Este fue mi primer fanfic de terror, escrito hace ya varios años para un concurso de fanfics en Saint Seiya Eternal. El relato no ganó ningún premio, pero de todas formas para mí fue un gran gusto el haberlo podido concebir.

Recientemente decidí volver a leerlo, y tal como ya he hecho antes con otras historias, me puse a la tarea de corregirlo un poco.

En términos de cronología, mi historia se basa en el universo de la serie animada clásica, y se sitúa en el periodo de paz luego de la batalla contra Poseidón, y por supuesto, antes del comienzo de la guerra contra Hades.

Espero que sea del agrado de todos ustedes, estimados lectores.

DISCLAIMER

Saint Seiya y todos sus personajes son propiedad de Masami Kurumada y de Toei Animation. El motivo de esta historia es entretener y nada más. De ninguna forma pretendo lucrar económicamente con esta historia, y créanme, bajo ninguna circunstancia lo estoy haciendo.

He dicho.

ABISMO

Atravesando los límites del Infierno, existe una dimensión olvidada por los dioses: se trata de un lugar desolado donde reina la desesperación; de una cárcel que se extiende por un continente helado, sombrío, combatido por perpetuas tempestades y teñido por abrasadores tormentos que se propagan con las ondas desoladoras del aire.

Es un lugar invadido por el suplicio; poblado por valles donde el dolor impera, con bosques repletos de tinieblas mortíferas que amenazan con devorarlo todo. Es un lugar de destrucción, es todo un mundo que La Gran Voluntad, maldiciéndolo desde el principio de los tiempos, creó malo, y únicamente bueno para el mal; un mundo en el que toda vida muere, en el que toda muerte vive, y en el que la perversa naturaleza engendra seres monstruosos, prodigiosos, abominables, más repugnantes y temibles que los que inventó el mito o que aquello que fueron concebidos por el temor de los hombres.

Al final de este mundo se divisan sus murallas, un par de puertas de metal desconocido, fortificadas, impenetrables, rodeadas de un valladar de fuego inextinguible. Delante de esas murallas, se encuentra una formidable figura; de la cabeza a la cintura tiene la apariencia de una mujer, una mujer bellísima; pero en lugar de ojos posee dos enormes cuencas vacías hundidas sobre la cara, y su asqueroso cuerpo se revela como el de una serpiente cubierta por anchos y escamosos pliegues.

Mientras sostiene un par de llaves en sus manos raquíticas, la rodean por la mitad una multitud de bestias rabiosas que, despidiendo de sus anchas fauces incesantes aullidos, producen horrendo estrépito. Llegado el momento de ocultarse, las criaturas se introducen en las entrañas del monstruo, donde cuentan con un asilo seguro, e invisibles ahí, en el vientre de esta mujer, continúan gruñendo y aullando para siempre.

Lista para emprender una errante peregrinación con pasos firmes y solitarios a través del abismo que aguarda detrás de las puertas —un abismo insondable que, al mismo tiempo, en un misterio inexplicable, forma consubstancialmente con ella una misma entidad— la aborrecible mujer esboza una suave sonrisa, saboreando el momento de poder clavarle las garras de su rencor a ese paraíso que tanto ansía destruir: una cálida mansión poblada por seres que, gozando de una dulce vida, cuentan con el potencial de alcanzar a la Gran Voluntad y de convertirse en dioses sentados a su derecha, reinando eternamente sobre la creación tal y como la Gran Voluntad lo viene haciendo desde el principio de los tiempos. De llegar a ese mundo tan anhelado y tan odiado al mismo tiempo, el mundo de los seres humanos, la mujer habría de discurrir con libre vuelo, e invisible respiraría los suaves aires de tan embalsamado ambiente, buscaría saciar sin límite alguno su apetito, haciendo de todos los seres vivientes presas de su odio.

Sin esperar un momento más, después de haber permanecido dormida por más de 1000 años, la detestable criatura utiliza la llave que sostiene en sus manos, hace girar lentamente la cerradura, abriendo con impetuosa violencia las puertas de esa cárcel, concebida desde el inicio de los tiempos para contener su cólera y su esencia.

Delante de esas grotescas cuencas vacías que albergaban gran vileza, aparecieron los secretos del antiguo abismo; un sombrío e inmenso océano, sin límites ni dimensiones, donde fácilmente podían extraviarse las extensiones de la profundidad, del tiempo y del espacio; donde el Caos vive en eterna discordia con el Orden, sostenido sólo por sus propias perturbaciones.

Pronto, el espíritu residente del abismo, el Caos, se mostró ante la mujer, contemplando en ella su perfecta imagen, como si se tratase de un espejo, cayendo perdidamente enamorado de esa visión, de ella y de sí mismo, pues ambos eran uno solo.

En aquel espantoso abismo, al límite de las tinieblas, la hórrida criatura se detiene, reflexiona en la distancia entre ella y su meta, y en todos los planes que ha trazado para el mundo y la raza humana, paladeando con su lengua bífida el instante en que pudiera pudrir el corazón de todos los hombres. Como un presagio siniestro, la criatura puede divisar —aun sin tener ojos — entre la oscuridad, una esfera azul: un mundo suspendido en la profundidad de la noche.

Desde allí, animada por su sed de venganza, la mujer que era una con el Caos, se lanza sobre la Tierra gritando un odio olvidado desde hace eones, y en maldita hora, aceleró su vuelo…

Región de Jamir, India

Mu de Aries, Santo Dorado de la Orden de Athena, despertó durante la madrugada, muy agitado luego ese sueño tan desagradable. Abruptamente, la pesadilla terminó, sin dejar más detalles para el escrutinio de la memoria.

—Tehom —dijo en voz alta, con un cierto sabor a incertidumbre.

Bañado en sudor, Mu trató de entender la esencia de ese sueño tan extraño, pero no le era posible desentrañarlo; la sensación de realidad fue tan poderosa que de verdad, inclusive para un Santo como él, era imposible no sentirse atemorizado al intentar recordar cada momento de esa pesadilla. Conforme avanzaron los minutos, Mu continuó preocupándose. ¿Sería posible que una maldad tan ominosa pudiera encontrarse ya entre los hombres?

Para sus adentros, Mu trató de justificar la naturaleza de un sueño tan oscuro en aras del próximo despertar de Hades, el Dios del Mundo de los Muertos, un enemigo tan implacable que era capaz de estresar al más poderoso y preparado de los Santos, inclusive aquellos que formaban parte de la jerarquía más alta dentro de la Orden de Athena: Los Santos de Oro. Sin embargo, aun creyendo firmemente que el sueño había sido influenciado por la presión del próximo retorno de Hades al mundo de los vivos. ¿Por qué Mu no podía dejar de pensar en la mujer, en esa criatura perversa que vio en su sueño?

—Tehom —volvió a decir Mu, con nerviosismo.

Al escapar de su cárcel, con dirección a la Tierra, la criatura había gritado con furia esa palabra. ¿Qué significaba Tehom? Por sus estudios, Mu sabía lo que significaba la palabra, pero no entendía como pudo su mente proyectarla con tanta claridad, con tanta importancia… ¿Acaso poseía un significado oculto? Mu sabía por experiencia propia que los sueños y la muerte son acontecimientos negros cuya comprensión siempre llega demasiado tarde, y por ello no se atrevería a tomar ninguna clase de riesgo.

Decidido a no subestimar ni a justificar absurdamente lo que cualquiera hubiera podido calificar como una simple pesadilla, Mu se alistó para partir a China y hablar con Dohko de Libra, otro de los Santos Dorados de Athena: el más sabio y temible entre los de su clase, una autoridad respetada en todo el Santuario. Mu no permitiría que la desidia o la ignorancia momentánea pudieran comprometer la seguridad de todos, prefería tomar las cosas en sus propias manos y averiguar si aquel sueño era tan sólo una fantasía onírica producto de su estrés, o si se trataba de alguna advertencia que sólo los seres como él —dotados de nacimiento con capacidades extrasensoriales— estaba destinada a conocer antes que cualquier otro ser vivo.

Al salir de la torre, Mu se encontró con una extraña figura rondando su morada… se trataba de otro Santo como él, aunque en este caso era uno de menor rango; un Santo de Bronce: Ikki de Fénix. Mu buscó con la vista el rostro de Ikki, obteniendo de él una extraña mirada, cargada de preocupación y desconcierto, confirmándole a Mu que el significado de sus pesadillas iba más allá de cualquier casualidad…

Japón

A las afueras del orfanato en donde Seiya viviera la mitad de su infancia, Saori Kido, reencarnación de la diosa Athena en esta Era, acompañada de sus Santos de Bronce; Seiya, Hyoga, Shun, y también el joven Kiki, discípulo de Mu de Aries, disfrutaba de un momento de alegría con los niños, jugando y haciendo bromas con ellos.

Habían transcurrido dos meses desde la última Guerra Sagrada en contra del Dios de los Mares, Poseidón, y Athena consideraba pertinente el aprovechar cualquier momento de júbilo al lado de sus queridos guerreros. Los Santos de Bronce desconocían que pronto el peor enemigo de Athena, Hades, habría de resurgir del Infierno para azotar al mundo con una nueva Guerra Santa, pero Athena lo prefería así, mantenerlos ignorantes para no hacerles sufrir más, dejándolos de lado en el que se vislumbraba como un conflicto inminente, el más duro y encarnizado de todos. Los motivos de Athena eran simples; ella creía con convicción que Seiya y sus hermanos ya habían sufrido más suficiente en el pasado, y era tiempo de dejarlos descansar, de permitirles gozar de la vida que se les negó por culpa del cruel destino.

—¡Llévame contigo, Seiya! —gritó entristecido el pequeño Makoto, quien después de un par de horas de convivencia, no podía evitar sentir pena al ver partir tan pronto al Santo de Pegaso, su héroe.

—¡Makoto! No seas pesado y deja en paz a Seiya; tanto él como la señorita Saori deben partir ya —dijo la bella Miho, otra huérfana que se había criado con Seiya, y que al crecer obtuvo un empleo como cuidadora en el orfanato. Sin embargo, a pesar de la orden de Miho, Makoto, en un acto de imprudencia infantil, no vaciló en aferrarse a la pierna de Seiya para impedir su partida, mostrándole al mismo tiempo la lengua a Miho.

—Makoto, no te pongas triste; te prometo que la próxima semana volveremos a visitarlos, después de todo les debemos una partida de fútbol —dijo Seiya con voz calmada, luciendo una sonrisa para los niños.

A pesar de lo razonable de la promesa de Seiya, Makoto y sus amigos, Yukio y Taro, acompañados de la pequeña Ran —la única niña que no temía jugar rudamente con los otros tres—, comenzaron a armar una protesta muy organizada para exigirle a Seiya quedarse más tiempo.

—¡Niños! La señorita Saori y Seiya deben partir ya, no pueden quedarse más tiempo con nosotros, pronto va a oscurecer y seguramente tienen muchas ocupaciones qué atender —dijo Miho, perdiendo la paciencia ante los caprichos infantiles.

Mientras los niños discutían con Seiya, rechazando cada argumento y desafiando la autoridad de Miho, entre las risas de Shun y de Athena, Hyoga no pudo evitar sentir curiosidad con respecto a una pequeña niña que les observaba a lo lejos, sentada en una banca, muy solitaria. La expresión de la niña le recordaba en cierta forma su propia madre —Natassia— que muriera años atrás para que su hijo pudiera vivir. Una sensación enorme de melancolía abrazó cálidamente al Santo del Cisne.

—Ella también es huérfana, como Makoto y los demás —dijo Shun a Hyoga, percatándose de lo ensimismado que se encontraba su compañero de armas.

—Sí, huérfana como Makoto… Huérfana como nosotros… —respondió Hyoga,.

