Disclaimer: Los personajes de Harry Potter no me pertenecen.

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Capítulo I

Los recuerdos de Druella Black

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Hermione parpadeó varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la lúgubre iluminación del lugar, y entonces dio un tembloroso paso hacia adelante, concentrada en observar los detalles esculpidos en los pilares que no había notado la vez que la habían tenido prisionera en esa misma mansión, y un escalofrío involuntario la recorrió de pies a cabeza, desestabilizándola por un segundo. Había ido hasta allí con la mejor de las intenciones, pero no estaba lista para la oleada de recuerdos que amenazaban con invadirla.

Entonces, un tembloroso elfo doméstico se apareció frente a ella y la invitó a seguirlo hacia una habitación inmensa, mucho más bonita que las que había conocido, decorada casi hasta el altísimo techo con rosas blancas, cuyos pétalos caían elegantemente sobre las al menos cinco hileras de acongojados invitados, los cuales se mantenían con la vista baja, sólo murmurando entre ellos. Al dar un paso hacia el centro, Hermione pudo oír al coro de Veelas, dulce y encantador, pero sólo centró su atención en las dos cabezas rubias que estaban en posición escalonada frente al decorado altar, saludando con gran elegancia a cada persona que se acercaba a ellos.

La bruja caminó dos pasos hacia las inmaculadas figuras, pero se detuvo, vacilante, antes de avanzar más. Había recibido una extraña invitación a la ceremonia del entierro de Druella Rosier Black, nada más y nada menos que la abuela materna de quien fuera el peor enemigo de sus días de escuela, sin motivos aparentes, ya que ni siquiera había conocido a la difunta mujer. Aun así, y pese a las negativas de Ron, había asistido en señal de respeto, aunque seguía oyendo esa vocecilla en su cabeza que le decía que aún estaba a tiempo de salir corriendo, cosa que impedía que pudiera acercarse a Draco y su madre.

—Granger— se sobresaltó, y sus ojos se encontraron frente a frente con los del mismísimo Malfoy, grises, intensos y aburridos, tal y como los recordaba— Mejor dicho, Ministra— se corrigió el hombre, usando también el rango de su puesto actual. Su tono no era cordial, pero tampoco huraño, como siempre solía serlo cuando se dirigía a su persona.

—Mal… Draco— saludó con amabilidad, sintiéndose demasiado nerviosa de pronto— Yo… Recibí una invitación, y…— intentó excusarse, sacando la tarjeta de letras doradas de su bolso muggle, la cual Draco contempló de refilón, sin hacer ningún otro movimiento.

—Ya veo— murmuró su antiguo compañero de escuela, desviando la vista. Si bien ambos trabajaban en el ministerio y durante esos años habían cruzado algunas palabras, nunca habían tenido una conversación realmente, así que seguía siendo algo incómodo estar cerca suyo— Espera un momento— pidió, atravesando el salón de mármol con paso seguro, llegándose junto a su madre, Narcissa, y diciendo algo con la suficiente discreción como para que ningún otro invitado reparara en ello; luego, los dos miraron en dirección a Hermione, comenzando a discutir con moderación, haciendo que ella se ruborizara y desviara la mirada hacia el ataúd de oro sólido, donde una anciana de cabello blanco parecía estar pacíficamente dormida, vestida de blanco y con las manos entrelazadas sobre el abdomen. La bruja contempló a la yaciente mujer por un rato. No se podía negar el parentesco con Narcissa Malfoy, aunque creyó que no se parecía en nada a sus otras dos hijas. Aún con los ojos cerrados, y pese a su avanzada edad, decidió que Druella Black era una mujer muy hermosa, y que seguramente lo había sido mucho más en su juventud.

— ¡Madre, no…!

Hermione no pudo evitar alzar la vista y voltear al oír la enfadada voz de Draco, viendo como su madre lo ignoraba mientras se acercaba a ella, con un pequeño cofre de plata en las manos, blancas e impolutas.

—Ministra, nos honra con su presencia —dijo la señora Malfoy con toda pompa, pese a que ambas se conocían ya, aunque en situaciones mucho más desagradables. Aun así Hermione sólo asintió educadamente.

—Lamento presentarme así, pero recibí una invitación, señora Malfoy, y…

La elegante mujer levantó una mano para silenciarla y asintió con gracia.

—Sí. Yo misma la envié —expresó; sus ojos estaban rojos, y una mueca de tristeza atravesaba su rostro; aun así Narcissa se mostraba completamente estoica —Scorpius, cariño, ayuda a tu padre a atender a los invitados un momento, por favor. Y busca a tu abuelo que debe seguir en el despacho con Theodore —el jovencito, que permanecía pegado al ataúd, asintió, irguiéndose, tras saludar a Hermione con un pequeño movimiento de cabeza, para alejarse —Bien. Dadas las circunstancias, quisiera no andarme con rodeos si le parece bien. ¿Podría acompañarme?

—¿Huh? ¡Oh! Por supuesto, señora Mal…—la mujer nuevamente la interrumpió con una seña, y Hermione no se atrevió a llevarle la contraria.

Narcissa la guió fuera del salón, hacia una puerta lateral, donde salieron a un interminable pasillo con muchísimas puertas cerradas. Cientos de habitaciones que jamás serían usadas; todo un derroche de ostentación, pero Hermione, pero no dijo nada. Finalmente, la señora Malfoy movió su varita para abrir una de tantas puertas, dándole el paso para que entrara primero. Hermione se tomó unos segundos para respirar profundamente, y luego entró, contemplando la habitación tapizada con libros, la cual contaba con tres sillones, un sofá, una diminuta mesa de centro cuyas patas eran serpientes talladas que se contorsionaban elegantemente, un piano de cola en una esquina y un gran escritorio, donde Narcissa tomó asiento mientras Hermione observaba los libros, embobada, aunque rápidamente se obligó a recobrar el aplomo.

—Lamento lo de su madre —dijo rápidamente. La aristocrática mujer la miró por un segundo y movió la cabeza con un delicado ademán de agradecimiento silencioso. Luego; sin más preámbulo, dejó el cofre de plata sobre el fino escritorio de caoba, contemplando superficialmente la portada de un viejo libro mientras suspiraba.

—Lo agradezco, ministra Granger, ¿o debería decirle Weasley? —preguntó.

—Granger está bien. Es de público conocimiento que decidí conservar mi apellido de soltera —contestó Hermione amablemente.

—Lo sé —respondió Narcissa, haciendo otro grácil movimiento de cabeza —Nos consuela saber que ha tenido una larga vida y murió en paz, en su propia cama, durmiendo. Tuvo el final que siempre deseó.

—Lo siento mucho.

Narcissa suspiró una vez más, levantándose tan solemnemente como se había sentado para caminar hacia una de las enormes ventanas que daban al jardín, posando la mirada en el exterior mientras entrelazaba las manos tras la espalda.

