¡Saludos!
Con este pequeño capítulo, inicio un fic dedicado tan sólo a los caballeros dorados. En este primer capítulo, que más bien es una escena, una fotografía, aparece el bello y poderoso Mu de Aries. Y va dedicado a mi amiga admiradora del carnerito InatZiggy-Stardust; espero que disfrutes leyendo esta pequeña secuencia.
Copyright a Kurumada, por prestarme a sus personajes. Pasen a leer...
Revolución Cultural
Se niega a recibir otro comunicado del Santuario. Es ya el tercero. O el quinto, el caballero no lleva la cuenta. Y seguro repite lo que dijeron los anteriores. Regresar lo más pronto posible. Castigar sin piedad a los caballeros de bronce del oriente pues aquellos traidores, además de vestir su armadura en beneficio propio, preparan una rebelión contra la orden de Athena. Mu no lo cree. Si tales caballeros se parecen a quien bañó la armadura de un amigo con su sangre hasta casi perder la vida, el Patriarca está mintiendo.
El Patriarca, susurra, entra de nuevo a la vivienda alejada en el Tíbet. Su maestro no es el mismo de antes. Ni siquiera se trata de Shion, él no pudo cambiar tanto desde que lo rescatara de la calle, de aquel ejército de niños.
Las viejas risas vuelven a enredársele, a sumarse a unos pasos que, no importando su levedad, dibujan decenas de ondas dentro del silencio de la tarde, en medio de la quietud de las montañas. Mu observa sus palmas abiertas, palmas que trituraron más de una roca considerada divina, palmas que participaron en la reducción de mobiliarios y portones.
Así lo encontró Shion, en medio de otros tantos niños, bajo las órdenes de hombres con el uniforme lleno de polvo, una gorra negra calada hasta las orejas. Salía de un templo bañado con la sangre de varios monjes. El niño Mu tropezó con los ojos limpios del antiguo caballero de Aries. No se parecían a los furiosos, oscuros ojos de los otros hombres, quienes alentaban a los menores a no dejar una sola piedra viva. Los templos debían morirse por completo. Y los niños estaban obligados a acatar esas órdenes.
Para Mu, fue mirar a ese desconocido altísimo y querer alejarse, querer ocultar su vergüenza de esa mirada serena y violeta. Sin embargo acabó paralizado, aceptando el caramelo que le ofrecían un par de dedos finos, aferrándose a una mano ajena a la destrucción en la zona sagrada de la ciudad, caminando tras esos pasos.
Nadie los detuvo. Nadie obligó a Mu a regresar con el grupo. Les dejaron el camino libre, les permitieron partir. Tal era la majestad del Patriarca, majestad nula en los mensajes urgentes que, seguro, continuarán enviando desde el Santuario en Grecia.
Próximo capítulo: Aldebarán.
Nota: La historia está situada en el Tíbet, en una invasión durante la Revolución Cultural China.
