DISCLAIMER: Los personajes, como siempre; pertenecen a sus autoras y editoriales. El villancico, de origen austriaco, es de dominio público.

He querido hacer un relato sencillo y alegre, porque después de todo estas fechas son de optimismo. Si consigo hacerte sonreír y/u olvidarte de tus problemas aunque sea un ratito, me sentiré satisfecha.


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Historia nacida de un Reto Creativo en Albertfans. Como soy más fan del Gafitas, él también tiene protagonismo en este cuento, y está vivito y coleando.

Este es un pequeño cuento navideño en universo alterno y época contemporánea, dedicado especialmente a MARCE ANDREW y a FRIDITAS por sus cumpleaños. Muchas felicidades y todo mi cariño, chicas.

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NOCHE DE PAZ

"Noche de paz, noche de amor
Todo duerme en derredor
Entre los astros que esparcen su luz
Bella anunciando al niño Jesús
Brilla la estrella de paz
Brilla la estrella de paz..."

Los niños de aquel aislado hospicio cantaban, con más entusiasmo que afinación, el conocido villancico. Los dirigía una monja que parecía tener una paciencia infinita pues, además de tratar de que los niños cantaran bien; todavía se daba tiempo para controlarlos. El ex-mayor William Albert Ardley observaba a lo lejos tanto a los niños, como a una parejita que había buscado un poco de intimidad en una banca cercana.

Ellos, bueno, el varón de la pareja; eran la razón para haberse desplazado hasta aquella pequeña villa cerca de Lake Geneva, Wisconsin, a pesar de que es principios de diciembre y tuvo que poner cadenas al coche para poder circular por los caminos helados. Albert había conseguido recargarse en un viejo árbol, que parecía ser el guardián de ese orfanato donde Patricia O'Brien estaba haciendo su servicio social.

Estaba el joven rubio mirando con satisfacción a la pareja, que se hacía castos arrumacos cuando; justo en el momento en que su sobrino se arrodillaba ante la joven, escuchó una voz femenina a su espalda.

-¿Puede decirme quién es usted, y qué carambas hace fisgando a mi amiga y su novio?

El joven rubio casi cae de bruces, sobresaltado. Voltea a mirar a la mujer, enfadado.

-¿Y usted quién es, señorita, para reclamarme? Si está por aquí, deduzco que es por la misma causa que yo, ¿o no?

-Piense lo que quiera. A todo eso, no me ha dicho su nombre.

Albert sonrió levemente, y procedió a presentarse.

-William Albert Ardley, a sus pies. ¿Y usted, señorita, es...?

La joven era menuda, pero con una gran determinación envuelta en una masa de rizos rubios.

-Me llamo Candice White, y da la casualidad que trabajo y vivo aquí en el Hogar de Pony -dijo posando sus manos en las caderas. -Ella -señalando a la chica que acompaña al sobrino de Albert -es mi mejor amiga, Patricia. Así que tenía que asegurarme de que no corría peligro con Stear.

Vaya, parece que su sobrino tiene bien merecida y conocida su fama de patoso. Albert sonrió hacia la preciosa joven, dotada de unos espectaculares ojos verdes. Pero se ha perdido la pedida de mano, cosa que le disgusta un poco.

-¿Ya ve, señorita White? Por su interrupción, no hemos podido ver la pedida... -dijo con pesar, pero se mentiría a sí mismo si dijera que la segunda opción -estar mirando a la amiga de Patricia- era mala. En absoluto. La pequeña guerrera rubia era preciosa, con las curvas adecuadas y con frescura y carácter.

-Pues no, señor Ardley; yo no me he perdido nada... -respondió la chica en tono de burla. Albert se dio cuenta de que, a pesar de que estaba discutiendo con él; ella nunca había apartado la vista de los novios.

-¿Y bien? ¿Aceptó Patricia? -preguntó Albert, con más ansia de la que le hubiera gustado.

-¡Sí! Patricia seguramente será la nueva señora Cornwell cuando vuelva de su curso en Nueva York... -los ojos de la rubia destellaban auténtica alegría por su amiga.

Patricia pareció escuchar la dulce voz de la señorita White, y corrió hacia ella para abrazarse y mostrarle su anillo de compromiso. Alistair Cornwell, sobrino de Albert, se acercó a su tío con un gesto de inconfundible satisfacción.

-Que Dios ayude a esa pobre muchacha, Alistair; porque es demasiada novia para tan torpe novio, sobrino.

Obviamente Stear no se enfadó, sino que dio a su tío una palmada en la espalda, y a continuación ambos se abrazaron.

Por la manera en que los encontraron, Patricia y Stear supieron que no hacían falta presentaciones. Albert y Candy ya se habían conocido.

-¡Nos casaremos en julio, Candy! Serás mi dama de honor, ¿verdad que sí?

Las jóvenes conversaban alegremente, como si ignoraran a los hombres a su lado.

-Por supuesto, Patty. No me perdería tu boda por nada del mundo.

-Además -dijo Patricia con cierto desdén -te arrojaré el ramo, a ver si El Cretino por fin te pide matrimonio.

La joven rubia hizo un gesto ofendido, aunque ya estaba acostumbrada a que se expresaran así de su novio.

-Oye, Patty, sé que Neal Leagan nunca te ha gustado, pero ¿podrías dejar de llamarle cretino?

-Demándame. No es mi culpa llamar a alguien por lo que es -dijo Patricia con sequedad.

