Hola, ¿que tal están? Esta historia no sólo trata de FrUK, se incluyen a muchos otros personajes, amistades, parejas y un largo etc, pero no entraba en el resumen y éste es sólo el primer capítulo. También acepto nuevos sumarios, uno decente, no como el que escribí. ¡Adiós!

Escribo sin fin de lucro.

Disclaimer: Hetalia Axis Powers y todos sus personajes - entiéndase los que aparezcan de aquí en adelante y cuya nacionalidad sea mencionada- pertenecen a Hidekaz Himaruya.

Advertencias: AU. Uso de nombres humanos por ende, imágenes un tanto homosexuales más adelante, y otras que iré aclarando.


La Torpeza de Tus Pasos: Capítulo 1: Arthur

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Estiró sus brazos y su cuerpo, retorciéndose entre las sábanas de aquella cama que, sin ser suya, le pertenecía exclusivamente a él. Se escuchaba el sonido de la ropa de su acompañante al vestirse, a quien volteó a ver mientras acomodaba su rostro entre sus brazos.

- Dijiste que tu hermana venía hoy- Le comentó el adormilado británico al rubio que se acomodaba una corbata frente a un espejo.

- Llegará más a la tarde, por eso me reuniré con mi cita en la mañana, cher.- Arthur se levantó escondiendo su cuerpo desnudo en la sábana y se acercó por detrás al francés, quien al notarlo se volteó para dejarlo anudar su corbata. Cuando terminó, besó los labios del británico.

- ¿Llegarás a dormir?- Le preguntó el inglés tras el beso.

- ¿Vendrás tú?- Le respondió con una sonrisa.

- No vendré a molestar tu velada familiar… si es que no dejas abandonada a tu hermana otra vez.- Le comunicó con un cierto reproche debido a lo último. –Ya no hay huevos, si te interesa saber. Tampoco hay azúcar ni esa asquerosidad que tomas tú.-

- ¿Vino?-

- Café.- Arthur se separó del mayor para regresar al lecho y tenderse con la espalda mirando el techo. – Y tampoco hay leche para tu hermana.- Francis se arrodilló en la cama, para morder cariñosamente el hombro y el cuello ajeno. – Y el lustramuebles se terminó ayer.- Continuó con su lista como si nada el británico.

- ¿Qué más falta?-

- Mmm… creo que eso es todo.- El menor pareció pensarlo un momento, mientras se pasaba la lengua por los aros de su labio.- ¿Necesitaremos condones la próxima vez?- Le preguntó sin hacer caso de los brazos que comenzaban a rodearlo y a apretar sus costillas.

- No lo sé, ¿los necesitaremos?-

- Por algo te pregunto, frog.-

- Depende de si tengo suerte hoy. Y de si tú tienes suerte hoy. Pero como yo me cuido no debes preocuparte.- Le respondió maliciosamente. – Aunque yo no sé con quien te acuesta, cher.

- Parásito, soy deseado, no estúpido.- Le gruñó. Los brazos que lo rodeaban se soltaron y Francis se dirigió a la puerta.

- Lo que tú digas. Cierra la puerta al salir, petit. Je t'aime.-

- Mph.- Fue lo único que recibió el gabacho por respuesta antes de marcharse.

Aquella era una mañana común en casa de Francis para Arthur. Pero para comprender mejor como es que llegaron a este tipo de relación (Arthur no sabía que nombre darle, aunque de seguro existiese uno) sería bueno remitirnos a unos meses antes, cuando el británico conoció a Francis.

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Tenía entre sus manos un cúmulo de hojas, las que leía y tachaba en distintas partes, cambiando letras y omitiendo palabras. A los márgenes del texto escribía preguntas que luego conectaba con flechas a párrafos u oraciones que encerraba o marcaba con corchetes.

Arthur Kirkland estaba sentado en uno de los dos patios interiores que tenía esa galería a la que había acudido para realizar un deseo que guardaba desde hace mucho. Se encontraba a mitad del pasillo que para los dos pisos sobre él representaba un corte en su centro; los pasillos del segundo y tercer piso se bifurcaban rodeando aquel agujero cuyo techo de vidrio aprovechaba la luz otoñal pero no permitía el ingreso de la lluvia que solía caer sobre Londres. El otro patio se encontraba al final del pasillo; era muy pequeño y a diferencia del primero no tenía un techo que lo protegiese de la lluvia.

