Disclaimer: Kingdom Hearts no es de mi propiedad, y la Neverending Story tampoco . le pertenece a Michael Ende y KH, a Square-Enix y a Disney . III
NeverEnding Story
Prólogo
Fuera de la tiendecita hacía una mañana fría y gris de noviembre, y llovía a cántaros.
La puerta se abrió de pronto con tal violencia que un pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato.
El causante del alboroto era un muchacho pequeño y escuchimizado, de unos diez años.
Su pelo, rubio brillante, le caía chorreando sobre la cara, tenía el abrigo empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera e colegial. Estaba pálido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa de darse, se quedó en la puerta abierta como clavado en el suelo.
Detrás de una pared de libros alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitación, se veía el resplandor de una lámpara. De esa zona iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de tamaño y se desvanecía luego más arriba, en la oscuridad.
Evidentemente, allí había alguien y, en efecto, el muchacho oyó una voz bastante brusca que, desde detrás de la pared de libros, decía:
-Quédese pasmado dentro o fuera, pero cierre la puerta. Hay corriente.
El muchacho obedeció, cerrando la puerta con suavidad.
Luego se acercó a la pared de libros y miró con precaución al otro lado. Allí estaba sentado, en un sillón de orejas de cuero desgastado, un hombre algo mayor. Llevaba un traje rojo arrugado, que parecía muy usado y como polvoriento. El hombre era rubio canoso. Fumaba en una pipa curva, que le colgaba de la comisura de los labios torciéndole toda la boca.
Sobre las rodillas tenía un libro en el que, evidentemente, había estado leyendo, porque al cerrarlo había dejado entre sus páginas el dedo índice de la mano izquierda...como señal de lectura, por así decirlo.
El hombre contempló al pequeño muchacho que estaba ante él chorreando, frunciendo al hacerlo los ojos, y se limitó a musitar:
-Vaya por Dios!
Luego volvió a abrir su libro y siguió leyendo.
El muchacho no sabía muy bien qué hacer, y por eso se quedó simplemente allí, mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Finalmente, el hombre cerró el libro otra vez -dejando el dedo, como antes, entre sus páginas- y gruñó:
-Mira, chico, yo no puedo soportar a los niños. Ya sé que está de moda hacer muchos aspavientos cuando se trata de vosotros...pero eso no reza conmigo! No me gustan los niños en absoluto. Para mí no son más que unos estúpidos llorones y unos pesados que lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las páginas, y a los que les importa un pimiento que los mayores tengan también sus preocupaciones y sus problemas. Te lo digo sólo para que sepas a qué atenerte. Además, no tengo libros para niños y los otros no te los vendo. Está claro?
Todo eso lo había dicho sin quitarse la pipa de la boca.
Luego abrió el libro otra vez y continuó leyendo.
El muchacho asintió en silencio y se dio la vuelta para marcharse, pero de algún modo le pareció que no debía aceptar sin protesta aquél sermón, y por eso se volvió y dijo en voz baja:
-No todos son así.
El hombre levantó la vista despacio.
-Aún estás ahí? Qué hay que hacer para librarse de ti, me lo quieres decir? Qué era eso tan importantísimo que has dicho?
-No era importante-respondió el muchacho en voz más baja todavía-Sólo que...no todos los niños son como usted dice.
-Vaya!-El hombre enarcó las cejas fingiendo asombro-Entonces, tú eres sin duda una excepción, no?
El muchacho no supo qué responder. Sólo se encogió ligeramente de hombros y se volvió otra vez para marcharse.
-Vaya educación!-oyó decir a sus espaldas a aquella voz refunfuñona-Desde luego, no te sobra, porque, sino, te hubieras presentado por lo menos.
-Me llamo Roxas-dijo el muchacho.
-Un nombre bastante raro-gruñó el hombre-con esa equis pululando por ahí. Bueno, de eso no tienes la culpa porque no te bautizaste tú. Yo me llamo Ansem.
-También es raro.-dijo el muchacho seriamente.
-Mmm-refunfuñó el viejo-Es verdad!
Lanzó unas nubecillas de humo.-Bueno, da igual cómo nos llamemos porque no nos vamos a ver más. Ahora sólo quisiera saber una cosa y es por qué has entrado en mi tienda con tanta prisa. Daba la impresión de que huías de algo. Es cierto?
