Primeros Encuentros y Cafés Derramados

"Chez Albus" era el nombre del sitio, pero Remus siempre se refería a él como El café. Sin la mayúscula especialmente acentuada, sólo constatando el hecho de que era el único café de la ciudad. O, al menos, el único que merecía la pena. Sí, desde luego, él se acercaba a otros muchos, y había tomado cafés en algún otro lugar, pero ninguno de ellos se podía comparar a El café. Para empezar, la mayoría no estaban decorados con tanto gusto (no recargadamente, pero haciéndolo acogedor), no tenían tantos libros (o al menos, que se pudieran tocar; Remus todavía recordaba asombrado el café aquel que solo los tenía de adorno), ni tan buen café, ni te daban Sorbetes de limón en vez de chocolates. No le gustaban los sorbetes de limón, pero en fin.

Y tampoco tenían el ambiente, algo muy importante. Evidentemente, si todo lo que buscabas en un café era un asiento medianamente cómodo, una mesa limpia y una conexión wi-fi, podías encontrar bastante desperdigados en la ciudad; pero te resultaría difícil encontrar a una clientela como la que poblaba las mesitas redondas de Chez Albus. Y, por supuesto, sería completamente imposible imitar al propio dueño del café, Albus; al que te podías encontrar siempre allí, ya fuera charlando con los clientes, chupando felizmente un Sorbete de limón, burlándose de su hermano o bebiendo una taza de café como si solo fuera un cliente más.

No, para Remus J. Lupin, no había café que se pudiera comparar con ese.

Había empezado a ir hacía un par de años, cuando se mudó a la ciudad para terminar el último año de la carrera. Quedaba relativamente cerca de su pequeño piso, y solía bajar a beber café casi todos los días. Terminó apropiándose de una mesa al lado de una ventana, lo más lejos posible de los servicios, y relativamente cerca de la barra, que tenía unos asientos donde era un lujo estudiar. Desde luego, mejor que el reducido espacio de su piso, que dejaba bastante que desear en cuanto a confort, pero era funcional, y eso, para el joven, era lo esencial. Además, era lo suficientemente grande para guardar sus libros (en cuanto éstos ocuparon el espacio designado para esos fines, y tres cuartos de la casa más, Remus empezó a sentir sólo un poquito de claustrofobia).

Después de ir casi diariamente durante varios meses, no tardó mucho en entablar una conversación con el dueño, que resultó ser un hombre muy simpático, si bien un tanto excéntrico y quizás demasiado ambiguo. Pero casi siempre solía empezar una conversación con él mientras pedía el café, y luego iba a su mesa habitual, y continuaba a lo suyo.

Ahora, dos años y un título en Filología Inglesa después, consiguió convencer a su amigo para tomar un café.

James no era un hombre de cafeterías; a él le iban los sitios un poco más concurridos, con un par de grados de alcohol más que el martín que se llenaba de polvo en el estante de detrás del mostrador; y con más potenciales chicas que pudieran compartir su colchón. Remus se preguntaba sinceramente cómo había conseguido el puesto de profesor de Sociología tan fácilmente.

Remus sonrió por encima de su taza humeante de té a James, que miraba por la ventana, observando, con el semblante deprimido como las gotas de agua inundaban la acera. Era la segunda o la tercera vez que iban, pues al final había conseguido convencer a James de que le pidiese a Abe que echase unas gotitas de aquel licor suyo en el café. El loco hermano de Albus, que también se encargaba de la cocina, había aceptado con una carcajada ronca, y desde entonces remus no disfrutaba solo de sus tardes de color café.

Su mirada se vio captada por cuarta vez aquella tarde por la pareja que estaban un par de mesas más allá. O bueno, lo que sea que fueran, ya que no parecían muy cómodos. Quizás solo fueran amigos, o quizás incluso compañeros de trabajo; con un poco de suerte.

Ella era pelirroja, y era lo que le había llamado la atención en primer lugar: una melena como aquella destacaba en cualquier sitio al que fueras. Pero estaba de espaldas a él, así que lo siguiente en lo que se fijó fue en su compañero. Y ni un pensamiento pelirrojo se le pasó por la cabeza después.