El Santo del Cisne dejó atrás a un confundido Shun para acortar distancias y así poder hablarle a la pequeña niña rubia que había llamado su atención. Conforme avanzaba en su camino, Hyoga sintió un nudo en el estómago al darse cuenta que la niña tenía una pequeña cruz de oro colgando de su cuello. Superada la emoción de ver muestras claras de su religión en una niña tan parecida a su madre, Hyoga se sentó en aquella banca, apenas a unos centímetros de ella, dispuesto a romper con esa extraña burbuja invisible que parecía separarla del resto del mundo.

—Hola, yo soy Hyoga. ¿Y tú cómo te llamas?

—Nika… mi nombre es Nika —respondió la niña con timidez.

Hyoga se sintió sorprendido al escuchar ese nombre, pues significaba una coincidencia todavía más extraña. No soló compartía la misma religión que él, ni nada más era su expresión facial lo que le recordaba mucho a su madre fallecida, sino que por su nombre, todo parecía indicar que al igual que él y que Natassia, Nika era también procedente de Rusia. Antes de que Hyoga pudiera tratar de averiguar más acerca de esta niña, de sus orígenes y de cómo había dado a parar a Japón, el pequeño Makoto llegó corriendo para anunciar victorioso que pasaría el fin de semana en la Mansión Kido.

—¿Miho les dio permiso de quedarse a dormir con nosotros, Makoto?

—¡Sí! ¿No es genial, Hyoga? Vamos a poder jugar con ustedes todo el tiempo, todo el día y toda la noche, a cada minuto, a cada segundo, a cada momento, a cada instante…

Hyoga secó algo de sudor frío en su frente, pues lidiar con esos pequeños demonios significaría vivir un fin de semana de pesadilla.

Pronto, Miho y Kiki se acercaron a donde se encontraban Hyoga y Nika. Con la dulzura que la caracterizaba, Miho le preguntó a Nika si deseaba ir también con Makoto y con el resto. Nika no respondió al ofrecimiento de Miho, provocando cierta incomodidad en ese momento.

—¿Por qué no vienes con nosotros, Nika? Te aseguro que te divertirás mucho con todos nosotros— le planteó Hyoga con entusiasmo, pero Nika bajó la mirada, abstrayéndose todavía más.

—Hey, yo sé que estos niños pueden ser muy inmaduros, pero no tengas miedo de que te molesten, yo puedo protegerte de ellos, después de todo algún día me convertiré en el Santo más poderoso de la historia —exclamó Kiki, quien tan metiche como siempre, pretendió adivinar el porqué de la conducta de Nika.

—¡No!... No es eso, no es que tenga miedo… Es que no quiero ir sola, quiero que tú vayas conmigo, Miho —respondió Nika, resolviendo el misterio de su renuencia a querer ir a la Mansión Kido.

—¿Quieres que vaya yo también? Bueno, no sé si me permitan dejar el orfanato por tantos días, además tendríamos que preguntarle primero a Seiya y a la señorita Kido si están de acuerdo…

—¡Yo estoy de acuerdo! —respondió con dificultad Seiya, quien tenía trepados encima de su espalda y de su cabeza a Yukio y a Taro, impidiéndole graciosamente el poder hablar o respirar.

—Entonces está prácticamente decidido ¿verdad, Saori? —preguntó Hyoga a su diosa, mostrando una sonrisa en el rostro, dichoso por la oportunidad de convivir con una niña que parecía guardar mucho en común con él. Saori le dio el visto bueno a la idea de alojar durante el fin de semana a los cinco niños y a Miho, pero no sin sentir algo de molestia, pues aun siendo una diosa, le era imposible dejar de lado los celos que como humana expresaba por los afectos de Seiya, siempre divididos entre Miho y la misma Athena.

Esa primera noche al interior de la mansión Kido fue genial para los Makoto y su pandilla, inclusive para Nika, quien consentida por la actitud obsequiosa de Hyoga, se mostraba dispuesta a tirar las murallas que le impedían convivir con los demás.

Pocas veces la habían pasado también estos niños en toda su vida, disfrutando de una cena deliciosa, de habitaciones lujosas, de un cuarto de entretenimiento con un televisor enorme, y por supuesto de la carismática presencia de Seiya, quien a pesar de comportarse como un fanfarrón frente a los ellos, era en realidad un ídolo para estos niños; mientras tanto, por su parte, los Santos de Bronce se sentían revitalizados por la inocencia de los chiquillos, después de todo los Guerreros de Athena eran también unos adolescentes, obligados a crecer y desarrollarse mentalmente como adultos, pero adolescentes a final de cuentas. Los momentos de paz y tranquilidad resultaban invaluables para los corazones de Seiya, Hyoga, Shun, y también de Shiryu, quien ya se encontraba con ellos en Japón.

Al día siguiente, tal como lo habían prometido Seiya y los demás la noche anterior, los invitados de honor a la mansión Kido, incluida Nika, jugarían con los Santos de Bronce un partido de fútbol. Para hacer las cosas un poco más divertidas, Seiya invitó a unirse al partido a los demás Santos de Bronce que no pertenecían a su grupo más cercano: Jabu de Unicornio, Nachi de Lobo, Ban de León, Geki de Oso e Ichi de Hydra. Sin esperar más tiempo, el partido dio inicio. En un equipo se encontraban Seiya, Hyoga, Makoto, Ichi, Ban, Yukio y Nika, mientras que en el otro figuraban Shiryu, Shun, Jabu, Geki, Nachi, Taro, y la pequeña pero aguerrida Ran. Más que un duelo de rivales, los Santos de Athena disfrutaban de darse pases entre sí y disfrutar el tiempo al aire libre con los niños. El jardín vasto de la mansión Kido servía como terreno de juego, donde con facilidad, haciendo uso de sus habilidades como Santos de Athena, Seiya y compañía podían lanzar pases muy largos y potentes a cualquiera de sus compañeros de armas.

Durante un largo rato los niños corrieron libremente por el jardín, repletos de alegría, persiguiendo a Seiya con el balón, hasta que un error de Ichi de la Hydra, quien pateara el balón con gran fuerza, logró enviarlo considerablemente lejos, deteniendo el ritmo de la fantástica experiencia que los Santos y los niños estaban compartiendo. Para evitar frenar de golpe el esparcimiento de todos, Seiya propuso a los niños y a los demás adentrarse en el bosque aledaño a la mansión, lugar a donde había ido a parar el balón por culpa de Ichi, para buscarlo y encontrarlo; por supuesto, el último en hacerlo sería considerado como una gallina. Con presteza los Santos y los niños se metieron a las profundidades del bosque, en busca del balón extraviado. A tan sólo unos minutos de recorrer el área, Nika parecía haber hallado el balón, pero asustada por una sombra que creyó ver cerca de unos arbustos, gritó agudamente, atrayendo la atención de Hyoga y de Shun quienes se encontraban cerca. Presurosos, al llegar llegar hasta ella, Nika solamente pudo abrazar efusivamente a Hyoga, asustada por lo tenebroso que se había puesto el bosque con el inminente atardecer.

—¿Te encuentras bien? ¿Qué sucedió, Nika? ¿Por qué gritaste? —preguntó Hyoga con tono fraternal.

—El balón… Yo encontré el balón, está detrás de esos arbustos, pero… me pareció ver algo y me asusté. Lo siento.

Nika se soltó a llorar, avergonzada por haberse asustado con nada, preocupada ahora por la burla que Makoto y los demás niños pudieran hacerle al llegar a la mansión.

—No te sientas mal, que no te importe lo que puedan opinar los demás acerca de ti, Nika. No tiene nada de malo sentir miedo. Yo iré por el balón. No te preocupes, este pequeño incidente quedará entre nosotros tres —dijo Shun.

Nika se sintió reconfortada de hallar comprensión en Shun, quien sin duda alguna entendía lo que era sentir miedo y el ser objeto de burlas por parte de otros niños a causa de su aparente debilidad de carácter. Hyoga, agradecido con Shun, emprendió el camino de regreso a la mansión, con Nika tomada de su mano.

Shun se dispuso a recuperar el balón en los arbustos que ocasionaron el susto de la niña. Al recorrer un poco el terreno, Shun encontró el balón incrustado en lo que parecía ser un grupo de charcos con lodo. Sin embargo, antes de que Shun pudiera dirigirse hacia el esférico, de espaldas, sentado en el fango y a un lado del balón, se encontraba Ikki.

—¿Hermano? —preguntó Shun con sorpresa, sin obtener una respuesta de vuelta.

Súbitamente, Ikki tomó el balón y se puso de pie, dándole todavía la espalda a su hermano menor.

—¡Ikki! Me da mucho gusto que estés aquí. Vamos, ven conmigo, Seiya y los demás se alegrarán…

Antes de que Shun pudiera terminar su frase, Ikki dejó caer de nueva cuenta el balón, enterrándolo profundamente en el lodo con el pie, como si pretendiera que nadie lo sacara de ahí.

—¿Qué pasa Ikki? ¿Estás bien?

Ikki guardó el más sepulcral de los silencios. Caminando, Shun intentó alcanzar a su hermano por el hombro, pero de manera repentina, Ikki volteó, dándole la cara. El horror del Santo de Andrómeda lo dejó enmudecido, pues aquellas pétreas cavidades que le miraban con odio no pertenecían a su hermano, de hecho ese rostro no podía pertenecer a ningún ser humano; la entidad que aparentaba ser Ikki lucía un rostro apenas reconocible por un par de cuencas vacías y una mueca grotesca que asemejaba a una sonrisa, con dientes filosos y amarillentos que le deformaban la piel putrefacta que conformaba la totalidad de su cara.

Sin poder entender lo que sucedía, Shun vio vencida la fuerza que le mantenía de pie, y cayó sobre sus rodillas, confundido y asustado por tan hórrida visión. Tratando de entender lo que estaba ocurriendo, si se trataba de una ilusión o de un sueño, Shun terminó contra su voluntad en los brazos de aquella criatura que se presentaba ante sus ojos como su hermano. El dueño del rostro demoníaco ejerció una fuerza invisible sobre Shun, impidiéndole liberarse de su abrazo. El momento parecía extenderse indefinidamente, como si se tratara de una eternidad, mientras la criatura depositaba en Shun lo que en apariencia podría calificarse como una mirada, de no ser porque esta acción provenía de las concavidades vacías de su rostro. Shun no pudo resistir y dejó escapar un par de lágrimas, provocando un regocijo depravado en la criatura, quien introdujo su lengua escamosa en la oreja de Shun, para luego lamer su mentón y su cuello, cubriéndole con su saliva hedionda. Sin perder un momento más, el diabólico ser atacó con salvajemente, mordiéndole los brazos, los hombros y el cuello, desgarrándole la piel con los dientes. En un esfuerzo monumental, Shun comenzó a gritar de dolor, pero la criatura apagó su voz, haciéndole sangrar con rapidez. Desesperado, Shun trató de pelear, trató de expulsar algo de su cosmos y así poder liberarse, pero cualquier esfuerzo le era inútil: el espíritu de la criatura era más fuerte; entre más resistencia oponía el Santo de Andrómeda, la criatura lo mordía con mayor bestialidad, procurando no arrancar nada con sus mandíbulas, sólo mordiendo y succionando; era un intercambio de saliva y aliento carroñero por sangre fresca. Las lágrimas de terror bajaron por las mejillas de Shun, mojándole todo el rostro, mientras el demonio saciaba su apetito devorándole el cuerpo. Víctima del dolor, Shun se desmayó sin más remedio, mientras la criatura, satisfecha, envuelta en un cuerpo translúcido se desbarató en jirones de niebla, desapareciendo del bosque sin dejar rastro.

Alertados por los recientes gritos de dolor de Shun, Seiya y Shiryu llegaron hasta donde se encontraba su compañero, encontrándolo inconsciente y cubierto por su propia sangre.

—¿Quién pudo hacerle algo así a Shun? —preguntó Seiya en voz alta, presa de una mezcla oscilante entre la ira y la confusión.

—Sin importar qué o quién haya sido, Seiya, ya no se encuentra más por aquí. No siento ningún cosmos agresor en la cercanía —respondió Shiryu, mostrando serenidad, aunque él también se hallaba muy consternado y confundido por el estado en que se encontraba su amigo y hermano. Seiya y Shiryu llevaron a Shun inconsciente de vuelta a la mansión, cancelando las actividades con los niños, y dando la orden a los demás Santos de Bronce de permanecer alertas.

