Los personajes, hechizos y localizaciones pertenecientes a la saga Harry Potter pertenecen en exclusiva a su autora, J.K. Rowling. Esta historia ha sido escrita sin ánimo de lucro.
LA BELLEZA DE LA SENCILLEZ
La sala común está a reventar, no puedo concentrarme, y lo necesito. Hermione lleva veinte horribles horas sin hablarme y la cabeza me va a estallar de lo poco que he podido dormir.
Tengo que hablar con ella, tengo que explicarle lo que siento, lo que pasó, todo. Seré sincero para que lo entienda, aunque me rompa el corazón, necesito que me perdone. Quiero que se acabe la ley de hielo que me ha impuesto, que volvamos a estar como antes, pero sé que es imposible. Me conformo con que no me mire más como lo hace desde ayer por la noche.
Cierro los ojos y me recuesto en el sillón en el que estoy, rememorando todas las razones por las que tengo que pedirle perdón, las decisiones que me llevaron a arruinar nuestra amistad.
Todo empezó el fatídico día que se anunció el baile, justo después de la primera prueba.
Me sentía muy miserable caminando por los pasillos después de la clase de transformaciones. ¿Buscar una pareja para el baile? ¿Bailar delante de todo el mundo? Definitivamente entre mis peores pesadillas, justo después de tener que enfrentarme a un dragón, o de que ser un marginado en Hogwarts.
Realmente el año estaba resultando fantástico: el ataque de los mortífagos en la copa del mundo de Quidditch, mi nombre en el Caliz de Fuego... A lo mejor, si tenía un poco más de mala suerte conseguía que Voldemort resucitase antes de final de curso.
Pero las cosas no harían sino empeorar. Durante el almuerzo, McGonagall nos pidió a todos los alumnos de cuarto en adelante que nos reuniésemos en el aula más grande del castillo media hora después del final de las clases. A mí me daba en el espinazo que la reunión iba a tener que ver con el baile y, para mi desgracia, no me equivocaba.
Así que varias horas después, intentaba desaparecer en mi sitio mientras la profesora se dirigía con intenciones desconocidas, pero sin ninguna duda nefastas, a donde estábamos Ron y yo sentados. Resoplé de alivio cuando le eligió a él para el malvado propósito de bailar con ella, incluso me hizo gracia ver la cara de mortificación que ponía el pobre.
No cabe duda de que sentí algo de satisfacción al verle sufrir, y después de lo que mal que me había tratado hasta la primera prueba, un poco ya se lo merecía. Incluso incité a los gemelos a que le pinchasen con el asunto más adelante.
Pero mi buen humor se esfumó tan rápido como había llegado, cuando McGonagall nos indicó que debíamos bailar en parejas para practicar. Al parecer no estaba ni remotamente dispuesta a que ninguno de los alumnos de Hogwarts hiciese el ridículo durante el baile.
Al otro lado del aula, todas las chicas se levantaron al unísono. ¿Quién hubiese podido pensar que pudieran ser tan intimidantes?
Lo peor de todo es que, una vez de pie, se quedaron quietas esperando a no-se-qué-demonios; hasta que caí en la cuenta: estaban esperando a que nos acerquemos nosotros y les pidiésemos bailar.
Y fue entonces, encogido en mi asiento como una cucaracha, cuando mi maldito ¿valor, instinto, coraje? Gryffindor me llevó a tomar la que probablemente será la decisión más estúpida de mi vida. Recuerdo que en ese momento me pareció brillante; si iba a tener que bailar con una chica del aula, no iba a esperar a que la profesora me obligase a emparejarme con alguien que yo no quería, o no conocía, o con la que me sentiría incómodo.
Con un bufido para coger valor, me levanté de la silla y comencé a andar hacia las chicas, buscando a Hermione con la mirada. Ella ya sabía que la mayoría de las veces soy muy patoso y lo peor que podría conseguir bailando con ella sería pasar un buen rato riéndonos de mis meteduras de pata.
Quizás más tarde tendría que resarcirla de alguna manera por el dolor de pies que le iba a provocar: hacer los deberes juntos en la biblioteca, antes de tiempo por supuesto, o escribir algo para la P.E.D.D.O. Algo que, sin duda, si yo conocía de algo a mi amiga, iba a acabar haciendo de todas maneras si ella se lo proponía.
