Ruido

Chokehold


Alice insistió en que la contratara, que esta vez sí era la última. Que, si ella no me gustaba, ella misma la iba a despedir…

Después de tantos argumentos me dije que ya daba lo mismo, sabía que el resultado siempre iba a ser el mismo e intentarlo una vez más solo para complacerla y, finalmente, decirle que yo tenía razón, era argumentos suficientes como para darle una oportunidad una última vez.

Ella venía de martes a sábado, a las 8 de la mañana en punto entraba por la puerta y a las 8 de la noche – en punto – salía por la misma.

Si no conociera los síntomas tan bien, diría que ella también padecía con lo que yo nací.

Mi mamá siempre fue una mujer muy optimista, y a pesar que mi pronóstico a los 7 años ya no era bueno, siempre me dijo que mi trastorno lo viera como un Don de Dios. Por supuesto, yo no era creyente en ese entonces – ni tampoco ahora – pero como ella tenía la paciencia suficiente para colocar cada cuadro en mi pieza midiéndolo milimétricamente, como no le iba a ser caso a la mujer.

Por supuesto, tomando la debida medicación, yo podía controlarme… controlar este impulso de perfección, pero en ocasiones simplemente no puedo. Necesito la limpieza, necesito desconectar algo que no se use. Necesito verificar 15 veces el cerrojo de la puerta principal y otras 15 para ver si el gas de verdad está apagado.

Obviamente, debido a mi Don, mi trabajo es impecable. Es una suerte, en realidad, que pueda dedicarme a los números y tenga que observarlos una y otra vez hasta que la planilla de Excel cuadre perfectamente y no haya errores.

Me encantan los números.

Me resultan… reconfortantes.

Quizás, como ella.

Estar desde los 7 años en la consulta de un psiquiatra me traía más dolores de cabezas que soluciones a mi don. A los 16 años llegue al acuerdo que solo necesitaba la medicación y que me comprometía visitarlo una vez al año para un control riguroso de mis síntomas.

A esa misma edad fue cuando me di cuenta que en realidad, debía armarme de valor y seguir un camino en solitario, porque los pocos encuentros amorosos que había conseguido, fueron muy desafortunados.

Al momento de hacer el amor, siempre me fijaba en el tamaño de sus pechos, y siempre había uno más pequeño que otro – anatómicamente siempre es así – pero la diferencia de tamaño era abismante, y el acto que debía resultar placentero para mí se volvía una tortura porque me obsesionaba el tamaño.

Ellas tampoco lo aguantaron ¿Quién las culparía?

Pero entonces, nariz perfecta toco la puerta.

E inmediatamente me di cuenta porque Alice la había contratado.

Ojos simétricos

Nariz equilátera.

Labios delgados, casi del mismo tamaño.

Y por fuera, sus pechos lucían del mismo tamaño.

Si la vieras por la calle, obviamente no apreciarías mucha belleza, porque la chica es simple: Cabello castaño, ojos negros, piel pálida como un fantasma, casi grisácea. Contextura delgada, sin siquiera una cintura y senos pequeños.

Pero, si observas con detalle, puedes trazar una línea perfecta entre sus ojos, su nariz y su boca. Porque, literalmente, es perfecta.

- Mi nombre es Isabella Marie Swan – Fue lo primero que me dijo.

Alice le aviso que me gustaba el nombre completo. No apodo. No a medias.

Revise el reloj. Marcabas las 8.00. Era extremadamente puntual o solo quería dar una buena impresión.

- Alice me dio esta dirección.

- …

- ¿Tú eres Edward Cullen?

- Sí

- Perfecto

- …

(en este momento se podrán dar cuenta que no soy un tipo de muchas palabras)

Sin embargo, o ella estaba avisada de este pequeño percance y obvio este dato, porque de su mochila saco una carpeta, perfectamente estirada, negra, de donde saco dos hojas de papel.

- Este es mi curriculum. Ahí puedes ver mis antecedentes.

- Sé lo que es un curriculum.

- …

(Ella se quedó callada, no se disculpó como lo hicieron las otras 14 que inmediatamente se sonrojaban y bajaban la cabeza) (fue extraño)

- ¿Qué es lo que debo hacer ahora? – Me pregunto, mientras yo seguía hojeando su curriculum, observando la nula experiencia que tenía como secretaria.

Dato: aún estábamos en la entrada de mi casa. No me gusta que los extraños entren a mi casa.

- Te llamaré.

Ella hizo una mueca. Adiós perfección.