Sin entender lo que sucedía, los niños se recluyeron en sus habitaciones, mientras Athena y el resto discutían lo ocurrido al Santo de Andrómeda.

—Poco antes del ataque a Shun, Nika mencionó haber visto una sombra rondar en el bosque, cerca de donde lo encontraron —dijo Hyoga, tragando saliva— Shun y yo creímos que era producto de su imaginación, pero…

—No te culpes a ti mismo, Hyoga, —replicó Shiryu— no tenías forma de adivinar que lo que Nika había visto era una amenaza verdadera.

—Saori ¿tienes alguna idea de lo que podríamos estar enfrentando? ¿Quién podría tener el poder para hacerle algo así a Shun? —preguntó Seiya, enfurecido por lo que le había sucedido a su amigo.

Athena guardó silencio, impedida a responder a la pregunta de Seiya, pues ella tenía la certeza de que la amenaza en cuestión tenía que ver con el despertar de Hades, y sabía que de conocer esta verdad, tanto Seiya como el resto, pretenderían tener un papel activo en la Guerra Sagrada a punto de gestarse, algo que la diosa no permitiría por ningún motivo. Antes de intentar ahondar un poco más en la conversación, Tatsumi irrumpió en la habitación donde se llevaba a cabo la reunión de Athena con sus Santos, para informarles acerca de la condición de Shun.

—Los exámenes médicos no han sido capaces de determinar qué clase de criatura atacó a Shun. Lo más extraño es que todo parece indicar que aunque el Santo de Andrómeda perdió mucha sangre, su salud se encuentra en perfecto estado —expusó Tatsumi al leer el informe que llevaba en mano.

—Entiendo a la perfección lo que dice el reporte, sin embargo eso no tiene sentido —externó Shiryu con escepticismo—. ¿Por qué si se encuentra bien ha permanecido inconsciente y con tanta fiebre?

Athena guardaba en secreto sus sospechas del posible perpetrador del atentado contra la vida de Shun, y los Santos no estaban seguros de lo que podía estar sucediendo. Repentinamente, Nachi de Lobo irrumpió en la habitación muy agitado.

—¡Señorita Saori! ¡Seiya! Vengan pronto, es muy urgente, algo terrible está sucediendo.

Con gran velocidad, Shiryu, Hyoga, Seiya y Saori corrieron a la habitación donde se encontraba el Santo de Andrómeda convaleciente. Al entrar, la débil luz de una lámpara revelaba que Shun ya había despertado, pues se encontraba de rodillas sobre el colchón de su cama.

—No entiendo, Nachi ¿qué es lo que pasa? —preguntó Seiya

—Observa, algo no está bien en él. Cuando entré lo encontré así, pero estaba hablando cosas muy extrañas, incoherencias…

Cortando las explicaciones de Nachi, Shun rompió el silencio al emitir una risa burlona y aguda, sorprendiendo a todos en la habitación.

—¿Shun?—preguntó Athena, temerosa por la vibración espiritual que emanaba del cuerpo de su Santo.

Dejando escapar un grito de furia, Shun alzó su cara hacia el techo, desgarrándose la voz con un quejido inhumano. Seiya y el resto pronto rodearon a Saori, temiendo que su vida corriera peligro, pero el Santo de Andrómeda cayó de espaldas de manera brusca, víctima de una serie de espasmos. Permaneciendo mudos ante la perturbadora visión, los Santos de Bronce observaron a Shun convulsionarse de forma violenta, gritando, entre risas y rugidos, mientras vomitaba sangre. Decidida a actuar, Athena proyectó su cosmos sobre su Santo, calmando la brusquedad de sus movimientos, trayendo algo de paz al espíritu de Shun. Lentamente, los ataques de Shun comenzaron a disminuir, apaciguando la rigidez muscular de su cuerpo. Antes de quedar inconsciente una vez más, Shun, con un rasgo de dolor en la voz, pronunció una última palabra: "Tehom".

Con Jabu y Nachi vigilando a Shun en una habitación donde pudiera estar alejado de Miho y de los niños, Athena y el resto se dirigieron nuevamente al estudio.

—Manipulación mental. No se me ocurre otra explicación —dijo Kiki, quien ya se había unido a los Santos de Bronce y a la diosa, luego de que los gritos de Shun alteraran a todos en la mansión.

—Shun actuaba como si no fuera dueño de sí mismo, pero no creo que tenga que ver con manipulación mental —dijo Hyoga con certeza— Yo conozco en carne propia lo que es enfrentar a alguien que ha sido manipulado mentalmente; lo viví cuando enfrenté a mi maestro Crystal y puedo asegurarles que Shun no se encuentra en esa situación

—Yo también sé de esa experiencia, tanto por Crystal, el maestro de Hyoga, como por mi combate contra Aioria, cuando éste fue víctima del control mental de Saga —replicó Seiya, convalidando la teoría de Hyoga—. La conducta de Shun… Su mirada… No podría decir lo que es en realidad, pero es distinto.

—Entonces ¿qué es lo que le ocurre a nuestro amigo? —preguntó Kiki, un tanto cabizbajo.

—Debe de ser una posesión —externó Shiryu, muy convencido.

—No, no se trata de ninguna posesión —exclamó Athena con plena confianza, descalificando la aportación de Shiryu al tema—. Yo misma he podido constatarlo. Cuando usé mi cosmos para calmar a Shun, pude sentir en él un dolor real, una furia auténtica. Todos esos gritos, risas y balbuceos provenían de él, de su psique, de su alma. No existe ninguna fuerza, espíritu ni cosmos dentro o fuera de Shun, que esté controlándolo o que esté manipulando su voluntad.

Antes de poder indagar un poco más acerca de la condición del Santo de Andrómeda, la discusión se vio detenida nuevamente, pero esta vez por la propia Athena, quien pidió un momento a solas, exhortando a los jóvenes guerreros a salir de la habitación.

En el pasillo, en espera de que Saori se desocupara de la misteriosa tarea que había atraído su atención de un momento a otro, Shiryu no soportó más el permanecer apacible ante una situación de tal gravedad. Decidido, el Santo del Dragón compartió con sus amigos la idea que había llegado a su mente: ir aen búsqueda de Dohko, el Anciano Maestro de Libra, para que éste y su sabiduría pudiera orientarlos en algo que evidentemente desconocían. Seiya y Hyoga aceptaron el plan y vieron partir a Shiryu de inmediato, deseándole buena suerte y esperando que a su regreso trajera consigo buenas noticias.

Momentos después de la partida de Shiryu, Saori invitó a pasar a su estudio a Hyoga, Seiya y Kiki, para comunicarles sobre su próximo viaje fuera de Japón.

—Seiya, Hyoga, no quisiera tener que partir en un momento como éste, pero es necesaria mi presencia en el Santuario

—¿Qué ocurre, Saori ¿Acaso el Santuario ha sido atacado? —preguntó ansioso Seiya, esperando encontrar pronto a los culpables del atentado contra Shun.

—No Seiya… No se trata de eso. Shaka de Virgo me contactó mentalmente y me solicitó que acudiera de inmediato. Eso es todo lo que puedo decirles por el momento.

Insatisfechos por lo escueto de la explicación, y asediados por un mal presentimiento, Seiya y Hyoga no pudieron evitar recomendarle a Saori que al menos uno de ellos la acompañara a Grecia, para protegerla, pero Athena se negó rotundamente, con el argumento de que tales medidas no serían necesarias al contar con los Santos Dorados de su lado, insistiendo también en que la presencia de los Santos de Bronce sería mejor aprovechada en la mansión para proteger a Shun y a los niños. Tranquilizado por Saori, quien se encontraba segura de que todo saldría bien, Seiya aceptó quedarse a vigilar la mansión y a Shun, pero sólo por esa noche, advirtiéndole a Saori que con o sin su aprobación, a la primera hora de la mañana siguiente, se pondría su armadura y se uniría a ella en Grecia.

Antes de partir, Tatsumi detuvo a Athena, preocupado por su destino.

—¡Señorita Saori! ¿Qué ocurre? ¿Acaso el Emperador de las Tinieblas ha vuelto?

—No te preocupes por mí, Tatsumi, yo estaré bien —dijo Saori, poniendo su mano en el hombro de su leal mayordomo—. Tal como supones, la razón por la que viajo al Santuario se debe al despertar de Hades. Shaka me ha informado que el sello de Hades y de sus Espectros se ha roto. Por fin ha llegado el momento, Tatsumi. Iré al Santuario a planear la defensa de la Tierra.

Athena confiaba en que al contar con el poder de los Santos Dorados de Aries, Tauro, Leo, Virgo, Libra y Escorpión, sumados al poder de un aliado reciente que había sido perdonado por la misma diosa, Kanon de Géminis, las probabilidades de ganar la guerra sagrada estaban de su lado.

—Pero entonces… ¿Hades tuvo que ver con lo que le pasó a Shun? —preguntó angustiado Tatsumi.

—No me cabe la menor duda de que Hades está detrás de todo esto, Tatsumi, pero es importante que Seiya y los demás no se enteren de ninguna forma de lo que está ocurriendo. Los quiero ajenos a todo esto. Por favor, en cuanto te sea posible, avísale a Jabu y a los otros que se unan a mí en el Santuario, pues será importante contar con su ayuda. Y por favor Tatsumi, sé muy discreto, recuerda que cuento contigo para proteger a Seiya y a los demás—finalizó Saori, decretando una orden que no podía ser ignorada por parte de su fiel sirviente.

Saori se despidió de Tatsumi, lista para emprender el viaje. Con ayuda de Shaka de Virgo a la distancia, Athena consiguió abrir un puente dimensional que la llevaría al instante a Grecia, cerca de la entrada al Santuario.

Más tarde durante la noche, Jabu y Nachi cuidaban del sueño de Shun, quien por su apacible forma de dormir, daba la impresión de que pasaría la noche de forma tranquila, sin mostrar nuevamente ese comportamiento errático que tanto había alterado a todos. Aburrido por su vigilancia, Nachi dejó a solas a Jabu, buscando cualquier pretexto para tomar algo de aire fresco. Enfurecido, Jabu no pudo esconder su descontento al quedarse a vigilar él solo, pues su ego y su orgullo le hacían sentirse menospreciado al quedarse ahí parado, como si fuera una simple niñera. Los pensamientos de Jabu fueron interrumpidos inesperadamente, cuando Shun, recién despertado, se había reincorporado. Jabu se introdujo en la habitación para checar a Shun, quien se llevó las manos a la cara, como si su aflicción se debiera a algún mal interno, y no a las llagas punzantes que lo cubrían.

—Shun ¿Te sientes mejor? —preguntó Jabu, preocupado genuinamente por su compañero.

—Sí… No… No lo sé. ¿Qué sucedió, Jabu?

—Alguien te atacó hoy por la tarde en el bosque, Shun ¿no recuerdas lo que pasó?

—No… Recuerdo… Recuerdo que iba a buscar el balón que Ichi había extraviado, lo encontré en un charco lodoso y…

Shun gimió de dolor, cerrando los ojos fuertemente, reviviendo la espantosa experiencia de la que había sido víctima.

—Por favor, Jabu… Tengo mucha sed, necesito un vaso con agua.

Jabu accedió amablemente a traer de la cocina un vaso con agua para que Shun aclarara su garganta. Con rapidez, Jabu llevó a cabo la diligencia, pero al regresar al cuarto donde el Santo de Andrómeda debía de estar reposando sus heridas, no encontró a nadie. Shun había desaparecido.

—Tengo que informarle a Seiya y a los otros…

Antes de que Jabu pudiera darse la media vuelta para salir por la puerta y dar aviso de la desaparición de su compañero, Shun reapareció frente a él, con los ojos inyectados de sangre, y sin darle espacio para reaccionar ante aquella aparición tan súbita, le atacó con fiereza, mordiéndole la cara. Sorprendido, Jabu no pudo evitar la mordida que consiguió arrancarle un pedazo de carne de una de sus mejillas, pero fue capaz de actuar con reflejos dignos de su entrenamiento, para empujar a Shun con fuerza.