Él era muy, demasiado, guapo. Tendrían más o menos la misma edad, en torno a los veinticinco. El pelo liso y negro le caía hasta casi rozarle los hombros, y el flequillo acariciaba los pómulos altos de un rostro pálido como el alabastro. Durante un instante se preguntó si era modelo; desde luego tenía un cuerpo para serlo, pero lo descartó. Esperaba que tuviese un trabajo un poco más demandante mentalmente.

Remus se fijó en que tenía los ojos claros, pero solo durante la milésima de segundo en el que sus miradas se cruzaron. Desvió la mirada de inmediato, avergonzado de que le hubiera pillado mirándole. Sabía por experiencia que a muchos hombres no les hacía gracia que otros hombres les estuvieran mirando.

James captó su aturullamiento, a través de sus pensamientos lúgubres sobre la imposibilidad de tener su fiesta en el jardín esa noche; y frunció ligeramente el ceño. Remus estaba ligeramente sonrojado, pero para él, que se le subía la sangre a las mejillas muy rápidamente, no era nada nuevo. Aún así, James se sacudió la fiesta de la cabeza y esbozó una sonrisa.

-¿Algún problema, Remus?

El aludido negó con la cabeza, sin apartar la vista de la ventana, pero al cabo de unos segundos abrió la boca para contestar.

-No te gires ahora, pero fíjate en la chica pelirroja de detrás de ti. Y luego, en su compañero, el del pelo negro. –masculló entre dientes.

James esperó un tiempo prudencial, divertido, y al final se dio la vuelta como quien busca la placa de los baños. Y, efectivamente, allí estaban. La pelirroja ahora estaba un poco girada hacia su lado, así que podía vislumbrar el perfil, el cual le gustó mucho; y luego se fijó brevemente en el objeto de las miradas de Remus. Desde luego, tenía buen gusto, la ratilla de biblioteca esta.

Mientras se daba la vuelta, recordó lo mucho que le había costado salir a su amigo, tan tímido y tan poco propenso a llamar la atención sobre sí mismo. Y hasta hacía poco, no se había enterado de cuál exactamente era el tipo de hombres que le atraían, pues nunca hacía comentarios.

Le sonrió cómplice mientras daba un sorbo a su café con licor, y se rió con más fuerza cuando el rubor se extendió hacia las orejas.

-Parece majo, tío; pero espero que no sean pareja. La tía es un bombón también…

Poco después, la pareja deslumbrante se levantó, y Remus se dio cuenta de que, efectivamente, no eran tal. Se notaba por la forma de caminar, prudentemente separados, para que los hombros no chocasen, y en las expresiones ligeramente formales. Remus suspiró ligeramente y le dijo adiós, mentalmente, al joven del pelo negro. Mientras salían, no obstante, él se dio la vuelta, y sus miradas se cruzaron un instante.

Después, se fue.

* * *

Pasaron dos semanas hasta que volvió a ver al misterioso hombre del café. Así es como Remus pensaba en él, cuando se acordaba, aunque ahora, no sabía por qué, su supervisor se había puesto más estricto de que costumbre y se había visto bombardeado con toneladas de trabajo. Así pues, quizás el Misterioso Hombre hubiera aparecido antes y no se hubiera dado cuenta, abrumado como estaba.

Así pues, no fue hasta el viernes siguiente que le vio. Esta vez estaba solo, como de costumbre, y las teclas de su ordenador resonaban en el relativo silencio del lugar. Se estaba haciendo de noche ya, pero las lámparas amarillentas proporcionaban una luz agradable. Remus levantó la vista de la pantalla para dar un sorbo al tercer té de la tarde cuando le vio.

Él también estaba solo, la chica no le había acompañado, así que estaba bebiendo tranquilamente y leyendo un libro (cuyo título Remus, por desgracia, no acertaba a ver), obviamente ignorante de que alguien le estaba mirando. O al menos, lo era hasta que levantó la vista, y sus miradas se volvieron a cruzar, para vergüenza de Remus. Siguió trabajando en el paper, que todavía estaba a la mitad, y trató de no levantar la vista. O no muy a menudo, al menos.

