The Hotel Of Pleasure
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Desclaimer: Los personajes pertenecen a Meyer, y la historia es la adaptación de un librillo que encontré por ahí…
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Advertencia: Es una historia rated M, escenas y vocabulario en probablemente no apto para menores de 18 años, si no te gusta, abstente de leer
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Chapter 1: Aguas afrodisíacas.
-Atrévete –había dicho él, y ella le respondió que no fuera tonto.
»Atrévete –repitió él, y ella le dijo que se fuera porque no tenía sed.
» ¿A qué no eres capaz? –le había desafiado, y ella le dijo que no siguiera, que todo aquello era una tontería.
Pero Isabella Swan no se sentía tan segura de sí misma como aparentaba, y aquellos ojos verdes y de mirada traviesa tras los cristales de las gafas eran irresistibles. La joven, que no sabía muy bien en qué se estaba metiendo, finalmente había cogido el vaso de agua que él le tendía, lo bebió, y luego continuó haciéndose la valiente.
-De todas maneras, señor Listillo Edward, la famosa poción mágica no me hace ningún efecto. ¡De modo que no contengas el aliento esperando mi reacción!
Cuatro horas más tarde, y ya a solas en los baños del personal del hotel Black Night, Bella estaba furiosa, furiosa con Edward porque la había provocado, pero todavía más consigo misma por haber sucumbido una vez más. Se preguntó, suspirando, por qué jamás podía negarse a un desafío. Y también por qué no podía resistir las palabras y las sonrisas de un tipo atractivo, de hermosos ojos verde jade. Se las arreglaba muy bien con los huéspedes ligones, por torpes que fueran, pero aquel hijo de puta de Edward Anthony Cullen la hacía caer en la trampa una y otra vez.
Bella salió desnuda y chorreando de la pequeña ducha, y se sintió aún más acalorada e incómoda que cuando había entrado a darse un baño. No tendría que haber bebido aquel vaso de agua, no solo porque le permitía que Edward le ganara un punto, sino porque siempre existía la posibilidad de que las historias que corrían acerca del agua mineral fueran ciertas. Parecía una tontería, pero el agua mineral Night se le atribuían virtudes afrodisíacas. Bella no creía en nada que no tuviera una explicación racional, científica, pero sentía que algo nuevo corría por su sangre. Su cuerpo estaba caliente y lleno de cosquillas, y sentía el sexo y los pechos deliciosamente sensibles… ¡y todo gracias al maldito Edward Cullen y sus mareantes ojos color jade! Se sentía cachonda, y solo cabía pensar que era por el agua, o por él.
Bella, mirando con ojos suspicaces la ducha que goteaba, pensó que tal vez no era necesario beber el agua para experimentar sus efectos. Quizá se la podía absorber a través de la piel. ¿Y si había algo cierto en las historias, y ella había absorbido el compuesto químico –o lo que fuera- cada vez que se bañaba? Comenzaba a perder confianza en el dominio de sí misma… ¡Y eso precisamente lo que aquel diablo de Edward pretendía!
¡Ese hombre era un cerdo! ¡Una bestia! ¡Un machista horroroso… y guapísimo! Lo había visto vigilándola, expectante y sonriendo con su dentadura impecable, y se había enfurecido. Ante aquella lujuria sin disimulos, sentía ganas de abofetearle en la boca, y cuando lo sorprendía mirándole las piernas, o el redondo trasero, él simplemente se reía. Y lo peor era que una lamentable parte de su personalidad, nada feminista, encontraba halagadoras esas miradas, y ella, a su vez, no podía dejar de mirarlo.
Y había mucho para mirar. Hacía dos semanas que Edward Cullen había empezado a trabajar en el Black Night –en el puesto de recepcionista que Bella había dejado cuando la ascendieron-, y todos los corazones femeninos se habían puesto a palpitar. Bella pensaba que era a causa de la combinación de un cuerpo de hombre hecho y derecho con la cara de un guapo jovencito. Era un guapo, alto y de cabello cobrizo, pero sus ojos eran perversos y maliciosos, y tenía una sonrisa perversa y cínica que lo distinguía de los guapos del montón. Además, los guaperas vulgares nunca llevaban gafas.
"Tengo que reconocerlo, Edward –se dijo Bella mientras envolvía su excitad cuerpo con una toalla gastada por el uso u trataba de secarse-. Si no fueras un cerdo machista, te tiraría los tejos."
Lo más perturbador de Edward, era su imperturbable tranquilidad. Era un bromista, y podía llegar a ser muy impertinente, pero Bella sabía que en el fondo era un hombre en el que se podía confiar. A veces la volvía loca, pero siempre estaba a su lado. Era un amigo en tiempos difíciles. Esos días, la atmósfera en el hotel Black Night era muy particular, porque todo el mundo se movía con pies de plomo. Lo habían vendido, y se hablaba de cambios de dirección y nuevas condiciones laborales muy severas. Todavía no había tenido lugar ningún cambio radical, pero en pocas semanas un consorcio nuevo –y desconocido- se haría cargo del lugar.