—Ha sido un año terrible para ésta familia —murmuró tras unos segundos, sin voltear a verla —. Primero mi nuera, y ahora mi madre…—hizo una pausa reflexiva, moviendo la cabeza una vez más, como si quisiera disipar aquellos pensamientos, y entonces sí se dio la vuelta, con el ceño ligeramente fruncido —¿Sabe qué es lo más curioso de todo esto? —Hermione abrió los ojos con curiosidad; Narcissa la contemplaba con la mirada ligeramente entornada, como si intentara penetrar en sus pensamientos —Mi madre, como se imaginará, fue toda su vida una férrea partidaria de la supremacía de sangre; y usted, hasta donde sé, sigue siendo una… nacida de muggles —acabó la frase con una mueca; sin embargo, destilaba tal solemnidad que la ex Gryffindor no se atrevió a interrumpirla, mucho menos a molestarse por tal clasificación —Ella tuvo una muerte tranquila, no puedo quejarme. Sin embargo, no deja de extrañarme la forma en que insistió tanto, en su lecho de muerte, para que yo misma me encargara de cumplir su última voluntad —Narcissa se giró y volvió a tomar el cofre entre sus manos —Lo último que dijo fue que quería que le entregáramos éste cofre a alguien; y entonces el apellido Granger salió de sus labios.

Hermione frunció el ceño, sin intentar ocultar su turbación.

—¿Yo?

—Verá, señora Granger... En nuestro círculo no abundan las personas con un apellido tan…curioso. Mi madre dijo algo más con sus últimas fuerzas, pero ya no pudimos oírla. Sin embargo, mi hermana mayor, Andrómeda, asegura que éste cofre, que mi madre hechizó para convertirlo en un Pensadero, fue hecho por muggles; y la única Granger del mundo mágico que tiene un pasado muggle es usted. Mi madre le legó sus recuerdos. Quería que solo usted viera lo que hay en éste cofre.

Hermione parpadeó, confundida, mientras aquella hermosa mujer le tendía el curioso objeto.

—Disculpe, pero, ¿está segura? Jamás conocí a su madre. No tendría porqué haberme dejado nada.

—Lo mismo creo yo —sentenció la otra bruja —No es lógico que mi madre tuviera tratos con (disculpe mi franqueza) su gente. No obstante, ni mi familia ni yo conocemos a otro Granger —dijo, frunciendo los perfectos labios —. Puede llevarse el cofre; francamente no me interesa lo que hay dentro. Puede conservarlo o deshacerse de él si no era usted su destinataria —dijo, caminando hacia la puerta por la que habían entrado —Mi hijo no estaba de acuerdo con que lo tuviera; pero a mí me tiene sin cuidado. Aunque agradecería se me informara si realmente hubiera algo importante allí dentro.

—Pero…

—Tengo invitados que atender —la interrumpió Narcissa, claramente sin intenciones de oír sus protestas —. Que tenga buena tarde, Ministra.

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Hermione equilibró varias bolsas de compras y aquel cofre de plata cuando entró a su casa, cerrando la puerta con un pie. Por supuesto que desde que había asumido en el puesto de Ministra de la Magia tenía a su disposiciones varios asistentes que podían hacer las compras por ella, pero le gustaba siempre hacerse tiempo para tener una vida medianamente "normal", de la misma forma en que procuraba que Rose y Hugo lo hicieran.

Siempre había sido una mujer independiente, y no se sentía cómoda dependiendo de nadie fuera de la oficina.

—¡Niños, ya llegué! —se anunció, dejando sus llaves y su bolso sobre una mesilla del vestíbulo para caminar hasta la cocina, chocando con alguien —¡Merlín! ¡Ron, me asustaste! —reclamó, respirando profundamente por la impresión y pasando del hombre pelirrojo para dejar las compras sobre la mesa —¿Dónde están todos?

—Harry vino por los chicos para llevarlos a un partido de Quidditch, y les di permiso de ir. ¿Hice bien?

—Sí, sí. ¿Pero por qué no fuiste con ellos? —preguntó, comenzando a ordenar los víveres.

Ron se aclaró la garganta y se pasó una mano por el cabello pelirrojo.

—Bueno… Creí que podría esperarte aquí y así poder tener algo de…no sé...tiempo a solas —murmuró, alzando las cejas con gesto sugerente mientras sujetaba a su esposa por las caderas para acercarla a él, haciendo que Hermione sonriera. Sin embargo, cuando acercó si rostro al suyo para besarla ella lo detuvo, poniendo una mano en su boca.

—¿Terminaste tus informes? —preguntó, frunciendo el ceño al tiempo que Ron la soltaba, rodando los ojos con frustración.

—Ahí va de nuevo...— murmuró, encendiendo el interruptor de la ira de Hermione.

—¡Ronald Weasley! —ladró, dándole un golpe en el hombro, molesta —¡No puedes seguir siendo tan desobligado como en la escuela! ¡Se supone que eres un adulto responsable! ¡Y mi esposo, no mi tercer hijo!

—¡Bien! —respondió, alzando los brazos con frustración —¡Terminaré el ridículo papeleo, pero olvídate de nuestro momento a solas!

—¡Bien!

—¡Bien!

Hermione se dio la vuelta para guardar víveres, ofendida, igual que su esposo. Escenas como esas eran como un ruido de fondo de su matrimonio desde que se habían casado, por lo que era algo casi natural. Ella sabía que amaba a Ron tanto como él a ella, pero eso no quitaba que siguiera siendo un flojo aún a pesar de los años, cosa que a veces era frustrante, tanto como para Ronald lo era que ella siguiera siendo tan obsesiva con las obligaciones.

—¿Y ese cofre? —preguntó él de pronto, haciendo que por un momento Hermione olvidara su enojo, tomando su varita para terminar de ordenar los víveres.

—Narcissa Malfoy me lo dio. Al parecer era de su madre —comentó con aire casual, apenas moviendo la muñeca para acomodar las latas de conservas en el estante más elevado.

Ron frunció las cejas, molesto.

—¿Narcissa Malfoy? —preguntó, entre sorprendido y enojado —¡¿Fuiste al funeral de su madre?!

—Sí.

—¡Pero te pedí que no fueras! —exclamó su esposo, moviendo los brazos con exageración —¿No te bastó con haber estado encerrada en aquel horrible calabozo una vez? ¡¿Por qué regresaste a ése tétrico lugar?! —ladró, molestando a Hermione, que al fin se dio la vuelta.

—¡Pues estoy en una pieza, ¿verdad?!

—¡¿Y ahora porqué me gritas?!

—¡Porque tú me gritaste primero!

—¡No es cierto!

—¡Claro que…! —Hermione calló abruptamente, bajando el dedo acusador con el que apuntaba a Ron y relajando sus facciones —¡Argh! No podemos seguir peleando a cada oportunidad, Ron. Esto es ridículo —sentenció, cruzándose de brazos mientras Ron, algo más calmado, se encogía de hombros.

—¿Qué? Acepta que tú empezaste. Siempre empiezas tú.

Ella esbozó una sonrisa sarcástica, sin ánimos para tener otra pelea ese día.

—Acabemos con esto —suspiró, moviendo su varita nuevamente para cerrar la alacena y finalizar con su tarea —. Lo de Narcissa Malfoy y su madre es asunto mío, Ron. Eres mi esposo, no mi dueño, ¿recuerdas? Acepté casarme contigo, pero sigo siendo una Granger.

—Como olvidarlo —gruñó Ron, corriendo una silla para sentarse, guardando silencio por unos minutos, que usó para terminar de calmarse —En fin... ¿viste a Malfoy? ¿Estaba ahí?

—Es su casa, Ron. Claro que estaba ahí.

—¿Y qué pasó? ¿Te dijo algo? Porque si se atrevió a...

—No, en realidad fue bastante educado —rememoró, pensativa— Pero no lo culpo. Han sido tiempos difíciles para su familia...

