolo con su putrefacta presencia, destrozando sus recuerdos, mandando al infierno su futuro... Dejando impregnada en cada rincón la esencia del mal que le envolvía. El eco de los gritos de Hermione Granger aún resonaban entre aquellas paredes, erizando su piel cada vez que cerraba los ojos y los escuchaba como si fuera ayer. Los lamentos de la profesora Charity de estudios muggles, también empapaban aquellos muros ensangrentados... Pero para su madre nada de eso parecía importar. Ni la muerte, ni la opresiva sensación de irrealidad, ni los funestos recuerdos. Todo lo que importaba era la sangre, la pureza, la clase social que, quisieran o no los demás reconocer, existía en el mundo mágico, la realeza no era una fantasía si no una realidad, la aristocracia estaba ahí, quisieran o no verla, esperaran o no abolirla y la señora Malfoy cargaba con dos de los apellidos más importantes de esa nobleza, los llevaba con orgullo y parecía dispuesta a defender sus ideales ante cualquiera, incluyendo a su propio hijo.

Sin un solo grito, sin una sola palabra más alta que otra, miró a Granger con una mueca del más absoluto desprecio y después contempló a Draco con decepción. Sintiéndose insultada, dio media vuelta y, con todo el porte y la elegancia que habría de esperarse de una Black, ascendió sin una sola palabra a sus habitaciones, dejando claro, sin necesidad de hablar, que aquella hija de muggles no era bienvenida y que, mientras mancillara su hogar con su presencia, ella se recluiría en su habitación, esperando que su hijo hiciera lo correcto.

Hermione le había mirado con tristeza y comprensión, sin condenarle en absoluto. Se había limitado a ponerse de puntillas y abrazarle, besando su mejilla, envolviéndole con aquel olor a violetas que tan familiar se le hacía en esos últimos tiempos.

— Feliz Navidad, Draco.

Susurró sobre su piel haciendo que todo el cuerpo del rubio se estremeciera y, con una última sonrisa salió de la mansión, aferró su baúl, giró su varita y desapareció.

Ahora, él estaba ahí, mirando a su alrededor, la enorme mesa para dos sobre la que flotaban las velas y en la que podían verse manzanas asadas, una enorme jarra de sidra, pavo, puré de patatas y un enorme pastel que asemejaba a un tronco recubierto de chocolate.

Todo como siempre, como cada año, una tradición que pasaba de generación en generación… Aunque, en otras circunstancias habría una gran fiesta unos días después, se abriría el salón de baile, se mandarían las invitaciones y los Greengrass, los Parkinson, los Yaxley, Nott, Zabinni … y la gran mayoría de los linajes más antiguos que comulgaban con los ideales de la pureza de la sangre, se reunirían para celebrar juntos aquellas fechas que cerraban un ciclo y daban comienzo a uno nuevo. Brindarían, bailarían, reirían y cerrarían acuerdos matrimoniales entre copa y copa de vino con jengibre o sidra con canela.

Pero no aquel año, ese Yule los Malfoy no serían invitados a ninguna fiesta y las demás familias tampoco estarían en condiciones de celebrarla porque, la aristocracia había elegido el bando equivocado en la guerra y la sociedad mágica tardaría mucho en olvidarlo.

Draco caminó al lado de la mesa, pasando el índice sobre la madera con aire ausente. Vestido con su túnica de gala y algo despeinado de tanto atusarse en pelo con frustración, se acercó a la chimenea y tomó entre sus dedos un marco de plata bruñida que ocupaba el lugar de honor en el comedor.

Un niño de no más de tres años, rubio y con una enorme sonrisa, le devolvió la mirada, apoyado sobre los brazos de su madre a la que tiraba del pelo llamando su atención. Una joven Narcissa, sentada en un ostentoso sillón de orejas, se aguantaba una sonrisa mientras Lucius, con expresión mucho menos severa, los miraba con satisfacción, apoyado en su elegante bastón. Tras ellos un enorme árbol, exactamente igual al que Draco acababa de decorar, se erigía en mitad del salón.

¿Dónde estaban aquellos tiempos? Pensó con un nudo de tristeza que le hizo tragar en grueso. Dejó la fotografía y se giró pasándose por trigésimo cuarta vez las manos por el cabello. Ya no existían, nada de aquella celebración le parecía feliz, solo los recuerdos de su infancia, en la que aún tenía ilusión, aún sentía alegría y emoción, en la que todavía tenía una verdadera familia.

Pero de eso había pasado demasiado tiempo y ahora no quedaba nada. Solo el sabor agridulce de lo que un día fue una época hermosa.

No había música alegre, ni dulces que le hicieran sonreír, ni regalos, ni risas, ni cuentos estúpidos de amor y paz. Ni siquiera el consumismo por el que todos parecían dejarse llevar le afectaba a él que el único regalo que deseaba hacer no había sido pagado con oro.

La echaba de menos…

Había deseado de forma casi obsesiva que ella estuviera con él, que ella le diera la calma que necesitaba, que fuera su áncora en aquella tempestad de emociones descontroladas en las que estaba inmersa su vida.