—¡Qué demonios te ocurre, Shun¡ —preguntó Jabu, doliéndose de la herida inflingida sobre su rostro, pero Shun, tirado en el suelo como si se tratase de un guiñapo, no respondió a los cuestionamientos del Santo de Unicornio, limitándose a permanecer inmóvil en el piso, como si de pronto hubiera perdido la vida. Preocupado por la fuerza con la que pudo atacar a Shun, Jabu se acercó a él para verificar la condición en la que se encontraba, pero el Santo de Andrómeda se movió con gran velocidad, demostrando que se encontraba en perfectas condiciones, abalanzándose sobre éste, quien no pudo resistir el vicioso ataque. Forcejeando en el suelo, Shun expulsó sangre por boca y nariz, cubriendo la cara de Jabu.

—Nadie podrá salvarte, Jabu —dijo Shun, casi en un susurro.

—¡Detente! ¿Qué estás haciendo?

—No me detendré hasta que tu voz se ahogue con tu propia sangre.

Jabu continuó forcejeando con Shun, perdiendo toda esperanza de que alguien pudiera llegar en su auxilio, pues mientras ninguno de los dos hiciera una expulsión de cosmos, no existía forma alguna en que Seiya o Hyoga pudieran enterarse de lo que estaba ocurriendo.

—¿Lo ves? Tu mediocre entrenamiento será la causa de tu muerte, Jabu. Si hubieras avanzado aunque fuera un poco en el camino de los Santos, serías capaz de usar tu cosmos para derrotarme o para lanzar señales de humo a los otros. Hasta para pedir ayudar eres patético; ni siquiera eres capaz de gritar pidiendo auxilio.

Desatado en rabia, Shun prosiguió a morder la cara de Jabu, desgarrándole el rostro con los dientes, masticando con agitación.

En una de las habitaciones de la mansión Kido, Seiya descansaba, preocupado por lo ocurrido a Shun y por la partida tan abrupta de Saori rumbo al Santuario. ¿Acaso Saori le estaba ocultando algo? El sólo pensar que Saori pudiera estar en peligro, y que por amor a ellos pretendiera mantenerlos al margen de un nuevo conflicto sagrado, era algo que perturbaba mucho la tranquilidad del joven Santo de Pegaso. Confundido por lo que sucedía, Seiya no pudo evitar cuestionarse a sí mismo acerca de sus sentimientos hacia ella, hasta que de pronto, un toque la puerta interrumpió sus pensamientos. Se trataba de Miho, acompañada de Makoto, Taro y Yukio, quienes deseaban darle las buenas noches a Seiya. Las niñas por su parte todavía no se dormían, se encontraban con Kiki y con Tatsumi en otra habitación, viendo televisión. Seiya se despidió efusivamente de los niños, burlándose por su debilidad al aguantar despiertos menos tiempo que las niñas, y les deseó las buenas noches. La última en despedirse de Seiya fue Miho, quien dio un beso en la mejilla a Seiya, muy cerca de sus labios…

—Seiya, yo…

—Miho… Quisiera poder decirte que siento lo mismo, pero estoy confundido, han sucedido tantas cosas que…

La joven puso sus dedos sobre la boca de Seiya, haciéndole callar. Miho sabía perfectamente que la confusión de Seiya se debía a la existencia de Saori Kido en su vida, de sus sentimientos hacia ella, más allá de que Saori fuera la encarnación de la diosa Athena y de que él estuviera obligado a protegerle y servirle.

—No digas nada, Seiya… Buenas noches.

Seiya se quedó inmóvil en la puerta por unos momentos, viendo a Miho alejarse a través del corredor. Al meterse a su habitación, el Santo de Pegaso reflexionó sobre ése momento en la puerta con su mejor amiga, cuando de pronto alguien llamó a su puerta, interrumpiendo toda disertación amorosa: se trataba de Jabu, con la cara seriamente lastimada, bañada en sangre.

—¡Jabu! ¿Qué te pasó?

—Shun… Él… Él está mal —sentenció Jabu antes de desmayarse en los brazos de Seiya.

El Santo de Pegaso no dudo ni un momento más, recostó a Jabu en su cama y se dirigió al cuarto de Shun, sin elevar su cosmos para no alertarlo. Al entrar a la habitación, Seiya encontró en el suelo a Ichi de Hydra muerto; desmembrado, convertido en un cadáver, prácticamente irreconocible de no ser por su cabello blanco.

—¡Por Athena! —exclamó Seiya horrorizado, pero antes de que pudiera salir de ese estado de conmoción para buscar al responsable, el Santo de Pegaso fue tomado por la espalda por Jabu, quien había fingido su convalecencia.

—¡Morirás! —gritó Jabu, con pliegues de carne sanguinolenta que colgaban de su rostro. Seiya trató de liberarse, pero una extraña fuerza se lo impedía. Era algo distinto a la fuerza del cosmos, se trataba de un poder espiritual diferente, prácticamente invisible a todos los sentidos.

Jabu levantó con facilidad a Seiya, quien paralizado, fue incapaz de realizar movimiento alguno. Sin previo aviso, Shun apareció frente a Seiya y Jabu, observando la lucha de voluntad entre estos dos guerreros. El Santo de Andrómeda lucía una piel demacrada y pálida; su cuerpo se encontraba cubierto de profundas llagas. Shun se acercó a Seiya, provocando en éste náuseas, gracias al hedor repulsivo a sudor y a pus que expedía su cuerpo. Aunque de pie y contento por la victoria sobre Seiya, Shun de Andrómeda lucía particularmente mal, decadente; con un deterioro progresivo en su piel, como si se estuviera pudriendo.

—No sientas asco, amigo mío… Tú también habrás de pudrirte de adentro hacia fuera.

Aprovechando la incapacidad del Santo de Pegaso para defenderse, y arrebatándole toda esperanza, Shun le mordió la nuca sin piedad, desgarrándola. Seiya no pudo resistir más, llenando con sollozos toda la habitación. Shun continuó devorando a Seiya, cubriéndose felizmente de todos sus lamentos, mientras en sus ojos destellaban los fulgores del abismo.

En el cuarto de televisión, acompañando a Nika, Ran, Kiki y Tatsumi, Hyoga se encontraba meditabundo acerca de Shun y de la partida de Saori.

—Tehom —dijo Hyoga en voz alta.

—¿Qué dijiste, Hyoga? —preguntó Tatsumi, intrigado por la expresión del Santo del Cisne.

—Tehom… Fue una palabra que Shun dijo antes de desmayarse —respondió Hyoga sin dar más detalles, dándose cuenta que explicar más sobre lo que le había ocurrido a Shun, podía asustar a las niñas. Tatsumi, fiel mayordomo, poseedor de un conocimiento considerable en cultura y arte, se sintió aludido al encontrar familiaridad con la palabra que Hyoga había mencionado unos momentos antes.

—Es extraño —repuso Tatsumi— "Tehom" es una palabra que me resulta familiar… Se trata de un término bíblico, de origen hebreo, que sirve para designar a un elemento de la creación…

Extrañado, Hyoga pidió a Tatsumi acompañarlo a uno de los balcones para charlar en privado.

—Piénsalo detenidamente, Tatsumi —solicitó Hyoga, desesperado—. Quizás esa palabra sea la clave de lo que le sucedió a Shun en el bosque. Por favor dime todo lo que sepas sobre su significado.

—Te diré lo que sé —repuso Tatsumi—. En el Antiguo Testamento, en el Génesis 1:2, existe una expresión que dice: "veharetz hayta tohu vavohu vekhoshekh al-pneitehomveruach elohim merakhefet al-pnei hamayyim". Esa expresión tiene dos traducciones muy similares; la primera y más aceptada nos dice algo como: "La Tierra era algo informe y vacío, y las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas". La segunda traducción dice algo parecido: "La Tierra era caos y confusión, y la oscuridad por encima del abismo, y El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas". Eso es todo, Hyoga, basicamente la palabra "Tehom" se interpreta como "abismo".

Confundido, Hyoga no supo cómo reaccionar, no entendía la clase de relación que podría tener toda esa perorata con Shun. Antes de poder hacer un comentario al respecto, ambos hombres se vieron obligados a suspender su conversación debido a la inoportuna intervención de Kiki, quien se acercó hasta ellos con una enorme sonrisa dibujada de oreja a oreja.

—¡Hey Tatsumi! No sé tú, pero yo tengo mucha hambre, y creo que las niñas también.

—¿No crees que ya es un poco tarde como para que comas algo, Kiki? —preguntó Tatsumi, esperando ilusamente un poco de madurez por parte del pequeño glotón.

—¡Nunca es tarde para comer, Tatsumi! Además, estoy seguro que el resto de los niños también se mueren de hambre. Vamos, viejo, no seas tan miserable.

—Está bien —respondió Tatsumi un tanto enfadado —, pero tú, pequeño enano, no pierdas más el tiempo y pregúntale a los otros niños si desean acompañarlos a cenar.

Kiki accedió a cumplir la misión tan encarecidamente le había encargado Tatsumi, pero sin explicación encontró una gran dificultad para teletransportarse al cuarto de Makoto, quedándose estancado en el balcón.

—¿Ocurre algo, Kiki? —preguntó Hyoga.

—No, nada… Bueno, no estoy seguro… Es que trato de teletransportarme al cuarto donde duermen Makoto y los otros, pero no puedo hacerlo…

—Aunque te cueste admitirlo, tal vez tú también te encuentras cansado y por eso no puedes usar tu habilidad —contestó Hyoga, dándole un razonamiento creíble para que Kiki comprendiera por qué no podía utilizar su poder. Kiki no se esforzó en más intentos, así que optó en ir a pie, aunque eso significara recorrer gran cantidad de metros de la mansión Kido. Todavía mortificado por el misterio que rodeaba la condición de Shun, Hyoga dio por terminada la plática con Tatsumi y le permitió dirigirse a la cocina para comenzar a preparar la cena de los niños, mientras él permanecía en el balcón, depositando su mirada en los cielos, esperando encontrar alguna respuesta en las estrellas que brillaban sobre el firmamento.

Por su parte, Miho terminaba de ponerse la pijama en su habitación, lista para irse a dormir, cuando una serie de golpecitos en su puerta la interrumpieron: se trataba de Seiya. Miho optó por no abrir la puerta, pues aún se sentía lastimada por el rechazo que viviera momentos antes. Decidida a no abrirle, Miho escuchó más y más golpes en su puerta. Seiya, en voz baja, le suplicaba que le abriera y le permitiera pasar, pues quería decirle algo muy urgente. Miho, con el corazón exultante, abrió la puerta, encontrando a Seiya con el rostro muy demacrado.

—¿Te sientes bien, Seiya?

—Sí… Solamente me siento muy fatigado… Acabo de hacer un grande esfuerzo tratando de calmar a Shun y a Jabu…

—¿A Jabu? Hace un rato me dijiste que Shun estaba mal… ¿Acaso Jabu también está enfermo? —preguntó ingenuamente Miho, quien desconocía la verdad sobre el ataque del que Shun había sido víctima.

—Sí, Jabu también se encuentra afectado por la enfermedad de Shun, pero ya me ocupé de ellos… Estoy seguro que pronto estarán bien —respondió Seiya, quien se metió a la habitación de Miho, sentándose en su cama, cerca de su cabecera, presto para apagar la débil luz que producía la lámpara de su buró.

—¿Por qué apagas la luz? ¿Qué es lo que quieres, Seiya? Ya es tarde y no está bien que estés conmigo a solas a esta hora de la noche —externó Miho.