Una de las veces en las que le miró, de reojo, el hombre levantó la cabeza, y Remus estaba bastante seguro de que le estaba sonriendo. Había empezado a esbozar una sonrisa por su parte, cuando escuchó una melodía conocida, y el joven pegó un salto.

Sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta, que vibraba al son de Another Brick in the Wall, una de las canciones preferidas del propio Remus, y contestó en seguida. Vio que su rostro se endurecía, y que fruncía un poco el ceño aunque la conversación fue muy escueta. Remus intentó escuchar lo que decía, o al menos su nombre, y estaba casi seguro de que empezaba por "S" u otro sonido igual de sibilante. Misterioso S colgó rápidamente, y, para asombro de Remus, cogió el abrigo y la bufanda roja y salió rápidamente, dejando un billete de veinte en el mostrador y lanzándole una última mirada con algo parecido a remordimientos. Y esa vez, Remus estaba casi seguro de que sí había sonreído.

Después, salió del café, y remus le vio correr por la calle mayor, en dirección a, al parecer, el hospital. Emergencia médica, pues. Remus sonrió para sí mismo, feliz de que no fuera modelo, y siguió tecleando palabra tras palabra.

-Diría que tienes buen gusto, Remus. –dijo una voz a su espalda, y el aludido casi saltó del asiento de la sorpresa.

-¡Albus! No te había visto, pensaba que estabas en la cocina, preparando galletas. –lo único que su hermano le dejaba hacer en la cocina, según creía Remus. El hombre mayor sonrió, y se sentó enfrente de él, mientras Remus guardaba le documento y apartaba un par de papeles de la mesa.

-No, estaba observando vuestro intercambio de miradas. –dijo, con una media sonrisa- Y debo decir que es una buena pieza, ese Mr Black… guapo, listo e influyente.

A Remus casi se le sale el té por la nariz cuando escuchó el nombre.

-¿¡Black!? ¿Black como… como los Black? –la familia Black estaban entre las más influyentes política y económicamente hablando, de todo el país. Por supuesto, el tío no podía ser un barrendero, tenía que ser un Black. Remus tragó saliva con dificultad, y trató de recordar lo que sabía de ellos, que no era mucho aparte de que les gustaban los nombres extraños, que tenían más dinero que el Vaticano (o eso decían las revistas que Remus leía cuando iba al dentista) y que eran unos racistas. En fin, allí se fue el sueño de Misterioso S…

Pero Albus estaba hablando, y Remus hizo un esfuerzo por enterarse de lo que decía.

-Me parece que nuestro invitado de honor es el mayor de los dos hermanos, pero, si hay que hacer un poco de caso a lo que se oye por allí, hay problemas familiares. Dicen que no se parece a su familia…

Remus soltó una carcajada amarga.

-Con que se parezca en un par de genes, es suficiente, ¿no crees? En fin, tanto por un par de ojos claros.

Albus se rió entre dientes, y, tras darle un par de palmaditas en la espalda, se dirigió al mostrador. Remus suspiró, y cerró el ordenador; suponía que no iba a conseguir hacer nada más esa noche.

* * *

La taza estaba llena hasta el punto en el que el adjetivo "rebosante" se quedaba corto. Por más que intentase caminar con cuidado, el líquido se bamboleaba de un lado a otro, y amenazaba con derramarse en cualquier instante. No sabía por qué estaba tan llena, pero sospechaba que tenía algo que ver el que Peter estuviera de vacaciones y Albus se encargase de hacer de camarero él mismo.

Así pues, la mirada de Remus iba completamente centrada en el contenido de la taza, y solo veía lo que pasaba delante de él por el rabillo del ojo. Evidentemente, era de esperar que pasara lo que pasó.

Remus se dio cuenta demasiado tarde que había un pie donde no debería haber más que suelo delante de él, y de que el pie iba seguido de una pierna, y lo siguiente que supo fue que acababa de manchar una camisa con pinta de cara con una taza entera de té recién acabado de hervir.

Casi se cayó el también, pero se equilibró a tiempo.

