Hola chicas, se que no he terminado mis otrs historias, pero esta es una prueba para ver si les gusta… si es así háganmelo saber con reviews y continuaré y si no les gusta igualmente y la historia será borrada.
La historia no me pertenece, esta historia estaba en el foro crepúsculo mexico, pero el foro fue borrado y la historia no fue vuelta a subir por lo que si les gusta yo la continuaré, los personajes se basan en los de Stephenie Meyer, pero los nombres cambian por completo, al igual que el contexto.
Déjenme saber sus opiniones!
Íbamos en el Tsuru verde a la terminal donde tomaría el camión guajolotero rumbo Zacatlán, en el estado de Puebla. Habíamos vivido durante muchos años en el bello puerto de Veracruz, donde siempre hacía calor y todos los días después de la escuela podía correr por la playa mientras miraba cómo las gaviotas se asfixiaban al intentar tragar la basura que flotaba en el mar. Hacía harta calor, no sabía exactamente a cuántos grados estábamos, pero me dirigía al nublado pueblo de Zacatlán, una región donde casi nunca salía el sol, los habitantes se preguntaban si se debía a la contaminación o si de verdad se trataba de un problema climático. Mi madre huyó de aquel horrible lugar cuando yo solo tenía cuatro meses, cuando mi papá la cachó con el lechero haciendo sepa Dios que cosas (aún no he podido aclarar esa situación) y desde que recuerdo, tenía que volver a ese pueblo cada año por dos semanas para visitar a mi padre. Al principio era bien chido porque aún era ignorante, pero ahora lo veía todo con claridad.
Adoraba Veracruz, me encantaba quemarme los hombros hasta pelarme, me re encantaban los mariscos, y además, echarle un vistazo a los turistas.
-Chave- me dijo mi jefa por enésima vez mientras me ayudaba a subir al camión – No tienes por qué hacerlo. No te hagas, que te quieres quedar.
Mi jefa y yo nos parecíamos un montón, excepto porque digamos que ella tenía unos añitos de más. Me partía el alma verla con esa cara de perrito a medio morir, ella siempre había sido muy dependiente de mi a pesar de que debería ser al revés.
-Mamá, yo también te voy a extrañar- asentí
-Pero hija, es que no me entiendes. ¿Ahora quién va a pagar el gas? ¿Quién hará la comida? ¿Quién lavará mi ropa y la de Filiberto? ¿Quién sacará a pasear a Cudberto?
Ya decía yo que no era tristeza por dejar a su única hija en manos de su padre. Mi madre, Renata, tenía una fondita donde por desgracia siempre iba a comer cada domingo y al otro día me daba chorrillo por los efectos secundarios de sus mariscos y tenía que salir de clases cada cinco minutos.
Filiberto, su nuevo esposo, jugaba para los Tiburones Rojos, no era un buen jugador, de hecho era la botarga cuando lo dejaban en la banca.
-¿Por qué crees que me quiero ir? Te voy a extrañar deveras ma, pero ya no soporto que me trates como tu chalana.
-Te veré pronto, hija. Puedes regresarte cuando quieras, la cocina y Cudberto te estarán esperando.
-No te preocupes por mi, jefa, te quiero un montón.
Un chiclerito se le atravesó cuando me estaba subiendo al camión haciendo que tirara su bolsa de mandado y los mariscos cayeran al suelo.
-¡Oye, tú pinche escuincle! ¡Haber si te fijas por donde carajos andas! ¡Mira nomás lo que hicistes! ¡Ya me regastes mis mariscos!
Mientras discutía el camión comenzó la marcha, por más que le grité siguió en su pleito. Lo último que vi antes de que el camión doblara la esquina fue la imagen de mi madre arrebatándole con enjundia un pescado a un gato.
El camino del Puerto a Zacatlán era muy largo por lo que me quedé jetona la mayor parte del tiempo, un par de veces una señora me dio codazos en las costillas para que dejara de babear sobre ella. Tuve que bajar en cada escala para vomitar, ¡cómo olía a sope el camión!
Estaba lloviendo cuando llegamos a la estación, Carmelo me esperaba en el coche patrulla (un bocho azul con los faros de sirena arriba). Para las buenas gentes de Zacatlán mi padre era el jefe de policía Sánchez.
Salió de su patrulla cuando me di de hocico contra la banqueta, queriendo salir primero del camión.
-Me alegro de verte, Chavelita- dijo mientras me ayudaba a levantarme del suelo –Estás igualita a cuando eras chamaca ¿y como está Renata?
-Chale Car..., ya te dije que no me gusta que me digas Chavelita, dime nomas Chabela o Chave, mi jefa está bien, y me da gusto verte también Car… papá
No llevaba muchas cosas: mi mochila de la escuela llena de ropa y una bolsa de mercado, por lo que todo cupo perfectamente en el asiento de atrás del bochito. Entramos sin decir una palabra y al instante mi padre accionó el radio en una estación de cumbias tropicales, tamborileó el ritmo en el volante antes de encender el motor y conducir rumbo a la casa.
- Tengo el vehículo perfecto para ti, Chabela.
No me gustó nada el tono en el que pronunció la palabra "vehículo". Debió decir "coche", que era lo que yo deseaba, tenía ahorrados unos pesos de mis propinas en la fondita de mi madre y anhelaba un auto aunque fuera viejito para no tener que andar por Zacatlán trepada en la patrulla. Por un momento temí que me dijera que había comprado un carrito de hotdogs.
