Hola a todos.
Esta historia llevaba en mi mente ya largo tiempo en mi mente (aunque no con Ginny y Hermione), pero hace poco decidí que era inaudito no tener ninguna historia publicada de esta pareja cuando fue con ella con la que me inicié en el mundo del yuri. Así que la adapté y aquí está.
La verdad es que esta historia tiene un fuerte tinte de una de las novelas que más a marcado mi vida y mi estilo (aparte de Harry Potter, claro); La saga de Geralt de Rivia. No muy conocida (por desgracia), pero aún no he encontrado a nadie que se la haya leído y no le haya encantado.
Además, se puede decir que la cazadora es terriblemente similar a la figura del brujo Geralt. Al fin y al cabo dicen que la imitación es la mayor muestra de admiración, ¿no?
Espero que la disfruten.
La Cazadora de Bestias
Los duros cascos impactaban estrepitosamente contra el lodo que resbalaba en el camino. La fría lluvia caía, furiosa, sobre jinete y montura. Una negra capa hondeaba ferozmente al viento. Un rugido, acompañado del batir de las alas, retumbaba a sus espaldas.
Las fauces del animal estaban abiertas y sus garras apuntaban directamente a su presa. Una vez habían salido del bosque ya nada obstaculizaba su vuelo. Su cuerpo cambió de sentido, un rápido deslizamiento lo colocó al lado izquierdo del jinete negro.
Un tirón de riendas hizo detener al caballo, alzándose sobre sus vigorosos cuartos traseros. Un relincho salvaje se vertió en el aire. La capucha cayó de su cabeza, dejando a merced del viento su cabello oscuro.
El giro fue rápido y elegante, calculado hasta en la más ínfima variación. Con los belfos henchidos del veneno mortal miró a su presa con movimientos bífidos, preparándose para el último acto.
Un brillo acerado rompió la oscuridad de la noche cuando la espada fue liberada de su vaina. Los ojos fijos en la serpiente alada. El caballo volvió a tocar tierra con sus poderosas patas delanteras. El jinete se colocó sobre la montura. Espada en ristre, se aventuró a acabar con aquella escena.
Detrás del monte de Felden, a unas millas al sur del ducado de Lapuntu, situada a medio camino entre la ciudad comercial de Treyu y las fronteras de Trova, se alzaba la pequeña baronía de Hápeto. La villa, todo lo pequeña y pacífica que puede esperarse de un pueblo de leñadores, vinicultores y maestros cerveceros, se hallaba situada en las inmediaciones del único bosque que osaba emerger interrumpiendo en la estepa perpetua que caracterizaba el reino de Vigarde. Dicho bosque, como cualquier otro que se precie, se encontraba plagado de mitos y leyendas tenebrosas que hablaban de calamidades de ultratumba, destinadas a alejar a niños e ineptos de sus lindes. Todas ellas, eran a su vez creaciones de la mejor índole y, como tal, eran narradas con gran maestría en la nocturnidad de su posada.
Por ello era natural que, cuando aquella mañana el oscuro jinete atravesó la plaza montado sobre aquel alazán imponente, arrastrando tras de sí el inerte cuerpo del demonio alado, saltara la alarma entre los vecinos.
Era una mujer. Las apretadas curvas que dibujaba sobre su pecho el jubón remachado no dejaban cabida alguna a la duda, y las exquisitas piernas que colgaban de su corto pantalón por debajo de las lustrosas grebas y las botas altas de cuero reforzado tan solo lo apuntillaban. La capucha negra de su capa de viaje, no permitía a los múltiples e indiscretos espectadores el reconocer su rostro. La espada que descansaba, enfundada, a su espalda, denotaba un acento peligroso.
La forastera pasó la plaza del mercado, y el barrio de los barrileros, siguiendo un rumbo demasiado exacto para tratarse de su primera visita. Llegó con resolución al barrio de los vinateros, doblando la esquina de la plaza menor, junto a la capilla de Benalébolos. Allí se detuvo, intercambiando algunas palabras con el encargado de la asociación mercantil y el maestro artesano de vinos.
-El precio acordado con antelación por el cuerpo de la bestia- habló con diligencia el encargado, alzando una bolsita de oro-. Es, como espero que lo encuentre usted también, una suma considerable al tener en cuenta tamaña actuación por vuestra parte.