Edward, sin embargo, no parecía preocupado, y su desvergonzado buen humor era una buena distracción. ¡Como también lo eran sus atrevidas insinuaciones!
Bella, sentada en el borde de la bañera, evocó su sonrisa mientras se peinaba su cabellera caoba. Aquella sonrisa insinuante, sexy, que la hacía sentir desnuda, la estremecía. Sobre todo cuando unía esa expresión al resto de Edward, loa músculos, las espaldas fornidas, y aquellas caderas estrechas y sugerentes. Sería un partido ideal si no fuera tan descarado, pensó, desenredándose lentamente la mata de pelo ondulado. Peor aún así, se sentía inclinada a estimular sus avances. ¡El envoltorio valía la pena!
-¿Quién se está portando ahora como una cerda sexista? –susurró poniéndose en pie de un salto, su cuerpo inquieto y caliente.
L a toalla se deslizó al suelo, y cuando se inclinaba para recogerla vaciló. La noche era tibia y sentía la piel como electrizada y reluciente. No tenía ganas de cubrirse. Quería estar desnuda, libre y voluptuosa, cada centímetro de su cuerpo disponible y abierto. La imagen de Edward apareció otra vez en su mente, y con frustración envió la toalla de un puntapié al otro lado de la habitación.
Se daba cuenta de que desde el primer día se había embarcado en sutiles juegos de seducción. Coqueteos, miradas, y todo el tiempo conversaciones de doble sentido. Y el juego se había convertido muy pronto en una prueba de resistencia. Él la rozaba accidentalmente, y ella le correspondía invadiendo sutilmente su espacio. Y así una y otra y otra vez.
Un sudor provocado por los nervios brotó de sus axilas, y Bella se imaginó acorralando a Edward. Le desabrochaba los botones de la camisa, metía las manos y le acariciaba el tibio pecho. El día anterior lo había visto en el gimnasio del hotel, y su cuerpo era tan espléndido como ella imaginaba. Hombros sólidos y buenos pectorales; barriga plana y muslos… ¡Ay, que muslos! Poderosos y bronceados, y ahora casi podía sentirlos apretándola, doblándose en un ritmo lento y continuo mientras él se introducía en ella una y otra vez.
"¡Bella, termina con eso, por el amor de Dios!", se ordenó, sabiendo que era inútil.
Intentó expulsar a Edward de sus pensamientos, pero luego, de repente, le permitió que volviera a entrar en ellos. Con un suspiro de reconocimiento lo vio igual que el día antes en el gimnasio. Medio desnudo, la boca abierta en una mueca de fatiga, sudando. Llevaba unos pantalones cortos que apenas cubrían sus partes, y el resto des cuerpo brillaba desnudo. Pero –y esto la desconcertó- llevaba puestas las gafas, esas elegantes gafas de montura metálica que hacían que sus ojos parecieran aún más brillantes.
Bella, en su ensoñación, sonrió al evocar las gafas de Edward. Volvió a sentarse en el borde de la bañera y se miró en el espejo de pared. Estaba empañado y lo frotó con la mano, después estudió su imagen, apartándose un mechón caoba que le caía sobre los ojos… Unos ojos que estaban siempre escondidos tras las lentillas; no porque las necesitara –su visión era perfecta- sino porque los genes, o el destino o lo que fuera, le habían dado un ojo azul y el otro marrón.
Bella encontraba que sus extraños ojos eran muy atractivos –le daban carácter a una cada de belleza convencional-, pero sabía que a otras personas le resultaban muy raros. Sospechaba que Edward se burlaría de ellos, y encontraría la manera de decir algo de doble sentido acerca de ellos. Lo hacía con casi todas las cosas… ¡Y con todo lo que tenía relación con ella!
Bella, sumida aún en su fantasía, se deslizó del estrecho asiento y se recostó sobre la alfombrilla del baño. Lo que estaba por hacer era una locura, pero el deseo la abrumaba, no la dejaba pensar…
Cerró los ojos y contempló la oscura pantalla de sus párpados. Se vio a sí misma y a Edward, juntos en el pequeño cuarto lleno de vapor. Él estaba sentado sobre la tapa del inodoro, desnudo y Realdo. Tenía la piel húmeda, abiertas las largas y musculosas piernas y una mirada de concentración en sus ojos jade, tras las gafas. Miraba hacia abajo, hacía la acuciante erección que sobresalía apenas en su entrepierna.
Bella nunca había visto el pene de Edward, pero los escasos pantaloncillos del gimnasio no escondían mucho. Sólo era cuestión de extrapolar, de utilizar su calenturienta inteligencia y construir una imagen de su viril esplendor.