A un costado del británico un cartel de "no fumar" destacaba en la pared de uno de los tantos locales de trabajadores independientes que había en esa edificación, pero Arthur ignoraba deliberadamente el mandato a pesar de que sus ojos verdes habían leído la advertencia y en letras pequeñas el número de ley a la que correspondía tal prohibición. Fumaba -diríase que mordía con nerviosismo- un cigarro y se concentraba en los papeles, aislado del mundo por los audífonos que tenía en sus oídos y el volumen en que escuchaba la música de su reproductor, mientras golpeaba con la punta de su zapatilla de tela el piso.

Gilbert le había dicho que la persona a la que buscaba no tendría problema en recibirlo a cualquier hora, pero que solía desocuparse a las siete. Y como Arthur no quería importunar a nadie, y al mismo tiempo no deseaba encontrarse con ningún conocido, estaba esperando a que llegase la hora para ir al local cuyo número Beilschmidt había anotado en su agenda.

Arthur miró su reloj de pulsera y guardó los papeles en su bolso, el que estaba parchado con una bandera de Reino Unido que simulaba estar destrozada, al tiempo que cadenas de distintos grosores colgaban del mismo, enredándose en los pañuelos que el británico había anudado y que se veían – como diría un conocido del rubio inglés, "carreteados"- gastados y deshilachados, notándose que los nudos ya eran imposibles de desarmar debido a la costumbre de estar allí, a menos de que se recurriese a unas tijeras. A pesar de que la tela era gris, se veían manchas más oscuras aquí y allá, como si le hubiese caído bencina – o salsa de tomate- encima. Las correas estaban gastadas y podía adivinarse que Kirkland tendía a arrastrar el dichoso bolso por como estaba tratada la tela.

Se levantó y apagó el cigarro contra la suela de sus zapatillas para luego tirarlo sobre las gastadas baldosas, se quitó los lentes que antes usara y continuó recorriendo el pasillo hasta casi llegar al final de éste. Los dos últimos locales eran una lavandería y aquel al que él se dirigía. Se abrió la puerta y unas chicas de más o menos su edad salieron conversando animadamente, pasando por su lado. Arthur desvió su rostro hacia el pequeño jardín, posando su mirada en las altas paredes de concreto que lo limitaban, para luego dirigirla a la espalda de las chicas que se marchaban.

Antes de que la puerta se cerrara, la detuvo con la mano y entró, primero asomando su rostro, luego siguiendo con su cuerpo. No había nadie en una acogedora salita a la que llegó, por lo que se dejó caer sobre un sillón, cansado. Se apretó los ojos con una mano, frunciendo el ceño y unas gruesas y peculiares cejas que cantaban victoria en su frente por ser, aparentemente, el único sector del rostro –y posiblemente del cuerpo- del joven que no estaba perforado; su oreja izquierda tenía cuatro aros en el contorno y su labio, dos a un lado. Un piercing más pequeño y con forma de gota estaba en una aleta de su nariz.

La habitación tenía a un costado unas instalaciones que imitaban una cocina americana que no superaba las dimensiones de 1,5 x 1,5 metros, y en el mesón que la unía a la salita se veía una taza de café que no había sido servida hace mucho tiempo.

Arthur puso su bolso sobre su regazo y subió el volumen de la música a pesar de que la resaca por la noche anterior aún perduraba, pasándose una de sus delgadas manos –en la que un pesado anillo con una calavera armonizaba con sus notorias articulaciones- por sus rubios y cortos cabellos; comenzaba a arrepentirse de lo que iba a hacer, nunca debería haberse dejado convencer por sus dos amigos y menos en ese estado; cuando Manuel se tomaba demasiado tragos –y era inevitable que sucediese estando Gilbert presente- se ponía increíblemente insistente y hasta violento si pensaba que actuaba por una buena causa, lo contrario a él, que se deprimía con el alcohol y si golpeaba a alguien era para hacerle daño. Con Gilbert encima suyo diciendo cosas como "perderás el awesome respeto que te tengo si sigues siendo tan gallina" y Manuel dándole fuertes palmadas a sus hombros y mejillas para que entrara en razón no había hecho otra cosa que acceder. Gilbert realizó una llamada y ya le avisaba sonriente a los pocos minutos que al día siguiente lo estarían esperando. Pero ya veía que nadie lo esperaba.