-Tamaña tontuna te sus voy a dar yo a ti- bramó el viejo diligente vinícola, agitando sobre su cabeza un pesado bastón de cedro-. Pero si matadora es. Asesina de las tales bestias. Trabajo apenas sí le supuso. Y despilfarrar asín, tan tontamente, la jornal que se nos supuso tan trabajada a los que sí muvemos er culo allá en el campo, de totorotas y calvas peladas es.
-No se especificaba en el anuncio ninguna consideración a tener en cuenta sobre la profesión del ejecutor- respondió con paciencia la mujer-. Un trabajo no deja de serlo por fácil que este pueda ser. La vyverna ya está finada, y si tan bien otro podría haberlo hecho en mi lugar, entonces el anuncio estaba de más.
-De más, de más- repitió el anciano con su voz chillona.
-Descuide, señora mía, su recompensa será gratificante.
-Míralo desde este punto, viejo mentecato- negoció ella con maña-. Pagarás no sólo el trabajo, sino también por la pieza. Grata historia para las generaciones venideras y propaganda en tu vino. La cabeza de la vyverna en tu rótulo y su nombre en la etiqueta.
Cerrado el trato tras un firme apretón de manos y algo más de palabrería hacia el maestro, cuando la bolsa con el dinero, contado ante ella con anterioridad, calló sobre su mano se despidió al instante con un gesto forzado pero cortés para tirar de las riendas de su alazán fuera del barrio.
Ese era su trabajo, para ello la habían educado y entrenado desde que le alcanzaba la memoria. Cazadora de bestias, o asesina de monstruos o "mostruos" dependiendo del nivel de ignorancia de con quien tratase. Se encargaba de arreglar con maña y fuerza todo aquello contra lo que otros no podían enfrentarse. En definitiva, le tocaba el trabajo sucio.
No era tan malo el punto, pues gozaba de cierta inmunidad y una breve fama que le permitían discurrir por la vida sin severos percances. Pero, como guerrera hábil, singular y mortífera, era natural que su paso siempre sembrara cierto recelo y desconfianza, sobre todo por parte de aquellos que sentían amenazada su valía y virilidad, aquellos que solo querían ver a los que eran como ella como peligrosos e insensibles asesinos, enseñados a matar desde la niñez.
La posada del Caldero Chorreante se encontraba en la plaza mayor, junto al templo y el ayuntamiento. Era un lugar reconocido y todo lo confortable que se pudiera esperar acostumbrada como ella lo estaba a los hostales del camino. Rebosante de gentes y barullo amontonado, donde por el aire embotaban los sentidos el fuerte aroma a cerveza, a sudor y a hierba, y el aroma dulzón del estofado de baifo y del mosto fermentado. Se acercó a la barra, observando como todos aquellos que se habían girado hacia ella volvían a sus anteriores quehaceres, salvo un tosco grupo de hombres que seguían observándola desde una esquina.
-¿Qué se huele en la cocina, buen hombre?
El posadero, un maromo zafio y corpulento, de barba hirsuta y grasienta la observó bajo su espesa uniceja.
-Con las esquirlas por delante- advirtió él rudamente-. Estofado y sopa de berenjenas.
La mujer retiró la capucha, dejando a la vista una hermosa fisonomía, nada esperada por los presentes, en la que destacaban sus rizos castaños y sus jugosos y sonrojados labios. Solamente osaba interrumpir su juvenil belleza la ligera cicatriz trazada bajo el borde orbitario derecho, sobre el que reinaban unos estupefacientes ojos de insondable color miel que se fundían con la mirada. Sacó con deliberada lentitud un par de esquirlas de oro de la bolsa de monedas mientras un mechón rebelde se posaba en su rostro y las colocó ante la vista del posadero.
-Con las esquirlas por delante, espero que sepa tan bien como huele. Si sabe lo que conviene.
-Tamaña cantidad de esquirlas para estar en posesión de una mujer- habló otro hombre a su lado en la barra.
La cazadora no pudo más que ignorarlo con una mueca de hastío.
-Quizás tenga yo idea de cómo se las consigue la moza- bramó nuevamente, con el golpe del alcohol en el aliento-. Te sus puedo ofrecer un algo más.
