Cazadores Nocturnos

By blackbomberwoman

Adaptación de libro de Amanda Quick:

"Amantes y sabuesos" con personajes de Sailor Moon, propiedad de Naoko Takeuchi y Toei Animation.

Capítulo 1

El primer indicio de que sus cuidadosos planes para la noche habían fracasado, surgió cuando abrió la puerta de sus aposentos y vio a Cleopatra en la entrada.

—Maldición —masculló él—. Esperaba a Minerva.

Las expectativas de una noche de pasión en una cama confortable con Serena Tsukino, su amante y socia ocasional, se disiparon como la niebla. Su pasado le había alcanzado en el momento más inoportuno.

—Hola, Seiya.

La mujer apartó el antifaz verde que, sujeto a una varilla dorada, sostenía con la mano. La diadema en forma de cobra que adornaba su larga y elaborada peluca negra brilló a la luz de un aplique cercano. Una sonrisa irónica iluminó sus ojos oscuros.

—Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? ¿Puedo entrar?

En concreto habían pasado tres años desde que Seiya viera por última vez a Kakyuu Chiba, aunque ella no había cambiado mucho. Todavía era una mujer de extraordinaria belleza, cuyo perfil clásico encajaba a la perfección con su disfraz de la reina de Egipto. Él sabía que el color natural del cabello de Kakyuu era rojizo intenso. El vestido verde pálido con bordados dorados realzaba su esbelta y proporcionada figura.

Lo último que quería hacer aquella noche era retomar viejas amistades, pensó Seiya. Además, la aparición de Kakyuu Chiba le había puesto definitivamente de mal humor. Los recuerdos de la mala época de hacía tres años cayeron sobre él con la fuerza de olas tormentosas.

Seiya recuperó con esfuerzo la compostura. A continuación echó una rápida ojeada al pasillo. No había señal de Serena. Quizá, si actuaba con celeridad, podría librarse de aquella visitante inoportuna antes de que la noche se fuera por completo al traste.

—Supongo que será mejor que entres.

Seiya la hizo pasar con desgana.

—No has cambiado mucho —murmuró ella—. Tan amable como siempre.

Kakyuu entró en la habitación iluminada por el resplandor de la chimenea. Tras de sí dejó un murmullo de enaguas de seda y un rastro de perfume exótico. Seiya cerró la puerta y se volvió a mirarla. Durante el baile de disfraces celebrado a última hora de la tarde no había visto a ninguna Cleopatra. Aunque eso no resultaba extraño porque el castillo Gurio era enorme; una edificación que había crecido de una forma incontrolada. Además, aquella noche estaba repleto de gente y Seiya sólo se había interesado por una invitada en concreto.

Él había conseguido su invitación por medio de Lord Taiki. Su primer y automático impulso fue rechazarla, pues no estaba interesado en acontecimientos semejantes. En concreto, las fiestas particulares le resultaban tediosas. Aunque lo cierto era que tenía poca experiencia en esa clase de celebraciones.

Pero entonces Taiki le recordó la singular atracción de las fiestas campestres bien organizadas: «En efecto, los desayunos son largos y aburridos, las conversaciones frívolas y los juegos estúpidos, pero ten presente un aspecto esencial: tú y la señora Tsukino dispondréis de aposentos privados. Además, nadie prestará la menor atención a si ocupáis uno o los dos aposentos durante la noche. En realidad, el verdadero objetivo de una fiesta privada bien planificada es proporcionar multitud de oportunidades de este tipo.»

Aquella información sobre la verdadera naturaleza de las fiestas multitudinarias sacudió a Seiya con la fuerza de un rayo. Taiki, que no pensaba asistir al castillo Gurio, le ofreció amablemente uno de sus carruajes para realizar el viaje, y Seiya se mostró entusiasmado.

Cuando Serena aceptó el plan con pocas demostraciones de alegría Seiya experimentó sorpresa y alivio al mismo tiempo. Aunque le dio la impresión de que la mayor parte de su interés se debía a que el acontecimiento constituía una oportunidad excelente para entablar nuevos contactos de trabajo, Seiya no permitió que eso lo desanimara. Por primera vez en su relación podrían disfrutar no de una, sino de dos noches en la acogedora calidez e intimidad de un lecho en toda regla.

La idea le resultaba muy atractiva. Por primera vez, no tendrían que esconderse en los rincones más remotos de los parques o apañárselas en el escritorio del pequeño estudio de Serena. Durante tres días fabulosos, él no tendría que depender de la benevolencia del ama de llaves de Serena, quien, a veces, accedía a ir a comprar grosellas cuando él llegaba de visita.