También recuerdo que en mi interior me reí de los demás chicos que todavía no se habían movido, pensando que eraun unos infelices. ¿Quién me iba a decir en ese momento que el infeliz, el estúpido, era yo? ¿Quién me iba a decir que una decisión, una acción tan simple, sería el principio del fin de nuestra amistad?
Según me acercaba empecé a reducir el paso, vacilante. No podía ver a Hermione por ningún lado y comencé a asustarme porque ya no podía dar marcha atrás y tendría que pedírselo a alguna otra. Inmediatamente me vino Ginny a la mente, pero ella iba a tercero y no estaba en el aula con nosotros.
Al final me paré como un tonto a dos metros de la línea de chicas y pude ver como un par de ellas amagaban un paso hacia adelante, quizás intentando reunir el valor para dar el acercarse ellas. Merlín sabe que no habría tenido el coraje de rechazar a ninguna y, viéndolo con perspectiva, ojala alguna se hubiese atrevido.
Empecé a ponerme nervioso cuando escuché un par de chicos detrás de mí levantándose también. Les había costado un poco más pero casi seguro habían llegado a mí misma conclusión. Y entonces la vi, todavía sentada en los bancos, detrás de todas las demás.
¡Con razón me había costado encontrarla!
Casi corrí hasta donde estaba y, al llegar, levanté la mano para invitarla. La chica que estaba de pie delante suyo adquirió tal cantidad de tonalidades de rojo que enseguida me apresuré a dejar las cosas claras:
-Hermione – dije bien alto, para que se me oyese bien -, ¿te importaría?
-Claro Harry.
Con una sonrisa que parecía que iba a romper su cara, se abrió paso entre las dos compañeras que tenía delante y tomó mi mano. Hasta ahí había llegado mi limitado plan y mi valor, pero Hermione se puso al mando inmediatamente.
Con paso firme y sin soltarme me llevo al centro del aula, casi al lado de donde McGonagall seguía atormentando a Ron. Se puso delante mío, afirmó nuestras manos a un lado y colocó su mano en mi hombro. Yo me apresuré a poner la mía justo debajo de su omóplato, antes de que a ella se le ocurriese sugerirme algún otro sitio menos platónico.
-¿Sabes bailar Harry? - preguntó, todavía con esa sonrisa adornando su cara.
-No – contesté, bajando la cabeza avergonzado -, puedes buscar otra pareja para practicar si quieres...
-Honestamente Harry – me cortó -, no digas tonterías. Solo déjate llevar, yo te guio.
Y con estas palabras comenzó a moverse muy suavemente. Iba despacio, mucho más que Ron y la profesora, o las otras parejas que ya empezaban a llenar el centro de la clase. Yo estaba seguro de que lo hacía por mí, para que me fuese acostumbrando.
Al rato me distraje y estuve a punto de pisarla. Ella, con una ligereza inusual, detuvo mi paso con el pie y delicadamente me guio para que volviese a mi sitio.
-Así no, mira – paró de bailar y ayudándose de sus rodillas, empeine y pies, volvió a colocar mis piernas para que estuviesen en la posición adecuada. Empezamos de nuevo.
-¿Dónde...?, más bien, ¿cuándo aprendiste a bailar? - pregunté por lo bajo mientras nos movíamos al son de la música.
-Mi padre dice que toda señorita debe saber bailar – comentó entre dientes -, así que lleva enseñándome desde los seis años.
-No pareces muy contenta al respecto – apuntillé.
-Tiene su sentido práctico, como ahora, que te estoy enseñando a ti – dijo suspirando -. Pero no deja de parecerme una actitud un tanto conservadora, y machista si nos ponemos. ¿No se puede ser una señorita sin saber bailar? Pfff – bufó.
-Bueno, yo al menos me alegro de que sí sepas.
-Gracias – contestó, de nuevo sonriendo tanto como antes.
-¿Y esa sonrisa? - apunté.
-Me ha hecho ilusión que me lo pidieses – dijo -. Pensé que nadie lo haría y que tendría que esperar a que McGonagall obligase a algún chico a bailar conmigo – cuando dijo esto, agachó la mirada y pude adivinar por el tono de su voz que se había puesto colorada.