El tabernero, que no se había puesto aún en movimiento con la mirada fija en las monedas que habían sido colocadas sobre la madera. De pronto vio eclipsada la posibilidad de hacer negocios con la mujer ante la interrupción.
-Déjate de tus tonterías, Zabini.
-Pero si sólo le ofrezco a la moza de su trabajo.
La mano callosa se cernió sobre el hombro de la morena, agarrando la tela de su jubón. Sintió el ligero jalón, notando que en él no había demasiada violencia, pero sabiendo que no dudaría en hacer uso de ella si la requiriera para satisfacer su lívido.
Cerró el puño, mirando apenas de reojo al hombre. En un movimiento preciso se giró sobre sí misma, sujetando el brazo que osaba tocarla, retorciéndolo sin contemplación, hasta casi romperlo. Al segundo siguiente, con el filo de una pequeña daga que había sido extraída de la parte de detrás de su cinturón, le amenazaba el cuello.
-No creo que fuera una buena idea el intentarlo conmigo- susurró con desdén la cazadora.
-¿Existe algún problema?- preguntó una voz varonil a su espalda.
La mujer puso los ojos en blanco, antes de darse la vuelta hacia el desgraciado, preparándose para averiguar por qué este sería tan necio como para buscar pelea con ella. Pero antes incluso de ver quién era unas brillantes pupilas de esmeralda se le clavaron en la mirada. Una sonrisa deslumbrante se plasmó en su rostro. De un puntapié con el tacón de la bota se deshizo del malnacido al que amenazaba, causando que su cuerpo se estrellara contra la barra.
-¡Harry!- gritó de júbilo lanzándose sorpresivamente a los brazos del hombre- Qué alegría el verte, amigo mío.
-¿Algo te molesta?- dijo él mirando al hombre sobarse el brazo con una mirada de odio y orgullo roto.
-Ya no. Cuéntame, Harry. No tenía noticias tuyas desde la rebelión de las Tierras del Norte. Incluso llegué a escuchar que habías muerto. No lo creí ni por un instante.
Harry, el coardano, más conocido ya por ese tiempo como el niño que vivió, se alzaba erguido, radiante y solemne ante ella. Con su metro ochenta, una rebelde mata de pelo azabache y una bien recortada perilla bajo el labio. La armadura de viaje la traía bien puesta y lustrosa.
Su historia era, como en los buenos cuentos de héroes, grandiosa y compleja, y, como toda historia que se precie, esta empezaba de forma dramática. Hijo de familia noble y huérfano en la rebelión, fue educado desde niño por una prestigiosa orden de guerreros que lo llevaron a ser conocido en toda Tromania por el título de héroe.
-Me alegra ver que sigues siendo la misma. Defendimos las fronteras de Bálbein con uñas y dientes. Solo me llevé unos pequeños cortes- contestó con ánimo, señalando con el pulgar la cicatriz que le atravesaba el mentón en el lado izquierdo-. Ampliando la colección.
La extraña cicatriz en forma de rayo, que le habían regalado los asesinos de sus padres, apareció tras los cabellos que le cubrían la frente, como si casi alardeara de haber sido la primera.
-¿Me acompañas, amigo mío? Tenemos tanto de qué hablar.
-¿Comida gratis? ¿Bromeas?
Se sentaron ante una de las mesas hacia el centro de la sala.
-¿Qué te trae por aquí? Te hacía en Spell o en Atnell. Desde luego mucho más al norte de aquí. No creía que volvieras a pisar Vigarde. Por lo menos en una buena temporada. No al menos después de lo que pasó con cierta heredera.
-No quiero volver siquiera a oír hablar de ese tema, además, los negocios siempre van por delante, Harry, eso tú y yo lo sabemos bien.
El hombre levantó su copa.
-Sea dicho. ¿He oído sobre negocios? ¿No estarás aquí por lo que se rumorea sobre "la bestia"?
-La verdad es que no había oído nada sobre ella, pero sigue hablando y veré si me interesa.
El guiso aguado de baifo sabía, a pesar de la falta de cuidado en su sabor, extraordinariamente mejor que la carne ahumada y los pedazos de queso con los que se había alimentado en los caminos. El héroe, más acostumbrado a platos con más gusto, pareció dar cuenta de su plato sin inmutarse, degustándolo con deleite.
