Perfección
No hay muchos muebles en el pequeño apartamento de á viviendo en las afueras de Tokyo, más precisamente en un edificio algo antiguo para el vecindario. Sin embargo, tiene un sofá desvencijado, escritorio, mesa de imitación madera, todo dispuesto en una salita. Podríamos decir que es confortable, porque una suerte de calor flota en el aire. Le gusta mantener su casa ordenada.
Es un bonito lugar.
Siente que cada mes tiene un color propio, diferente. Como un calendario que posee y que ni siquiera recuerda haber comprado. Sin embargo, se encuentra a gusto. Es Junio y no presta mucha atención al ritmo de los días. Rosado y carmín profundo. Estamos en primavera.
Todo es muy bonito. El calendario inclusive.
Para ser honestos, tiene un florero que no es muy vistoso. Está algo pasado de moda. Le ha puesto en el escritorio, a pesar de que se supone que escriba allí, simplemente. Se ve bonito, casi diría que parece brillar en el momento en que coloca sus flores adentro: esa es una cualidad que lo hace único. Le gustan los tulipanes, pero los puso sólo porque no encontró rosas en la tienda. No le importa ponerlos en su lugar.
Son tan lindos los tulipanes.
Es tanta la belleza que Anthy recuerda Ohtori todo el tiempo. Vive en un bonito vecindario. Mira las nubes, el sol brillante y el azul del cielo que tan extraño le resulta.
A veces sueña con matarse.
Está harta de volver a casa cada maldito día, tras caminar hasta que sus piernas a penas y pueden sostenerle, siempre buscando.
Ese calendario es rojo como las rosas que le recuerdan a su vez, la sangre que manaría de una herida que fuera hecha cierta vez a punta de espada. Las flores son estúpidas, tanto como el feo florero. Pero no puede si no mirar todo eso cuando toma asiento en el maldito escritorio.
Quiere que su cuerpo se retuerza, anticipando un gran dolor, mientras que el viento golpea su rostro: desea arrojarse desde la azotea para consumarlo. Pero al final, eso no sucedería, porque ella le gritaría: ¿Olvidaste nuestra promesa de amor? Y estaría allí también,para atraparle.
Después de todo, se han citado para tomar té juntas dentro de setecientos treinta y nueve días. Debe continuar buscando.
Le queda poco tiempo, y eso que una vez lo tuvo todo entre manos. Siente que el calendario se lo recuerda.
Odia esa cosa.
Se permite imaginar cómo sería. Anthy lo hace sólo de vez en cuando.
Merodea por los pasillos. Prevalece el blanco fluorescente y el aroma de anti bióticos. Es un Hospital. Se dirige hacia un cuarto especial, que tarda en encontrar, porque todos lucen iguales.
Soledad. Sufrimiento. Años de espera. Eso reflejan los ojos de la señorita Utena.
Anthy sólo le ofrece sus manos. Es la primera vez en décadas que sonríe con sinceridad. No encuentra palabras para disculparse.
Salvo por los débiles latidos del corazón de Utena y el sonido de las máquinas encendidas, sólo hay silencio.
No dicen nada: sólo se toman las manos.
La fatalidad.
Es perfección.
