Hola! Bueno, aquí estoy con otra historia y, como la mayoría, esta tiene una característica especial.
Antes de nada, deciros que no tiene nada que ver con el séptimo libro, el cual aún no he leído y que me encantaría que nadie comentase en los reviews (como buena escritora y lectora fanática de esta saga no me gustan los destripes)
Así, os explicaré que este fic esta compuesto de dos One Shots que también son Song Fics así que se podría decir que son algo así como... Song Shots jeje. El primero, es decir, este que vais a leer, se llama "Si tú no estás aquí..." debido al nombre de una canción de Rosana. El segundo aún no sé cómo se llamará, pero seguramente vaya en la línea del primero, ya que será un paralelo.
Una oportunidad para estar contigo I
-x- Si tú no estás aquí... -x-
Una leve pluma rozó la mejilla del pelirrojo, retardando su vuelo unos instantes al entrar en contacto con una gota del salado sudor que bañaba su cara.
En aquel lugar volaban miles de plumas de colores que no parecían pertenecer a nada en especial pero que donaban a la apariencia opaca de la piedra negra el único toque de vida que aquella estancia podría tener.
En la lejanía los múltiples estallidos producidos por hechizos y maldiciones resonaban, haciéndole dudar de su procedencia.
Tragando saliva la miró. Su rostro, acariciado duramente por una palidez casi inhumana, parecía dormitar, aunque él sabía, incluso después de ser uno de los principales eslabones de aquella sangrienta guerra, que en el fondo de su alma se estaba librando la batalla más dura que pudiese imaginar.
No quiero estar sin ti,
si tu no estas aquí me sobra el aire.
Haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban se atrevió a levantar la cabeza por encima de aqel roñoso diván cubierto de pebeteros rotos para observar el panorama que le rodeaba. Justo frente a él yacía inerte uno de los sujetos culpables de tanto sufrimiento. La máscara, plateada bajo la luz de la creciente luna que se colaba por la ventana rota, se había escurrido hacia abajo, dejando ver la cara de expresión cobarde que se escondía tras ella. Rufus Avery estaba muerto.
Con un suspiro de indiferencia continuó mirando a su alrededor. Unos metros más allá, justo detrás de la gran puerta entornada que cedía el paso al interior de la estancia, otro cuerpo descansaba en el suelo. Desde aquella posición el pelirrojo no alcanzaba a divisar más que una de las piernas de la persona que estaba allí, pero aquello fue suficiente para reconocerla: Nimphadora Tonks. Su corazón aumentó los latidos al instante. No podía ver en qué condiciones se encontraba la auror, pero por una simple corazonada podría jurar que no estaba muerta. Por aquello, y recordando el gran esfuerzo que había hecho la metamórfaga para impedir el paso a la habitación de ningún otro después del condenado mortífago, dejó a su intuición la labor de tranquilizarle y devolvió la vista hacia la chica que descansaba sobre sus piernas.
No quiero estar así
Si tu no estás la gente se hace nadie.
De nuevo su corazón sufrió un cambio, pero aquella vez parecía ser la decisión de abandonar su labor como impulsor de la sangre. A su vez, la piel del pelirrojo, como por un capricho enrabietado, decidió copiar el aspecto gélido que lucía la muchacha, y el rostro pecoso del joven Weasley palideció hasta lo indecible.
Tres semanas, tres semanas resistiendo a un hechizo que nadie había detectado hasta aquel momento… y después de tanto ella era la única perjudicada.
Se sentía impotente, estúpido e inútil allí, siendo testigo de cómo la vida de su amiga, aquella a la que tanto había amado a escondidas, se evaporaba para dejar paso al control inexorable de un hechizo maldito que tenía como fin consumirla. Y justo en aquel momento se maldijo por no haber prestado mayor atención en las clases de Defensa contra las Artes Oscuras. Ella, precisamente ella, era la que más empeño ponía para que él se concentrase en estudiar y, por culpa de su cabezonería y su orgullo ahora era la que lo pagaba, ahogándose con una opresión hacia su alma.
Si tu no estas aquí no sé
Que diablos hago amándote.
Rabioso descargó un golpe en el suelo, notando como uno de los huesos de su muñeca crujía, produciéndole un dolor agudo. Pero ya no merecía la pena intentar curárselo o repararlo mediante un hechizo. ¿Para qué? Ella tampoco iba a encontrar cura a tiempo.