-Te- compré una bicla - dijo temeroso -¡Está bien requete chula!
-¿Es nueva? - interrogué sin querer escuchar la respuesta. Si debía desistir del auto al menos debía tratarse de una bicicleta nueva y de marca.
-No del todo pero está re buena - respondió -¿Te acuerdas de Bernardo Negro, de La Poch?
La Poch era un refugio para indigentes.
-No.
- El brother ese que venía a hacer pan con nosotros de vez en cuando. Ahora está en una silla de ruedas porque un día se cayó a una barranca por briago, pero se encuentra bien, por eso me vendió la bicicleta ya que él no puede conducirla y su hijo no la quería. Los autos están rete caros tú…
Me sentí un poco mal al pensar que mi padre quería realmente regalarme lo que tanto anhelaba así que fingí poner cara de felicidad y le agradecí infinitamente el obsequio aún antes de verlo. No cruzamos muchas palabras en el camino en parte porque me dolía la boca del ranazo que me había dado contra la banqueta.
Pese a todo el paisaje era bien chido aunque todo era muy verde: había plantas por todos lados además de que los habitantes estaban obsesionados un poco con ese color de pintura en sus fachadas. Reconocí varios lugares de antaño: la tiendita de Don Paco, el puesto de periódicos, la memelera junto al kiosco y la panadería de Jaime Aguaclara, amigo de mi padre.
Finalmente llegamos a la casa. Se trataba de una vivienda pequeñita aunque no era INFONAVIT, tenía dos recámaras, un baño completo, sala-comedor y cocina. De lo único que me quejaba además del tamaño era que estaba relativamente lejos de la escuela, se encontraba a las orillas del pueblo, cerca del bosque.
Bajé del auto para encontrarme, en la puerta principal, una bicicleta con un moño rojo. De verdad que estaba padre, era roja como el moño y parecía nuevecita.
- ¡Gracias, pa!- exclamé contenta -¡Está de lujo!
-Me alegro que te guste. También te compré esto - extendió un paquete alargado hacia mí - Es un paraguas, para que no te andes mojando cuanto tengas que treparte en la bici.
Reí por lo bajo agradeciendo también ese obsequio. Estacioné mi nuevo vehículo junto al auto de mi padre, tomé mis chivas y subí a mi habitación.
El cuarto era exactamente como lo recordaba, había sido mi recámara desde el día en que nací, Carmelo únicamente había cambiado la cuna por un catre y el corral por un escritorio y una compu. Era una estancia muy pequeña pero acogedora, ubicada al lado oeste con la ventana hacia el patio principal desde donde se podía ver la ventana del baño del vecino. Las cortinas eran floridas y tenían varias mordidas de ratón mientras el tapiz se caía devorado por las polillas. Saqué mis triques y los acomodé en el ropero, lo bueno de mi padre era que no se quedaba dando vueltas como mayate a tu alrededor, me dejó sola para adaptarme a mi nuevo hogar mientras él bajaba a echarla… mejor dicho, a ver tele. Bueno, la verdad es que a mi padre no le importaba mucho, de por sí casi ni me pelaba y no me importó, ya esperaba yo un recibimiento como aquel. De todos modos lo que más me gustaba era estar solita, enfrascarme en mis pensamientos, hablar con mi amigo imaginario, escuchar música tropical, duranguense y merengue, y justo en ese momento ver la lluvia caer a través de la ventana sucia de mi habitación. Encendí el radio en una estación conocida intentando no pensar en lo que me aguardaba al día siguiente: tenía pánico de entrar a la escuela.
La Escuela Preparatoria Francisco Villa se encontraba cerca del centro de la región, era un colegio particular con una matrícula muy reducida (no llegaban ni a los 300) donde todos los alumnos tenían toda la vida de conocerse y yo sería la chica nueva venida del puerto, de un sitio soleado, de la ciudad. Sentía gran temor al saberme la comidilla del pueblo. Quizá no me importara si fuera un poco parecida a las chicas de esta ciudad: bella, alta, delgada, escultural, fresa, sangrona, superficial y hueca; pero yo era todo lo contrario: bajita, delgaducha, extremadamente torpe y morenita (cosa que no podías evitar si vivías en el puerto), además de poseer un acento diferente al de los habitantes de Zacatlán. Los poblanos tendían a cantar cuando hablaban mientras nosotros solíamos cambiar o comernos algunas consonantes al hablar.
Bajé a echarme un atole con tamales como cena antes de ponerme la pijama, meterme a la cama y dormir, lo cual conseguí después de haber chillado mucho al sentirme sola y extraña en ese inmundo pueblo olvidado por Dios.
A la mañana siguiente, después de que el agua se acabara en la regadera y tuviera que bañarme a jicarazo, cepillé mi cabello, me vestí y bajé a desayunar Corn Flakes con mi padre. Era obvio que aún no se había sobrepuesto de la partida de mi madre hacía chorrocientos años: su delantal continuaba colgado en el perchero mientras la foto de su boda estaba pegada en la puerta del refri. Carmelo me dio el gasto de la semana y me indicó que pagara la luz en el OXXO antes de irse ruidosamente en su bochito azul. A pesar de ser muy temprano no me apetecía quedarme en la casa por lo que me puse la chamarra, tomé mi mochila con los útiles y me trepé a la bicicleta rumbo a la escuela de Zacatlán.