-No sé gran cosa, la verdad. Llegué al pueblo hace poco más de una hora y por motivos ajenos al trabajo. Pero me asaltaron el alcalde y el consejo para informarme del deleite con el que recibían mi visita tras el apuro pasado con la tal bestia. De locos, Hermione.
-¿Vas a encargarte del trabajo? Tú no luchas contra monstruos. Ese es más bien mi papel.
-Lo sé, pero yo suelo preocuparme por defender la integridad física de los necesitados. O algo así me dijo el hideputa ese- rio él, revolviéndose el pelo.
- ¿Qué se le va a hacer? Eres todo un héroe- continuó ella con melodrama en la voz.
Harry había sido un gran compañero durante las largas travesías que habían emprendido juntos. Era un gran amigo, un gran confidente, un perfecto oponente y un mejor aliado, además de un gran amante. Era, sin lugar a dudas, la única persona a la que podía considerar parte de su familia.
-Dejemos el trabajo para la conversación de sobremesa, ¿te parece? Y si podemos para aún más tarde.
-Me parece- concordó Hermione-. ¿Qué te trae por aquí si no es el deber? Pensaba que volverías a Coar a visitar a Luna. ¿Cómo está ella?
La mirada de su amigo se ensombreció entonces con la ligera bruma de la pena flotando detrás de esas esmeraldas áureas. Se rascó el mentón y revolvió el pelo, antes de coger nuevamente su copa y mojarse los labios con el vino. Nadie diría que le incomodaba dicho tema.
-No me paso por esa zona en bastante tiempo. Ya sabes, he estado muy ocupado.
Hermione no contestó, se limitó a lanzarle una mirada escéptica sobre su propia jarra. Harry suspiró, sabiendo que ante la molesta perspicacia de su compañera nada podía ocultarse.
-No quiero tener que volver a despedirme. Ella espera que la próxima vez que vuelva sea para quedarme y nunca es así. Siempre, mientras me alejo, su mirada se cristaliza y estoy seguro de alcanzar a oír el crujido de su alma al romperse. Pero yo aún no puedo quedarme, Hermione. Aún me quedan demasiadas cosas por hacer. Demasiadas guerras y hambre, demasiado que demostrar. Quiero que cuando vuelva pueda casarse con el hombre que ella se merece.
Sus miradas se cruzaron, casi como si entre ellos se extendiera un hilo de pupila a pupila que unía sus pensamientos. Bebiendo el uno de la comprensión del otro. Hermione también había amado una vez, y también sabía lo que era abandonar a quien más se quiere.
-Eres un necio, Harry. Ella sólo quiere casarse con el hombre del que está enamorada.
-Ese hombre espera poder ser únicamente lo mejor para ella.
La oscura yegua de la cazadora emitió un delicado relincho mientras avanzaba con su jinete sobre el empedrado suelo de la villa. Era un ejemplar hermoso, conseguido en una apuesta que había acabado en sangre en los puertos de Tres Ríos, hacía ya tres años. Sin embargo, no cabía duda de que la lealtad del alazán residía con terrible fuerza en la joven. La capa castaña muy oscura quedaba empañada únicamente por la calza que trepaba por la caña izquierda de sus cuartos anteriores hasta el inicio del corvejón.
-Así que tu entrañable amigo pertenece a la noble familia de los Aell de Vellach.
El afamado guerrero avanzaba a su vera, manteniendo el paso sobre su propio corcel, un tordo ya casi blanco que levantaba la testa con orgullo.
-Ronald Aell de Vellach. Es el sobrino del duque de Lapuntu y su familia monopoliza estas tierras desde hace generaciones. Nos conocimos hace ya tiempo. ¡Qué demonios! ¡No podíamos tener más de dieciséis! Fue en mi primera batalla, creo que ya te he hablado de ella.
-¡Oh, sí!- suspiró ella simulando aburrimiento-. El pequeño muchachillo desconcertado que resultó ser todo un estratega.
-¡Vamos, Hermione! Tienes que admitir que desviar aquellos dos batallones por el flanco norte para cerrar en tijera fue una idea brillante.
-¿Sabes, Harry? Cuando me entrenaron me decían siempre: "Lucha sola, muere sola". Me hacían repetir a los cielos que la única persona a la que podía confiar mi vida era yo misma. Por eso mismo nunca entendí que estudiáramos táctica militar, por lo que nunca le presté la suficiente atención.