Si tú no estás aquí, sabrás...
Que Dios no va a entender por qué te vas.
Quería correr afuera, levantar su varita y pronunciar el nombre de aquella maldición que se había llevado tantas vidas a su alrededor, aquella maldición que le reconcomía la conciencia desde hacía mucho tiempo. Pero no podía, y no por cobardía.
Se negaba a apartarse de ella. Sentía que a su lado aún quedaba alguna oportunidad, una oportunidad para volver a verla sonreír.
Sonreír… aquello quedaba tan lejano… Una simple sonrisa era algo que anhelaba con todas sus fuerzas, y por eso deseaba que la primera que volviese a ver fuese la de ella.
No quiero estar sin tí
Si tú no estás aquí, me falta el sueño
Después de aquella batalla se sabría por fin quiénes eran los vencedores de la guerra. Porque si superaban aquel contratiempo, ya nada podría interponerse entre ellos y la victoria. Sin embargo, si ganaban la batalla final y ella no estaba a su lado para celebrarlo, nada tendría sentido… nada.
No quiero estar así,
Latiendo un corazón de amor sin dueño
Con el dedo pulgar del brazo que no tenía herido acarició la suave piel de las mejillas de la castaña.
Era tan estúpido… en siete años que había pasado a su lado no se había atrevido nunca a decirle la verdad. Era un cobarde. Se preguntó entonces si realmente había merecido pertenecer a la casa Gryffindor, la abanderada de la valentía. Sí, había derrotado a muchos mortífagos, había superado mil pruebas, pero nunca había hecho frente a la prueba más difícil de todas, la que, al fin y al cabo, daba sentido a esa guerra absurda.
Miró de nuevo hacia la puerta, cuidándose de proteger bien aquel tesoro que tenía entre los brazos, y justo en aquel instante, en aquel momento de descuido, un torpe movimiento le llamó la atención por el rabillo del ojo. Con rapidez volvió la vista hacia las piernas de la Gryffindor, seguro de haber visto como uno de sus pies se agitaba de forma casi imperceptible.
Derrámare mis sueños si algún día no te tengo...
Una oleada de tremenda fuerza arremetió contra su pecho. Si no hubiese estado seguro de que era el único mago consciente en la habitación habría pensado que un hechizo le había alcanzado. Pero no. Era alegría, alegría mezclada con el temor de no saber si aquello era cierto o tan sólo un producto de su imaginación.
Lo más grande se hará lo más pequeño.
Sin más cuestiones hacia sí mismo, se agachó sobre el pecho de la chica y dejó de respirar, con fin de escuchar los latidos de su corazón. Pero el ruido en el exterior de la casa era demasiado fuerte, y no podía asegurar que los golpes distantes que se escuchaban fuesen causados por la anatomía de su amiga.
Miró su cara, pensando con rapidez qué hacer. No tenía ni idea de hechizos de sanación… Pero si algo tenía claro era que no iba a quedarse allí quieto cuando tenía una pequeña esperanza al alcance de su mano.
- Herms… Hermione – llamó suavemente, intentando no hacer demasiado ruido para no llamar la atención. A la vez rozaba con sus manos la cara de la chica y agitaba de vez en cuando con sumo cuidado algunas partes de su cuerpo. – Venga… - murmuró para sí mismo mirando de nuevo hacia las piernas de la muchacha, con la absurda esperanza de que se repitiese lo que quizás había imaginado.
Pasearé en un cielo sin estrellas esta vez...
Pasó algún tiempo en el que las llamadas entre susurros y voces más elevadas llenaban aquella estancia de plumas flotantes. Y a la vez que pasaba el tiempo, él sentía como su desesperación crecía, amamantada por el silencio y la maldita razón que le rodeaban.
Al fin, con lágrimas en los ojos, el pelirrojo apoyó su frente en el pecho de la joven. Nunca había estado en esa situación. Lo más difícil siempre había sido llegar al lado de la persona en peligro y luego todo ocurría con rapidez, dejándole en la boca el dulce sabor de un final feliz. Pero ahora era distinto. Ahora estaba ya a su lado y, el resto, lo más complicado de la tarea, se salía de sus manos. Ya no podía hacer nada más que observar como ella, la culpable de todos sus males de amor, se desvanecía entre sus brazos. Así, hundido entre la desesperación y la impotencia, comenzó a sollozar en silencio.
