Francesco no sabía exactamente qué hacer. Pudo escuchar a los vecinos del departamento de a lado pelear, cortando su relación y también escuchó un portazo.

Es decir, fácilmente podría ignorarlo. No es su asunto, no debería meter su nariz en cosas que en definitiva no le deberían importar pero... Su pequeño vecino estaba llorando.

No han hablado formalmente, sólo cuando el dueño quiere arreglar los horarios para usar las lavadoras porque cada semana se cambian por culpa del mismo.

Se sentó en su cama y se recargó en la pared. ¿Lovino? ¿Lavinia? ¿Lovina... re? Sí, el nombre de su vecino era Lovinare. Podía escuchar los pequeños y amortiguados llantos. Estaba gritando, sabía que lo estaba haciendo.

No importaba lo gruesas que eran, esas paredes no eran aprueba de sonido del todo.

Se preguntaba, ¿acaso él no tenía algún amigo para llamar y así recibir ayuda? ¿Acaso su ahora ex era su único amigo? Es que, si lo pensaba, nunca vio a personas entrar a su departamento ni escuchó más voces. Aunque muchas veces lo escuchaba hablando solo de trivialidades.

Hm.

¡Tampoco es que fuera un acosador! En la cocina se escuchaban mejor las cosas, por alguna maldita razón.

Se recorrió hasta la orilla de su cama.

Si no hacía algo le iba a comer la culpa, pero si hacía algo, aparte de quedar de entrometido, podría hacer feliz a Lovinare.

Se puso una camiseta blanca y unos zapatos cómodos. Tuvo que hacer una pequeña parada para agarrar unos botes de helado –gracias a Lutz y sus malos regalos de cumpleaños que siempre le son de utilidad en algún maldito momento de su vida–, unas películas de comedia, acción y miedo –Kuroo tenía un excelente ojo para eso, realmente se lo agradecía–, y una caja entera de chispitas de chocolate.

Cortesía del austriaco.

Todo eso lo puso en dos bolsas para que no se mancharan sus películas.

Salió de su casa por la puerta delantera y la cerró tras de él. Suspiró. Tocó dos veces la puerta a la derecha y no hubo sonido alguno. Tocó dos veces más y escuchó unos pasos pesados, el sonido de alguien sorbiendo sus mocos y seguros siendo removidos.

La persona frente a él era un desastre.

—¿Lotti? —Su voz era rasposa y bajita, supuso que por tanto gritar se jodió la garganta, su ropa constaba de una camisa larga y no sabía si tenía shorts debajo. Era algo triste verlo—. ¿Qué hace aquí? Y-yo, ah...

— No... No soy bueno en esto de los rompimientos pero ya he visto en varias películas de comedia romántica que comen helado que tenga mucho contenido calórico y también ven películas, así que... —Subió y movió las bolsas en sus manos, haciendo un poco de énfasis.

Lovinare no dijo nada. No le preguntó del como supo de lo que estaba pasando y cuánto había escuchado de la discusión, pero sus mejillas que antes estaban rojas por llorar, ahora lo estaban por la pena de que alguien lo hubiera escuchado gritar y llorar como niño pequeño. El hombre frente a él suspiró y por última vez, se restregó los ojos por unos segundos para que se fueran las lágrimas.

Francesco esperaba pacientemente de que rechazara su invitación a comer helado y que le cerrara la puerta o, por el contrario, que lo invitara a pasar.

Lovinare dio unos pasos hacia atrás y le vio, haciendo una seña para que se acercara con la mano.

Oh.

Aceptó.

Apenas entró al departamento, cerró la puerta con su pie.