Soltó un gruñido al pensar que debería llegar a casa a ordenar el desastre dejado por el alemán y sus latas de cerveza, era difícil creer que lo que en un principio uniera a chileno y alemán había sido el realizar el servicio militar, simplemente por las similitudes que aún se conservaban entre ambas instituciones, puesto que no parecían ser demasiado disciplinados.

No le gustaba tener su departamento desordenado, sin embargo no había tenido tiempo de detenerse en todo el día; había corrido a presentar su curriculum a una empresa y luego a su trabajo de medio tiempo como mesero… como mesero. Y si bien había tenido tiempo en la tarde para ordenar, era como si no hubiese existido; su té de las cinco no se lo perdería por nada y golpearía a cualquiera que se burlara de esa costumbre.

Una puerta que daba con una habitación mucho mayor en tamaño se abrió y de ella salió una muchacha lamiéndose los labios y con una sonrisa que a Arthur le pareció estúpida, seguida de un hombre rubio y de cabellos largos hasta la altura del mentón, en la que una barba que simulaba ser descuidada raspó sutilmente la mejilla de la chica al despedirse del dueño del local con un beso en la mejilla. Arthur desvió la mirada hacia su reloj, viendo que el hombre se había tardado cinco minutos más de los acordados en presentarse. La mujer se fue y el rubio cerró la puerta con pestillo antes de dirigirse a él.

- ¿Arthur Kirkland?-

- I am. Tú debes ser Françoise Bonnefoy.- El aludido se sintió un poco abatido por haber sido llamado por un nombre de mujer.

- François… llámame Francis.- Se presentó estirando la mano para estrechar la de Arthur. – No consigo aún que un británico pronuncie bien mi nombre.- Fue a buscar el café que poco antes se había servido y que había dejado olvidado un momento por la "travesura" que cometió con la muchacha que antes lo acompañara y se sentó en un sillón en frente de Arthur, evaluándolo. ¿Ese era el "amigo deseoso de aprender" del que le había hablado Gil? De su nuca una mecha color verde se asomaba despeinada, al igual que el resto del cabello, sólo que al ser más larga se notaban los pinchos que se formaban en las hebras. Los ojos parecían haber sido delineados con negro y la piel de ese chico era palidísima; si Francis se hubiese atrevido a apostar sus pensamientos habría ganado: tal como suponía por la delgadez del británico y su color de piel, éste no había comido lo que se llamaría un "almuerzo" desde hace varios días, conformándose con beber té y comer unos bocadillos que él mismo se preparaba llamados scones.

- ¿Quieres un café?-

- No, gracias.- Arthur arrugó sin desearlo la nariz ante la mención de la palabra. Francis se acomodó en el sillón.

- Gilbert me dijo que no sabes exactamente que es lo que quieres aprender y que debías hablar conmigo al respecto primero.-

- No es que no sepa, exactamente. Tengo una ligera idea de lo que quiero…- La voz del británico no era amigable. Francis se hastió rápidamente.

- Puedes probar con todos los estilos y después decidir… la primera clase es gratis.- Le sonrió coquetamente, tratando de sonar amable.-

- Podría probar algo… no es una mala idea.- concedió el británico. Pero Francis percibió que el otro no estaba del todo conforme con la solución.

- Tal vez si me explicas porque alguien como tú quiere unirse a mis clases pueda ayudarte.- Dijo con buena intención, arrepintiéndose inmediatamente de haberlo hecho.