Se sentía tan desgraciado… Si repasaba mentalmente los últimos años de su vida sólo encontraba errores y desgracias que le hacían replantearse la vida de peor modo cada vez. Su infancia había desembocado en una adolescencia repleta de dolor e impotencia. Y aquel parecía el punto máximo. Si ese día terminaba en desgracia no querría volver a levantarse nuevamente para luchar, porque ya no estaría ella allí para regañarlo con un discurso lógico y tempestuoso; ya no estaría ella allí para mirarlo con malos ojos cuando se quejase de algo que tenía que hacer sí o sí; ya no estaría ella allí para poder observar su mirada inquisidora y jactarse de su dulce presencia. Ella ya no estaría…
Tratándo de entender quíen hizo,
Un infierno el paraíso...
Notando cómo por sus ojos manaba aquel río tempestuoso de sentimientos contradictorios, se incorporó y agarró la cabeza de Hermione para acercarla a él y apoyarla en su pecho.
- Hermione,- comenzó cerrando los ojos para disfrutar plenamente del contacto templado del cuerpo de la chica – Lo siento… - susurró.- Siento no haber sido más valiente…, siento no jugar al Quidditch tan bien como Krumm, siento no haberte hecho caso y no haber estudiado antes y siento haberte insultado – confesó torpemente entre respiraciones entrecortadas y gemidos lastimeros. Sabía que aquello podría resultar estúpido. Había crecido pero aún así esas pequeñas cosas eran lo que más le habían afectado en su vida amorosa y se sentía la necesidad de confesárselas, por muy infantil que pudiese parecer.
No te vayas nunca, porque...
– Pero tienes… tienes que saber, seguro que lo sabes porque eres muy lista, pero de todas formas te lo voy a decir – dijo mirando el rostro blanquecino de la joven maga y sin saber exáctamente de qué estaba hablando - Tienes que saber que si lo he hecho todo mal ha sido porque… porque quería que te fijases en mí… ya sé que suena egoísta, Herms, y seguramente ahora me estarías mirando de esa forma tuya tan escandalizada, pero es cierto. Yo sólo quería que los últimos días antes de los exámenes estuvieses siempre conmigo para ayudarme a estudiar y así poder mirar tu ceño fruncido continuamente porque no aprobabas mi comportamiento, sí, me encantaba cuando me mirabas intentando transmitirme que lo que hacía no estaba bien. – murmuró con una melancólica sonrisa mientras se pasaba la manga desgarrada de su túnica por la nariz .- Y también me gustaba mucho verte animándome desde la grada, a pesar de que no parase ninguna Quaffle, aunque si te digo la verdad, casi más me gustaba cuando me intentabas consolar después de cada partido y, aunque te contestase mal, sólo lo hacía porque no se me ocurría otra forma de… despistar mis deseos de abrazarte y… - tragó saliva interrumpiéndose a sí mismo.
No puedo estar sin tí.
Con cada recuerdo, miles de lágrimas se agolpaban en sus ojos.
Si tu no estás aquí, me quema el aire.
- Pero sobre todo lo siento por no haber sido capaz de decirte todo esto antes, antes incluso de que Krumm llegase en su gran escoba y se adelantase a mi orgulloso sentido del ridículo – susurró mirando al suelo apenado – Porque, Herms, desde hace mucho tiempo, antes incluso de que conociésemos a Krumm o, quizás, antes de que Vold…Voldemort raptase a mi hermana en segundo – silabeó nervioso – Yo te quiero… - finalizó mirando a la chica nuevamente, con la constante seguridad de que en ese momento ella abriría un ojo y le confesaría su muto amor. - ¿Me oyes Herms? – susurró apartando un mechón de pelo enredado de la cara de la chica – Te quiero – repitió aún más bajito, intentando que aquella confesión profundizase en lo más hondo del alma de la chica.
Pero nada ocurrió, ni un solo ápice del cuerpo de la muchacha se movió en respuesta a aquellas palabras. Aquello fue para el pelirrojo como una gran puñalada, una puñalada que había traspasado su pecho, dividiendo su corazón en mil pedazos.