—Deseo… Yo deseo estar contigo, Miho —respondió Seiya, emocionando con gran intensidad a la muchacha, provocando en ella y en su ritmo cardíaco una vibración fuera de lo cotidiano. Tomándola por sorpresa, sin que ella pudiera reaccionar a las palabras que previamente fueran pronunciadas, Seiya besó apasionadamente a Miho, sumergiéndola en una fantasía de amor que la joven había secreteado en su cabeza durante mucho tiempo. Con ayuda de la débil luz de la luna que entraba por la ventana, y sin mostrar señales del ataque que sufriera antes, Seiya observó el dulce rostro de Miho, repleto de amor y de vida. Examinándola con sus ojos hambrientos, Seiya se abalanzó con saña sobre Miho. Poseído por un deseo apremiante, comenzó a besar el cuello de Miho, mientras ella, emocionada por la pasión del encuentro, se entregó de lleno a ese beso, buscando corresponder a la inesperada entrega del Santo de Pegaso. Seiya continuó besando y lamiendo muy deprisa, subiendo por el cuello hasta sus mejillas, aprovechando algunas pausas para mirarla con un desprecio profundo que ella no fue capaz de descubrir. Envueltos en las tinieblas de la habitación, sus elásticas caderas se movieron lentamente encontrando su tiempo, y por momentos, una voz entrecortada surgía en Miho, pero ningún suspiro por parte de Seiya. Después de unos minutos, encendido en furia, entre impuros abrazos y caricias violentas, Seiya comenzó a tornarse más brusco, lastimando a Miho.

—¡Detente Seiya¡ ¡Me estás haciendo daño! —exclamó Miho, devuelta a la realidad, deportada de la absurda fantasía de amor que le impedía reconocer en Seiya los ojos de un monstruo.

Harto de fingir, Seiya mordió los labios de Miho y los arrancó de un jalón, mientras chupaba la sangre que surgía de su boca descarnada. El umbral de dolor fue demasiado para Miho, que incapaz de gritar se desmayó de inmediato, víctima de la ferocidad de las sombras. Excitado, continuó mordiendo y rasguñando a quien fuera su mejor amiga, devorando la piel de los albos senos de Miho, saciando su sed en la sangre que brotaba de su carne. Extasiado por un furor de destrucción primigenio, Seiya abrazó a la inerte Miho, gozando de su cuerpo hasta marchitarlo por completo.

Cinco Picos del Rozan, China

La luz de la luna llena iluminaba la cascada del Rozan, aquella que alojara en su interior durante casi un milenio a la sagrada armadura del Dragón. Shiryu, actual Santo de Bronce de la constelación del Dragón, se encontraba en Cinco Picos tratando de encontrar a su querido mentor, el Anciano Maestro de Libra; pero Dohko no se encontraba dentro de su hogar ni en las inmediaciones de la cascada, pues había partido misteriosamente y con gran urgencia, dejándole a Shunrei, la amada compañera de Shiryu, una carta cuyo contenido era la única pista de su paradero. Comprendiendo que aquello que había logrado sacar a Dohko de su descanso de forma tan intempestiva, debía tratarse de un problema de extrema importancia, Shiryu se despidió de Shunrei con un dulce beso en la boca, y de inmediato salió de la casa de Dohko para leer la carta a solas. De pie, a unos cuantos metros de la caída de la cascada, Shiryu abrió la carta que su maestro dejara para él, y prosiguió a leerla con ayuda del brillo de plata tatuado sobre la noche.

"Querido Shiryu

Sé que en estos instantes debe de parecerte muy repentina mi partida de los Cinco Picos, pero Athena necesita de mis servicios como uno más de sus fieles Santos. Quizás te preguntes en qué clase de condiciones podría servir en la batalla un anciano como yo, pero no me subestimes querido alumno, pues existe un método secreto para que yo pueda pelear con todo mi poder y mi juventud restauradas. Desde hace más de 250 años, mi misión ha sido permanecer sentado junto a la cascada del Rozan, sin hacer un solo movimiento, siempre vigilando una torre… la torre donde Hades y sus 108 Espectros fueron sellados en la última Guerra Santa. Cada guerra sagrada, Hades obtiene la fuerza necesaria para romper este sello y volver a la Tierra, amenazando con dominarlo todo. En esta Era, Saori Kido, la encarnación de la diosa Athena, tomó la firme decisión de terminar de una vez por todas con el ciclo de reencarnaciones de su enemigo, y nos solicitó a los Santos Dorados apoyarla en su deber como protectora de la Tierra, para asistirla y darle muerte a Hades, librando al mundo de su amenaza de una vez por todas. Sin embargo, una tragedia inesperada sucedió. Hace unos cuantos días percibí una ruptura en el equilibrio cósmico, una grieta que se hacía cada vez más grande entre dimensiones, deformando a la misma realidad. Esta grieta fue causada por una fuerza de oscuridad inigualable, un poder maligno que se creía muerto desde el inicio de los tiempos.

El auténtico origen de esta amenaza es desconocido hasta para mí; su naturaleza, sus motivaciones, la forma de atacarla y derrotarla no son cosas claras entre mis conocimientos. Lo único que sé y que puedo compartir contigo, son las leyendas que se han transmitido como tradición oral desde hace muchos siglos entre los Santos del rango más alto: los Santos Dorados. Se dice que este mal es una criatura con conciencia propia, es una sombra creada por la Gran Voluntad cuando esta dio vida al universo, a sus dioses y a todos los seres vivos que pueblan nuestro planeta. A esta sombra se le conoció, según leyendas y textos de origen ugarítico, con el nombre deTehom, compartiendo su nombre con el"abismo"del génesis. Tehom era un elemento líquido, acuoso, situado alrededor de la tierra sobre el cual revoloteaba el espíritu de la Gran Voluntad y de su fuerza creadora. Tehom era un monstruo que representaba la aniquilación y la muerte, la negación absoluta; el caos en su máxima esencia, el sepulcro del cosmos. La creación fue resultado de la victoria contra las fuerzas aniquiladoras que conformaba a este abismo. Una palabra, un grito de la Gran Voluntad fue suficiente para vencerlo. Esa versión que comparto contigo ahora, es lo más cercano a un origen auténtico y verdadero sobre esta sombra del mal, aunque admitir que este origen es verdad, implicaría a su vez admitir que nos estamos enfrentando contra una fuerza superior a la de cualquier dios, pues representa en sí misma a la antítesis de la Gran Voluntad, el principio que le dio vida a todo. Existen otra clase de leyendas que nos cuentan más acerca de esta entidad.

Así como la Gran Voluntad se manifiesta a través de avatares divinos como los dioses, el abismo también era capaz de manifestarse utilizando sus propios avatares. Se creyó que seres como Ráhab y Leviatán de origen cananeo, eran avatares del abismo, monstruos nacidos del elemento líquido de Tehom. Y como ellos, a lo largo de la historia, varios monstruos y dragones del agua, representaciones del caos mítico, hicieron acto de presencia amenazando a la creación con sus propósitos de destrucción. El principal avatar de este abismo, el dragón primordial del caos, fue Tiamat, destructora de la creación, adversaria de la Gran Voluntad. Una de las encarnaciones divinas de la Gran Voluntad, Jesucristo, apareció en la Tierra para ponerle un freno a esta entidad, mediante el sacrificio de su sangre divina. Este sacrificio ameritó enviar a la criatura de Tehom y a sus avatares, incluída Tiamat, a un letargo que habría de durar un tiempo limitado.

Shiryu, como podrás darte cuenta, la magnitud de esta amenaza es tal, que si las leyendas e historias alrededor de ella resultan ciertas, no existe forma alguna de aniquilarla, por el contrario, solamente se le puede detener momentáneamente, comprándole tiempo a la humanidad. Si esto que digo fuera cierto, la historia nos indicaría que la única forma de parar al Abismo que se abre paso hacia nosotros, sería mediante el sacrificio de uno de los avatares de la Gran Voluntad. Ahora que sabes todo esto, Shiryu, es necesario que alertes a los Santos de Bronce, pues su coraje y determinación para resistir a este mal que se cierne sobre nuestro mundo, serán vitales para la supervivencia de nuestra especie.

Las antiguas leyendas que giran en torno al modo en que operaba la criatura de Tehom para destruir a los seres humanos, no son muy claras. Lo único que se puede rescatar de esos relatos, es que la presencia de este ser hacía que los compañeros de armas, los hermanos, los amigos, los padres y los hijos, comenzaran a matarse entre sí súbitamente, sin explicación, esparciendo una ola de odio y de rabia incitada desde lo más profundo de sus almas, gracias al toque de fuego negro, a la caricia que esta maldad ejerce sobre ellas.

Justo ahora que he tenido que dejar mi puesto de vigilancia de Hades y sus Espectros, temo que los demás Santos Dorados estén comenzando a dar síntomas de este mal, y que de alguna forma hayan sido seducidos o transformados por esta siniestra entidad, arrastrándolos a su abismo.

Es mi deber como Santo de Athena averiguarlo, y si ellos ya han caído víctimas de ese poder, lucharé con todas mis fuerzas para salvarlos, y si esto me fuera imposible, no dudaré en destruirlos. Shiryu, tú también debes de tener mucho cuidado, esta maldad ya se encuentra entre nosotros y es muy probable que esté acechando a tus hermanos, los Santos de Bronce.

Querido discípulo, utiliza todo lo que te he enseñado para la batalla, pelea con honor hasta el final y nunca vaciles en defender a Athena y a este mundo. Sé valiente.

Tu maestro, Dohko."

Shiryu terminó de leer la carta, con una sensación de derrota en el espíritu. Sin saber que pensar, Shiryu miró pensativo las aguas cristalinas de la cascada del Rozan, esperando encontrar consuelo en ellas.

Inesperadamente, una pisada detrás suyo le puso en guardia, haciéndole perder la concentración: se trataba de otro Santo de Athena; Ikki, Santo de Bronce del Fénix.

—¡Ikki! No sentí tu presencia. ¿Qué haces aquí?

—Vine siguiendo tu rastro, Shiryu. —respondió Ikki.

—¿Sabes lo que está ocurriendo en estos momentos? ¿Sabes lo que le pasó a Shun? —cuestionó Shiryu al Santo del Fénix, quien vestía orgullosamente su armadura.

—Sí… Lo sé. Estoy enterado de la crisis que están sufriendo nuestros hermanos y la propia Athena —contestó Ikki con gran pesar en su voz.

—¿Qué quieres decir con "la crisis de nuestros hermanos", Ikki? —preguntó alarmado Shiryu.

—Lo que le sucedió a mi querido hermano Shun, no es una situación exclusiva de su persona… Para estas alturas, Seiya, Hyoga y los otros deben de estar en las mismas condiciones —contestó Ikki, con un sentimiento de derrota.

—¿Pero qué quieres decir con eso? ¡Explícate, Ikki!

—La carta de Dohko lo dice todo por sí misma, Shiryu…

Ikki caminó hasta la orilla de la cascada, dándole la espalda a Shiryu, pero éste, ofuscado por la actitud del Fénix, le siguió y le tomó del brazo exigiéndole respuestas.

—Tiamat… Ella era el dragón oscuro que personificaba a los océanos, la comandante en líder de las hordas del caos… del abismo que existía antes de que la Tierra y sus pobladores fueran creados —exclamó Ikki en voz alta—. El origen de todo este conflicto que amenaza con encadenar a mi querido hermano al tormento eterno, tuvo su origen en el momento mismo de la creación. Tehom, el abismo que era uno con el caos, era el único obstáculo que existía entre la Gran Voluntad y sus planes de creación. La destrucción de Tehom era la condición primordial para crear un universo ordenado… Pero ni siquiera la Gran Voluntad tenía el poder de destruirlo, por eso se limitó a debilitarlo, a dividirlo, aunque eso no fue suficiente para ponerle un alto definitivo.

—Ikki, sí tú sabes exactamente a lo que nos enfrentamos, entonces tal vez juntos podamos…

—¿Derrotarlo? —sentenció Ikki, soltando una leve risa.

—No debemos perder la esperanza, eso es lo único que tenemos para salir adelante —replicó Shiryu, invadido por un espíritu de lucha inagotable.