Sin duda, Seiya disfrutaba de los breves y escasos encuentros con Serena en la ciudad; sin embargo, aunque resultaban muy estimulantes, solían ser breves y, a veces, incluso estresantes. El clima londinense tenía la mala costumbre de ser lluvioso cuando escogían el parque para una de sus citas y nunca se sabía cuándo Mina, la prima de Serena, podía regresar, de la forma más inoportuna, a la casa.

Además, había que contar con la naturaleza impredecible del tipo de trabajo al que tanto él como Serena se dedicaban. Cuando uno ofrece sus servicios como investigador privado nunca sabe cuándo llamarán a la puerta los clientes.

Seiya miró a Kakyuu.

—¿Qué demonios haces aquí? Creía que estabas en París.

—Ya sé que eres directo y, en ocasiones, hasta grosero, Seiya, pero creo que merezco una bienvenida más calurosa por tu parte. Después de todo, no soy sólo una simple conocida, ¿no te parece?

Ella tenía razón, pensó Seiya. Los dos estaban unidos para siempre, tanto por los sucesos del pasado como por el difunto Darien Chiba.

—Acepta mis disculpas —pidió Seiya en voz baja—. La verdad es que me has pillado desprevenido. No te vi llegar esta tarde con el resto de los invitados y tampoco te he visto en el baile de disfraces de esta noche.

—Llegué tarde, ya habían empezado las actividades. En cualquier caso, tú estabas muy ocupado con tu amiguita rubia. —Kakyuu se sacó los guantes con elegancia y tendió las manos hacia el fuego —¿Quién es ella, Seiya? Nunca habría dicho que fuese tu tipo.

—Su nombre es señora Tsukino.

Seiya ni siquiera intentó suavizar la brusquedad de sus palabras.

—Ah..., comprendo. —Kakyuu dirigió la mirada hacia las llamas—. Sois amantes. —Y lo dijo como una afirmación, no como una pregunta.

—También somos socios —replicó Seiya sin alterarse—. A veces.

Kakyuu lo miró. Enarcó las finas cejas en una leve expresión de burla. —No lo comprendo, ¿te refieres a algún tipo de negocio financiero en el que ambos participáis?

—En cierto sentido, la señora Tsukino y yo nos ganamos la vida de la misma manera. Al igual que yo, recibe encargos para llevar a cabo investigaciones, y algunos de los trabajos los realizamos juntos.

Kakyuu esbozó una sonrisa.

—Supongo que la investigación privada es un paso más en el escalafón del espionaje. Aunque debo decir que no es tan respetable como tu profesión anterior, la de hombre de negocios.

—En mi opinión, encaja con mi temperamento.

—No te preguntaré cómo se ganaba la vida tu socia antes de iniciarse en esta curiosa profesión.

Aquello era más que suficiente, pensó Seiya. Las obligaciones hacia los viejos conocidos tenían un límite.

—Kakyuu, cuéntame por qué has venido. Tengo planes para el resto de la noche.

—Planes que, sin duda, incluyen a la señora Tsukino. —El tono de su voz era de auténtica disculpa—De verdad lo siento, Seiya. Créeme cuando te digo que no habría acudido a tus aposentos a esta hora si no se tratara de un asunto de extrema urgencia.

—¿Tu asunto puede esperar hasta mañana?

—Me temo que no.

Kakyuu se volvió de espaldas a la chimenea y avanzó, con lentitud, hacia Seiya.

Kakyuu era una mujer de mundo y Seiya sabía que estaba bien adiestrada en el delicado arte de esconder sus emociones y sus sentimientos. Sin embargo, percibió una leve sombra detrás de su expresión de frialdad. Él había visto aquella misma sombra en otras personas y la reconoció de inmediato: Kakyuu Chiba estaba asustada.

—¿Qué ocurre? —preguntó con más amabilidad.

Ella suspiró.

—No he venido a pasar unos días en el campo. Ayer mismo no tenía ninguna intención de asistir a la fiesta del castillo Gurio. De hecho, decliné la invitación hace ya unas semanas. Pero las circunstancias han cambiado. Estoy aquí porque te he seguido.

Él miró el reloj de bolsillo que había sobre el tocador y vio que era casi la una de la madrugada. El silencio reinaba en el castillo y en cuestión de minutos Serena llamaría a la puerta. Seiya tenía mucho interés en deshacerse de Kakyuu antes de que su socia llegara.

—¿Por qué demonios me has seguido hasta aquí? —preguntó—. Son seis horas de viaje desde la

Ciudad.

—No tenía otra alternativa. Esta mañana he ido a tu casa de la calle Slate, pero ya te habías marchado.

Tu asistente me ha dicho que habías salido hacia el castillo Gurio y que estarías fuera durante unos días. Por suerte, me acordé de que la invitación mencionaba el baile de disfraces, de modo que, en el último minuto, conseguí esta peluca y la máscara.

—¿Recibiste una invitación para esta fiesta? —preguntó Seiya con curiosidad.

