N de la A. Conmemorando el onomástico de los caballeros nacidos bajo el signo de Acuario, esta es una colección de oneshots dedicados a ellos... y a su forma de ver la vida... y el sexo. Cada episodio está basado en uno de los sentidos: tacto, gusto, oido, vista, olfato y por último, intuición.
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Summary: Dègel sabe que la vorágine pasional a la que le ha arrastrado Kardia no es fortuita, se trata de un descubrimiento negado desde mucho tiempo atrás y que se resume en la transparencia de sus encuentros arrojados.
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ÉROTISME: TOUCHER
(fr. Erotismo, tacto, sentido del.)
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Sólo el latido al unísono del sexo y del corazón puede crear el éxtasis.
Anaïs Nin.
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Para IGR, manifestation de l'amour…
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La visión de su propia sexualidad, sexualidad profunda, causaba estragos en su mente, porque todo lo que hasta entonces conocía del tema había quedado superado, catapultado, hacia límites insospechados. Relaciones cercanas y necesarias, obligatorias, desde que tenían quince años, habían quedado atados a un mismo destino: la senda de los guerreros de Atenea. Kardia era su parabatai, su igual.
¿Igual?
No, no eran iguales, técnicamente no, pero sí era su compañero de armas. No iba a negar que el influjo del cretense le provocaba la más absoluta desmesura, ya no tenía caso negarlo ni ocultarlo, ni nada.
Kardia por su parte había considerado muchas veces la posibilidad de… agarrarle el culo, ese fue su primer pensamiento cuando lo vio de pie, airado, enojado porque le había, literal, ladrado, que no necesitaba una nana, mucho menos una como esa que apenas se levantó de la cama, le instó a que regresara, contrario a la voluntad de Acuario, le habían hecho responsable de su salud y en resumen, de su vida. Así que pensó en que a pesar de lo nefasto que era aquel mozo con cara de ángel, cuyo nombre era Dègel, quería agarrar ese culo bien formado, firme, a sus quince años, estaba bien hecho…
Kardia era así, exudaba sensualidad, sexo… y tal como se lo reclamaba su compañero: todo con él acababa en alguna referencia obscena.
El recuento de los días, de las semanas, los meses, y luego los años, pasaron para los dos, guardando lo que en su interior los dos sabían que había surgido. Entre juegos, entre bromas pesadas, enojos… Dègel Aesgir de Ketill se acostumbraba demasiado cómodamente a él… estaba tan acostumbrado, tanto… que se le olvido todo lo que debió ser y no fue, se le olvido.
Muchos años después, Sage mismo le diría a Kardia, que los problemas entre ellos dos… eran culpa de aquel quién le enseñó las emociones… pero que no le enseñó a controlarlas. Sería muy tarde…
A veces Kardia se desgañitaba cuando Dègel lo reprendía o trataba de ponerle un límite… y él otro lo ignoraba, como cuando insistía en que le mostrara el tatuaje de la casa de Ganimedes… el que ocultaba celosamente en su cuerpo. Por supuesto al cretense le daba lo mismo, con menos de un año de conocerlo, ya le había visto todo… t-o-d-o. El griego no tenía empacho en andar desnudo por su templo, en nadar en el mar así, sin nada…
—¡Por todos los dioses! Kardia… ¿Te vas a meter así al mar? —exclamó el normando bajando la vista cuando el otro muy carnaválicamente se desprendió de la ropa.
—Pues claro, ¿no esperarás que me meta a nadar con ropa o sí? —Contestó con bastante naturalidad—, vamos como si no me hubieras visto ya…
—He visto más de lo que desearía…
Luego corrió por la playa, con su cabello desordenado cayendo por su espalda, nada le importaba a ese griego del carajo, nada, ni siquiera le importaba pasear su espléndido cuerpo delante de él, que en silencio, se debatía entre mirar o no mirar… y miró… y se escandalizó…
—Joder, Kardia… ¿Cómo coño es que tienes las nalgas bronceadas igual que el resto del cuerpo? —se preguntó arqueando una ceja bífida, y la respuesta sólo podía ser… que se bañaba en el mar desnudo y que a saber en dónde se tendía, como mantel, a dorarse al sol… desnudo.
