Amigos, dejo el prólogo de lo que será la segunda parte de ZOU. Poco después del termino fic, pensé en la posibilidad de hacer una segunda parte y he estado trabajando en ello. No será bonita, sino más oscura y compleja pues estará narrada desde la perspectiva de Sasuke. Él les contará lo que ha pasado con su vida después de ZOU.
El siguiente capitulo es como un trailer de lo que podrán leer después.
A TRAVES DE LA GRIETA.
SECUELA DE ZOU.
PRÓLOGO.
Elijo la banqueta más alejada del jardín. Estoy consciente de que ella tardará en dar conmigo, pero prefiero no llamar la atención de nadie, y aquel sitio me parece más que perfecto.
Enciendo un cigarrillo mientras espero a que las últimas clases del día terminen. Tan pronto como acaba, enciendo otro, a pesar de que con ello corro el riesgo de quedar apestando a tabaco. Lo cierto es que evito fumar en su presencia, pero no me reprimo mucho cuando ella no anda cerca. De cualquier modo, Sakura no dice nada al respecto porque lo que realmente le importa es que yo no fume en su presencia o la del bebé.
Poco antes de la hora acordada, acudo al baño y me lavo las manos con abundante agua y jabón. Con ello disipo algo del olor a cigarrillo, pero no lo suficiente para que ella no lo note. No evitaré que me mire con el ceño levemente fruncido y que arrugue la nariz. En el fondo, sin embargo, me gustan esas muestras de preocupación. Refuerzan mi confianza, como suele decirme mi terapeuta.
Alcanzo a regresar a mi relegado sitio antes de que Sakura salga del edificio. Las miradas caen sobre ella tan pronto como inicia su cruzada a través del jardín. Su cabello rosa es un velo exótico que ondea tras ella; es también el motivo por el que los sujetos la miran embobados. Eso y su increíble belleza.
Yo me gané la lotería. A pesar de mis millones de problemas emocionales, Sakura está enamorada de mí. Después de cuestionármelo un montón de veces he llegado a la conclusión de que no me importa la razón por la que me ama. Por mi parte, si sé exactamente el momento en que me enamoré de ella y el motivo por el que la amo. No hay necesidad de analizarlo. Salta a la vista, del mismo modo que lo hace su refulgente belleza.
Sakura es perfecta.
—¡Al fin te encuentro! — la oigo exclamar. Al mismo tiempo alza un brazo y yo me apresuro a imitarla. Me pongo de pie de un brinco. Una enorme sonrisa asoma a sus labios. Es todavía más bella cuando sonríe de aquel modo.
—¿Por qué parece que te ocultas de los demás? —pregunta, al llegar hasta mí. Es muy obvio que estoy aquí porque el escrutinio público me resulta insoportable, pero me limito a encoger de hombros y a murmurar que allí hace mejor sombra que en el resto del jardín. Debo hacerle creer que todo anda de maravilla y que cada día las cosas van mejor. Así debe ser.
Ella se lo toma con normalidad. Los meses que siguieron a nuestro matrimonio, Sakura se aseguró de acompañarme a todos lados y de vigilar con asiduo empeño mis estados de ánimo, por si de un momento a otro se me ocurría caer en la drogas o peor aún, huir como un loco asustado y confinarme en el olvido. Sin embargo, con el correr del tiempo yo comencé a comportarme con exagerada normalidad (pasaba horas en el sofá leyendo libros, o trabajando en mi oficina con la puerta abierta y la música encendida) y ella estimó innecesario continuar con aquella vigilancia. Por lo demás, resultaba agotador ocuparse de mí y del bebé al mismo tiempo. Yo decidí relevarla de ese estrés comportándome como si las voces o los resquicios de una depresión crónica no me perturbaran de noche y de día. Lo hacen, por supuesto, pero ella no tiene que saberlo.
Mucho menos ahora, que he ido por ella para llevarla a cenar a un nuestro sitio favorito. Quiero que el día sea perfecto porque deseo que ella crea que vive en un mundo perfecto. Es lo mínimo que puedo hacer después de lo que ella ha hecho por mí. Evitó mi caída libre. Evito que me volviese loco.