Ron se encogió de hombros, mordisqueando una galleta del frasco sobre la mesa.

—Tienes razón. Él nunca me agradó, pero perder a su esposa y su abuela con sólo meses de diferencia no debe ser fácil… Creo que hasta lo compadezco. Eso es un gran progreso, ¿no crees?

—Ya no estamos en la escuela, Ron —ironizó la bruja, arrebatándole el frasco —Hasta Harry logró tener una relación cordial con Malfoy, ¿por qué tú no?

—Ah, no sé. Quizá porque su familia está llena de Mortífagos, o porque su padre casi hace que te maten, o porque su tía mató a mi hermano. Tú elige —respondió, testarudo. Sin embargo, tras esas palabras, y luego de que el ceño de Hermione volviera a fruncirse peligrosamente, pareció volver a calmarse —Aunque sé que no todo es culpa. Pero, ya sabes...

—Ron... Sé que Malfoy solía hacernos la vida imposible, yo más que nadie lo he sufrido; pero no podemos vivir por siempre en el pasado... Todos hemos cambiado. También Draco. Y su hijo, Scorpius, es un niño muy amable y bueno, y es muy amigo de Albus. Lamento mucho lo que le pasa a su familia.

—Pues envíales una postal —dijo Ron, poniéndose en pie.

—¡No seas grosero, Ronald Weasley! —protestó ella, frunciendo las cejas en advertencia —¿Adónde vas ahora?

—Iré a ver si puedo alcanzar a los chicos en el partido.

—¿Y tus informes?

—Los termino después.

—Ron…

—¿Qué? A Harry no le importa —rió, besándola en la coronilla —. Te veré en la noche. ¿Tienes que regresar al trabajo?

—No. Haré la cena.

—Estupendo. Nos vemos entonces.

—Sí —contestó en un suspiro, aceptando un rápido beso de su esposo antes de que éste se desapareciera, dejándola sola. Hermione se dejó caer sobre una silla entonces, y se metió una galleta a la boca, contemplando el pensadero de la señora Black con la mirada perdida. Y de pronto frunció el ceño, preguntándose por qué una mujer como la abuela materna de Draco Malfoy le había dejado algo tan valioso como sus recuerdos justamente a ella, una nacida de muggles, enemiga de su nieto que había sido cautiva de su familia en la mansión Malfoy durante la guerra. Eso le pareció tan irónico que no pudo evitar reír. Sin embargo, los recuerdos de una mujer que probablemente había estado en una misma aula con un joven Voldemort, proveniente de una familia de Mortífagos, y sobreviviente a las dos guerras más grandes del Mundo Mágico, eran algo muy atractivo como para pasarlos por alto.

"Sólo hay una forma de resolver el misterio, Hermione". Dijo una voz en su interior, la misma que siempre la orillaba a seguir a Harry a todas sus aventuras durante sus primeros años en Hogwarts.

¿Por qué no?, pensó, observando el reloj de pared, a sabiendas de que tenía un par de horas para intentar resolver el misterio. Entonces, decidida, Hermione abrió el cofre, contemplando la hipnótica y espesa sustancia color plata que se removía lentamente en su interior. Sin embargo, no lo pensó demasiado; se inclinó sobre el recipiente, respiró hondo y hundió la cara en la masa plateada, sintiendo de inmediato que sus pies se separaban del suelo y su cuerpo caía por un oscuro torbellino que no parecía tener fin, hasta que de pronto todo a su alrededor se aclaró, y sus pies tocaron la blanda hierba. Hermione parpadeó con un poco de desconcierto al principio, mirando a su alrededor con atención. Había caído en lo que parecía ser un bosque verde y lleno de vida, de árboles delgados y altos; algunos pájaros cantaban una canción algo desordenada, y el sol brillaba en lo alto, filtrándose a través de las largas ramas llenas de hojas.

De pronto, dos niños pasaron corriendo frente a ella, y Hermione se sobresaltó, haciéndose a un lado mientras los observaba. El niño era bajito y con rizos rubios cual querubín que rebotaban mientras corría; la niña era más delgada y alta, parecía ser mayor, y era lo opuesto al querubín, ya que tenía el cabello lacio y negro, e iba vestida de colores oscuros, lo cual la hacía ver algo pálida. Entonces, cuando Hermione miró tras ellos vio a la niña más hermosa que había visto en su vida. De mejillas todavía redondas, piel sonrosada y hermosos rizos dorados rebotando en todas direcciones, acompañados de unos grandes ojos azules que parecían reflejar el color del cielo; con su vestido blanco y sus pies descalzos parecía un ángel flotando sobre la hierba. Ella debía ser Druella Rosier, pues era la única que se parecía a Narcissa Malfoy.

—¡Lorcan, Walburga, espérenme! —la hermosa niña gritó, corriendo tan rápido como sus cortas y rechonchas piernas se lo permitían tras los otros dos. Entonces la mayor, que debía ser Walburga, se giró hacia ella con horror, indicándole con una seña que guardara silencio.

—¿Walburga? —repitió Hermione, que no pudo evitar torcer los labios con desagrado al recordar a Walburga Black, la madre de Sirius, aquella detestable y enfadosa mujer del cuadro del número 12 de Grimmauld Place, y se estremeció ante la idea de verla más joven y con su odio hacia la gente no mágica intacto. Sin embargo, intentó no concentrarse en esos recuerdos.

—¡No grites, tonta cerebro de squib! —murmuró la aludida, volviendo a darse la vuelta después, escondida tras el tronco de un árbol, espiando junto a Lorcan.

—¡Pero yo quiero ver también! —protestó la pequeña Druella, empujando a su hermano para mirar lo mismo que ellos, frunciendo el ceño como Hermione al ver que solo era un grupo de niños huyendo de otro con los ojos vendados. Ellos se veían mayores, tal vez de la edad de la niña llamada Walburga, y vestían como campesinos, pero, fuera de eso, no parecían ser algo digno de tanto secreto.

—¿Qué es lo que hacen? —preguntó el querubín Lorcan con intriga pero cierto recelo a la vez.

—Están jugando —Druella pensó en voz alta —¿A qué juegan?

—A un ridículo juego muggle.

—¿Qué es muggle? —preguntó la menor, y Hermione no pudo suprimir una sonrisa ante su inocencia, mientras que, por su parte, Walburga volvía a fruncir el ceño, impaciente.

—Es la gente no mágica, tonta. De las que hablan nuestros padres.

—¿Eso es un muggle? —la pequeña Druella volvió a mirar a los desconocidos con atención, concentrándose en el niño de ojos vendados que seguía caminando a tientas mientras los otros huían de él —Pero si no parecen bestias. Lorcan dijo que tía Muscilda vivía rodeada de bestias.

—Eso es lo que Madre dice —se defendió el niño, tan decepcionado como ella —Pero solo son niños. Sucios y tontos, pero son como nosotros...

—Ellos no son como nosotros —Walburga movió su largo cabello negro de un lado a otro con molestia, arrugando sus delgadas cejas en un santiamén —Son criaturas inferiores. Salvajes. Mi padre lo dice todo el tiempo. No podemos acercarnos a ellos.

—¿Y por qué no? —preguntó Druella, con auténtica curiosidad. Walburga entonces abrió y cerró la boca varias veces, pero no respondió nada por un buen rato, como si no supiera qué decir.

—Porque...Son gente malvada que no puede hacer magia. Y no puedes confiar en la gente que no hace magia.