-En otras palabras; te aburre mi charla.
-En otras palabras- confirmó ella con una sonrisa mal disimulada-. No sabía que eras del tipo que viaja a visitar a los antiguos amigos.
-No soy del tipo que hace una visita, pero el camino me trajo por estas tierras y evitar el encuentro sería de mal gusto, ¿no te parece?
-Me parece, amigo.
La calle terminaba en un camino de tierra blanda que salía de las murallas y ascendía por un pequeño terraplén. En su cima, en una cercanía lejana, sobresalía un pequeño castillo de altos torreones.
-La casa de los Aell de Vellach es muy antigua y pertenece a la baja nobleza vigardeña, a pesar de eso casi acuñan mayor fortuna que muchos títulos de mayor rango.
-La casa de los Aell de Vellach- repitió Hermione azuzando a su yegua para comenzar el ascenso- ha regentado esta tierra durante innumerables generaciones. Y el centro de la industria vinícola se desarrolla en esta villa. Otra cosa solamente denotaría una paupérrima administración del capital recibido.
Los viñedos eran, durante medio año, calentados sobre la ladera del Felden, opacando de verde y morado la zona sur de la villa, las suaves uvas se tostaban delicadamente al sol y las barricas incubaban su afrutado néctar, yaciendo apiñadas en las bodegas subterráneas que habían sido excavadas directamente en la roca bajo la ciudad.
Era conocido, por todo el continente, que los vinos del ducado norte de Lapuntu eran, por sus matices perfectamente equilibrados y el gran dominio del cultivo de la vid en la zona, los elegidos por excelencia para coronar las mesas de los grandes banquetes de la nobleza, y si ese era el destino de las añadas de Lapuntu, siempre serían, sin albergar lugar a la equivocación, los vinos de la baronía de Hápeto los que se alzarían en las mesas reales.
El patio de armas, lo suficientemente amplio como para denotar la notable grandeza de la familia, los recibió una vez atravesaron sus murallas. Un par de pajes, ataviados con las libreas moradas, los acogieron con diligencia.
-¡Harry, amigo mío!- bramó con fuerza un fornido joven que apareció de improviso a la entrada de la torre del homenaje.
Sus cabellos rojos brillaban al sol de la tarde, cubriendo su nuca y su frente con abundancia además de una espesa barba perfectamente recortada. Se acercó al héroe de Coar para azuzarlo con un potente golpe en la espalda antes de envolverlo en un agresivo abrazo.
-Ron. ¿Cuánto ha ya? Ni siquiera te has molestado en hacerte notar.
-Las cosas han estado complicadas por aquí.
-¿Os referís al tema de la bestia?- interrumpió Hermione.
El noble centró entonces su vista en ella, como si hubiera reparado en la presencia de la mujer por vez primera. Sus ojos, de azul intenso, recorrieron su esculpida figura de arriba abajo, sin recato alguno. Luego devolvió sus orbes a los de la ella, sonriendo con descarada galantería. Tomó entonces su mano con delicadeza.
-Esa ha sido solamente la gota que ha colmado el vaso, señorita. A vuestra compañera no me la has presentado, viejo amigo- habló él depositando un beso en el dorso-. Soy Ronald Aell de Vellach Lupin Ilustre Barón de Hápeto. ¿Y le debo el honor…?
-Hermione de Lurgia, cazadora de bestias e indigna de tal recibimiento, señor Aell de Vellach.
Harry puso los ojos en blanco, disimulando de mala manera su incipiente sonrisa ante la repentina muestra de educación, honestidad y escrúpulo de su amiga.
-¡Oh, mi señora! Desde hace demasiado poco que gozo de la condición de mi padre. Hacedme el favor de dejar que me acomode yo primero a los subterfugios de la nobleza.
El Ilustre señor de la villa de Hápeto tenía una sonrisa atrayente y un porte orgulloso y atractivo. El avivado y notorio interés del señor encendía una pequeña chispa juguetona en la chica, que se replanteaba si le interesaba el convertir dicho interés en mutuo, descubriendo que la idea no le desagradaba del todo.
-¿Vienes a traerme una cazadora de monstruos para que luche contra la bestia?
-¡Oh, no! Vine a visitar a un viejo amigo de batallas cuando me interceptaron las historias de miedo de estos dominios y me topé, por completa casualidad, con otra vieja amiga de los caminos.