Si tú no estás aquí, no sé
Que diablos hago amándote
– Y ¿sabes qué? – continuó notando como el nudo que tenía en la garganta desde hacía ya mucho tiempo iba rompiéndose, transformándose poco a poco en un rió de lágrimas que desembocaban en el enmarañado pelo de la Gryffindor – Que no… pienso separarme de ti hasta que no te oiga responderme a eso – farfulló enterrando la cabeza en el hombro de la chica – Quiero que me digas algo tan razonable que me deje en ridículo, como siempre – pidió entre sollozos, esperando un momento mientras cogía aire. - ¡Venga¡Abre los ojos! – bramó zarandeando inútilmente el cuerpo de Hermione, que a cada instante parecía más frágil.
Sin fuerzas y sintiendo que el mundo se desmoronaba en sus manos, el pelirrojo se derrumbó, llorando sin retenciones sobre el cuerpo de su amiga. Y finalmente, después del gemido más lastimero de todos, volvió a hablar, pronunciando las palabras que más le dolían en aquel momento.
Si tú no estás aquí, sabrás...
– Hermione… no quiero que te mueras – confesó abrazando con fuerza el lánguido cuerpo de la castaña.
Que Dios no va a entender porque te vas...
No habría sabido decir cuánto tiempo estuvo en aquella posición, tan sólo recordaba el tacto del cuerpo de la chica y, de fondo, multitud de pies que se aproximaban con rapidez hacia ellos. Pero para él aquello no tenía sentido. Nada podía ser peor que el que ella se fuese y le dejase allí, en aquel mar de preguntas sin respuesta.
Sin embargo, no siempre el silencio perduraría a su alrededor.
La puerta de la habitación se abrió del todo y una exclamación de alerta sobresaltó al pelirrojo.
- ¡Nimph!
- Déjame a mi Remus. – exclamó una voz rasposa que conjuntaba de forma perfecta con un repiqueteo constante de madera contra el suelo. – Mundungus, encárgate de ese maldito.
Unos instantes de incómodo silencio, interrumpido únicamente por los sonidos de movimiento de los presentes en la sala, volvieron a abrazar la instancia, y con ellos el pelirrojo volvió a cerrar los ojos sobre el cabello de la castaña. No tenía intención de moverse de allí. No quería que le separasen de ella y, si les encontraban, aquello sería lo primero que harían.
- Se trata de Rufus Avery - oyó como decía la vacilante voz de Mundungus. – Este ya no volverá a molestarnos.
- Espero que su muerte no sea consecuencia de ninguno de los nuestros, Alastor – comentó la inconfundible voz de la profesora McGonagall.
- ¡Eso es lo de menos ahora! – bramó Remus interrumpiendo la seria conversación que inundaba el ánimo del atento pelirrojo de un sentimiento de culpabilidad aún mayor. – Dime, Moody¿está…?
- Respira – interrumpió la voz rasposa. Inconscientemente, un suspiro de alivio escapó de los labios del Weasley. – Sólo está inconsciente. Hay que llevarla a San Mungo.
- Yo me encargo - Oyó como informaba Remus con rapidez. El pelirrojo sonrió melancólicamente. Sabía a la perfección que el ex profesor Lupin tenía una relación un tanto extraña con Tonks, y la alegría que seguramente el licántropo estaba sintiendo en aquel momento le golpeó fuertemente. Ojala él recibiese la misma noticia, con la seguridad de que Hermione se recuperase.
- ¿Quién falta?
- Ronald Wasley y Hermione Granger no estaban abajo – respondió la inconfundible voz de la profesora McGonagall.
- Esos dos… - murmuró la voz rasposa.
- Shacklebolt y Vane están revisando el resto de habitaciones. – informó otra persona que no había intervenido hasta el momento – Si están en la casa no tardarán en encontrarlos.
- Bien… - contestó con cansancio el experimentado auror – Encargaos de ese y revisar la habitación. No quiero pasar nada por alto… otra vez.
- No ha sido culpa de nadie, Alastor. Era imposible que nos diésemos cuenta de ello – le consoló McGonagall.
- Lo sé, Minerva… - farfulló el hombre.