—¿Por qué? —Druella insistió, tal vez porque su mente de niña no podía satisfacerse con ninguna de las vagas respuestas de Walburga. Hermione podía notar que sentía mucha curiosidad al respecto, aunque eso no parecía ser de agrado para la otra niña.

—Ya te dije. Son diferentes, y eso hace que... —de repente Walburga palideció y guardó silencio. Lorcan la imitó y dio un salto hacia atrás mientras los dos miraban tras de Druella. Hermione también miró hacia la pequeña y abrió los ojos con sobresalto.

—¡Te encontré! —exclamó un cuarto niño, y casi al instante dos manos de dedos largos y llenos de tierra se aferraron a los brazos de la pequeña Druella Rosier por detrás, paralizando a la niña, así como a sus dos acompañantes, que rápidamente huyeron del lugar, dejándola sola.

El niño desconocido entonces volteó a Druella y se sacó la venda de los ojos, observando fijamente a la niña que había sujetado, tan sorprendido como ella.

—¿Quién eres tú? —preguntó, enfocando sus desconcertados ojos grises en ella; y aunque Druella al principio se había mostrado aterrada, de pronto dejó de tener la sensación de que estaba en peligro. Algo en el rostro de ese niño le había dicho que él no era peligroso. Tal vez no era un muggle.

—Soy Druella —respondió con naturalidad, observando fijamente al niño hacia arriba, ya que le sacaba casi una cabeza de altura —¿Quién eres tú? —preguntó. El niño parpadeó, se quitó la tela que había cubierto sus ojos de la cabeza y sonrió.

—Soy Johnny. ¿Estabas espiándonos?

—¿Qué es espiar? —de nuevo hizo una pregunta. Él se pasó una mano por el rostro, pensativo.

—Es cuando...cuando haces lo que estabas haciendo. Eso es espiar.

—Yo no estaba haciendo nada. Solo quería ver a las bestias.

—¿Qué bestias?

—Los muggles.

—¿Los qué?

Muggles. Gente malvada que intenta robarse nuestra magia.

—Yo no soy malvado —Johnny frunció el ceño —Y tampoco soy un mu-cómo se diga.

—¿No? —Druella parpadeó, verdaderamente sorprendida —Pero Walburga dijo...

—¿Quién es Walburga?

—Es otra niña. Creo que somos familia, porque mi tía también es su tía. Ella vive en la casa grande de la colina.

—¿En la mansión Crabbe?

—Sí. ¿La conoces?

—¡Johnny! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Regresa al juego! —gritaron los otros niños muggles a coro, y Hermione los vio llamar a su amigo con señas y gritos.

—¡Ya voy! Oye, ¿quieres jugar con nosotros? —propuso, extendiéndole una mano a la bonita Druella; y ella, aunque dudó por un segundo, terminó por sonreír, poniendo su pequeña y blanca mano sobre la de ese niño, que la apretó al instante.

—¡Druella! —gritó una mujer a los lejos de pronto, y Druella rápidamente apartó su mano, dándose la vuelta —¡Druella Megara Rosier! ¡¿Dónde estás?!

—No creo que pueda jugar contigo —suspiró la pequeña, mirando al niño nuevamente —. Mi madre me está llamando.

—Oh —el niño frunció el ceño un momento, pero después sonrió, enseñando sus dientes grandes y firmes —Por cierto, me gusta tu nombre. Es raro... pero bonito.

—Gracias. Me gustan tus dientes. Parecen dientes de ardilla —se rió niña, y él, lejos de ofenderse, rió con ella.

—¡Johnny!

—¡Ya voy! ¡Adiós, Druella!

—¡Adiós, Johnny!

Los niños se despidieron, y casi al instante todo volvió a ponerse negro para Hermione, que de pronto se encontró parpadeando junto a una ventanilla, observando los verdes campos escoceses deformándose frente a ella a causa del movimiento rectilineo del tren, el cual seguía avanzando poco a poco por un camino que conocía de memoria; se acercaban a la estación de King's Cross, y se hallaba sobre el Expreso de Hogwarts.

Hermione contuvo el aliento durante un segundo, rememorando cómo tantas otras veces había visto ése mismo paisaje fuera de su ventana, desde ése mismo tren, acompañada casi siempre de Harry y Ron. Y se permitió sonreír ante su propio recuerdo, hasta que de pronto escuchó un suave ronroneo que la sobresaltó, y, moviendo la cabeza, se halló rodeada de tres jóvenes desconocidos vestidos con unas impecables túnicas verdes, dos muchachos y una chica que también miraba por la ventanilla mientras acariciaba el lomo de un enorme gato persa de brillante pelaje naranja que descansaba sobre su regazo. Hermione rápidamente se percató de que no conocía a ninguno, pero a pesar de eso se concentró en observar a la chica (que debía ser Druella ya adolescente), que le recordó brevemente a la joven Fleur por su belleza casi irreal, los brillantes ojos azules, la piel pálida como la nieve, y el cabello largo y dorado como el oro. Como de niña, la Druella era una joven muy hermosa, pero su expresión era extraña, un poco severa y distante, tanto que Hermione tuvo, por un momento, la extraña sensación de estar mirando a la mismísima Narcissa Malfoy en persona, aunque varios años más joven, claro. Aun así había una extraña mezcla de la mamá de Draco con Fleur en ella.

De repente, la bella muchacha ahogó un bostezo y desvió la mirada de los prados para posarla en el asiento de enfrente, sin dejar de acariciar el lomo del gato mientras le echaba un vistazo a la primera plana de la edición de El Profeta matutino que el chico frente a ella, igualmente rubio y atractivo, leía en silencio. Hermione tuvo la impresión de que ambos eran muy parecidos, con excepción de que el niño llevaba el cabello rubio corto, y peinado hacia atrás como todos los jóvenes en las fotografías antiguas. Además de eso, su mirada parecía un poco más relajada, aunque había una extraña malicia en sus ojos que a Hermione no le gustó nada.

—¿Alguna noticia importante? —preguntó la joven Druella, sujetando al animal contra su pecho. Y en esa posición a Hermione le recordó a una muñequita de Dresde, de esas que su abuela solía coleccionar en la sala de su casa. Pero esta muñeca se movía, y cuando posó sus aburridos ojos en su dirección, Hermione tuvo que recordarse que ellos no podían verla para relajarse, y después tomó asiento en el lugar vacío junto al de Druella, frente a otro muchacho, el tercer ocupante del compartimiento, el cual era bastante apuesto también, pero, a diferencia de sus acompañantes, era moreno y de ojos grises; curiosamente, casi idéntico a Sirius Black, el padrino de Harry.

—Nada —Hermione posó la mirada en el atractivo chico rubio otra vez, siguiendo atentamente sus palabras —. Como si Grindelwald y su campaña en el este no existieran.

"¿Grindelwald?" Pensó la ex Gryffindor, tratando de determinar la antigüedad de aquel recuerdo.

—¿No oyeron los rumores? —preguntó el chico que se parecía a Sirius, peinándose el brillante cabello oscuro prolijamente hacia atrás, con gesto arrogante.

—¿Qué rumores? —preguntó Druella al tiempo que volvía a dejar al gato sobre su regazo, acomodándose el largo y hermoso cabello rubio detrás de los hombros mientras el chico de cabello negro se le quedaba viendo como hipnotizado por sus rizos, pero no tardó en responder, aclarándose la garganta:

—Dicen que Grindelwald va a iniciar una guerra, y que está reclutando seguidores en toda Europa para eso —dijo, haciendo una pequeña pausa —, aún en contra de su voluntad.