El penetrante aullido que rayó con el viento el aire del patio de armas los distrajo. Los afinados instintos de la cazadora la obligaron a ponerse en guardia al instante. Un musculoso y ágil can cruzó la entrada de tres largas y potentes zancadas que lo depositaron grácilmente junto al grupo. La capa rojiza de su pelaje brilló con los rayos de la tarde mientras saltaba alegre entre los presentes. La experiencia le dijo a la mujer que se trataba de un rhodesian.
Lo siguiente fue un relincho suave y tan orgulloso como lo era la fina yegua isabelina que lo había proferido. Con sus crines blanquecinas ondeando sobre una capa de amarillo tostado.
-¡Norberto!- clamó una distinguida voz llamando al cánido.
El can era insigne, ágil y orgulloso, la yegua fina, austera y majestuosa, pero lo que en verdad hizo destellar los ojos castaños de belleza fue la figura que se alzaba sobre la montura. Sobre las crines de la yegua se batían con elegancia unas hebras más rojizas que las del podenco que brillaba ante los rayos solares. Debajo de esas guedejas lucían dos bellos orbes del color del cielo y, bajo ellos, unos labios de cereza. La tez pálida estaba salpicada por dulces y caprichosas pecas y las claras pestañas aleteaban acordes al porte refinado que la muchacha destilaba.
-Mi dulce hermana. Harry, te he hablado de ella en alguna ocasión, ¿cierto?
El pelirrojo se acercó a ella, cogiendo su mano la ayudó a bajar con delicadeza. La ropa que esta llevaba era cómoda y ligera, de tela suave y fresca en tonos ocres y marrones. Aún con todo, denotaba la calidad de la nobleza.
El guerrero hizo lo propio y depositó el pertinente beso en el dorso de la mano de la chica.
-Mi nombre es Harry, hijo de James de Coar y la dama Lily Evans. Es todo un placer dama Ginebra.
-El placer es todo mío. Sus hazañas han cruzado el continente entero. Me alegro profundamente de tenerte con nosotros- contestó ella con puntillosa educación y un deje de admiración en la mirada, con una sonrisa coqueta en los labios.
La joven se giró hacia la mujer que acompañaba a su hermano, inclinando la cabeza con cortesía.
-No tengo el placer de conoceros…
-Hermione de Lurgia. Cazadora de bestias- se presentó a sí misma.
La mirada de Ginebra se tornó neutra, con los ojos fijos en los de ella. La analizó con cuidado. Era una reacción a la que tiempo atrás se había acostumbrado, el recelo y la desconfianza que la posición de la joven le obligaba a ocultar tras un velo de indiferencia. El cruce de sus miradas se presentaba casi como una batalla dialéctica o un conflicto de intereses. El toque aniñado del rostro de la joven perdía casi toda su inocencia con la madura expresión de sus pupilas. Con una ligera inclinación de cabeza, la señora de Hápeto saludó a su visita, con la mínima expresión de cortesía que el protocolo estipulaba.
-¡Tamaña casualidad! ¡Pero si aquí estáis!- bramó un vozarrón.
-Señor alcalde. ¿A qué debemos el honor?
-Señor Aell de Vellach, nos dirigíamos aquí para informaros de la llegada del héroe a la villa de Hápeto, pero veo que no os viene en falta.
-De hecho, dicho héroe está aquí por mi causa.
-Creo, amigo mío- habló Harry con diligencia- que sean cuales fueran mis intenciones iniciales no me queda otra que aceptar este encargo. ¿Qué te parece a ti, Hermione?
Las caballerizas se situaban en el extremo este del castillo, junto a las dependencias de los criados. Hermione había decidido despejarse reconociendo las estancias. La charla llevada a cabo en la sala de reuniones con Harry, Ronald, el alcalde y los dos consejeros principales había sido larga y extensa, agobiante para quien, como ella, acostumbraba a la tranquilidad de la soledad y el camino escasamente compartido.
Suspiró con pesadez, pensando que aquel encargo le iba a resultar un verdadero quebradero de cabeza. Dándole vueltas entró al picadero, esperando despejar la mente atendiendo a su yegua. Pero al entrar en las cuadras entendió que otra persona ya desempeñaba esa tarea.