-Bueno – comenté como si nada -. Yo pensé exactamente lo mismo, y no quería bailar con alguien a quién me obligasen a elegir.
-Y... - añadió insegura, todavía con la mirada clavada en nuestros pies -. ¿Por qué me lo pediste a mí?
-Bueno... - fue mi turno de ponerme rojo. No entraba en mis cálculos tener que responder a esto cuando tomé mi fantástica decisión. Las palabras me salieron sin pensar -. Si podía elegir...
Hermione levantó la mirada, todavía muy sonrojada y sonriendo más que antes.
-¡Oh Harry! - exclamó -. Eres tan... a veces... - no terminó la frase, pero se acercó más a mí y apoyó la frente en mi pecho.
Me quede tieso como el palo de una escoba, muy nervioso, pero de alguna manera, muy a gusto. Francamente no entendía qué le había hecho tanta ilusión a Hermione, pero tampoco iba a preguntárselo; no cuando podía significar que dejase de hacer lo que estaba haciendo.
Porque nunca, nunca, nunca, ni en el más peregrino de mis sueños habría podido imaginar que tener una chica tan cerca pudiese sentirse así de raro, y así de bien. Y que esa chica fuese Hermione lo hacía doblemente bueno, porque no me mataba de vergüenza que pudiese oír que el corazón me iba a mil.
Entonces me di cuenta de que a lo mejor no me daba vergüenza, pero prefería que no pensase que era por ella. Y de verdad ERA por ella, pero prefería que no lo supiese.
-No entiendo por qué te pones así – dije intentando quitarle hierro al asunto -, ni que te hubiese pedido que fueses mi cita para el baile.
-¡Por las barbas de Merlín, Harry! - soltó, alejándose para mirarme a los ojos -, ya sé que no me has pedido que vaya contigo al baile. ¿No me puede hacer ilusión ser la primera chica a la que sacan a bailar, en vez de la última como pensé que pasaría? - volvía a estar roja, pero algo me decía que ya no era de vergüenza.
-Ah.
-¡Sí!, 'ah' - me cortó -. Ahora cállate y sigue bailando.
Pero antes de que pudiese disculparme, apareció McGonagall a nuestro lado.
-Francamente señor Potter – soltó -. Intente hacer algo según las normas por una vez en su vida.
Dicho esto, me agarró de la muñeca derecha y con un fuerte tirón bajó mi brazo un par de palmos por la espalda de Hermione.
-Para bailar correctamente, tiene que llevar a su pareja de la cintura – aleccionó -. De la cintura señor Potter, ¿no me ha oído? – repitió cuando vio que no movía la mano de donde ella la había dejado.
Sin más remedio que obedecer, busqué la cintura de Hermione por debajo de la holgada túnica del colegio. Cuando la envolví dio un saltito que yo apenas noté porque estaba perdido dándome cuenta de que su cintura era tan fina que casi podía rodearla con la palma de la mano.
Todavía no puedo recordar con exactitud todas las sensaciones que me embargaron en ese momento. Solo recuerdo que pensé en lo frágil que se sentía Hermione en mis brazos mientras seguíamos bailando, los dos callados y muy rojos, sin mirarnos.
Lo que sí recuerdo es el proceso mental que me llevó a tomar la siguiente mala decisión de la tarde. Tenía muy claro quién era la chica en la que había pensado en cuanto McGonagall nos había dicho lo del baile; Cho Chang me lleva un año, es preciosa, juega maravillosamente al Quidditch y tiene mucho éxito entre la gente.
Pero en ese momento, con Hermione en mis brazos, ya no me pareció tan buena idea ir con Cho. Hermione me estaba enseñando a bailar, me había ayudado a no pisarla y, aunque se había molestado un poco porque soy un bocazas, estaba casi seguro que un lo siento lo arreglaría.
Me di cuenta de que, si quería pasarlo bien en el baile, la única manera de conseguirlo sería ir con Hermione. Con ella estaría a gusto, nos divertiríamos, y podía mirarla a los ojos sin parecer un idiota. Y si además tenerla tan cerca como antes o agarrarle la cintura, venía con el paquete, mejor que mejor.