-¡Mierda! Lo siento, perdón –dijo, mientras levantaba la vista hacia el rostro al que pertenecía la pierna y la camisa manchada de té. Se le cortó la respiración un instante, pero eso se podía deber, evidentemente, al hecho de haber derramado una taza de té sobre alguien.

Black le miraba con las cejas alzadas en sorpresa, pero una expresión divertida en el rostro. Remus tartamudeó otra vez una disculpa, mientras una vocecilla en su cabeza le chillaba a demasiados decibelios que mira lo que había hecho, que era un torpe, y que, por Dios, éste era un Black –y éstos tenían una mala leche y un instinto vengativo bastante notorios.

Pero el joven que tenía delante no parecía especialmente enfadado, y, si bien tenía que mantener la camisa fuera de su piel no fuera a quemarse, la sonrisa no se le había borrado del rostro.

Remus no sabía que hacer, pero por suerte apareció Albus detrás de él con un trapo, y se lo tendió a Black, con una sonrisa educada en el rostro. Black se limpió la camisa como pudo, y Remus aprovechó para separarse de él, pues seguían demasiado cerca.

La mancha de té, evidentemente, no se quitaba tan fácilmente, pero a Black no pareció importarle. Cuando no hubo peligro de quemadura de clase tres, apartó el trapo y sonrió a Remus, extendiendo la mano.

-Sirius Black.

-Remus Lupin. –Respondió a media voz, pero estrechándole la mano firmemente.- Esto… siento lo de tu camisa, era tan bonita… digo, no creo que la mancha se vaya a ir muy rápidamente. –Esbozó una sonrisa de disculpa.

-No hay problema, tengo una de repuesto en la mochila, justo iba a reponer las de la taquilla… ¿te apetece un té, ya que éste ya no es comestible? –Sacudió un poco la camisa, y se dirigió al mostrador. –Albus, ¿me das dos tes Earl Grey? –Y luego, girándose hacia Remus, añadió-. ¿Me perdonas? Voy a cambiarme y ahora vuelvo.

Se encaminó hacia su mesa, donde la pelirroja le volvía a acompañar, y sacó una camisa de su mochila. Poco después, estaba de vuelta, antes incluso de que los tes estuvieran preparados. Esta vez, llegaron sanos y salvos a la mesa de ellos dos, y Remus esbozó una sonrisa tímida mientras se sentaba.

-Lily Evans. –dijo la chica, mientras le estrechaba la mano sonriendo.- debo decir que es una manera interesante de empezar una conversación.

Remus sonrió, y Sirius, a su lado, soltó una carcajada ligera.

Estuvieron hablando bastante tiempo. Sirius le dijo que era cirujano en el hospital central de la ciudad, como Remus se imaginaba, y Lily le dijo que ella era neuróloga en el mismo sitio, de ahí que salieran a tomar café para socializar un poco. Remus les contó que él era doctorando en la universidad, y habló brevemente sobre su proyecto. Pero hablaron de otras cosas, fácilmente, pues Sirius resulto ser, a pesar de su familia, una persona muy interesante y bastante diferente a los estereotipos. Lily también era simpática, y Remus hizo una nota mental de hablar de ella delante de James, pues parecía ser alguien que le podía caer bien.

Ella se fue al cabo de un tiempo, disculpándose, pero tenía guardia esa noche. Remus y Sirius siguieron hablando durante un rato más, hasta que al final, un carraspeo de Albus les hizo levantarse y pagar. Una vez en la calle, estrecharon las manos.

-¿Vienes por aquí a menudo? –preguntó Sirius.

-Bastante. Es más agradable estudiar aquí que en mi casa, y Albus me cae bastante bien.

Sirius dudó unos instantes, como si tratase de recordar algo, y al final sonrió.

-¿Te puedes pasar el miércoles que viene, a eso de las siete? Termino a las seis, pero por si acaso surge algo. –la sonrisa que le lanzó era sólo un poco suplicante, y no hubiera hecho falta. Remus asintió, feliz, y le aseguró que sí.

Mientras contemplaba la silueta de Sirius Black alejándose del café, recortándose contra la luz de las farolas, Remus sonrió anchamente, y se alejó en dirección contraria.

Una razón más para que le gustase Chez Albus.