—¿Sabes lo que le sucedió a Shun esta tarde, Shiryu? Fue atacado por Tiamat, pero más importante que eso, fue infectado con su veneno, con su ponzoña, la cual es capaz de corromper y de destruir al alma más pura —dijo Ikki, causando en Shiryu una devastadora sensación de impotencia—. En la mitología babilónica Tiamat era un avatar del abismo, era el mar, la profundidad, el principio femenino de las fuerzas del caos. Diversos relatos la describen como un dragón, un monstruo hembra maléfico que procreó a cientos de demonios, amenazando con destruirlo todo. Existen leyendas que atribuyen el nacimiento de los humanos a la muerte de uno de sus hijos, un ser llamado Kingu, y las leyendas cuentan también que fue un avatar de la Gran Voluntad, Marduk, quien se encargó de derrotarla para siempre. Pero "para siempre" es un vocablo que representa una exageración lamentable. La última vez que Tiamat estuvo cerca de escapar de su encierro para lanzarse contra este mundo, fue en la época de Jesucristo, tiempo en que su sacrificio como avatar divino, significó una vez más la derrota momentánea de este ser maléfico, sellando por casi dos mil años la sustancia de su odio. Pero hoy no existe nadie que pueda sellarla, Shiryu… ya es demasiado tarde para nosotros… Ella ha escapado y ha comenzado a manifestarse en los hombres, provocando que estos maten a su prójimo y se destruyan a sí mismos. Una de esas víctimas fue Shun, quien mordido por uno de los engendros de Tiamat, se vio corrompido en su alma.

—¿Y qué significa eso con exactitud?

—Con su mordida o con sus garras, Tiamat y sus engendros son capaces de plantar semillas en nuestras almas. Esas semillas son producto de su veneno y de inmediato echan raíces, logrando pudrir todo lo bueno que existe dentro de nosotros… Exacerbando nuestros más bajos instintos, exaltando nuestra maldad primigenia, llenándonos de una rabia incontenible, en espera de ajustarnos a los designios del abismo. ¿Lo comprendes, Shiryu? Todas las personas que resulten mordidas o rasguñadas por Tiamat y sus huestes, habrán de transformarse en extensiones de su odio inmarcesible.

—No puede ser… Pero… ¿Cómo podemos salvarlos entonces? —preguntó Shiryu, todavía con esperanza.

—No podemos—sentenció Ikki— Una vez que Tiamat y sus hijos han atacado, sus víctimas son condenadas inexorablemente a la desgracia, experimentando con gran agonía como el mal comienza a subir por sus entrañas, matándolos lentamente de adentro hacia afuera. Lo único que les resta a estas pobres almas es el extravío total de su cordura, la pérdida absoluta de su bondad, para luego verse convertidas en animales rabiosos, asesinos, dispuestos a todo con tal de llevar a cabo la venganza del abismo.

—Si lo que dices es verdad, entonces debemos darnos prisa y regresar a la mansión Kido lo antes posible… Tenemos que impedir que el mal que habita en ese lugar se propague al exterior —propuso Shiryu, triste, pero dispuesto a llevar a cabo su misión como Santo de Athena

—Me temo que eso no será posible, Shiryu.

—¿Por qué dices eso, Ikki?

—Porque yo no te lo permitiré —sentenció Ikki, quien a gran velocidad lanzó uno de sus golpes, enviándolo directamente al pecho de Shiryu, perforando su corazón.

—Hace dos días fui abrazado por el Tiamat… Yo fui quien atacó a Shun. Ahora soy uno de sus hijos —dijo Ikki, con lágrimas de sangre desprendiéndose de sus ojos— ¡Este es el abismo Shiryu! ¡Este es el abismo! Ya no hay más infierno que el que habita en nuestro interior, extinguiendo nuestras vidas a cada segundo, mientras nos va consumiendo desde adentro —finalizo Ikki completamente enloquecido, para después arrojar el cuerpo de Shiryu, inerte, al fondo de la cascada…

Mansion Kido, Japón

Sin sospechar la clase de crimen innombrable que había ocurrido en la habitación de Miho, Kiki se dirigió rebozante de alegría al cuarto de Makoto, con la intención de invitarle a cenar a él y a los otros. Al llegar, Kiki se detuvo frente a la puerta del cuarto de huéspedes que alojaba a los niños, y tocó enérgicamente. Sin embargo, pasados unos minutos, nadie respondió a su llamado. Volvió a tocar una vez más, pero nadie respondía. Intrigado, Kiki abrió la puerta, encontrándose con una imagen de pesadilla: Makoto se encontraba clavado a la pared, decapitado, mientras Yukio y Taro se encontraban degollados sobre un charco de sangre donde reposaban sus cuerpos. Kiki intentó gritar de la impresión que le había ocasionado semejante monstruosidad, pero una mano se posó sobre su boca, impidiendo la salida de su voz.

Mientras tanto, Ban, Geki y Nachi caminaban sobre el pasillo que conectaba a la habitación de Miho, cuando de pronto vieron salir a Seiya de su cuarto, dándoles la espalda.

—¡Hey, Seiya! No se ve nada bien que estés visitando a Miho a deshoras—gritó en tono bromista Ban, obteniendo que Seiya se detuviera en su andar. En ese preciso instante, un objeto esférico golpeó por detrás la pierna de Nachi, haciéndole voltear para percatarse de lo que era. Horrorizado, Nachi pudo distinguir en el esférico deforme y cubierto de sangre junto a su pierna, lo que parecía ser el rostro de Makoto.

—¿No vas a pasarme el balón, amigo mío? —exclamó la voz de Shun, quien se encontraba detrás de ellos, sonriendo maliciosamente después de haber pateado la cabeza de Makoto.

Con presteza, Geki, Nachi y Ban se pusieron en guardia, pero la súbita aparición de Jabu, puso las cosas en desventaja para todos.

—¿Qué hacemos? —preguntó asustado Ban.

Seiya, quien hasta ese momento no había reaccionado, giró violentamente hacia ellos, lanzando sus meteoros contra Ban, a quien liquidó en un abrir y cerrar de ojos.

—No podrán salir con vida de aquí… Este lugar será su tumba —exclamó Seiya, mostrando en su cara un deterioro evidente, como si su piel estuviera en proceso de descomposición. Antes de que Shun y el desfigurado Jabu pudieran atacar a Nachi y a Geki, un rayo de viento congelado les apartó del camino: el causante era Hyoga de Cisne, quien a pesar de no vestir su armadura, mostraba con orgullo el poder de los Santos de Athena.

—Dense prisa, vayan al salón de televisión y reúnanse con Tatsumi —ordenó puntualmente Hyoga.

Sin dudar ni un momento, Geki y Nachi obedecieron sin cuestionar, marchándose inmediatamente al encuentro de Tatsumi y de las niñas.

Una vez que los Santos de Bronce partieron, Hyoga observó con cuidado a los responsables de tantas muertes, sintiendo un gran dolor en su corazón al saber que dos de ellos eran más que sus mejores amigos: eran sus hermanos.

—Cometiste un grave error al quedarte solo —dijo con dificultad Jabu, quien al no poseer completa su lengua, apenas y podía hablar— Ni siquiera tú puedes contra nosotros tres.

—¿Tres? Desde mi punto de vista, solamente puedo ver a dos oponentes reales, y tú no eres uno de ellos —finalizó Hyoga, para luego disparar su potente rayo de Aurora sobre Jabu, matándole sin piedad.

—¿Vas a matarnos a nosotros también, Hyoga? —preguntó burlonamente Shun, provocando titubeo en Hyoga. Antes de que el Santo del Cisne pudiera reaccionar, Shun le atacó con su Tormenta Nebular, lastimándole gravemente. Ya estando en el suelo, Hyoga intentó levantarse, pero Seiya fue el siguiente en continuar con la ofensiva, provocando grandes daños en la integridad física del Santo de Bronce. Pensando para sus adentros, Hyoga se dio cuenta de que la única forma de detener a sus queridos amigos y hermanos, era quitándoles la vida.

—Dios mío, quisiera que esto no tuviera que ser así —dijo Hyoga en voz alta

—¿Dios mío? Ningún Dios puede escuchar tus plegarias, Hyoga… Puedes intentar orar todo lo que gustes, pero será en vano. Lo que hagas, lo que quieras hacer en contra de nosotros, arropado en la falsa esperanza de que un poder divino te socorra o nos haga cambiar, será inútil.

—¡Shun! —exclamó Hyoga, estremeciéndose de horror por lo que le estaba ocurriendo al rostro de su querido amigo, al que comenzaba a caérsele la piel a pedazos.

—No lo comprendes todavía, pero cuando ella te bese, lo harás— dijo Shun, mientras los ojos se le salían de las órbitas, cayendo abruptamente al suelo, como si una fuerza invisible les hubiera extirpado de golpe.

—¿Ella? ¿De quién hablas? —preguntó Hyoga, impactado por el rostro de Shun, quien ahora ciego, tenía la cara bañada en sangre.

—Ella siempre te mira, Hyoga; sabes que está ahí aunque no puedas verla. Te atraviesa, te acompaña todo el tiempo, adherida a ti como una sombra. Sabes que es a ti a quien está esperando— dijo Seiya.

—En su momento yo tampoco lo entendía, Hyoga —contestó Shun, observándolo con sus cuencas vacías—, pero a pesar del terror que padecí por un momento, fui capaz de sentir su suave y vigoroso tacto recorrer cada centímetro de mi piel… Fue como experimentar el alivio de un abrazo materno— aseveró Shun, sangrando abundantemente por las cavidades vacías de sus ojos.

—La sola idea de volver a ella, de regresar a su vientre y alimentarnos de sus entrañas, es lo único que nos interesa, Hyoga— finalizó Seiya, acercándose peligrosamente al Santo del Cisne, quien ya le esperaba con su puño de hielo.

Por su parte, Geki y Nachi llegaron por Tatsumi, Nika y Ran, quienes ya estaban enterados de lo que estaba ocurriendo. Junto a Tatsumi se encontraba Kiki, quien había sido rescatado oportunamente por Hyoga en la habitación de Makoto y el resto de los niños asesinados.

Sin perder ni un minuto más, los sobrevivientes de la matanza emprendieron la huida a pie, sabiendo que todos habrían de perecer de la peor y más cruel forma posible si es que acaso Hyoga perdía el combate.

A las afueras del cuarto que servía de tumba para Miho, después de una lucha encarnizada, Hyoga consiguió la victoria en contra de Seiya y de Shun, reduciendo a ambos guerreros al olvido, luego de pulverizar las estatuas de hielo en que les había trasformado después de un intercambio de ataques. Quizá hallando un poco de fortuna, el poder de quienes fueran sus mejores amigos, había sido drásticamente mermado al tiempo en que la putrefacción de sus almas les abrazó por completo, al separarles la carne de los huesos justo cuando intentaron elevar su cosmos para acabar con el Cisne.

Con lágrimas en los ojos, Hyoga no pudo evitar sentir un gran pesar por el destino final de Seiya y Shun. Sin embargo, más allá de la tristeza que le ocasionaba el haberle dado muerte a sus hermanos, Hyoga sufría porque a causa de un descuido fatal, éste había sido alcanzado por Seiya, quien lograra alcanzar a rasguñarle el abdomen, infectándolo con su odio.

—Kiki, Nika… Huyan de aquí, huyan lo más rápido posible —sentenció Hyoga en voz alta, para luego orar un poco en su mente, pidiéndole al Dios de su madre Natassia que le concediera la fuerza para resistirse a la influencia maldita que deseaba apoderarse de su alma.

A las afueras de la mansión Kido, Geki, sosteniendo en sus brazos a Ran, y Nachi, sosteniendo en sus brazos a Nika, seguidos de cerca por Tatsumi y Kiki, corrían por el bosque, tratando de poner distancia de por medio entre ellos y la abominación que le había quitado la vida a sus amigos. Antes de que pudieran continuar avanzando, una figura imponente se atravezó en su camino, causando gran alivio y emoción en el pequeño Kiki.