—¿Una guerra? —repitió la joven, cambiando de expresión por una un poco más incómoda; entonces el animal saltó de su regazo hacia el asiento de Hermione, haciendo que ésta también se levantara de un salto por pura inercia —Digo, todos sabemos que Grindelwald es un mago muy poderoso, pero eso sería imposible.

—¿Imposible? —repitió el chico rubio con sorna —Grindelwald es el mago más poderoso de todos los tiempos. Por supuesto que puede inciar una guerra si eso quiere... ¿no estás conmigo, Alphard?

Alphard, la copia de Sirius, torció los labios, algo más cauteloso.

—Bueno... Admito que es extraño que casi todos nuestros conocidos van a pasar las vacaciones lejos de sus casas éste verano...

—¿Qué quieres decir? —preguntó Druella. Hermione parpadeó

—Quizá todo es cierto —siguió Alphard, con tono más seguro —. Tal vez nuestros padres saben algo, y por eso nos envían con Muscilda en medio de la nada. ¿No se habían puesto a pensar en eso antes?

—Ni por un segundo —dijo el otro muchacho. mirándose las uñas con aburrimiento. Druella, por otra parte, esbozó una mueca ahogada, pero no dijo nada. Luego hubo unos pocos minutos de silencio incómodo, que el mismo joven parecido a Druella se encargó de interrumpir: —Sea como fuere, guerra o no, estamos fuera de peligro, ¿cierto? —exclamó, estirándose sobre su asiento con pereza —Nuestras familias son puras, importantes e influyentes. Nada malo nos pasará.

Alphhard sonrió.

—Tienes razón. Ése es asunto de los muggles —sentenció, haciendo que Hermione frunciera el ceño; de pronto se sintió un tanto incómoda, sobre todo porque la arrogancia con la que hablaban esos chicos le recordaba inefablemente al joven Draco Malfoy, y el pensamiento de que esos tres jóvenes de Slytherin, igual que Malfoy, muy probablemente serían futuros seguidores de Voldemort, aunque ahora solo parecían ser tres amigos normales como Harry, Ron y ella años atrás. Era extraño estar en medio de tres personas que podrían ser asesinos fríos y despiadados en un futuro no muy lejano, y aun así verlos como simples niños. Aunque, si lo pensaba bien, incluso Voldemort había sido niño alguna vez. Un niño aterrador según los recuerdos de Harry, pero que por fuera se veía tan normal como cualquier otro.

Y pensando en el joven Tom Riddle, curiosa, dobló el cuello par al poder ver la fecha en el periódico que seguía doblado sobre el regazo del chico rubio, pero lo único que pudo leer fue la fecha: junio de 1939.

—Vaya...—murmuró para sí misma, sorprendida.

Había vuelto al tiempo antes de la peor guerra de la historia, tanto de los muggles como de los magos, apenas unos dos meses antes de que ésta comenzara. Eso le pareció algo perturbador, pero al mismo tiempo muy interesante.

—¿Qué pasa, Druella? —inquirió la copia de Sirius, sonriendo con suavidad y llamando nuevamente su atención.

Druella Black, que pareció salir de una larga ensoñación, se colocó el cabello tras las orejas y meneó la cabeza.

—No es nada.

—Es que mi hermana le tiene miedo a Grindelwald —dijo el chico rubio, riendo con sorna, mientras Druella se sonrojaba hasta las orejas.

—¡No es cierto! ¡Cállate, Lorcan!

—¡Sí lo es! Eres una llorona.

Druella enrojeció hasta las orejas, y por un momento a Hermione le recordó a Ron en su adolescencia. Sin embargo, la muchacha no sólo se veía avergonzada, sino que parecía en verdad furiosa.

—¡Tú también le temes, cabeza de troll!

—¿Y por qué habría de temerle? —preguntó Lorcan, cínico —Grindelwald detesta a los impuros. Nosotros no tenemos de qué preocuparnos.

—¿Y si quiere que peleamos para él? ¿No has pensado en eso, tonto hermano?

—Druella tiene razón —secundó Alphard.

Lorcan frunció el ceño, al igual que la leona, quien intentaba desesperadamente capturar el hilo de la conversación.

—"Druella tiene razón" ¡Deja de ser tan lambiscón con mi hermana, Black! ¡Eso no va a hacer que le gustes! —soltó, burlón, haciendo sonrojar a su hermana y a Alphard Black. Entonces, Hermione recordó a un Alphard que había sido eliminado del árbol genealógico de los Black; un tío de Sirius, si no se equivocaba. De ahí el increíble parecido —. Sólo tenemos quince años. Ni siquiera podemos hacer magia fuera de Hogwarts. ¿De qué podríamos servirle al Señor Oscuro.

—No lo llames así —pidió Druella, ahogando un suspiro— Suenas igual de loco que los Carrow —dijo. Su hermano rió, desplegando su periódico nuevamente.

—Que bueno que Cygnus y tú irán con nosotros, Al. Mi hermana tiende a ser muy aburrida la mayor parte del tiempo — dijo, cambiando de tema y haciendo que Druella lo fulminara con la mirada.

—¿Y Walburga? ¿Estará allí también? —preguntó la muchacha, también cambiando el tema mientras desviaba la vista hacia el joven Black.

—Claro —respondió este, haciendo que también ella lo mirara —Pasamos unas semanas con tía Muscilda todos los veranos desde que somos niños. Es...algo así como una tradición. Creo que nuestra madre quiere que nos deje su dinero cuando muera. Después de todo, también tenemos sangre Crabbe.

—Que extraño en ella —dijo Druella, torciendo los labios —. Siempre ha odiado profundamente a los muggles.

Hermione pudo presentir el desagrado de Druella ante la mención de la madre de Sirius, muy parecido al que ella sentía, a pesar de que ambas pertenecían a familias de sangre pura.

—Los muggles casi nunca se acercan a las tierras de Muscilda —volvió a hablar Alphard —Su casa está cerca de un acantilado. Es un bonito lugar, y parece que a mi hermana le gusta pasar tiempo ahí, sobre todo después de graduarse —suspiró, recargándose sobre sus rodillas con aburrimiento —. Parece que le gusta la compañía de nuestra tía.

—A Walburga no le gusta nada ni nadie —sentenció Druella, y la ex Gryffindor no pudo estar más de acuerdo con ella mientras cruzaba los brazos y regresaba la vista hacia el paisaje.

Nadie dijo nada más en el compartimiento cuando el tren al fin empezó a entrar en la estación, deteniéndose momentos antes de que todos los alumnos se agolparan con sus equipajes en las salidas.

—Ven, Cadwell —dijo Druella mientras se levantaba, y el enorme gato anaranjado de inmediato saltó a sus brazos. Los tres chicos de Slytherin terminaron de reunir sus cosas y salieron de su compartimiento también, con Druella por delante y Alphard cargando su baúl de letras doradas y el suyo mientras Lorcan los seguía de cerca, intercambiando unas pocas palabras con un par de chicas que se habían unido a él junto a otra docena de alumnos. La estación era un lío de familiares esperando por sus hijos, tal y como lo recordaba, con la diferencia de que las mujeres lucían complicados y elegantes peinados de la época, y todas usaban vestido y tacones, mientras los hombres usaban trajes de tiradores y sombrero, como se acostumbraba en ese tiempo.