—Sí, desde luego. —Kakyuu sacudió la mano como restando importancia a aquel hecho—. Lady

Gurio envía invitaciones a todos los miembros de la alta sociedad. Le encantan las reuniones sociales.

De hecho, han constituido su pasión durante años, y lord Gurio está encantado de complacerla.

La expresión «todos los miembros de la alta sociedad» no incluía a Serena ni a él, reflexionó Seiya. Ellos conseguían mantenerse en los límites de los círculos de la alta sociedad gracias a su relación con ciertos clientes ricos y poderosos, como Taiki y la señora Mizuno. Sin embargo, estas relaciones no los incluían, de forma automática, en las listas de los invitados regulares a los acontecimientos sociales.

Por otro lado, el árbol genealógico de Kakyuu era impecable. Ella era el último miembro de su familia y controlaba una considerable herencia que había recibido de su padre. A los diecisiete años estuvo casada brevemente con un hombre casi cuarenta años mayor que ella, y su fallecimiento, seis meses después de la boda, le proporcionó a Kakyuu unos ingresos adicionales. Seiya calculó que ahora tendría veintiocho años. La combinación de belleza, buena educación y riqueza la convertían en una integrante codiciada de cualquier lista de invitados. Por lo tanto, no resultaba nada extraño que hubiera recibido una invitación al castillo Gurio.

—Me sorprende que el ama de llaves encontrara un aposento para ti en tan poco tiempo —comentó Seiya—. Creí que el castillo estaba lleno hasta los topes.

—Está muy lleno, pero cuando llegué dejé claro que se había cometido un error con las invitaciones. Entonces, el mayordomo y el ama de llaves se reunieron y me consiguieron una habitación muy agradable justo al final del pasillo. Creo que trasladaron a alguien de menor relevancia a unos aposentos peor situados.

—Cuéntame qué ocurre, Kakyuu.

Ella empezó a caminar de un lado a otro delante de la chimenea.

—No sé por dónde empezar. Regresé de París el mes pasado y alquilé una casa en el centro de la ciudad. Como es natural, tenía la intención de ponerme en contacto contigo en cuanto me hubiera instalado.

Seiya la observó con atención y decidió que no creía que su última afirmación fuera cierta. Estaba convencido de que, si hubiera podido elegir, Kakyuu lo habría evitado indefinidamente. Y él lo comprendía: siempre lo relacionaría con los trágicos sucesos que tuvieron lugar tres años atrás.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó Seiya.

Kakyuu se mantuvo impasible, pero sus elegantes y desnudos hombros se pusieron tensos. Era muy difícil que Kakyuu perdiera los nervios, reflexionó Seiya.

—Algo sucedió esta mañana —explicó Kakyuu mientras miraba el fuego—. Algo muy inquietante. No se me ocurrió otra cosa que consultarte de inmediato, Seiya.

—Te agradecería que fueras directa al grano —replicó él.

—Está bien, pero me temo que no me creerás si no te enseño lo que encontré en la entrada de mi casa esta mañana.

Kakyuu abrió una bolsita de cuentas y sacó un objeto pequeño envuelto en un pañuelo de lino. A continuación, se lo tendió a Seiya en la palma de la mano.

Él cogió el pequeño objeto y lo llevó al otro extremo de la habitación para examinarlo a la luz de la vela. Una vez allí, desató el pañuelo y lo dejó caer al suelo. Cuando vio el anillo que contenía el paquete, sintió que el vello de la nuca se le erizaba.

—¡Por todos los santos! —murmuró.

Kakyuu permaneció en silencio, cruzó los brazos bajo el pecho y esperó con la mirada ensombrecida. Él observó el anillo con atención. El aro tenía gemas negras incrustadas que rodeaban un pequeño féretro de oro. Seiya levantó la tapa con la punta de un dedo.

Una diminuta y exquisitamente detallada calavera blanca pareció haberle una mueca desde el interior del minúsculo sarcófago.

Seiya inclinó el anillo para leer la inscripción en latín que figuraba en interior de la tapa y tradujo en silencio la milenaria advertencia: «La muerte viene.»

Seiya miró a Kakyuu a los ojos.

—Es un antiguo anillo mortuorio.

—En efecto. —Kakyuu apretó los brazos contra su pecho con más fuerza.

—¿Y dices que lo dejaron en la puerta de tu casa?

—Mi ama de llaves lo encontró. El anillo estaba dentro de una cajita envuelta en terciopelo negro.

—¿Había alguna nota? ¿Un mensaje de algún tipo?

—No. Sólo el maldito anillo. —Kakyuu se estremeció y ya no ocultó más su inquietud—. ¿Entiendes ahora por qué he venido hasta aquí para verte esta noche?