Sumida en silenciosa concentración, su espejismo comenzó a acariciar su propio miembro rozándolo con dedos que se deslizaban lentamente hasta conseguir una mayor dureza, un color aún más encendido. Bella lo contemplaba; sabía que se trataba de un sueño, pero no le importaba. Bella se acomodó en la alfombrilla mientras su otro yo se levantaba, cruzaba el cuarto de baño y se detenía junto a Edward. La poderosa polla del joven se estremeció como saludándola, Edward alzó los ojos y le dirigió una mirada implorante. Bella jamás había visto aquella expresión en el rostro de su amigo.
Edward, le suplicaba que tuviera compasión de él. Le ofrecía humildemente su cuerpo, como un tributo a sus atractivos pero también como un instrumento que la llenaría de placer. Bella sintió, en la imaginación y en la realidad, que su vulva se humedecía y se inflamaba. Deseaba a Edward, y no había nada de imaginario en aquel anhelo. Y mientras sus dedos se deslizaban hacía su centro, los ojos verdes de Edward se encendían con lascivia.
La fantasía de Bella era tan intensa y vivida que faltaba muy poco para que la joven se convenciera de que era realidad. Estaba de pie frente a Edward y se acariciaba delicadamente para darse placer, mientras él anhelaba poseerla. El pene de él estaba tan duro que seguramente le dolía, pero seguía masturbándose furiosamente y su cuerpo, arqueado como si quisiera alcanzarla, se levantaba del asiento.
Bella se sentía implacable. Él se había mostrado horriblemente machista, pero ahora parecía desearla con desesperación, pero no había hecho nada para merecerla…
¿Por qué apiadarse de él? ¿Solo porque Edward tenía un cuerpo perfecto, digno de un dios griego, y una verga espléndida y gruesa? Ella podía darse placer a sí misma, no le necesitaba. Él ahora era un juguete, un muñeco de tamaño natural. Un trozo de carne masculina. Que cumpliera con su función y la entretuviera; luego ella lo olvidaría.
Bella, de espaldas sobre la alfombrilla, se retorció y acarició su propio cuerpo; movía la cabeza en un gesto de rechazo mientras el imaginario Edward sollozaba angustiado.
-Por favor –suplicaba él, aunque Bella, solo oía su propia voz-. Por favor. –repetía el joven sacudiendo la pelvis mientras su erección se balanceaba lujuriosa al ritmo que le dictaba la imaginación de Bella.
-No –susurró ella, y vio que los ojos de él se llenaban de lágrimas.
Edward había ido demasiado lejos y necesitaba desesperadamente descargarse en ella. Y esta evidencia hizo que el cuerpo de Bella vibrara, poderoso,
Su carne, resbaladiza, se estremeció bajo sus dedos, y la joven sofocó un gemido. También ella estaba muy cerca. Quería lo mismo que suplicaba el pobre Edward, y posiblemente lo necesitaba aún más que él. Fue tan cruel con ella misma como lo era con él, introdujo firmemente dos dedos en su cuerpo y aplastó el pulgar contra el clítoris. En su mente, la hermosa cara de Edward se retorcía en agonía, y su torturada polla empezaba a latir. Un chorro blanco y espeso surgió de la punta y surcó el húmedo aire del cuarto de baño. Bella, contempló el líquido arco hasta que comenzó a caer, y en ese instante su propio clímax la sobrecogió. Fue un orgasmo tan intenso que gritó de placer, viendo claramente la polla de Edward y lo gruesos chorros de semen.
Después vio que los labios de él se movían, que intentaba hablar… y en ese momento lo oyó preguntar en voz alta al otro lado de la puerta:
-¿Te encuentras bien, Bella?
Las palabras eran subrayadas por aporreos a la puerta, parecía como si la voz supiera que sucedía.
Por un instante todo fue confusión, pero de inmediato Bella, con un gemido de horror, volvió en sí y recuperó el dominio de su cuerpo. De un cuerpo todavía tembloroso y estremecido…
Había sucedido la peor, lo que más podía avergonzarla, algo que de alguna manera había esperado. Y querido. Se había dado gusto a sí misma hasta llegar al orgasmo, como a menudo hacía, y en el momento culminante había gritado de placer, ululando como una sirena en el silencio del cuarto de baño de paredes con azulejos, mientras la causa de su éxtasis, el rey de sus fantasías, estaba a escasos metros, en el pasillo.
-¿Bella? ¿Seguro que te encuentras bien? –insistió Edward, con una risa indudablemente solaz.
-¡Claro que estoy bien! ¿Por qué armas tanto alboroto? ¡No me pasa nada! –contestó ella con voz resignada, y luego añadió con una sonrisa-: Me pareció que había algo raro en el agua…
Aquí os traigo mi nueva historia. es una adaptación de un libro, como bien dije al comienzo. El nombre del libro y autora lo pondré en mi perfil, por si os interesa investigar y eso.
Bueno, espero que os guste, la verdad es que a mí el libro me gustó ... jejeje, que viciosilla soy.
Besos, Lau.