La mayoría de los chicos saludaban alegremente a sus familiares o corrían a abrazarlos, pero Druella, en cambio, sólo bajó lentamente

—¡Cygnus! —exclamó el joven Black cuando bajaron del tren, y entonces un chico muy parecido a él salió de entre la multitud y arrastró su equipaje hacia ellos.

Ése debía ser Cygnus Black, el otro tío de Sirius.

—¿Están listos? —preguntó Cygnus, secándose unas cuantas gotas de sudor de la frente. Los otros tres Slytherins asintieron y todos esperaron sobre el andén a que la multitud se disipara, con Hermione de pie junto a ellos, intentando reconocer algunas caras. Vislumbró a un joven muy parecido a Neville Longbottom, pero no pudo seguirlo porque éste no entraba en los recuerdos de Druella.

—Hace años que no vemos a tía Muscilda. ¿Cómo la reconoceremos? —la voz aburrida de Druella captó su atención otra vez. Ella y los otros tres jóvenes se habían parado junto al expreso y estaban esperando.

—Créeme. La reconocerán —Alphard sonrió de lado, abriendo los ojos de pronto — Oh, allá viene —anunció el chico, haciendo que los hermanos Rosier y Hermione parpadearan en la misma dirección, curiosos.

Muscilda era una mujer de edad, regordeta, y de escasa estatura; y, tal vez debido al exceso de peso, guardaba algún parecido con Vincent Crabbe, según creyó Hermione, casi segura de que debían ser familia. La mujer iba vestida con una llamativa túnica de color naranja, y un enorme sombrero de flores de calabaza haciendo juego. Sus cabellos, grises e hirsutos, estaban peinados en un desfachatado moño que se perdía en todas direcciones, y su rostro, de mejillas gruesas y ojos pequeños, estaba contorsionado en una afable sonrisa.

—¡Lorcan, Dully! —vociferó la mujer con voz chillona, extendiendo sus brazos rechonchos hacia los lados.

—¿Tía Muscilda? —preguntó Lorcan, turbado ante la cercanía. La mujer frunció los labios de color borgoña y se hizo hacia atrás.

— ¡Pues claro! ¿Quién sería si no? —le sonrió, estrechándolo junto a su hermana en un abrazo —¡No puedo creer lo mucho que han crecido! Oh, pero, ¡vamos, vamos! El tiempo apremia y si no nos damos prisa no llegaremos a la hora del té —les dijo, ampliando su amarillenta sonrisa —Alphard y Cygnus, Walburga los espera en la casa grande con el almuerzo. Dotty los llevará, como siempre. ¡Dotty! —un elfo doméstico apareció detrás de Hermione, haciéndola dar un salto hacia el costado, e inclinó la cabeza hasta que la ganchuda nariz casi tocó el suelo —Lleva a los jóvenes Black y el equipaje a la casa principal.

La criatura asintió, chasqueando los dedos para que él y los hermanos Black, junto con los cuatro baúles, desaparecieran.

— ¿Y nosotros cómo viajaremos? —preguntó Druella, observando el espacio vacío que el equipaje había dejado, el mismo lugar adonde Hermione se había movido, con el ceño elegantemente fruncido.

—Oh, bueno. Cómo es la primera vez en años que visitarán Milford Haven me gustaría darles un paseo para que vea lo mucho que ha cambiado —repuso Muscilda, empezando a caminar con pasos cortos y presurosos.

—¿Milford Haven? —repitió Hermione, a pesar de saber que nadie podía oírla. Conocía aquel pueblo; sus abuelos habían vivido allí, y sus padres solían llevarla en las vacaciones.

Vaya casualidad.

—¿Paseo? —la voz de Druella la sacó de sus pensamientos, y la ex Gryffindor, dándose cuenta de que el grupo había empezado a avanzar sin ella, dio un salto para ponerse a la par, cerrando aquel cortejo.

—Sí, querida. Les mostraré el lugar, el pueblo, el puerto, los muelles, todo lo que hay que ver de Milford —dijo la mujer mayor con prisas —Es un lugar muy bello.

—Sí, lo recuerdo —Hermione no pudo con su genio y contestó, de nuevo ignorando el hecho de que no podía ser oída, lo cual comenzó a parecerle frustrante.

Druella, su hermano y su tía abuela llegaron rápidamente a las chimeneas públicas, algo que no pareció agradarle a la chica, pero Muscilda parecía demasiado apresurada como para notarlo.

—Entren a la chimenea. Lorcan, ve primero.

Druella rodó los ojos y Lorcan gruñó, pero obedeció, tomando un puñado de polvos flu.

—Bien, querido, sólo di: Botica Diggory, Milford Haven, Pembrokeshire, Gales, Reino Unido —¿Diggory?, repitió Hermione, de nuevo extrañaba, comenzando a preguntarse si esos Diggory tendrían algo que ver con Cedric —¿Lo tienes?

—Claro.

Lorcan lanzó los polvos y desapareció, dejando una nube de polvo tras él, provocando que Druella y Hermione fruncieran el ceño con desagrado.

—Creo que lo hizo bien. Dully, cariño, tu turno.

Druella asintió, y Hermione tuvo que seguirla dentro de la enorme chimenea. Siempre había detestado los viajes por la Red Flu, y pudo percibir que a Druella tampoco le gustaban mucho.

—Recuerda, Botica Diggory, Milford Haven, Pembrokeshire, Gales, Reino Unido.

La chica tomó una bocanada de aire, sujetó a su gato firmemente contra su pecho y repitió las palabras. El suelo bajo sus pies se esfumó, pero casi al instante volvieron a pisar algo firme, y, al abrir ojos, y tras disipar las cenizas con una mano, se hallaron en un lugar muy ordenado e iluminado, donde Lorcan estaba de pie, mirando por una ventana.

—Ven, mira —llamó a su hermana, que rápidamente dejó a su mascota en el suelo y se unió a él —No está mal. No lo recordaba así.

Hermione se asomó a la ventana detrás de los hermanos Rosier y tuvo que parpadear varias veces para acostumbrarse a la brillante luz del sol; luego, observó las antiguas y pintorescas casitas construídas de piedra local y las calles adoquinadas, muy diferentes de los edificios modernos y las calles pavimentadas que ella había conocido, pero seguía teniendo aquel maravilloso el mar azul de fondo. Un poco más allá reconoció el enorme muelle por el que sus padres y ella tantas veces habían paseado, y vio a varios marineros trabajando en los barcos; sin embargo, no tuvo tiempo de profundizar su análisis antes de que Muscilda hiciera su explosiva aparición, lanzando grandes cantidades de cenizas en todas direcciones.

—¡Uff! Siempre es una verdadera experiencia usar la red flu, ¿verdad? —les sonrió, sacando su varita para sacudirse la túnica y, posteriormente, transformarla en un holgado vestido de verano con el estampado de flores más horrible que Hermione había visto —Bien, queridos, sé que ustedes nunca han tratado con muggles, pero ellos no suelen vestir con túnicas —les dijo. Lorcan y Druella se quitaron las túnicas de Hogwarts, quedándose sólo con el uniforme gris y la corbata verde y plata —Mucho mejor. Síganme.