—¡Maestro! —grito eufórico el pequeño pelirrojo.

Mu de Aries, Santo Dorado de la Orden de Athena, apareció vistiendo su armadura frente a los sobrevivientes de la masacre en la mansión Kido, mostrando una sonrisa en el rostro por encontrarlos con vida.

—¡Mu! Qué alegría. Ha ocurrido algo terrible, una desgracia… —dijo Nachi.

—Estoy enterado de la situación —dijo Mu con pesadumbre— El Anciano Maestro de Libra también está al tanto, y en estos momentos, junto con Athena, deben de estar combatiendo encarnizadamente a los Santos Dorados que también han sido corrompidos. Antes de que Mu pudiera continuar con su discurso, un golpe de hielo le detuvo por la espalda, inmovilizándole de momento: Se trataba de Hyoga.

—¡Hyoga¡ ¿Qué demonios te sucede?! —preguntó Tatsumi asombrado.

Con el semblante notoriamente descompuesto, Hyoga se acercó a Kiki, quien se percató del rasguño que el Santo del Cisne tenía sobre su abdomen.

—No temas Kiki —dijo Hyoga con mucho cansancio— Sí, fui herido durante la lucha, pero he sido capaz de resistir a la alquimia que desea cambiar mi sangre y mi alma… Pero, lamentablemente, no puedo decir lo mismo hablando por todos los presentes, ¿O estoy equivocado, Mu?

—Tienes toda la razón, Hyoga —respondió Mu, liberándose con una facilidad abrumadora del control del Santo del Cisne. Despiadado, con la sola fuerza de su pensamiento, Mu de Aries provocó un paro respiratorio en la pequeña Ran, asfixiándola sin piedad ante la frustración de todos los que ahí se encontraban, incapaces de poder hacer algo para impedir su muerte.

—¿Pero cómo lo supiste, Hyoga? —preguntó Mu, satisfecho por haber silenciado para siempre a la niña— Supongo que la fuerza corrosiva del abismo que poco a poco va pudriendo tu ser, te hizo abrir los ojos, ayudándote a reconocer en mí a uno de los tuyos, a uno de tus hermanos…

—¡No, maestro! —gritó Kiki— ¡Me rehuso a creer que usted también sea uno de ellos!

Reaccionando violentamente contra su discípulo, Mu utilizó su psicokinesis para manipular a voluntad el cuerpo de Kiki, a quien comenzó a retorcer al límite de la ruptura de sus miembros.

—¡Déjalo en paz! —gritó Geki, quien abrazó por detrás suyo a Mu, aprisionándolo con el poder físico de sus brazos.

Sin chistar, Mu de Aries hizo uso su poder mental para abrir los brazos que intentaban detenerle en vano, presionando estos más y más hacia atrás.

—¡Detente, Mu! —gritó Hyoga con impotencia

—Está bien, me detendré —sentenció Mu con crueldad, aplicando una presión descomunal sobre los brazos de Geki, rompiéndolos como si fueran ramas secas. Dando grandes muestras de satisfacción, Mu de Aries gesticuló una mortal y espantosa sonrisa. Con sangre saliendo de sus lagrimales, Mu volvió a ejercer presión sobre Geki, controlando no sólo sus brazos, sino también sus piernas, arrancando de tajo todas las extremidades de su cuerpo

Hyoga cayó sobre sus rodillas, agotado, sin esperanza, sometido casi por completo por el poder del abismo que lentamente se iba abriendo camino a través de su sangre.

—No te resistas más, Hyoga, es inútil —Recomendó Mu con tono fraterno— Yo intenté hacer lo mismo, pero de nada me sirvió— finalizó Mu, quien enfurecido y todavía con Kiki bajo su control mental, arrojó a éste último contra el piso, abriéndole una herida muy profunda en el cráneo.

—¡Eres un malnacido! —gritó Nachi encolerizado, apresurándose en contra de Mu, pero un torbellino de fuego proveniente del cielo le impidió llegar hasta él, incinerándole por completo. Nachi había caído aniquilado, víctima del poder del Ave Fénix.

—Así que tú también, Ikki—dijo Hyoga, desconsolado.

—No sólo soy yo —dijo Ikki en voz alta— También los Santos Dorados.

—¡Malditos! — gritó Tatsumi enfurecido, presintiendo el peor de los destinos para su querida Saori en el Santuario.

—¿Te atreves a insultarme? —preguntó Ikki, a punto de despedazar al sirviente de Athena.

—¡Detente! —le ordenó una voz a Ikki, imponiendo su autoridad— No malgastes tus energías en un gusano como él.

—Dios mío, no lo entiendo… —dijo Hyoga— ¿Es que acaso tú también eres parte de este cáncer, Nika? — preguntó el Santo del Cisne, dirigiendo su mirada a la dueña de la voz que había ordenado al Fénix detenerse: Nika, la pequeña niña de ocho años que tanta simpatía le provocara cuando la conoció.

—No te equivoques conmigo, Hyoga —respondió Nika, endureciendo su voz— De ninguna manera formo parte de ellos. No soy un títere rabioso que habrá de podrirse en cuerpo y alma luego de cobrarse algunas víctimas, no… Yo soy.

—¡Quién eres! —preguntó Tatsumi enfurecido.

—Yo soy Tehom —sentenció Nika, lamiendo unos hilos de saliva que escurrían por las comisuras de su boca.

—No permitiré que te salgas con la tuya —afirmó Hyoga.

—Lo dudo mucho —respondió de momento Nika, externando una aura de hostilidad hacia todo lo vivo— Pero por lo pronto, vamos a deshacernos de una persona no grata en esta reunión— con un chasquido de sus dedos, Nika provocó una hemorragia interna en Tatsumi, reduciéndole a un cadáver en cuestión de segundos.

Reanimado luego del cruel ataque de su maestro, Kiki se puso de pie, débil todavía, incapaz de teletransportarse a ningún sitio por culpa de Nika, quien extendía su oscuro manto sobre la mansion Kido.

—Hyoga, no te sientas culpable —dijo Nika, antes de dar unos pasos que la dejaron a un par de metros del Santo del Cisne— Si te elegí a ti para llevarme al interior de esta mansión, para permitirme paso franco y directo a los corazones de tus amigos, fue por culpa de tu devoción. Tú me resultaste más patético que el resto. Tomar esta forma, tan parecida a la de tu difunta madre Natassia, fue un placer que disfruté a cada instante… Burlarme de ti, jugar con tus blandengues emociones, mientras te sumergías en una falsa felicidad… ¿Creíste que mi cercanía te ayudaría a mantener el rostro de tu madre, intacto en tu recuerdo? ¿Pensaste que conmigo a tu lado nunca habrías de olvidarla?

Lentamente, Nika fue acercándose al Santo del Cisne, quien vencido sobre sus rodillas, sintió un viento crudo inundar sus pulmones. Incapaz de defenderse, Hyoga experimentó una atracción anormal por la figura de Nika, que le seducía con ese par de extraños ojos, cuevas gemelas de abismal negrura, profundas e inhumanas en su grado de vileza.

—¿Qué es lo que quieres de nosotros? —preguntó Hyoga a Nika, a punto de ceder el control de su voluntad.

— Quiero extinguir el dulce calor etéreo de todas las almas, Hyoga —repuso Nika con una voz hostil y resonante que le petrificó de miedo— Es mi deseo el impregnarme por el secreto olor de la sangre de los niños. Deseo embriagarme con los restos de una vírgen desollada. Quiero devorarlo todo con mis fauces y reducir a escombros a este mundo…

La malévola criatura acercó su boca hacia Hyoga, abriéndola en una extensión descomunal, lista para devorarle. Sin la fuerza necesaria para resistirse, Hyoga experimentó dificultad para respirar y para moverse, luego de inhalar los asfixiantes y fétidos vapores que provenían de las fauces de Nika, sintiendo que todo esfuerzo por liberarse era de verdad algo inútil.

Justo cuando todo parecía perdido para el Santo del Cisne, milagrosamente una rafaga de poder atacó a Nika, separándola de su inminente encuentro con Hyoga.

—¿Qué fue ese póder? Proviene de un Santo Dorado Pero… ¿Quién es él? —preguntó Kiki, muy confundido.

La imponente figura caminó hasta Hyoga, ayudándole a ponerse de pie

—Tú eres… el Anciano Maestro. ¿Pero cómo es posible?

—Sí Hyoga: soy Dohko, el Santo Dorado de Libra.

Con sorpresa, Mu e Ikki se colocaron detrás de Nika, dispuestos a dar su vida para protegerla.

—Mu… Me causa una gran pena que tú también te encuentres así —afirmó Dohko, quien infundía temor a sus enemigos con el tono de voz que empleaba.

—Es increíble que estés vivo y en la cúspide de tu poder, Dohko, creí que para estas alturas te encontrarías haciéndole compañía a Shiryu en el Tártaro —externó Mu, esperando provocar la ira de Dohko.

—Recuperaste eficientemente tu poder y tu juventud —expresó Nika con menosprecio— Ya imagino la clase de miedo que debo inspirarte para haberte forzado a romper el cascarón humano en el que te encerraste hace 250 años.

Con la mirada, Dohko instruyó a Kiki para que caminara hacia él, ignorando las palabras de la entidad.

—¿No es curioso? —preguntó Nika en tono burlón— Te mantuviste tantos años esperando por el despertar de Hades, aguardando para poder salir de ese cascajo decrépito y combatir a tan detestado enemigo, pero ahora esa amenaza luce insignificante ante mi hambre.

Dohko de Libra no respondió ni una sola palabra.

—La sombra de la muerte se encuentra muy cerca de atraparte, Dohko. Es evidente que la batalla librada en el Santuario cobró su victoria a un precio muy alto— resolvió Nika, dejando escapar un chillido burlón.

Regocijada en la dichosa ocasión que se le presentaba, el sepulcro del cosmos que encarnaba Nika, dibujó en su rostro una mueca horripilante.

—Cuéntales Dohko… Cuéntales que su amada Athena, su única esperanza para salvar a este mundo condenado, ha muerto.

Encendiendo su cosmos con gran intensidad, Dohko atacó con el par de barras dobles de su armadura a Ikki y a Mu, castigándoles con severidad, aventando sus cuerpos heridos muy lejos de ahí.

—Morirás— sentenció Dohko.

—Sabes bien que ningún ataque físico puede matarme—expuso Nika, confiada en su victoria.

—Tienes razón— concedió Dohko— Pero por lo pronto, tus esbirros se encuentran inconscientes, y tú, maldita criatura, sentirás mi poder de justicia.

Asustada, Nika lanzó contra Dohko un ataque constituido por una extraña energía, pero el Santo de Libra consiguió salir ileso, protegiéndose con uno de sus escudos de oro.

—¡Eres un idiota, Dohko de Libra! —gritó Nika con cólera— ¡Tú ya estás muerto!

Impoluto y orgulloso en su condición como Santo Dorado de Athena, Dohko sacó una de las espadas de su sagrada armadura, preparándose para atacar.

—¡Regresa al infierno! —gritó Dohko como un clamor de guerra, combinando su cosmos con la espada de Libra, despidiendo un poder inconmensurable que alcanzó con éxito a Nika, destrozando el cuerpo de la despreciable entidad.

—¡Tenemos que darnos prisa! Pronto Mu e Ikki recuperarán la conciencia—externó Dohko, forzando a Hyoga y a Kiki a emprender la huída.

Tras haber recorrido una vasta extensión de terreno, Dohko, quien sostenía en sus brazos a Kiki y a Hyoga, se detuvo abruptamente, recargándose en un árbol para descansar, respirando con gran dificultad.

—Maestro ¿qué le sucede? —preguntó Hyoga muy consternado y en control momentáneo sobre la influencia del abismo.

—Esa criatura… Esa criatura no mintió. Estaba diciendo la verdad —respondió Dohko, llevándose la mano al pecho.

—¿De qué está hablando, maestro? —cuestionó Kiki, esperando no escuchar esas palabras que tanto temía.