- Entonces me puedes decir inmediatamente que no estoy contratada. Me ahorras la espera.

Brusca. Directa. Aborrecible. Su personalidad no concuerda con la perfección de su anatomía. Gruñí.

- No es una mentira. En verdad necesito analizar tu curriculum para ver si calificas en el trabajo.

Su ceja derecha se arqueo un poco más. Deja. De. Hacer. Eso.

-Entonces, si califico no califico, ¿igual llamaras?

Maldita ceja. Maldita ceja. Maldita ceja.

Silencio.

Sonreí.

- Te llamaré.

Ella tomo su mochila, se la coloco en ambos hombros. Aquí debo decir que el punto es para ella.

- Gracias por tú tiempo. Adiós.

Se marchó. Y yo la llame sin siquiera observar su curriculum.


Tomo antidepresivos porque mi serotonina es deficiente. Lamentablemente, como efecto adverso, mi libido es inexistente.

Lo era.

Hasta que nariz perfecta llego a mi vida.

Ella llegaba a la hora – cualidad que me volvía loco… de buena forma – con ropa cómoda. Nunca, durante 5 años, me pidió llegar más tarde o irse más temprano. Cumplía con su horario a la perfección. Llegaba, preparaba el café de la forma que a mí me gusta. Se colocaba en su computador portátil y yo leía las noticias con el diario que ella me entregaba todas las mañanas.

Era una rutina que me encantaba.

Y que debo admitir, que, con el tiempo, me hice adicto.

Tener una secretaria para mí era primordial. La cantidad de trabajo nunca parecía disminuir, y a pesar que soy excesivamente ordenado con mis clientes y las reuniones, necesitaba que alguien tan cuadrado como yo me ordenara la agenda día a día para poder hacer mi trabajo.

Y ella lo hizo.

Cada lunes me entregaba la agenda de la semana. Anotaba con detalles el nombre del cliente, el lugar y la hora en que debía juntarme con él. Qué clase de trabajo necesitaba. Y a pesar de ser una función demandante, ella tenía todo prolijamente ordenado, seleccionado y clasificado de forma que a mí me gustaba.

A pesar de que Isabella Marie Swan era una mujer sin estudios, que había dejado la secundaria a punto de graduarse, sin ninguna clase de título educacional, no era una mujer tonta. De hecho, era ingratamente inteligente, y no de manera matemática o lingüística, si no de forma emocional, visual e intrapersonal.

Sabía perfectamente a lo que me dedicaba. Y aun así siguió realizando su trabajo sin hacer ninguna clase de pregunta sobre mis clientes.

Durante su primer año, intentaba hacer conversación conmigo, solamente temas triviales, que tipo de música me gustaba, que tipo de películas veía, que comida degustaba y por qué tenía esta fascinación con los números.

Nunca respondí ninguna de sus preguntas y ella entendió.

Sin embargo, ella sabía cada gusto mío. Solía preparar lasaña, que era mi plato favorito, y escuchábamos Bach porque me gustaba su lógica matemática reproducida a través de la música. Cuando salía a una reunión, sabía que tomaba algo de mi colección de películas por que olía a ella la caja de plástico, a pesar de colocarla en su lugar de origen. Y sabía que me encantaban los números porque era mi momento de silencio entre todo el ruido.

Sin embargo, yo no sabía nada de ella.

Siendo experto en computación (finanzas y computación), los pocos antecedentes que tenía Isabella Marie Swan en el internet eran un vil chiste. Primero, me fui por lo obvio, Facebook, twitter, Instagram. Nada. Luego, por sus antecedentes penales. Para mi sorpresa, fue acusada de un robo en un supermercado, pero solo fue delito menor. Y antecedentes académicos, en donde solo salía la foto de su anuario, en donde ya salía sonriendo con su naricilla perfecta colocando una frase en cursiva

"Conozco mi lugar, pero el no me conoce a mí"

Su madre vivía en Australia, su padre no estaba reconocido. No tenía hijos, al parecer, tampoco novio y no salía trabajos anteriores.

Así que supuestamente Isabella Marie Swan era tan delincuente como yo.


Me acuerdo perfectamente el día en que todo comenzó.

Ella estaba limpiando los platos mientras escuchaba música desde unos audífonos, y quizás, pensando que yo no la estaba viendo, comenzó a cantar y agitar su pelo a tono de la canción.

A ella le gustaba el rap.

Maldita rata.

No le podía gustar otra música más básica que esa.