Recuerdo que estaba rumiando eso cuando me distraje de nuevo y le pisé el pie derecho.
-¡Ay Harry! - chilló, todavía molesta –, ten cuidado.
-Lo siento – traté de disculparme -. Y también lo siento por lo de antes, por ser tan lelo.
-Pfff, jajaja... - empezó a reírse, un poco escandalosa -. ¿Lelo?, ¿de verdad acabas de llamarte lelo?
-Bueno, sí – respondí, no sabiendo qué le hacía tanta gracia, pero contento de haber dejado atrás mi metedura de pata.
-Jajaja…
Hermione siguió riéndose un rato más, aunque más discretamente, y yo aproveché para reunir valor. Cuando pareció que ya se había calmado, me lancé:
-¿De verdad te ha hecho ilusión?, lo de ser la primera digo.
-Claro, a quién no.
-¿Y si fueses la primera a la que invitan al baile? - dejé caer la indirecta.
-Creo que a Penélope Clearwater se lo han pedido en el almuerzo – comenzó a divagar -, y también... ¡oh! - se paró en seco y yo, sin darme cuenta, casi me la llevo por delante con el siguiente paso de baile.
Clavó su mirada en el suelo y la sentí temblar un poco.
Recuerdo que me dio miedo de que dijese que no, o de que pensase lo que no era porque, ¿qué era lo que no era?, ¿o yo quería que fuese lo que no era? No lo sé.
De lo que estoy seguro es de que me dio una vergüenza enorme que pensase que yo quería algo más que ir al baile con ella, que me gustaba o algo así. Si hubiese sabido lo que sé ahora de las chicas, o de lo que quiero con ella, o de todo en general, no habría cometido la insensatez de dejar que mis siguientes palabras abandonasen mi boca...
-Sería como amigos, claro – expliqué, como si fuese lo más obvio del mundo.
-Sí, sí, obvio. Como amigos – rumió por lo bajo, todavía sin levantar la vista.
-Bueno, y...
-¿Por... por qué? - preguntó titubeando.
-¿Por... - intenté buscar una razón convincente -... por qué no? Vamos, ¿qué dices? - noté que se calmaba y me miró a los ojos antes de contestar:
-¡Claro!, em... será, ¿divertido? - y con la misma, retomó el paso que nos tocaba, y seguimos bailando.
Al rato McGonagall dejó que los que no querían seguir practicando se retirasen. Tanto Hermione como yo estuvimos de acuerdo en que necesitaba practicar todo lo que pudiese, así que decidimos quedarnos. Yo estaba que flotaba de felicidad, no solo me había quitado la preocupación de buscar pareja, sino que además estaba seguro de que me lo iba a pasar genial. No me podía creer lo fácil que había sido.
Iluso.
Fuimos los últimos en irnos, y aunque pisé a Hermione un par de veces más, creo que acabé siendo una pareja de baile aceptable. Además, nos reímos mucho y me parece que disfrutamos bastante de la tarde.
Cuando cruzamos el retrato de la dama gorda, la realidad cayó sobre mí como un balde de agua fría. Ginny, Ron, Parvati, Lavender, los gemelos... todos los que estaban allí nos miraban raro; algunos suspicaces, otros sonrientes, y unos pocos claramente molestos. Y entonces caí en la cuenta del espectáculo que seguro habíamos dado los dos durante toda la tarde: bailando más pegados de lo normal, Hermione con la cabeza apoyada en mi pecho, riendo y sonrojándonos a cada momento.
¿Y cómo habíamos entrado en la sala común? Acalorados por haber bailado tanto y, ¿tomados de la mano? Solté la mano de Hermione como si me quemase y me adentré en la habitación dejándola plantada donde estaba. A medio camino me lo pensé mejor, volví y la llevé a un lado.
-¿Te importa si no le contamos a nadie que vamos juntos? - pregunté por lo bajo, para que nadie me oyese -. Al menos por ahora.
-V... vale – contestó con una sonrisa temblorosa que por alguna razón no me creí en absoluto -. Me voy a dormir, estoy algo cansada, no me esperéis para la cena – y con las mismas se dio la vuelta y subió a las habitaciones de las chicas.
Estupido, estupido, estupido... ¿cómo pude ser tan estúpido?
continuará...