—Ella tenía razón en todo. Athena ha muerto… Los Santos Dorados han sido destruidos, y yo… Yo moriré muy pronto también. Ustedes no lo pueden ver por causa de mi armadura, pero tengo en el pecho, muy cerca de mi corazón, una herida muy profunda—dijo Dohko muy afligido.

—¡No puede ser cierto! —replicó Kiki— ¡Athena no pudo haber muerto! Y usted, maestro… ¡Usted tampoco puede morir!

—Athena combatió valientemente hasta el final, gracias a su fuerza pudimos acabar con todos aquellos que habían sido dominados por el abismo —afirmó Dohko— Pero aun así, el poder de esa entidad, protegiendo a los Santos Dorados enloquecidos, fue crucial para que Athena cayera en batalla.

Con pesar, Hyoga y Kiki derramaron en silencio un par de lágrimas

—Yo traté de prevenir a Athena del despertar de esta maldad, pero mis esfuerzos fueron inútiles. Cada vez que intenté hacer contacto mental con ella, una fuerza me lo impidió —reveló Dohko, provocando en Hyoga gran vergüenza, pues él creía que la culpa era suya por haber invitado a Nika a la mansión Kido

—No te culpes por esto, Hyoga —dijo Dohko— La fuerza que me impidió ponerme en contacto con Athena, provenía del cuerpo corrompido de Shaka de Virgo. Por culpa suya no pude advertir a tiempo a Athena de la trampa que le esperaba en el Santuario, donde sus propios Santos habían confabulado para darle muerte.

Afectado por una terrible dolor, Dohko tosió sangre, demostrando que Nika no mentía con respecto a su condición.

—La herida que tengo, es una herida de muerte. La hemorragia ya es incontrolable; es tan sólo cuestión de tiempo para que se extinga por completo el fuego de mi vida.

—¡No maestro! ¡Por favor no! —exclamó Kiki en un ataque de pánico— Tal vez si lo llevamos a Cinco Picos usted pueda curarse, reponerse por completo. Quizás Shiryu…

—¡No sigas Kiki! —gritó Hyoga, perdiendo la compostura— ¿No escuchaste lo que dijeron esos malditos? Shiryu está muerto y no volverá.

Con la mirada, Dohko reprobó la actitud de Hyoga.

—Es cierto que Shiryu ya no está más con nosotros —expuso Dohko— Pero su espíritu, y el mío cuando desaparezca de este mundo, permanecerán con ustedes, intentando proteger a la Tierra que tanto amaron Athena y nuestros camaradas caídos en desgracia.

Rompiendo por completo la aparente calma del triste momento, Hyoga comenzó a sufrir de espasmos, evacuando sangre de su boca sin cesar.

—¡Hyoga! —gritó Kiki

Alarmado, Dohko se puso en guardia, pues podía percibir el crecimiento de la oscuridad.

—Ikki y Mu vienen para acá —dijo Dohko— Yo ya no puedo recorrer más camino, pero puedo detenerlos el tiempo suficiente, quizá hasta acabar con ellos con tal de que ustedes puedan huir de aquí.

Aferrado a la posibilidad de que Dohko todavía podía salvarse, Kiki se negaba a dejarlo solo en ese lugar.

—Escúchame bien, Kiki —externó Dohko, tomando gentilmente del hombro al pequeño pelirrojo— Esta maldad, el abismo, ha perdido de momento su forma corporal, pero eso no la detendrá… Ella encontrará la manera de volver una y otra vez, hasta que de verdad pueda ser derrotada. Su presencia física era lo único que nos impedía usar la teletransportación, a menos que ella lo consintiera, tal como hizo con Mu para que llegara hasta aquí. ¿Entiendes lo que digo, Kiki? Ahora que su cuerpo ha sido destruido, la barrera no existe más, y tú podrías usar tu poder para salvarte a ti y a Hyoga.

Con lágrimas en los ojos, Kiki se negaba a aceptar las palabras de Dohko, mientras Hyoga trataba de ganar control sobre sí mismo, luchando para liberarse del mal que infestaba su cuerpo.

—¡Hyoga! —gritó Dohko— Debes dominarte. Recupera el control sobre ti.

Tras unos instantes de concentración y de lucha contra las fuerzas del caos, Hyoga fue capaz de parar su vómito y sus convulsiones, mostrando una leve mejoría.

—Tienes que ser fuerte, Hyoga —dijo Dohko— Hace unos momentos fuiste capaz de resistirte al control del abismo, algo que ni siquiera los Santos Dorados pudieron hacer.

—Pero Dohko —replicó Hyoga— La fuerza de mi cosmos está menguando, poco a poco siento mi cordura desaparecer, y es algo que… Comienza a gustarme.

—¡Calla! —exclamó Dohko— No digas tonterías, reponte y lleva a Kiki a un lugar seguro. Te encomiendo su bienestar, procura que sobreviva, pero más importante todavía, Hyoga…

El Santo del Cisne pudo observar lágrimas formándose en los ojos de Dohko.

—… No olvides compartir con Kiki la fuente de tu fuerza... Incúlcale aquello que te ayudó a resistir los embates incansables del mal —finalizó el Santo de Libra, con determinación en sus palabras.

Listo para morir en una terrible batalla, Dohko de Libra explotó su cosmos, soportando el dolor de sus heridas, lanzándose en dirección a los Santos de Aries y del Fénix quienes, vertiginosamente, se acercaban para intentar envenenarlo todo con su odio.

Con tristeza, Kiki y Hyoga vieron partir a Dohko, sabiendo de antemano que jamás le volverían a ver con vida.

—Ya es tiempo de que te vayas, Kiki —dijo Hyoga con la voz temblorosa

—Pero Hyoga, no puedo dejarte aquí…

—No hay pero que valga, Kiki —sentenció el Santo del Cisne— Yo ya no tengo salvación, pero tú… Tú sí puedes salvarte.

—¿Y qué se supone que voy a hacer yo solo, Hyoga? Te necesito conmigo ¡Soy tan sólo un niño! —gritó Kiki, desesperado.

—Te equivocas, Kiki. Tú eres más que un simple niño —dijo Hyoga, tomándole amablemente del hombro —Tú eres el heredero del espíritu de lucha de los Santos de Athena. Desde hoy, tú serás el bastión de nuestra nobleza, de nuestro valor y de nuestro coraje. Tienes que ser fuerte, Kiki. No permitas que el dolor y el miedo te derroten, debes mantenerte firme para defender con todas tus fuerzas nuestro legado.

Apenado consigo mismo, con honor, Kiki aceptó las palabras de Hyoga, comprendiendo sus sentimientos.

—Recuerda Kiki, nunca sucumbas ante el dolor, ni claudiques ante ningún obstáculo. Jamás te rindas ante nada, pues aún en los momentos más oscuros y difíciles de la vida, con tenacidad y espíritu de lucha, sin importar que tengas todas las probabilidades en contra, tú puedes ser capaz de conseguir cualquier tipo de milagro. Pelea siempre hasta el final, Kiki, pero sobre todas las cosas, jamás olvides esto…

Devastado por el mal que le carcomía desde adentro, Hyoga se llevó la mano al pecho, sacando dos objetos; un relicario con la foto de Natassia y una cruz de oro: la cruz que su querida madre le obsequiara antes de morir.

—¡Nunca pierdas la esperanza! —finalizó Hyoga, colocando con suavidad el relicario y la cruz en las manos de Kiki.

—Ésta es mi fuerza, Kiki. Desde hoy es tuya; cuídala y no permitas que nada ni nadie, ni siquiera un vendaval divino, la aparte de ti.

Hyoga cerró las manos de Kiki, haciéndole apretar la cruz y el relicario, transmitiéndole un mensaje que resonó en el alma del pequeño.

—Hyoga, yo…

El Santo del Cisne concentró gran parte de su cosmos en Kiki, prestándole la energía necesaria para que éste pudiera teletransportarse muy lejos de ahí.

—Con eso debe de bastar —dijo Hyoga— Ahora huye Kiki, y recuerda: nunca pierdas la fe.

Inconsolable, Kiki soltó en llanto, pero enjugándose con presteza las lágrimas hizo caso del consejo de Hyoga, generando un gran despliegue de energía psicokinética, teletransportándose de ahí, dejando a Hyoga completamente solo, en espera de la muerte.

Al paso de unos cuantos minutos, Hyoga sintió como los cosmos de Dohko, Ikki y Mu se desvanecían. Los últimos Santos de Athena habían desaparecido de la Tierra, dejando al mundo a la merced del abismo.

—Eres increíble, Cisne —expresó una voz cavernosa, acercándose lentamente a donde Hyoga reposaba su convalecencia: se trataba de Tiamat, sin forma, invisible, lista para desgarrar con vileza lo poco que quedaba del último Santo de Athena.

—Nunca, nadie, en ningún punto de la historia, se había atrevido a resistir durante tanto tiempo mi influencia —enfatizó la voz, mostrando desdén por Hyoga.

—Sin embargo, pronto tu resistencia llegará límite, y entonces caerás en mis garras. Si acaso llegas a sentir calor en tus venas, seré yo que las recorro con furia. Asesinarás a tu prójimo, degustarás la sangre de tus víctimas, y poco antes de que sucumbas ante el veneno de mi odio, te devolveré la conciencia y la cordura para que te atormentes y te consumas en los remordimientos de todos tus crímenes… Volverás a ser tú mismo, y haré de tus últimas horas un auténtico calvario; te arrancare la piel, habré de separar las venas de tu carne y la carne de tus huesos. Desearás no haber nacido nunca.

—Estás en un error —afirmó Hyoga— Eso nunca sucederá… Conmigo termina el linaje de los Santos de Athena, y con él terminará también la serie de insultos y blasfemias que has proferido contra todo lo que considero sagrado. No volverás a arrastrar el nombre de Athena y de sus Santos —sentenció el Santo del Cisne.

Sacando fuerzas de flaqueza, Hyoga realizó un último esfuerzo, depositando la fuerza restante de su cosmos en la palma de su mano, congelando los dedos y dirigiéndolos con precisión hasta su garganta en un golpe seco y contundente, quitándose la vida en un instante.

Exánime, Hyoga de Cisne permaneció en el bosque, haciendo de tan solitaria y tenebrosa atmósfera, su tumba.

Con la energía prestaba de Hyoga, Kiki fue capaz de llegar a Tokio, donde deambuló por varias horas, completamente miserable por todo lo que había ocurrido. Al cabo de un tiempo, Kiki se detuvo frente a una tienda donde vendían aparatos electrónicos. Ahí, parado frente a la vitrina donde había varios televisores encendidos, Kiki constató que la masacre en la mansión Kido ya había sido divulgada. La noticia no contenía ni un ápice de verdad, pues los reporteros y la policía ignoraban el móvil para llevar a cabo un acto tan despiadado, un acto lo suficientemente atroz como para no perdonar la vida de niños y mujeres. Kiki sabía que era cuestión de tiempo para que Japón, y más adelante el resto del mundo, conocieran en carne propia la verdad detrás de estos infames acontecimientos; muy pronto el abismo habría de propagarse sobre el mundo.

Mientras observaba la televisión, en el reflejo del aparador, Kiki miró de reojo una silueta que le lleno de un profundo temor. Era la figura de una niña siniestra: Nika. Sin color en el rostro y a punto de defecar en sus pantalones, Kiki giró rápidamente su cuerpo hacia atrás, buscando con la mirada y con los sentidos tan espectral visión. Sin embargo, para su alivio y consuelo, no encontró a nadie… Todo había sido producto de su imaginación.

Asustado, Kiki tomó el crucifijo y el relicario de Hyoga en sus manos y les apretó con devoción, aferrándose al recuerdo de sus amigos y a las últimas palabras del Santo del Cisne: "Nunca pierdas la fe".

Superando el temor, Kiki emprendió nuevamente el camino, dando pasos firmes y largos, extraviándose en las calles de Tokio, mientras la esperanza permanecía con fuerza, intacta en su corazón.

FIN