-No es propio el ver a una dama ocuparse de los quehaceres de las caballerizas- dijo apoyándose en el quicio de la puerta.
La pelirroja dejó de cepillar a la yegua alazana con un ligero sobresalto. Después hundió sus ojos en la figura de la mujer.
-Me gusta atender a los caballos. Siempre me han gustado estas bestias. Tienen la nobleza que a muchos hombres les falta.
-Son magníficos- corroboró ella.
-Cierto. Lo son.
-Yo venía a encargarme de Salamanquesa, pero veo que no hago ninguna falta.
-Puedes dejarlo en mis manos. Es un ejemplar hermoso el tuyo. ¿De las llanuras de Bálbein?
-Desciende de allí, tienes un ojo excelente.
Ginebra sonrió con disimulo, aceptando el cumplido. Su padre nunca había visto con buen ojo su pasión por aquellos animales, él siempre había criticado su comportamiento, impropio de una dama de la nobleza vigardeña, solamente su tío había aceptado que ella no era una heredera normal y corriente que aceptara las imposiciones de un puesto de buen grado.
-Es evidente, con esos aplomos, firmes y robustos, la curva de la grupa, sus crines espesas... Además allí esta capa es muy común. Aquí casi todos son pintos, bayos y sabinos. Y en el sur predominan las capas claras.
La muchacha intentaba hacerse la entendida, o eso interpretó la cazadora, mirándola con un interés divertido. Aquella sí que se trataba de una conversación banal y carente de sentido práctico. Una conversación infinitamente más entretenida que aquella que le habían ofrecido en la torre de homenaje.
-Sorprendente.
La muchacha se sonrojó ligeramente, no por el comentario, sino por la penetrante mirada que la atravesaba con un brillo seductor sobre aquella sonrisa autosuficiente. Bajó los ojos, dubitativa.
-Me alegra que estés aquí- dijo finalmente con arrepentida osadía.
El brillo de los ojos de Hermione se intensificó, perfilado con un toque de asombro y picardía. Se acercó a ella con deliberada lentitud, tomando su mano, la cual se encontraba quieta sujetando el cepillo contra el lomo del animal, inmóvil. Tembló ligeramente, Hermione lo notó perfectamente bajo su piel caliente. La joven era unos centímetros más baja que ella, por lo que sus labios quedaron perfectamente acoplados a la altura de su oído.
-¿De verdad?- susurró con galantería- Antes no me dio esa impresión.
Comenzó a frotar a la yegua con la energía necesaria, sujetando firmemente el cepillo sobre la mano de la niña.
-No era esa mi intención. Me disculpo si le ofrecí una idea equivocada- se excusó con nerviosismo, colaborando en el trabajo.
-No has de preocuparte. Ya estoy acostumbrada a reacciones como esa.
-Mi disculpa es sincera, no tenía intención alguna de hacerte sentir incómoda- replicó ligeramente indignada.
El fuego azul de sus ojos le derritió la pupila. La complacida sonrisa de la cazadora se hizo evidente entonces. Se alejó de la muchacha, tomando en el camino otro cepillo, para encaminarse al costado contrario del animal.
-No lo dudo- contestó entonces, mirando bajo la curva del cuello de la yegua a la otra chica.
Durante los minutos que le siguieron mantuvieron un silencio pesado pero compartido, el cual les permitió a ambas perderse en sus propios pensamientos.
-¿Vas a ocuparte del caso del hombre lobo, entonces?- preguntó insegura la dueña del castillo.
-No creo que se trate de un hombre lobo- contestó ella tras meditarlo unos segundos sin descuidar su tarea
-¿No? Los asesinatos comenzaron tras la luna llena.
-Un hombre lobo, como muchas otras bestias, actúa por los influjos de las fases lunares, no sigue matando cuando se le apetece.
-Creía que los hombres lobo podían transformarse a placer- soltó la pelirroja con un deje de prepotencia.
Sus ojos volvieron a encontrarse. Algo, en el fuero interno de la cazadora, vibraba con diversión. Le gustaba la actitud de la muchacha, confiada y decidida, como tan bien acostumbraba la nobleza, la prepotencia innata de la que hacía gala era sostenida por argumentos basados en el conocimiento, cosa que ya no era tan popular entre los pudientes. Pero, por otro lado, el cariz aniñado y la inocencia de su rostro contrastaban con su actitud de mujer, complementado con la voz de la inexperiencia que pujaba por salir a la superficie y satisfacer su necesidad. En otras palabras, le resultaba completa y sensualmente encantadora.