Roxas asintió. Su rostro se puso de pronto un poco más pálido y sus ojos se hicieron aún mayores.
-Probablemente habrás asaltado un banco-sugirió el señor Ansem-, o matado a alguna vieja, o alguna de esas cosas que hacéis ahora. Te persigue la policía, hijo?
Roxas negó con la cabeza.
-Vamos, habla-dijo el señor Ansem-De quién huyes?
-De los otros.
-De qué otros?
-Los niños de mi clase.
-Por qué?
-Porque...no me dejan en paz.
-Qué te hacen?
-Me esperan delante del colegio.
-Y qué?
-Me llaman cosas. Me dan empujones y se ríen de mí.
-Y tú te dejas?
El señor Ansem miró al muchacho un momento con desaprobación y preguntó luego:-Y por qué no les partes la boca?
Roxas lo miró asombrado.-No...no quiero. Además...no soy muy bueno boxeando.
-Y qué tal la lucha?-quiso saber el señor Ansem.-Correr, nadar, fútbol, gimnasia...No se te da bien nada de eso?
El muchacho dijo que no con la cabeza.
-En otras palabras-dijo el señor Ansem-que eres un flojucho, no?
Roxas se encogió de hombros.
-Pero hablar sí que sabes-dijo el señor Ansem-Por qué no les contestas cuando se meten contigo?
-Ya lo hice una vez...
-Y qué pasó?
-Me metieron en un cacharro de la basura y ataron la tapa. Estuve dos horas hasta que me sacó alguien.
-Mmm-refunfuñó el señor Ansem-y ahora ya no te atreves.
Roxas asintió.
-O sea-dedujo el señor Ansem.-que además eres un cobarde.
Roxas bajó la cabeza.
-Y seguramente un pelota también, no? El mejor de la clase con todo sobresalientes, y enchufado con todos los profesores, verdad?
-No-dijo Roxas conservando la vista baja- El año pasado se me cargaron.
-Madre de Dios!-exclamó el señor Ansem-Una nulidad en toda la línea.
Roxas no dijo nada. Sólo siguió allí. Con los brazos colgantes y el abrigo chorreando.
-Qué te llaman para burlarse de ti?
-No sé...Todo lo que se les ocurre.
-Por ejemplo?
-Enano, niñato, chiquitajo, diminuto, tapón, gilip
-No son muy originales-opinó el señor Ansem, cortándole-Y qué más?
Roxas titubeó antes de hacer otra enumeración.
-Chiflado, bólido, cuentista, bolero...
-Chiflado? Por qué?
-Porque a veces hablo solo.
-De qué, por ejemplo?
-Me imagino historias, invento nombres y palabras que no existen, y cosas así.
-Y te lo cuentas a ti mismo? Por qué?
-Bueno, porque no le interesa a nadie.
El señor Ansem se quedó pensativo un rato, en silencio.
-Qué dicen a eso tus padres?
Roxas no respondió enseguida. Sólo al cabo de un rato musitó:
-Mi padre no dice nada. Nunca dice nada. Le da todo igual.
-Y tu madre?
-No tengo.
-Están separados tus padres?
-No-dijo Roxas.-Mi madre está muerta.
En aquél momento sonó el teléfono. El Señor Ansem fue a contestar a una pequeña habitación en la trastienda.
Descolgó el teléfono y Roxas oyó confusamente cómo el señor Ansem pronunciaba su nombre. Luego la puerta del despachó se cerró y sólo pudo oír un murmullo apagado.
Roxas se puso en pie y, de repente se dio cuenta con horror de que iba a llegar tarde al colegio...tenía que correr... pero algo lo detenía, no sabía qué.
Roxas se dio cuenta de que, durante todo el tiempo, había estado mirando el libro del señor Ansem fijamente, y ahora estaba en el sillón de cuero.
Cogió el libro y lo miró por todos lados. Las tapas eran de color cobre y brillaban al mover el libro. Al hojearlo por encima, vio que el texto estaba escrito en dos colores. No parecía tener ilustraciones, pero sí unas letras de inicio de capítulo grandes y hermosas. En la portada habían dos serpientes, una clara y la otra oscura, que se mordían mutuamente la cola formando un óvalo. Y en ese óvalo estaba escrito el título:
NeverEnding Story
Miró fijamente el título del libro y sintió frío y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que tan a menudo había soñado y lo que, desde que se había entregado a su pasión (los libros), venía deseando:
Una historia que no acabase nunca! El libro de todos los libros!