El pelirrojo cogió aire. No podía seguir escondiéndose. Los estaban buscando y… ahora que lo pensaba¡ese acto egoísta de estar con ella podía llevarla a la muerte! Quizás ellos podían salvarla y, en cambio él estaba allí callado, evitando su mejoría.
Nervioso, cogió aire y miró fijamente a la castaña.
- Prof… profesora McGonagall – llamó suavemente, intentando no moverse demasiado para no importunar a su amiga, que aún continuaba apoyada sobre él – Profesor Moody…
De pronto, y con una rapidez asombrosa, una cabeza despeinada se asomó por encima del diván y descubrió el cabello pelirrojo del muchacho.
- ¡Están aquí! – exclamó Mundungus sorteando el mueble y acuclillándose al lado de la joven pareja – ¡Ey, amigo¿Estás bien? – le preguntó a la vez que el constante repiqueteo producido por la pierna de madera de Moody y los suaves pasos de la profesora McGonagall se acercaban con presura hacia ellos.
- Sí, pero ella…
- ¡Oh! – exclamó la profesora agarrándose al hombro de Mundungus.
- Chaval ¿me oyes? – preguntó Moody.
- Sí, es ella la que…
- ¿Granger? – le interrumpió el auror mirando a la joven castaña con el ceño fruncido.
- Sí… - respondió mirando intensamente al hombre en busca de algún gesto que le diese esperanza.
- Vale, tranquilo Weasley, está en buenas manos, tranquilízate – murmuró el mago mirándole a los ojos.
- No, ella… no responde, está… - Ron miró nuevamente a Hermione – está pálida y cada vez más fría…
La profesora McGonagall emitió un gemido casi inaudible y miró tristemente a su ex alumno mientras se tapaba la boca.
- No te preocupes… déjanos que nosotros nos ocupemos de ella ahora ¿está bien, Weasley?
- Pero… - antes de que el pelirrojo pudiese rebatir al auror, las fuertes manos del hombre, ayudadas por Mundungus Fletcher, le arrebataron el frágil cuerpo de la joven y lo posaron, después de retirar los múltiples pebeteros de encima, sobre el viejo diván en el que él se apoyaba.
Ron tragó saliva y miró al frente, sin pensar en nada. Se sentía vacío. Tan miserablemente sólo que nada de lo que pudiesen decirle o hacer serviría de mucho. Aquella vez nadie podría consolarlo si las cosas salían mal.
- Ronald… - le llamó su profesora. La mujer le miraba entristecida, pero convencida de que su alumno la escuchaba - ¿Puede caminar?
Después de aquello Ron sintió como la maga le ayudaba a ponerse en pie y le arrastraba pesadamente hacia la salida. La multitud de plumas que hacía unos instantes habían volado por la habitación ahora yacían sin vida en el suelo de la misma. Sin podérselo impedir, el pelirrojo caminó con lentitud hacia la puerta, sin prestar atención a nada a su alrededor. Pero algo cambió la actitud del ex Gryffindor en el último momento, justo cuando traspasaba la puerta. A su espalda, un rayo violeta iluminó la estancia, proveniente del centro de esta, justo donde se encontraba el viejo diván.
Con rapidez y esperanza se giró hacia la fuente de luz. Entonces sus piernas se doblaron, incapaces de sostener su propio peso al ser testigo de lo que se desarrollaba ante él.
Una bocanada de aire dió vida torpemente al pecho de la castaña, que, tumbada sobre la dura madera lo recibió con agonía. Justo después de eso, un leve parpadeo iluminó su cara y una sílaba, un solo nombre, salió de su boca con esfuerzo.
Si tú no estás aquí...
- Ron…
Y bien? Lo sé, para aquellos que me hayan leído con aterioridad les doy la razón en cuanto a que no es mi mejor trabajo. ni mucho menos. Pero me apetecía escribir algo de esta pareja aunque, si os digo la verdad, no le he puesto demasiado entusiasmo. Lo que ocurre es que necesito desahogarme de no poder leer el séptimo, así que lo hago escribiendo.
Pero de todas formas necesito críticas, reviews, para entendernos.
Como adelanto os digo que el otro Song Shot de este fic será desde el punto de vista de Hermione, así nos aclararemos un poquito mejor...
Bueno, sin más, muchos saludos a todos
Ilisia Brongar