Sin embargo, en vez de molestarme, encontraba cómico que ella cantara con tanta pasión, se supiese tan bien la letra de la canción para reproducirla con tanta eficacia (era Eminem) y encima, estuviese secando los platos sin problemas.

Se dio vuelta y ahí estaba yo, mirándolo como un tonto.

Y algo raro sucedió.

Isabella Marie Swan era una mujer de carácter fuerte. Si cometía un error – de los pocos que cometió – jamás me pidió perdón. Jamás la vi con cambios de humor. Jamás la vi triste, o si sonreía, era justamente cuando yo no estaba, porque sabía que me incomoda la gente emocionalmente inestable.

(y en general no sé cómo relacionarme con las personas)

Pero en ese instante. Justo cuando me vio

Se sonrojó.

Y fue maravilloso.

El ruido ya no estaba.


Nariz perfecta sin embargo intentó mantener todo con normalidad. Nunca comentó lo ocurrido, y nunca más se puso audífonos después de comer (algo de lo que yo sentía una enorme pena)

Y, sin previo aviso, me vi extrañándola.

Me vi soñándola.

Me vi pensando en ella como una persona.

Cuando llegaba el sábado a las 8 de la noche, comenzaba mi conteo (16 horas) para que ella llegara de nuevo e ingresara por la puerta a las 8 de la mañana.

Las noches del domingo y lunes eran una tortura.

Quería ver su nariz. Quería que se riera de las noticias. Quería que me hiciera preguntas tontas que sabía que me molestaban, pero aun así las hacía.

La quería a ella.

Y ese sentimiento me comenzó a molestar.


Me obligué a no verla durante una semana.

Le pedí que por favor citará todos mis clientes en esa semana, todos los días, en distintos horarios, de manera que yo no podía llegar a la casa. Me aseguraba de marcharme de mi casa antes de que ella llegara – porque ella siempre cumplía con el horario – y volvía pasada las 12 de la noche, cuando era obvio que ella ya no estaba.

Sabía que yo me tramaba algo ¿Qué se podía esperar sorpresivo de mí? ¡Nada! ¿Y de repente quiero ver a todos mis clientes en una sola semana sin descansos?

Ella sabía que yo tenía algo raro, pero hizo lo que yo le dije. Y no la vi.


La segunda semana le dije que por favor no viniera, que me iba a tomar unas vacaciones, que no estaría en la semana, que cancelara la agenda y que volviera el próximo lunes.

.

El martes sobreviví.

.

El miércoles me acabe solo todas las botellas que tenía guardadas.

.

El jueves Alice me llamo, preocupada. No conteste.

.

El viernes a las 8 de la mañana entró Isabella Marie Swan por la puerta.

No fue como en las películas en donde la chica ve al tipo autodestructivo y se pone a llorar, lo besa y arregla su mierda, por que, por alguna razón, Hollywood siempre hace esa misma tontera una y otra vez en sus películas.

Ella tenía rabia. Furia en sus ojos.

Estoy casi seguro que se pusieron aún más negros.

Me miro – yo estaba en el piso, quizás un poco vomitado, en esta etapa ya estaba con delirium trémens – y estoy seguro que me gritó.

- ¡Maldito hijo de puta!

Corrió hacia mí y me levantó.

Quizás esta parte si fue un poco Hollywoodense.

Me llevo a la regadera y me baño con agua fría.

Me vio desnudo, pero no le importo, y si le importo, Isabella Marie Swan tenía una cascara emocional tan grande que lo escondió muy bien.

Sé que me ayudo a colocarme el pijama. Sé que me acurrucó en la cama – y a pesar que yo tenía un ritual, no tenías las fuerzas suficientes para decirle como me gustaba dormir o a qué lado de la cama siempre me quedaba dormido – y sé que se quedó allí hasta el día siguiente.

Lo sé porque fue a ella a quien vi cuando me desperté.

Nariz perfecta estaba a centímetros de la mía. Y nuestras narices hacían un trapecio perfecto.

Era reconfortante.

Ella abrió los dos ojos al mismo tiempo. Era una persona de sueño ligero.

No me dijo nada. Solo me observo. Me vio por un largo rato. Y sé que me grito todas las obscenidades que la RAE ni siquiera ha sabido descifrar.

Quizás cuanto tiempo estuvo allí. Quizás cuanto tiempo me quede yo recibiendo sus garabatos a través de sus ojos.

Lo importante es que el ruido se había ido.


A partir de ahí, Isabella Marie Swan activo su modo de mamá.

La mía había muerto a los 20 años. Hace 15 que me las arreglaba muy bien solo.