Tenía que conseguirlo, costase lo que costase!
Costase lo que costase? Eso era muy fácil de decir!
Aunque hubiera podido ofrecerle más de los cien platines que le quedaban de su paga..., aquél antipático señor Ansem le había dado a entender con toda claridad que no le vendería ningún libro. Y, desde luego, no se lo iba a regalar.
Y, sin embargo, Roxas sabía que no podría marcharse sin el libro. Ahora se daba cuenta de que precisamente por aquél libro había entrado allí, de que el libro lo había llamado de una forma misteriosa porque quería ser suyo, porque, en realidad, le había pertenecido siempre!
Antes de darse cuenta de lo que hacía, se había metido muy deprisa el libro bajo el abrigo y lo sujetaba contra el cuerpo con ambos brazos. Sin hacer ningún ruido, se dirigió a la puerta de la tienda andando hacia atrás y mirando entretanto temerosamente a la otra puerta, la de la trastienda. Abrió la puerta de cristal sólo lo suficiente para poder deslizarse por ella. Silenciosa y cuidadosamente, cerró la puerta por fuera.
Y sólo entonces comenzó a correr.
Su conciencia, que antes, en la tienda, no había dicho esta boca es mía, se había despertado de repente. Todas las razones que habían sido tan convincentes le parecieron de pronto totalmente increíbles.
Había robado. Era un ladrón!!
Lo que había hecho era peor incluso que un robo corriente. Aquel libro era seguramente un ejemplar único e insustituible. Sin duda había sido el mayor de los tesoros del señor Ansem.
Mientras corría, apretaba contra su cuerpo el libro, por debajo del abrigo. No quería perderlo por muy caro que le costara.
Era todo lo que le quedaba en el mundo.
Porque a casa, naturalmente, no podía volver.
Intentó imaginarse a su padre, sentado en la amplia habitación arreglada como laboratorio y trabajando. Con su blanquecino cabello cayéndole por la cara y tapándole su cansado rostro.
Si volviera a casa ahora, su padre saldría del taller con su bata blanca y le preguntaría:-Ya de vuelta? -Sí-diría Roxas-. -No hay colegio hoy?- Roxas vio ante sí la cara tranquila y triste de su padre y se dio cuenta de que le sería imposible mentir. Pero tampoco podía decirle la verdad. No, lo único que podía hacer era marcharse; a cualquier parte, muy lejos. Su padre no debía saber nunca que su hijo se había vuelto ladrón. Y quizás ni se diera cuenta de que Roxas no estaba ya.
Roxas había dejado de correr. Ahora andaba despacio y, al final de la calle, vio el edificio del colegio. Sin darse cuenta, había tomado su camino habitual. La calle le pareció vacía, aunque había personas aquí y allá. Pero, a quien llega tarde al colegio, el mundo que lo rodea le parece siempre muerto. De todas formas, le daba miedo el colegio, escenario de sus fracasos diarios; le daban miedo los profesores, que le reñían amablemente o descargaban sobre él sus iras; miedo los otros niños que se reían de él y no perdían oportunidad de demostrarle lo débil que era.
Pero cuando iba ahora por sus pasillos llenos de ecos, que olían a cera de pisos y a abrigo mojado, cuando el siniestro silencio de la casa le taponó de pronto los oídos como un trozo de algodón y cuando, finalmente, estuvo delante de la puerta de su clase, pintada del mismo color espinaca seca que las paredes, comprendió que tampoco allí se le había perdido nada. Tenía que irse. Y lo mejor era hacerlo ya.
Pero, a dónde?
Y de pronto se le ocurrió el lugar adecuado, el único en donde-por lo menos de momento- no lo buscarían y encontrarían.
El desván era grande y oscuro. Olía a polvo y naftalina. No se oía ningún ruido, salvo el suave tamborileo de la lluvia sobre las planchas de cobre del gigantesco tejado. Fuertes vigas, ennegrecidas por el tiempo, salían a intervalos regulares del entarimado, uniéndose más arriba a otras vigas del armazón del tejado y perdiéndose en algún lado en la oscuridad. De lo alto, donde había un tragaluz, bajaba un resplandor lechoso.