—¡Es imposible! —le soltó Seiya—. Darien Chiba está muerto, Kakyuu. Los dos vimos el cadáver.

Kakyuu cerró los ojos brevemente con preocupación y, acto seguido, miró a Seiya fijamente.

—No necesitas recordármelo.

Un viejo sentimiento de culpa sacudió a Seiya.

—Desde luego que no. Lo siento.

—En cierta ocasión —continuó Kakyuu con lentitud—, me comentaste que habías oído rumores acerca de otro asesino a sueldo, como Darien. Un asesino que utilizaba la misma firma tétrica.

—Tranquilízate, Kakyuu.

—Recuerdo que me contaste que nunca lo atraparon y que nunca hallaron pruebas de sus asesinatos porque las muertes siempre parecían naturales o accidentales.

—Kakyuu...

—Quizá todavía ande por ahí, Seiya. Quizá...

—Escúchame con atención —la interrumpió Seiya en un tono que por fin hizo callar a Kakyuu—.

Aquel Portador de la Muerte, si existió alguna vez, sería, en la actualidad, muy viejo. Lo más probable es que ya haya fallecido. Aquellos rumores eran de hacía décadas. Kumada y algunos de sus conocidos los habían oído años antes, cuando eran jóvenes.

—Sí, lo sé.

—Al final, llegaron a la conclusión de que la leyenda sobre un asesino a sueldo no era más que eso, una leyenda. La alimentaron los rumores de los sirvientes que cotilleaban en las tabernas y contaban historias inventadas a sus amigos. Darien disfrutaba evocando aquella antigua leyenda porque encajaba con su temperamento melodramático. Ya sabes cómo se crecía con la excitación.

—Sí, desde luego. —La temperatura de la habitación era cálida, pero Kakyuu se frotó los brazos como si hubiera sentido un escalofrío—. Darien ansiaba la intriga y el dramatismo como otros ansían consumir opio. —Kakyuu Titubeó—. Sin duda disfrutó recreando la leyenda del Portador de la Muerte. Pero parece que ahora alguien más posee el mismo sentido melodramático.

—Es posible.

—Seiya, no me importa reconocer que estoy muy asustada.

—Resulta evidente que alguien más ha oído hablar de Darien Chiba y de su relación contigo. —

Seiya contempló la calavera en miniatura que se hallaba en el interior del sarcófago de oro—. ¿Estás segura de que no había ninguna nota?

—Estoy segura. —Kakyuu contempló el anillo con una mirada sombría—. Alguien ha dejado esta calavera en mi puerta para aterrorizarme.

—¿Por qué habría de hacer alguien una cosa así?

—No lo sé. —Kakyuu se estremeció visiblemente—. Llevo dándole vueltas al asunto todo el día. La verdad es que he pensado en pocas cosas más. —Hizo una pausa—. ¿Qué ocurriría si..., si la persona que dejó el anillo me culpara de la muerte de Darien y buscara alguna clase de venganza sin sentido?

—Darien se suicidó al darse cuenta de que yo había encontrado pruebas de que era un asesino. Tú no tuviste nada que ver con su muerte.

—Quizá la persona que dejó el anillo no lo sepa.

—Es posible. —Sin embargo, a Seiya aquella conclusión no le parecía probable. Levantó la pequeña calavera hacia la luz. La calavera lo miró a su vez con las órbitas vacías y una mueca macabra y burlona—También debemos tener en cuenta que puede tratarse de un aviso de algún tipo.

—¿A qué te refieres?

Seiya sopesó el anillo en la palma de la mano.

—Tú eres una de las pocas personas que comprenderían el significado del anillo porque sabes que

Darien Chiba se hacía llamar el Portador de la Muerte y utilizaba este tipo de anillo como firma. Me pregunto si algún nuevo criminal no querrá anunciarnos que planea tomar el relevo profesional a Darien.

—¿Quieres decir que quizás hay por ahí otro asesino que pretende emular al Portador de la Muerte? ¡Qué idea tan horrible! —Kakyuu se interrumpió—. Sin embargo, si así fuera, sería más lógico que dejara su tarjeta de visita en tu puerta y no en la mía. De hecho, fuiste tú quien atrapó a Darien.

—Me temo que habrá un anillo esperándome cuando regrese a la ciudad —respondió Seiya con calma—. Esta mañana he salido muy temprano. Quizá dejó tu anillo primero y, cuando llegó a mi casa, yo ya me había ido.

Kakyuu se volvió y dio un paso hacia Seiya con una mirada de ansiedad en los ojos.

—Seiya, quienquiera que haya dejado el anillo, tiene en mente algo espantoso. Si no te equivocas y se trata de una tarjeta de presentación, nos encontramos ante un nuevo Portador de la Muerte. Debes encontrarlo antes de que asesine a alguien.