Muscilda movió su varita una vez más y abrió una puerta que se hallaba a su derecha, la cual soltó un fuerte rechinido; después, con una seña, le indicó a sus sobrinos que salieran por ella, y al hacerlo, para sorpresa de Hermione, se encontraron con una tienda de abarrotes muggle, de esas con enormes aparadores de madera tallada y escaparates de vidrio pintado, como en las películas antiguas. Era un lugar amplio e iluminado; había por lo menos tres estanterías llenas de productos que en su tiempo ya no se fabricaban, leche en botellas de vidrio, costales de harina y azúcar, y una sección de vegetales, todo muy limpio y ordenado.

—¿Por qué las cosas no se mueven? —preguntó Lorcan, analizando una caja de cerillas con curiosidad —¿Crees que tengan ranas de chocolate? —preguntó a su hermana, pero Muscilda contestó por ella:

—No, cariño. Es una tienda para muggles —informó, guiándolos entre los estantes hasta la salida —Pero Hiram podría conseguírtelas. ¡Oh! Allí está él, ¡Hiram!

Hermione alzó la vista en dirección a donde la otra bruja miraba, encontrando a un hombre bajito acomodando unos dulces en frascos de vidrio, el cual usaba pantalones de franela y un chaleco de lana de color marrón sobre una pulcra camisa blanca. Al escuchar a la mujer el hombrecillo se giró hacia ellos y sonrió, amable, estrechando sus ojos castaños.

—¡Señora Crabbe! ¡Me alegro de que al fin haya decidido usar mi red flu! ¿Qué tal el viaje? —le sonrió, limitándose las manos con un pañuelo.

—Ha estado bien. Algo polvoriento.

—Lo sé, es inevitable —el hombre rió —¿Y quiénes son estos jóvenes tan llenos de vida? —preguntó, mirando a los hermanos con curiosidad.

—Oh, ellos son los hijos de mi sobrino, Druella y Lorcan. Es la primera vez que me visitan desde que eran pequeños, así que quería que conocieran el pueblo, ¿y qué mejor que tu tienda para empezar?

—Oh, claro, claro —sonrió el hombre, sacando su varita para terminar de guardar los caramelos y cerrar los frascos en un santiamén.

—¿Usted es mago? —soltó Lorcan; Druella miró al hombre también, quien sólo les sonrió, de manera amable.

—Ciertamente lo soy, jovencito. Mi nombre es Hiram Diggory. Es un placer.

—¿Hiram Diggory? —repitió la ex Gryffindor, intentando encontrar algún parecido entre ése hombre y Cedric.

—Es un placer, señor Diggory —Druella hizo una pequeña reverencia y Hermione salió de su ensimismamiento. Lorcan estrechó la mano del hombre con educación aunque algo reticente.

—El placer es mío, niños. Verán que les gustará Milford. Es un bonito lugar.

—¿Usted vive aquí? —preguntó Druella, y el hombre asintió.

—Oh, sí. Mi esposa y yo nos mudamos antes de que naciera nuestro hijo. Queríamos criarlo en un lugar tranquilo, y entonces llegamos aquí... Deberían conocerla. Estoy seguro de que estará encantada de tomar el té un día.

—Oh, eso sería adorable —contestó Muscilda, encantada —La señora Diggory prepara las mejores galletas de todo Gales —informó a sus sobrinos —. Con gusto asistiremos, pero ya es hora de irnos.

—Oh, sí, sí, sí. Ya no les quitaré el tiempo. Que tengan un buen día.

—Gracias querido, tú igual. Y envíale mis afectos a tu adorable esposa y al pequeño Amos.

El señor Diggory sonrió, y tras que los hermanos se despidieran también, Muscilda los guió fuera de la tienda, bajo el abrasador sol de verano.

—¿Por qué el señor Diggory vive entre muggles? —preguntó Druella, siguiendo a su tía de cerca junto a Hermione, después de recorrer unas dos calles. Ella conocía el camino; iban hacia el muelle.

—Oh, bueno. Algunos magos simplemente disfrutan haciéndolo, querida —soltó la bruja mayor, dando cortos y graciosos paso—. Ahora su tienda es el principal lazo entre este mundo y el nuestro.

—¿Por qué alguien querría vivir entre muggles? —pensó Lorcan en voz alta.

—Porque a veces es entretenido, querido —contestó su tía, señalando un enorme y colorido mercado callejero que se erguía frente a ellos. Las tiendas de colores brillaban bajo el sol, y decenas de personas iban y venían en todas direcciones, moviéndose entre los puestos de pescado fresco, hortalizas y otras mercancías.

Hermione recordaba el mercado; aún existía en su época, y lucía exactamente igual al que ahora tenía frente a sus ojos, con todos esos gritos de mercaderes ofreciendo sus productos, las familias comprando y las risas, todo con el mar azul a un tiro de piedra de distancia, formando una postal única y hermosa. Y de pronto cientos de recuerdos se agolparon en su mente mientras seguía a Druella, su hermano y Muscilda, que servía como guía entre los distintos puestos, relatando cada cosa que para cualquier muggle sería normal, pero que a los magos parecía sorprenderlos de sobremanera. Y a pesar de que los adolescentes no parecían nada felices de estar allí, aceptaron gustosos un helado cada uno, y empezaban a distraerse observando algunas artesanías, aunque seguían mirando a las demás personas con recelo e incomodidad.

Y, de pronto, Hermione se halló a si misma contemplando a la joven y bella Druella Black (o Rosier), preguntándose el porqué de darle aquellos recuerdos de una salida familiar, a la cual no lograba encontrarle pies ni cabeza. ¿Por qué Druella había querido que viera aquello? No tenía ningún sentido para ella ser partícipe de aquellas vacaciones.

—¡Cadwell! —el grito de Druella hizo que Hermione dejara de observar a su alrededor para girarse hacia ella. Su gato había saltado de sus brazos y corría entre la multitud mientras la hermosa muchacha, que había tirado su helado por la sorpresa, lo perseguía —¡Cadwell! ¡Regresa! —exclamó, siguiéndolo casi hasta el otro lado del mercado, donde pareció perderle la pista, ya que se quedó parada en medio de la gente, observando en todas direcciones, igual que Hermione, que se había visto atrapada en todo ese trajín —¡Cadwell! —volvió a gritar Druella, con la desesperación surcando su voz. Fue entonces cuando se oyó un ronroneo, y al voltear tanto la abuela de Draco como Hermione dieron con el brillante pelaje del gato, que estaba sentado frente a un puesto de pescados mientras un joven inclinado frente a él le daba algo con su mano —¡Cadwell! —lo llamó, y el gato de inmediato se dio la vuelta y corrió hacia ella, saltando a sus brazos —. Gato tonto... No te escapes así —lo reprendió la chica, que de repente parecía mucho más aliviada y cariñosa. El gato entonces ronroneó y le lamió la nariz, haciendo sonreír a su dueña, algo que Hermione no había visto antes.

—¿Es tu gato? —preguntó una voz masculina; Druella de inmediato borró su sonrisa, y tanto ella como Hermione miraron al joven que seguía acuclillado sobre el suelo, el cual miraba fijamente a la chica con sus ojos grandes y oscuros. La ahora Ministra de la Magia notó entonces que era un hombre joven (tal vez un poco mayor que Druella), guapo, fornido y bronceado. Su espalda ancha estaba cubierta por la tela gris de una camisa un poco vieja y gastada, y las mangas enrolladas dejaban al descubierto unos brazos fuertes y bronceados. Tenía una barbilla cuadrada y masculina, cejas pobladas y cabello corto, negro y brillante, que enmarcaba unos ojos igualmente oscuros y risueños. Era, sin duda, un muchacho muy atractivo, y había algo muy familiar en él.