A lo largo del tiempo se dio cuenta de algo: que Kardia era de los que necesitaban tocar, que pasara lo que pasara estaba acostumbrado al contacto físico, y eso era lo que le ponía los pelos de punta. Contrario a él, Dègel era muy celoso con su espacio personal… y el griego no respetaba nada, ni su espacio, ni su thòlos, ¡ni a él!
Lo tocaba… se acercaba… estaba ahí… había invadido todo, se había instalado sin su permiso… y él lo había permitido… porque le gustaba más de lo que quería admitir.
Y cuando Kardia dejó de parecer un efebo, porque en sus primeros años, el moreno era más menudo y más bajo que el normando, finalmente alcanzó su estatura definitiva y la masa muscular adecuada… el hijo de Ganimedes se permitió analizarlo apreciativamente: unos centímetros más alto que él, más musculoso eso sí…
"Se llenó de bolas… ¿En qué momento?", pensó con cierto tono guarro.
Avanzó, fue avanzando, ganando terreno… y él lo dejó. Nunca fue tan consciente de ello hasta que viajó una primavera, la última, a Bluegard.
—¡Otra vez te vas, te largas a ese lugar hasta el culo del mundo! —bramó el cretense.
—Ya lo sabes, no es la primera vez, ¿a qué viene el drama? —mientras seguía acomodando las cosas que se llevaría para el largo viaje.
—¿Qué tanto vas a ver allá? ¿Nieve?
—No te importa.
—¡Ah! Ya sé… ¿No será que tienes algún eromenoi, escondido entre la nieve? ¿No será que vas a pasear tu divino trasero allá buscando calentar el cuerpo de alguien más…?
Un puñetazo fuerte y bien acomodado en el rostro le hizo callar, se llevó la mano al rostro que se amorataba.
—Tengo razón… ¿Verdad?
—Tú no sabes nada…
—¿Es tu amiguito ese… el de Bluegard? —Interrogó con un mohín de molestia—, vamos Dègel… ¿El amor de tu infancia? —le dijo con crueldad.
—No te atrevas Kardia… además, ¿a ti que te importa?
—Me dejas aquí aventado y te largas a tener unas vacaciones de romance…
Se quedó boquiabierto… hasta ese momento, con una claridad inaudita, notaba que se resumía a eso: a los celos del griego. Celos que le durarían siempre, y con sobrada razón… pero eso… era otra historia.
Sí… Kardia le enseñó a tocar… a sentir con la piel… y ¡Qué bien se sentía!, algunas veces deseaba nunca haberse enterado, de esa manera le dolía menos cuando no estaba cerca, le escocía menos… ya sabía cómo se sentía… y le gustaba.
Kardia era la viva representación del hímeros(1) y para el griego, Dègel no era sino el peitho(2)…
Estaban en la reunión, en el Salón Maestro, con el Strategos, el Arconte de Acuario había llegado a la desfachatez de observar, sin perder detalle, a su compañero, sentado delante de él, a unos metros.
Ni siquiera escuchaba lo que Sage estaba diciendo… estaba perdido desmenuzando parte por parte el perfil del cretense, su nariz perfecta, sus labios carnosos, lascivos, la curva sensual de la mandíbula, la piel del cuello, el hueso en el centro, que se movía cuando tragaba saliva, su piel… su piel morena… caliente… caliente como nunca había sentido… no sólo era que el Arconte de Escorpión era en sí una antorcha humana… era que su piel le inflamaba…
Y ahí estaba él, haciéndose agua en su silla, moviéndose incómodo, moviendo las piernas, cruzándolas, descruzándolas, lo que fuese para evitar pensar en la maldita erección que tenía entre ellas y que estaba apretando contra la ropa, una erección completa, de envidia…
Tuvo que interrumpir su viaje imaginario por el cuerpo de Kardia cuando Sage se volvió a él, fingió que atendía. Y le dieron ganas de bajar la mano y congelarse la entrepierna.
El Patriarca hablaba de cosas importantes y él le ofrendaba con casi una polución inmediata, dedicada a la figura del octavo guardián. Se sintió mal, sumamente mal.