Sakura deja caer un beso en mi pecho en cuanto paso un brazo por encima de sus hombros. El latido de mi corazón le produce un cosquilleo agradable, dice. Yo me río. Entrelazamos nuestras manos y caminamos en dirección al coche.
Ya no tengo un deportivo, sino un coche familiar. En el asiento de atrás, espera una silla de bebé a su inquieto portador y junto a ella hay unos cuantos juguetes de llamativos colores. Uno de ellos es una muñeca con el cabello encendido como Sakura. La compré yo. Me pareció la muñeca digna de una muchachita con el temperamento de Sarada.
En el trayecto escuchamos Los Beatles, un poco de John Lennon en sus tiempos de solitario, y algo de Depeche Mode. La música le recuerda a Sakura que tenemos pendiente un almuerzo con mi hermano.
—Hoy me llamó, ¿sabes? — comenta, mientras revisa en su celular la llamada perdida para enseñármela. Como pone el aparato frente a mis narices, yo lo aparto con gesto descuidado.
—A mí también. ¿Y sabes qué le dije? — la miro. Sakura frunce el ceño porque sabe que lo que diré no es bueno. Ella adora a mi hermano, pero yo todavía no consigo ese vínculo espiritual consanguíneo con él. Tardé horrores en referirme a él como hermano, por cierto. —Le dije que si continuaba acosándonos de ese modo, tendría que llamar a la policía.
—¡Sasuke! — me reprende, haciendo un mohín. Hay cosas que no cambian. Como ese mohín de niña de cinco años. Con todo, debo confesarles que sus gestos infantiles a veces me calientan.
Dejo escapar una risa.
—Vale, vale. El viernes, ¿De acuerdo?
Sakura sacude la cabeza.
—El viernes es la cena, ¿recuerdas? — el tono de su voz y el énfasis en "la cena" no admite que yo diga que no me acuerdo.
Y por supuesto que me acuerdo. Como demonios olvidar la dichosa cena llena de gente importante del mundo de la filantropía. Ya me he librado de cinco de esas cenas en este año, pero no podré librarme una sexta vez sin que el padre de Sakura piense que le estoy poniendo los cuernos a su querida y todavía casta hija (sí, seguro aún cree en el milagro del Espíritu Santo)
—Claro, la cena. Entonces que se joda Itachi. Ya hablaré con él el año próximo.
—Sasuke.
No tiene que mirarme ni alzar la voz. Con solo llamarme por mi nombre seguido de una pausa cortante, basta. Lo capto enseguida. Y, como estoy cogido de ella hasta el pescuezo, no puedo hacer más que bajar la cabeza y aceptar que deberemos concertar una cita con mi hermano dentro de la próxima semana.
—Y podrías aprovechar de invitar a Yuki – agrega ella, triunfante.
Ni de broma.
—Seguro.
Imaginar a mi hermano y a mi terapeuta sentados ante la misma mesa, observándome con esa expresión de "¿estás seguro de que no has tenido pesadillas o pensamientos suicidas últimamente?", me quita el hambre de sopetón. De repente siento rabia, pero Sakura, con la magia de un buen contacto en mi mano derecha, disipa el incipiente arranque de ira. Me coge con fuerza y me besa solicita justo en la palma, observándome luego con aquella expresión inofensiva y sumisa que a veces le da por hacer.
Y la temperatura asciende a treinta grados. No quiero comer. Quiero tumbarla y hacerle el amor. Pero ella tiene un hambre voraz, así que contengo el impulso durante toda la velada y hasta que estamos de regreso en el coche.
Como ese día no hay bebé, hacemos el amor del modo más ruidoso posible. Del living terminamos a mitad de las escaleras, con la incómoda sensación del escalón de madera contra mi espalda. Pero no importa porque ella brinca como una liebre y yo olvido incluso que existo. Ella es mí éxtasis emocional. El único remedio a mi depresión; a mis fantasmas; al peso de mi oscuro pasado.
Por cierto, ¿Les cuento un secreto? A veces quiero morir.
…
Con el tiempo sabrán el motivo del título de la secuela. Por el momento solo decirles que esta continuación no será demasiado larga, pero si muy intensa.
Por cierto, no está de más recordarles que agradezco mucho el apoyo que recibo de ustedes.
Nos vemos pronto.