Pero un instinto materno tienes las mujeres, que cuando ven a un hombre en aprietos, creen que tienen el derecho sobre uno a obedecerlas como si sus palabras fuesen leyes de la suprema corte.

Nariz perfecta llego para quedarse.

El lunes se sintió en el ambiente, en vez de saludarme de manera normal, me miro despectivamente.

- Cuando quieras entrar de nuevo en plan morticio me avisas por favor – Gruñía, mientras sacaba las cosas de su mochila – No quiero tratar con ningún otro puto cadáver más.

Odiaba las groserías. En verdad no me gustaban.

Pero ellas las decía de manera tan cómica que no me molestaba.

- Lo prometo.

- Y sé que eres bien estúpido cuando se trata de relaciones interpersonales – Seguía gruñendo, esta vez desde la cocina, mientras preparaba café – Pero nuestra relación ya dejo de ser jefe-esclava. Ahora somos amigos.

Esto era nuevo. Sentí pánico. Algo en el estómago.

- ¿Relación? ¿Amigos?

Ella me miro. Coloco los ojos en blanco. Hasta el movimiento lo hacía en total sincronía.

- Deja de darle vueltas al asunto ¿ya? – Coloco el filtro del café.

Se quedó un momento en silencio, jugueteando con el filtro.

Era raro que Isabella Marie Swan se quedara callada. Ella no era así.

Pero me lo dijo.

- Me importas, ¿vale? – Comento, en un murmullo muy suave, casi imperceptible.

Yo lo escuche claro como el cristal.

Pero no se lo dije. A pesar que, para ese momento, yo estaba enamoradísimo de ella.


La mierda se puso demasiado rara.

Isabella no cambio en nada, seguía cumpliendo con esa rutina exquisita que me encantaba, era yo el que estaba cambiando y ella lo notaba.

Tiritaba a su alrededor, porque me moría de ganas de tocar su piel.

Cuando un mechón de pelo le tapaba el ojo, me mordía apretaba la mano para no movérselo yo y colocárselo detrás de su oreja. Cuando me miraba, el ruido se iba, y solo había paz.

Era sorprendente la cantidad de serotonina que esta persona producida en mi cuerpo.

Y sabía que, si la tocaba, si solo rozaba un poco alguna parte de su cuerpo, iba a estar perdido. La iba a necesitar demasiado. Y ella jamás se enteraría, pero yo lo sabía, yo lo sabía muy bien.

Y la mierda se pudo aún más rara (por que sí, se podía poner más rara), cuando un sábado en la noche, a las 7.58, mientras ella arreglaba sus cosas, le sugerí si quería ver una película conmigo.

(en ese momento hasta la silla sudaba)

Ella me miro con las cejas alzadas, claramente sorprendida.

- ¿Lo dices enserio o me estas…?

- Solo lo estoy sugiriendo

Ella se quedó callada, elevo la ceja derecha.

- Edward, dime la verdad. ¿Qué demonios tramas?

Cuando dijo Edward, lo perdí.

Debía tocarla.

Me acerque a ella y ella hizo lo mismo – ambos teníamos intensiones muy distintas – y ella fue la que primero me toco la mano.

- Deja de hacer esta mierda rara. Te dije que somos amigos. Me puedes contar lo que sea… ¿te molesta mi trabajo?¿te molesta lo que hago? Si es así….

Y ella seguía, seguía, seguía hablando y a mí me gustaba el timbre de su voz. Me gustaba como articulaba las palabras. Me gustaba los cambios sutiles de su mímica facial, me gustaba todo. Todo. Todo. Todo. Y me tocaba la mano. Yo odio que me toquen sin mi permiso. Yo odio que me toquen. O odiaba. O. O. O. No sé. Ya no sé. Pero ella me toca. Y me habla. Y el ruido no está. Y Por qué me gusta. Si a mi ESTO no me gusta. Pero ya está. Ella. Ella. Ella está aquí. La mano. La boca. La mano. Me hace cariño. Estoy sudando mares. Estoy sudando terriblemente.

- Edward

Ahí va de nuevo. Lo pierdo.

- Edward, estas demasiado pálido. Siéntate.

8.03. Aún no se va.

Se va a quedar. Se tiene que quedar.

Me sienta. Ella me siente y ahora me toca la frente.

La frente.

- ¿Qué te pasa, Edward?

- Yooo…

Ella por fin se queda callada. Solo escucho el ruido.

Ella dejó de tocarme.

Ahora entiende que me produce cosas.