-Cierto, pero hacen falta muchos años de experiencia para conseguir tal cosa y un hombre lobo experimentado jamás actuaría de una forma tan descuidada. Saben que no deben llamar la atención de ese modo.
-Comprendo- murmuró ella meditabunda-. ¿De qué se trata entonces?
-Podrían ser tantas cosas aún. Necesito saber más. Mucho más.
-¿Qué necesitas saber?
La mujer profirió una risilla irónica.
-Todo.
La castaña acarició la testa del animal, rascándole la frente y los carrillos.
-Quiero ayudarte.
-¿Perdón?
Ginebra se irguió de pronto, soltando el cepillo. La mirada decidida que le lanzaba no le gustaba en absoluto. Un par de mechones se mecieron delante de sus mejillas, casi como si enmarcaran intencionadamente la rebeldía de su rostro.
-Lo dicho. Me gustaría prestarte toda la ayuda que me sea posible. Toda la que necesites de mí.
Hermione dio también por terminada la tarea de adecentar a su montura. La sonrisa sardónica que dibujaban las comisuras de sus labios se negaba desde hacía tiempo a abandonar su rostro. Avanzó unos pasos, hasta apoyarse en uno de los costados del animal. Colocó el peso en una pierna y cruzando los brazos sobre su pecho en una pose que se antojaba, ante todo, terriblemente seductora, miró a la muchacha con unos ojos chispeantes que siempre le habían funcionado con aquellos a los que había pretendido impresionar hasta el momento. El ligerísimo suspiro de sorpresa que escapó de los labios de la pelirroja le informó del éxito en su cometido. Una ceja se alzó juguetona.
-Ruego que me disculpe, ilustre señora, pero no veo en qué podría resultarme de utilidad la compañía de una jovencilla que carece por completo de experiencia en estos casos.
Para su sorpresa, la pelirroja hizo entonces alarde de sí misma, mostrándose con un porte altivo y terriblemente confiado.
-Déjate de pleitesías, el título de señor lo ostenta mi hermano no yo. Pero debéis tener en cuenta que sois nueva en esta villa, foránea, y a los hijos de viejas costumbres no les suele caer en demasiada gracia los extraños. Y este es un pueblo de viejos, todos con costumbres viejas.
La cazadora era apenas unos centímetros más alta, pero cuando se irguió sobre la menor supo sacarles toda la ventaja que estos le permitían. El suave temblor de la pequeña se lo demostró.
-¿Qué insinúas exactamente?
-Solamente digo que necesitas información, información de confianza- respondió ella lejos de amedrentarse-. Y yo conozco a cada persona de esta villa, y cada persona me conoce a mí. Aunque no esté versada en temas sobrenaturales sí puedo ser de utilidad.
-Meteros en esto no le caería en gracia a vuestro hermano.
-Ni a mi padre antes que a él- dijo recobrando la confianza-. Algo me dice, además, que no serán los únicos hombres ante los que me subleve. Soy lo suficientemente mayor como para decidir por mí misma.
-¿Mayor?-rió la cazadora con cierto descaro- ¿Cuántos años tenéis? ¿Quince?
-Dieciséis- rezongó con dignidad.
Hermione bajó aún más la cabeza, haciendo que sus ojos chocaran directamente. El brillante azul pestañeó con incomodidad. A los dieciséis ella se había considerado una mujer hecha completamente, dispuesta a enfrentarse a la vida y al mundo, preparada para vencer toda adversidad que osara anteponerse. Se había equivocado tanto. Hoy lo sabía. A los dieciséis solamente era una niña con el cuerpo de una mujer, una necia que había creído que el mundo era igual fuera de las murallas a aquel que se había encontrado dentro de ellas. Y sabía, con absoluta certeza, que lo que había operado el verdadero cambio de la madurez había sido la capacidad plena para equivocarse. Y aprender de los propios errores. Todo aquello que le estaba pidiendo la joven. Solo un poco de experiencia.
Muchas gracias por su tiempo.
Espero que esta historia sea corta (por ahora 'solo' van en proyecto unos 10 capítulos ...T-T) y no pase como con Cuentos a la Luna... TT-TT'