Los ojos azules del cretense se clavaron en los de Dègel, en su azoramiento… y agradecía a los dioses por haberle dado el don de detectar el pulso, los latidos del corazón… no tenía un sentido tan fino como su maestro, pero lo tenía, así fue que lo supo… que lo que tenía su parabatai, se resumía al deseo, a las ardides de Afrodita… el corazón se le había acelerado, como cuando…
Le hubiese gustado tomarlo por la cintura y subirlo a la mesa… o empujarlo con todo y silla para sentarse encima de él y cabalgarlo rápido, con fuerza, hasta hacerlo correrse, y que todos le vieran le daba lo mismo…
Sonrió cómplice a su compañero. Como si le dijera: "lo sé, sé en qué estás pensando", el francés bajó la vista, se mordió los labios… y contó los segundos, los minutos…
Qué curioso… poco a poco habían ido cayendo sus prejuicios a sus pies, primero con las escapadas a la villa, luego... cuando se hizo de aquella amante, de aquella mujer que tenía el mismo color de ojos que Kardia, el mismo color de piel… era un franco depravado… y después… ya roto el voto de celibato, lo siguiente fue él…
Fingir que nada pasaba, caminar con la molestia de la erección tratando de liberarse.
Kardia estaba muerto de la risa, como siempre, de una u otra manera, siempre se reía.
—Deja de reírte, idiota.
—Debiste levantarte para ir a los servicios y atender eso…
—Tú tienes la culpa —gruñó.
—¿Yo? ¡Pero si ni te he tocado!... aunque… —se acercó para susurrarle—, en cuanto lleguemos… sí que te voy a tocar… todo, completo… es más… te voy a lamer…
Dègel tragó saliva espesa, el corazón se le desbocó y poco faltó para echar a correr por Sagitario y Capricornio para llegar más rápido, cuál atleta en la carrera pedestre para recibir la corona de laurel y ser ungido en aceites… pero más bien deseaba ser ungido en otros fluidos.
"Bien, Acuario es más cercano que Escorpión, joder… "
Si él hubiese sido una mujer en vez de un hombre… seguramente estaría mojada, húmeda hasta estar resbalosa y pringosa, sólo para recibirle, para acogerle en su sexo…
No tardaron mucho en estar a solas, cuando ya el último, Shion, pasó por ahí, fingieron que hablaban de algo en un libro que supuestamente Dègel le mostraba a Kardia, fingieron que no deseaban nada más que una charla intelectual.
Kardia le dirigió una mirada, la penetración inequívoca de esa mirada, misma que descubre en él hasta lo esencial de su deseo, finalmente él, el griego, es un amante, al servicio de la pasión, cuyo poder erótico nada permite presagiar, se dan cuenta de que juntos viven una locura sexual de una violencia, para ellos desconocida.
Lo empuja hasta la habitación, a la cámara privada del thòlos de Acuario, y mientras lo hace, va descubriendo su piel, va apretando su cuerpo contra el suyo, sintiendo todo contra la ropa, el obstáculo textil, antes de que cierre las puertas tras de sí, están enganchados en un beso que busca someter, ni uno ni otro tienen tregua, ni perdón de los dioses, no ha caído el sol y ya están deseándose como locos, no importa lo que pase, más noche, también lo harán… y en la madrugada… es probable que despierten y azoten el colchón…
Para Kardia es el deseo de su cuerpo y el atractivo de su inteligencia, aunque jamás lo va a reconocer, que le gusta por eso también, por inteligente…
Las manos tibias se pierden entre la ropa del normando, le despojan de aquello que oculta su cuerpo, y si no se desprende rápido, lo rompe, ya ha pasado eso, que acaba rompiéndole la ropa, lo mismo que también le ha hecho Dègel, desgarrarle el uniforme de entrenamiento.
La piel blanquísima del normando… lo echa en la cama, ahora ya carecen de pudor, el francés se le abalanza para acabar por desnudarlo, se restriega contra su piel morena, ávido, completamente perdido, lo aprieta contra su desnudez, contra la erección que amenaza con disparar como arpón. Las manos de su amante griego le hieren, le abrazan, le dicen que es suyo, suyo como nunca será de nadie, es cierto… nunca pertenecerá a nadie, lo mismo que el griego… tampoco podrá ser de nadie más que de aquel que le cuidó.