Lo veo en sus ojos. Ella se da cuenta. Veo justo el momento en que lo entiende por qué mira nuestras manos y mira mis ojos y suelta mi mano y vuelve a mirar mis ojos y una pequeña O se forma en su boca y todo está perdido. Perdido. Perdido.

8.05. Ella se va a ir.

Se está yendo.

- Isab….

- Paso de esta, ¿ya?, llegaré el martes. Te lo prometo.

- Oye…

Pero ella salió corriendo. Ella salió corriendo de la puerta a las 8.06.


El martes llega.

Y se ha puesto un labial muy sutil en los labios. Lo sé, porque para este momento ya me sé cada parte de su piel que hasta puedo clasificar los colores de su cara.

Y luce nerviosa.

Y yo estoy nervioso.

- Hola – Me saluda y me entrega un sobre.

Sé lo que tiene adentro. Pero quiero con todas mis ganas que no sea.

- ¿Qué es esto? – Le pregunto

Ella solo me mira. Me hace el gesto de abrirlo. No quiero.

- ¿Qué es eso, Isabella?

Ella suspira.

- ¿Nos sentamos?

Algo se quiebra en mí.

- Mierda, Isabella – Ella me mira, sus ojos gigantes – Dime. Que. Es.

Masajea sus manos. Isabella Marie Swan vuelve a ser niña ante mis ojos. Una niña que la pillaron haciendo algo malo.

- Escúchame, no puedo seguir aquí, me salió una mejor oferta de trabajo y…

- ¿Necesitas dinero?

Ella permanece muda. Ambos sabemos que me va a mentir. Que está mintiendo.

- ¿Necesitas. Más. Dinero?

Aborrezco cada palabra. Ella mueve sus manos ahora de manera frenética.

Tiro los papeles, voy a mi pieza y ella me sigue.

- Edward, mira, hablemos.

Me piza los talones, cuando saco la chequera, ella entiende y se enoja.

- ¡No quiero más dinero!

- ¡Entonces que es lo que quieres, maldita sea!

Ella está furiosa. Quizás un poco más que yo.

- ¡Dímelo!

Ella se queda callada. No dice nada. Los movimientos de sus manos cesan. Ella es puro fuego. Sus cejas están tan juntas que casi se tocan. Avanza hacia mí.

Un paso. Dos pasos. Tres pasos.

- .lo

Engancha sus dedos alrededor de mis muñecas. Su furia a flor de piel, pero dominando la situación. Porque sabe que ya me desarmó.

Y se acerca. Y sé que va hacer. Y ella sabe que va hacer. Pero no lo quiero admitir, porque este momento lo es todo. Este momento me hace olvidar todo.

Y me toca. Y nunca he sentido esta conexión antes. Nunca así de pasional. Vigorosa. Ella está en todos lados, pero sobre todo en mi boca. Está en mi pelo, en mi pecho, en mis manos, en mi boca, en mi lengua. Intenta pegarse más a mí, como si nuestras pieles se pudieran unir, pero tenemos esta barrera. Los dientes chocan, una, dos, tres veces. Nunca había sido besado así. Nunca me había sentido así.

Y llegamos a la cama, yo, obnubilado, ni siquiera me doy cuenta, pero ella me tiró encima de la cama, me tiró simplemente y sonríe, como si hubiese ganado la lotería, respira. Me toma de las solapas de mi camisa, se sienta encima de mi cadera. Ella sonríe y creo que yo sonrió. No lo sé. Estoy demasiado concentrado en identificar esta nueva sensación que todo me llena.

- A ti – Me responde, besándome – Te quiero a ti.

Y sé que la voy a cagar. Sé que está podría ser la primera y la última. Sé que por mi don-condición, ella se va a buscar a otro, que otra persona la podría ser incluso millones de veces más feliz que yo. Sé que esto se volverá un problema, así que es el único momento en donde me dejo a su merced.

Quizás esta sea la única vez en que ella pueda ser mía y yo pueda ser suyo.

Así que cuando me besa de nuevo, no hay inhibiciones, le quito el sweater y ella me quita los pantalones. No está siendo lento, no está siendo romántico, pero es una necesidad, impetuosa, exorbitante, necesito la liberación. Ella mordisquea, juego un rato en mi cuello y yo intento quitar su sostén. En un cambio brusco ella queda debajo y ahí están, el maná de los manás, el tesoro más preciado. Dos pechos redondos, rosados y simétricos.

Me prende a mil.

Los devoro.