-Bueno, por lo menos llámale por su nombre propio. Hazlo por mí, ¿sí?

Stear carraspeó al escuchar el nombre del famoso Cretino; pues no es un nombre muy común y, de hecho, el mayor cretino que haya conocido se llama precisamente Neal.

-¿De casualidad no se trata del capitán Neal Leagan?

Las dos chicas le miraron con genuina sorpresa.

-Sí, mi novio es el capitán Neal Leagan, Stear. Y no entiendo por qué a Patty le cae tan mal.

-No, la verdad no lo entiendo... -contestó con amable sarcasmo. Porque estaba mentalmente de acuerdo con su Patty: Neal Leagan definitivamente era un cretino. ¿Qué hacía una chica tan encantadora como Candy con ése tipo?

Mirándola discretamente, Albert se hizo la misma pregunta. No hacía ni diez minutos que la había conocido, pero fueron suficientes para descubrir que, en efecto, era demasiada mujer para alguien como Leagan.

-Leagan es mi superior en la base -añadió Stear -Es un tipo trabajador mi capitán.

«Y el mayor idiota de todo Illinois» se dijeron a sí mismos Albert y Stear.

Candy asintió a lo dicho por Stear en voz alta.

-¡Oh, sí, Neal me contó de su ascenso! Pero bueno, yo venía aquí para avisar que la señorita Pony quiere que vayamos a cenar. Usted también, señor Ardley; si gusta acompañarnos...

No hacía falta ser muy listo para ver que la invitación se la había hecho a Albert por puro compromiso; pero el rubio decidió que quería pasar un rato más con la rubita novia de Neal.

-Muchas gracias, señorita White. Espero no ser una molestia.

Esta vez quien habló fue Patty.

-Oh, no, Albert, para nada. Stear me dijo que le acompañarías, y te lo agradezco mucho. Mi pobre Stear estaba tan nervioso, que dudo que hubiera podido conducir.

Y al poco rato, los jóvenes se vieron en una inmensa mesa, donde comían las mujeres y los niños mayores. Los más pequeños habían sido alimentados antes; y jugaban delante de la chimenea. Albert y Stear cayeron bien a la hermana María y la señorita Pony; quienes hicieron muchas preguntas acerca de su vida y trabajos. Ellos lo entendieron: Patty llevaba haciendo su servicio social en el hospicio casi siete meses, después se quedó a trabajar de voluntaria. De eso ya hacía casi tres años. Patricia, además, era una chica dulce que se ganaba el afecto de cualquiera. Obviamente, las directoras de la casa hogar querían asegurarse de la honorabilidad de Stear y su familia.

Llegada la hora, los novios se despidieron con tiernos arrumacos; mientras Albert agradecía en nombre de los dos por la hospitalidad y se despedía por ambos. Ya en el coche, y habiendo cogido carretera, Stear gritó como enloquecido.

-¡Me aceptó, tío William! ¡Va a casarse conmigo! ¡Tengo que llamar a Archie para contarle!

Albert miró un segundo a su sobrino, antes de volver a fijar la vista a la carretera.

-Creo que has gritado tan fuerte, que quizás te hayan escuchado en San Diego, Stear -se mordió el labio para no reírse.

-Bueno, tío. Esto hay que celebrarlo, ¿no? ¡Yo invito las pintas! -propuso el pelinegro con una amplia sonrisa de satisfacción.

Y Albert, asintiendo ligeramente, enfiló el coche hacia un pueblo a medio camino entre el orfanato y la base de Stear; donde brindaron repetidamente por la felicidad de Alistair. Como a Albert le tocaba conducir, decidió beber cerveza sin alcohol, mas Stear sí se cogió una buena cogorza.

Debido al estado de su sobrino; Albert tuvo que ir a dejarlo personalmente a su base aérea. Stear le había dicho que uno de sus colegas del escuadrón estaría en la garita de vigilancia; y que por lo tanto, su capitán no iba a enterarse de que abandonó la base unas horas. Además, la ventisca haría que ni siquiera se hicieran bien las rondas.

-Su paseo terminó, monsieur Cornwell -se despidió Albert con una ligera sonrisa, sin bajarse del coche -es hora de que vuelvas a tu vida de cuartel. No se te ocurra pilotar otra vez, ¿de acuerdo?

-Estoy borracho pero todavía consciente... -gruñó el joven. Debido a su miopía, le negaron el acceso a pilotar esas bellezas de varios millones de dólares. Pero una vez pasada la decepción; con su habitual optimismo Stear decidió continuar con su sueño de estar cerca de los aviones. Así pues, era el mecánico en jefe de la base; y varias veces al año alquilaba avionetas por horas, para satisfacer sus ganas de volar. En una de esas escapadas, conoció a Patricia; pues la chica iba a dar un paseo en helicóptero. Congeniaron y ese mismo día empezaron a salir juntos.

-Que te sea leve la resaca, Stear. Y saluda a Percy de mi parte.

Percy Jones era el joven recluta que Stear había visto al salir, en la garita de acceso a la base. Cuando pasó por ella de regreso e iba a saludar, un fusil automático apuntaba directamente hacia él.

-Oh, mierda... ¿tú?

Los problemas comenzaban para Alistair, y de rebote, para Albert.

CONTINUARÁ

-...-

©Stear's Girl


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¡Hola, chicas!

Les traigo el cuento rosita de cada Navidad, esperando que sea de su gusto. De antemano, agradezco sus amables comentarios.