De brujos, hechiceros, magos y otras yerbas.

Una sombra en las tinieblas de la noche. Las pisadas resonaban en los adoquines de las calles desiertas. El viento del reciente invierno agitaba la negra capa que caía hasta los tobillos. Caminaba presuroso y de vez en cuando volteaba a mirar hacia atrás, como si temiera ser visto por ojos indeseados.

Se adentró en una callejuela oscura de casas bajas y pobres.

Se detuvo frente a una de ellas y dio un violento golpe con el llamador de la puerta, la cual se abrió al momento, como impulsada por una fuerza extraña. Cuando traspasó el umbral, se cerró tras él.

No había nadie.

La habitación en penumbras, solo dejaba ver las altas bibliotecas colmadas de viejos libros.

Empezó a caminar por el lugar, ensimismado en siniestros y turbios pensamientos, hasta que escuchó una voz fría e inexpresiva

—Asique has venido a cobrarte el favor que me hiciste.

Un violento temblor le hizo dirigir su mirada hacia el otro extremo de la sala. Se estremeció y un sudor frío le corrió por el cuerpo, pues lo que veía era sólo la cabeza de una mujer suspendida en el aire que lo miraba sonriendo perversamente.
Con un esfuerzo de voluntad logró controlarse, la oscuridad engañaba sus sentidos. Recuperando su habitual naturaleza, la miró con arrogancia y dijo:

—Así es. Espero que seas tan buena como pregonas.

Ella no respondió, se dio vuelta y encaminóse hacia el interior de la casa. El joven la siguió hasta la habitación contigua.

No había mucho allí, algunas estanterías con frascos llenos de líquidos de diferentes colores, hierbas y otras cosas que el no pudo reconocer.

En el centro, una mesa redonda cubierta por un mantel negro y un mazo de cartas.

La mujer tomó asiento y lo instó para que hiciera lo mismo frente a ella. Tomó la baraja y mezcló las cartas. Luego fijó sus ojos en los de él y con voz serena dijo:

—¿ y qué es exactamente lo que quieres que haga?

—Algo simple para alguien como tu: quitar del camino una piedra que molesta- respondió y sus ojos brillaron con expresión de malicia.

—Ya veo...Corta con la mano izquierda- le indicó poniendo el mazo en el medio de la mesa.

Así lo hizo. Ella tomó una mitad, y uniéndola con la otra distribuyó las cartas formando un circulo en cuyo centro colocó dos más en forma de cruz.

—Esta clase de trabajos son muy arriesgados para quienes los realizan y lo solicitan. Estás jugando con fuerzas que desconoces. Fuerzas terriblemente poderosas más antiguas que el universo. Nosotros estamos sujetos a ellas y tratar de controlarlas es asegurarse el final más espantoso. Si haces esto no habrá marcha atrás, ¿estás consciente, no es así?

Sus labios se curvaron en una sonrisa cínica, todo aquello sonó a sus oídos como un cuento de hadas. Esas amenazas no eran para él, quizás sí para los mortales comunes, acostumbrados a temer a lo desconocido, pero no para él, uno de los elegidos.

La sonrisa se desvaneció tan rápido como había llegado, y fue reemplazada por un gesto de disgusto ¿acaso ella se estaba negando a cumplir con lo que le pedía?

—Si tratas de asustarme, déjame decirte que no lo consigues. Yo no le temo a nada ni a nadie. No quiero tus consejos ni me interesa esa historia ridícula que me has contado. No tienes ni la menor idea de con quien estas hablando. Yo he peleado en el mismo infierno ¿piensas que le puedo temer a algo? No me hagas perder más tiempo, yo no te pedí que leyeras las cartas. Ya sabes lo que necesito y lo quiero ahora!—respondió mirándola con desprecio y bastante exaltado. Ella no se inmutó. Dio vuelta las cartas en una sucesión, dejando las del medio boca abajo. Subió sus ojos negros hasta encontrar los de él. Había mucho nerviosismo y ansias en el azulino.

—Las cartas enseñan lo que esta escrito, si hemos de cambiar el futuro, primero debemos conocerlo¿no te parece? ¿En cuanto tiempo quieres el trabajo terminado?

—Lo más rápido posible.¿Para qué me preguntas eso? ¿Qué no te lo he dicho ya? ¡Dime de una vez lo que lees!

—La impaciencia no es buena consejera, amigo mío. Todo a su tiempo. Así se disfruta más de los triunfos...

La mujer volvió su mirada hacia las cartas y su rostro se puso pálido como el de un muerto que acaba de salir de su tumba. Un leve temblor recorrió su cuerpo

—¿Qué clase de criatura es la que tratas de eliminar?—sus manos temblaban de espanto.

—No entiendo tu pregunta! Es un hombre ¿qué más podría ser? Un hombre que odio con todas mis fuerzas. El ser más despreciable que conozco—dijo con furia, llenando la habitación con su voz.

—No, no es un hombre. El Tiempo no lo siente. La Muerte no lo conoce. ¿Qué clase de criatura es?—volvió a preguntar con los ojos desmesuradamente abiertos y evidentemente asustada.

El otro no se movió, la miró impávido y le dijo:

—Vamos a lo importante, bruja. ¿Para cuando el trabajo? Si no es hombre, es un ser maldito y estaríamos haciendo un favor a la humanidad al quitarlo ¿no lo crees?—y rió con sarcasmo.

La mujer vio entonces que no habría arrepentimientos por parte del joven que tenía enfrente. Y ella , al fin y al cabo, debía cumplir con lo prometido. Sabiendo que las consecuencias de sus acciones serían nefastas.

—Para empezar, es necesario que pueda contar con un objeto personal de esa persona.

El chico sonrió con mofa

—Eres tan predecible, eso ya me lo esperaba. ¿Esto sirve?—dijo sacando de su bolsillo una cinta de raso blanca.