Peter Pettigrew se sabía aquella rutina de memoria. No por nada llevaba años viéndola repetirse, una y otra vez. Cada vez que él caminaba con sus mejores amigos por algún pasillo y en aquel lugar se aparecía una pelirroja de ojos verdes y mirada amable, James detenía al momento la conversación y se volvía hacía ella, para dedicarle algún cumplido. Al cual ella respondía con una mirada acerada.

—Ey, Evans, ¿te interesaría dar un paseo por los jardines? Hace un clima precioso —Comentaba James, fingiendo desinterés.

—Sería una magnifica idea, Potter. Pero temo que tu cabeza llena de egocentrismo resista las altas temperaturas —Replicaba ella, y se marchaba con la cabeza bien arriba y los libros apretados contra el pecho. Entonces Sirius soltaba una carcajada y Peter era el encargado de palmear la espalda de su decepcionado amigo.

Pero a pesar de que llevaba tanto tiempo mirando aquella escena y repitiendo los mismos gestos, Peter nunca fue bueno para mirar los pequeños detalles. En cambio Remus Lupin y Sirius Black eran expertos en eso, y a ellos nunca se les escapó, que antes de dar vuelta en el pasillo siguiente, Lily Evans lanzaba una furtiva mirada a James, mirada que no tenía ni rencor ni desprecio, sólo arrepentimiento.

Y para James esa mirada siempre fue la llama de esperanza que ardía en su pecho como un talismán. Porque a pesar de que Lily siempre le dijera una y otra vez que no, él notaba como, discretamente, le decía «si quiero, sigue intentándolo».