- ¿Alguien como yo?- El ambiente se quebró, simplemente si antes la conversación era incómoda, ahora el corazón de Francis se le detenía en seco. ¿Era eso que veía en el dedo de su visitante un anillo de metal? No quería saber como se sentiría recibir un golpe en la mandíbula con eso. Y Arthur estaba empuñando su mano, claramente enojado. Francis se sentía asustado, sabía que no debía fiarse de las amistades de Beilschmidt, cuando lo viera le diría que la próxima vez no le enviase a un chico con un collar de pinchos… ¿un collar de pinchos? No lo había visto antes. Arthur se había quitado la pañoleta que cubría su cuello y tranquilamente se la enrollaba en su puño.

"No lo golpees. Es sólo un niñito de papá al que seguramente le metieron en la cabeza que el negro es el color del diablo o alguna estupidez así"

Arthur se calmó, pensando en la respuesta. Su expresión ya no era de molestia, más bien lucía pensativo mientras enrollaba y desenrollaba repetidas veces la pañoleta en su mano, estirando y cerrando sus dedos para calmarse.

- Well, it can't be helped, I guess. – Arthur regresó su mirada perdida hacía Francis, quien por unos momentos se olvido de los aretes, del delineador y de la ropa hecha trizas para remitirse en ese verde que de pronto ya no parecía tan duro como antes.- Cuando yo era niño…

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"Cuando yo era niño mis padres me llevaron en una ocasión a ver una obra de teatro. Cuando vi el modo en que algunos actores se movían, tan fluidamente, me pareció… hermoso. Como si sus cuerpos pudiesen hablar.

Era un modo de ver las cosas diferente, de relacionarse con el entorno de una manera diferente, y tratando de llegar a este mundo quise emularlos, pero mi padre me prohibió continuar con mis intentos. Yo no tengo recuerdos de esto, pero mi madre me lo contó.

Lo que yo sí recuerdo fue una salida que tuve con mi curso en la que nos llevaron a ver una obra que mezclaba comedia, baile y canto. Cuando vi como la chica que danzaba se movía, giraba, se torcía… parecía como si se estuviese entregando a su público, como si estuviese desnudando su alma frente al público. Era extremadamente íntimo, ya fuese un movimiento sensual o alegre. Y después de eso fue que cada vez me interesé más en su modo de moverse; juntaba mi dinero para conseguir la entrada a un ballet – no es que me gustasen, pero un poco de cultura general no es mala-, tuve que sacrificar entradas a conciertos para conseguir las de presentaciones –a veces las bandas no se comparaban con las británicas, no valía la pena verlas-, escapar de la vigilancia paterna para observarlas entregarse – porque las mujeres son hermosas, ¡esa era mi razón de peso!-, pero siempre oculté mi gusto por esos gráciles movimientos, conformándome con ser un mero espectador.

Hasta que vi a un hombre bailar, robarse el escenario. El era el personaje principal y todas las miradas, incluyendo la mía, lo evaluaban más críticamente que a las demás bailarinas. Pero él se desenvolvió perfectamente y me sumé a los aplausos.

Después de eso comenzó la inseguridad de ver como otros hacían lo que yo no podía. Pasaron los años, estudié una carrera y hace poco comencé a trabajar, aunque aún no consigo un trabajo fijo.

Fue cuando mi hermano menor se atrevió a perseguir su sueño que me dí cuenta que a mis veintitrés años aún no me dignaba hacer algo por mí mismo. Me fui de casa, comencé a trabajar en un bar y cambié radicalmente mi modo de vestir y actuar, marcando mi espacio frente a mis padres, dándoles a entender que mi cuerpo me pertenece, que mi vida yo la dirijo, que yo elijo como alimentarme y en que circunstancias vivir. Pero si bien algunas de mis características anteriores no hicieron más que resaltar, y otras nuevas se incorporaron a mi forma de ser, algunas de éstas últimas no me enorgullecen.

Hago muchas cosas que en mi casa no me habrían dejado hacer, pero no aquello que quería hacer. Es por eso que se lo comenté a unos amigos en un momento de borrachera anoche y Gilbert te contactó, diciéndome que eras un francés un tanto especial pero que podrías ayudarme. Y ahora me tienes frente a ti."