El joven siguió sonriendo a pesar de que Druella no había respondido a su pregunta, y Hermione notó que tenía la sonrisa más perfecta y bonita que había visto.

—No eres de por aquí, ¿verdad? —volvió a preguntar, divertido. En ese momento Hermione sonrió, y Druella palideció tanto como el papel —. Y parece que no hablas mucho...—sentenció, sin perder el buen humor; después solo se le quedó viendo, al parecer sin importarle la mirada desdeñosa y desconfiada de Druella mientras regresaba al puesto de pescados al tiempo que el gato de Druella volvía a escaparse de ella para ir a enrrollarse entre las piernas del desconocido, haciéndole reír —Me gusta tu gato. Es amigable —comentó, y de nuevo ella no contestó.

—Ven, Cadwell —ordenó fríamente. Y el joven soltó una carcajada ahogada.

—¡Pero sí hablas! —celebró, arrojándole un pequeño arenque al gato antes de que éste regresara con su dueña —Por cierto, mi nombre es...

—¡Oye, galán! —gritó un marinero de aspecto tosco que había aparecido de la nada, llamándolo a él mientras le arrojaba un pequeño arenque, golpeándolo en la cabeza —¡Éstas cajas no van a descargarse solas! ¡¿Qué esperas?! —siguió gritándole, momento que Druella aprovechó para tomar a su mascota y regresar sobre sus pasos, veloz, igual que Hermione, que nuevamente la seguía de cerca.

—¡Druella! ¿Dónde demonios estabas? —preguntó Lorcan, apareciendo entre la multitud con cara de pocos amigos —Llevo como diez minutos buscándote, tonta... ¿Qué te pasa?

—Cadwell escapó —fue todo lo que dijo, haciendo que su hermano frunciera el ceño.

—Gato estúpido —musitó, y el animal le gruñó —Deberías haber pedido un sapo; eso es mejor a un gato tonto al que no le gusta nadie. En fin, Tía Muscilda dijo que debemos seguir. Andando.

—Sí.

Druella siguió a su hermano, y los dos se encontraron con la bruja mayor fuera del mercado, quien empezó a guiarlos hacia una calle que bordeaba el mar, donde había varios barcos pesqueros anclados.

—¿Qué demonios apesta tanto? —se quejó Lorcan, frunciendo la nariz con desagrado, en un gesto que lo hacía verse increíblemente parecido a Narcissa Malfoy.

—Es pescado —informó Muscilda, siguiendo calle abajo mientras se daba aire con un enorme abanico de plumas brillantes.

—¿Qué hacen esos muggles? —Druella señaló a unos hombres de aspecto cansado y sucio que bajaban cajas de una de las embarcaciones, haciendo que su tía mirara en esa dirección.

—Son pescadores, querida. Esas personas pescan durante la madrugada y en las mañanas descargan y venden lo que pescaron. Milford en famosa por tener la mejor pesca de todo Gales.

Druella asintió y ya no dijo nada, pero Hermione se percató de que había posado sus ojos sobre los hombres que trabajaban bajo aquel sol radiante, pero que su atención parecía estar especialmente sobre uno que estaba cargando una pesada caja sobre su hombro derecho; era el joven del mercado. Entonces, como si se sintiera observado, el muchacho miró en su dirección y sonrió.

—¿Qué tanto ves? —la chica saltó sobre su asiento al sentir la voz de Lorcan sobre su hombro, al igual que Hermione.

—Nada ―contestó, peinándose un mechón de cabello tras la oreja, mojándose los labios con la lengua mientras seguía caminando ―No veía nada.

—Como digas —Lorcan de encogió de hombros, restándole importancia —. Mejor démonos prisa. Aquí en serio apesta.

—Claro —respondió Druella, y después suspiró, intentando concentrarse en la charla de Muscilda ante la atenta e inquisidora mirada de Hermione. ¿Qué era eso, y quién era aquel joven? ¿Habría significado algo para la madre de Narcissa? Hermione dedujo que sí, o de otra forma no hubiera conservado aquel recuerdo con ella.

La ex Gryffindor suspiró, frustrada, sintiendo más dudas que antes.

De pronto sintió que alguien tiraba de su codo. Al cabo de un instante, salió del automóvil y comenzó a elevarse, como si fuera un fantasma, en medio de la oscuridad, y poco después aterrizó sentada en su cocina, con la luz del crepúsculo entrando por las ventanas.

—¿Mamá?

—¿Herms?

La mujer de cabello castaño parpadeó, intentando ubicarse en tiempo y espacio.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó Hugo, frunciendo el ceño con intriga —¿Y ese Pensadero?

—Tiene una J y una D grabadas —añadió Rose, observando el cofre con curiosidad —¿Quiénes son J y D, mamá?

—¿Eh? —Hermione, todavía algo aturdida, sólo atinó a cerrar el cofre para luego abrazarlo —Ah, no es nada —resolvió, soltando una risilla nerviosa —¿Y ustedes? ¿Ya terminó el partido?

—Hace como una hora —dijo Ron, colocando las manos sobre los hombros de su hija —Y ganamos, pero regresamos rápido porque dijiste que harías la cena. ¿Estás bien, Herms?

—Por supuesto —se apresuró a contestar, guardando el cofre en la alacena —Es sólo que olvidé la cena; lo siento…

—No, está bien. De cualquier cosa la cocina no es lo tuyo —Ron rió, y Hermione frunció el ceño —. Pediremos pizza, ¿te parece?

—Bueno. Pero sólo por hoy —advirtió, riendo ante los festejos de sus hijos —Y ustedes vayan a cambiarse y a quitarse toda esa pintura del rostro ahora mismo.

—¡Pero mamá!

—Sin peros, Hugo. Suban.

Los niños salieron de la cocina arrastrando los pies, dejándola sola con Ron.

—¿Tuviste una tarde muy ocupada? —preguntó su esposo, ayudándola a sacar los platos.

—Algo así —suspiró, y Ron asintió.

—¿Viste algo interesante en los recuerdos de la abuela de Malfoy?

—No sé —admitió mientras acomodaba la mesa, con gesto de duda, perdiendo la mirada en el mantel blanco —Aún no lo sé…

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Continuara...

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N del A:

Reeditado 13/01/2019.

Hola a todos mis lectores!

Sé que hace siglos no actualizo, es que desde hace tiempo perdí la brújula de éste fic. Llegué a un punto en el que la idea original se había desvirtuado tanto que ya no era el fic que quería escribir. Por eso he decidido reescribirlo, aunque básicamente será la misma historia, con algunos cambios en las fechas y los acontecimientos con motivo de acercarlo más a la idea original, además de adaptarlo a los últimos acontecimientos previstos en el último libro, a fin de hacer la historia lo más fiel posible al universo original.

Lamento mucho la tardanza, y el todavía no poder publicar el siguiente capítulo, pero les aseguro que los cambios serán para mejor, para yo poder sentirme más cómodo y dejar de estar tan perdido.

Sin más que decir agradezco mucho la paciencia que me han tenido, les deseo feliz año, y espero poder publicar mañana el siguiente capítulo.

Saludos y feliz 2019!

H.S.