Si él no fuera quien era, juraría que aquello que había comenzado a arraigar en su corazón, o en su alma o donde coño anidaran esas cosas, era lo más parecido al amor que lograría llegar a sentir alguien tan malogrado como él. Pero ¿Cómo saberlo? Era incapaz de entender lo que sentía por ella. Le gustaba estar a su lado, hablar, incluso discutir, la veía hermosa con aquel cabello enmarañado que solía sujetar en una coleta mientras estudiaba, encontraba adolarables sus dedos manchados de tinta y el olor a violetas de su champú… se había vuelto un maldito cursi, pero le daba igual.

Luz en los ojos y suave al tocar; habla menos, escucha más

Se arrepentía de los años en los que había sido injusto con ella, aunque admitía que seguiría haciéndolo si no fuera por lo que le había tocado a él sufrir en la guerra. En el fondo no se merecía a alguien como Hermione y lo sabía, tal vez por eso se había conformado con ser su amigo, ocultando el modo en que temblaban sus manos cuando se acercaba a ella, la forma en que latía desbocado su corazón cuando la castaña besaba su mejilla o le abrazaba, con esas muestras tan Gryffindors a las que no acababa de acostumbrarse, pero que secretamente le encantaban.

Era contrario a su naturaleza eso de sacrificarse, todos sus instintos le exigían que la tomara, que la sedujera y la intentara retener a su lado. Era un Malfoy y quería todo, anhelaba tener lo mejor y ella era el mayor tesoro que jamás encontraría, era muy consciente de ello, porque era la primera persona en su vida que le apreciaba por ser él, o mejor aún, pese a serlo.

Pero no tenía nada más que un alma atormentada y un cuerpo torturado que ofrecerle, el desprecio de una sociedad que la adoraba como a una heroína de guerra y que la condenaría al ostracismo si la vieran junto a él. Una familia rota, unos padres que la despreciarían… No podía hacerle eso. Su madre tenía razón, su deber era cumplir el contrato de matrimonio que había firmado el Yule anterior y casarse con Astoria Greengrass en unos años. Poco a poco las aguas se calmarían, los Malfoy recuperarían su posición y todo volvería a la normalidad. Tendrían un niño de sangre pura que continuaría su linaje, el apellido Malfoy seguiría vivo y las cosas serían como siempre habrían debido ser…

Vivir y dejar vivir, justamente dar y recibir.

Deber, obligación, compromiso…

Vió a su madre, elegantemente ataviada con un hermoso vestido verde esmeralda, que descendía con aire regio por las escaleras y cerró los ojos, el viento golpeó una de las contraventanas y Draco inspiró con fuerza, escuchando una vez más las palabras de aquel poema que había encontrado unos meses atrás en un pequeño libro familiar que Luna Lovegood le había prestado.

Cuando el viento del Sur sientas llegar, el amor en la boca te va a besar.

Con un hechizo no verbal apagó las velas y se acercó a ella con decisión. Cuando llegó a su lado extendió una mano que ella tomó con prontitud.

— Madre — Se acercó a dar un beso en su mejilla, algo que sorprendió a Narcissa ya que tales muestras de afecto no eran muy comunes en él — Te quiero — Si el beso había impresionado a la señora Malfoy, aquello la había dejado atónita, pues su hijo llevaba años sin decirle algo así, sin poder evitarlo sus ojos se empañaron levemente, no en vano era su madre y le amaba pese a lo que pudiera a veces parecer — Siempre lo haré, pero este no es mi sitio, ya no.

Se cuadró y agarró la capa de invierno que colgaba del perchero, abriendo la puerta y saliendo al exterior con una auténtica sonrisa que asomaba por primera vez en mucho, mucho tiempo miró el cielo despejado, en cuya bóveda se alzaba la luna en su cenit.

Cuando viaje a su cima la luna, el deseo en tu corazón, busca.

Expeto Patronum

Exclamó, y un humo plateado salió de la punta de su varita, denso y serpenteante, se agrandó y tomó forma, hasta que una hermosa nutria se perdió en la oscuridad, emisaria fantasmal del mensaje de Navidad más extraño y sincero de toda la historia de la magia.

Feliz encuentro, feliz partida, calienta el corazón y enciende las mejillas.


N/A:

He de añadir varias cosas:

1) El título de la historia "Astra per aspera" significa "A las estrellas, a través de las dificultades" y es el lema que se usó en las misiones "Apolo" a la Luna.

Me gusta porque las estrellas son inalcanzables, o lo eran, del mismo modo que Hermione era inalcanzable para Draco, pero consigue llegar a ella, pese a los problemas. Es como conseguir tocar el cielo con los dedos tras las vicisitudes acontecidas.

2) Los pequeños retazos de poema son parte traducida de la Rede of the wiccae, así como el título del primer capítulo que, traducido más o menos viene a decir "las acciones que no hagan daño, pueden hacerse a tu voluntad" Es la base de este "Credo" wiccano, una religión neopagana que me parece bonita de veras, en la que se celebran los Sabbats y los Esbats, como Yule. Me apetecía basarme un poco en ellos y de paso, insinuar que Luna y su familia tienen algo que ver en esta "percepción" de la magia, como dejando que forme parte del mundo de Potter.

Aquí la frase es contradictoria porque Draco sí hará daño con sus acciones, a su madre, por ejemplo. Pero solo le causa dolor por su terquedad y su orgullo, por no querer que él sea feliz anteponiendo esa felicidad a las creencias que ella tiene. Por lo tanto no es él quien le va a causar dolor, si no ella misma y su falta de aceptación.