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- Cuando yo era niño me llevaron a ver una obra que mezclaba teatro, ópera y ballet y me interesó.-

Francis fingió curiosidad pero la respuesta era tan escueta e insípida que su atención se fue perdiendo. Pero había notado que la voz de Arthur se había acoplado mejor a su mirada y ya no era tan dura como antes.

- ¿Quieres aprender danza clásica?- le preguntó divertido.

- ¡No! –Arthur frunció el ceño nuevamente. Francis bufó divertido al ver esas gruesas y antiestéticas cejas moverse y acercarse entre sí, como si de dos orugas regordetas se tratase. –El ballet es para mujeres, estoy buscando algo que sea más apto para mí.-

Francis pareció pensarlo. Y como Francis es Francis y, tal como dijo Gilbert, un tanto especial, se levantó con una extraña sonrisa y la idea de que, si bien dudaba que ese chico realmente fuese a volver, podría aprovechar la oportunidad. No pensó que eso podría acarrearle problemas a Gilbert si el joven que tenía enfrente luego se enojase con su amigo debido a su causa. Francis tendía a olvidarse de que sus acciones tenían repercusiones en los demás, por lo que actuaba de manera egoísta y hedonista.

- Acompáñame, ya veremos que se adecua mejor a ti.- Y dicho eso se encaminó hacia la puerta que daba a la habitación en la que practicaban sus alumnos. Arthur dejó su bolso sobre el sillón y lo siguió, encontrándose con su reflejo nada más traspasar la puerta. La pared que se encontraba enfrente de ésta estaba cubierta completamente por un espejo, y una baranda atravesaba la habitación junto al recién mencionado. Francis encendió la mitad de las luces y lo observó disimulando una sonrisa lujuriosa.

- Desvístete.-

- ¿Qué me desvista?- Arthur se sorprendió un poco ante la orden.

- Sí, no tengo mucho tiempo.- Era verdad y a la vez mentira: en su casa lo esperaba su hermana, pero la chica estaba acostumbrada a que su hermano mayor llegase a altas horas de la noche o que sencillamente no llegase a casa. Arthur, aún con dudas pero sin reflejarlas en su rostro, se quitó el polerón que llevaba puesto y luego la polera con mangas arrancadas que vestía. Se sentó en el suelo y se quitó las zapatillas, desabrochando con rapidez y algo de torpeza los cordones que se cruzaban en la caña. Se levantó y con una mirada desafiante se desabrochó el cinturón, dejándolo caer junto a su pesada hebilla y sus pantalones hasta el suelo. Las polainas grises no se las quitó y así se enfrentó a Francis, únicamente cubierto con sus boxers. El francés se acercó al otro rubio y acuclillándose a su lado apretó sus piernas, partiendo por los gemelos y subiendo por los músculos de las mismas. Con una sonrisa le apretó los muslos a Arthur, quien reaccionó aireado.

- ¡¿Qué se supone que haces, bastardo?-

- Trato de decidir desde que nivel podrás iniciar tú, cher.- Le respondió como si de un acto rutinario se tratase. Arthur, sin estar del todo seguro, se calló y dejó que Francis continuase su inspección. El francés tanteó sus abdominales, sus pectorales, los músculos de los brazos y luego le pidió que hiciese ciertas elongaciones. Al final Francis pudo determinar que el chico que tenía enfrente era más flexible de lo que pensaba, algo delgado para su gusto, pero bien formado aunque podía notarse que no se ejercitaba. Los músculos de los brazos eran más marcados de lo que se lo esperaba cuando lo viera en un inicio. Conforme, le avisó que podía vestirse y le explicó cual era el método de trabajo.

- Yo estoy aquí desde las nueve de la mañana hasta las doce, luego de tres a siete. Puedes venir a la hora que quieras dentro de ese parámetro cualquier día de la semana, menos los sábados. Las clases se pueden pagar de a una o de a varias; el horario es totalmente flexible como podrás notar y si, por ejemplo, contratas tres clases semanales, eres tú quien elige que días venir, los que pueden cambiar de una semana para otra. En el caso de perderse, se pueden recuperar posteriormente. Te recomiendo que practiques salsa, pero si insistes en tus planes iniciales, creo que tengo la opción correcta para ti.- Arthur lo escuchaba mientras se cruzaba el bolso, Francis ya se iba y apagó las luces. Salieron del local. El sol ya se había ocultado hace mucho y las luces del edificio estaban encendidas. Caminaron juntos hasta la salida donde se separaron.