Y mientras lo tiene encima, lo contempla, todo él, belleza única.
Luego lo acuesta, pelean un rato por quién domina a quién, hasta que Kardia acaba lamiéndolo, todo, como lo prometió, parte por parte, milímetro a milímetro, su piel sabe a algo que nunca había probado, lo muerde, lo estrecha, lo deja marcado, Dègel se retuerce gime bajito, todavía le da pena jadear con fuerza, a pesar de los años follando como posesos. Al final, no ha podido evitar gemir más fuerte cuando la lengua caliente de su amante se deslizó por entre sus piernas, devorándolo, hasta que la garganta no le dio para más, sentía como constreñía contra el paladar, como se ponía cada vez más firme, insoportablemente firme.
La piel de Kardia, tan caliente… íntimamente Dègel pensó muchas noches, que lo único que desearía para dormir, sería cubrirse a Kardia. Sólo eso. Su piel es un vicio, algo sucede que con un simple toque, lo desea, de la forma más brutal y primitiva. Es como una adicción.
Lo suelta de entre sus labios. Y antes de que diga nada, de que proteste, se sube a horcajadas sobre su cuerpo, es un espectáculo divino, el de Kardia con las piernas abiertas, expuesto, cada músculo tenso, le sonríe con lujuria inaudita, voraz.
Y deja que guíe su erección hasta el templo por adorar, siempre duele, pero con el tiempo se acostumbraron, además… el deseo que siente por el francés es mayor, así que vale la pena sentir que le parte el culo en dos.
Se muerde los labios, jadea… sube, baja… más rápido… al golpe de cadera del otro…
—Odio que hagas eso…
—¿Qué… cosa?
—Tan rápido… vas a hacer que…
—Eso quiero… que te corras… rápido… que te vengas… que grites…
Acaban riendo… impúdicamente… hasta el orgasmo… hasta el francés orgasmo de Dègel, hasta que sus mejillas se sonrojaron y su piel se contagió del calor que desprendía su parabatai.
No conforme, el normando lo jala por la cadera, lo atrae, hasta que sus piernas aún abiertas, descansan entre sus brazos, separados de su cuerpo, contra sus axilas húmedas de sudor, tiene su sexo tan cerca, su miembro ardiente, firme, y visto desde esa posición, casi desde abajo, se pregunta cómo es que todo eso le cabe dentro… se muerde los labios y se lo lleva a ellos, a la boca, como quien se lleva el bocado preciado, lo engulle, lo único que hace el cretense es asirse de la cabecera de la cama, evita moverse contra su boca, porque sabe que lo ahogaría y por supuesto que no quiere que le vomiten encima… aunque no puede controlar del todo el impulso.
Su rostro tan angelical… el Arconte de Acuario haciéndole una felación de los mil demonios, Afrodita se quedaría estúpida en comparación con la boca de Dègel, aprieta la cabecera labrada, la aprieta con fuerza, las gotas de sudor escurren libres por su piel morena hasta que cumple su cometido y el otro acaba llenándose los labios de la tibieza de su semen.
Lamió sus labios y limpió los restos, apenas una solitaria gota lánguida que se le escapo, sabía un poco salado, a veces podía detectar cuando Kardia había comido muchos cárnicos, porque sabía distinto, y cuando se daba aquellos simpáticos atracones de manzanas… el sabor era sutil… nada como cuando comía naranjas… sabía a cítricos… era un catador…
Kardia se recostó con cuidado, después se desplomó.
Ambos se sonrieron, era mucho su cinismo, era demasiado lo que sentían y no querían evitar, se preguntaban cuanto tiempo les tomaría estar uno encima del otro de nuevo, ¿quince minutos, veinte? Tal vez menos… para entonces seguramente el francés acabaría gimiendo empalado sin piedad por él… pero no importaba… abajo, encima, de lado… había descubierto su sexualidad y también lo mucho que le gustaba follar… follar con él…
(1)hímeros – Deseo, lujuria, deseo sexual.
(2)peitho – Persuasión amorosa que viene de las divinidades.