La única cosa viva en aquel entorno, en dónde el tiempo parecía detenerse, era un ratoncito que saltaba sobre el entarimado, dejando en el polvo huellas diminutas. Allí dónde la colita le arrastraba, quedaba entre las impresiones de sus patas una raya delgada. De pronto se enderezó y escuchó. Y luego -hush!- desapareció en un agujero de las tablas.
Se oyó el ruido de una llave en la gran cerradura. La puerta del desván se abrió despacio y rechinando y, por un instante, una larga franja de luz atravesó el cuarto. Roxas se metió dentro y cerró luego empujando la puerta, que rechinó otra vez. Metió una gran llave en la cerradura y la hizo girar. Luego echó además el cerrojo y dio un suspiro de alivio. Ahora sí que no podrían encontrarlo. Nadie lo buscaría allí.
Poco a poco, sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra. Conocía el lugar. Seis meses antes, el portero del colegio le había pedido que lo ayudase a transportar un gran cesto de ropa lleno de viejos formularios y papeles que había que dejar en el desván. Entonces Roxas había visto dónde se guardaba la llave de la puerta: en un armarito que había en la pared, junto al tramo superior de la escalera. Desde entonces no había vuelto a pensar en ello. Pero ahora se había acordado otra vez.
Roxas comenzó a tiritar, porque tenía el abrigo empapado y allí arriba hacía mucho frío. Por de pronto, tenía que buscar un lugar en donde ponerse un poco más cómodo. Al fin y al cabo, tendría que estar allí mucho tiempo. Cuánto... En eso no quería pensar de momento, ni tampoco en que pronto tendría hambre y sed.
Anduvo un poco por allí.
Había toda clase de trastos, tumbados o de pie. Había algunos animales disecados, medio comidos por la polilla, entre ellos una gran lechuza, un águila real y un zorro, toda clase de retortas y probetas rajadas y muchas cajas y cajones llenos de cuadernos viejos. Roxas se decidió finalmente a hacer habitable un montón de colchonetas viejas que había allí. Cuando uno se echaba encima, se sentía casi como en un sofá. Las arrastró hasta debajo del tragaluz, donde la claridad era mayor. Cerca había, apiladas, unas mantas militares de color gris, desde luego muy polvorientas y rotas, pero plenamente aprovechables. Roxas las cogió. Se quitó el abrigo mojado y lo colgó junto a un esqueleto en el ropero. El esqueleto se columpió un poco, pero a Roxas no le daba miedo. Se quitó también las botas empapadas. En calcetines, se sentó sobre las colchonetas y se echó las mantas grises sobre los hombros. Junto a él tenía su cartera...y el libro de color cobre.
Pensó que los otros, en la clase de abajo, debían de estar dando precisamente Lengua. Quizá tuvieran que escribir una redacción sobre algún tema aburridísimo.
Roxas miró el libro.
Me gustaría saber-se dijo-, qué pasa realmente en un libro cuando está cerrado. Naturalmente, dentro sólo hay letras impresas sobre el papel, pero sin embargo... Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera.
Dentro hay personas que no conozco todavía, y todas las aventuras, hazañas y peleas posibles...Todo eso está en el libro de algún modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso está claro. Pero ya está antes. Me gustaría saber de qué modo.
Y de pronto sintió que el momento era casi solemne.
Se sentó derecho, cogió el libro, lo abrió por la primera página y
comenzó a leer
NeverEnding Story
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Fin del prólogo!! Larguillo, eh??
Bueno, por fin comienza esta ''historia interminable'' en mi versión Kingdom Hearts!! Y no es para todos los públicos! Intentaré ser fiel al libro (no la peli ;3) pero algunas cosas las omitiré y otras las añadiré para que quede lo mejor posible!!!
A lo largo de la historia veréis que es un fic AkuRoku, pero otros personajes del Kingdom aparecerán para ayudar u entorpecer a los protagonistas!!
Dedicatorias:
Axel-the-8th-Nobody: Alguien lo dudaba??
Yuna014: mi Yuni!! Que se lee mis fics -3-
Samantha Uchiha: Nueva adepta entre mis líneas Jujuju
LeyneLex: Niñuuuu k pasa?? Espero que no te aburras leyendo!! Casi todos los capis serán larguitos!! Raro en mí, no? XDD