- ¿Entonces nos veremos?- Le preguntó con una sonrisa de medio lado.

- Obviamente, francés.- La de Arthur era desafiante.

Se separaron, alejándose de las baldosas gastadas y cubiertas de hojas secas.

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Arthur entró a su departamento sin molestarse en encender la luz y chocando con los objetos se dirigió a su habitación. El ruido de las latas al rodar por el piso no lo impresionó cuando levantó las mantas y quitándose la mitad de la ropa se acostó.

Había hecho turnos extra en el bar en el que trabajaba. La paga no era mala y las propinas tampoco, pero a diferencia de otros locales de consumo no era abierto a todas las edades y cerraba tarde. A él no le importaba demasiado, mientras pudiese comer lo que sus clientes dejaban y además ganar dinero no pondría ningún inconveniente.

Unas cuantas horas después sonó su celular, sin llegar a despertarlo con el inicio de la tonada, para luego sobresaltarlo con un repentino aumento de volumen - puto Rammstein, puto Amerika, puta América, puto Estados Unidos, puto de su hermano menor, puto de Gilbert por cambiar su tonada de celular otra vez sin su consentimiento, putos sus malditos conocidos, puta la hora a la que se fueron con Manuel sin limpiar su departamento, puto Manuel que le debía horas y putas corrientes de conciencia que no le dejaban pensar cuando debía buscar su celular- que provenía del bolsillo de sus pantalones, los que no se había quitado al acostarse.

- What's up?-

- Arthur, ¿no estará Gilbird en tu casa?- El británico se separó un poco del teléfono y de los gritos histéricos de su amigo con los ojos aún entrecerrados.

- No lo sé, ¿por qué estaría aquí además?-

- Roderich se negaba a aceptar que es un ave awesome y para demostrarlo lo envié con una carta para ti.-

- Si llega te aviso.- Arthur cortó sin esperar a que el alemán continuase hablando y se giró en su cama, estirándose con un quejumbroso "mmm" y cerrando sus ojos con deleite. Se quedó un momento más entre las sábanas antes de levantarse y darse una ducha rápida.

Ordenó su hogar, partiendo por todas las latas que Manuel y Gilbert –y él- habían acumulado en los dos últimos días y dejándolas en las escaleras que unían su departamento con los cinco pisos que tenía por debajo y los otros seis que tenía por sobre él. El día amaneció frío y lo sintió colarse por debajo de la delgada polera sin mangas que usaba. Se devolvió rápidamente al interior de su casa y continuó barriendo y trapeando el piso, devolviendo los CD´s a su lugar y limpiando el baño y la cocina hasta que se sintió satisfecho.

Se dejó caer en una silla, dándose cuenta recién que no tenía ninguna cerveza o botella de alcohol a la mano, pero sin las ganas de levantarse de nuevo e ir por algo para beber. Sonrió mientras masticaba un chicle que encontró en su bolsillo -¿de cuándo estaría allí?- decidiéndose donde comer aquel día; tenía aún unos borradores que debía entregar a finales de semana y pensó que comprar comida rápida y quedarse en casa a terminar su trabajo no eran mala idea.

Salió abrigado con un chaleco y su cabello completamente alborotado. Se sentía tranquilo, feliz, como si le hubiesen quitado un peso de encima. Eligió un plato de comida y se dirigió a caja a pagar, mientras por los parlantes del local sonaba una canción insípida para su gusto. Aún así sonrió, la música pop no era tan mala.

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Tal como Gilbert había presumido, Gilbird llegó hasta el departamento de Arthur, aunque al parecer se había perdido en el camino. Arthur tenía puestos sus lentes y estaba inclinado sobre su corregido borrador, revisándolo por última vez cuando él avecilla entró por la ventana con una carta atada en su patita y se posó enfrente suyo, sobre la mesa. El británico le convidó una sonrisa y sacando su celular marcó el número de Gilbert.