Ella sonríe, cierra los ojos, mueve su cabeza hacia atrás. Juega con mi pelo, baja hasta mi estómago, sube y baja por mi miembro, me tienta, juega conmigo y me encanta.

- Yo también – Le susurro en el odio, mientras con mis dedos juego con sus pechos, ella se contornea en la cama como una culebra – Yo también. Yo también – Repito, y repito – Yo también, yo también.

Sigue bombeando, ya me ha despojado de mis boxers, y yo de sus calzones. No sé cómo se hacía esto, no sé qué seguía, hace mucho tiempo que no estoy con una mujer, pero es Isabella Marie Swan de quien estoy hablando, la muchacha que no tiene un pelo de vergüenza. Ella toma mi mano, me guía hasta su entrepierna y ella se provoca placer, pero usando mi mano, y me gusta que ella me use, en estas circunstancias, sintiendo su cuerpo caliente.

- Yo también – La beso, dientes chocan – Yo también, yo también.

Bombea. No puedo controlarlo. Ella sonríe cuando sale el líquido blanquecino.

- ¡No, no por favor! - Le suplico que pare.

- Tranquilo – Me acaricia la frente, mientras continúa bombeando – Vamos a seguir, todo terminara bien, confía en mí.

Y yo, como un muñeco, confió en ella.

Me cansa, cubro su cuerpo con mi líquido y sé que debería ser asqueroso, pero ella está feliz, se ve feliz, y yo me acuesto encima de ella, intentando abarcar todo su cuerpo con el mío. Mi cabeza cae justo en el hueco de sus pechos, y el sonido de su corazón es delicioso. Me calma.

- Yo también. Yo también – Continuo, mientras no para de bombear – yo también.

- Edward, cariño – Me dice, de la manera más tierna que le escuchado jamás – Te necesito adentro, por favor

- Yo también – Le digo, y ella rie con una carcajada tan fuerte, que me llena de alegría.

Me recupero, exploro su cuerpo, toco por fin, sin miramientos, su pelo, ella suspira cada vez más fuerte, hasta que comienza a gemir, le beso los ojos, su nariz perfecta, sus labios perfectos, su cuello perfecto y mi tesoro favorito: sus pechos perfectos.

- Por favor – Gime, una y otra vez – Por favor, Edward.

No entiendo que quiere. Yo no paro de repetir lo mismo. La miro preocupado. Quiero dárselo, pero no entiendo.

Ella deja de bombear, y lleva mi miembro a su entrepierna. Entiendo.

- Y-yo tam… ay – Es demasiado perfecto. Su calor me invade. Nunca me había sentido así.

- Sigue, por favor, no pares – Me suplica, acariciándome la nuca, me mira con ojos suplicantes.

- También, yo, Ah

- Por favor

- Yooooooooooo también…

Y lo siento. Ella también. Porque ambos nos sacudimos, como si fuese un terremoto, y es maravilloso. Todo es maravilloso.

Porque siento todo su cuerpo. Siento toda su piel. Siento todo su calor. Siento todo su ser. Y cuando estoy con ella, se acaba el ruido.


Okay. Volví. Chan.

Primero que todo, esta es una idea que se me vino a la mente antes de dormirme. Espero que se haya entendido el diagnóstico que tenía Edward y quiero aclarar un par de cosas.

El ruido que el siente, lo atribuí a un tinnitus, que es básicamente ese pitido que uno siente a veces en el oido. Cuando uno lo escucha, generalmente es momentáneo, pero existen casos en donde te acompaña la vida y nunca para y no tiene tratamiento ni remedios para mejorarlo (salvo el desvió de la atención del mismo sonido a otra cosa)

Conozco a gente que tiene OCD pero en sí no soy una profesional del tema, asi que si alguna de ustedes lee sobre el tema y encuentra incongruencias en el comportamiento de Edward, por ejemplo, les pido perdón, pero encuentro que fue interesante escribir desde el punto de vista de él y me moría de ganas de hacerlo. jeje.

Plantie esta historia como un One-shot, pero estaba pensando terminarlo como un two-shoot. No será una historia gigante, solo algo cortito (aun que estuve toda la tarde escribiendo)

La frase en cursiva del anuario de Bella corresponde a la frase: I know my place but it don't know me que es una canción de la banda Band of Skulls llamada Cold Fame. (una de mis favoritas)

Cualquier duda que tengan referente al fic, o que me quieran comentar, o hacer saber, con gusto se las responderé y si quieren dejar un review estaría muuuuy agradecida.

Ojalá les haya gustado!

Saludos!