Abby se sentía muy orgullosa de su nueva gorra roja.
Se había pasado toda la mañana con la cabeza en alto para que todos pudieran admirar su nueva adquisición. En el receso, los compañeros de organización recordaban las memorias del día anterior, dejando al chico nuevo jugando contra la pared con una pelota marrón que se negaba a subir más alto que su cabeza.
Al notar al niño, Abby le dedicó una sonrisa amigable al ofrecerse a jugar con él.
Abby era la única amiga que había hecho el tímido Nigel desde que se mudó a un mundo nuevo en donde todos excepto ella le hacían burla de su acento único. Por tal motivo, él se reservaba sus palabras.
Preocupada por la tristeza de su hijo, la madre de Nigel le alentó a traer a su nueva amiga a cenar, pero él no pudo formular su invitación al ver que ella era arrastrada de nuevo al círculo para seguir hablando de su gorra y la misión.
Nigel notaba todos los días la lonchera de Abby con el logo de KND, sin saber exactamente qué era eso. Notaba también, que no sólo ella poseía esas letras, y que evidentemente no eran las iniciales de su nombre. Sin embargo, él nunca preguntó.
De vuelta en casa, la señora Uno se alegró al escuchar la pequeña voz de su hijo, sin embargo, al abrir la puerta, se encontró con el pequeño hablando sólo. Y es que él si regresó acompañado, como todas las tardes, pero no era de una compañía que todos pudieran ver; Splinkers era un alienígena que era el encargado de entretener a Nigel cuando su amiga estaba muy ocupada jugando con los KND, dejando al británico sólo en su jardín trasero.
La señora Uno, decepcionada de la cita de juego fallida de Nigel, habló ese mismo día con el Doctor Lincoln de su preocupación que tenía con su hijo y su gran imaginación.
Al día siguiente, Abby acompañó a Nigel a casa, notando la evidente emoción que el pequeño de cabellos cafés mostraba al hablarle de Splinkers a su amiga. La niña amablemente asentía una o dos veces sin evitar pensar que seguramente su hermana estaría peleando con algún malvado en ese momento.
Días anteriores, ella le había contado a Número Once acerca de Nigel Uno y su gran entusiasmo por la vida; le había planteado el reclutarlo, pero Once dudó. ¿Qué podría ofrecerle él a la organización sino problemas? Le había dicho a Cinco que esperara hasta que Nigel pudiera probarse a sí mismo. Abby dudó, sin embargo, no lo expresó en voz alta. Después de todo, Cree era la líder.
Al pasar el día en casa de Nigel, Abby comenzó a darse cuenta que él no era sólo el niño aburrido y tímido que se había presentado en la escuela. Nigel le había presentado a Abby unas pocas armas de juguete que él mismo había inventado con el rizador de su madre, latas vacías, un cordel viejo y una botella de kétchup.
—¿Tú hiciste esto? —le preguntó Abby, asombrada ante la creatividad aislada de Nigel. Esa y muchas otras armas con las que pretendía cazar extraterrestres gigantes muy distintas a Splinkers, era muy parecida a la tecnología 2x4 que ella llevaba atada a su cintura.
—Splinkers me ayudó —admitió sonrojado—. Él sabe mucho de armas... Me ha dicho que el mundo corre peligro —bajó la voz acercándose a su amiga—. Soy uno de los pocos que puede protegerlo.
Abby sonrió.
Nigel pidió cenar en su habitación para evitar que los adultos escucharan el monólogo de Abby que hipnotizaba al pequeño. Su madre accedió con gusto sin importarle nada más que la sonrisa de su hijo.
Bajo la oscuridad, Abby contaba los secretos de KND, las bases, operaciones y códigos. Le contó con ilusión la odisea de Número Nueve con la promesa de erradicar la varicela, le contagió su ira al relatar sus primeros encuentros con los villanos como Barba Pegajosa y Padre, y le contagió su alegría al relatar la historia de su nueva gorra, que había pasado de Número Dieciséis a Número Once y posteriormente a ella: la tercera en su familia al poseerla.
Los ojos de Nigel se hacían más grandes cada vez al escuchar las anécdotas que Abby le contaba, deseando poder ver de cerca la Base Lunar.
Al irse Abby a casa, Nigel se quedó frente a Splinkers en la oscuridad.
—Todo lo que decías era verdad —susurró Nigel. Sabía que a su madre no le gustaba que hablara con él-. ¿La escuchaste? Puedo ser uno de ellos. ¿Crees que sea bueno? ¿Crees que lo logre?
—…
—¿El… el mejor? —sonrió. Esa idea le gustaba.
Supo entonces que él debía formar parte de Los Chicos del Barrio.