- El grandiosísimo Gilbert Beilschmidt al habla.-

- Gilbert, tu mascota ya llegó.-

- ¡Formidable! Ya verá ese señorito, aunque era obvio que un ave tan magnífica como su dueño lograría dar contigo. Te envié un regalo, ¿lo viste?-

- Sí.- Arthur rió, de mucho mejor humor que los días precedentes, desatando la carta de la pata del ave. – Gil, dime, ¿es normal que a uno le realicen un chequeo para elegir un nivel de, mmm… baile?- Le preguntó, para luego balbucear. -¡Un chequeo de habilidades, por supuesto!-

- Sí, supongo que sí.- Le respondió con su característico acento el alemán, sin siquiera sospechar que el chequeo del que le hablaba su amigo podía ser corporal.- Por cierto Arthur, si vas a tomar esas clases, debo advertirte una cosa.- Gilbert se tomó su tiempo para pensar lo que le diría.

- ¿Qué cosa?-

- Si Francis te ofrece clases gratis, no las aceptes. Francis NUNCA haría algo gratis, ni levantar una hoja del piso. Es sólo un consejo.-

- Yo tengo dinero, no voy a mendigar unas clases de… - Arthur bajó un poco la voz, como si los muebles que lo rodeaban no debiesen escucharlo.- de baile.-

- Yo sólo decía, por si las moscas.- Gilbert en ese momento esperaba la llegada del metro y de alguien. La persona que esperaba se bajó de uno de los últimos vagones y caminó hacia la salida. Cuando sus miradas se encontraron, el albino le sonrió al recién llegado y se dispuso a colgar.

- Nos veremos luego, Artie, tengo que cortar.-

- Bye.-

El alemán se abalanzó sobre el hombre rubio que acababa de detener sus pasos y lo abrazó. El rubio trató de quitárselo de encima, pero le resultó imposible frente al fuerte agarre de su hermano mayor, y rindiéndose le devolvió el abrazo.

- ¿Cómo estaba Kiku?- Le preguntó con expectación. No había tenido noticias de su hermano menor desde que éste se fuera a cuidar a un amigo, hace una semana aproximadamente.- ¿Se siente mejor? ¿Por qué apagaste tu celular?-

El rubio, un chico de veintiún años llamado Ludwig, de ojos de un profundo azul y contextura musculosa se turbó un poco ante la pregunta, para responder con un cierto temor.

- Está mejor, pero olvidé llevar el cargador de mi celular, discúlpame.- Mintió. Su hermano inició la caminata hacia la salida.

- Vamos Lud, en casa me cuentas todo.- El menor lo siguió, bajando su mirada hacia el cabello blanco de su hermano -medía un metro y ochenta centímetros, más que su hermano. Muchos dirían que más masculino no podía ser; su cuerpo, su voz, sus maneras, todo indicaba que así era. Menos lo que dejaba entrever cuando de cierto alegre italiano se trataba- y debatiéndose entre decirle o no a su hermano lo que realmente había sucedido esa semana.

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Arthur, tras colgar, se vistió con una chaqueta de mezclillas y salió de su departamento, bajando tranquilamente las escaleras. Eran las cuatro de la tarde y a las siete comenzaba su turno de ese día, por lo que tenía tiempo de sobra para dirigirse a la clase del francés sin prisas. Cuando salió del metro estaba lloviendo, pero no le importó y siguió su camino sin más ceremonias que subirse un poco el cuello de su chaqueta. Los bordes deshilachados de sus pantalones de pitillo se mojaban sin que por eso el británico sorteara las pozas; por el contrario, las pisaba con fuerza, disfrutando de cómo se habrían las aguas y jugando en velocidad contra las mismas, compitiendo por cual de los dos era más rápido, si su pie en salir de la charca o las aguas en volver. Al llegar a la galería y nada más pasar por el inamovible cartel que prohibía fumar sacó un cigarro y lo encendió.


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Este ha sido el primer capítulo, no duden en comentar.

Próximo capítulo: Francis.